La comunidad y el club

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La comunidad y el club
La comunidad y el club
Actualidad - Crisis griega. La tormenta que ha azotado a Atenas
nos lleva a pensar que el pacto europeo ha quedado reducido a
un contrato
Luigino Bruni
Publicado en Città Nuova n. 15-16/2015, 10/08/2015
La Unión Europea está atravesando la
mayor crisis desde su fundación. El test
de estrés que ha supuesto la crisis griega
ha puesto de manifiesto no sólo la grave
situación del pueblo griego y de su
economía, sino también la fragilidad de
una Europa que se construyó hace décadas
sobre registros relacionales, sociales y
simbólicos típicos del pacto y que ahora se está transformando progresivamente en un
club de países que siguen juntos únicamente en base al registro del contrato.
El pacto, categoría de origen bíblico (Alianza), incluye, entre otras cosas, el perdón como
elemento fundamental. En los pactos es posible perdonarse. Después de los fracasos se
puede y se debe volver a empezar. A veces las deudas se pueden cancelar.
Si hay per-dón, por naturaleza también hay don, una palabra que nadie ha tenido el valor
de invocar en las mesas donde se tomaban las decisiones importantes estas últimas
semanas. Esto no debe sorprendernos pero es normal que nos entristezca. Nuestro
capitalismo ha encerrado el don en la esfera estrictamente privada. Es posible que haya
entendido la naturaleza subversiva del verdadero don, que, no por casualidad, tiene
como primera imagen a un hombre-Dios crucificado. El verdadero don es una herida, pero
también es la hendidura principal por donde pasa la vida. La vida individual y la de los
pueblos.
Cuando una comunidad (palabra que viene de munus, es decir don y obligación, que son
los dos significados de munus) pierde el contacto con el don, cuando sus responsables son
incapaces de evocar esta categoría incluso en los momentos más dramáticos, el pacto
muere y solo queda el contrato con sus reglas. Para no salir del horizonte de la
humanidad debemos ser capaces de lubricar nuestras reglas con el aceite del don.
Esta co-esencialidad de las reglas y del don se ve en la gran historia del desarrollo de la
Alianza bíblica, así como en las comunidades fundadas por pactos, como las familias,
muchas otras comunidades y algunas empresas (empresas de comunión, cooperativas…).
En cambio, el contrato no conoce la palabra perdón. Cuando en un contrato se comete un
error, hay que pagar hasta el último céntimo. De hecho, en la antigüedad era posible
caer en la esclavitud por deudas e incluso perder la vida.
En la Alianza entre YHWH y el pueblo hebreo, la Ley del Sinaí (la Torah) introdujo, como
unicum en toda la historia humana, el año sabático, gracias al cual cada siete años los
esclavos por deudas eran rescatados y liberados: “El esclavo hebreo servirá seis años, y el
séptimo quedará libre sin pagar rescate” (Éxodo 21,2). Estos esclavos eran personas
‘compradas’ (qnh es un verbo que se usa para las compras con moneda), deudores
insolventes que perdían la libertad porque no lograban devolver los préstamos recibidos.
Y con ellos muchas veces terminaban en
la esclavitud también sus mujeres, sus
hijos y sobre todo sus hijas (21,3-5). Así
pues, el deudor se convertía en propiedad
del acreedor, como si se tratar de una
mercancía, una casa o un vestido. En un
momento determinado, la civilización
inventó la institución jurídica de la
quiebra, que, no lo olvidemos, se creó sobre todo en garantía del deudor, para impedir
precisamente que sus deudas le convirtieran en esclavo.
Esta forma de esclavitud por deudas sigue estando muy presente y en auge en nuestro
capitalismo, donde hay empresarios y ciudadanos, casi siempre pobres, que caen en la
condición de esclavos únicamente porque no consiguen pagar sus deudas. Y así pierden,
también hoy, la libertad, la casa, los bienes, la dignidad e incluso la propia vida. No hay
duda de que entre los esclavos por deudas hay, tanto ayer como hoy, personas ignorantes
y crédulas, y torpes especuladores. Pero también hay empresarios, trabajadores y
ciudadanos justos que simplemente han caído en desgracia. La Biblia nos recuerda que
también el justo puede caer en desventura sin tener ninguna culpa, como en el caso de
Job. No todos los deudores insolventes son culpables, aunque en algunos idiomas deuda y
culpa tengan la misma raíz etimológica. El capitalismo, a pesar de que nació dentro del
humanismo judeo-cristiano, no conoce ninguna ley que libere a los deudores de la
esclavitud al terminar el séptimo año. Sin embargo, aquella antigua ley sigue
repitiéndonos también hoy que ninguna esclavitud debe ser para siempre, porque antes
que deudores somos habitantes de la misma tierra, hijos del mismo cielo y por ello
verdaderos hermanos y hermanas.
En cambio, cuando pensamos que nuestra riqueza es conquista y mérito sólo nuestro, las
deudas no se perdonan nunca, los esclavos no se liberan nunca y la justicia se eclipsa. El
dominio absoluto del individuo sobre las cosas es un invento típico de nuestra civilización,
pero esa no es la lógica bíblica ni la verdadera ley de la vida. Europa podría haber
aprovechado esta gran ocasión, creada primero por la crisis financiera que estalló en
Estados Unidos y después por la crisis de la deuda pública de algunos países como Grecia,
para relanzar el pacto fundacional que la originó, concibiendo y aventurando soluciones
más creativas, valientes, arriesgadas y solidarias. En cambio, de momento seguimos
viendo cómo se desgasta el sueño europeo. Para mantenerlo con vida hacen falta
símbolos más ricos que los de las finanzas, actos humanos más grandes que los contratos,
palabras más expresivas que culpa y deuda. No perdamos por el camino la comunidad
para conformarnos con el club.

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