Descargar el libro

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EDITAR
EN VOZ ALTA
notas de una editora
de literatura infantil y juvenil
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Edición ejecutiva: Paloma Jover
Coordinación editorial: Berta Márquez
Diseño: Lara Peces
© Elsa Aguiar, 2015
© Ediciones SM, 2015
Impresores, 2
Parque Empresarial Prado del Espino
28660 Boadilla del Monte (Madrid)
www.grupo-sm.com
Impreso en la UE / Printed in EU
Cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública o transformación de esta obra
solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares,
salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO
(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
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[…]
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
Elegía a Ramón Sijé, Miguel Hernández
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Prólogo
El jueves cuatro de junio –fiesta laboral en Madrid–, a las doce
de la mañana, la Feria del Libro estaba a reventar. Por la megafonía, Belén Gopegui homenajeaba a Elsa: “Una persona
que ha ayudado a que nazcan vidas e historias. Muchos de los
libros que hay aquí han sido editados por Elsa”.
Este libro homenaje a Elsa también está editado por ella.
La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos,
escribe Cicerón.
La memoria de Elsa perdura en tanta vida como ha dado,
y recibido. Ella continúa viva en su familia, en sus amigos, en sus
compañeros de trabajo, en escritores e ilustradores. En todos
los que participan en este libro, que recoge las entradas de su
blog “Editar en voz alta”. En él, Elsa sigue aportando sus reflexiones y pensamientos sobre la vida y vocación de un editor,
sobre la literatura infantil y juvenil, y este hecho hace que nuestra vida, y nuestra vocación editorial, se enriquezcan.
Elsa vive, de otra forma, y sigue editando.
Maestra de editores, editora de autores, autora de vida abundante, rica de exigencias y profesionalidad. Profesional de SM,
donde desarrolló su vida laboral, dando lo mejor de sí a la línea
editorial de la casa, orgullosa de su pertenencia a un proyecto
educativo, cultural y empresarial que se mueve en la lógica del
don, que busca compartir desde presupuestos gratuitos.
Elsa: exigente con todos y consigo misma, coherente con su
posición ética ante la vida, el ser humano, el mundo; transformadora de la realidad a través de la literatura.
Elsa: franca, transparente, luchadora empedernida con determinación inquebrantable, con determinada determinación
de dar lo mejor de sí misma hasta el final, un final siempre
abierto a la esperanza.
Cuando llegué a SM, hace cuatro años, Elsa estaba de baja,
pero al saber que tenía entre mis encargos seguir la línea editorial de la literatura infantil y juvenil, quiso hablar conmigo. Me
di cuenta de que si quería saber algo de LIJ, de tendencias, de sus
retos, de sus desafíos de futuro, tenía que escuchar y aprender
de Elsa.
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Inventar el futuro, el túnel de la innovación, líneas de exploración, nuevos modelos de cocreación, literatura geolocalizada,
presencia en nuevos espacios, lugares transmedia, hipermedia y multimedia... Elsa continuaba de baja por su enfermedad,
pero seguía favoreciendo la reflexión y el pensamiento: llamadas de teléfono verdaderamente mayéuticas, su participación
en las reuniones del comité editorial, sus inquietudes compartidas, su inteligencia. Cuando se reincorporó, nuevos planes
de actuación, evaluaciones cualitativas, agudeza en el análisis,
labor de siembra en los surcos saliendo de lo trillado.
Elsa tenía capacidad de contagiar su entusiasmo, de envolverte con sus aspiraciones de hacer de SM una editorial mejor, más innovadora, más atenta a las nuevas literaturas, más
comprometida con la realidad de nuestro mundo y de nuestra sociedad. En su cabeza bullían proyectos, desafíos, posibilidades..., constataciones de las limitaciones y deficiencias de
la casa, de su poca agilidad, de su lentitud, al mismo tiempo
de la riqueza de su línea editorial, del tesoro de su tradición, de
su querer seguir respondiendo a mantener viva la literatura
infantil y juvenil de calidad, accesible para todos.
Casi desde el primer día, conectamos también y muy profundamente a otros niveles. Hablamos de lo que no tiene nombre, compartimos lo que no se puede compartir y está más allá
de la razón, más allá del espacio y del tiempo. Donde ahora
Elsa habita. El lugar que no entra en sentido, donde realmente
se es para siempre.
El primer libro del que me habló Elsa con verdadero entusiasmo fue La primera vez que... La primera vez que le regalé a Elsa
un libro fue El camino del despertar en los cuentos de los hermanos Grimm, de Ana María Schlüter. El cuento como camino al
verdadero yo, en el abandono, a través del vacío, de la oración
profunda. En el libro se dice:
El que la Bella Durmiente suba por una escalera de caracol, y no por cualquier otra, a la buhardilla del palacio
donde la vieja está hilando en una rueca es muy significativo. La espiral expresa la maduración, transformación,
donde se repiten los ciclos, siempre avanzando... La princesa
va madurando y transformándose en ella misma a lo largo
de su vida. La buhardilla sustituye al bosque, a la casita del
bosque, lugar de la profundidad donde se libra el combate
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de la vida, como el mar, el desierto o el pozo. Allí, en la buhardilla, tiene lugar la muerte y el despertar a la vida auténtica,
al verdadero yo, cuyo fondo último, el hondón del alma, está
hundido, sumergido en otra realidad, en la Trascendencia.
El 30 de mayo de 2015, Elsa fallecía en su buhardilla, rodeada de amor.
En la nota que comunicaba a SM la muerte de Elsa escribía:
... el ejemplo que nos ha dado, su fortaleza y valentía, y su
compromiso profesional han sido motivo de admiración.
Elsa ha ejercido como gerente editorial de Literatura
Infantil y Juvenil (LIJ) de SM durante doce años. Todo ese
tiempo ha sido un referente en la LIJ en castellano. Su capacidad de análisis, de reflexión, de innovación, de seleccionar, editar y divulgar la mejor literatura ha sido constante.
Ya con la enfermedad muy avanzada seguía buscando
cómo situarnos en el mundo de las nuevas literaturas, cómo
hacer propuestas disruptivas, cómo estar en nuevos escenarios, cómo transformarnos en un entorno de lectores digitales.
Anteriormente, Elsa fue también responsable del portal
de contenidos Fueradeclase.com (2000-2002) y coordinadora editorial de Lengua y Literatura (1995-2000). En conjunto, 20 años, prácticamente toda su vida laboral, en los
que Elsa ha dado lo mejor de su vida, tan rica y fecunda,
a SM. Su trayectoria vital y su compromiso ético nos han
enriquecido a todos.
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Entregarlo todo para recibirlo todo, como se dice en el cuento
Lluvia de estrellas; o recuperar la blancura original para convertirse en un tesoro para los demás, como se desprende de
Doña Ínferos. O, como Elsa/Blancanieves, atravesar la muerte
para llegar a la vida.
Nano Crespo
Presidente de SM
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Ilustración de Ximo Abadía
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Empezando (otra vez)
7 noviembre de 2009
Este verano cumplí mis primeros quince años
como editora, y creo que empiezo a entender
de qué va esto. Pero en estos últimos años las
cosas están cambiando en una dirección que
hace que nadie sepamos cómo van a ser los
próximos quince años de profesión. Es una
sensación excitante saber que tenemos el privilegio de vivirla.
Nadie sabe muy
bien qué es un
editor, qué hace
o para qué sirve.
Llevo tiempo con ganas de arrancar un “diario de editora”, un
lugar en el que comentar algunos aspectos de esta profesión. Es
un buen momento, precisamente ahora en que, en el marco del libro
digital y las nuevas condiciones para el negocio editorial, flota en
el aire la pregunta de si hay un lugar para el editor en esa nueva realidad.
Puede que en todas las profesiones se tenga la misma sensación,
pero en esta ocurre seguro: nadie sabe muy bien qué es un editor,
qué hace o para qué sirve. Y quizá por eso tanta gente tiene la sensación de que, en un marco en el que los libros dejaran de imprimirse
en papel, la función del editor se desdibujaría hasta el punto de llegar a desaparecer.
Probablemente piensan así los que consideran que el editor es
solo una especie de “guardián de la puerta”, alguien que decide qué
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se publica y qué no, con criterios más o menos subjetivos y poco
explicables.
Así que en las próximas entradas me propongo dar a conocer un
poco más la profesión de editor, desde un punto de vista inevitablemente personal. Desmontar algunos mitos, mostrar algunas realidades y charlar sobre el libro y sus actores en el momento más interesante de la historia de este sector (después de Gutenberg).
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El título de esta entrada resume mejor que ninguna otra
frase el espíritu luchador, combativo, siempre alerta, de
Elsa Aguiar: Empezando (otra vez). Ponerse a prueba,
no dar nada por hecho, no pensar ni por un instante que
sabemos algo sobre esto de escribir o editar libros; ni sobre ninguna otra cosa en realidad. Recuerdo nítidamente una reunión con Elsa en la que yo estaba atascado con
una novela y me dijo: Tienes que acabar el libro no porque tengas un contrato firmado, ni porque la historia
sea buena, ni porque haya muchas personas que lo estamos esperando; tienes que acabarlo por una sola razón:
porque en el intento, en el proceso, es el único lugar donde
vas a encontrar algo que merezca la pena. Algo tan aparentemente simple me removió, y me hizo recordar aquello por lo que de verdad me dedicaba a esto. No hay espacio suficiente en estas líneas, querida Elsa, para darte
las gracias por estar siempre, permanentemente, empezando, una y otra vez.
Roberto Santiago (escritor)
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Ilustración de Alicia Varela
Mitos y realidades de la edición 1:
Nadie va a leer tu manuscrito
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29 noviembre de 2009
Probablemente este sea uno de los mitos más extendidos sobre la
profesión de editor, y también uno de los que conviene desmontar
cuanto antes. A ver, vamos a decirlo en negrita:
Los manuscritos se leen. Todos.
Hay ocasiones, eso sí, en que basta con leer las primeras páginas
para saber que un manuscrito no interesa, por los motivos que sea.
•Aveces,muchas,porqueelmanuscritoestáirreparablemente
mal escrito: y no estoy hablando de ortografía, sino más bien
de estructura y claridad de objetivos. A veces las frases están
tan mal construidas que es difícil otorgarles un sentido, y la
intención del autor al contar todo aquello es tan borrosa que
el lector (aunque sea editor) no es capaz de construir ningún
significado.
•Otras,porquecadacasatieneunalíneaeditorial,uncatálogo
que se pretende mantener más o menos coherente. Y hay libros
que no encajan en esa línea. Un ejemplo verídico (y extremo):
una vez empecé a leer un manuscrito que se proponía para la
colección de literatura juvenil Gran Angular. La historia de una
estrella del porno, su vida cotidiana y sus motivaciones... En la
página 10 lo dejé, más por falta de tiempo que porque el libro
careciera de interés :)
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En ciertos foros es frecuente leer a gente quejándose de que su
manuscrito no se ha leído en su totalidad, y que así no se puede
juzgar.
Pues no. Si un editor lee las primeras cincuenta páginas y el manuscrito se le cae de las manos, eso mismo le pasaría al potencial
lector. Así que es bueno saber que el editor leerá lo suficiente como
para saber si el libro puede ser interesante. Si esas primeras páginas
no funcionan, pero sin embargo prometen algo, lo que sea... el editor seguirá leyendo. Sin duda. Aunque luego tenga que proponer al
autor un cambio en ese inicio.
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A los que estén pensando, “sí, claro,
qué va a decir una editora, ¿que los editoLos buenos res no hacen su trabajo?”, les voy a propoque lo piensen dos veces. Un editor
manuscritos ner
necesita, más que nada en el mundo,
son un bien escaso, buenos manuscritos. Los buenos manuscritos son un bien escaso, y pueden
y pueden aparecer aparecer en cualquier sitio. Pueden veen cualquier sitio. nir de autores consagrados o de autores
noveles. Pueden venir de alguien que tiene un amigo “con conexiones en el mundillo”, o de un perfecto desconocido. Así que leer todo lo que nos
llega es la única manera de conseguirlos.
Y, a pesar de lo que se pueda creer, si el buen manuscrito viene
de un autor desconocido, mejor. Porque descubrir a un autor y hacerlo crecer con la editorial es uno de los mayores placeres que puede
imaginar un (buen) editor.
En resumen: Aunque no nos toman ningún juramento como a los
médicos, ni nada de eso, yo diría que un editor, por su trabajo, tiene
la obligación de leer con atención las primeras veinte o treinta páginas de cualquier manuscrito que llegue a su mesa. A partir de la página treinta y uno, el editor pasa a ser un lector. Y ningún lector lee
por obligación. Aunque su oficio sea el de editor.
Así que, si quieres que tu manuscrito sea publicado, ocúpate de
que leerlo sea un placer.
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Cuando leo este post no puedo más que sonreírme porque coincido plenamente con la visión y el proceder de
Elsa. Los editores, así como los agentes, recibimos decenas de manuscritos cada semana y ese momento del día
o de la semana en el que uno se pone a ello, es casi como
sentarse a abrir regalos, con la ilusión (y la esperanza)
de encontrar entre ellos un buen texto, que te atrape a ti
para que pueda atrapar a otros, que te convenza y que
te encaje. Sin duda este proceso “es uno de los mayores
placeres” de nuestro trabajo.
Sandra Rodericks (agente literaria)
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Escribir bien y tener una buena novela
no es lo mismo
22 diciembre de 2009
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A menudo la gente te comenta que tiene un amigo (primo, hermano,
cuñado...) que escribe muy bien. Y casi a continuación te propone
mandarte una novela suya que “está muy bien”. Como si ambas cosas fueran, necesariamente, de la mano. Y claro, no suele ser el momento de explicarles que escribir bien y escribir una buena novela
son dos cosas diferentes. Muy diferentes.
A ver: para escribir una buena novela hacen falta al menos tres
cosas:
1. escribir bien, por supuesto
2. narrar bien, y
3. tener mucha paciencia
Lo curioso es que estas tres cualidades pueden darse en el mismo
autor a la vez. O no.
Un caso frecuente es el del autor que escribe muy bien (construye bien las frases,
Las novelas tiene un vocabulario muy rico, maneja bien
subordinadas...), pero... no sabe narrar
tienen que llevar las
historias: no consigue que las escenas tenal lector desde gan ritmo, se ven las costuras de la consel objetivo de todo aquello brilla
la primera página trucción,
por su ausencia o, por el contrario, es demahasta la última. siado evidente. En fin, que la cosa no fluye.
Y es una pena, porque realmente hay autores que escriben muy bien. Pero este tipo de
historias no sirven. Aunque estén muy bien escritas, las novelas
tienen que llevar al lector desde la primera página hasta la última.
Otro caso, muy triste, es el del autor que escribe muy bien y sabe
construir una buena trama, pero... no tiene paciencia. Y como no
tiene paciencia, nunca termina la novela. O la termina con apresuramiento, con tanta prisa que aquello se convierte casi en un resumen
de lo que pudo ser.
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También hay, pero no le vamos dedicar mucho tiempo, el “autor”
que ni escribe bien ni construye nada, pero tiene toda la paciencia
que les falta a los demás. Es capaz de escribir tetralogías de más de
mil páginas por volumen... que solo una madre es capaz de leer.
En definitiva, las editoriales (y por supuesto, los lectores) lo que
necesitan son buenas novelas, aunque si además el que las escribe,
escribe bien, la felicidad es total.
Elsa comenzó a escribir este blog en 2009, pero no lo
hizo público hasta enero de 2010. Como soy un poco ratón
de Internet, llegué hasta él antes de que le diese ningún
tipo de publicidad y fui el primero en nombrarlo y en dejar un comentario en él. Enseguida su espacio se ganó
un hueco importante entre la blogosfera literaria. Con
cada nueva entrada iba demostrando que era una editora de raza, apasionada, impulsiva pero reflexiva y en
constante búsqueda, algo que ya sabíamos quienes tuvimos la suerte de trabajar con ella, de dejarnos contagiar
por su entusiasmo. Los autores, los lectores, la editorial
y el mundo de la edición en general hemos perdido mucho con su ausencia.
