Fuera del coche, la lluvia caía torrencialmente. Tomó un sorbo de

Transcripción

Fuera del coche, la lluvia caía torrencialmente. Tomó un sorbo de
Fuera del coche, la lluvia caía torrencialmente. Tomó un sorbo de café del vaso de
plástico y encendió un cigarrillo, subiéndose las solapas de la gabardina pensó que le
esperaba otra noche larga. Alzó la mirada hacia las ventanas del tercer piso pero todo
estaba oscuro, seguro que aún no había llegado. Se estaba quedando helado, mas le
valdría volver más tarde e ir a comer algo. Llevaba tres horas apostado en la calle, y
nada. A lo mejor no volvía esa noche. Esbozó una amarga sonrisa, seguro que había
salido con el amiguito de turno.
Meneó la cabeza desalentado. A quien se le ocurría enamorarse de una cliente. Recordó
el primer día que entró en su mugrienta oficina para contratar sus servicios como
detective, le había deslumbrado con su larga melena, su esbelta figura y sus altos
tacones. El estaba comiéndose un sándwich cuando su secretaria la hizo entrar, y en
comparación con ella se sintió sucio y vulgar. Después, cuando le explicó el caso
mientras exhalaba el humo de sus labios, sujetando el cigarrillo con una mano blanca de
largas uñas rojas, ya no tuvo remedio, le atrapó para siempre con su problema y con sus
largas pestañas. Ella y su petición, era lo mas excitante que le había surgido investigar
en años, así que aceptó. Y ahí estaba, metido en el coche bajo la lluvia desde hace tres
horas, con un café frío y un cigarrillo, maldiciendo en silencio su mala suerte. Aquel
grito desgarrador le heló la sangre. Su instinto que nunca le fallaba, le dio la certeza de
que alguien había sido asesinado en el tercer piso, de ahí había salido sin duda, el grito
de mujer. Salió rápidamente del coche y se lanzó escaleras arriba, mientras el corazón le
martilleaba en el pecho. Cuando llegó hasta la puerta la forzó y avanzó con paso
decidido, aunque cauteloso, hasta el salón. Cuando llegó allí, delante de sus ojos
apareció el escenario de un crimen, muebles volcados, papeles revueltos, la ventana
abierta con el visillo ondeando al viento y detrás del sofá, asomando en una especie de
macabro saludo, una mano blanca de largas uñas rojas.

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