estilos terapeuticos - Instituto de Terapia Gestalt

Transcripción

estilos terapeuticos - Instituto de Terapia Gestalt
CURSO DE FORMACIÓN DE
TERAPEUTAS GESTALT
Material de Consulta del Taller:
FUNDAMENTOS DE PROGRAMACIÓN
NEUROLINGÜÍSTICA (PNL)
ESTILOS TERAPÉUTICOS
Autor:
Manuel Ramos
Doctor en Psicología / Psicólogo Clínico
Director y Fundador del Instituto de Terapia Gestalt de Valencia
Material revisado y editado por: Pierina Moreno
Curso de Formación de Terapeutas Gestalt. Estilos Terapéuticos
TTaabbllaa ddee CCoonntteenniiddoo
Pág.
I. Resumen ………………………………………………………………………………………………….
3
II. Justificación …………………………………………………………………………………………….…
4
III. Objetivos ……………………………………………………………………………………………………
6
3.1
Objetivo General …………………………………………………………………………………
6
3.2
Objetivos Específicos …………………………………………………………………………..
6
IV. El terapeuta es siempre una persona ..............................................................
7
V. Lo que el paciente percibe del terapeuta .........................................................
9
VI. Clases de estilos. Una aproximación teórica .....................................................
15
6.1
Estilo Directivo ...................................................................................
21
6.2
Estilo No Directivo ..............................................................................
23
6.3
Estilo Distante / Lejano .......................................................................
25
6.4
Estilo No Directivo ..............................................................................
26
VII. Referencias Bibliográficas ……………………………………………………………………………
29
VIII. Anexos ……………………………………………………………...........................................
34
Anexo 1. El terapeuta ideal ............................................................................
34
Anexo 2. Advertencias a los terapeutas ...........................................................
35
Anexo 3. Pilares de la relación terapéutica ......................................................
36
Anexo 4. Condiciones terapéuticas ..................................................................
38
Anexo 5. El Arte de Fracasar como Terapeuta ..................................................
40
Anexo 5. Bibliografía recomendada para la consulta ……………………………………...
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El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (2001) señala entre otras acepciones del
término Estilo: Modo, manera, forma de comportamiento. Carácter propio que da a sus obras un
artista plástico o un músico. El que en todo aquello que alguien hace, quede plasmado algo suyo,
de modo que convierte sus acciones en una muestra de su propio modo de estar en el mundo.
En el caso del quehacer terapéutico el estilo que el terapeuta muestra en la relación con el
paciente, va a ser un componente de gran importancia. Puede decirse sin miedo a exagerar, que
el estilo terapéutico es lo que somos como terapeutas. De ahí que un conocimiento y una
conciencia del propio modo de hacer terapia sea de gran utilidad para que su labor sea de calidad.
En este taller se hace un recorrido por cuatro aspectos primordiales del estilo psicoterapéutico,
entendidos como los extremos o polaridades de dos continuos, los cuales se plantean con el
propósito de que el futuro terapeuta, tome conciencia de cuál sería su propio estilo. Estas
características son:
•
Directivo durante el proceso terapéutico
•
Distante/Lejano (Emocional-relacional)
•
No-Directivo durante el proceso terapéutico
•
Cercano (Emocional-relacional)
La unión entre la personalidad del terapeuta y su modo de estar y de ejercer la labor
psicoterapéutica, es una de las bases en las que se asienta el trabajo durante el taller,
congruentemente con la filosofía gestáltica que hace especial hincapié en la figura, presencia,
estilo y actitud del terapeuta, como uno de los elementos que inciden de forma radical en el
proceso terapéutico.
También, durante el transcurso del taller, pueden descubrirse cuáles son algunas de las vivencias,
expectativas e introyectos que condicionan el estilo de cada quien.
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La cuestión del estilo terapéutico, en una perspectiva como la de la Terapia Gestalt, es un tema de
gran importancia. Tomando en consideración que, según Polster y Polster (1973), el terapeuta es
su propio instrumento, es muy conveniente que el estilo terapéutico sea abordado en aras a
hacerlo más consciente e integrado.
Es imprescindible que cada quien construya su estilo terapéutico de manera consciente,
integrando los aspectos de la propia personalidad e idiosincrasia, de su forma de estar/hacer/ser
en el marco del encuentro terapéutico, ya que si se asume que la terapia tiene mucho de arte,
toma sentido lo que propone Keeney (1990): Convertirse en un artista implica dejar de personificar
a otros y desarrollar un estilo de improvisación propio.
De este modo, la importancia de que el terapeuta sepa cómo está y cómo se desenvuelve en el
proceso psicoterapéutico, es vital puesto que va a ser más el cómo, que el qué hace y la forma en
la que se relaciona con el paciente, lo que incida en la utilidad del trabajo psicoterapéutico.
Si como dice Szasz (1965): psicoterapia es el nombre que damos a una particular especie de
influencia personal: por medio de comunicaciones, una persona, a la que llamamos el
psicoterapeuta, ejerce un ostensible influencia terapéutica sobre otra a la que llamamos el
paciente. De este modo, conocer de forma profunda e integrada el estilo que el terapeuta tiene
para manejarse, le va a proporcionar mayor conciencia sobre su propia forma de influir.
Este taller pretende devolver un papel preponderante al terapeuta como persona y prevenir el
riesgo de que quede atrapado en los conceptos rígidos de cualquier enfoque terapéutico. Plasmar
aquello que Keeney (1990) señala que puede ocurrir cuando afirma: Los terapeutas que utilizan la
improvisación, se cuidan menos de ser fieles a los textos y a las instituciones, que de
experimentar, aplicar y compartir los inventos creativos de su propia imaginación.
Cabe recordar aquí lo que señala Hornstein (2000) cuando alude a Frieda Fromm-Reichman cuya
lealtad fundamental era hacia el paciente y no hacia el método. También en otro punto la misma
autora, hace mención del criterio de Ferenczi de quien afirma: se convenció de que el análisis no
es un instrumento que funcione al margen de la persona que lo utiliza. Del mismo modo, Barron
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(1978) señala: para el psicoterapeuta, sus métodos y técnicas son inseparables de sus cualidades
como persona y Szalita (1985) afirma: las preferencias y los estilos teóricos están muy
influenciados por la personalidad y el medio de los practicantes.
Más que ser una colección de técnicas u opiniones dispersas, la orientación teórica propia se
convierte en una cosmovisión que influye las propias percepciones y perspectivas, proporcionando
un marco de referencia para organizar los datos y las experiencias de la vida, tanto dentro como
fuera del marco de la consulta.
Se tiene pues de sobra fundamentado que en el contexto de una formación de psicoterapeutas, el
trabajo sobre y con el estilo personal, va a ser determinante en multitud de situaciones a lo largo
de un proceso terapéutico. De ahí la necesidad de un trabajo profundo y sobre todo a nivel
personal e individualizado.
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3.1 Objetivo General
Propiciar que el alumno tome conciencia de su estilo personal como terapeuta a través de la
vivencia de los rasgos que definen el modo de hacer terapia y las posibles implicaciones en
su desarrollo como profesional
3.2 Objetivos Específicos
•
Comprobar la afinidad/discrepancia con cada una de las características que define
el estilo personal a la hora de hacer terapia
•
Propiciar el Darse Cuenta de qué aspectos personales inciden en la configuración
del propio estilo terapéutico
•
Concretar qué rasgos personales y técnicos pueden suponer un inconveniente en
la configuración del estilo terapéutico
•
Definir las características generales que encuadran el propio estilo terapéutico y
señalar los aspectos a mejorar y/o consolidar
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La historia de la psicoterapia está plagada de ejemplos en los que la forma de hacer terapia, es
decir, el estilo personal que el terapeuta ha mostrado, se termina convirtiendo en uno de los
factores que marca de forma radical el proceso terapéutico.
Standal y Corsini, citados por Yalom (1980) defienden la tesis de que en muchos procesos de
terapia los momentos críticos que han facilitado cambios profundos, se dan cuando el terapeuta
abandona temporalmente su papel profesional estricto, para acercarse al paciente de un modo
profundamente humano.
Por otra parte Keeney (1990) afirma que: Al considerarse la terapia como un arte, el acento recae
en la actuación del terapeuta.
En este sentido, Spiegelman y otros (1988), con respecto a la figura del psicoterapeuta señalan
que: Tenemos nuestros conceptos para estar seguros y la fuerza que resulta de interminables
años de formación (…) pero finalmente, (…) sólo estamos equipados por nuestros propios Yo.
También Kopp (1971), muestra algunas referencias de cara a valorar al terapeuta como persona
con un estilo, con un modo de estar en el mundo, que define y caracteriza su forma de hacer
terapia cuando señala: El psicólogo clínico debe encontrar una forma de superar su educación si
alguna vez va a ayudar a otra gente a encontrarse a sí misma y a resolver sus problemas
personales.
Igualmente este autor apunta: Irónicamente el elaborado entrenamiento para capacitar a los
psicoterapeutas es lo que más inconvenientes les acarrea cuando tratan de ser un auténtico guía
personal de otra persona. Y aun incide con mayor énfasis señalando que:
"Los aspectos más importantes del desarrollo de un psicoterapeuta tienen lugar fuera del
contexto de su entrenamiento académico profesional, teniendo más que ver con sus
sufrimientos personales, placeres, riesgos y aventuras personales. En la soledad, y más tarde
en la compañía de alguien que ya es gurú, debe luchar contra sus propios demonios e intentar
librarse de ellos".
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Otro apunte en el sentido de considerar que es imposible hablar de un enfoque terapéutico
obviando la presencia y el impacto de la figura y la persona del terapeuta, lo muestra Haley
(1986) cuando afirma: Los terapeutas mismos son el instrumento de expresión de las técnicas
terapéuticas.
