un pedacito de cielo caído sobre la tierra

Transcripción

un pedacito de cielo caído sobre la tierra
UN PEDACITO DE CIELO CAÍDO
SOBRE LA TIERRA
La Persistencia: del nomadismo
Por Anne Diestro
“Ese lugar sin lugar donde no puede celebrarse sino la alianza
y donde siempre hace falta regresar como a ese momento de
desnudez y desgarramiento que está en el origen de la
existencia justa. Ese es el espíritu nómade”, Maurice Blanchot
Una leyenda en Perú cuenta sobre Jauja Ropa Ropa, un hombre
que caminó 40 días desde su pueblo natal, para llegar a Lima.
¿Qué buscaba? ¿Qué deseaba? ¿Sabía que demoraría tanto?
En Perú, hay un departamento llamado San Martín. Está al
noreste del país y se despliega entre grandes porciones de
selva. La provincia de este departamento es Moyobamba. Jauja
Ropa Ropa decía que era “ese pedacito de cielo caído sobre la
tierra”. A pesar de haber nacido en la selva del Perú, el
hombre nunca se quedó ahí, nunca permaneció en ninguna parte.
Fue un eterno caminante e hizo del camino su andar. Fue el
peregrino que reconoció sus pies antes que sus zapatos.
1921: UN PUNTO ÚNICO EN UN DIAGRAMA
Dicen que había una mujer.
Sus manos ayudaban en la llegada de los nacidos en Moyobamba.
En 1920 no se hallaban cirujanos ni obstetras por esas
tierras. Y, como no sabemos el nombre de esa mujer, la
llamaremos “Ella”. Ella, pues, colaboró con Marcelina Ropa
para que Jauja naciera. La misma situación se repitió con sus
ocho hermanos. El balde en el piso- en algunas casos, a veces
también sobre la cama- y así los críos daban sus primeros
gritos.
En varias ocasiones, Jauja fue tildado de “loco”. Esto se
incrementó, cuando llegó a la Fuerza Aérea peruana. Pero esa
parte de la historia vendrá luego.
Con solo cruzar el río Mayo se llegaba a la huerta grande de
Jauja, que daba a la parte trasera de su casa. Una noche tenía
como tarea sacar la trampa de caza de animales (normalmente
cazaban majaz, un roedor tropical). El cielo estaba tan claro
que parecían ser las 5am, cuando eran recién las 2am (eso
cuenta él mismo, riéndose, cada vez que llega a esa parte de
la historia). Al llegar al pie del río Mayo, Jauja vio que ¡el
río Mayo no se movía, parecía una pared! Nada circulaba, ni
los árboles, ni el viento. Todo se aproximaba a un misterio.
Lo era, sin que él lograra razonar.
Entonces, se sentó a esperar que algo pasara. Así, sentadito,
resistió el frío de esa noche.
Luego de un descansito de madrugada, todo nació. Según su
relato el asunto empezó a las seis de la mañana, cuando el
mundo tomó forma y se movió. Desde ese momento, Jauja está
seguro de que la naturaleza suele tomar descansos – como los
seres humanos – y, entonces, mejor no molestarla. Cuidado:
puede entreverarte con su fuerza. Esto último lo afirmó Jauja,
luego de una conversación con un chamán, quien le advirtió
jamás despertar a la madre tierra.
Al contar esta historia en casa, con majaz y naranjas en las
manos, la familia Ropa Ropa se rió de él. Nadie le creyó, ni
cuando corrió a contarles a unas monjas de la iglesia, que
había visto ángeles antes de aceptar la hostia en su primera
comunión.
II.
Los hombres suelen medir su destreza por la fuerza que poseen.
Quiero decir, en el rubro convencional. Con Jauja pasaba algo
diferente: desde muy joven, dedicado a la lectura, era
ayudante de un terrateniente en Moyobamba. Como pago, aquél le
regalaba periódicos (término, en este caso, preciso: “El
Comercio” llegaba a esta ciudad, una vez al mes). Y, mientras
todos corrían en el colegio San Fermín Filomeno, Jauja leía en
el recreo. A sus doce años, él era el punto lector en el
diagrama de los otros.
¿Qué leía?
Ni siquiera él lo recuerda.
NO SOLO DE CAMINAR VIVE EL HOMBRE
Quien está acostumbrado a caminar no se halla en un problema,
cuando lo debe hacer durante horas. Me ha pasado:
– No tenía para el pasaje, iba caminando.