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Jorge Gómez Soto (escritor)
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Ilustración de Al Astudillo Aguiar
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¿Qué es un editor?
24 enero de 2010
Desde luego, es un momento de reflexión para la edición.
Hace unos días el escritor Luisgé Martín publicaba en El País
un artículo titulado Mueran los heditores (sic) con el que terciaba
en la actual discusión sobre el lugar del editor en el modelo que dibujan las ¿nuevas? tecnologías. Previamente, el también escritor
Javier Calvo había publicado en esa línea el artículo Por un libro
universal, y otros articulistas, como el propio José Antonio Millán,
también han aportado su opinión.
Yo, al menos, me quedo con la sensación de que hoy en día nadie,
ni siquiera los propios editores, acabamos de tener claro qué es ser
un editor. El seísmo de las tecnologías y los cambios en la distribución está empezando a sacudir los cimientos de la edición, y tanto los
autores como los propios editores estamos viviendo un momento
(muy excitante, por otro lado, y lleno de posibilidades) de redefinición, de necesidad de saber qué somos y qué queremos ser.
En mi opinión, parte de la dificultad para definirnos tiene que ver
con el hecho de que todos esos cambios están removiendo el concepto
y las expectativas de qué es un libro. El problema de base es que manejamos “libro” como un término muy polisémico, sujeto a diversas
interpretaciones, con innumerables connotaciones históricas y afectivas y, por supuesto, muy ligado a un formato físico determinado.
Quizá podamos avanzar en esta discusión si, aunque solo sea
a efectos de análisis, aparcamos temporalmente el concepto de
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“libro” y, en cambio, lo escindimos en tres categorías parecidas,
pero no iguales, que pueden ayudarnos a clarificar un poco la situación. Son, ya lo digo, conceptos muy subjetivos, sobre cuya definición
no pretendo que haya consenso: simples herramientas de trabajo.
•Elprimerconceptoeseldemanuscrito. Definamos manuscrito como el resultado del primer volcado de la creatividad del
autor, un texto más o menos terminado. Se trata de una labor
creativa casi siempre solitaria. El autor frente a su texto.
•Elsegundoconceptoquepropongoeseldeobra: una evolución del manuscrito, que da como resultado un material terminado, listo para el juicio de un lector final. Convertir el manus19
crito en obra puede ser tarea del propio autor en solitario (y de
hecho, a menudo es así), pero son muchos los autores que acuden al editor como compañero de viaje en este momento. El editor, en este caso, hace equipo con el autor, y a modo de coach,
entabla un diálogo acerca de mejoras que pueden referirse a la
construcción del relato, al ritmo narrativo, al dibujo de los personajes, a la coherencia interna, al propio estilo y, solo en último lugar, a la corrección ortotipográfica. Yo diría que la utilidad (o falta de
ella) de esta labor del editor resulta bastante independiente de las transforma- Son muchos
ciones que esté experimentando o pueda los autores que
experimentar la industria. Siempre habrá autores que valoren esta fase de “tra- acuden al editor
bajo en equipo”, y otros que prescindan como compañero
de ella (o recurran a personas que desempeñen ese papel muy dignamente de viaje.
aunque el cargo de “editor” no figure en
su tarjeta de visita: amigos, familiares…).
•Eltercerconceptoeseldeproyecto editorial, que no es sino
una iniciativa que permite que un número alto de personas
disfruten de una obra y, en contrapartida por ese disfrute, generen una devolución de valor a los promotores de esa obra
(devolución que puede ser económica o de otra naturaleza).
Es esta devolución de valor la que posibilita la generación de
nuevos proyectos y convierte en sostenible la actividad editorial. El proyecto editorial, frente a los dos conceptos anteriores, implica una movilización de recursos que a día de hoy
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pueden ser medios de producción, distribución y promoción,
como fábricas de papel, talleres, almacenes, expositores, giras
de autores, comerciales, furgonetas… y que mañana pueden
ser plataformas de publicación electrónica, tiendas online, pasarelas de pago, desarrolladores de software, u otros intermediarios emergentes. En esta fase, el editor coordina las acciones de muchas personas para convertir la obra en un proyecto
editorial. Es decir, el editor en este caso es un jefe de proyecto
editorial, alguien que cierra el hueco entre creación e industria. En este sentido, el editor hace lo necesario para facilitar
que la obra tome una forma accesible para los lectores (sea
física o electrónica) y realiza todas las transformaciones necesarias para que la obra entre en un proceso de industrialización. Es en esta faceta donde los cambios están siendo muy
importantes, y donde el papel del editor está en plena redefinición.
Es importante tener en cuenta que el proceso de transformación
que dibujan los tres conceptos anteriores no es lineal. No siempre
va primero el manuscrito, luego la obra y finalmente un proyecto
editorial que se monta sobre ella. En realidad, entre estos tres elementos hay un ciclo cerrado de valor, y el orden puede ser muy variado: muy a menudo hay un proyecto editorial definido que el editor propone a uno o varios autores, y el manuscrito y la propia obra
se generan a raíz de ese proyecto. En este caso, el autor y el editor
“co-crean” un mismo proyecto (aunque la escritura material del manuscrito siempre sea territorio fundamental del autor).
Si tuviera que resumir la participación del editor en todos o en
algunos de los conceptos enunciados, la imagen que se me viene a la
cabeza es pedalear en el mecanismo, hacer girar ese ciclo manuscrito-obra-proyecto-manuscrito…
Resumiendo:
1. La palabra “libro” se nos ha quedado pequeña. Discutir
acerca de qué es un editor precisa de términos más precisos,
menos ambiguos y de significado más invariante frente a los
cambios actuales.
2. El editor, a efectos de esta discusión, se define mejor como una
función, no necesariamente como una profesión. Una función
hoy en día muy democratizada, como casi todas las de los tra-
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bajos intelectuales donde, como en otras muchas áreas, lo que
unos deploran como intrusismo es lo que otros aplauden como
innovación.
3. Las transformaciones tecnológicas y de negocio están redefiniendo las funciones del editor. Algunas de esas funciones
están quedando obsoletas, otras permanecen relativamente
inalteradas, y por suerte, en las más de ellas, se presentan nuevas y excitantes oportunidades. [Me quedo con las ganas de
entrar en detalle en este punto, pero eso tendrá que ser motivo
de otra entrada.]
Las nuevas tecnologías están bajando las barreras de acceso a la
publicación. Esto da más poder al autor, que va a poder decidir en
qué medida requiere la participación de un editor, o bien se decide
a “asumir las funciones de un empresario” (como propone Javier
Calvo en el artículo que comentaba al principio de esta entrada).
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Seguiremos teniendo trabajo aquellos editores que aportemos
un valor reconocido en algún punto del ciclo editorial, con cambios o sin ellos. O, en otras palabras: ¡al trabajo!
Elsa sabía que la tarea de un editor no se limita a escoger
un texto y publicarlo, sino que consiste además en generar, junto con los autores, una dinámica que expanda la
creatividad. Ofrecer alternativas, tantear posibilidades,
abrir nuevos territorios. Para ella, los retos no eran problemas, sino oportunidades. Así era Elsa: un torbellino
de ideas, un huracán de propuestas, una mujer enamorada hasta la médula de su trabajo.
César Mallorquí (escritor)
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Ilustración de Christian Inaraja
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¿Te suena iTunes?
Pues aquí viene iBooks
27 enero de 2010
Tras meses de expectación y de confusionismo, ya se sabe cómo es la
nueva tableta de Apple. El iPad, que así se llama, pesa menos de 700
gramos, aguanta 10 horas de uso ininterrumpido y un mes en reposo, se conecta a Wifi o a Wifi+3G según el modelo, y su lanzamiento, y esto es lo que más me interesa, va parejo al de una nueva
tienda de libros: iBooks Store (con títulos en formato ePub).
El nuevo dispositivo, que tal como predecían algunos parece un
iPhone crecidito, pretende atacar a dos segmentos tecnológicos a la
vez. Quiere posicionarse como un netbook mejor que los netbooks
y un lector de libros electrónicos mejor que los lectores de libros
electrónicos.
Vete a saber si va a tener éxito o no, pero lo que queda claro es que
una empresa con tanta capacidad de generación de futuro como
Apple se toma muy en serio el libro electrónico.
Dicho esto, y viendo todo el resto de cosas interesantes que puede
hacer ese bicho (además de tener una tienda de libros), tengo claro
que no quiero limitarme a hacer lo que ahora mismo se entiende
por “libro electrónico”. Es como si me dijeran que mi pecera, de repente, ha sido trasladada al mar, pero que si quiero, puedo seguir
nadando dentro de ella.
Pues no.
Los fabricantes de tecnología se han propuesto liberar al libro de
sus limitaciones tecnológicas. Ahora, a autores y a editores nos toca
liberarlo de sus limitaciones creativas.
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5 consejos básicos
si te vas a presentar a un concurso
28 enero de 2010
Estamos estos días leyendo originales presentados a los premios
El Barco de Vapor y Gran Angular. En total, más de 500 originales que leer en tres o cuatro meses. Como cada año, con el deseo
(y más que el deseo) de encontrar esas pequeñas joyas que se llevan
con orgullo a un jurado, pero también abrumados por todos esos
cientos de páginas.
Mientras leía anoche alguno de esos manuscritos, se me ocurrían
varias recomendaciones para que un original no sea de los que apetece descartar a la primera:
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1. Elige bien el título. Hay títulos que echan atrás nada más
leerlos (en general, los títulos con muchos diminutivos, o que
incluyen un pretendido chiste que no se entiende a la primera, o con una rima poco elaborada tipo “Pepita la mariquita”).
Evita también los que sean en exceso rimbombantes o difíciles
de leer (“Kjhdurjena en el planeta de Jurgfuchistierna” no motiva nada). Y procura que sea adecuado a la edad de los receptores: “Janet y la habitación de los juguetes” quizá no sea el
título más adecuado para un manuscrito presentado al Gran
Angular, pongamos por caso.
2. Cuida especialmente la primera frase, el primer párrafo, la
primera página... La percepción del lector (sea jurado de un
premio o no) va a quedar muy condicionada por ese primer
contacto con tu manuscrito. Por aquello de la primera impresión. Un libro que empieza “Sonó el despertador. Alicia se
levantó y, con aire aburrido, empezó a prepararse el desayuno”, y que dedica el resto de la primera página a describir
los objetos que hay en la habitación, consigue que no quieras
pasar a la segunda página. Y de lo que se trata es de que el lector no quiera parar de leer.
3. Por las mismas razones que en el caso anterior, utiliza una
letra legible y poco historiada, un interlineado agradable,
unos márgenes generosos... En definitiva: haz que leer tu original sea cómodo. No es que vaya a ser descartado si no lo es,
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pero después de leer varios manuscritos seguidos, si te toca
uno “confortable”, se agradece un montón. Y siempre es mejor
para tu manuscrito que el lector empiece a leer en ese estado
de ánimo que en el contrario.
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4. Procura que no trate el mismo tema que el premio del año
anterior, o que el de hace dos años. No apetece premiar dos
años seguidos una novela sobre la Guerra Civil o sobre los
peligros de un videojuego. Si te atreves a hacerlo, que sea
porque el punto de vista o el planteamiento o la voz narrativa... o algo, es muy diferente. Entre dos novelas igualmente
buenas, el jurado se inclinará por la que no repite. Todos agradecemos la variedad.
5. En esa misma línea, intenta que el manuscrito tenga cierta
novedad (en lo formal, en el contenido, en la estructura de la
historia, en el punto de vista...): un libro que habla de un chaval de ciudad que va a pasar el verano en el campo en contra
de su voluntad y termina descubriendo que la vida rural tiene
muchos encantos... tiene que presentar algún aspecto muy
novedoso para ser considerada. Y sí, es cierto que cualquier
tema ha sido tratado mil veces, pero encuentra ese plus que lo
haga diferente.
Ya, ya sé que son consejos demasiado evidentes, pero los autores de más de la mitad de los cientos de manuscritos que se presentan cada año no los aplican. De verdad.
Todavía me sonrío al releer estos comentarios de Elsa.
Evidentemente, tenían mucho de generosidad, pero también una pizca de reprimenda. Hay que haber leído y escrito mucho para reconocer que no solo escribimos para
nosotros mismos, que existe ese OTRO (el lector) al que
se quiere llegar, conmover, seducir o interesar. Al menos, entretener. Elsa obvió algo que también existe: el
plagio. Al menos, eso me pasó a mí una vez ejerciendo de
jurado, cuando descubrí que el relato que estaba leyendo
era exactamente uno de los cuentos que yo había publicado.
Mariasun Landa (escritora)
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De qué se puede hablar en LIJ
6 febrero de 2010
Ya son varias las ocasiones en que he leído
algunos comentarios en blogs y en foros que
se planteaban “de qué no es conveniente hablar” en libros de LIJ. Creo que la respuesta
es que no hay ningún tema del que no sea
conveniente hablar en un libro para niños.
No hay
ningún tema
del que no
sea conveniente
hablar
en un libro
para niños.
La cuestión no es el qué. La cuestión es el
cómo. Los que tenemos una relación diaria y
cercana con chavales sabemos que los niños
quieren saberlo todo. Y que se les puede hablar
de todo. Pero no podemos olvidar que los niños y los jóvenes son personas en formación.
Y eso, desde mi punto de vista, hace que convenga ser muy conscientes del impacto que puede tener en el desarrollo de esas personas cualquier producto cultural que les destinemos.
Por supuesto, la cuestión de cómo se deben tratar los temas dirigidos a niños y jóvenes (en tanto personas en desarrollo) es algo
socialmente construido y que ha variado mucho según las épocas.
Un par de ejemplos.
En su momento, los libros de Edmundo de Amicis (Corazón, principalmente) se consideraban muy adecuados para los niños por los
valores morales y sentimentales que defendía. Sin embargo, yo hoy
no se lo daría a un niño que no tuviera un cierto grado de madurez,
y aun así, lo haría con reservas, por la explotación que hace de sentimientos como la culpabilidad o la compasión.
En cambio, uno de los mejores autores de literatura para niños
de todos los tiempos, Roald Dahl, probablemente tendría muchos
problemas hoy en día para encontrar editor, si no fuera porque ya
es un autor consagrado. Pero su literatura es viva, provocativa,
transgresora... y capaz de desvelar para los niños las contradicciones del mundo de los adultos y de ayudarles a entenderlas y a aceptarlas... o a intentar cambiarlas.
Por tanto, estábamos en que la cuestión no es el qué, sino el cómo.
¿Hablar de la muerte a los niños? Sí, pero como en Las brujas, del
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citado Roald Dahl (al final, con el niño convertido en ratón, él y la
abuela hablan de la esperanza de vida de un ratón y de la de una
mujer anciana como ella y, llenos de alegría por lo que les queda por
vivir, se congratulan porque su tiempo es más o menos el mismo,
y así, ninguno dejará solo al otro). ¿De las injusticias que derivan
de las estructuras sociales ? Sí, pero como en El balonazo, de Belén
Gopegui (en que un chaval debe decidir entre mantener un valor
como “no mentir” y otro como “ser leal y ayudar a una buena persona, aunque sea contra las leyes [que son, necesariamente, injustas]”). ¿Sobre la trascendencia y el sentido teleológico de la existencia? Sí, pero como en La primera vez que nací, de Vincent Cuvellier
(en el que se narran diversos hitos en la vida de una niña, desde que
nace hasta que “nace por segunda vez” cuando tiene lugar el nacimiento de su propia hija).