En el mismo sentido apunta Yalom (2002) cuando afirma: No existe ninguna evidencia de que la
adhesión del terapeuta a un manual, se correlacione positivamente con una mejoría; de hecho hay
evidencia en lo contrario.
Es de sobra conocido que la línea que separa la esfera de lo profesional y la de lo personal en el
caso del psicoterapeuta, es muy fina además de ser confusa en algunas ocasiones. Esta cuestión
es la que avala la necesidad de investigar en la frontera que une al terapeuta y a la persona.
Dentro de las innumerables referencias sobre esta temática, además de las incluidas, también
resulta adecuado recordar a Artiles (1975) cuando afirma:
"La distinción entre “técnica” y actitud terapéutica moviliza factores morales y humanos, que,
consecuentemente nos llevarán a cuestionar no ya el modo de operar del terapeuta sino,
fundamentalmente, la calidad personal que el mismo puede traducir, la disociación entre lo que
el terapeuta es y lo que hace”
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En todo momento del proceso terapéutico, es necesario tener en cuenta lo que señala FrommReichmann (1950): La transmisión empática e inadvertida que recibe el enfermo de los cánones
del psiquiatra, tiene suma importancia en muchos otros aspectos de la situación de tratamiento.
La asunción de que, durante el proceso terapéutico no hay repetición, de que en ningún momento
nada significa lo mismo que otra situación similar, es un criterio que confirma que las personas
implicadas en la sesión terapéutica dejan su impronta personal.
La presencia del terapeuta muestra, más allá de sus palabras, qué se puede encontrar el paciente
durante el proceso terapéutico.
En este sentido conviene recordar lo expuesto por Artiles (1975) al referirse a la labor que
desempeña el psicoterapeuta:
“Cumplir la tarea psicoterapéutica sin pretenciosas apariencias sociales o científicas; renunciar
al personaje para poder establecer una relación persona a persona, consciente cada uno de su
aporte al vinculo creado por ambos. Se necesita realmente de mucha responsabilidad, madurez,
apertura al otro, sensibilidad a sí mismo, desgarradora sinceridad, humilde espíritu de servicio
para animarse a entablar un diálogo fecundo en toda su dimensión humana.”
El rol de referente del terapeuta parece indiscutible, tal y como afirma Einstein citado por
Foudraine (1971): Si queréis conocer a alguien, atended a sus acciones no a sus palabras. En una
dirección muy similar Yalom (2002) plantea:
"El acto de abrirse enteramente al otro y seguir siendo aceptados puede ser el vehículo más
importante de la ayuda terapéutica, una empatía exacta es sumamente importante en la esfera
del presente inmediato –es decir, el “aquí y ahora” de la sesión de terapia, los pacientes ven la
hora de terapia de una manera muy distinta que los terapeutas"
Tener la capacidad de poder mostrarse, es algo íntimamente unido al estilo terapéutico y a la
capacidad personal de manifestar una presencia ante el paciente. Esta presencia va más allá de
cualquier técnica o paradigma psicoterapéutico. Como propone Binswanger (1961):
“La posibilidad de la psicoterapia no descansa, pues, en misterio ni secreto alguno, como
ustedes han oído, ni siquiera en algo nuevo ni extraordinario, sino en un rasgo fundamental de
la estructura del ser humano como el “ser-en-el-mundo” y precisamente el “ser con otro y para
otro”.
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Si el estilo o la actitud del terapeuta, le ofrece al paciente un apoyo o más bien una incógnita, si
en cada momento hay una indicación de qué hacer, o lo que significa lo que sucede en la sesión, o
si por el contrario, la ambigüedad y la ausencia de concreción son lo característico, todo esto va a
estar unido al estilo de relación que propone el terapeuta.
Tal y como expresa Benedetti (1966):
"La psicoterapia continúa siendo una experiencia límite, en el confín de la impotencia, un estarunidos-con-el-otro en la frontera misma del mutuo extrañamiento, un comprender limítrofe con
lo incomprensible, un "simpatético" caminar junto al otro a lo largo de la frontera infranqueable
que nos separa de él.”
El modo de acompañar, tan importante en el desarrollo del proceso terapéutico, va a estar
estrechamente unido al estilo del terapeuta. Para el paciente, el estilo terapéutico del
psicoterapeuta, va a ser determinante en cuanto a que se abra más o menos en la exploración de
sus padecimientos, tal y como apunta Groddeck (1916):
“la relación entre médico y paciente es una relación excepcional se caracteriza por la entrega
confiada del enfermo a su médico. El enfermo debe colaborar, y esto es lo difícil, porque implica
una confianza excepcionalmente grande por su parte. Pues bien, conquistar tal confianza es la
primera tarea del médico"
De modo que se puede asumir, que el estilo del psicoterapeuta es un factor determinante respecto
de cómo va a vivir el proceso terapéutico el paciente, va a ser clave para que la confianza y el
arriesgarse, aparezcan en el transcurso de la sesión. En este sentido Benedetti (1966) apunta:
“Lo que desde el punto de vista de la psicopatología captamos en nuestros pacientes no es tan
sólo lo anómalo en sí, sino aquello que existe "entre nosotros", el fracaso de las relaciones con
el prójimo, la respuesta del enfermo a la sociedad en la que está incluido, que, también
responsable del surgir de la neurosis, se halla involucrada en la psicopatología.”
La relación construida entre paciente y terapeuta, refleja las características de la forma de estar en
el mundo de ambos. Es la historia que constituye al proceso terapéutico en el escenario y el marco
en el que el encuentro y terapeuta y paciente queda constituido en la presencia de ambos. En este
contexto, las palabras de Boff (2002) cobran todo su sentido cuando sugiere que: El cuidado es un
modo-de-ser esencial siempre presente e irreductible a otra realidad anterior.
La elaboración personal del estilo de cada terapeuta, se encuentra recomendada en los textos de
muchos autores. Se trata de encontrar una armonía entre el estilo del terapeuta, los rasgos del
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paciente y la calidad de la relación. Nada está establecido definitivamente de antemano. En este
sentido Yalom (2002) propone:
“El fluir de la terapia debe ser en su misma esencia espontáneo, siguiendo permanentemente el
lecho de ríos imprevistos; se lo distorsiona de manera grotesca cuando se lo empaqueta en una
fórmula que permite a terapeutas inexpertos y formados inadecuadamente, trazar un curso de
terapia uniforme. Los terapeutas deben comunicar a sus pacientes que su tarea principal es
construir juntos una relación que por sí misma se volverá agente del cambio, el terapeuta debe
estar preparado a ir donde quiera que vaya el paciente, a hacer lo que sea necesario para
continuar generando confianza y seguridad en la relación. Cada vez que sugiero alguna
intervención a mis supervisados a menudo tratan de hacerla entrar en la sesión siguiente y
siempre fracasa”
Dado que la terapia se produce en la frontera de contacto entre paciente y terapeuta, la sintonía
entre ambos no recae exclusivamente en ninguno de los dos, sin embargo el terapeuta, con su
estilo, puede ser alguien que dificulta o facilita que el paciente extraiga beneficios del encuentro
terapéutico.
Es en la relación, donde se encuentran las claves para que una terapia funcione, y en esa relación,
donde el estilo terapéutico es crucial. Y se ha de asumir también, que el estilo terapéutico, como el
modo de estar cualquier persona en el mundo, no es algo permanente. Como señala Laura Perls
citada por Stoehr (1994): el estilo es algo que cambia… que en realidad es la expresión del
propio desarrollo hasta ese momento.
Tomando en consideración lo que afirma Yalom (1980), que la relación positiva entre terapeuta y
paciente incide directamente en la terapia y, que además la calidad de esa relación influye de un
modo directo en la calidad del proceso terapéutico, entonces se puede asumir que el terapeuta
como persona, con todos sus recursos y limitaciones, es decir, con el conjunto de sus modos de
estar y ser en el mundo, es una de las claves que contribuye al modo en que la terapia funcione.
En cada Aquí y Ahora de una sesión, se da una situación única que forma parte de un proceso en
el que el fluir, es lo único que está presente. De esta forma se puede afirmar que en el encuentro
terapéutico, los participantes hacen presente su modo de ser y estar en el mundo. Tal y como
afirma Stoehr (1994) quien citando a Goodman señala:
“Todo lo que se use proviene del individuo que hace terapia y es diferente para cada uno, pero
es aquello que asimiló e integró de modo tal que se convirtió en parte de sí, algo en lo que
puede apoyarse”
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Dadas las especiales características que tiene el encuentro psicoterapéutico, las actitudes del
terapeuta van a tener un significado muy específico. Esta cuestión implica que el terapeuta
necesita estar pendiente del modo en cómo aflora su estilo. Como apunta Haley (1996):
"la terapia no es un contexto social. En una entrevista terapéutica hasta los comentarios
sociales tienen un significado no social. Todo lo dicho y hecho en el consultorio debe tomarse
como un mensaje sobre ese contexto dirigido al terapeuta"
A lo largo del proceso terapéutico se va construyendo una relación entre terapeuta y paciente que
es un fruto de la aportación de ambos, como señala Haley (1966):
“Cuando dos personas se encuentran por vez primera y dan inicio a una relación entre ellas,
tienen ante sí una amplia gama de posibilidades. Conforme van definiendo la relación que han
de mantener, deciden conjuntamente qué tipo de conducta comunicativa ha de prevalecer en
ella. Seleccionan cierta clase mensajes entre todos los tipos posibles y se ponen de acuerdo en
utilizarlos. Separan así, mediante lo que cabe llamar la definición mutua de la relación, lo que
está incluido en ésta y lo que ha de quedar fuera de ella. Cada mensaje que intercambian
refuerza por su propia existencia la línea que se han trazado o sugiere la introducción de un
cambio en la misma, para incluir un nuevo tipo de mensajes intercambiados entre dos
personas.(…)Ningún mensaje intercambiado entre dos personas existe separadamente de otros
mensajes que lo acompañan y califican. Los mensajes humanos pueden calificarse mediante
cuatro factores: a) el contexto en que se manifiestan, b) los mensajes verbales, c) las
modulaciones vocales y lingüísticas, y d) los movimientos corporales.”
