02 - Balestra - Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas

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02 - Balestra - Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas
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ACADEMIA NACIONAL
DE CIENCIAS MORALES
Y POLÍTICAS
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Tapas Separatas
BUENOS AIRES
2006
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LA ARDUA TAREA MORAL
Conferencia del Dr. René Balestra,
al incorporarse como miembro de número a la
Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas,
en sesión pública del 5 de abril de 2006
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Las ideas que se exponen en esta publicación son de exclusiva responsabilidad
de los autores, y no reflejan necesariamente la opinión de la Academia
Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Fotografía de portada de Marcos Chamudes
ISSN: 0325-4763
Hecho el depósito legal
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Avenida Alvear 1711, P.B. - Tel. y fax 4811-2049
(1014) Buenos Aires - República Argentina
[email protected]
Se terminó de imprimir en Talleres Gráficos de Roberto Peiró
Solís 2116 - Capital Federal en el mes de mayo de 2006.
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JUNTA DIRECTIVA 2005 / 2006
Presidente . . . . . . . . . . . . . .
Vicepresidente . . . . . . . . . . .
Secretario . . . . . . . . . . . . . .
Tesorero . . . . . . . . . . . . . . .
Prosecretario . . . . . . . . . . .
Protesorero . . . . . . . . . . . . .
Académico Gregorio Badeni
Académico Alberto Rodríguez Varela
Académico Hugo O. M. Obiglio
Académico Jorge Emilio Gallardo
Académico Isidoro J. Ruiz Moreno
Académico Horacio Sanguinetti
ACADÉMICOS DE NÚMERO
Nómina
Fecha de
Patrono
nombramiento
Dr. Segundo V. LINARES QUINTANA . 03-08-76 Mariano Moreno
Dr. Horacio A. GARCÍA BELSUNCE . 21-11-79 Rodolfo Rivarola
Dr. Pedro J. FRÍAS . . . . . . . . . . . . . . . 10-12-80 Estanislao Zeballos
Dr. Alberto RODRÍGUEZ VARELA . . 28-07-82 Pedro E. Aramburu
Dr. Natalio R. BOTANA . . . . . . . . . . . 11-07-84 Fray Mamerto Esquiú
Dr. Ezequiel GALLO . . . . . . . . . . . . . 10-07-85 Vicente López y Planes
Dr. Horacio SANGUINETTI . . . . . . . . 10-07-85 Julio A. Roca
Dr. Carlos María BIDEGAIN . . . . . . . 25-06-86 Fray Justo Santa María de Oro
Dr. Carlos A. FLORIA . . . . . . . . . . . . 22-04-87 Adolfo Bioy
Dr. Leonardo MC LEAN . . . . . . . . . . . 22-04-87 Juan B. Justo
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Fecha de
Patrono
nombramiento
Monseñor Dr. Gustavo PONFERRADA . 22-04-87
Nicolás Avellaneda
Dr. Gerardo ANCAROLA . . . . . . . . . . . 18-12-92
José Manuel Estrada
Dr. Gregorio BADENI . . . . . . . . . . . . . . 18-12-92
Juan Bautista Alberdi
Dr. Eduardo MARTIRÉ . . . . . . . . . . . . . 18-12-92
Vicente Fidel López
Dr. Isidoro J. RUIZ MORENO . . . . . . . . 18-12-92
Bernardino Rivadavia
Dr. Jorge R. VANOSSI . . . . . . . . . . . . . . 18-12-92
Juan M. Gutiérrez
Dr. Félix LUNA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23-04-97
Roque Sáenz Peña
Dr. Víctor MASSUH . . . . . . . . . . . . . . . 23-04-97
Domingo F. Sarmiento
Dr. Hugo O. M. OBIGLIO . . . . . . . . . . . 23-04-97
Miguel de Andrea
Dr. Alberto RODRÍGUEZ GALÁN . . . . 23-04-97
Manuel Belgrano
Dr. Fernando N. BARRANCOS Y VEDIA 28-04-99
Benjamín Gorostiaga
Dr. Dardo PÉREZ GUILHOU . . . . . . . . 28-04-99
José de San Martín
Dr. Adolfo Edgardo BUSCAGLIA . . . . . 10-11-99
Dalmacio Vélez Sarsfield
Dr. Juan R. AGUIRRE LANARI . . . . . . 27-11-02
Justo José de Urquiza
Dr. Bartolomé de VEDIA . . . . . . . . . . . . 27-11-02
