Una pequeña introducción al pastoreo El oficio de pastor en nuestra
Transcripción
Una pequeña introducción al pastoreo El oficio de pastor en nuestra
Una pequeña introducción al pastoreo El oficio de pastor en nuestra tierra se pierde en la noche de los tiempos. Antes de que se configurasen las actuales fronteras y países, antes incluso de que árabes, romanos o visigodos intentasen, con mayor o menor éxito, conquistar este territorio, el pastoreo era ya una actividad con una larga tradición. Hay que remontarse nada menos que hasta la prehistoria, en torno a los años 3.500 y 3.000 a.C., para intentar esbozar el comienzo de un oficio duro y solitario, pero al mismo tiempo apasionante y de una importancia capital dentro de la evolución de nuestra forma de vida. A partir del periodo neolítico, el ser humano fue relegando la caza (que hasta entonces suponía el principal modo de supervivencia) en favor de otras ocupaciones como la ganadería y la agricultura. Al final de ese periodo, la mayoría de los animales que servían de alimento eran animales domesticados, frente a unos pocos que se seguían cazando (en su mayor parte, jabalíes). En consonancia con esa nueva forma de vida sedentaria, el pastoreo también surgió en esta época. Las ovejas, junto a vacas y caballos, estaban en el centro de ese modo de vida sedentario que acababa de nacer. En nuestra tierra, tenemos un testimonio inmejorable de ese nacimiento, en forma de palabras eusquéricas. Así, el euskera sólo contempla dos estaciones al año: verano e invierno (uda y negu). Las otras dos, udaberri (primavera) y udazken (otoño) está claro que son derivaciones del uda primigenio ("comienzo del verano" y "fin del verano", respectivamente). Se le llamaba "uda" a la estación en la que no había nieve y los pastos de la montaña eran abundantes. Por contra, "negu" era el periodo en el que el frío y la climatología adversa obligaban a los pastores a bajar a las llanuras, en busca de alimento para las ovejas. Existe también otro nombre para el otoño, "larrazkena", que literalmente significa "último pasto", ya que es en esta época cuando se acaba el alimento para el ganado en la montaña, y hay que bajar a los valles en busca de prados más verdes. En siglos posteriores, el pastoreo siguió teniendo una importancia capital, y prueba de ello es la gran cantidad de leyendas y mitos que surgieron en nuestra tierra en torno a las ovejas y a los pastores. El estudioso de la cultura vasca por excelencia, José Miguel de Barandiaran, recogió algunas de estas leyendas en su libro "Mitos del pueblo vasco". De entre todos, destaca el personaje mitológico del Basajaun (señor salvaje o señor de la selva), del que se asegura que fue quien enseñó las técnicas del pastoreo a los antiguos vascones. «Según la acepción más generalizada –relata aita Barandiaran–, [la palabra Basajaun] designa a un genio o numen que, en muchos casos, habita en lo más profundo de los bosques y, otras veces, en cavernas situadas en lugares prominentes. Tiene cuerpo alto de forma humana, cubierto de pelo. Su larga cabellera le cae por delante hasta las rodillas, cubriendo la cara, el pecho y el vientre. Uno de sus pies es como los del hombre, el otro tiene planta circular. Es el genio protector de los rebaños. Da gritos en las montañas cuando se acerca alguna tempestad, para que los pastores retiren su ganado. Cuando se halla en un aprisco o en su vecindad, evita que el lobo se acerque. Su presencia es anunciada por las ovejas con una simultánea y colectiva sacudida y sonido de sus cencerros. Entonces los pastores pueden echarse a dormir tranquilos, pues ya saben que, durante aquella noche o aquel día, el lobo, este gran enemigo de los rebaños, no ha de venir a molestarlos». Además de este personaje íntimamente ligado al pastoreo, ovejas y pastores han protagonizado infinidad de cuentos en este rincón del mundo. Cuenta Barandiaran que, en la sima de Okina, el genio o guardián de la misma aparece en forma de oveja, según aseguran las leyendas locales. De entre todas las historias que se cuentan en la zona, el investigador destaca la siguiente: «Un pastor dormía en cierta ocasión a la sombra de unas hayas, mientras sus ovejas se dispersaban por el monte de Oquina, costumbre bastante frecuente entre los de su oficio. Cuando empezó a anochecer, las ovejas se retiraron a un abrigo bajo roca, salvo unas pocas. El pastor fue a buscar las que faltaban, dirigiéndose hacia el lado de donde le parecía que venía un sonido de cencerro. Llegado allí, continuaba oyendo el sonido, pero no veía sus ovejas. Le parecía que el cencerro estaba debajo de sus pies. Avanzó un poco y cayó en el fondo de la sima de Oquina. Allí estaban unas ovejas misteriosas cuyos cencerros sonaban como los de las ovejas del pastor. Éste se apuró, y se acordó de la Virgen de Aránzazu, a la que pidió que le protegiera. A la mañana siguiente se halló debajo del campanario de Aránzazu». Estas historias y leyendas populares, perfectamente descritas por José Miguel de Barandiaran, demuestran el gran arraigo que ha tenido siempre el pastoreo en nuestra tierra, y lo importante que ha sido este oficio para el desarrollo de nuestra civilización. Se trata, sin lugar a dudas, de una labor que hunde sus raíces en la tradición, en las costumbres más antiguas, pero que, debido al transcurrir del tiempo, al desarrollo de la tecnología y a una forma de vida cada vez más acomodada y urbanita, corre el peligro de desaparecer para siempre, al menos en su forma más tradicional y respetuosa con el medio ambiente. En Navarra, un buen ejemplo de esa desaparición supone la trashumancia. Este sistema tradicional de traslado del ganado (desde las montañas pirenaicas hasta los pastos invernales de la Ribera) movilizaba, a comienzos del siglo XX, a unas 100.000 ovejas, mientras que hoy día no llegan a trasladarse más de 20.000 cabezas. La aparición y proliferación de medios de transporte como el camión o el ferrocarril convirtieron en minoría a todos aquellos que optaban por el transporte de los rebaños a pie, por vías denominadas cañadas o ardibideak. Actualmente, se estima que la extensa red de vías pecuarias navarras alcanza los 2.139 km y las 5.613 Ha, aproximadamente. Sin embargo, más que los fríos datos, lo que verdaderamente da testimonio de este peculiar modo de vida en peligro de extinción son las historias particulares. La vida de personas con nombres y apellidos que, como el protagonista del presente libro, han optado por un oficio lleno de peligros y dificultades, pero que abre para nosotros, meros espectadores, una ventana hacia un mundo y un tiempo muy remotos. Un mundo donde no existen las prisas, los horarios ni los plazos, pero sí el peligro, tanto por parte de depredadores y carroñeros como los zorros, lobos o buitres, como de fenómenos meteorológicos en forma de rayos, tormentas o niebla. En medio de todo eso, el pastor. Una figura cercana y lejana al mismo tiempo. Un personaje entrañable, al que conocemos de nuestros pueblos y valles, pero del que desconocemos casi todo. Una persona que representa a todas aquellas que le precedieron y a la que, gracias a la exhaustiva mirada de Iñaki Vergara, podremos empezar a conocer un poco mejor. Ion Orzaiz