El significado de la figura y del estilo que tiene el terapeuta para el paciente con el que trabaja,
está siempre más allá de lo que el terapeuta puede llegar a conocer, por lo que conviene que
tenga siempre claro, que su presencia es algo que el paciente utiliza según sus posibilidades,
necesidades, expectativas, etc.
El considerar el estilo psicoterapéutico como algo significativo y determinante en la terapia,
devuelve a ésta su unión con la vida real y evita dejarlo en el plano del laboratorio. En este
sentido, Stoehr (1994) recuerda que:
“Goodman no visualizó la psicoterapia como una disciplina aislada del resto de la vida, sino
como una industria de servicios profesionales dentro de la sociedad planificada. Su experiencia
como artista sirvió de modelo para el terapeuta. Llenos de amor y anhelo como cualquier ser
humano, el artista y el terapeuta se resistían a expresar directamente esos sentimientos, pero
podían contactarse con el mundo, en formas que implicaban riesgos y satisfacciones, a través
de la imaginación creativa y la compasión por los demás.”
Lo que queda claro es que la profesión de terapeuta si se ejerce con pasión y entrega, es muy
exigente e intensa. Como expone Artiles (1975) de modo contundente:
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“Mi modalidad terapéutica no puede ser sino el brote, el florecimiento, de una realidad
profundamente mía en la cual tiene sus raíces. Ser terapeuta compromete la expresión de lo
mejor de mi mismo si busco alcanzar una efectividad seria, valiosa, consistente. Ser terapeuta
supone el coraje de un constante ahondamiento, capaz de impulsarme fuera de mi hacia quien
reclama mi servicio llevando lo que auténticamente soy y poniéndolo a disposición de sus
necesidades que son las especificadas por el vinculo peculiar que entablamos, se trata simple y
profundamente, de dejarse-ser ante el otro como una persona.”
En esta dirección se expresa Ruesch (1961) cuando dice: Todo terapeuta, cualquiera que sea su
entrenamiento o posición, establece con el paciente un contacto personal.
Una forma de expresar gráficamente la evolución del estilo terapéutico, es la representada por
Magritte (1937) en su pintura llamada: El Terapeuta (ver ilustración 1y 2), es una forma de
expresar el efecto de los cambios que se producen en la forma de hacer terapia, como fruto de las
experiencias en las sesiones.
A este respecto Israël (1972), comenta:
“El terapeuta de Magritte es un objeto surrealista. Nos invita a otra visión de las cosas, liberada
de las reglas y de las enseñanzas recibidas, de las tradiciones, de la seguridad [...] La condición
necesaria para la psicoterapia, la condición mínima, estriba en renunciar a la convicción, por
parte del psicoterapeuta, de que conoce los caminos de la vida, de la felicidad y del placer, y de
que su tarea consiste en conducir ahí al paciente. Se le impone, por el contrario, el
descubrimiento, con el sujeto que se entrega a él, de unos caminos y aproximaciones
específicos probablemente distintos y quizá contrarios a los suyos. Le ocurrirá que se verá
sorprendido, asombrado, irritado. Su tarea no consiste entonces en destruir en el paciente lo
que puede sorprenderle a él, psicoterapeuta, sino en investigar el por qué de su ofuscación o
de su enojo.
[...] En la parte del terapeuta, que se descubrirá a sí mismo como objeto surrealista, es donde
se encuentran las “resistencias”. Sólo dolorosamente reconoce uno su propia neurosis y se ve
por ello guiado a abandonar los caminos balizados y seguros que conducen a mañanas seguras.
No hay seguridad."
Esto es una magnifica forma de plasmar lo que supone para el terapeuta, el estar en un marco
como el de las sesiones, desde l enfoque gestáltico, en el que se ve cuestionado su forma de ser
y estar.
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Ilustración 1. El Terapeuta
Fuente: Magritte, R. (1937 y 1962)
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Es importante recordar un par de aspectos que caracterizan a las terapias existenciales, entre las
cuales se cuenta la Terapia Gestalt:
a) El terapeuta y el paciente son dos personas en una auténtica relación. El terapeuta no
interpreta los hechos sino que los pone de manifiesto en su relación con el paciente
b) El terapeuta procura analizar todas las formas de comportamiento, tanto de él mismo como
del paciente, que impiden el encuentro real entre ambos
Estos dos criterios, dan pie para enfatizar que siempre se ha de tener en cuenta el estilo del
terapeuta. Al ser un encuentro entre personas, es la presencia de los participantes, el elemento
sobre el que se construye la relación.
En este sentido, Haley (1966) propone que:
“Los varios métodos de psicoterapia, incluyendo el psicoanálisis, tienen en común un tipo
particular de interacción entre terapeuta y paciente y es esta interacción, más que la conciencia
o la falta de conciencia por parte del paciente, la que produce el cambio terapéutico.”
Pocas profesiones son tan exigentes en lo personal como la de psicoterapeuta. Como plantea Borja
(1995): Ser terapeuta es estar reviviendo el proceso de uno en cada uno, de diferente manera y
estilo.
Este criterio de irrepetibilidad propicia a abordar la referencia a los estilos de un modo teórico. Se
conoce que en el marco de un programa de formación, la teoría es un recurso imprescindible. En
este caso, lo que se muestra en este material cabe considerarlo como un referente que se ve
complementado con la realización práctica y vivenciada de los aspectos que a continuación se
reseñan.
Conviene de todas maneras tener presente que durante el proceso terapéutico, como en muchas
situaciones del vivir humano, las referencias se quedan cortas. Es por ello por lo que resulta muy
útil tener presente lo que propone Binswanger (1961): “Las exigencias de la situación
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psicoterapéutica pueden ser más fuertes que las indicaciones teóricas del maestro. En esos casos
ha de prevalecer siempre la audacia y el deseo de triunfo de ustedes, los terapeutas, y no la
teoría”.
Conviene detenerse un momento para tomar conciencia de qué se entiende por estilo de vida,
como una referencia al estilo terapéutico que cada cual va a mostrar en su quehacer profesional.
Una buena muestra de aquello a lo que se refiere el tema de los estilos individuales o personales
se encuentra en Adler (1912) cuando señala:
“Pensamiento, sentimiento, emoción y conducta pueden ser entendidos únicamente como
subordinados al estilo de vida individual, o las pautas consistentes con las que cada cual se
hace cargo de su vida. Cada aspecto de la personalidad apunta en la misma dirección.” “En vez
de hablar de la personalidad de un sujeto en el sentido de rasgos internos, estructuras,
dinámicas, conflictos y demás, prefería hablar en términos de estilo vital (hoy estilo de vida). El
estilo de vida significa cómo vives tu vida; cómo manejas tus problemas y las relaciones
interpersonales. Pasamos a citar en sus propias palabras cómo explicaba esto: “El estilo de vida
de un árbol es la individualidad de un árbol expresándose y moldeándose en un ambiente.
Reconocemos un estilo cuando lo vemos contrapuesto a un fondo diferente del que
esperábamos, por lo que somos conscientes entonces de que cada árbol tiene un patrón de
vida y no es solo una mera reacción mecánica al ambiente”.
Aquí se tiene un vínculo claro a lo que en Terapia Gestalt se entiende como congruencia personal.
Cada cual está mostrando aspectos de sí mismo, en cada una de sus acciones o modos de estar
en el mundo.
Como una forma de situar la exposición conviene recordar en este punto la consideración que
hace Keeney (1990) cuando afirma:
“Las escuelas, modelos y orientaciones en psicoterapia pueden entenderse como retratos,
exteriorizaciones o exposiciones razonadas de quienes las inventaron: no son más que ejemplos
del modo en que distintas personas desarrollaron un estilo capaz de sacar pleno partido de sus
singulares recursos en contexto determinado.”
Todo enfoque y orientación psicoterapéutica pasa, en última instancia, por el filtro de la persona
que lo pone en práctica. Como ejemplo, se puede destacar a Milton Erickson de quien Rozo (2007)
dice:
“lo fundamental de su modelo terapéutico era el cambio en la otra persona a través de la
relación interpersonal.” (…) “Para entender el enfoque terapéutico que desarrolló Milton
Erickson, es necesario conocer a la persona antes que al terapeuta, pues en este caso, más que
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en ningún otro, las particularidades de su vida determinaron de forma fundamental su enfoque
de trabajo clínico.”
La importancia del modo de ser y estar durante la sesión, es decir, el estilo terapéutico, que cada
quien tiene, impregna los contenidos y los derroteros que cada proceso va a seguir. Según
Goodman, citado por Stoehr (1994):
“el terapeuta debía desempeñar un rol activo en la vida de los pacientes. Esto no sólo era
cuestión de ser directivo o no directivo durante la hora terapéutica; significaba reformular toda
la estructura institucionalizada, que mantenía rígidamente en sus roles al terapeuta y al
paciente.”