Carlos Pellegrini
Dr. Carlos Manuel MUÑIZ . . . . . . . . . . 24-09-03
Nicolás Matienzo
Dr. Miguel M. PADILLA . . . . . . . . . . . . 24-09-03
Bartolomé Mitre
Sr. Jorge Emilio GALLARDO . . . . . . . . 14-04-04
Antonio Bermejo
Dr. René BALESTRA . . . . . . . . . . . . . . 14-09-05
Esteban Echeverría
Embajador Carlos ORTIZ DE ROZAS . . 14-09-05
Ángel Gallardo
Dr. Rosendo FRAGA . . . . . . . . . . . . . . . 14-09-05
Cornelio Saavedra
Dr. Juan Vicente SOLA . . . . . . . . . . . . . 14-09-05
Deán Gregorio Funes
Dr. Alberto DALLA VÍA . . . . . . . . . . . . 14-09-05
Félix Frías
Dr. Mario Daniel SERRAFERO . . . . . . . 14-09-05
José M. Paz
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Apertura del acto a cargo del
académico Presidente Dr. Gregorio Badeni
La Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas
concreta hoy la primera sesión pública del corriente año. En esta
oportunidad, se honra y enriquece en grado sumo, con la incorporación a su claustro a su nuevo miembro de número, el doctor
René Balestra.
En el nombre de esta ilustre corporación, tengo el grato
honor de dar la más cordial bienvenida a tan calificada como
prestigiosa personalidad, así como también de formular nuestro
reconocimiento por el compromiso que ello conlleva de aportar
su valiosa colaboración, avalada por sus relevantes condiciones
morales e intelectuales que lo destacan en los ámbitos científicos
del país.
Al saludar cordialmente al nuevo miembro de número y
expresarle las más efusivas congratulaciones, le deseamos el
mayor de los éxitos en las empinadas funciones que asume.
El discurso de presentación del nuevo miembro estará a
cargo del académico doctor Gerardo Ancarola y el recipiendario
disertará sobre el tema “La ardua tarea moral”.
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Palabras de presentación a cargo del
académico de número Dr. Gerardo Ancarola
Con la reunión de esta tarde, comienza el ciclo académico
de nuestra Corporación y lo hacemos con el acto más abierto y
más promisorio, como es la incorporación del nuevo miembro titular que, de ahora en adelante, nos acompañará en nuestras tareas específicas, tareas de análisis, investigación y estudio que,
los que provenimos de distintos horizontes profesionales e intelectuales, desarrollamos calladamente, desde la fundación de la
Academia, en el año 1938.
Una Academia que desde sus comienzos, en una Argentina
próspera, culta y rica, que entonces estaba a la vanguardia del
mundo, mostró un abanico de personalidades con diferentes perspectivas espirituales. Repárese –y daré muy pocos ejemplos, pero que serán definitorios– que su primer Presidente fue Rodolfo
Rivarola –jurista, pedagogo, filósofo, politólogo e historiador–,
considerado una figura excepcional de su época y de un claro perfil laboral, al que acompañaban, entre otros, Monseñor Miguel
De Andrea –el lúcido obispo con inquietudes sociales–, que consideraba que en política el catolicismo sólo era compatible con la
democracia y Alfredo L. Palacios –el socialista romántico– que
en su larga vida fue un infalible defensor de las libertades públicas. Es decir, que desde sus orígenes mismos, nuestra institución
consideró que la vida cultural se enriquece y solo progresa con el
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pluralismo ideológico y con la confrontación de las doctrinas, en
un clima de libertad y de respeto por las opiniones ajenas, porque
es bueno aquí volver a recordar la hermosa y sugestiva frase de
San Agustín, y que para mi, ha sido la regla de oro de mi labor intelectual: “La verdad, cualquiera sea el lugar en que se encuentra,
pertenece al Señor”.
