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ROMASANTA: HISTORIA Y LEYENDA.
Nuevos estudios. Nuevos misterios
J. Domínguez / R. Bustillo (Coords.)
Fragmento
BUSTILLO, Roberto.: Cap. III.1.2 “Deslindemos lo legendario de lo histórico…”, pgs. 139-141.
“Habrá que esperar mucho tiempo para que el antecesor salvaje del perro deje de ser
un enemigo en las zonas urbanas (piénsese que incluso durante la primera mitad del siglo
XV, en varios durísimos inviernos, manadas de lobos movidas por el hambre llegaron a
realizar incursiones por los alrededores y calles de París, atacando y matando personas,
animales domésticos y desenterrando cadáveres sepultados), y más aún en el mundo
rural (donde en el siglo XIX todavía el lobo seguía siendo un peligro para las personas, y
donde nunca –allá donde el lobo todavía existe en libertad- lo ha dejado de ser para el
ganado).
No es difícil por todo ello comprender cómo el lobo se convirtió a los ojos de los
hombres y mujeres de toda Europa –y de Galicia en particular, como recuerda Enrique
Bande en uno de los capítulos precedentes- en un símbolo maléfico y demoniaco cuya
simple existencia era abominable en sí misma, cuya destrucción era deseo de todo buen
cristiano, y cuyos matadores se convertían en héroes salvadores de la comunidad. Fue
perseguido hasta casi su exterminio, desapareció de las Islas Británicas y de buena parte
del occidente europeo, y se habría extinguido también en España en los años setenta del
siglo XX si no hubiera sido por la grandísima labor divulgativa y concienciadora de
naturalistas de la época, con el triste y prematuramente desaparecido Félix Rodríguez de
la Fuente a la cabeza. Hoy en día, el lobo es una especie animal a proteger, no un enemigo
o un rival para los seres humanos (sin que ello suponga olvidar los daños que en
ocasiones causa en la cabaña ganadera), pero aun así, la experiencia acumulada de miles
de generaciones sigue convirtiendo al lobo en la actualidad en uno de los “malos” de los
ensueños angustiosos y los terrores nocturnos de nuestra infancia (aunque cada vez
menos, pues el imaginario infantil cada vez se halla más poblado de artificiales,
recargados, globalizados, “marketinizados” y efímeros –cada nueva temporada televisiva
cambian- monstruos de series de animación, carentes de arraigo o sustento histórico o
antropológico).
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Tampoco es difícil comprender cómo ante determinados crímenes horrendos
(cometidos en muchas ocasiones por personas aquejadas de enfermedades como la rabia
o algún terrible trastorno mental) sociedades y culturas predecesoras de la nuestra,
carentes de la mentalidad científica y racional que empieza lentamente a asentarse en la
Europa de la Ilustración, recurran como explicación al mito del lobo. Muestra de ello es
que (como atestiguan M. F. Burquelot y H. Boguet) sólo entre finales del siglo XVI y
principios del XVII Europa estuvo infestada de cientos de procesos judiciales contra
supuestos hombres-lobo. Valga como ejemplo (además de los historias de Jacques Roulet
y Iean Grenier, ya expuestas en un capítulo anterior) el caso de Peter Stumpp, un
acaudalado e influyente granjero alemán del siglo XVI, que murió ejecutado en 1589…”