Se ha de tener presente en todo momento que el estilo del terapeuta va a ser cuestionado en
múltiples ocasiones durante el proceso de terapia. Tratar de encontrar la seguridad usando como
refugio una teoría, aleja al terapeuta de la humanidad que ha de estar siempre presente durante
las sesiones. En este sentido, también se tiene buen punto de referencia en Schoch de Neuform
(2000) cuando plantea:
“La psicoterapia dialogal implica que el terapeuta vaya siempre por delante en un “camino
estrecho”. Es decir, que no se apoye en las vastas alturas de un sistema hecho de certezas
sobre lo absoluto, sino en un camino estrecho, pedregoso, entre los abismo donde no existe
certeza alguna, ningún conocimiento enunciable, sino la seguridad de encontrar los
desconocido.”
Lo que se expone a continuación son cuatro estilos teóricos separadamente y teniendo en cuenta
que, todo terapeuta tiene a su alcance la posibilidad de ejercer un estilo que va a ser la
combinación de uno o varios de ellos.
Igualmente se tiene claro que cualquier estilo se ejerce en el contexto de un Aquí y Ahora del
proceso terapéutico y que precisamente por eso, no se puede considerar como algo estático. Más
bien, el estilo es algo que impregna un modo de relación con el paciente en un contexto dinámico
y que no puede estudiarse, si no se hace recurriendo a recursos teóricos como el de una
exposición separada de cada uno de los extremos de un continuo.
En este sentido, Schoch de Neuform (2000) afirma: Sólo situándose en el diálogo con los
elementos observados, sin buscar poder, sino una relación de intercambio, de cocreación, sin
certeza acerca de lo que va a ocurrir, se puede acceder a una forma de realidad distinta. Desde
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esta posición se puede observar claramente a un estilo terapéutico típico, en este caso, de la
Relación Dialógica.
Es importante tener en cuenta que no se puede afirmar que un estilo terapéutico exclusivo sea el
mejor y, por tanto el resto sean peores. Tal y como señala Adler (1912) cuando les advierte a los
terapeutas a no dejar que el paciente les sitúe en un papel de figura autoritaria, dado que le
permite a éste jugar a un papel, que es muy probable que ya haya jugado muchas veces
anteriormente, de este modo, el paciente puede situar a su terapeuta como un salvador que
puede ser atacado cuando inevitablemente éste último le revela su humanidad. En la medida en
que los pacientes empequeñecen a sus terapeutas, sienten como si estuviesen creciendo, alzando
igualmente sus estilos de vida neuróticos.
De esta forma, se puede observar la posibilidad de que el terapeuta sea situado por su paciente en
un determinado rol, así que en el marco de la sesión, el paciente va a poner en cuestión el estilo
terapéutico y el modo de hacer terapia de su terapeuta. Y allí, ante un paciente que se encuentre
en apuros o mas menos bloqueado, el terapeuta puede encontrarse ante la tentación de querer
usar técnicas que, alejadas de su estilo, imagine que pueden suponer una aceleración del proceso
terapéutico, tales como: impresionar al paciente, reforzar su posición en el contexto terapéutico,
etc. Respecto de esto previene Yalom (2002) cuando afirma:
“Tales ejercicios pueden facilitar el tratamiento. Pero a la vez es verdad que algunos terapeutas
jóvenes se equivocan al armar con ellos una bolsa de sorpresas a la que recurren para animar
la terapia cada vez que ésta parece estancarse, las interpretaciones son más efectivas cuando
el afecto del paciente ha disminuido lo bastante como para asumir una visión más
desapasionada de su comportamiento.”
Asumir una responsabilidad excesiva en el proceso terapéutico, va a dar claves de la existencia de
un estilo en el que el paciente se ve suplantado en la parte de responsabilidad y protagonismo,
que le corresponde en su propio proceso. Por otra parte, si el terapeuta renuncia a su parte de
responsabilidad puede crearse una situación que diste mucho de ser terapéutica y útil para el
paciente.
En este sentido Artiles (1975) comenta refiriéndose a la Psicoterapia:
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“La fuerza de trabajo productora sería la energía emocional empleada en el proceso terapéutico
por el paciente y el terapeuta y ambos unirán su esfuerzo para la producción de una
personalidad “sana”.
La forma en que los terapeutas facilitan la transformación aludida está determinada por el tipo
de relación que ellos establecen en el proceso terapéutico, por las formas de control o dominio
que los terapeutas ejercen sobre los recursos terapéuticos y el proceso mismo del trabajo
terapéutico.”
En este taller, el modelo que se propone es el que toma como referencia dos continuos
hipotéticos, de un lado el comprendido entre el estilo Directivo y el No-Directivo, y de otro lado el
que en el plano emocional está comprendido entre un estilo Cercano y uno Distante.
La elección de estos dos ejes y de estos cuatro estilos teóricos, está basada en algunas de las
metáforas y ejemplos respecto de figura del terapeuta que se encuentran en diferentes trabajos
de autores como: Kopp (1971), Haley (1996), Szasz (1965), Fromm-Reichmann (1950), Garriga
(sin fecha), entre otros.
Se ha de tener presente como señala Guy (1995) que:
"se mide la competencia de los curanderos y chamanes por la intensidad de sus propias heridas
personales (Goldberg, 1986). El estereotipo del "curandero herido" posee un atractivo universal.
Se considera a menudo que el psicoterapeuta es el último descendiente de un largo linaje de
curanderos, que podemos rastrear hasta tiempos prehistóricos (Bugental, 1964). Actualmente
se espera que el psicoterapeuta desvele los misterios del dolor humano. Los recientes progresos
en las investigaciones psicosomáticas y la creciente popularidad del movimiento a favor de la
salud integral han colocado al psicoterapeuta en una posición destacada en la batalla contra las
aflicciones de toda clase”.
Mucha de la literatura apunta en la dirección de que las cuatro dimensiones pueden resultar
clarificadoras a la hora de que cada terapeuta llegue a concretar su estilo en el marco de un
entramado teórico. Del mismo modo, la experiencia que aportan los talleres realizados con la
temática de los estilos terapéuticos, avalan la utilidad de esta forma de esquematizar la
investigación sobre esta materia.
Uno de los rasgos más característicos de la Terapia Gestalt, es que un terapeuta no usa técnicas,
sino que se aplica a sí mismo en cada situación, con cualquier habilidad profesional y experiencia
de la vida que ha sido capaz de acumular e integrar. Según Polster y Polster (1973), el terapeuta
es su propio instrumento y, de acuerdo con Perls (Laura) (1992), hay tantos estilos como
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terapeutas y pacientes hay, de modo que es necesario que se descubran a ellos mismos y a cada
uno, y que juntos inventen su relación. No hay proceso psicoterapéutico eficaz que pueda soslayar
las tres grandes tareas de la vida: el contacto social, el trabajo y el amor, habiendo una cuarta,
que es el arte.
De este modo, tomando como referente esos dos ejes, se presentan cuatro estilos terapéuticos a
desarrollar representados gráficamente en la siguiente ilustración:
•
Directivo durante el proceso terapéutico
•
Distante/Lejano (Emocional-relacional)
•
No-Directivo durante el proceso terapéutico
•
Cercano (Emocional-relacional)
Ilustración 2. Estilos Terapéuticos
Directivo
Cercano
emocionalmente
Lejano
emocionalmente
No Directivo
Fuente: Ramos, M. (2010)
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6.1
Estilo Directivo durante el proceso terapéutico
Desde esta posición el terapeuta toma la iniciativa e indica de forma clara el camino a seguir.
Dirige cuáles son los ejercicios y experimentos que conviene llevar a cabo, para que el
paciente pueda llegar a alcanzar la meta que previamente han establecido.
Según Haley (1966), es evidente que para mantener esta posición, el terapeuta se basa en
alguna teoría implícita o explícita de la psicopatología humana y de los procesos que
permiten conseguir modificaciones personales.
Los rasgos de un estilo Directivo se pueden concretar en diferentes aspectos. De una parte,
en lo que a la conducción de la sesión se refiere. De otra parte, en la prescripción de
actividades fuera de la sesión encaminada a optimizar los efectos de la psicoterapia.
En cada ocasión que el terapeuta hace hincapié en algún aspecto o, por el contrario, deja
pasar algo que el paciente comenta sin hacer referencia a ello, se puede decir que está
dirigiendo el rumbo del proceso terapéutico. Según Beavin, Jackson y Watzlawick (1971),
uno de los axiomas de la teoría de la comunicación sostiene que es imposible no comunicar.
Actividad o inactividad, palabras o silencio, tienen siempre valor de mensaje, es decir, influye
sobre los demás, quienes a su vez, no pueden dejar de responder a tales comunicaciones, y
por ende, también comunican.
De este modo se puede afirmar que, toda comunicación significa algo: lo cual es el
contenido. Igualmente, toda comunicación se establece entre dos partes, es algo relacional.
La comunicación de una persona con otra, ofrece información acerca de cómo debe
entender el contenido de la comunicación, es decir, que para entender el contenido de una
comunicación, es necesario entender la relación de los comunicantes.
Es allí donde se encuentra que en todo momento, va a existir algún tipo de directividad. Esto
conduce a que resulte muy conveniente tomar conciencia, de cómo el terapeuta se
desenvuelve en la relación con el paciente. Si el terapeuta se da cuenta de que influye y
cómo influye, puede ayudarse a modular el nivel de dicha influencia.
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Es conveniente que el terapeuta esté consciente de que, gestos casi imperceptibles pueden
animar o bloquear al paciente tanto en su narración, como en su capacidad de darse cuenta
de lo que está experimentando en la sesión.
En este sentido, Sánchez (2008) indica que es conveniente conservar el respeto ante la
demanda del paciente y no sólo adoptar un criterio de dirigir el proceso por encima de todo,
cuando afirma: Difícilmente podremos progresar en un trabajo con un paciente, al servicio
de algo que quiere conseguir o que quiere cambiar, si empezamos por desafiar lo que quiere
preservar, porque, en su idea, es lo más sólido que tiene.