Ahora, le abrimos las puertas al doctor René Balestra que
ha militado desde su juventud en las filas del socialismo democrático, agrupación de la que a esta Academia han ingresado figuras partidarias de relevancia, no sólo del mencionado Alfredo Palacios, sino también de Juan Antonio Solari, Carlos Sánchez
Viamonte y Américo Ghioldi, este último quizá uno de los dirigentes políticos argentinos más completo de las últimas décadas
del siglo XX, y con quién mantuve una cálida amistad.
Ese socialismo humanista, ha tenido una importancia decisiva en la consolidación del sistema democrático en occidente y
en su concreción jurídica que es el Estado de Derecho, tal como
lo reconoció en mayo de 2004 el actual Sumo Pontífice Benedicto XVI, en el notable discurso que pronunció en el Senado Italiano, al afirmar que en los fundamentos espirituales sobre los que
reposa la Europa actual, el socialismo democrático “ha contribuido considerablemente a la formación de la conciencia social”.
Pero el doctor Balestra no agota su personalidad en el campo de la política práctica donde ha hecho un pleno Cursus Honorum, que lo llevó a ser candidato a diversos cargos, ocupando entre 1991 y 1995 y entre 1997 y 2001 una banca de Diputado
Nacional en el Congreso, hasta integrar en los comicios 1983, la
formula presidencial, acompañando precisamente a Américo
Ghioldi.
Además, espigando su currículum –en el que no me detendré porque, dado lo extenso, sería aquí fatigoso– se advierte que
a la política práctica le agregó en el plano teórico, en libros, ensayos y folletos, agudos análisis que lo destacan como un “observador comprometido”, para utilizar una expresión grata a su ad8
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mirado Raymond Aron, a lo que debe sumarse que, adornado de
inusuales dotes oratorias, ha ocupado y ocupa con frecuencia,
distintas tribunas con señalado suceso.
En el ámbito de la enseñanza sistemática, ha recorrido también una fecunda trayectoria académica, desempeñándose como
profesor titular de Derecho Constitucional y materias afines en la
Universidad Nacional de Rosario entre 1960 y 1990. En la Universidad de Belgrano, entre 1985 y 1990, ocupó la titularidad de
Ciencia Política, en la Licenciatura de esa especialidad y en la
misma casa de altos estudios tiene actualmente a su cargo la dirección del Doctorado en Ciencia Política.
Y por si todo eso no fuera suficiente, el doctor Balestra ha
considerado, y con razón, que en esta sociedad mediática en la
que vivimos, los medios de comunicación han cambiado nuestra
forma de ser y de existir, por lo que tanto la televisión –de notable influencia en la vida cotidiana– como el periodismo escrito,
son tribunas que deben utilizarse para difundir las ideas, educar
al pueblo y defender las libertades públicas. Y en ese sentido, es
una de las pocas voces insobornables –en una Argentina de los
días actuales con la mayoría de su dirigencia afónica– que con valentía y agudeza, no exenta de ironía, clama por el regreso a la racionalidad política, para acceder así a ese mínimo de calidad institucional, de la que hoy carecemos.
Señores académicos, señoras y señores: El nuevo titular
ocupará el sillón que lleva como patrono a Esteban Echeverría, el
jefe indiscutido de la generación del ‘37, que junto a la del ‘80,
son las que modelaron la grandeza de nuestro país en el siglo
XIX. Además, Echeverría, en su “Dogma Socialista”, esboza entre nosotros el primer programa integral de organización política,
en base a una democracia como forma de vida; y como escritor
fue el autor de “El Matadero”, ese cuento de violencia y de sangre, que inaugura la literatura realista en el Río de la Plata, que es
una de las páginas más lapidarias contra la dictadura de Rosas.