No hay límites al qué, pero hay que pensar bien el cómo. ¿Por
qué? Porque lo que leen los niños y jóvenes tiene un impacto en su
desarrollo y nosotros, como editores, queremos tener un control
explícito sobre ese impacto.
No para no impactar, desde luego, sino para impactar de la forma que consideramos adecuada. Eso, creo yo, es el compromiso
en la LIJ.
“No hay límites al qué, pero hay que pensar bien el cómo”.
No ponerse límites. Ni como escritor, ni como editora, ni
como investigador. Y Elsa encuentra la médula del problema abriendo el abanico de posibilidades como lo hizo
en su trabajo. Abriendo la LIJ a la exploración de los nuevos formatos, de temas pocos tratados, de fórmulas innovadoras… Sin miedo. Con valentía, porque el cómo estaba
claro: con profesionalidad y sin límites.
Como solo los buenos editores saben hacer y guiar.
Gemma Lluch (profesora)
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Ilustración de Ada Astudillo Aguiar
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Compromiso
10 febrero de 2010
La última entrada acababa justo con este concepto: el compromiso.
Y, aunque es verdad que los que nos dirigimos a personas en desarrollo tenemos una responsabilidad mayor, creo que en realidad
esto del compromiso deberían aplicárselo todos los agentes culturales. Me explico.
Es frecuente oír que algún actor de la cadena cultural defiende
un producto (anuncio, película, serie de televisión, novela...) que refuerza determinado estereotipo escudándose en un “yo me limito
a reflejar la realidad”. O en que, en último término, el televidente,
lector, espectador... es libre de no consumir ese producto cultural.
Y la verdad es que no puedo estar más en desacuerdo con esa
actitud. A ver, todos los que tenemos algo que ver con la cadena
que desemboca en la creación de un producto cultural deberíamos,
desde mi punto de vista, tener muy claro que las producciones culturales nunca se limitan a “reflejar la realidad tal y como es”. La
realidad, especialmente la realidad social, está hecha de discurso.
Y cada pequeña contribución al discurso cultural modifica esa realidad.
Un ejemplo reciente: María, una amiga de mi hija, es una niña inteligente, muy alta y con mucho potencial. ¿Sabéis qué dice, a sus ocho
años, que quiere ser de mayor? Animadora de baloncesto. Ni pívot,
ni defensa. Animadora.
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Cuando oigo esto, no puedo dejar de pensar que esa actitud tiene
mucho que ver con que consume determinados productos culturales que privilegian una postura ante la vida en niñas y niños. Esta
postura implica, entre otras cosas, que todos quieren ser populares.
Pero en los niños, esa popularidad se consigue siendo el mejor en
el deporte que sea. Y en las niñas, siendo una monísima animadora
que juega siempre un papel secundario y que gracias a su dedicación como objeto decorativo logra su objetivo en la vida, el que debe
tener toda mujer: conquistar el corazón del chico, claro.
Es importante
responsabilizarse
del impacto,
ser conscientes
de qué está
aportando
en ese sentido
la obra que
producimos.
28
Podemos discutir en qué medida una
obra cultural puede tener un efecto performativo para perpetuar o desmontar
determinadas instituciones sociales (sexo/
género, actitud ante la autoridad, mecanismos de categorización social que definen
el “nosotros” frente al “ellos”...) y a reforzar
o cambiar determinadas actitudes a escala
individual: es cierto que un solo libro con
estereotipos no basta para perpetuarlos,
del mismo modo que comer una hamburguesa un día no te condena al infarto. Pero
creo que, por principios personales, es importante responsabilizarse del impacto,
ser conscientes de qué está aportando en
ese sentido la obra que producimos. No dejar que sea algo aleatorio o condicionado
por la moda, o por lo que tiene más éxito.
Por eso...
... no me gustan las novelas en las que ella es tonta, patosa, frágil
y necesitada de protección, y además guapísima y capaz de enamorar al chico al primer vistazo (aunque haya muchas chicas tontas,
patosas, frágiles y necesitadas de protección, y además guapísimas),
porque establecen la norma de que hay que ser así (y no inteligente,
divertida, fuerte y decidida) para enamorar a un chico al primer vistazo. Es más: ¿de verdad el objetivo último es siempre enamorar al
chico?
... no me gustan las series de televisión en las que se escenifica
una guerra de sexos basada en el supuesto de que ellas solo quieren pescar marido y ellos solo quieren acostarse con la chica y salir
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corriendo (aunque haya muchas chicas que quieren pescar marido
y muchos chicos que solo quieren acostarse con la chica y salir
corriendo), porque establecen la norma de que si eres chica debes
querer pescar marido y si eres chico debes querer acostarse con la
chica y salir corriendo.
... no me gustan las noticias que hablan de un robo o un asesinato
en el que si el presunto autor es ecuatoriano o magrebí, ese dato
sale en el titular o en la primera línea, mientras que si es español,
puede que no lo encuentres nunca. Porque esas noticias establecen
la norma de que inmigración desde países empobrecidos, y delincuencia, son conceptos que van de la mano.
Basta de decir que la realidad es así. La realidad es amplia y compleja, y cada uno decide con qué partes de ella construye sus modelos.
29
Lo demás es escurrir el bulto.
A principios de 2008 yo intentaba que alguna editorial
produjese un libro colectivo de relatos contra el acoso
escolar. Todas respondían igual: muy interesante pero
poco comercial; es caro de hacer y no se vendería. Lo había prácticamente desechado cuando un día, mientras
tomábamos café charlando de algunos matices del primer libro que publiqué con SM, se lo conté a ella. Muy
interesante, respondió con esa expresión suya que ratificaba la veracidad y entusiasmo de sus palabras; tomó
una servilleta de papel y empezó a escribir en ella. Vamos
a hacer la lista de autores, dijo, y comenzó a anotar nombres. Es poco comercial, me oí decir. Caro de hacer, avisé, y no se vendería. Algunos libros hay que editarlos
aunque no se vendan, respondió ella sin dudarlo. Toma,
llévate esta servilleta y anota los nombres que se te
ocurran, empezamos mañana a hablar con los autores.
Y así fue. Y así se hizo. Hoy, al recordarla como tantas
veces, vuelvo a pensar que tenía razón y que la seguirá
teniendo. ¿Qué habría sido de todos nosotros, de nuestras vidas, si no hubiesen existido los editores de libros
necesarios que no se venden?
Fernando Marías (escritor)
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Ilustración de Puño
Mitos y realidades de la edición 2:
Las editoriales solo publican
lo que vende
19 febrero de 2010
A nadie le parece raro que Nike fabrique zapatillas para venderlas,
ni que Spielberg haga películas con la intención de que sean un
éxito de taquilla. Y sin embargo, a menudo tengo la sensación de que
a algunas personas no les parece del todo bien que las editoriales
publiquen libros que se vendan.
Todos sabemos que solo hay un tipo de editoriales que publican
lo que no se vende: las editoriales que han cerrado. Las editoriales
que siguen editando son las que han encontrado el modo de hacer
viable su actividad, teniendo unos ingresos que superen sus gastos.
Es decir, que las editoriales, entre otras muchas cosas, son negocios.
Muy honorables, pero negocios.
Lo que está claro es que montar una editorial no es la mejor forma
posible de ganar mucho dinero. Desde luego, los emprendedores
que fundan una editorial lo hacen, sobre todo, con el deseo de llevar
adelante una misión cultural. Si se trata de ganar dinero, es mucho
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mejor montar una empresa de energías renovables, que están muy
subvencionadas, o, si me apuran, una puntocom.
Eso sí, las editoriales tienen que ser capaces de mantener un sano
equilibrio entre llevar adelante su misión cultural y ser una actividad sostenible mediante la venta de los libros publicados. Por supuesto, ese equilibrio no se intenta conseguir con cada título, sino
con el conjunto de la actividad editorial. El “mix” se compone, más
o menos, de un número razonable de libros que pueden vender bien,
más alguna apuesta incierta, más unos pocos títulos que da igual
que vendan más o menos, porque son libros que responden plenamente a la misión de la editorial. Publicar esos libros a veces se
parece a jugar a la lotería (puedes ganar o no) y otras, a dar el dinero
a una ONG.
De todos modos, la cuestión no es solo económica. Por mucho que un contenido encaje con el
tipo de libros que quiere hacer una editorial,
también es necesario que la obra esté alineada
con las expectativas de los lectores.
Si los lectores no leen los libros que una editorial publica, no hay hecho de lectura. Y la misión
de una editorial se realiza no cuando publica un
libro alineado con su misión, sino cuando consigue hechos de lectura relevantes.
31
Un libro
que nadie lee
es un árbol
muerto
para nada.
Un libro que nadie lee es un árbol muerto para
nada.
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Ilustración de Betania Zacarías
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LIJ y terremotos
4 marzo de 2010
Acabamos de volver de Chile los participantes en el CILELIJ (Congreso Internacional de Lengua y Literatura Infantil y Juvenil). Tras
unos días extraños, todos (casi todos) estamos de vuelta en casa.
El seísmo de las
tecnologías
está sacudiendo
los cimientos
de la LIJ.
No deja de tener gracia que el terremoto del
día 27 de febrero nos dejara sin realizar la última
jornada, la dedicada al futuro de la Literatura
Infantil y Juvenil. Hace poco comentaba aquí que
“el seísmo de las tecnologías está sacudiendo los
cimientos de la LIJ”, así que parecería que la alegoría pesimista estuviera servida.
Pero bien pensado, quizá fui yo la que se equivocó al elegir aquella metáfora.
Tras estos días de convivencia y cercanía con
tantos protagonistas de nuestra LIJ iberoamericana, tengo la seguridad de que todos queremos dar forma a ese futuro, generarlo con nuestras ideas y nuestro saber hacer.
Este congreso ha mostrado, incluso sin la última jornada, que el
futuro de la LIJ no está hecho de cosas que nos van a pasar, sino de
cosas que vamos a hacer.
No tenemos planes de sobrevivir al terremoto. Tenemos planes
de ser el terremoto.
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Aquel 27 de febrero, Santiago de Chile brillaba bajo el sol
de su verano y nosotros, en el CILELIJ, vivíamos nuestra
segunda jornada de actividades llenos de euforia y buen
rollo. Algo mágico flotaba en el ambiente.
Fue a mediodía, al salir del salón donde celebrábamos
las intervenciones, cuando Elsa y yo echamos a caminar
juntos y, sin más, me cogió de la mano. Como dos críos.
O dos adolescentes.
Tanta inocencia...
Lejos de España, lo mismo que en Madrid o en Barcelona,
el autor y su editora eran mucho más que eso. Eran amigos.
Caminamos un buen rato, en silencio. O hablando, ya no
lo recuerdo. Dos personas cogidas de la mano pueden
transmitirse un sinfín de emociones. Compartimos el
momento y nos dejamos llevar por calles abiertas al sol,
como deberían ser todas las calles de todas las ciudades
del mundo.
33
Elsa era así. Espontánea, libre, siempre abierta a soltarte
un directo lleno de ternura o reír. Sobre todo, reír.
Aquel paseo fue inolvidable precisamente porque a las
pocas horas pudimos haber muerto en el terremoto escala 8,8 que sacudió Santiago. Hubiera sido el último
recuerdo feliz.
Sobrevivimos y celebramos la vida.
De haber muerto, igual hubiéramos subido al cielo cogidos de la mano. O me habría rescatado con la suya, en el
caso de haberme ido directo al infierno.
Sí, Elsa era así.
Jordi Sierra i Fabra (escritor)
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¿Es tan raro que los escritores
profesionales ganen premios?
11 marzo de 2010
Me resulta curioso que tanta gente se sorprenda (e incluso se indigne) porque los escritores profesionales ganan premios literarios. Me resulta muy curioso porque, en cambio, nadie se extraña
de que el Roland Garros lo gane Nadal o de que el Óscar al mejor
actor se lo lleve Bardem.
34
No resulta fácil competir con ellos debido a que llevan mucho
tiempo haciendo su trabajo, conocen bien los fundamentos de lo
que hacen y los manejan con maestría. Y por tanto, lo que hacen
lo hacen muy bien (casi siempre).
Ahora, eso sí, es importante no olvidar que los escritores (como
los tenistas o los actores) que hoy son profesionales, no lo han sido
siempre. Y que solo con mucho trabajo y mucha perseverancia han
conseguido estar donde están. Es muy facilón pensar que “seguro
que conocen a alguien” o que “algo” les ha facilitado la tarea. Que no.
Que abrirse camino es igual de difícil para todos, y a nadie (o a
casi nadie) le regalan nada. Un ejemplo: una autora como Laura
Gallego. Con más de veinte libros publicados y siendo una de las autoras más leídas en todo el mundo, resulta fácil olvidar que la primera
novela que publicó fue el manuscrito con el que ganó el premio El
Barco de Vapor. Y no solo eso, sino que antes había escrito otras trece
novelas (y seguro que más de una estuvo en algún concurso) sin recibir ningún premio. Laura, para entonces, ya era una escritora y ese
título no se lo había regalado nadie: se lo había ganado ella a fuerza de
seguir escribiendo incansablemente hasta conseguir su meta.
Podemos concretar un poco más. ¿Es normal que un Jordi Sierra
i Fabra haya ganado el premio El Barco de Vapor? ¿Es normal que
una Care Santos lo ganara el año pasado? ¿O que Maite Carranza
haya ganado el Edebé y Daniel Nesquens el Anaya?
Desde mi punto de vista, no tiene nada de extraño. ¿Que por qué?
Pues porque todos ellos escriben muy bien, lo hacen desde hace
mucho tiempo, se han peleado con cientos de páginas y con decenas
de comienzos, han tirado a la basura mucho trabajo ya hecho, conocen técnicas para jugar con distintos puntos de vista en la narra-
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ción, saben cómo evitar que se vean las costuras de la historia..., entre otras muchas cosas. Y las novelas que presentaron a los respectivos
concursos eran muy buenas.
Por otro lado, el hecho de que un escritor
como Jordi haya tardado como poco, y que él recuerde, al menos ¡diez! convocatorias en conseguir ganar un premio El Barco de Vapor
(de los demás autores no solemos conocer ese
dato, pero Jordi tuvo la elegante humildad de
comentarlo al recoger el premio) indica:
•Primero: que los autores, por muy profesionales que sean, no siempre ganan los
concursos a los que se presentan.
•Y segundo: que al menos “este” escritor
profesional tiene mucha perseverancia
y no se rinde.
Los escritores
(como los tenistas
o los actores)
que hoy son
profesionales, 35
no lo han
sido siempre.
Probablemente la perseverancia es también un rasgo de los escritores profesionales. Un escritor profesional como Jordi se presenta nueve veces a un concurso y no lo gana. ¿Y qué hace? Se presenta
una décima vez. Eso es un profesional.
No, querida Elsa, como tú bien dices, no es raro sino todo
lo contrario, y en su día tus reflexiones me ayudaron a
reconciliarme con mi etiqueta de “profesional” y con mis
premios. Incluso se podría decir, en la línea de tus argumentos, que solo las y los profesionales ganan premios
merecidamente, si entendemos la profesión no solo como
oficio, sino también como la acción y el efecto de profesar, que es creer en algo y dedicarse a ello con perseverancia y amor. Como te dedicabas tú a la edición.
Carlo Frabetti (escritor)
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Ilustración de Carlos Romeu
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¿Qué valores?
17 marzo 2010
El otro día, en la rueda de prensa de los premios El Barco de Vapor
y Gran Angular, me llamó la atención que, cuando los periodistas
preguntaban por los “valores” que tenían los libros ganadores,
los autores sentían la necesidad de aclarar rápidamente que sus
libros “no tienen valores”. Y no es la primera vez que veo algo así.
Me ha dado mucho que pensar, porque, claro, ¿qué autor afirma,
sin más, que su libro no tiene valores si entendemos la palabra “valores” como la define el diccionario?