Haley (1966) propone una clara muestra de esto cuando sostiene que:
“Las maniobras para definir la relación se dividen esencialmente en dos grupos: a)
peticiones, órdenes o sugerencias para que la otra persona haga o diga algo o piense o
sienta de tal forma, y b) comentarios sobre la conducta comunicativa del otro. Cuando
alguien hace un comentario sobre la conducta de otra persona, se plantea
inmediatamente la cuestión de si el mismo es o no adecuado al tipo de relación que
mantiene.”
Un aspecto que puede hacer que el terapeuta caiga en la tentación de ser excesivamente
directivo puede estar ligado a lo que Guy (1987) entiende como una motivación disfuncional
y que el concreta del siguiente modo: El deseo de poder que se ve satisfecho cuando la
práctica de la psicoterapia brinda al terapeuta el sentimiento del poder personal. Pero
también puede resultar atractiva para los que se sienten atemorizados e impotentes en su
propia vida.
De otra parte también Benedetti (1966) indica un riesgo en el estilo Directivo cuando dice: El
psicoterapeuta que no pretenda sino demostrar –a sí mismo o a los demás- su propia
capacidad deja de serlo. También Guy (1987) hace hincapié en este aspecto cuando afirma
que:
”La necesidad de reconocimiento y prestigio inciden en el papel del psicoterapeuta y la
formación y educación requeridas por su vocación procuran una cierta aureola de
prestigio y el reconocimiento de la familia, los amigos y toda la comunidad. Por otra parte
pertenece a una fraternidad única de individuos especiales, capaces de compartir y
absorber gran parte del dolor y el sufrimiento humanos sin que aparentemente se vean
afectados por muchos efectos negativos.”
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6.2
Estilo No Directivo durante el proceso terapéutico
Como referente claro de este estilo de hacer terapia, se puede destacar a Carl Rogers, quien
propone que en el terapeuta hay una experiencia profunda de la comunidad subyacente, es
decir, de la fraternidad de los hombres.
Según Castanedo (1993), el método de Rogers es la comprensión de sí mismo y del otro (la
empatía, palabra que ha puesto de moda, respecto al otro y la congruencia consigo mismo).
El lugar privilegiado de la experiencia inmediata es la terapia y más particularmente,
determinados momentos álgidos del proceso en los que la comprensión es máxima y la
distancia consigo mismo, mínima.
Las actitudes del terapeuta, cuando adopta este estilo, van a ser trasmitidas de manera
indirecta, impregnadas en las comunicaciones pero no formuladas abiertamente en ninguna
de ellas. A veces esto, no es comprendido planamente y por esta razón algunos asumen que
esta actitud consiste en ser pasivos e indiferentes, en no entrometerse.
Desde este estilo, se plantea más bien que el terapeuta debe ayudar a clarificar las
emociones del paciente, ser un facilitador en el proceso de hacerlas conscientes, y por ello
manejables y no patológicas. Pero no asumiendo un rol de omnisapiente y todopoderoso,
que lleva al paciente de la mano diciéndole: Yo te acepto y devolviéndole masticadito el
material que éste le proporciona.
Si hay respeto sincero y absoluto, en este estilo, el terapeuta procura más bien, que sea el
paciente quien dirija el proceso. En este caso las intervenciones del terapeuta se plantean
como posibilidades, casi como ecos del material expuesto, y no como juicios de valor,
afirmaciones o interpretaciones.
Desde estas posiciones, la psicoterapia se considera un encuentro entre dos personas; el
terapeuta y el paciente. Los únicos factores que operan en la terapia son las disposiciones
profundas del terapeuta hacia el paciente, su mayor o menor disponibilidad hacia sus propias
emociones y las del paciente; su grado de autenticidad y coherencia interna.
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Si el terapeuta se imagina que conduce racional y técnicamente la terapia, por un lado se
engaña y por el otro, se aleja de una terapia efectiva, porque rehúsa aceptar sus propias
emociones y la relación viva en el tiempo, el paciente es un sujeto en relación, respecto al
cual otro sujeto, el terapeuta, se sitúa.
El estilo No Directivo, requiere de una actitud hacia el paciente en la que el terapeuta se
rehúsa de orientarlo en una dirección determinada. Definida positivamente, es una actitud
por la cual el terapeuta testimonia que tiene confianza en las capacidades de autodirección
de su paciente, por esta razón según Artiles (1975), Rogers deja de emplear la expresión no-
directividad, para utilizar la expresión centrarse en el paciente.
La actitud No Directiva presenta las siguientes características:
a. Acogida y no iniciativa: se opone a la actitud de iniciativa que coloca al paciente en la
obligación de responder a preguntas y reaccionar
b. Centrarse en la vivencia del sujeto y no en los hechos que evoca
c. Interesarse por la persona del paciente y no por el problema: renunciar a tratar el
problema desde un punto de vista objetivo
d. Respetar al paciente y manifestarle una consideración real: No se trata de hacer
psicología, sino de escuchar y comprender
e. Facilitar la comunicación y no hacer revelaciones: se trata de hacer un esfuerzo para
mantener y mejorar su capacidad de comunicar y de formular su problema
Evidentemente esta actitud demanda del terapeuta un modo específico de estar, en el que lo
más característico es la presencia. Cuando se está presente se acepta ser visto tal y como se
es. Es lo que Buber (1958) llama autenticidad. Se renuncia a la necesidad de gustar, de
parecer. No se le da importancia a la imagen. El terapeuta se puede desnudar sin perder por
eso su posición de terapeuta.
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Rogers y Rosemberg (1981) sintetizan brillantemente la participación y el rol del terapeuta
en el proceso antes mencionado:
"El terapeuta es la verdadera persona que realmente comprende las vacilaciones y
debilidades del paciente y las acepta, sin intentar negarlas o corregirlas. Acepta, aprecia
y valora al individuo íntegro, dándole, incondicionalmente, seguridad y estabilidad en las
relaciones que necesita para correr el riesgo de explorar nuevos sentimientos, actitudes y
conductas. El terapeuta respeta a la persona tal como es, con sus ansiedades y sus
miedos, por lo que no le impone criterio alguno sobre cómo debe ser. La acompaña por
el camino que ella misma se traza, y participa como elemento presente y activo en este
proceso de auto creación, facilitando en todo momento la percepción de los recursos
personales, y de los rumbos seguidos en el camino, tal y como la persona los vivencia"
Eso significa abandonar posturas defensivas ante ciertas actitudes del paciente, como su
agresividad, su necesidad de tomar el poder. Aceptar sentir esa herida, la irritación; sin
embargo, la transparencia no es necesaria salvo cuando pueda ser útil al paciente, en la
medida que le lleva a tomar conciencia de cómo sus posturas defensivas son inadecuadas y
a ensayar en otro registro.
Estar presente, es sentirse a la vez poderoso e impotente, poderoso en el sentido de que se
tiene fe en la capacidad de ayudar al paciente, impotente porque se sienten los límites frente
al que está ante sí.
Según Buber (1958), estar presente es exponerse, ir por delante de sí mismo, al descubierto,
y también diluirse para dejar crecer al otro en su self y confirmarle. Es también aceptar
serenamente no ser más que un Ello para el paciente ante el que se está en una posición
Yo-Tú.
6.3
Estilo Distante/Lejano (emocional-relacional durante el proceso terapéutico)
Como muy acertadamente señala Yalom (1980):
“La psicoterapia es una vocación muy exigente y todo terapeuta exitoso debe poder
tolerar el aislamiento, la ansiedad y la frustración inevitables en este trabajo, las sesiones
con una sola persona están impregnadas de intimidad, pero es una clase de intimidad
que como apoyo en la vida resulta insuficiente, una intimidad que no provee el alimento
y la renovación que emanan de las profundas relaciones de amor con los amigos y la
familia. Una cosa es ser para el otro y otra muy distinta es ser en una relación que es
igual para ambas partes.”
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Una cuestión respecto de la que previene Szasz (1965) y que hace que sea recomendable
adoptar una posición distante es:
"El analista no debe tener ningún deseo de “frustrar” al paciente, y por lo tanto negarse a
responder a preguntas, ni tampoco debe tener deseo de “complacerlo”, y por lo tanto
contestar preguntas hechas más para tranquilizarse que para solicitar información”
Esta dimensión del estilo terapéutico va a chocar muchas veces con algunos de los
introyectos
que
más
frecuentemente
se
encuentran
referidos
al
estereotipo
del
psicoterapeuta. La imperiosa necesidad de estar próximo a la experiencia emocional del
paciente, aparece como una verdad indiscutible que ningún terapeuta puede eludir.
También este estilo se va a ver puesto a prueba en muchas ocasiones, ante la demanda del
paciente para que el terapeuta muestre sus opiniones o sus puntos de vista de cuál es la
dolencia que afecta al paciente pudiendo así eludir la responsabilidad de tener su propio
criterio. Un ejemplo de esa tendencia lo muestra Groddeck (1916) cuando afirma: El hombre
moderno quiere que el médico le dé un diagnóstico, quiere saber qué le pasa. Yo nunca
puedo hacerlo. El diagnóstico carece de valor y es inútil si no comprende al ser humano en
su totalidad. Puede que este sea uno de los puntos que hace recomendable que el terapeuta
no siempre esté cercano a satisfacer las demandas del paciente.
