Mirando a Jesús - Iglesia La Comunidad

Transcripción

Mirando a Jesús - Iglesia La Comunidad
Mirando a Jesús
Nuestro propósito como hijos de Dios
(Hebreos 12:1-2)
José Rocha Vacaflor
Introducción
Cumplimos un año más como iglesia. Ya son 19 años desde que comenzamos a reunirnos.
Pero ¿cuál es el propósito de la iglesia? Bueno, tenemos el propósito de la iglesia en los boletines,
tratamos de recordar ese propósito, a los hermanos, cada cierto tiempo. Y el propósito que
tenemos en la iglesia es “Glorificar a Dios ayudando a incrédulos a conocer a Cristo y que lleguen
a ser discípulos maduros de Él.
Pero ¿cómo llegamos a hacer esto? ¿Cómo le podemos dar gloria a Dios ayudando a las
personas que no le conocen para que lleguen a ser discípulos maduros de Cristo?
Muchas veces podemos tener buenas intenciones y hacemos las cosas en nuestras fuerzas.
Nos esforzamos por traer personas a la iglesia, nos esforzamos tratando de servir a las personas,
sea en un ministerio en la iglesia o con lo que hacemos en el trabajo, en el colegio, en la
universidad, en nuestra casa o en la calle. Tratamos de predicarles el evangelio, en los tiempos
que se nos presentan.
Nos esforzamos porque debemos tener un tiempo devocional, porque debemos orar,
debemos leer la Biblia. Tratamos de asistir a las actividades de la iglesia, periódicamente o tal vez
solo cuando nuestras muchas actividades nos lo permiten.
Y todas esas cosas están bien. Son parte de dar gloria a Dios, de la vida cristiana, de una
vida que trata de agradar a Dios. Pero surge una nueva pregunta ¿cuál es la motivación que
tenemos para hacer estas cosas? ¿Estamos buscando agradar a Dios con lo que hacemos?
¿Hacemos estas cosas esperando recompensa futura? ¿Qué nos motiva a tener una vida como
hijos de Dios?
Cuando hablamos de que queremos dar Gloria a Dios ayudando a que incrédulos conozcan
a Cristo y lleguen a ser discípulos maduros de Él ¿cuál es el concepto de cristianismo que tenemos?
1
Es una pregunta que debemos hacernos, porque podemos llevar a las personas por el
camino del Señor a ser verdaderos hijos de Dios, o podemos llevar a las personas a vivir un engaño,
en el que piensan que son hijos de Dios pero no lo son.
Y la diferencia está en cómo estamos viviendo nuestra vida como cristianos. Podemos vivir
una vida que está centrada en lo que nosotros pensamos que debemos hacer como hijos de Dios,
o podemos vivir una vida que está centrada en lo que el Señor nos dice y nos muestra que
debemos hacer como hijos de Dios.
En el primer caso, vivimos en una religiosidad donde todo lo que hacemos está apuntando
a lo que esperamos recibir, aceptación de Dios, premios a futuro, reconocimiento de las personas,
es decir, una vida centrada en nosotros mismos.
En el segundo caso vivimos una vida agradable a Dios, donde todo lo que hacemos es el
resultado de lo que Dios ha hecho y está haciendo en nuestras vidas a través del poder de su
evangelio.
Estamos leyendo un libro con los ancianos, y también con los hombres, que habla de vivir
en el poder del Evangelio. En este libro se muestra, de forma bien clara, cuán fácilmente podemos
caer, o ya hemos caído, en un fariseísmo moderno, donde decimos que hemos recibido a Cristo
por gracia, a través de la fe que Él nos ha dado, pero ahora nos toca vivir por las obras.
Es esa forma de pensar que nos hunde en la religiosidad, que es tan dañina para las
personas y para la vida de la iglesia. Y lo triste que, en la mayoría de los casos, eso es lo que
transmitimos a las personas. ¿Por qué? Porque estamos viviendo en torno a nosotros mismos.
Cuando el autor de Hebreos escribe, en el capítulo 12, los versículos 1 y 2 nos muestra la
clave para vivir esa vida que verdaderamente agrada a Dios, donde todo lo que hacemos es el
resultado de lo que Dios ha hecho, y lo que Él quiere hacer, en nuestras vidas.