“Principios morales, ideológicos o de otro tipo que guían el comportamiento personal” (Diccionario CLAVE), o incluso: “Cualidades
que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son
estimables” (Diccionario de la RAE).
La cuestión está, sin duda, en las connotaciones negativas de las
que se ha ido tiñendo la palabra “valores” tras su paso por aquellos
“valores transversales” y por todo lo que les ha seguido: los currículos escolares, las selecciones bienintencionadas y las lecturas dirigidas. Y sobre todo, en la saturación que nos produce a todos ese continuo runrún de la solidaridad, la coeducación, el cuidado del medio
ambiente o la cultura de la paz. Que no es que no sean, en sí mismos,
temas importantes y por los que cualquiera está dispuesto a trabajar,
sino que estamos un poco estragados de tanto oírlos y tanto hacerlos evidentes.
A pesar de esto, yo sigo diciendo que me interesan los libros con
valores. Aunque la afirmación haga que le salgan granos a más de uno.
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Busco libros que conciban el yo como algo que está en permanente construcción. Y lo considero un valor.
Me gustan los libros en los que el humor contribuye a destapar
y enfrentar las contradicciones de las personas y de la sociedad.
Y lo considero un valor.
Me interesan los libros que disponen a la acción. Y lo considero un valor.
Siento imprescindibles los libros que ayudan a
reconocer las deficiencias de las estructuras sociales y animan a trabajar de forma no violenta
para cambiarlas. Y lo considero un valor.
Necesito los libros en los que hay una búsqueda
de sentido a la existencia, al margen de que sea el
sentido de un autor concreto y no necesariamente
el mío. Y lo considero un valor.
Me interesan
los libros
que disponen
a la acción.
Un libro con valores no es necesariamente un libro políticamente
correcto. Basta un libro en el que el autor deposite su visión apasionada sobre las cosas que hacen que la vida merezca la pena.
No sé a vosotros, pero a mí los libros me siguen construyendo como persona porque me emocionan, me sorprenden, me indignan, me hacen reír, llorar, gozar, dialogar,
aprender, y me ayudan a descubrir la belleza, la bondad,
lo probablemente verdadero y lo que realmente importa
en la vida. Un mundo de valores que quiero respirar.
Benditos los autores, diseñadores, ilustradores, editores
que ayudan a que la casa de la humanidad sea más decente y digna. Los libros nos ofrecen un aliento de esperanza. Nos ayudan a bracear en este proceloso océano
que es la vida.
Una vez más, coincido contigo, mi valiosa y querida Elsa.
Fernando López-Aranguren (profesor)
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Ilustración de Javier Olivares
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Prescribir y recomendar
8 abril de 2010
Hace un tiempo, un lector de este blog proponía en un comentario
como tema de reflexión el de los criterios que los mediadores debemos tener en cuenta para prescribir y recomendar un libro.
Y es probablemente de la diferencia entre esos dos últimos verbos coordinados de donde surge una primera reflexión que para mí
es crucial: “prescribir” y “recomendar” son dos cosas muy diferentes y deben mantenerse separadas.
• “Prescribir”, en el sentido en que se usa en el ámbito escolar,
hace referencia a la lectura obligatoria. Y aunque la lectura
obligatoria ha sido (y en algunos ambientes es) muy denostada, yo sigo creyendo que es muy necesaria. En la escuela cumple un papel muy importante la reflexión sobre una lectura
compartida, y para un chaval puede ser la puerta hacia un tipo
de libro al que, de otro modo, quizá no hubiera llegado. Por supuesto, si la selección de las lecturas obligatorias es inadecuada para la edad o para el contexto de ese grupo de chavales,
la lectura se convertirá en un suplicio que no aporta nada. Y si
la actividad que se realiza en torno al libro es un examen para
comprobar que los chicos lo han leído, con preguntas que no
aportan nada a la comprensión del texto ni facilitan que el lector
se apropie del contenido leído (seguro que más de uno hemos
tenido en las manos actividades sobre la lectura que incluyen
preguntas como “¿de qué color es el jersey que lleva el protago-
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nista cuando va a tal sitio?”), entonces no nos podrá extrañar
que los chavales odien leer.
• “Recomendar” es esa tarea que realizan los buenos mediadores (padres, profesores, bibliotecarios, libreros…), que tiene
que ver con lograr que cada libro llegue realmente a las manos de su destinatario potencial en el momento adecuado.
Recomendar tiene que ver con conocer al lector concreto, a la
persona que tienes delante: sus gustos, su momento vital,
sus preocupaciones, sus inquietudes… Y con conocer el libro
que le recomiendas y saber que ese es el momento adecuado
para que se encuentren. Recomendar tiene también que ver
con ayudar a crecer al lector como lector: a partir de sus gustos actuales (y si son las novelas románticas de escasa calidad
literaria, pues qué se le va a hacer) para, poco a poco, llevarle
a libros más complejos, de mayor profundidad, de mejor calidad literaria. Pero siempre partiendo de lo que le gusta, porque
lo contrario es perderle como lector.
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¿Qué criterios generales tendría yo en cuenta a la hora de prescribir y recomendar? Pues más o menos, los mismos que tengo en
cuenta a la hora de editarlos.
Lo primero de todo, intentar que sean libros que gusten al lector. Puede parecer que esto es una concesión, una claudicación del
que recomienda. Pero no. Si el libro que recomiendas no gusta, es
como si no lo hubieras recomendado, porque el “hecho de lectura”
no llega a realizarse. O sea, recomendación fallida. Y poca confianza
del lector en el criterio de la persona “recomendadora”.
Después, libros comprometidos, en el sentido de libros que se
comprometan. Con algo, no necesariamente con aquello con lo que
yo personalmente me comprometería. Pero no hay nada menos
interesante y que enganche menos (al menos a mí) que los libros inanes, que no dicen nada, que no se casan con nada y en los que todo
son medias tintas.
Algunos ejemplos de recomendación:
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• J uliatieneseisañosyleedesdehacevariosmeses.Aúnlecuesta
un poco comprender lo que lee, pero cada vez que termina un
libro lo grita orgullosa a los cuatro vientos. Una buena recomendación para ella sería cualquier libro de la escritora Gabriela
Keselman; por ejemplo, El regalo o Morris, regálame un amigo.
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• D
avid, 9 años. No es un gran lector, aún le cuesta mucho esfuerzo leer un libro “de letras”. No es capaz de estar quieto mucho rato, pero le encantan las matemáticas y pone mucha de
su autoestima en lo bien que se le da esa disciplina. Seguro que
le gustaría El libro de Guillermo, de Carlo Frabetti. Una breve
reseña, aquí.
• S
ilviatiene13años,entrandoenlaprimeraadolescencia.Varias veces ha dicho que se quiere hacer un piercing, pero está
claro que no se atreve. Sin embargo, le gusta decirlo delante
de sus padres y se ve que disfruta escandalizándolos un poco.
Lee bastante y no le tiene miedo a un libro que exija un poco
de esfuerzo si da algo a cambio. Un buen libro para ella sería
Así es la vida, Lili, de Valéry Dayre. Aquí una crítica en Anika
entre libros.
• M
aría,primerodeBachillerato.Esmuycríticaconlosadultos
y con la sociedad actual, pero desde la reflexión. Es lectora entusiasta de Crepúsculo, pero últimamente se animó a llevarse
Marina y le gustó ser capaz de leer un libro “de adultos”. Un
buen libro para ella sería Cielo Abajo, de Fernando Marías.
Reseña en la revista Babar.
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En cuanto a la cuestión de si un libro precisa un libro fórum o una
explicación posterior, yo creo que no. Por supuesto que un coloquio
o una buena conversación sobre un libro que te ha gustado (o no)
nunca estorban, pero no es imprescindible. ¿Qué puede ocurrir?
¿Que el chaval no lo entienda todo? ¿Que no lo entienda como nos
gustaría que lo entendiera? Yo creo que en ese punto, hay que confiar. La lectura queda hecha y el lector la va elaborando. Quizá no lo
haga en un día, pero si un libro es bueno, deja huella. Y si deja huella,
va encontrando su sitio.
Cada lector
tiene que
construir
el significado.
Su significado.
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Un libro como Así es la vida, Lili es un libro difícil. Difícil porque no es fácil de entender y difícil porque es arriesgado. Y revuelve. Y uno teme,
claro, que el revuelto no quede después como uno
querría que quedara.
Pero es así: cada lector tiene que construir el
significado. Su significado. Después de que hayan
pasado más de un par de años desde que lo leí, me
sorprendo a veces pensando en Lili, en el argu-
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mento del libro, en los padres de esa niña, en todos los padres, en
la gasolinera, en el perro. Y algo pequeñito vuelve a hacer clic, algo
se recoloca.
Eso es lo que ocurre cuando un libro encuentra a su lector.
Considero, como Elsa, que las recomendaciones y la prescripción de los mediadores son claves para formar lectores. Es imprescindible que los mediadores sean buenos
lectores, conozcan los libros y a los chavales y los acompañen y ayuden en todo el proceso. La elección de un libro para prescribir en el colegio es un tema complejo,
pero sin duda es la única forma de hacer llegar determinados libros a los chicos. De nada valdría si los abandonamos a la lectura o hacemos exámenes sobre el contenido.
Sesiones de lectura compartida, de discusión o reflexión
ayudan a la construcción de lectores autónomos y creativos. Como siempre, Elsa nos hace reflexionar y pone sobre
la mesa las claves para fomentar el placer de una lectura
transformadora, la de verdad, la que consigue quedarse
dentro de nosotros, en ese lugar donde también está ella.
Gracias.
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Mónica Rodríguez (escritora)
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Ilustración de Antonio Tello
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¿Para quién se escribe?
18 abril de 2010
Leía el otro día un reportaje muy interesante en El País titulado
La derrota de la página en blanco. En él, varios escritores y algún
editor reflexionaban sobre la escritura y daban algunos consejos
a los escritores noveles para enfrentarse al reto de la escritura.
Al margen de lo curioso de los consejos (algunos previsibles,
otros no tanto) y de su utilidad más allá de mostrar el ingenio de
quienes los escriben, al cabo del tiempo se me ha ido dibujando
una duda, sobre todo porque el tema no aparece reflejado en ninguna de las intervenciones. ¿Hay un lugar para el lector? Es decir,
¿está (y/o debe estar) el lector presente en ese momento de génesis,
de creación, de plasmación en el papel?
He oído a muchos autores decir que “escriben para sí mismos”.
Pero me pregunto si de verdad es así. Si es posible escribir para uno
mismo (más allá del diario íntimo) o si cuando uno escribe tiene, necesariamente, un, unos lectores implícitos en la cabeza.
Si aterrizamos el tema en la literatura infantil, las dudas crecen.
¿Basta con que lo que uno cuenta “importe”, o además hay que hacer
el esfuerzo de conseguir que al lector “le importe”? ¿Por qué algunos autores parecen considerar este esfuerzo como caer en el terreno de lo “comercial” o incluso de lo “deshonesto”? ¿Tendrán razón?
¿Comete algún tipo de pecado de pensamiento el autor que se pregunta si lo que está escribiendo se entenderá bien, si enganchará
desde la primera página, si transmite un mensaje significativo al lector?
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Ya sé que no es lo mismo, y que incluso la traslación puede ser
un poco perversa, pero desde luego, no se puede editar (o yo no sé
hacerlo) sin imaginar a los destinatarios
(múltiples siempre) de cada libro. Imaginarlos
en el momento de enfrentarse al libro por pri- No se puede
mera vez, mirando la cubierta, leyendo atentamente la cuarta y lo que en ella se promete. editar (o yo
Imaginarlos en el momento de comenzar la no sé hacerlo)
lectura, con su bagaje anterior, con sus expectativas, con sus peculiaridades. Imaginando sin imaginar
sus reacciones, su sorpresa, sus risas, su an- a los destinatarios.
gustia, su reflexión posterior. Quizá porque
concibo la literatura como comunicación antes que como cualquier
otra cosa. ¿Acaso este es un “trabajo sucio” que nos corresponde
hacer a los editores, para así permitir que los autores se mantengan
en el “territorio virgen” de una “creatividad no condicionada”?
Son dudas que me planteo, no tengo certezas. ¿Se ve diferente
cuando uno es autor, editor, lector, librero? ¿O tiene que ver con
una actitud más general ante el hecho literario, independiente del
papel que a uno le toque jugar en él?
Leerte es mirarte. Analizando las cosas, con esa lucidez
que nunca dejaba de sorprenderme. Escuchando con
atención, reflexionando, con la pierna apoyada en la mesa
y los ojos negros captando cada matiz. Nada es porque sí,
ni definitorio, todo tiene una segunda lectura, otra opinión, una forma distinta de vivir las cosas. Y ellos siempre ahí, en todas nuestras conversaciones. Leerte es
escucharte, sin levantar la voz, y la sonrisa siempre prendida. Ay, Elsa, echo de menos muchas cosas, pero al final
siempre me sale del corazón tu sonrisa.
Paloma Muiña (editora y escritora)
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Publicar sin que te publiquen
9 mayo de 2010
Una de las aspiraciones más frecuentes y legítimas en un escritor
es llegar a publicar su obra. Es verdad que muchos escriben para
expresar su mundo interior, para exorcizar fantasmas o por pura
necesidad. Pero, al final de ese proceso, casi siempre emerge el deseo de ver sus palabras impresas en un papel, negro sobre blanco,
y a la disposición de los lectores en una librería.
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Probablemente detrás de ese deseo está, en parte, el prestigio
que la letra impresa ha tenido durante mucho tiempo en nuestra cultura. Lo que estaba escrito y publicado era verdad y era bueno, porque la escasez de medios de producción obligaba a una selección: los
libros que se pueden publicar son limitados (aunque todos estamos
de acuerdo en que son muchísimos, incluso demasiados).
Hoy eso está cambiando. Internet permite que cualquiera que lo
desee publique (con un coste cercano a cero) sus creaciones, y las
comparta con sus lectores potenciales. Internet permite promocionar los libros y recibir críticas de los lectores. Internet hace posible,
también, monetizar esas creaciones.
¿Qué se puede hacer para publicar una obra en Internet? Hay
varias opciones:
1. Montar un blog e ir publicando en él los capítulos de la novela,
los poemas o los cuentos. Y quien dice un blog, dice en Facebook
o en Tuenti o una fórmula similar. Esto vale también para la
literatura infantil y juvenil, por supuesto, aunque hay que tener claro quién va a leer ese material y adaptar la comunicación al medio concreto. Esta fórmula permite que los lectores
vayan siguiendo la novela y puedan darte feedback. E incluso,
no es la primera vez que un blog salta al papel: hace tiempo fue
el Diario de una mujer gorda, y últimamente, Canciones para
Paula, una novela cuyos primeros capítulos se publicaron en
Tuenti y otras redes sociales. Para conocer el resto, tienes que
comprarla en papel.
2. Si quieres algo más profesional, puedes plantearte poner tu
novela en una de las editoriales “virtuales” que han aparecido últimamente, como Bubok o Lulu (hay bastantes más). La
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idea es que tú mismo subes el texto, fijas el precio y las características (puedes optar incluso por que la editorial se ocupe
de realizar la corrección) y allí queda a disposición de quien
quiera pedirlo. De cada ejemplar que se venda, el autor recibe
el 80% del PVP. Los ejemplares se imprimen bajo demanda (es decir, se hace una
copia en impresión digital cada vez que Internet
hay un pedido). Es una forma de probar
permite que
qué acogida tiene tu novela.
3. Otra opción es, simplemente, liberar la
novela en pdf (o cualquier formato legible en dispositivos electrónicos) y solicitar a los lectores que, si les gusta lo que
leen, hagan una pequeña donación al autor. Normalmente la recepción de donaciones como fuente de ingresos está complementada con otras como publicidad,
merchandising o autoedición en papel.