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Y en el sitial, sucederá al doctor Alberto Spota, un republicano apasionado, un notable constitucionalista, un profesor inolvidable y un académico laborioso, que ocupó aquí cargos de relevancia, inclusive la vicepresidencia de la Academia, y de quien
primero fui su alumno en los claustros de la Facultad de Derecho
de la Universidad de Buenos Aires, y con el tiempo un amigo entrañable.
Doctor René Balestra: En esta Academia, lo hemos elegido por sus antecedentes morales, intelectuales y cívicos, pero como en mi caso lo conozco más íntimamente por los largos años
de fraternal amistad, no dudo que de inmediato –por el sentido estoico de su vida y por su hombría de bien, por su generosidad y
hasta por su amor vital– se granjeará usted, la estima personal de
todos los académicos, y por eso, en nombre de todos ellos, le doy
la más cordial de las bienvenidas.
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Por el académico DR. RENÉ BALESTRA
“Creo que todo hombre, cualquiera que sea,
debe apuntar más arriba de lo que es.”
Jean Guitton
Señores presidentes de academias, señores académicos, señor presidente de esta Academia de Ciencias Morales y Políticas
Dr. Gregorio Badeni, gracias por sus generosas palabras, ustedes
y el académico Dr. Gerardo Ancarola, me demuestran un afecto y
una estima que me excede. Conmueve siempre –en la vida– merecer la consideración de los mejores. Quedo obligado y agradecido.
Mis amigos: por nobleza, por reciprocidad, por agradecimiento, me gustaría elogiar a esta corporación que hoy me acepta en su seno. El camino del elogio es empinado y peligroso. Tiene siempre, en sus orillas, sirenas engañosas que nos hacen
quedar mancos o excesivos. Prefiero decir que en el núcleo más
auténtico de mi ser vive lozana la idea del respeto y la admiración
por las vidas cuidadas. Mis padres genéticos y mis padres espirituales me transmitieron la capacidad de admirar la nobleza ajena;
de ser capaz de conmoverme ante los talentos cultivados y la pul11
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critud de vida de los otros. Casi desde la cuna, aprendí que la envidia es el cadáver de la propia ambición y que el silencio ante la
grandeza ajena, es la más ruidosa manifestación del resentimiento inferior.
La nómina de los que formaron parte de esta Academia desde su fundación y de los que actualmente la integran es un prieto
compendio –pero elocuente – de lo que intento decir. Ésta es una
institución a la que podríamos adosar la locución inscripta en el
escudo nobiliario de la familia Lara, en España: “Nos, no venimos de reyes. Reyes vienen de nos.” Es decir, la manifestación
más acabada de la originaria y auténtica aristocracia que siempre
es fundadora, y del espíritu.
He sido tocado, en uno de mis hombros, por la espada imaginaria de vuestra real y formidable generosidad. Juro ante ustedes, y ante la memoria y la presencia de los que fueron y son mis
seres queridos, que haré honor a este honor y sentiré constantemente en mis espaldas el peso de la toga.
Este sitial, en el que hoy me instalo, fue ocupado hasta ayer
por mi querido y noble amigo Alberto Spota. Un admirable profesor de Derecho Constitucional que supo siempre que esa cátedra, para llenarla además de ocuparla, menester es que sea invariablemente la trinchera de la libertad, como lo fue. Al igual que
otros grandes de la enseñanza del derecho público supo y pudo
arder ante las cosas cuando se trataba de la dignidad republicana.
Todos somos irreemplazables. El valor de la vida radica en
que nunca más los hilos de la existencia se cruzarán en ese centro único e irrepetible. Pero el estilo dejado por el que ya no está,
puede ser continuado y, cuando es noble y valioso, se convierte
en un imperativo categórico del sucesor. Trataré de conservarlo
vivo.
En lo que se refiere al patrono del sitial, a Esteban Echeverría, me resulta no sólo grato ocuparlo, sino emocionante. Sigo
siendo, como siempre, un socialista democrático, en este momen12
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to de mi vida sin partido. En esta Academia, uno de los más ilustres entre nosotros, fue Alfredo Palacios. Este hombre superior de
la historia argentina llamó a Esteban Echeverría, en uno de sus libros mejores, el albacea de Mayo. Es decir, el heredero, el continuador, el discípulo encargado –como una vestal– de mantener el
fuego encendido de la idea creadora de la patria.