Heb 12:1-2 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande
nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos
enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante, 2
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puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe; quien por el gozo que tenía
por delante sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha sentado a la diestra
del trono de Dios.
Es hermoso ver cómo la Palabra de Dios nos muestra cómo Él quiere que andemos. Decía
que el problema principal de la religiosidad es que estamos viendo a nosotros mismos. Hacemos
todo buscando un beneficio propio, en nuestras propias fuerzas. Contrariamente la Palabra de
Dios dice que deberíamos vivir mirando a Jesús.
Y Dios, a través del autor de Hebreos nos muestra el ejemplo en los verdaderos hijos de
Dios. Nos exhorta a dejar todo lo que nos amarra, a correr la carrera, mirando hacia la Meta, que
es Jesús, nuestro ejemplo supremo y nuestro Salvador.
Y el versículo 1 de Hebreos 12 dice: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor
nuestro tan grande nube de testigos ...”
1.
El ejemplo de los hijos de Dios
En todo el capítulo 11 de la carta a los Hebreos podemos ver esa grande nube de testigos.
Muchos de los editores han puesto como título a ese pasaje: “los héroes de la fe”. Aunque tal vez
el calificativo héroes no va tanto en relación con la obra de Dios, porque aquí el héroe es Él y no
las personas.
Hebreos 11 habla de Abel, de Enoc, de Noé, Abraham, Sara, Isaac, Jacob, José, los padres
de Moisés, Moisés, Rahab, y dice el autor de Hebreos que le faltaría tiempo para contar lo que
sucedió con personas como Gedeón, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas.
¿Qué tenían en común estas personas? Básicamente dos cosas. (1) La primera es que eran
pecadores. En mayor o menor medida todos eran pecadores. Y no es que quiero poner una
medida a nuestro pecado, pero podemos ver una diferencia entre la vida de Enoc y la de Sansón.
Ambos están mencionados en esta lista.
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Una persona como Enoc que, como dice Génesis 5:24 que caminó con Dios y desapareció
porque Dios lo llevó consigo, y en Hebreos 11:5 dice que: “Por la fe Enoc fue trasladado para no
ver la muerte y no fue hallado, porque Dios le había trasladado. Antes de su traslado, recibió
testimonio de haber agradado a Dios”.
Por otro lado está Sansón, cuya historia está mencionada en Jueces del 13 al 16, alguien
que hizo muchas cosas terribles. Sin embargo Dios lo escogió y lo usó para cumplir sus propósitos.
Y tengo que confesarles que hace algunos años hice un estudio de Sansón, y con todas las
actitudes y sus obras terribles, yo tenía la certeza de que él no era uno hijo de Dios.
Pero es increíble que Sansón sea mencionado entre las personas de la fe en Hebreos, junto
con Enoc, o con Moisés, porque no es lo que nosotros somos o lo que hacemos lo que determina
nuestra posición ante el Señor o nuestra Salvación, sino lo que el Señor decide hacer en nuestras
vidas.
Si nuestra salvación y nuestra vida cristiana estaría fundamentada en nuestros logros y
posibilidades, obviamente personas como Sansón, o como Jacob, como David, o como cualquiera
de nosotros, estaríamos listos para el infierno.
Me gustó mucho lo que dice Jerry Cross acerca Moisés, David y Pablo. Hay algo que los
une, algo que tienen en común. ¿saben qué es? Los tres eran asesinos. Moisés mató a un Egipcio,
al ver que éste maltrataba a un hebreo. David hizo matar a Urías, para tapar el pecado que había
cometido con Betsabé, la mujer de Urías, y Pablo persiguió a la iglesia y consintió la muerte de
Esteban, además de llevar a muchos otros cristianos a la cárcel, donde seguro también fueron
ejecutados.
Pero gracias a Dios que no dependemos de nuestras propias fuerzas y nuestras obras, sino
de lo que el Señor está haciendo en nuestras vidas, y de los cambios que suceden en nuestras vidas
por la obra de su Espíritu Santo, a través de la iluminación de su Palabra.