Vale, igual en LIJ es un poco más difícil,
pero esta fórmula de compensación por
la autoría está ya teniendo algunos casos
de éxito en géneros como el cómic, el videojuego o el cine de animación.
cualquiera
que lo desee
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publique
(con un coste
cercano a cero)
sus creaciones,
y las comparta
con sus lectores
potenciales.
Al margen de la pura utilidad de estas ideas, me parece que es también muy interesante la reflexión que podemos hacer como autores,
editores, creadores...: las tecnologías abren nuevos caminos y nuevas formas de cultura. Las tecnologías generan cambios sociales.
Estamos en un escenario que trae consigo nuevas formas de creación, de producción, de distribución, de comercialización... que no
podemos dejar de aprovechar.
Las editoriales han dejado de ser el intermediario indispensable
entre el autor y sus lectores. Esto no tiene por qué ser malo para las
editoriales; por el contrario, puede suponer un estímulo para que
encuentren nuevas formas de aportar valor.
Corren tiempos emocionantes para todos.
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Ilustración de Miguel Ordóñez
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Prefiero que me publiquen
16 mayo 2010
En el comentario anterior hablaba de que las editoriales, hoy en día,
no son imprescindibles para publicar. Pero si, aun así, lo que quieres
es abrirte camino en el mundo editorial “tradicional”, estas son algunas recomendaciones básicas:
1. Preséntate a los concursos que se convocan todos los años
[puedes consultar una lista en esta entrada del blog Literatura Infantil y Juvenil actual]. Estos concursos son una buena forma de que tu manuscrito sea leído y considerado frente
a otros similares. Y ganar uno de estos premios te abrirá muchas posibilidades. Fíjate que muchos escritores infantiles y juveniles de los que hoy llamaríamos “consagrados” empezaron
así, ganando un concurso: Jordi Sierra, Laura Gallego, David
Lozano...
2. Si decides enviar un manuscrito no solicitado a una editorial
para proponer la publicación (aquí puedes encontrar un directorio de editoriales), tienes que tener en cuenta que se reciben
varios miles al año. Así que es importante que tu manuscrito
cumpla algunas condiciones muy sencillas (de algunas de ellas
ya hablé en otra entrada):
•Mandaunacopia legible: no hay unas condiciones concretas, pero conviene que la letra no sea muy pequeña, que el
interlineado permita una buena lectura, con unos márgenes
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correctos... Vamos, que se pueda leer. No hace falta que te compliques mucho: una Times New Roman o una Arial a 11 puntos y con espacio y medio de interlineado es un formato clásico por algo.
•Haz que el título y el aspecto general sea atrayente: es la
tarjeta de visita de tu manuscrito, lo primero que se ve de él.
Seguro que quieres que se vea lo “guapo” que es.
•Siquieresmandarunacarta de presentación, hazlo. Pero que
sea cortita y concreta: explica quién eres y qué estás mandando (una novela de humor para niños, una novela de fantasía para jóvenes, una saga fantástica...). No hace falta mucho más.
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•Muchagenteincluyealprincipiounasinopsis de la obra,
en pocas líneas, para que el lector se haga una idea. No es
imprescindible, pero tampoco estorba. Eso sí: no se trata de
cantar las excelencias de tu obra (se supone que eres el autor
y que, por tanto, te gusta), sino de ofrecer al lector un breve
adelanto de lo que se va a encontrar. De todos modos, a mí,
personalmente, las que más me aportan son aquellas que
están escritas como si fueran la contraportada de un libro
ya editado: si resulta motivadora, te apetece más leer ese manuscrito.
•Noteolvidesdeponertunombreyapellidosyuna forma de
contacto en el propio manuscrito (la carta se puede perder,
una tarjetita también). En serio: tenemos sobre la mesa un
manuscrito que nos interesa publicar, pero no tiene más
que una especie de pseudónimo y ningún teléfono o email.
Por ningún sitio.
3. En cuanto a enviarlo por correo electrónico o en papel, casi
todas las editoriales admiten ambas posibilidades. No te preocupes si no tienes el contacto de la persona responsable: si lo
diriges al Departamento de Lectura de la editorial X, llegará
a sus destinatarios, sin duda.
4. Mucha gente se pregunta si puede enviarlo a varias editoriales o si, una vez mandado a una, debe esperar respuesta. La
verdad es que el autor puede enviarlo a cuantas editoriales
quiera simultáneamente, para su estudio. Eso sí, es de buena
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educación avisarlo (por ejemplo, en la cartita de presentación)
y, si una de esas editoriales te ofrece publicación, avisarlo a las
demás (por lo menos, les ahorras leerlo y que si les llega a interesar publicarlo, se encuentren con que está contratado).
5. Aunque puedas enviarlo a varias editoriales, piensa bien a quiénes se lo envías. Selecciona las editoriales en las que crees
que el libro encaja y envíaselo solo a ellas. Para eso, estudia un
poco el catálogo de cada editorial. Si, por ejemplo, detectas que
determinada editorial no publica para niños menores de 8 años,
no tiene sentido que les mandes un libro de bebés. Ni que mandes una novela rosa subida de tono a una editorial infantil.
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6. Mucha gente recomienda registrar el manuscrito antes de enviarlo a una editorial. Hazlo si eso te deja más tranquilo, pero
tampoco lo consideres un paso imprescindible. En una editorial (seria) se buscan libros para publicar y autores a los que
apoyar, no obras que plagiar. Y no hace falta que lo pongas en
letra enorme y al principio del manuscrito: con que tú lo sepas
es suficiente.
Y en cualquier caso, ten paciencia. Las editoriales reciben muchas propuestas, y lleva un tiempo leer y evaluar cada una de ellas.
Incluso aunque se cuente con lectores externos (que, generalmente,
leen solo una parte de lo que llega), es probable que la respuesta
se demore unos meses. Si es que hay respuesta, porque debido al
enorme número de originales que llegan cada día, muchas editoriales han tenido que optar por no responder a todos los que envían un
original de forma espontánea (sí se hace, claro, un acuse de recibo).
Y se ponen en contacto solo con los autores
cuyos originales están interesados en puEl consejo blicar.
más importante:
no te desanimes.
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En cualquier caso, el consejo más importante: no te desanimes. Si confías en tu libro,
mímalo, trabájalo, corrígelo... pero dale todas
las oportunidades que merece.
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Ilustración de Óscar Julve
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Cinco cosas que no es
la literatura infantil y juvenil
27 mayo de 2010
Llevo varios días, por cuestiones que no vienen al caso, pensando
en qué es, realmente, la literatura infantil y juvenil. Si se tratara
de dar una definición, creo que muchos de nosotros estaríamos
(estamos) de acuerdo en que la mejor “literatura infantil y juvenil
es la que también pueden leer los niños y los jóvenes” (y que Carlo
Frabetti atribuye a Michel Tournier).
En cualquier caso, tirando de ese hilo, más que la respuesta a la
pregunta que me hacía, lo que me ha surgido es la respuesta a la pregunta contraria, que quizá (solo quizá) sea un poquito más fácil de
responder.
Así que, aunque sigo sin tener bien definido y delimitado qué es
la literatura infantil y juvenil (probablemente no hace falta ni definirla ni delimitarla del todo), sí tengo al menos cinco certezas acerca
de lo que no es literatura infantil y juvenil. Que no está mal.
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• L
iteratura infantil y juvenil no es lo mismo que libros para
niños. Esta es bastante evidente, pero conviene no olvidarla:
no todos los libros para niños son literatura. Hay muchos libros para niños, necesarios y maravillosos, que no son literatura: los imaginarios, los divulgativos, los libros juego... Y hay
otros, que, aun pretendiéndolo, tampoco son literatura.
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Literatura
infantil y juvenil
es la que también
pueden leer los
niños y los jóvenes.
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•Literatura infantil y juvenil no es lo
mismo que literatura light. No es una
literatura sin palabras complicadas, sin
elaboración del lenguaje, sin temas difíciles o sin complicaciones. Es literatura
que sabe hacer suyas las posibilidades de
expresión y comprensión del niño o del
joven, sus maneras de interpretar la realidad y el mundo, su modo de estar en las
cosas que pasan y que le pasan.
• L
iteratura infantil y juvenil no es lo mismo que literatura con
protagonista niño o joven. Es verdad que a menudo la presencia de un niño o un joven de determinada edad permite más
rápidamente la identificación por parte del lector, pero es solo
eso: una herramienta que puede ser facilitadora. Lo importante es que la literatura conecte con las inquietudes, las necesidades y los anhelos de niños y jóvenes.
• L
iteratura infantil y juvenil no es lo mismo que pedagogía.
Y esto es importante, porque, a pesar de que, de palabra, todos
—autores, editores, mediadores...— lo tenemos más o menos
claro, lo de la “literatura” con intención (moralizante, educativa...), parece que nos tienta más de la cuenta. En palabras de
una de las grandes autoras de la literatura infantil: La literatura
infantil no es una píldora pedagógica envuelta en papel de letras,
sino literatura, es decir, mundo transformado en lenguaje (Christine Nöstlinger).
• L
iteratuta infantil y juvenil no es la que se escribe para niños,
sino la que los niños hacen suya. Hay libros que no se escribieron para niños, pero que los niños de diversas generaciones se
han apropiado: Verne, Dumas, Poe, Dickens, London, Asimov...
Y hay muchos libros que se escribieron para niños y jóvenes
que los niños y los jóvenes no tienen ningún interés en leer y que,
si leen, olvidan rápidamente.
Y es bonito, porque esta última reflexión ha generado una
nueva pregunta, parecida a la que dio pie a esta entrada, pero no
igual. Y es: ¿qué tienen los libros que los niños y los jóvenes hacen
suyos? ¿Cuáles son “los ingredientes”?
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Solo para empezar a pensar (esto deberá ser materia de otro
post), sin duda, una de las claves la tendrá la palabra “autenticidad”.
Y quizá, también, la palabra “conmover”, en su sentido más literal:
“moverse (interiormente) con” alguien o algo. Pero faltan otras, sí.
Faltan.
Otro hilo del que podemos ir tirando.
En el año 2010 todos estábamos aquí. Ha pasado un lustro y Elsa nos dejó sin dar respuesta a la pregunta ¿qué
es la literatura infantil y juvenil? Tal vez ahora sí lo sepa.
Incluso pueda dividir esa respuesta en dos: infantil y juvenil. Creo que pasará otro lustro, que Dumas, Dickens,
Verne, Dahl seguirán siendo fascinantes y seguiremos
intentando, desde aquí, argumentar respuestas que puedan ser titulares de periódicos. Pero me temo que la LIJ
siempre será suplente de prensa. Una pena. Sí. Ellos se lo
pierden.
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Daniel Nesquens (escritor)
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Literatura y tecnología
9 junio de 2010
Es probable que se trate de una percepción muy subjetiva, pero a menudo tengo la sensación de que hay un cierto divorcio entre literatura y tecnología.
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Y no me refiero a lo que opinan los escritores o los editores sobre
el libro electrónico (que debe de ser la pregunta más respondida
en lo que llevamos de año), ni a quién tiene o quién utilizaría un ereader ni quién tiene perfil en Facebook o se comunica con los
lectores a través de un blog o de un foro.
Ni siquiera me refiero a quién ve el interés de que su obra esté
en formato electrónico. Al final, parece que el tema queda reducido
a poner en otro formato lo que ya está impreso y a discutir si los
royalties esto y aquello y si los derechos de autor lo otro y la piratería lo de más allá.
Me refiero, concretamente, al divorcio que parece haber entre
tecnología y creación literaria: como si la declaración de tecnofobia fuese casi un componente obligado para tener alguna posibilidad de ser considerado un autor de peso.
A autores y a editores nos toca (por suerte) reflexionar sobre las
posibilidades creativas que abren estas tecnologías. Y quizá me equivoque, pero no tengo la sensación de que esa reflexión se esté produciendo aquí, entre nosotros.
Desde luego, no suele haber autores en las múltiples jornadas sobre libro electrónico que se están celebrando desde hace ya tiempo,
y si los hay, es entre el público, no entre los ponentes. Los temas que se
tratan (solo hay que mirar el programa de un par de congresos o jornadas sobre el tema) tienen que ver, normalmente, con el negocio,
con la tecnología, con las telecomunicaciones, con los intermediarios, con los derechos e incluso con los lectores... Con todo, excepto
con la obra literaria en cuanto tal y con la persona que la crea.
Buscando por ahí, y aparte de algunas iniciativas curiosas (como
por ejemplo, la de Penguin de 2008), parece que solo existiera el
hipertexto como posibilidad creativa en la web. O al menos, como
elemento de reflexión y análisis de los estudiosos de la literatura en
la web.
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Y sin embargo, cada formato, cada “aparatito”, trae consigo unas nuevas posibilidades
creativas que deberíamos explorar. Algún
ejemplo al que merece la pena dedicar un
tiempo de reflexión:
• ¿Qué posibilidades creativas genera el
hecho de que la mayoría de los lectores
potenciales lleven encima, permanentemente, un dispositivo móvil que le
permite, además de hablar por teléfono,
recibir mensajes, leer, y a menudo y cada
vez más, escuchar música y hacer casi lo
mismo que con un ordenador?
Cada ‘aparatito’,
trae consigo
unas nuevas
posibilidades
creativas que
deberíamos
explorar.
• ¿Qué posibilidades podría tener el hecho de que la web permita la interacción entre diferentes lenguajes creativos? El
Vook es solo una posibilidad, quizá la más evidente, pero no es
la única.
• M
ássencillo:¿quéposibilidadeshayenelhechodequeelpapel
y la web puedan complementarse entre sí?
• Y
más cercano: ¿qué puertas abre a la creación una herramienta que permite tocar la pantalla y acercar y ampliar lo que
estás viendo, como ya tienen el iPhone o el iPad, y que gente
como Scott McCloud lleva años explotando en otro terreno
creativo como es el cómic (merece la pena analizar el partido
que le saca al lienzo continuo en que se convierte la pantalla
del ordenador)?
• ¿ Qué posibilidades para la creación literaria (y no digamos
para la promoción y el marketing, pero en ese campo sí hay
más iniciativas innovadoras) nos proporcionan las herramientas de la llamada web social?
• Incluso,¿quéposibilidadespodríasuponerunaredefinición
del papel del lector gracias a las posibilidades anteriores?
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No pretendo, ni mucho menos, que en todas ellas haya fórmulas
válidas o perdurables, pero si hay alguna, hay que descubrirla intentándolo.
Por otro lado, estemos seguros de que intentarse, se va a intentar:
algunos, como Penguin o los que se inventaron el Vook, ya lo están
haciendo y otros, como estos, lo intentarán dentro de nada.
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Pero me da pena que esa literatura la vayan a hacer las personas
que saben de tecnología, no de creación literaria. Son los autores
que hoy escriben y lo hacen bien los que tienen que empezar a andar el camino. Solo así lograremos buenas novelas concebidas desde
el principio para posibilidades creativas nuevas.
Y somos los editores de hoy los que tenemos que apoyar e incluso liderar ese proceso: explorar, ver más allá, mostrar posibilidades, apoyar en las dificultades, proporcionar herramientas y logística... Solo así podremos hacer evolucionar este oficio, aportando
lo que siempre hemos aportado.
¿Te vienes?
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En esta entrada, una vez más, Elsa nos invita a una reflexión pionera desde su ilusión por el futuro. Tuve la suerte
de compartir con ella interesantes reuniones en las que
imaginábamos lo que el mundo digital puede aportar a la
literatura infantil en cuanto a los contenidos, el marketing y la comercialización. Elsa disfrutaba inventando el
futuro, imaginando cómo hacer avanzar los contenidos
hacia las “nuevas literaturas” y cómo trabajar la lectura
en el aula con los nativos digitales. “Por convicción y por
responsabilidad, nos toca a los editores y a los autores
liderar esta reflexión, y si no serán otros agentes quienes lo hagan”. Elsa, con su prodigiosa claridad intelectual,
nos ha aportado sus buenas ideas para impulsar lo que
a ella le apasionaba: hacer más y mejores lectores, ahora
y en el futuro. ¡Gracias, Elsa!