Amigos, esta cofradía, esta hermandad, esta Academia, tiene todo que ver con Esteban Echeverría y con Mayo. Todos nosotros y cada uno de nosotros individualmente, somos sus albaceas.
La tesis que me propongo defender, en ésta, mi primera intervención en la Academia, es que, más allá de las circunstancias
exteriores e interiores que conforman la vida de cada “yo”, ese yo
es el protagonista, el responsable, de lo que resulte. Las ideas, las
emociones, las acciones, la voluntad, tejerán, sobre el cañamazo
de sus días, la conformación, la calidad de su existencia. Estamos
condenados a la libertad; la ejercemos incluso cuando renunciamos a ejercerla. Cada uno elabora, diagrama y dibuja, sobre ese
cañamazo de cada hoy, de cada aquí y de cada ahora, un resultado. La vida, la vida de cada uno –al decir de José Ortega y Gasset– nos es disparada a quemarropa y tenemos que vivirla, es decir, que hacerla o deshacerla. Es un qué hacer como pregunta y un
quehacer como tarea. La más insoslayable de todas. Sólo la muerte cierra el círculo que estará siempre abierto de posibilidades.
Arturo Capdevila, un poeta excelente desgraciadamente no
apreciado actualmente en su real magnitud, señala que la tarea
más formidable de aquél que tenga a su cargo la educación de un
niño o de un adolescente es lograr que éste se “encuentre”, es decir, sepa cuáles son sus aptitudes y sus falencias; sepa quién es.
Pero, agrega después, la tarea fascinante de la pedagogía, de la
valiosa empresa del maestro, consiste en ayudarlo para que se
“invente”; sepa quién quiere ser. Porque, al decir de filósofos y de
poetas, tratará de ser el novelista de su propia novela. Esa gabela, o esa aventura del espíritu, lo acompañará mientras viva.
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André Malraux, en una página admirable, señala que todos
–en la adolescencia, es decir, en el comienzo de nuestras respectivas vidas– tenemos abierta en abanico las inmensas posibilidades de ser. No caben dudas, agrega, que existen condicionantes,
exteriores e interiores, para esas posibilidades de elección. Decididamente no deberemos aspirar a aquellas cosas que nos están
vedadas por nuestra impotencia. (Verbigracia, ser cantor de óperas sin registro vocal aceptable). Pero, dentro de la relatividad entre la cual transcurre siempre la existencia humana, podemos optar; somos libres en la opción. Malraux concluye: la paradoja es
que esa “opción” es nuestra libertad, perdida, en el momento de
la decisión, y más aún, después de haber asumido el papel del
personaje que hemos decidido protagonizar. Quedamos cautivos
de nuestra elección. Eso que hemos decidido ser es la creación
más auténtica de nuestro ser. El compromiso de lealtad, de dignidad innata, de autenticidad, es permanecer fieles al personaje inventado. Va de suyo, y Malraux lo señala, que no se tratará de una
figura rígida; sin vida, sino aquella que, atravesando avatares,
mantiene la identidad como para que todos lo reconozcan. La vida no es un fresco egipcio donde los personajes permanecen hieráticos sino un nudo contradictorio y dinámico donde cada uno y
todos están en constante mutación. Los ríos, imagen que a través
de los siglos –Heráclito summum– representan la idea de la existencia humana; son los mismos y son distintos: permanecen y
cambian. Forzosamente son sinuosos. El cúmulo de actos es el
caudal vital que labra su propio cauce. Los ríos –ninguno– regresan a la montaña. Desembocan en el mar. Esa fidelidad evidente
es la que podemos y debemos exigir a las vidas humanas. Una coherencia mínima que no niegue el origen de su libre decisión.