Y esto nos muestra lo segundo que tienen en común todas estas personas y es que (2)
todos estaban mirando algo, todos tenían puesta su fe en alguien. Todos depositaron su plena
confianza en Dios. Dios obró en sus vidas y ellos entendieron y afirmaron que Él era el Dios
4
Todopoderoso y Fiel que había prometido, por sobre todas las cosas, el Salvador que iba a pisar
la cabeza del engañador, de la serpiente. Que les haya prometido un hijo, que les haya prometido
una gran descendencia o un territorio, era algo sumamente importante, porque allí ellos
mostraron su confianza de forma práctica, pero ellos confiaban en la fidelidad absoluta de Dios
y tenían su mirada puesta en la Cruz de Cristo, aunque para ellos era algo difuso, era algo que
realmente estaban esperando y es por eso que Hebreos 11:1 dice que: “La fe es la constancia de
las cosas que se esperan y la convicción de los hechos que no se ven”.
Todos estos hijos de Dios, tenían certeza de lo que esperaban, aunque no podían ver la
cruz, tenían la convicción de que la promesa de Dios se iba a cumplir, de proveer un Salvador. Ellos
miraban para adelante, confiando y esperando el cumplimiento de esa promesa, de la promesa
del Dios Fiel.
Nosotros tenemos el privilegio de tener la imagen clara de la cruz, la promesa ya cumplida.
Hebreos 11 dice que ellos murieron sin recibir el cumplimiento de la promesa. El Salvador ya ha
venido, ya ha muerto por nuestros pecados y también ha resucitado.
Teniendo entonces tantos testigos de los cuales podemos leer en las Escrituras, como dice
el versículo 1, una gran nube de testigos, y teniendo el cumplimiento de la promesa, podemos vivir
en esa misma fe en el Señor, teniendo esa misma confianza. Y entonces el versículo 12:1 continúa
diciendo: “ ... despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, ...”
2.
Dejando lo que nos enreda
Nuestra confianza está en el Señor y su obra de amor. Tenemos plena confianza en que
Él es Fiel, y que ha enviado a Jesús para salvarnos. Vemos los muchos ejemplos de hombres y
mujeres de Dios que vivieron confiando en Él, viendo hacia adelante. Entonces debemos
despojarnos de todo lo que nos enreda, de todo lo que nos amarra y no nos deja avanzar.
¿Cómo hacemos esto? ¿cómo despojarnos de ese peso y pecado que tan fácilmente nos
enreda? ¿Qué es lo que tenemos que hacer?
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Muchas veces, yo diría casi todas las veces, creemos y afirmamos que la Salvación es por
gracia, pero luego de recibir la salvación queremos correr en nuestro propio esfuerzo. Queremos
despojarnos de todo peso y del pecado poniendo todo de nosotros. Y es loable pero lamentable,
porque confiamos en el Señor para Salvación, pero confiamos en nosotros para vivir la vida
cristiana.
Queremos vencer el pecado porque nos lo hemos propuesto. Queremos dejar cosas que
ocupan nuestra mente porque eso es lo que debería hacer un cristiano y bregamos tratando de
hacer estas cosas en nuestras propias fuerzas. ¿Acaso eso está mal? ¿No deberíamos hacer
nosotros algo ya que el Señor nos ha dado salvación?
¿Qué pasó cuando Abraham decidió en “obediencia” tomar las cosas en sus manos? Vio
sus posibilidades y, junto con Sara, trataron de ayudar a que la voluntad de Dios se cumpliera.
¿Qué dice Pablo al respecto? Gálatas 4:22-23 dice: “Porque escrito está que Abraham tuvo dos
hijos: uno de la esclava y otro de la libre. Pero mientras que el de la esclava nació según la carne,
el de la libre nació por medio de la promesa”.
Ismael fue el resultado del propio esfuerzo de Abraham y Sara. Ellos vieron sus
posibilidades, vieron que ya no podían porque estaban viejos, entonces hicieron lo más lógico.
Usaron la tradición de su tiempo para cumplir lo que Dios había prometido. Sin embargo, en el
tiempo de Dios, Él cumplió la promesa y nació Isaac, el hijo de la promesa. Fue la obra de Dios en
la vejez y la esterilidad de Sara. Isaac nació por medio de la promesa.