6.4
Estilo Cercano (Emocional-relacional) durante el proceso terapéutico
El aspecto más importante en la relación médico-paciente, dice Jaspers (1996), es una
comunidad existencial que va más allá de toda terapia. El médico no se puede distanciar
totalmente del paciente, siempre existe alguna simpatía o antipatía, debe colocarse en el
lugar del enfermo. El paciente busca un destino y el médico le ayuda a su esclarecimiento,
ya que ambos poseen un destino, aunque en el paciente la libertad le está restringida por el
proceso patológico. El médico es una autoridad para el paciente, pero también es existencia
para una existencia pues ambos buscan la trascendencia.
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En este sentido Yalom (1980) recomienda: Los terapeutas deben aprender a envolver sus
comentarios de un modo tal que resulten afectuosos y aceptables para sus pacientes, en
otras palabras, hable de cómo se siente usted, no de lo que hace el paciente.
No se trata de que haya que alcanzar la cercanía a cualquier precio. Como bien plantea
Szasz (1965): El terapeuta que dé la impresión de que su devoción y entrega al paciente son
ilimitadas es un impostor, porque los fines de su estrategia son los de ensalzarse a sí mismo
y hacer a sus pacientes sumisos, agradecidos, y culpables.
Del mismo modo, indica Sánchez (2008):
“Hay muchas maneras de abocarse al fracaso: hacerse cargo de demandas imposibles, o
de demandas que tienen aspecto de reto o provocación, poner el listón muy alto o
andarse con pretensiones excesivas, etc., identificar la pauta de relación y elaborarla y
cambiarla o manejarla de otra manera, resulta decisivo para el progreso de la terapia, en
la base se halla una propuesta de relación encubierta o manipulativa por parte del
paciente aceptada por el terapeuta, o incluso generada por él mismo.”
También hace hincapié en la necesidad de cercanía emocional Ferenczi (1908), quien influido
por Adler, llega a afirmar que el paciente no se cura sin el amor del analista.
Otra fuente que aporta elementos enriquecedores acerca de este tema es Benedetti (1966)
cuando hace referencia a que el terapeuta puede encontrar recursos en sí mismo y afirma:
”Sus limitaciones (las del terapeuta) pueden llegar a constituir un motivo de contacto. Si
el psicoterapeuta las reconoce y las tiene en cuenta (…) le dará al paciente la posibilidad
de que, como en un espejo, se ve reflejado en su desvalimiento. Y así da comienzo aquel
proceso de identificación parcial sobre el que se fundamenta toda psicoterapia fecunda y
que contrarresta la identificación morbosa, neurótica o psicótica.”
Del mismo modo, en el ámbito de los estilos terapéuticos es adecuado que se incorpore, una
perspectiva que tenga en cuenta de forma clara y nítida la conexión entre persona y mundo que
ha sido propuesta por algunos autores representativos de diferentes paradigmas (Joanna Macy: El
Reverdecimiento del Sí Mismo; Warwick Fox: Ecología Transpersonal, Theodor Roszak:
Ecopsicología, Ervin Laszlo: Alianza Holística). Esta perspectiva, permite asumir que la percepción
del mundo que tiene el ser humano y el correspondiente comportamiento, no es una conexión
lógica, sino psicológica tal como afirma Capra (1996).
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Que cada terapeuta integre su modo de ser o, su modo de estar-siendo en el mundo, con su modo
de vivir la psicoterapia, es una de las claves para que pueda contribuir a que el paciente recorra el
camino que va de la heterodependencia al autoapoyo.
Una de las cuestiones que condicionan a la hora de alcanzar una conciencia más clara de cuál es
nuestro estilo terapéutico, reside en descubrir los introyectos o creencias que se tienen respecto
de la forma de llevar a cabo labor psicoterapéutica. En el anexo 1 de este manual, aparece
reseñada una serie de rasgos respecto lo que se puede considerar un terapeuta ideal. A menudo,
el querer alcanzar la perfección, puede conducir a un estado de parálisis que impide actuar en
algún sentido.
También las motivaciones que cada cual tiene para llegar a ser terapeuta van a ser puestas a
prueba en la configuración el estilo propio.
De esta forma, el estilo terapéutico que cada cual desarrolle, va a ser entonces la manifestación
más profunda de la humanidad del terapeuta, es decir, un reflejo de la evolución y crecimiento
que va llevando a cabo como persona.
La relación personal entre paciente y terapeuta es crucial para el proceso de cambio, como
también lo es, que los terapeutas suelen subestimar la importancia de este factor, al mismo
tiempo que sobrestiman el valor de sus contribuciones cognoscitivas. No vale en este plano el
esfuerzo ni el fingimiento. Tratar de mantener una determinada actitud o disimular para mostrar
un estilo que no es vivido como propio, va a ser fuente de distorsiones durante la sesión
terapéutica. La cercanía entre estilo y actitud vital va a determinar el grado de implicación y el
modo de trabajar.
Parece conveniente una última reflexión acerca de la información que aportan el conjunto de
anexos al final de este manual. Hay tantas opiniones respecto de lo que es un estilo terapéutico
adecuado, que se espera haber contribuido a que cada cual constituya el suyo. En este caso, la
mejor expresión sobre el estilo terapéutico es la que propone Caruso (1972) cuando afirma que: El
instrumento básico en la profesión de Médico de Almas es precisamente la propia alma del médico.
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VVIIII.. RReeffeerreenncciiaass BBiibblliiooggrrááffiiccaass
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VVIIIIII.. AAnneexxooss
Anexo 1. El Terapeuta Ideal
Extraído del libro: Psicología Clínica: Conceptos, Métodos y Práctica
(Pág.: 302). De: Phares, E. (1997)
"El terapeuta ideal es: maduro, bien adaptado, compasivo, tolerante, paciente, amable, discreto,
que no elabore juicios de valor, aceptante, permisivo, no crítico, cálido, agradable, interesado en
los seres humanos, respetuoso, que estime y trabaje por una relación interpersonal democrática
con todas las personas, libre de prejuicios raciales y religiosos, que tenga una meta valiosa en la
vida, amistoso, alentador, optimista, fuerte, inteligente, sabio, curioso, creativo, artístico,
orientado hacia la ciencia, competente, confiable, un modelo que el paciente pueda seguir, lleno
de recursos, sensible en términos emocionales, consciente acerca de sí mismo, perspicaz acerca de
sus propios problemas, espontaneo, con sentido del humor, que se sienta seguro de su persona,
maduro acerca del sexo, que crezca y madure de las experiencias vitales, que tenga una alta
tolerancia a la frustración , confiado en sí mismo, relajado, objetivo, autoanalítico, consciente de
sus prejuicios, no servil, humilde, escéptico pero no pesimista o modesto...... del cual se puede
depender, consistente, abierto, honesto, franco, con gran preparación técnica, dedicado en un
sentido profesional y encantador"
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Anexo 2. Advertencias a los terapeutas
Extraído del libro: La Ética del Psicoanálisis
(Pág.: 257) De: Szasz, Thomas (1965)
1. Olvide que es un “experto”
2. Usted es “útil” y “terapéutico” si cumple el contrato
3. Debe conocer bien a su paciente
4. No se deje coaccionar por “emergencias”
5. No equivoque los sentimientos e ideas del paciente sobre usted
6. Su situación de vida y de trabajo debe ser compatible con la práctica de la psicoterapia autónoma
7. No tome notas
8. Usted es responsable de su conducta, no de la del paciente
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Anexo 3. Pilares de la relación terapéutica
Extraído del artículo: La Terapia Según Milton Erickson
De: Jairo Rozo Castillo (2007)
Revista Electrónica PsicologiaCientifica.com
No tener ideas
preconcebidas
sobre el paciente
Este punto subraya la importancia de la observación y, sobre todo, de la no
clasificación clínica. Esto implica una compresión más certera de la
problemática y permite huir de la estrechez de la clasificación para centrarse
únicamente en el universo del paciente
Pretender un
cambio progresivo
Su meta era lograr objetivos concretos para futuros próximos. El terapeuta no
puede aspirar a controlar todo el proceso de cambio del paciente, solo lo
inicia, posteriormente éste sigue su camino, es como una bola de nieve que
rueda por una montaña convirtiéndose en una avalancha que, sin embargo, se
adapta a la forma de la montaña. Para Erickson, la tarea del terapeuta no
consistía en definir una patología, ni en permitir una toma de conciencia, ni en
dirigir la vida de una persona
Establecer el
contacto con el
paciente en su
propio terreno
Esta idea no sólo tiene que ver con la manera cómo Erickson salía de la
consulta e intervenía en la calle o en la casa del paciente, tiene que ver
también con el modo cómo el terapeuta debe entrar en contacto con el
paciente, la forma de establecer una relación con él.
Desarrollar la escucha y dejar a un lado las interpretaciones, con el fin de
poder comprender las particularidades de cada paciente. Escuchar al paciente
implica no encasillarlo en un diagnóstico ni en una categoría teórica, implica
entender su mundo para entrar en él.
Esto supone un trabajo intenso, largas horas de reflexión y paciencia, y
Erickson lo demostró tajantemente cuando empezó a hablar el idioma
incoherente del paciente esquizofrénico y a comunicarse con él en sus mismos
términos. Hablar el lenguaje del paciente, implica no sólo las palabras o su
sintaxis, sino entender su esquema de valores, la imagen que tiene de sí
mismo y del mundo que le rodea, sus miedos y cómo enfrenta los conflictos,
entendiendo lo que dicen y también lo que quieren decir.
Si la persona estaba acostumbrada a que le trataran de una forma dura,
Erickson trataba al paciente de tal forma, era su manera de llegar a contactar
con él, era necesario para la comunicación.
