Añoranzas Incurables

Transcripción

Añoranzas Incurables
Añoranzas Incurables
La mirada de Carla se perdió en lontananza. Con los ojos del alma volvió al recuerdo
más lejano en su memoria. Allí estaban las habitaciones de una casa pobre y los
escalones de madera que llevaban a un patio cuadrado, de tierra, con la escasa
sombra de un arbolito raquítico. Un cerco de chapas de zinc era el límite que ocultaba
la calle lindera, a la que un alambrado separaba de las vías del ferrocarril. En aquel
insignificante retacito del mundo, un mediodía luminoso, una nena –apenas de un añojugaba tranquila con dos chicos de su edad, El aroma salobre del puerto cercano y las
sirenas roncas de los barcos volvieron a la mente de Carla para acompañar sus
remembranzas.
Después, siempre mirando hacia ese ayer, avanzó otro poco en el tiempo. Pasados
algunos meses la pequeña aparecía de nuevo-tímida, dócil e ingenua, como siempreen otro barrio muy alejado, también humilde y lleno de sol. Se llegaba hasta allí, por
una ruta larga, un antiguo ómnibus destartalado que aparecía de cuando en cuando;
al chofer le decían “Corderito ”… ¿o se llamaría así?. Había campos, descampados y
un viejo paisano de a caballo que, con bondad, regalaba sus sabios consejos, El
“negro” Apezteguía, un jovencito travieso, repartía los pedidos de carne en una
bicicleta que tenía un canasto grande al frente.
No faltaban: el club, los divertidos carnavales, los bailes de disfraces; ni tampoco el
inhóspito baldío que, según se murmuraba, escondía entre sus yuyos altos el secreto
de un pozo profundo en el que un día se cayó un camión… ¿sería cierto? Al paisaje
cotidiano le agregaban un colorido atractivo y peculiar: los potrillos juguetones, loma,
el aeródromo, y las arriesgadas acrobacias tan vistosas que, de rutina, los pilotos
hacían en sus avionetas, Cuando uno de esos muchachos se estrelló, las sonrisas
huyeron de repente porque todos los corazones se enlutaron.
Imposibles de olvidar: los radiantes, las fragorosas tormentas, las tardes de lluvia, las
tortas recién horneadas, los juegos sin fin, los abundantes tamaricos de flores rosadas,
las hormigas coloradas, y el vergonzoso e inevitable episodio del contagio de los
piojos ajenos. ¡Cómo no recordar la planchita de hierro (adorado chiche que prestó,
por confiada, y nunca recuperó) o las anheladas visitas de la abuela y sus mágicos
cuentos plenos de fantasía belleza y misterio!
Todo sigue vivo en el cofre de la memoria. Sucesos, nombres, apellidos, muertes,
anécdotas, alegrías… y aquel imborrable e inmenso dolor de don Juan Berg cuando
un pucho encendido, que algún imprudente tiró dentro del colectivo, convirtió en
cenizas las ropas que él había comprado –con amor- para toda la familia. ¡Era el
primer cobro de su ansiada y mísera jubilación, esperada por un tiempo interminable!
¡Pocas casas, muchos amigos, una linda familia muy unida! ¡Qué invaluable tesoro de
felicidad! ¡Tan preciado, tan lejano, tan perdido! El sabor agridulce de la nostalgia
provocó en Carla una inefable sensación de ternura impregnada de añoranzas
incurable. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro pálido, mientras lo surcaban
lágrimas tibias y mansas resignadas a su sino inexorable.
De pronto, el tic tac del reloj la volvió a la realidad. Era muy tarde, debía descansar.
Tal vez, aunque fuera sólo en sueños, pudiese recuperar algo de aquel único y
maravilloso resplandor que alegrara su infancia ¡potente faro capaz de iluminar, aun a
la distancia, los intrincados senderos de la angustia! Apagó la lámpara y se dirigió al
dormitorio. La amplia cama solitaria esperaba, como de costumbre, su trasnochada y
única compañía, la suave música y el infltable libro. Finalmente, se acostó, envuelta en
su antiguo y secreto pesar.
Lejos , en el horizonte, un cielo medio soñoliento y apenas arrebolado empezaba a
darle la bienvenida al sol. El nuevo día se anunciaba con una tenue claridad que
comenzaba a filtrarse por las persianas. Carla pensó que, inevitablemente, el Ayer y el
Mañana seguirían conviviendo en el Ahora, ese fugaz instante que pertenece al Hoy.
La vida, hermosa y eterna, jamás se detiene en su continuo devenir.
Su mirada recorrió el cuarto con lentitud y se detuvo en la ventana. El amanecer ya
estaba allí y la invitaba a transitar otra ardua e inédita jornada. Por un segundo, Carla
dudó. Un hondo suspiro escapó de sus labios…¡ a pesar de todo, había que seguir!
Una renovada batalla la convocaba otra vez y no quiso rehuir el desafío.
Se levantó de prisa. Dormir y, quizás, soñar un poco, tendrían que aguardar hasta la
noche. Ocultó su tristeza bajo la almohada, se irguió con presteza y, sin pensarlo más
ni vacilar siquiera, retornó a la lucha diaria con actitud resuelta.
Amanda Alcira Pellegrini