Tuvieron que despojarse de todo el peso y pecado que los enredaba y no permitía que
avancen. Se dieron cuenta de su miseria, de que no podían hacer nada en sus propias fuerzas. Lo
mejor que había podido hacer, al permitir que Agar tuviera un hijo de Abraham, se convirtió en
un problema.
Dios les había prometido un hijo, y ellos trataron de hacer lo mejor que podían. Pero no
era lo que quería Dios. Y esto muestra que, nuestro mejor esfuerzo, lo que podemos hacer en
nuestras propias fuerzas, como dice Isaías 64:6 es como un trapo de inmundicia.
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Y es justo lo que Jesús condenaba de los fariseos. Ellos hacían lo mejor que podían. Eran
los mejores ciudadanos, eran un ejemplo de moralidad, pero todo eso lo hacían en su propio
esfuerzo.
Pero es justo de eso que debemos despojarnos, de nuestras “buenas obras” de nuestros
mejores esfuerzos, y no solo de nuestro pecado. Debemos arrepentirnos de nuestros pecados y
de nuestras propias obras de justicia. Es cuando reconocemos que no tenemos mérito alguno para
hacer las cosas que nos damos cuenta de nuestra pobreza espiritual. Por eso, en Mateo 5:3 dice
que son bienaventurados los pobres en espíritu porque es de ellos el Reino de los Cielos.
Si no entendemos que estamos en una total pobreza espiritual no vamos a poder
despojarnos de todo el peso y del pecado. Es cuando vemos que Dios no sólo no salva por gracia,
sino que también nos hace vivir por gracia que dejamos de lado todo lo que nos enreda y no nos
hace avanzar. Pero el pasaje sigue y dice: “... despojémonos de todo peso y del pecado que tan
fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante ...
3.
Corriendo la carrera
El autor de Hebreos nos dice que debemos correr la carrera que tenemos por delante.
Compara la vida del hijo de Dios con una carrera. Esta era una figura muy clara para los oyentes
de esta carta. La cultura griega se había difundido por todo el mundo conocido y las carreras eran
muy comunes. Para éstas, los participantes corrían con muy poca ropa, o directamente sin ropa,
de forma que esta no les estorbe por el peso o porque pueda enredarse.
¿Cómo dice que debemos correr esta carrera? Ya vimos cómo deberíamos despojarnos del
peso y del pecado, pero también dice que debemos correr con perseverancia. Y aquí nuevamente
podríamos pensar que esta carrera necesita de nuestro esfuerzo propio, para poder llegar a la
meta. Nuevamente la Palabra de Dios nos dice que esta carrera, debemos correrla en el poder del
Señor. Filipenses 2:13 dice: “porque Dios es el que produce en vosotros tanto el querer como el
hacer, para cumplir su buena voluntad” y también Filipenses 1:6 es bien claro cuando dice: “...
estando convencido de esto: que el que en vosotros comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta
el día de Cristo Jesús”.
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Es decir, es Dios dándonos la Salvación, es Dios proveyendo la solución para despojarnos
del peso y del pecado, como hijos de Dios, y es Dios produciendo en nosotros la perseverancia que
requerimos para avanzar en la carrera que tenemos.
Y es lo que el Señor quiere que hagamos. Es el ejemplo que vemos en esa gran nube de
testigos, en esas personas que perseveraron en la fe. Y al principio vimos cómo lo hicieron ellos
y eso es lo mismo que nos dice este pasaje en el versículo 2: “... puestos los ojos en Jesús, el autor
y consumador de la fe; quien por el gozo que tenía por delante sufrió la cruz, menospreciando el
oprobio, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios”.
4.
Mirando a Jesús
¿Qué hacían las personas que esperaban en fe la promesa que Dios había hecho? Miraban
hacia la cruz, esperaban al Mesías, el Salvador que Dios había prometido. Tenían la promesa, pero
todavía no se había cumplido, pero confiaban plenamente en el Señor y tenían plena certeza de
lo que Iba a suceder.
¿Qué es lo que nosotros debíamos hacer? Mirar a Jesús, poner nuestros ojos en Él.
Mirando a Jesús, mirando a la Cruz, vamos a poder vivir en la voluntad del Señor.
¿Cuál es nuestra meta? Efesios 4:13 dice: “hasta que todos alcancemos la unidad de la fe
y del conocimiento del Hijo de Dios, hasta ser un hombre de plena madurez, hasta la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo”.