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Crear situaciones
en las que las
personas puedan
darse cuenta de su
propia capacidad
para modificar su
manera de pensar
Para Erickson era fundamental permitir al paciente reconocer sus capacidades,
situándolo en un marco en el que éstas puedan manifestarse. Por lo tanto,
había que dejarle control al paciente de la situación y motivarle para que
ejerciera el cambio.
También era típico de Erickson salir del contexto de la consulta y utilizar
personal auxiliar cercano o no al paciente, para ayudarle a implementar su
acción terapéutica.
Erickson utilizaba el insight aunque de forma diferente al enfoque
psicodinámico.
Erickson nunca ayudaría a un chico enclenque a darse cuenta de que estaba
celoso de su hermano, pero sí le ayudaría a descubrir que era rápido y mucho
más ágil que su grande y musculoso hermano. El enfoque educacional de
Erickson enfatizaba el descubrimiento del lado positivo (más que del negativo)
para producir el insight en el paciente.
Erickson no se concentraba en traumas pasados, se concentraba en un cambio
mediante una acción en el presente. Se centraba detalladamente en los
síntomas; ofrecía cambios en sus pacientes sin su conciencia. Influir sobre la
persona sin que ella supiera que se le estaba influyendo. Por ello, utilizaba
muchas sugestiones fuera de la conciencia del sujeto. Lo hipnotizaba, le daba
sugestiones y les provocaba amnesia para que el efecto se desarrollara sin la
conciencia del paciente.
Erickson utilizaba el moldeamiento de la conducta y usaba técnicas que ahora
se pueden interpretar como conductuales, y mucho antes de que se
descubriesen las terapias del aprendizaje, pero no era conductista en el
sentido estricto de la palabra, según Haley no utilizaba el refuerzo positivo
como se suele hacer en terapia.
Erickson nunca se definió a sí mismo como un terapeuta familiar, gestáltico,
grupal, psicodinámico, Rogeriano o existencial. Al parecer no quería ser
clasificado, pues deseaba maximizar su libertad de acción: ver pacientes con
una amplia gama de recursos y enfoques diferentes.
No basaba sus ideas en la teoría psicodinámica ni usaba la herramienta básica
de ese enfoque, la interpretación inconsciente. Tampoco de la terapia de la
conducta, ni usaba su herramienta principal, el refuerzo positivo explícito. No
aceptaba la teoría sistémica familiar y su idea básica de que el
comportamiento de cualquier miembro en un sistema es el producto del
comportamiento de otro miembro.
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Anexo 4. Condiciones terapéuticas
Extraído del artículo: Aproximación a la Psicoterapia de Carl Rogers.
De: Cesar Vásquez Olcese
Revista Crearte. 3 de Marzo de 2008. Disponible en: http://www.revistarecrearte.net/spip.php?article48)
Según Rogers, las condiciones terapéuticas están presentes y se mantienen si:
•
Existe una relación de contacto entre paciente y terapeuta
•
Existe una situación de angustia y desacuerdo interno en el paciente y una situación de acuerdo
interno en el terapeuta
•
Sentimientos de respeto, comprensión, aceptación incondicional y empatía en el terapeuta; entonces
se pone en marcha, motivada por la tendencia innata a la actualización, cierto proceso que podemos
catalogar de terapéutico, el mismo que constaría de las siguientes características:
-
Aumento en el paciente de la capacidad para expresar sus sentimientos de modo verbal y no
verbal (estos sentimientos expresados se refieren más al Yo)
-
Aumenta también la capacidad de distinguir los objetos de sus sentimientos y de sus
percepciones
-
Los sentimientos que expresa se refieren cada vez más al estado de desacuerdo que existe entre
ciertos elementos de su experiencia y su noción del Yo
-
Llega sentir conscientemente la amenaza que lleva consigo este estado de desacuerdo interno.
La experiencia de amenaza se hace posible gracias a la aceptación incondicional del terapeuta.
Gracias a ello el paciente llega a experimentar plenamente (al convertir el fondo en figura) ciertos
sentimientos que hasta entonces había deformado o no confesado
-
La imagen del Yo (sí mismo, self) cambia, se amplía, hasta permitir la integración de elementos
de la experiencia que no se hacían conscientes o se deformaban
-
A medida que continúa la reorganización de la estructura del Yo, el acuerdo entre esta estructura
y la experiencia total aumenta constantemente. El Yo se vuelve capaz de asimilar elementos de la
experiencia que antes eran demasiado amenazadores para que la conciencia los admitiera. La
conducta se vuelve menos defensiva.
-
El paciente es cada vez más capaz de sentir y admitir la aceptación del terapeuta sin sentirse
amenazado por esta experiencia
-
El paciente siente una actitud de aceptación incondicional respecto a sí mismo
-
Se va dando cuenta que el centro de valoración de su experiencia es él mismo
-
La valoración de su experiencia se hace cada vez menos condicional, y se lleva a cabo sobre la
base de experiencias vividas. El paciente evoluciona hacia un estado de acuerdo interno, de
aceptación de sus experiencias
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El Terapeuta. Características y Formación
Rosemberg sintetiza brillantemente la participación y el rol del terapeuta en el proceso antes mencionado:
"El terapeuta es la verdadera persona que realmente comprende las vacilaciones y debilidades del paciente y
las acepta, sin intentar negarlas o corregirlas. Acepta, aprecia y valora al individuo íntegro, dándole,
incondicionalmente, seguridad y estabilidad en las relaciones que necesita para correr el riesgo de explorar
nuevos sentimientos, actitudes y conductas. El terapeuta respeta a la persona tal como es, con sus
ansiedades y sus miedos, por lo que no le impone criterio alguno sobre como debe ser. La acompaña por el
camino que ella misma se traza, y participa como elemento presente y activo en este proceso de auto
creación, facilitando en todo momento la percepción de los recursos personales, y de los rumbos seguidos
en el camino, tal y como la persona los vivencia" (Rogers y Rosemberg, 1981; Págs. 75-76).
Las características personales que Rogers considera necesarias en todo buen terapeuta que intente
instrumentalizar su enfoque son las siguientes:
a) Capacidad empática;
b) Autenticidad;
c) Consideración positiva incondicional.
Ello induce a pensar que el terapeuta centrado en el paciente no puede ser una persona común y corriente,
sino alguien especial, que cuenta con la tranquilidad y la coherencia internas propias de la persona
autorrealizada, autorrealización que intentará contagiar al paciente. Sin embargo, no debe verse al terapeuta
como una persona superior; es alguien que sencillamente ha logrado dar libre paso a su capacidad de
actualización, y que por lo mismo puede manejar con más eficacia y productividad su campo experiencial y
ayudar a que los otros también lo hagan.
Los rasgos mencionados no son innatos o imposibles de aprender. Rogers y Kinget (1971) consideran que
hasta una persona autoritaria puede desarrollar actitudes no directivas; lo principal, el inicio digamos, es el
deseo real de querer adoptarlas. El proceso restante viene solo y se adquiere en la práctica terapéutica,
aunque puede ser catalizado a través del entrenamiento.
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Anexo 5.
El Arte de Fracasar Como Terapeuta
Extraído del libro: De Tácticas de Poder de Jesucristo y Otros Ensayos
Página 77 y siguientes. De: Haley, J. (1969)
Todavía no tenemos, en el campo de la terapia, una teoría del fracaso. Muchos clínicos suponen que
cualquier psicoterapeuta que se lo proponga puede fracasar. No obstante, estudios recientes sobre el
resultado de la terapia indican que los pacientes mejoran espontáneamente con mayor frecuencia de lo que
se suponía. Estos resultados, a pesar de algunas teorías anteriores, muestran que entre el cincuenta y el
setenta por ciento de los pacientes anotados en listas de espera y pertenecientes a listas de control, no solo
ya no desean tratarse al terminar el período de espera, sino que además se han curado realmente de sus
problemas emocionales. Si estos resultados se confirman en estudios posteriores, un terapeuta
incompetente, con solo sentarse y rascarse en silencio tendrá éxito por lo menos en un cincuenta por ciento
de sus casos. ¿Cómo puede entonces fracasar un terapeuta?
El problema no es irresoluble. Podríamos aceptar el hecho de que un terapeuta tendrá éxito con la mitad de
sus pacientes y hacer lo posible por suministrarle una teoría que le ayude a fracasar con la otra mitad.
También podríamos arriesgarnos y ser más aventurados: algunas tendencias sugieren que el problema
puede enfocarse de un modo más profundo, creando procedimientos para evitar que mejoren aquellos
pacientes que lo hacen espontáneamente. Es obvio que este objetivo no se logrará sin hacer nada. Si
deseamos que un terapeuta sea un verdadero fracaso, debemos crear un programa con el marco ideológico
apropiado que posibilite un entrenamiento sistemático durante un cierto número de años.
Presentaremos un esquema que incluye una serie de procedimientos que permitirán aumentar la
probabilidad de fracasar a cualquier terapeuta. Sin ser exhaustivo, este incluye los factores que la
experiencia señaló como esenciales y que incluso pueden ser utilizados por terapeutas sin talento especial.
1. El camino directo hacia el fracaso se basa en un conjunto de ideas que, si se utilizan combinadas,
son casi infalibles.
Paso A: Insistir en restar importancia al problema que el paciente trae a la terapia. Descartarlo
como un mero “síntoma” y cambiar de tema. De este modo, el terapeuta nunca tendrá que
examinar lo que realmente aqueja al paciente.
Paso B: Rehusarse a tratar directamente el problema que se presenta. Ofrecer en cambio alguna
explicación; decir, por ejemplo, que los síntomas tiene “raíces”, para evitar enfrentarse al problema
que el paciente desea solucionar y por el cual está pagando dinero para ser tratado. De este modo
aumenta la probabilidad de que el paciente no mejore, y las futuras generaciones de terapeutas
podrán seguir ignorando la habilidad específica que se necesita para que la gente supere sus
problemas.