La tarea de la propia elección, de la propia edificación interior y de la propia fidelidad con lo que elegimos ser es una ardua tarea. Como un formidable aletazo del renacimiento italiano,
en el 1600, florecieron en la ciudad de Cremona dos familias de
luthiers de admirable nobleza. Fueron los Guarnerius y los Stra14
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divarius, que construyeron instrumentos musicales de cuerda hasta hoy insuperados. Estos protagonistas tuvieron la genial aptitud
de seleccionar maderas, dejarlas estacionar, ensamblarlas y fijarlas con tipos de breas excepcionales y luego escoger y elaborar
cuerdas que estuvieran acordes con la altísima calidad de las cajas. El resultado fueron instrumentos absolutamente superiores
que todavía hoy suenan en las salas de concierto del mundo para
delicia de millares de oyentes. Pero ese instrumento musical necesitó siempre, y sigue necesitando, del ejecutante avezado que
casi nunca se encuentra en el propio taller de construcción. Nosotros, cualquiera de nosotros, donde quiera que hayamos nacido o
que vivamos, estamos siempre en Cremona. Cotidianamente enfrentamos el formidable desafío de construir nuestras vidas. De
seleccionar los materiales mejores –interiores y exteriores– necesarios para su armado. De nosotros dependerá siempre el criterio
de selección. Con el agravante de que –a diferencia de los luthiers– tenemos la obligación de ejecutarlo, para lograr, de nuestras respectivas vidas, acordes y sonidos armoniosos de calidad y
altura. Estamos condenados a construir nuestro propio instrumento vital y estamos condenados a ejecutar nuestra propia melodía.
El concierto será apreciado por otros, por los que tuvieron la suerte o la desdicha de convivir con nosotros.
La vida humana, siempre, es drama. A veces, desemboca en
tragedia y a veces, atraviesa períodos alegres de comedia. Los
que han optado en sus respectivas adolescencias por encarnar un
personaje aventajado, construir sus existencias con materiales nobles y conseguir que sus días, sus actos y sus omisiones constituyan una melodía aceptable y armoniosa, viven en perpetua vigilia. El resultado, cuando es bueno, es la consecuencia de un arduo
cuidado personal. Alberto Girri, el admirable poeta argentino, por
contraposición, lo sintetizó así –referido a los que viven desaliñadamente–: “Enfermo de desidia, infiel mayordomo de ti mismo”.
La clave de bóveda de toda vida cuidada, es convertirse uno en
un excelente mayordomo de sí mismo. Muchos, tal vez la mayo15
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ría, se dejan simplemente llevar por las aguas de la vida. Flotan
como camalotes que la corriente de los días lleva y trae. No eligen puerto, porque son náufragos, y lo único a lo que aspiran es
a boyar arrastrados.
Los abúlicos morales integran un contingente formidable.
Su virtud consiste en la rapacidad oportunista del hoy. Para ellos
no existe el ayer y tampoco el mañana. La literatura bíblica ejemplifica sintéticamente y de una manera insuperable el dilema moral con la parábola del publicano y el fariseo. Nos interesan sobremanera porque el problema moral, hoy y siempre, existe para
los que en algún momento de su existencia se lo plantearon, no
para los millones de seres que atraviesan la vida sin percibirlo. El
publicano, recordemos, es el que se sabe pecador y se asume, invocando perdón por sus faltas. El fariseo es tan culpable como el
publicano pero semeja o aspira a presentarse frente a los demás
como de conducta impecable. Desde el inicio de las sociedades
humanas la historia del fariseo es la historia de la simulación. A
través de los siglos, como una corriente degradada, acompaña la
vida humana. Porque el escándalo no es la debilidad, la caída o la
corrupción, sino el intento vil de disfrazar la propia ignominia como decorosa.
De nuevo André Malraux, en otra página notable, compendia y resume el estrépito del simulador-fariseo. Dice que en el repertorio infinito de lo humano existe la posibilidad siempre presente de encarnar la concupiscencia, la cobardía o la corrupción.
Pero que la inmundicia moral absoluta, el pecado total, se producen cuando el sacerdote es lujurioso, el militar es cobarde o el
juez es corrupto. Porque cada uno de ellos eligió ser y representar una ejemplaridad de la continencia, del coraje y de la virtud.