Al correr la carrera debemos mirar nuestra meta. Los corredores deben enfocarse en la
meta, si se enfocan en otra cosa, si vuelcan la cabeza y miran quién los sigue, es muy probable que
no ganen la carrera o que incluso no terminen la carrera.
Si no miramos la meta es bien fácil que nos salgamos del camino. Es como cuando en los
dibujos animados en una carrera borran un pedazo del rayado de camino y le cambian la dirección.
Obviamente si no miramos la meta pronto vamos a desviarnos por el pintado que han hecho y
vamos a llegar a otro lugar.
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Entonces ¿Por qué mirar a Cristo? Porque es nuestra meta y porque es nuestro ejemplo
supremo.
a.
Nuestro ejemplo supremo
Él mismo miraba hacia la cruz, pero no para Salvación. Como dice el pasaje: “quien por el
gozo que tenía por delante sufrió la cruz”. Sabía a qué había venido. Les dijo a sus discípulos a qué
había venido. Sabía que a través de la Cruz ponía a disposición del hombre la Salvación que había
sido prometida desde el jardín del Edén. Sabía que ese terrible sufrimiento luego traería gran
gozo, gozo para Él y gozo para los que habían confiado en la promesa y para los que iban a confiar
en Él como Señor y Salvador.
Él es nuestro ejemplo supremo y es por eso que Pablo dice en 1 Corintios 11:1: “imítenme
a mí como yo imito a Jesús”. Jesús vivió una vida perfecta, de acuerdo a la voluntad de Dios, bajo
el poder el Espíritu Santo. Es lo mismo que nosotros debemos hacer: ponernos bajo el poder
amoroso de nuestro Señor y, nuevamente, no es algo que debemos tratar de hacer en nuestras
propias fuerzas sino que debemos hacerlo en el poder de nuestro Señor.
b.
Nuestro Salvador
Y el pasaje también dice que Él es el autor y el consumador de la fe. Él es quien ha provisto,
a través de su muerte y su resurrección, la forma de que seamos salvos, de que vivamos una vida
agradable al Señor y que tengamos la esperanza de que un día resucitaremos o seremos
transformados para vivir por la eternidad con nuestro Señor.
Al ser nuestro Salvador no solo nos da la posibilidad de restaurar nuestra relación con Dios,
que estaba rota por nuestro pecado. También nos da el poder para vivir una vida agradable al
Señor. Pero también la esperanza y la certeza de que lo que Él ha comenzado lo va a terminar,
porque Él ha puesto su sello que nos garantiza la futura herencia venidera que nos espera cuando
el Señor vuelva por su iglesia.
9
Conclusión
¿Qué tiene que ver todo esto con el propósito de nuestra iglesia? Hemos dicho que como
iglesia existimos para glorificar a Dios ayudando a los incrédulos a conocer a Cristo y que lleguen
a ser discípulos maduros de Él.
Si no miramos a Jesús y si no vivimos esa fe de los verdaderos hijos de Dios ¿cómo
podríamos glorificarle a Él? Si no vivimos el poder del Evangelio en nuestras vidas ¿cómo podemos
ayudar a los incrédulos a conocer a Cristo y que lleguen a ser discípulos maduros de Él?.
Para poder cumplir con nuestro propósito como iglesia como individuos, primero
deberíamos ver cómo estamos nosotros. ¿Vivimos en el poder del Evangelio? La exhortación es
en la Biblia es siempre que velemos primero por nosotros mismos (Hechos 20:28, Gálatas 6:1). De
lo contrario podríamos estar enseñando a las personas cristianismo con moralismo, un cáncer que
Pablo quiso combatir en muchas iglesias en el siglo I.
Si queremos que este propósito sea una realidad para nuestra iglesia, si queremos ser parte
del propósito de la iglesia de Cristo en la tierra, debemos vivir como verdaderos hijos de Dios, cada
día, cada momento en el poder del Evangelio, como personas de fe, mirando a Jesús, a través de
quien nos da todo lo que necesitamos para vivir una vida agradable a través de nuestro Salvador.
¿Somos parte de ese propósito? ¿Cómo está nuestra vida?
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