Insistir en que si un problema se alivia aparecerá algo peor. Este mito ayuda a no saber qué hacer
con los síntomas; además fomentará la cooperación de los pacientes creando en éstos el temor a
mejorar.
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Parecería que, de seguir estas directivas, cualquier psicoterapeuta será necesariamente un incapaz,
sea cual fuere su talento natural, ya que no tomará en serio el problema del paciente, ni tratará de
cambiarlo y temerá que la mejoría del problema tenga efectos desastrosos.
Se podría pensar que este conjunto de ideas harían fracasar a cualquier terapeuta; sin embargo, los
cerebros más respetados del campo terapéutico han reconocido que existen todavía otros pasos
necesarios.
2. Es particularmente importante confundir el diagnóstico con la terapia. Un terapeuta puede
parecer un experto científico sin correr el riesgo de tener éxito en los tratamientos; para lograrlo,
basta con utilizar un lenguaje diagnóstico que le haga imposible pensar en procedimientos
terapéuticos. Por ejemplo, uno puede decir que un paciente es agresivo-pasivo, que tiene profundas
necesidades de dependencia, que tiene un Yo débil o que es impulsivo. Ninguna intervención
terapéutica podrá formularse en este lenguaje.
3. Apoyarse en un solo método de tratamiento sin tener en cuenta la diversidad de problemas que
aparecen en el consultorio. A los pacientes que no se adecuan a este método, se los deben
considerar intratables y dejarlos librados a su suerte. Una vez que un método se ha mostrado
reiteradamente ineficaz, no debe ser abandonado. Las personas que experimentan con variantes
deben ser juzgadas con severidad por estar mal entrenadas e ignorar la verdadera naturaleza de la
personalidad humana y de sus trastornos. Incluso, si es necesario, se puede decir que “en el fondo”
son profanos.
4. No poseer una teoría sobre el cambio terapéutico, a menos que sea ambigua e indemostrable. No
obstante, debe estar claro que resulta anti-terapéutico dar a un paciente directivas de cambio;
podría seguirlas y cambiar. Es necesario sugerir que el cambio ocurre espontáneamente, siempre
que los terapeutas y pacientes se comporten de acuerdo con las normas apropiadas. Para aumentar
la necesaria confusión, resulta útil definir la terapia como un procedimiento que permite descubrir
qué anda mal en una persona y las razones por las que eso ocurre. De este modo no se corre el
peligro de que, en forma impredecible, surjan teorías sobre cómo propiciar el cambio. También se
debería insistir en que el cambio ocurre en el interior del paciente: de este modo, como el fenómeno
permanece fuera del campo observable, resulta imposible estudiarlo. Si se acentúa el “trastorno
subyacente” (que debe ser claramente distinguido del “trastorno manifiesto”), no surgirán preguntas
sobre los aspectos desagradables de la relación terapeuta-paciente, ni se hará incluir en el problema
del cambio a personajes sin importancia como, por ejemplo, aquellos con los que el paciente
mantiene vínculos estrechos.
Si los terapeutas en formación insuficientemente entrenados insisten en aprender a propiciar los
cambios, y si un gesto de fastidio ante sus preguntas no los detiene, podría resultar necesario
ofrecerles alguna idea general, ambigua e indemostrable. Se puede decir, por ejemplo, que la tarea
terapéutica consiste en hacer consciente lo inconsciente. La tarea terapéutica se define entonces
como la transformación de una entidad hipotética en otra entidad hipotética, haciendo imposible
lograr algún cambio. La regla fundamental consiste en señalar a los futuros terapeutas que el insight
y la “expresión de afecto” son los factores originadores de cambio; así sentirán que algo ocurre en la
sesión sin arriesgarse a tener éxito. Si alguno de los estudiantes más avanzados insiste en obtener
conocimientos más profundos sobre la técnica terapéutica, resulta útil dar una vaga explicación de
“cómo elaborar la transferencia”. Se permite así a los jóvenes terapeutas una catarsis intelectual;
además, pueden hacer interpretaciones transferenciales y esto les da algo para hacer.
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5. Insistir en que solo muchos años de terapia cambiarán realmente a un paciente. Este paso nos
remite a algunas acciones específicas que deben efectuarse con aquellos pacientes que podrían
mejorar espontáneamente sin tratamiento. Si se los puede convencer de que no se han curado, sino
que solo han huido hacia la salud, es posible ayudarles a recuperar su enfermedad reteniéndoles en
un tratamiento prolongado (siempre se puede sostener que solo un tratamiento a largo plazo puede
curar a un paciente como para que no vuelva a tener más problemas toda su vida).
Afortunadamente, el campo de la terapia no posee una teoría de la sobredosis; por eso un terapeuta
hábil puede mantener a un paciente sin mejorar durante diez años sin que sus colegas protesten, no
importa cuán celosos estén. Aquellos terapeutas que intentan prolongarlo a veinte años deberían ser
felicitados por su coraje si bien considerados temerarios, a menos que vivan en Nueva York.
6. Como paso posterior para dominar a los pacientes que podrían mejorar espontáneamente, es
importante advertirles sobre la frágil naturaleza de la gente y señalar que si mejoran, podrían sufrir
crisis psicóticas o dedicarse a la bebida. Cuando “la patología subyacente” se convierta en el término
más corriente de las clínicas y los consultorios, todos evitarán ayudar a sus pacientes se frenarán si
comienzan a independizarse. Los tratamientos a largo plazo podrán entonces convertirlos en
fracasos terapéuticos. Si aún así parecen mejorar, siempre se los puede distraer poniéndolos en
terapia de grupo.
7. Otro paso para frenar a los pacientes que podrían mejorar espontáneamente consiste en
concentrarse en su pasado.
8. El terapeuta debería interpretar lo que al paciente le resulte más desagradable acerca de sí mismo,
para que le surja culpa y se quede en tratamiento con el fin de resolver dicha culpa.
9. Es posible que la regla más importante sea ignorar el mundo real del paciente y acentuar en cambio
la importancia vital de su infancia, de su dinámica interna y de su fantasía. Se consigue así que ni el
terapeuta ni el paciente traten de cambiar la relación de este último con la familia, los amigos, los
estudios, los vecinos o el tratamiento. Por supuesto que si estas situaciones no se modifican, no
podrá mejorar, y así se garantiza el fracaso mientras se cobra por escuchar interesantes fantasías.
Hablar sobre los sueños resulta una manera agradable de pasar el tiempo, como también
experimentar con las reacciones a distintos tipos de píldoras.
10. Evítense los pobres porque se empeñarán en obtener resultados y no se los puede distraer mediante
conversaciones profundas. Evítense asimismo los esquizofrénicos, a menos que estén bien drogados
y encerrados en la penitenciaría psiquiátrica. Si un terapeuta encara a un esquizofrénico desde el
ángulo familiar y social, tanto el terapeuta como el paciente corren el riesgo de que éste se cure.
11. Es fundamental negarse con firmeza a definir el objetivo terapéutico. Si un terapeuta tiene alguno
en vista, alguien podría preguntarle si lo logró; entonces, la idea de evaluar los resultados surgirá de
la manera más virulenta. Si es imprescindible definir algún objetivo, debe planteárselo de un modo
tan ambiguo y esotérico que cualquiera que pretenda establecer si se ha cumplido abandone,
desalentado, la tarea y se lance a un campo menos confuso, como el existencialismo.
12. Por último, no podemos dejar de destacar que resulta absolutamente imprescindible rehuir la
evaluación de los resultados de la terapia. Si éstos se examinan, la gente que no está totalmente
entrenada tiende a descartar los enfoques que no son eficaces y a desarrollar aquellos que lo son.
La única manera de asegurarse que la técnica terapéutica no mejore y que no se cuestione lo que ya
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ha sido escrito, consiste en ocultar los resultados y evitar cualquier observación sistemática y
continua de los pacientes. Errar es humano, y en la profesión es inevitable que unos pocos
individuos anormales intenten realizar estudios de evaluación. Deben ser cuestionados y condenados
de compresión superficial de lo que ocurre en terapia, que su enfoque sobre la vida humana es
también superficial y que el interés que muestran en los síntomas, en lugar de centrarse en los
problemas de la personalidad profunda, demuestra su tendencia a la simplificación. Como rutina se
los debería eliminar de las instituciones respetables y no otorgarles fondos para investigación. Como
último recurso se los puede colocar bajo tratamiento psicoanalítico, o fusilar.
Evidentemente, este programa de doce pasos hacia el fracaso, a veces llamado el dodecálogo
cotidiano del campo clínico, no excede la capacidad de un psicoterapeuta corriente bien entrenado.
Llevarlo a la práctica tampoco exige cambios importantes en la ideología clínica ni en la práctica
enseñada en nuestras mejores universidades. El programa se enriquecería si contáramos con un
término positivo para describirlo; recomendamos la palabra “dinámica”, porque tiene un sonido
atractivo para la generación más joven. El programa podría llamarse: terapia que expresa los
principios básicos de la Psiquiatría Dinámica, la Psicología Dinámica y el Trabajo Social Dinámico. En
las paredes de todo instituto que formara terapeutas se podría colocar un cartel que dijera:
Los cinco consejos que garantizan el fracaso dinámico:
•
•
•
•
•
Sea
Sea
Sea
Sea
Sea
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pasivo
inactivo
reflexivo
silencioso
precavido
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Anexo 6. Bibliografía recomendada para la consulta
•
La Improvisación en Terapia. Autor (es): Keeney, B.P.
•
Terapia Gestalt. Una Guía de trabajo. Autor (es): Francisco Sánchez.
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