– Estaba molesta por algo o alguien, iba caminando.
– Quería despejar la mente en la mañana, caminaba y respiraba.
Caminar y respirar, más caminar…
Y, así, podría enumerar muchos momentos caminados de mi vida,
pero me re enfocaré para volver a poner luz sobre Jauja.
A sus 18 años y finalizadas las escuelas primaria y
secundaria, este hombre se reunió con 2 amigos de su provincia
– de quienes no sabemos el nombre- para enrumbar un camino un
tanto largo. Quizá, una de las aventuras más grandes del trío
fue caminar hasta Lima, la capital, 1068,4 km.
Pasaron por 3 departamentos, cruzaron la selva y bordearon la
costa. Claro, uno que otro intentó quedarse en el camino, pero
resistieron. Jauja y sus amigos salieron de Moyobamba el 13 de
diciembre y llegaron a capital el 21 de enero. Se encontraron
con la Lima sucia de 1939.
La leyenda cuenta que, luego de caminar varios días, una
ciudad de nombre “Celendín” les ofreció las tierras más frías
y los árboles más frondosos. Ahí, un grupo de jesuitas los
alimentaron. Claro: a cambio, Jauja tuvo que matar una gallina
y cocinarla para el pueblo, ese pago que siempre reclaman los
“devotos” de todas las “religaduras” por el mundo. El pueblo
comía feliz, mientras sus dos amigos preparaban masato (bebida
amazónica a base de yuca – también conocida como mandiocafermentada). Los jesuitas terminaron la misa del día, se
subieron a un camión y los acercaron hasta Cajamarca.
DEJAR DE SER, PARA SER OTRA COSA QUE NO SABE QUÉ ES PERO SERÁ
“El desierto aún no es el tiempo
ni el espacio sino un espacio
sin lugar y un tiempo sin
engendramiento. Allí solamente
se puede errar y el tiempo que
discurre no deja nada detrás de
sí, es un tiempo sin pasado ni
presente, tiempo de una promesa
que sólo es real en el vacío del
cielo y en la esterilidad de una tierra desnuda donde el
hombre nunca está aquí sino siempre afuera”, decía Blanchot,
en “El Desierto y el afuera”. Con la leyenda de Jauja, pasa
algo similar. Al llegar a la capital, conoció cómo era vivir
distante de todo. Sin saber de su futuro, debió dar pie a su
presente, que ya se convertía en pasado. ¿Objetivo? Trabajar.
Pero, ¿luego qué?
Su andar
empleo.
zapatos
parecer
daba marcha por el centro de Lima. Iba en busca de un
Necesitaba comer, vestirse bien – siempre con los
lustrados-, dejarse el bigote- siempre es bueno
algo mayor-; y, después, seguir buscando trabajo,
caminar por la av. Iquitos, continuar camino por Manco Cápac,
dar dos pasos y estar dentro de la iglesia, pedirle a su dios
que lo ayudara y lo protegiera, salir y volver en la marcha de
sus pasos, sus zapatos, su camino. Trabajo, dinero, verse
bien, comprar el diario, enterarse de las noticias, Manuel Del
Prado y Ugarteche de presidente, – ya estamos en 1940-, seguir
con su búsqueda, entrar a un restaurant, a otro, hablar con
los dueños, entonces, sí, fue contratado.
Mozo en un restaurant en el centro de Lima.
Un día atendía una mesa y al día siguiente entraba a la Fuerza
Aérea del Perú. ¿Para qué? Para ser alguien. ¿Quién? No lo
sabía. Todo estaba en intentar. Su tío tenía conocidos entre
los altos rangos y no fue difícil que lo aceptaran, a pesar de
su baja estatura y de no tener tez blanca. Porque, claro,
recordemos que Lima- en ese tiempo y hasta ahora- tenía/tiene
una mirada discriminatoria sobre quienes eran un tanto
“diferentes”. Los llegados del interior, por ejemplo. La
mayoría de la población, por ejemplo.
CON LOS COLORES EN LAS MANOS
“¿Fotografía?, pero yo quiero aprender electricidad”.
Jauja Ropa Ropa se graduó en la
4° promoción dentro del cuartel
militar de Chucuito “Alberto
Pérez Lechuga”. Y se graduó de
aerofotógrafo. Era quien ponía
medio cuerpo afuera del avión,
cuando el aparato subía metros y
metros hacia arriba para que él
pudiera verlo todo como un ave,
como un elemento más, tierra,
agua, nómade al fin. Desde el
cielo y con una cámara Leica, capturaba todo el territorio
peruano. Tenía los colores en sus manos, componía, capturaba,
fijaba y revelaba.