Lines Carretero (directora de negocio LIJ, SM)
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Ilustración de Ainoa Astudillo Aguiar
LIJ y desarrollo
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27 junio de 2010
El otro día me hablaban del “dilema del desarrollo”: algo así como
que todo sistema en desarrollo se debate entre el impulso transformador y el impulso conservador. Y hay que hacer caso a los dos:
si no te conservas, te mueres; si no te transformas, te estancas.
Si solo te conservas, te agostas y puede ocurrir que te quedes boqueando en el barro en lugar de saltar a la charca en la que todavía
queda agua. Si solo te transformas, estallas en fuegos artificiales, pero
ahí acaba todo.
Parece ser que antes, la psicología del desarrollo consideraba que
en todos los seres vivos había una etapa de desarrollo y una etapa de
declive. Pero que la psicología del desarrollo moderna, en el llamado
“enfoque de ciclo vital”, considera que en realidad hay un desarrollo constante: a medida que desaparecen ciertos recursos, aparecen
otros nuevos en otros lugares. Cuando algo se agota, otro algo cambia a mejor. Por tanto, si alguien siente que a su alrededor todo se
agota, es porque está dando la espalda a la parte de la realidad que
se está transformando para bien.
¿Y qué tiene que ver todo esto con la LIJ y con la edición? Pues
que según escuchaba esto que me contaban, pensaba que a veces me
ocurre que leo o escucho a personas que afirman que el sector es
un desastre y que todo está cada vez peor (que los niños no leen; que
lo que leen no es literatura; que las editoriales publican solo para
vender; que lo que se publica no tiene calidad; que la labor de los
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Si no te conservas,
te mueres; si no
te transformas,
te estancas.
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editores no responde a un verdadero
compromiso con la literatura; que el marketing lo puede todo; que los libros que
leen los niños no merecen la pena; que la
literatura infantil es utilitaria....). Y ese
mismo día leo o escucho a otras personas que consideran que estamos en una
etapa maravillosa (que cada vez hay más
lectores; que cada vez importa más la lectura a la sociedad; que se
publican muy buenos libros y hay donde elegir; que el sector está muy
profesionalizado; que hay muchas posibilidades en la extensión de
los nuevos medios; que hay una literatura que aporta una visión
profunda sobre el mundo; que hay muchos caminos por abrir; que
todo esto merece la pena…).
Y me planteaba que, aunque cueste creerlo, todos viven en la
misma realidad. Pero que, efectivamente, unos ponen sus ojos en
la parte que se agosta, y otros, en la parte que brota en dirección al sol.
Y pensaba también que tener el dilema del desarrollo como guía
puede ser una buena idea para el trabajo diario: en cada plan editorial plantearnos ¿qué libros voy a publicar, qué proyectos voy a poner en marcha para hacer aquello en lo que creo y poder seguir
haciéndolo el año que viene?
Eso sí, sin perder de vista lo del ciclo vital: cuando una parte se
agota, otra parte se está transformando en algo mejor.
El declive no existe: todo es desarrollo.
La impronta profesional de Elsa se extiende entre quienes han trabajado con ella abocándolos a debates tan constructivos como extenuantes en los que prácticamente
todo es susceptible de una última (o penúltima) vuelta
de tuerca. La dialéctica es eterna y constante, como la que
plasma LIJ y desarrollo. Esta y otras muchas de sus notas
revelan por qué en su trabajo exigía eso: para ella, la edición era un compromiso personal con la cultura, la sociedad y los adultos del mañana, y ese compromiso no admitía medias tintas y sí mucha discusión.
Paloma Ferrer (editora)
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Ilustración de Daniel Cruz
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Hechos de lectura
4 julio de 2010
Cuando uno observa lo que publican las editoriales, enseguida
queda claro que hay diversas actitudes hacia la edición (también
hacia la creación, pero de eso que hablen los autores): publicar lo que
uno quiere, lo que le gusta, lo que le parece que merece ser publicado, lo que sirve a sus intereses, lo que vende bien, lo que puede
transformar a más lectores, lo que da mayor visibilidad social…
Yo, personalmente, tengo claro que los bienes que yo produzco
no son libros, sino “hechos de lectura” significativos. Y no hechos
de lectura en cualquier persona, sino en el público al que me dirijo:
los chavales. Que un adulto me diga que un libro que yo decidí publicar le ha gustado (conmovido, transformado, impactado), me hace
gracia. Que me lo diga un chaval me llena de orgullo.
Para no confundirnos, definamos qué entendemos por hechos
de lectura. Hecho de lectura es conseguir que un chaval se entere de
que el libro existe; es que quiera leerlo; es que lo empiece y no quiera
dejarlo; es que, de esa lectura, salga transformado en mayor o menor medida (o sea, que su visión del mundo se haya ampliado, que se
haya hecho preguntas, que lo leído le haya conmovido —perturbado,
inquietado, alterado—, que se haya replanteado su actitud ante las
cosas…); es que quiera que otros como él lo lean, y por tanto, lo
cuente, lo recomiende, lo preste; es que, al terminarlo, quiera más
libros como ese; es, en fin, que la experiencia de esa lectura anide en
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su cerebro y se quede allí como una lectura que conformó de alguna
manera su visión de las cosas.
Sin hechos de lectura, la tarea del editor (también la del autor, y la
del mediador, ya sea profesor, bibliotecario o recomendador de cualquier tipo) queda flotando en el vacío.
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Probablemente ya lo he escrito en más ocasiones y probablemente esta no será la última: un libro que se queda en las estanterías,
por muy maravilloso que nos parezca, por muy estupenda que sea
la edición, por muy transformador que sea su contenido, por mucho
que refleje con honestidad el mundo literario del autor, por muy
buenas críticas que reciba por parte del “mundillo”…, no tiene ninguna oportunidad de impactar en el lector, de modificar, aunque
sea un poco, su mundo.
Habrá quien diga que no importa, porque su objetivo primordial
no es llegar al lector, sino publicar buenos libros de los que sentirse
orgulloso como editor. O libros comprometidos con esta o aquella
causa. O libros esteticistas que pretenden formar el gusto del lector
y que merezcan el favor de la crítica, al margen de si al lector le llega
a interesar o no. Vale.
Pero mi finalidad
no es hacer libros.
Mi finalidad es
conseguir hechos
de lectura.
Pero mi finalidad no es hacer libros. Mi
finalidad es conseguir hechos de lectura.
Ahora es haciendo milhojas con pasta de
madera. Más adelante, veremos.
Por eso, cuando veo que un libro tiene
muy buenas ventas, me alegro, pero todavía
me queda la duda de si se han producido
hechos de lectura o no. Pero cuando veo un
libro usadísimo en una biblioteca, machacado de haber pasado por muchas mochilas,
con manchas de bocadillos de varias generaciones, con las hojas dobladas en un montón de páginas... entonces sí, entonces no me queda duda de que el libro ha cumplido su
misión. Y yo, también.
Es verdad, Elsa, que el mayor premio, la meta soñada
para cualquier autor, editor, profesor o mediador es
conseguir “hechos de lectura” significativos, tal y cómo
tú los describes. Hechos de lectura que transformen al
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lector en mayor o menor medida, “y que la experiencia
de esa lectura anide en su cerebro y se quede allí como
una lectura que conformó de alguna manera su visión
de las cosas”. Es lo que con otras palabras, y en distintos
ámbitos pero en el mismo sentido, apuntaban Bertolt
Brecht, Antón Chéjov y algunos otros teóricos de la liberación y la catarsis a través de la lectura, la escritura, el
teatro o el arte. Todos los autores, editores, creadores,
maestros y mediadores deberían tener conciencia de que
interactúan en nuestro mundo como transformadores
o perpetuadores, motores o resistencias, vanguardia o
freno, y son responsables también, por acción o por omisión, de los cambios o parálisis que suceden en la conciencia de los lectores y en la historia del mundo.
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Enrique Páez (escritor)
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Ilustración de Lluís Farré
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Literatura “suficientemente buena”
18 septiembre de 2010
Hace apenas una semana se celebró el 32 Congreso del IBBY en Santiago de Compostela y, como en casi todos los congresos, encuentros
y charlas del sector, uno de los temas que más se repiten es que hay
que ofrecer a los niños “buena literatura”.
Creo que todos, sin excepción, estamos de acuerdo en esto. Así
que definamos qué es literatura de buena calidad.
Lo malo es que no existe una norma ISO que establezca sin ambigüedades qué es la calidad literaria, así que cada vez que alguien
juzga un libro como “muy bueno” o “muy malo”, en realidad no hace
mucho más que contarnos cuáles son sus propios gustos.
Todos estaríamos de acuerdo, claro, en que una buena novela debe
estar bien construida, tener una trama inteligente e interesante, con
personajes verosímiles, estar escrita con un lenguaje rico y cuidado,
reflejar una visión del mundo, tener ambición en cuanto a los mensajes que implícita o explícitamente vehicula, ser capaz de mantener
la atención del lector, incitándole a pasar cada página... ¿Pero cómo
de importante es cada uno de estos factores en relación con los demás? Y ¿cómo “medimos objetivamente” cada uno de ellos?
La calidad literaria es completamente intersubjetiva. Lo que
unos consideran una buena construcción, para otros es mediocre;
lo que a unos les parece inteligente e interesante, a otros les aburre;
cuando unos se identifican plenamente con unos personajes, otros
los sienten de cartón piedra; lo que para unos es lenguaje rico y cuidado, para otros es pedantería ininteligible; los mensajes o la visión
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del mundo que unos reciben como edificantes, para otros son sectarios y poco recomendables...
¿Por qué? Probablemente, porque cada uno evalúa la supuesta calidad literaria de un libro desde su propia agenda, con sus propias
metas prioritarias: la riqueza del lenguaje, el argumento, el mensaje
implícito...
Yo, personalmente, creo en una LIJ, en una literatura en general,
que sea capaz de enriquecer al lector, de transformar, de alguna
manera, su vida y su visión del mundo. Para mí un buen libro es, más
que otra cosa, el que consigue este fin. Si lo hace, cualquier otro pecado me parecerá venial.
Quizás por eso es que, tras oír la expresión
“calidad literaria” en diversas ponencias, se
me vino a la cabeza un concepto (del pediatra
Winnicott) del que me hablaban no hace mucho: el de la “madre suficientemente buena”.
La madre “suficientemente buena” (un poco
como la “literatura suficientemente buena”)
sería aquella que no aspira a la perfección,
sino que es consciente de sus límites y acepta
sus equivocaciones, y gracias a ello, es capaz
de proporcionar al niño un entorno adecuado
para su óptimo desarrollo.
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Es capaz
de proporcionar
al niño un
entorno adecuado
para su óptimo
desarrollo.
Así que quizá la LIJ que aporta al niño lo que necesita (concentración en la lectura, evasión, conocimiento de otras realidades, entretenimiento, compromiso, impulso transformador, diversión…) no
es necesariamente una literatura de magnífica calidad literaria, sino
una literatura “suficientemente buena”.
Sobre todo, teniendo en cuenta (y esto merecería un estudio más
en profundidad) que los libros que interesan a los niños y a los jóvenes, los que más ayudan a construir su personalidad o su futuro
como lectores, a menudo no son necesariamente los calificados como
más literarios o los reconocidos por la crítica como “mejores” artísticamente hablando.
Supongo que al final, tu postura sobre este tema dependerá de
cuál consideres que es el fin de la LIJ (dicho de otra forma, para qué
diablos te has metido en esto). Una vez que uno tiene un fin, todo lo
demás no pasa de ser un medio.
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Habla Elsa en este post de la “literatura suficientemente
buena”, y tras las relativizaciones de rigor en una persona tan lúcida como ella, termina por decir que ella cree
en una LIJ, y en una literatura en general, que sea capaz
de enriquecer al lector. Y de manera nada casual, lo relaciona en el párrafo siguiente con el concepto de “madre
lo suficientemente buena”.
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Cada uno tenemos una manera de relacionarnos con el
mundo, un punto de partida. Unos abrazan. Otros muerden. Los hay que se esconden, que se pavonean, que se
ríen; los hay que construyen. Elsa, creo yo, miraba el mundo
entero como una madre; una madre que quería hacernos
crecer a todos, ya fuera dándonos buenos libros, convenciéndonos de las bondades de mejunjes de aspecto indescriptible o explicándonos cómo hacer una tortilla de patata de verdad (bueno, no: esa se hacía sola, según ella).
Elsa, menudita por fuera pero no por dentro, intentaba
cada día abrazarnos a los que la rodeábamos y, en última
instancia, al mundo entero. Y como no podía tener unos
brazos tan largos, utilizaba los libros que publicaba a modo
de extensiones. Era una tarea imposible, pero ella lo sabía desde el principio; no quería ser perfecta, solo suficientemente buena.
Xohana Bastida (editora)
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Ilustración de Víctor García
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Se busca premio
12 octubre de 2010
Después de verano se ha cerrado el plazo de presentación de originales de varios premios de LIJ, y al hilo de esto hablábamos el otro
día varios colegas acerca del proceso de “búsqueda y captura” de
originales candidatos a ganadores de un premio de estas características. ¿Qué se busca cuando se busca un premio?, nos preguntábamos.
Evidentemente, la respuesta no es única: la prueba es que un
mismo original puede pasar desapercibido en un concurso y resultar vencedor en otro.
Aunque la respuesta que, casi seguro, se nos viene primero a la
cabeza es que un premio debe ganarlo la mejor novela de las que se
hayan presentado.
Sí, ¿no?
En eso podríamos estar todos (o casi) de acuerdo. Pero ¿y si profundizamos un poco?
¿La mejor? La mejor ¿quiere decir la mejor escrita formalmente
hablando? ¿O la que presenta un vocabulario más rico? ¿O la de trama mejor construida? ¿Quizá la que presenta la visión del mundo
más “edificante”? ¿La mejor en cuanto al dibujo de personajes? ¿O la
que mejor se adapta a un público infantil?
Como parece que por aquí nos metemos en un callejón sin mucha
salida, quizá nos convenga llegar a un compromiso diciendo que debe
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ganar la que mejor equilibre todos esos factores: suficientemente
buena escritura, suficientemente buena trama, suficientemente buena
construcción, suficientemente buen dibujo de los personajes, suficientemente buen vocabulario, suficientemente buena adaptación
al público al que se dirige…
Lo malo de tanto equilibrio es que casi siempre se traduce en una
medianía que termina convirtiendo una novela en mediocre.
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Así pues, tras un rato de charla, continuamos casi igual que al principio, porque otras respuestas, como “la que el jurado considere la
mejor”, “la más original” o “la menos mala”… se revelan enseguida
como igualmente endebles o discutibles.
Así que, dado que, en el fondo, la pregunta subyacente es qué se
le pide a la novela ganadora de un premio cuando se forma parte
de un jurado, quizá lo mejor sea dejar la charla y pasar a la introspección, que seguro que nos lleva a conclusiones muy subjetivas,
pero conclusiones al fin y al cabo.
Está claro que a la novela ganadora se le pide que sea “suficientemente buena”, y perdón por la autocita. Está claro que esta es una
condición necesaria, pero sin duda, no suficiente. Así que debe de
haber algo más para que una sea la premiada. Algo que la hace destacar sobre las
Algo que la hace demás, algo que la diferencia del resto, que
la eleva y que, de una forma u otra, cautiva
destacar sobre al lector. Ese algo más funciona, al final,
las demás, algo como una especie de bandera que la novela
agita delante de tus ojos, ¿En qué consiste
que la diferencia esa bandera? Pues, pensándolo bien, en algo
del resto, que desafíe y desequilibre ese concepto
tan plano de lo “suficientemente bueno”:
que la eleva estamos hablando de cierta desmesura, de
y que, de alguna un exceso deliberado en alguno de los ingredientes: una visión del mundo diferente,
forma, cautiva rompedora y sorprendente; un tema que
al lector. sale de lo normal y, por tanto, descoloca;
una escritura tan rica y cuidada que casi
resulta un desperdicio; una estructura retadora y compleja…
Cualquier cosa, al fin y al cabo, que reviente las expectativas.
