Vencer al espíritu del mal

Transcripción

Vencer al espíritu del mal
mentalidad nueva
Vencer al
espíritu del mal
Pensamientos 153 - abril de 2016
Vencer al espíritu del mal
Estamos sometidos, en medio del mundo, a todo tipo
de tentaciones y trampas. Pero ­—estemos seguros— si
per­­manecemos en el amor no hay peligro de caer, más
bien lo contrario: venceremos siempre al espíritu del mal.
El Tentador suele tener un carácter judicial; quiere que
acusemos, juzguemos y condenemos al hermano, sin que
le demos, ni tan solo, la posibilidad de defenderse.
Si caemos en la tentación de faltar a la caridad fraterna,
seguro que hemos pecado. En otro caso, salimos victoriosos con el trofeo de la inocencia bautismal.
fundador del Seminario del Pueblo de Dios
GLOSA
Cuando rezamos el Padrenuestro no pedimos al Señor que nos ahorre
las tentaciones —inherentes a la historia humana—, sino que nos ayude
a no caer en ellas. Debemos saber que no podemos evitar las pruebas
diarias, pero sí que las podemos vencer, siempre por los méritos de Cris­
to. El cristiano cae siete veces al día, como todo el mundo, pero desea
levantarse de nuevo cada momento para hacer visible lo que Jesús nos
ha regalado en su Cruz triunfal. Mientras estemos en este mundo, siem­
pre estaremos a merced de la tentación. Pero, esto no quiere decir que
la redención haya sido inútil: Jesús ha vencido el pecado y la muerte, y
en Él, también nosotros.
La vida cristiana es un camino de lucha y una peregrinación. Al mismo
tiempo, el seguimiento de Jesús nos regala un espacio de confianza para
vivir en paz: «La palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido
al Maligno» (1Jn 2,14). A partir de Jesucristo la referencia fundamental
para el creyente no puede ser ya el pecado, sino la gracia que vence al
pecado. Sin embargo, ¿cómo se puede vencer al Maligno? ¿Cuál es la ga­
ran­tía de la gracia? No dejar nunca de amar: si permanecemos en el amor
no hay peligro de caer. Así, el autor presenta el núcleo de la experiencia
cristiana: permanecer en el amor.
La tradición joánica resumió el mensaje de Jesús con la síntesis del
man­damiento nuevo del amor: «Que os améis los unos a los otros como
yo os he amado» (Jn15,12). El amor de Dios, vivido entre los hombres, es
la culminación de la Ley y la garantía de la vida cristiana. Sabemos que
la caridad es un don del Espíritu Santo, pero también depende de una
de­­cisión personal e intransferible que exige perseverar en la fidelidad
cristiana.
Tal y como se destaca en el Evangelio, la trampa principal es convertir
la religión en cumplimiento de unas normas que justifiquen nuestra poca
ambición. Esto deriva hacia una mentalidad en la que lo que importa es,
como hacía el publicano en el Templo, sentirse justificado por las propias
obras: «¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres,
rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos
veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias» (Lc 18,11-12). Y
así, satisfecho con una pretendida perfección moral, no necesita buscar el
rostro del hermano, sino que tiende a despreciarlo. Pero nadie es bueno
ante Dios; sólo Él lo es (cf. Lc 18,19), de modo que la discriminación por
motivos morales es contraria al Evangelio (cf. Mt 13,24-30).
Jesús anunció a sus seguidores que serían perseguidos y condena­
dos a muerte por personas que pensaban dar culto a Dios (Jn 16,2-3); Él
mismo lo sufrió. La mentalidad discriminatoria se infiltra en la religión y
le infunde un aire judicial y de condena. Jesús, en cambio, vino al mun­
do para salvar a los pecadores (cf. Lc 15,7), porque tan solo desde el
re­co­nocimiento del propio pecado se puede acoger la salvación divina.
Cuando buscamos ser buenos como una excusa para situarnos por en­
ci­ma de los demás, solemos caer en el juicio contra el hermano. Y si juz­
gamos al hermano y lo condenamos, nos convertimos en su ase­sino (cf.
1Jn 3,10-15), ya que únicamente Dios puede dic­tar sentencia (cf. St 4,12).
Si, en cambio, creemos que Dios es el único bueno, nace la solidaridad
entre los hermanos, hijos de Dios por gracia y no por méritos personales.
Por eso es muy importante tomar siempre de nuevo el camino de la
inocencia bautismal, que nos hace ver a los demás con la misma mirada
de Dios, cuyo amor derrama misericordia para con todos, particularmente
a favor de los pobres y necesitados.
Para saber si estamos en gracia de Dios, tenemos que preguntarnos
si actuamos como defensores del hermano, ofreciéndole la oportunidad
de la amistad fraterna. Y esto, setenta veces siete, perdonando siempre. Si
no es así, caemos en el fariseísmo, ignorando el corazón misericordioso
de Dios. El reto de nuestra época es ofrecer la presencia de una Iglesia
que sea figura del Buen Samaritano en medio del mundo, acogiendo y
amando a las personas concretas sin condenarlas, más bien curando sus
heridas con el bálsamo de la caridad divina.
Xabier Segura
Seminario del Pueblo de Dios
C. Calàbria, 12 - 08015 Barcelona
Tel. 93 301 14 16
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