La inmoralidad argentina tiene muchas causales y muchos
afluentes. Cuando una sociedad como la nuestra padece una enfermedad de esta envergadura y la padece –con recuperos cortos y recaídas prolongadas– desde hace más de medio siglo, es difícil o
imposible encontrar la causa del mal en una sola causa. Lo más
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notorio y lo más notable es la política. Lo más destacable es la endémica crisis de ejemplaridad. Pero Ortega señalaba con precisión, que la política es la punta de un iceberg que tiene debajo de
la línea de flotación una montaña de cosas que forman parte de la
cúpula que está expuesta y que a veces no se ve o no se la quiere
ver. Aunque las culpas de nuestro desdichado presente son difusas
conviene centrar la responsabilidad principal en los referentes político-sociales. Esto no significa ignorar las culpas del común,
que, al decir de Ortega, cuando está degradado, ve pasar a su lado
a la mujer o al hombre superior que atraviesan su época ante la indiferencia o el escarnio de esas mayorías corrompidas.
La tarea moral es ardua porque, si hemos elegido ser un
ejemplar cuidado de la especie humana, debemos ser fieles a ese
“invento”. Ese invento que es una creación absoluta de nuestro espíritu y de nuestra voluntad. Vivir no es fácil. Todas las épocas
han sido difíciles. Pero la dignidad radica precisamente en que
frente a la tentación, como sobre una piedra de toque, tenemos la
posibilidad o no de testimoniar. Dar testimonio ante la llamativa o
fascinante tentación deshonrosa es el inicio y el fin del principio
ético sobre el que se asientan nuestra cultura y nuestra civilización. Sócrates y Jesús no son figuras librescas. En un arco de siglos abrazan lo que hoy consideramos la moral de Occidente y deben ser referentes de lo que significa el compromiso ético. Es una
aparente paradoja que el compromiso moral no es con los otros,
pese a que la palabra en latín significa costumbres y las costumbres viven en el seno social. El compromiso moral es con nosotros, con nosotros mismos, los originarios creadores del personaje que encarnamos. Judas, al decir de un teólogo, Judas Iscariote,
protagoniza al traicionar a Jesús, la segunda traición. ¿Por qué la
segunda? Porque la primera se la hace a sí mismo al traicionarse
como discípulo, papel que había elegido libérrimamente.
Mis amigos: para terminar, una confidencia. He desempeñado algunas funciones en mi vida. He ocupado puestos y entre
ellos, he sido diputado nacional por dos mandatos gracias a la es17
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pléndida generosidad del partido radical que en las dos ocasiones
me hizo encabezar las listas electorales siendo yo extrapartidario.
En el desempeño del cargo, presidiendo comisiones parlamentarias, o ejercitando las cátedras universitarias, siempre tuve la modesta sabiduría del cerebro y del corazón de saber que las dignidades eran pasajeras y que no me pertenecían sino como
momentáneo titular de un mérito y un poder ajenos. Que lo único que podía llevarme, como todos los ocupantes de cualquier
dignidad, era lo que previamente había traído; lo que no era del
cargo sino exclusivamente mío.
El resumen de lo que quiero decirles está en una espléndida página de Henri Varague sobre “Pompeyo y su tiempo”. Dice
así:
“Pompeyo salió de la tienda con la primera luz del día, y
apenas asomó su figura en la pequeña loma, los soldados que pulían sus aceros y merendaban cerca del río, le saludaron con un
coro clamoroso, mientras empuñaban y levantaban sus armas.
La toga púrpura que vestía como general y como tribuno, identificaban su poder y autoridad. Un pensamiento lo gobernaba
mientras respondía con el brazo en alto. Aquella gente quizás había saludado así antes a Lucio, a Sila, o Cina o a cualquiera que
hubiera vestido insignia. Una sombra se insinuó en el suelo y supo que detrás suyo estaba su amigo y ayudante Licinio. Entonces
le habló sin darse vuelta con la mirada fija en la tropa.
—Sabes, Licinio –le dijo– sólo la autoridad de ser dignos
nos pertenece para siempre. El poder y la púrpura son prestados.
Le pertenecen a Roma.”
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