Hay muchas historias de Jauja dentro de los aviones. Pasó
desde el whiskycito con un instructor de fotografía, traído
desde Estados Unidos, hasta bajar de golpe 33 mil pies de
altura por una falla en el motor. Allá, en el cielo, también
se puede morir pero, en general, te pasa al caer en la tierra.
Esta vez, Jauja zafó. Cuenta que, luego de esa experiencia y
al bajar del avión la tripulación completa (4, en total)
semejaba una sola gran calavera. Caer desde 33 mil pies de
altura en algunos segundos no se vive todos los días.
SIEMPRE SE PUEDE DECIR, VOLVERÉ
Alguna vez me dijo que su experiencia con ayahuasca hizo que
conociera cómo se sentía estar dentro del estómago de una
anaconda, tomar con toda su fuerza los colmillos de su boca e
intentar abrir esas fauces. Sugllaquiro fue el pueblo que lo
recibió de regreso a Moyobamba,
luego de 30 años de distancia.
Había volado por todo el país,
horas y horas en el cielo y
otras cuántas desgracias le
habían ocurrido para terminar
por renunciar a su cargo en la
Fuerza Aérea. Para ese entonces, Jauja tenía 42 años, 5 hijos,
una esposa en la tumba y no andan lejos los tiempos en que se
volvería un huérfano.
Nueva Jauja-etapa
Así fue que se dedicó a sus hijos, construyó una nueva
familia, se introdujo en el mundo espiritual y, como vivía en
Barranco, – distrito de Lima- iba a pescar todos los días.
La vida “tranquila” no lo favoreció, sus nervios enloquecieron
y tuvo que iniciar algunas actividades para moderarse. Por
azares de la vida, conoció a un chamán y le interesó ser parte
del grupo formado alrededor de él. De pronto, su vida dio
varios giros. Nuevas rutinas; iba a meditar muy temprano a la
playa, de noche asistía a cementerios junto a los demás
estudiantes, se especializó en plantas curativas y en todo lo
que se refería a medicina natural. Es por eso que dejó de
utilizar los “anteojos de botella”, como él llamaba a los
lentes enormes que usaba. También comenzó a tomar un extracto
de vegetales:
– zanahoria
– manzana
– piña
Este elixir fue bebido por Jauja, todas las mañanas, durante 2
años, según su testimonio. Así podía ver hasta las letras más
pequeñas de un empaque de galletas. Sus plantas curativas y la
alimentación lo ayudó a atreverse a la ayahuasca en
Sugllaquiro. La ayahuasca lo cambió. La noche de su sesión
vomitó serpientes. Así, concluye él, eliminó todos los males
de su cuerpo. Fue un renacer a los 40 años. Jauja me aseguraba
que la ayahuasca es una planta visionaria y no alucinógena. No
sólo eso aprendió. El chamán lo ayudó a entender que el río
dormía. Y, como vio en Jauja un alma muy sensible, lo
candidateó para médium. Jauja dijo no. Y no dijo no porque no
quería o porque no. La negativa vino después de una sesión,
donde terminó por sentir que levitaba sobre un cementerio. Al
abrir los ojos, vio a toda su “mesada”[i] desde lo alto, una
fuerza lo mantenía flotante y no podía bajar. Todo el grupo le
rociaba ruda y oraciones. Minutos después, aterrizó.
El nomadismo de Jauja me convirtió en una nómade. Yo deambulé
con él en sus relatos y en sus tierras. Escuché estas
historias más de 10 veces, desde los 13 años hasta hoy. Y aún
me parece asombroso saber que Jauja se colgaba de un avión
solo para sacar fotos. Quizá, en el rumor de sus palabras,
nació mi amor por la escritura. Como en el eco de esas fábulas
de la infancia, cuando magnificas las historias y las mezclas
con las tuyas. Esas fábulas son las mismas que escribo ahora
para quienes puedan leerme. Además, yo también soy un poco de
Ropa, un poco de Jauja, porque Jauja Ropa Ropa es mi abuelo.
Mi eterno caminante, el hombre con pupilas de puente, el que
persistió y resistió todos esos golpes fuertes. Sigo tus
pasos, viajero sin alas, nómade de alma.
(Moyobamba- Perú, 2008).
[i] Mesada: Grupo armado por un chamán para hacer rituales.

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