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Como no me atrevería a hacerlo con los premios de otros jurados,
pruebo a hacer el ejercicio con algunos de los títulos que han resultado premiados en jurados de los que yo he formado parte.
Por ejemplo, recuerdo cómo sorprende el tratamiento de la música como tema en El síndrome Mozart (premio Gran Angular 2003),
de Gonzalo Moure, pero también lo chocante de la estructura, que
intercala la primera y la tercera persona en la narración.
O, por ejemplo, la sensación de incredulidad por el atrevimiento
formal y temático de Calvina, de Carlo Frabetti (premio El Barco de
Vapor 2007)
O la brillantez lingüística y la ternura desbordada de El salvaje, de
Antoni Garcia Llorca (premio Gran Angular 2009), o el posicionamiento ideológico que supone Ojo de Nube, de Ricardo Gómez (premio El Barco de Vapor 2006), el fresco sentido del humor de Se vende
mamá, de Care Santos (premio El Barco de Vapor 2009), o la magnífica construcción de la trama de Donde surgen las sombras, de David
Lozano (premio Gran Angular 2006), por citar solo algunos de los
que tengo un perfecto recuerdo de los motivos que los llevaron a ganar el premio.
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En el fondo, se trata de eso: las novelas que dejan huella, que significan algo para nosotros (y un jurado que otorga un premio aspira
a eso, a premiar una novela que sea significativa para los niños y jóvenes que la lean), son novelas que destacan por algo, que desarrollan al menos uno de sus rasgos de una forma casi excesiva y que
podría parecer innecesaria.
Normalmente no somos capaces de recordar todos los ingredientes de una novela, sino solo un rasgo, aquel que pasó a ser EL rasgo
característico de esa novela: el humor, un personaje inolvidable, una
trama especialmente bien trabada, la mirada del autor...
Porque gracias a ese rasgo concreto y desmesurado, una novela
se distancia de todas las demás, se instala en nuestro cerebro y deja
allí una huella que representa todo lo que nos aportó la lectura de
esa novela.
Suerte con la búsqueda a todos los premios. Y, por supuesto, suerte
a todos los presentados.
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Ilustración de Fran Collado
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Buenas y malas razones
para ser editor de LIJ
24 abril de 2011
A raíz de la publicación de este blog han sido varias las personas
que se han dirigido a mí para preguntarme qué deberían hacer (cómo
prepararse, qué estudiar...) para ser editores de literatura infantil
y juvenil. Probablemente la respuesta que esperaban tenía que ver
con que es bueno estudiar esta u otra licenciatura, aquel u otro máster, saber determinados idiomas, hacer cursos de corrección, de estilo... y, por supuesto, leer mucho.
Pero, según pensaba en la obviedad de esta respuesta, constataba
que las preguntas verdaderamente importantes tienen que ver con
por qué y para qué quiere uno ser editor de LIJ (y de hecho, estaría
bien preguntárselo para cualquier profesión u oficio).
Así que, para ir despejando el camino, podríamos clasificar los
motivos en dos grupos bien sencillos: razones inadecuadas para querer ser editor de LIJ y razones adecuadas para querer serlo... Porque
si uno se hace editor de LIJ por las razones equivocadas, tiene la frustración asegurada. Claro está que, de todos modos, entrar en esto por
las razones adecuadas tampoco garantiza la felicidad.
Algunas razones inadecuadas para hacerse editor de LIJ:
•Desdeluego,unarazóndelomásinadecuada(aunquedudoque
nadie quiera ser editor de LIJ por este motivo), sería la búsqueda de fama o reconocimiento. ¿Qué nombre de un editor
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de LIJ se le viene a la cabeza, así en espontáneo, incluso al crítico más dedicado o al estudioso más serio del tema? Ninguno.
Y si preguntáramos a profesores, padres, lectores... tendremos suerte si son capaces de dar el nombre de algún autor y,
como mucho, de una editorial. Si quieres ser reconocido, casi
móntate un blog, un foro, un perfil de Twitter o una página
de Facebook sobre el tema, y al menos podrás aspirar a algo
del conocimiento que da la presencia en los medios digitales:
seguramente conseguirás bastante gente que lo lea con interés
y que incluso llegue a enterarse de quién eres.
•Otrarazónmuypocoacertadaparameterseenesto(perocreo
que nadie tendrá ninguna duda al respecto) es el dinero: si tienes suerte, te dará para vivir dignamente, y si no, ya conoces
el chiste:
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“–¿En qué se diferencian un editor de LIJ y una pizza tamaño
gigante?
–En que la pizza gigante es capaz de dar de comer a una familia de cinco miembros”.
•Desdeluego,esunaideamuypocoacertadahacerseeditorde
LIJ buscando la puerta de entrada a la edición de adultos:
puede que haya habido algún caso, pero muy pocos y por casualidad. Esto no es el fútbol, que está organizado por divisiones y si entras en un equipo de tercera regional y eres bueno,
te vienen a ver los ojeadores de los grandes equipos: ni hay
ojeadores, ni hay una escalera clara de promoción para pasar
de la LIJ a la edición de adultos... entre otras cosas porque la LIJ
no es una “segunda división” de la literatura.
•Otrarazóndelomásinadecuada:hacerse
editor de LIJ porque lo que querrías es ser
autor y piensas que podrías abrirte camino a ti mismo hacia la publicación, o que
es una buena opción editar a otro autor
en tanto te pones a escribir tu gran obra.
Si quieres ser escritor, escribe; que ser
editor consume mucha energía. Pretender
ser autor y hacerse editor es como querer
ser piloto y hacerte controlador aéreo. Son
cosas relacionadas, pero muy diferentes.
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Si quieres
ser escritor,
escribe;
que ser editor
consume
mucha energía.
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•Tampocoesbuenaideameterseenestopensandoquequizá
de ese modo compartirás un poco del glamour de los autores.
Las fotos, si llegan, son del autor, y así tiene que ser. La tarea
del editor es una tarea callada, a menudo poco reconocida
(aunque hay autores maravillosos que comprenden y valoran
enormemente esa división de tareas, esa colaboración cómplice con el editor). Y ahí es donde surge el verdadero disfrute
del trabajo conjunto. Los buenos editores (y quiero pensar que
muchos escritores también) disfrutan mucho en esa interacción y sienten una gran satisfacción al saber que cada parte
hace su papel y que, como consecuencia, todo fluye como tiene
que fluir. Y es en esa labor conjunta donde la obra mejora, y encaja, y crece..., como crece cuando un buen ilustrador la toma
en sus manos o un buen diseñador le da su forma definitiva.
Pero el que da la cara es el autor, y donde tiene que quedarse el
editor es en trastienda.
Así que vamos ahora con algunas buenas razones (que también
las hay) para hacerse editor de LIJ.
La primera
razón, y una
de las más
acertadas, es
que te encante
leer LIJ.
•Laprimerarazón,yunadelasmásacertadas,es
que te encante leer LIJ, porque si es así... ¡te vas
a hartar! Eso sí, te tocará leer cosas buenas y otras
no tan buenas, que también las hay. Pero incluso
estas últimas las disfrutas, porque casi sin querer
estás viendo lo que falla y en esa mirada crítica
se disfruta y se aprende mucho. Y a la vez que lees,
estás maquinando cómo y de qué manera se podría mejorar, cuál sería la mejor solución. Y de vez
en cuando tienes el privilegio de ser de los primeros en leer una obra maravillosa, divertida, gamberra, tierna, sensible, profunda, transgresora,
cambiante... que justifica todas las demás.
•OtrarazónmuybuenaparahacerteeditordeLIJesquete gusten los libros en sentido amplio: no solo el contenido, la historia, sino el libro como objeto físico: el formato, el tipo de papel,
la encuadernación, la ilustración, la tipografía, el interlineado,
los márgenes, la cubierta, las camisas, las guardas... hasta las
hojas de cortesía. Y las múltiples y aún desconocidas formas
que el libro del futuro puede llegar a tener, y que si te dedicas
a esto, con un poco de suerte, ayudarás a definir.
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•Otra:porquesientesqueeseprocesode mezclar el trabajo de
diferentes profesionales tiene algo de alquimia, desde el autor
que concibe y escribe la obra hasta el distribuidor o librero que
la vende, el profesor que la prescribe en su aula, o los padres
que la eligen para su hijo. El editor, por suerte para los que lo
somos por vocación, tiene un papel central en esa química que
tiene que darse entre tantos y tan capaces profesionales. Trata
con el autor y le ayuda a ajustar el tono, el contenido... Selecciona, junto con el diseñador, al ilustrador más adecuado para esa
obra y determina el tipo de ilustración. Colabora con el diseñador en la selección de la tipografía más adecuada, con los compañeros de fabricación valora el tipo de papel o incluso la técnica de impresión... Esa participación en la labor de tantas
profesiones interesantes es altamente gratificante, te apropias
un poco de cada uno de ellos. Y son tareas todas tan relacionadas con el libro, que si de verdad te gustan los libros para niños,
lo vas a pasar en grande.
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•Otramás:porquevalorascomoungranprivilegiotratar con
los autores, estar cerca de su proceso creativo. Asistir a la concepción y a la gestación de un libro para niños, caminar junto
al autor y colaborar con él para que nada se tuerza y que el libro que él imaginó se convierta en un objeto físico, mejorado,
amplificado en la medida de lo posible, es, realmente, una de las
tareas más agradables e interesantes que uno puede imaginar
si le gustan los libros para niños. Y los autores, a pesar de la fama
que algunos puedan tener, son a menudo personas muy interesantes, diferentes, especiales, cercanas, afectivas, cariñosas...
•Sin duda, una de las mejores razones que uno puede tener
para hacerse editor de LIJ, es que tiene el convencimiento de
que la literatura es la mejor arma de la que disponemos para
llegar a los niños, para ampliar sus horizontes culturales y personales. La literatura para niños es una contribución, puede
que modesta frente a otras formas culturales de más proyección social (cine, televisión, medios de comunicación en general), pero al fin y al cabo, es una forma de depositar un voto
muy concreto en la gran urna que es la cultura, un voto por un
futuro en el que crees y por el que quieres trabajar.
•Porúltimo,unarazónindiscutiblementeacertadaparadedicarte a esto de la edición de LIJ es que en el fondo eres un friki
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de la LIJ y lo sabes, y lees todo lo que cae en tus manos, y lees
durante la jornada laboral, y ojeas las novedades si pasas por
una librería, y no puedes evitar echarle un vistazo a ese libro
que tu hijo ha tenido un rato antes entre sus manos, y si puedes, te duermes leyendo un libro para niños o un manuscrito.
Y lo disfrutas como un tonto. Si te pasa eso, entonces una editorial de LIJ será el paraíso para ti.
Así que, pensándolo bien, no te dediques a esto si no sientes
verdadera pasión por los libros, por la educación, por los niños…
Es un trabajo precioso, pero merece la pena que lo haga alguien que
de verdad lo disfrute.
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Me encanta esta cita de Indira Gandhi:
Un día mi abuelo me dijo que hay dos tipos de personas: las que trabajan y las que buscan el mérito. Me dijo que tratara de estar siempre
en el primer grupo: ahí es donde iba a encontrarme con menos competencia.
Y siempre he creído que el caso se aplica muy bien a la edición
de LIJ: vente si te apetece formar parte de ese primer grupo. Pero,
sobre todo, vente para disfrutarlo.
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Ilustración de José Luis Navarro
Acerca de “Nada”
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18 mayo de 2011
Hace más de un par de meses que leí esta novela de la autora danesa
Janne Teller, y desde que leí la cuarta de cubierta, tuve claro que escribiría una entrada sobre ella. Pero he necesitado todo este tiempo
para elaborar mi posición con respecto a ella. Y mientras empiezo
a escribir, todavía no sé si la tengo clara del todo.
Y no tanto por la polémica que ha ido generando en los países en
los que se ha publicado, donde ha recibido los premios más importantes y ha sido prohibida en muchos centros escolares casi a la vez.
Sino porque realmente me ha hecho plantearme qué entendemos
por novela juvenil escritores, editores y prescriptores en general.
Yo creía que tenía más o menos claro qué atributos tiene que tener una novela para ser considerada como juvenil. Y la esperanza,
mostrar una luz al final del túnel, era uno de los que creía casi inamovibles. Por muy duro que sea un tema, pensaba que un niño, un
joven, se merece que le transmitamos que la realidad se puede cambiar, que siempre hay una salida transformadora. Quizá porque ese
es uno de mis principios vitales.
Pero Nada rompe esta premisa y aun así, o quizá justamente porque la rompe, es una novela juvenil. Porque es una novela que desasosiega, que viene a decir que, tras el intento de un grupo de jóvenes de encontrar el sentido de la vida, no queda otra que marcharse
cada uno a su casa, a crecer, a hacerse un adulto y a convivir con sus
contradicciones y sus indignidades, como hacemos todos. ¿Realista?
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Ojalá no. Querría creer que es voluntad literaria de su autora, o incluso un final no del todo afortunado, un final al que podría haber
sacado más partido.
¿Le daría esta novela a un adolescente? ¿La hubiera publicado
como editora de LIJ? ¿Se la daré a leer a mis hijos?
La verdad es que no tengo la respuesta a estas preguntas. Pero
o escribía esta entrada ya, o me quedaba atascada en ella. Para los
que no la hayáis leído y queráis entender un poco más este post, este
artículo en Público, que resume la novela y su trayectoria, puede ser
de utilidad.
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La cuestión es ¿qué es novela juvenil?, ¿qué debería ser? Entre
Nada y Perdona pero quiero casarme contigo, yo me quedo con Nada,
eso seguro. Pero ¿y un adolescente? ¿Habrá una tercera (o una
cuarta, o una quinta) vía…?
Como suele ocurrir muy a menudo, las respuestas vienen si uno
está atento. Mientras dejaba reposar este post antes de darle al botón Publicar, he visto el vídeo de campaña de IU, basado en el texto
Nuestras manos, de Eduardo Galeano: “La realidad es real porque nos
invita a cambiarla y no porque nos obliga a aceptarla. Ella abre espacios de libertad y no necesariamente nos encierra en las jaulas de la fatalidad. La realidad es un desafío, no estamos condenados a elegir entre
lo mismo y lo mismo”.
A mí me vale como respuesta, para la novela juvenil y para mi
vida.
Quizá si Janne Teller hubiera conocido este texto, el final de su novela hubiera sido otro. Y sí, ahora sé que se la daré a leer a mis hijos
cuando crezcan un poco, pero antes me aseguraré de que hayan leído e
interiorizado el texto de Galeano. Porque si la desesperanza es algo que
se han de encontrar en la vida, no veo qué sentido tiene impedir que se
la encuentren en un libro. Pero que lo hagan con el antídoto en la mano.
Coser hijos con luz y libros con palabras de mercadillo
y escuela. “Nada” y en un momentito dejamos las lentejas al fuego, que ya sabes que tengo el programador de
tiempo. Porque no hay un camino exacto, claro, no, no lo
hay, pero hay que andar. Es verdad. Sí. Calle arriba y calle abajo las dos, tan sonrientes.
Nadia Aguiar (maestra)
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El cuento del cuento
sobre el que saltó Internet
en un callejón muy oscuro
21 mayo de 2011
Un pajarito me ha contado la siguiente historia:
Érase una vez un señor llamado Adam Mansbach al que se le
ocurrió un texto precioso para un álbum ilustrado. Un texto con
una mezcla deliciosamente paradójica entre deslengüez y ternura.
De esos que en realidad no son para leerles a los niños, sino para
leer los papás solos (como muchos de los mejores álbumes ilustrados
que se editan, por otra parte), pero una maravilla de todos modos.
73
Entonces, se le unió un señor que se llamaba Ricardo Cortés, que
realizó unas ilustraciones de factura no tan brillante como el texto,
pero que lo complementaban dignamente y le echaban encima otra
capa de significado, que es al fin y al cabo lo menos que se puede
exigir de una ilustración.
Entonces, se les unieron unas señoras y señores de la editorial
Akashic Books, donde editaron y trataron texto e ilustraciones,
prepararon la fabricación, y anunciaron la salida a librerías para el
próximo 15 de junio. Amazon lo incluyó en su catálogo para empezar a admitir reservas.
Pero ocurrió algo no deseado, y totalmente inesperado, que echó
por tierra los planes de autores y editorial: alguien filtró el PDF con
una de las pruebas finales, y este corrió como la pólvora. Hoy, a un
mes de su salida a librerías, miles de madres y padres estadounidenses ya saben cómo termina el libro, y se han pasado el PDF en forma
viral, y lo leen gratuitamente en ordenadores, tabletas y smartphones.
¿Y qué va a pasar con las ventas del libro físico ahora que todo el
mundo puede leerlo sin pagar un centavo?
Pues qué va a pasar: que lo van a petar :-). Hace al menos una
semana, las reservas del libro alcanzaron el número 1 de la lista de
100 superventas de Amazon, y mientras escribo esto, ahí sigue.
No sé cuántas reservas han obtenido, pero estoy segura de que la
editorial va a tener que hacer tirar unos cuantos árboles más para
hacer frente al inevitable replanteo de la tirada.
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La relación entre
los contenidos
digitales
y la publicación
tradicional no es
necesariamente de
canibalización.
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No es el primer ejemplo de libro en el
que la distribución gratuita en formato
electrónico (legal o ilegal) tiene un efecto
positivo sobre las ventas del libro físico.
Tampoco es que vayamos a decir ahora que
se haya consolidado una regla universal
que siempre se cumple (seguro que no es
así), de que regalar el libro en digital te va a
hacer automáticamente vender más copias
físicas. Pero desde luego, a ver si con esto, en
la industria editorial nos acaba de entrar
en la cabeza que la relación entre los contenidos digitales y la publicación tradicional
no es necesariamente de canibalización.
(El libro, del que no tengo noticia de que ya haya traducción al castellano, se titula “Go the fuck to sleep”, y si queréis leerlo, no esperéis
que os dé aquí el enlace, pero encontradlo por ahí, echadle un ojo, disfrutadlo... y luego comprad el libro, claro. Aunque aviso: los que seáis
mamás o papás lo entenderéis a un nivel que al resto de mortales les
está vedado).
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Ilustración de Felipe Samper
¿Tienen que tener sexo
las novelas para jóvenes?
75
31 mayo de 2011
Hace tiempo me encontré con una columna de Cory Doctorow titulada “Sexo adolescente” en la revista Locus. Y como el articulista es
un conocido ilustrado digital, y además, escritor de LIJ, la verdad
es que me ilusionó el título y el posible contenido. ¡Sí! Por fin alguien
plantea el tema. “Esto yo no me lo pierdo”, pensé.
Pero cuando leí el artículo, la verdad es que me desilusioné, porque en realidad es un texto dedicado a defender la inocuidad de la
escena de sexo que aparece en su novela, Little Brother. ¡Qué pena!
Pero bueno, si tenemos que plantear una entrada con ese tema aquí,
pues lo hacemos y ya está. Gracias, Cory, por la idea y el empujón.
Vamos allá entonces. ¿Tienen que tener sexo las novelas para jóvenes? La respuesta obvia es “depende”, claro. Pero también es la menos comprometida. La que nos deja, como autores, editores o prescriptores, irnos de rositas.
¿Y si preguntáramos a los jóvenes, a los lectores? Probablemente,
en ese caso la respuesta también sería muy obvia y muy previsible.
Vale, llegados a este punto, quizá deberíamos abrir un poco el
foco. Porque sí, como título para un post es de lo más resultón (y tendríamos que plantearnos por qué, y si será por las mismas razones
por las que el tema es atractivo para los lectores). Pero por lo mismo,
un poco tramposo.
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Abramos foco, pues. ¿Tienen que tener muerte las novelas para
jóvenes? ¿Tienen que tener engaño, traición, dolor? ¿Tienen que
tener ideología los libros para jóvenes? ¿Trascendencia? ¿Entrega?
¿Posicionamiento político? ¿Deseos?
Y no vale volver a la respuesta fácil: “depende”, como decían las
actrices de la época del destape, que se desnudaban “si lo exigía el
guion”. ¿Sexo si lo exige el guion? ¿Traición, entrega, dolor, ideología
trascendencia, deseos… si lo exige el guion?
Vida. Realidad.
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¿Puede haber una novela juvenil (una novela, sin más), sin vida,
sin realidad, sin contradicción, sin cuestionamiento? ¿Sin…?
Sí, claro que puede haberla (más de una y de dos hay por ahí). La
cuestión es si debería haberlas. Porque ¿a quién le interesan?
Uno lee (al menos yo) si lo que lee le interesa, le concierne, si lo
que lee merece la pena. Y un joven más, que hay mucho bueno e interesante que descubrir ahí fuera cuando tienes esa edad. Y qué menos
que sentirte implicado por lo que cuenta una historia si vas a dedicarle unas cuantas horas de tu vida.
Para mí,
la respuesta
es clarísima:
sí, los libros para
jóvenes tienen
que tener sexo,
y muerte, y entrega
y deseos, y amor,
y política
y cuestionamiento
moral
y posicionamiento
político.
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Así que, para mí, la respuesta es clarísima:
sí, los libros para jóvenes tienen que tener
sexo, y muerte, y entrega y deseos, y amor,
y política y cuestionamiento moral y posicionamiento político. No como reclamo facilón,
pero, si tienen algo que ofrecer, incluso como
reclamo facilón. Porque tienen que interesar,
tienen que atraer, tienen que descubrir, mostrar, conmover, formar, mostrar modelos,
actitudes, puntos de vista. Y para ello han de
llegar a las manos del lector.
Alguien dijo que toda historia es una especie de vehículo de transporte: se crea para
llevar a la audiencia desde un punto A hasta
un punto B. Pero para que tu audiencia se
suba voluntariamente a ese vehículo, para
que “compre” la historia y suspenda voluntariamente su incredulidad, debe sentirse
concernida con lo que quieres contarles.
Los mundos en los que nunca pasan cosas
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que pondrían incómodos a algunos padres (o prescriptores), o peor
aún, en los que esas cosas pasan solo para que luego la mano invisible del autor castigue ejemplarmente a los infractores (todo consumo de sustancias acaba en muerte, toda práctica sexual acaba en
embarazo, etc.), destruyen la suspensión de incredulidad y hacen
que los lectores se bajen en la siguiente parada. Con la de sitios interesantes a los que podríamos llevarlos.
Terencio ya dijo hace mucho tiempo aquello de “Soy humano
y nada de lo humano me es ajeno”. ¿Por qué no nos lo aplicamos en
la LIJ?
He oído susurrar a Elsa al volver a leer su blog. He leído
sus palabras inteligentes, con las que no puedo estar
más de acuerdo. He pasado con un escalofrío sobre la
palabra “vida”. Hay quien cree que el sexo es lo contrario
a la muerte. Hay quien cree que educar es censurar. Hay
quien cree que editar para jóvenes es ejercer un control
omnisciente. Elsa seguirá susurrándonos, por fortuna,
a quienes nos dedicamos a esto. Seguirá llevándonos a lugares interesantes, aunque ella –qué pena– ya no pueda
acompañarnos más que en susurros.
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Care Santos (escritora)
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Ilustración de Estudio Fénix
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En respuesta a D. Gabriel
14 junio de 2011
Hace poco Gabriel proponía, en un comentario, una entrada que
aclarase cómo se puede conciliar la pasión y la vocación por la LIJ
con el mundo, a veces nada idealista, de la empresa.
Cuando pienso en ello, lo que se me viene a la cabeza sin querer
es: “¿Y cómo hacer que el amor sobreviva a muchos años de matrimonio?”. Ya sé que Gabriel no planteaba esa pregunta, pero quizá
las respuestas están más cercanas de lo que parece.
Y es que, en ambos casos, para mí es básicamente una cuestión
de voluntad. De querer, vamos. ¿Es siempre fácil? No, claro que no.
Pero de lo que sí estoy segura es de que muchas delicias del amor
no surgen, digan lo que digan, en los primeros seis meses de subidón (aunque las películas y muchas novelas quieran hacérnoslo
creer); y muchos proyectos editoriales solo son posibles de llevar
adelante con el apoyo económico y logístico de una empresa editorial fuerte.
Hacer la receta de esta conciliación no es fácil, pero sin duda, algunos de los ingredientes serían:
•Un poco de realismo, que las cosas son como son, y todos vivimos en la misma realidad y sabemos lo difíciles que son a veces las cosas del amor y las de la empresa.
•Un poco de mala memoria, para olvidar ese gesto un poco frío
o esa decisión comercial que parece excluir la literatura.
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•Y otro poco de buena memoria, para recordar esos momentos
tan gratos en los que sientes que todo es posible.
•Algo de compromiso, para continuar con un proyecto que te
da mucho, al que ha contribuido mucha gente y en el que hay
otros implicados.
•Un bastante de buena voluntad para reírte por enésima vez
ante la misma broma, porque aunque parezca un libro más,
siempre es un libro único.
Pero sobre todo:
•Porque te maravilla que esa persona increíble te mire con
amor, y que esa empresa que hace años parecía inalcanzable
aún te quiera pagar por tumbarte a leer novelas en el sofá.
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•Porque le miras a los ojos / a las páginas y te sientes orgulloso
de ver ahí un poco de ti.
•Porque tenerle cerca te alimenta. Porque cada libro, cada autor,
cada lanzamiento, te da vida.
•Porque cuando ves las arruguitas que va teniendo alrededor
de los ojos, sonríes con ternura, y porque cuando ves determinados libros te preguntas cómo te dejaste convencer para publicar aquello… y sin embargo lo harías de nuevo.
•Porque te sorprendes esperando con mariposas en el estómago volver a ver al otro por la noche, y sigues esperando con
la misma impaciencia la siguiente entrega de un manuscrito
que va llegando con cuentagotas.
¿Que si merece la pena? Yo llevo veintidós años en el primer empeño y diecisiete en el segundo, y mi respuesta es sí, rotundamente
sí. ¿Voluntarioso? ¿Naíf? Probablemente. No pasa nada.
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¿Qué o cuántos?
18 septiembre de 2011
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Esta es una cuestión que, inevitablemente, aparece cada cierto
tiempo en la conversación con padres o colegas del sector de la educación. Hay quien afirma que no es tan importante qué libros leen
los niños, como cuántos. Es decir, cantidad frente a calidad. “Lo importante es que lean, lo que sea”, dicen algunas de estas personas.
Y la verdad es que, aunque puedo entender las razones que llevan
a alguien a hacer esa afirmación, la verdad es que no estoy del todo
de acuerdo.
¿Diríamos lo mismo de los alimentos que ingieren los niños cuando son pequeños? Vale, es cierto que para que un niño sobreviva lo
prioritario es que coma, lo que sea. Pero si se puede elegir, creo que
cualquier padre o madre preferirá que su hijo crezca con los alimentos más sanos, elegidos entre los más adecuados para su edad o necesidades de desarrollo. E incluso, si me apuras, buscando, dentro de
lo posible, aquellos que estén libres de pesticidas, de conservantes,
de hormonas, de antibióticos, de exceso de metales pesados... ¿Sí o no?
Pues con los libros lo mismo. Y cuanto más pequeño sea el niño,
más: que a los diez años a pocos niños les hace daño una hamburguesa basura muy de vez en cuando (sobre todo si habitualmente
toman comida sana), pero dudo que un peque de un año pudiera siquiera digerirla. Que además, los alimentos llenos de antibióticos,
de mercurio, de hormonas o de pesticidas, dejan su huella aunque
no provoquen enfermedad inmediata. Y así, sin saberlo y posiblemente sin quererlo, estamos potenciando el sexismo, los estereotipos, el racismo y muchas otras actitudes que ningún padre o adulto
prescriptor desearía para su hijo. Y encima, los adultos podemos ni
damos cuenta, de momento, de lo que está pasando.
En cambio, a los niños les sientan estupendamente los libros cargados de autorrespeto, de superación personal, de lealtad, de empatía, de un cierto inconformismo unido al sentido de la justicia... Como
les sienta de maravilla la comida sin porquerías y, a poder ser, cocinada con mucho amor.
Yo creo que, como adultos responsables, tenemos que buscar, en
la medida de nuestras posibilidades, educar el gusto de nuestros
niños cercanos, enseñarles a apreciar una buena comida, como un
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buen libro; enseñarles la base cultural en que se apoyan determinadas tradiciones culinarias o literarias; explicarles y enseñarles
a distinguir por qué determinadas comidas (y determinados libros,
o películas, o páginas de Internet, o personas...) no nos sientan bien,
sin perjuicio de que sepan que no pasa nada por tomar comida basura
un día concreto ni por leer un libro que entretiene aunque no aporta
nada...
Es más, que comer esa comida o leer ese libro sirva para reflexionar juntos acerca de por qué pueden ser nocivos, que solo con decirlo no se construye nada. En resumen: buena comida y buenos
libros.
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“Y si hay algo que esté claro en esta dieta, es que el hombre precisa en primer lugar, como quien bebe agua, beber sueños”, escribió Álvaro Cunqueiro en 1963.
Beber sueños como quien bebe agua, una verdad esencial
para explicar la importancia de la lectura, de las palabras que nombran el mundo, de los textos que nos ayudan
a entenderlo y a entendernos.
En el hogar, en las aulas, en las bibliotecas... nuestro papel es esencial. Somos las personas que desbrozamos
los senderos precisos para el encuentro entre los niños
y niñas y esos libros valiosos en los que late la vida.
Qué esencial, la mediación. Si renunciamos a ella, el hueco
que dejamos será pronto ocupado por los sucedáneos
con que el mercado nos inunda. Libros en cuyo interior
hay menos vida que en la desolada superficie de la Luna.
Agustín Fernández Paz (escritor)
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Ilustración de Gustavo Otero
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No es lo mismo
23 septiembre de 2011
Mis hijos, que, como su madre, son devotos fans de Roald Dahl, se
quedaron perplejos cuando oyeron el resumen que mi marido, otro
devoto de este autor, me hacía de una entrada de Boing Boing. En
ella se hace referencia a un artículo biográfico sobre el autor británico (en mi opinión bastante parcial, subjetiva y hasta un poco
paranoica) en la que se le retrata como alguien odioso, maleducado,
engreído, acosador, promiscuo, antisemita, misógino y unas cuantas
lindezas más. O sea, como unos cuantos hombres más de ¿su época?
Al margen de que este tipo de valoraciones llevan implícita una
visión del mundo personal y muy concreta, lo que me interesa no es
si el biógrafo tiene razón, que vaya usted a saber, sino la reflexión
familiar que siguió a aquellas declaraciones. ¿Cómo podía ser que
uno de sus autores favoritos –expresaban las caritas de mis hijos–,
que les hace reír, que les ofrece una perspectiva transgresora del
mundo, que les atrapa y les enseña a ver la realidad desde otro ángulo, fuera tan “malo”?
Ante su incredulidad, tuve que explicarles algo que no todos los
adultos tienen claro, tampoco los que actúan como prescriptores de
lecturas: que un autor solo debe ser juzgado (en tanto escritor) por
lo que escribe, no por cómo vive su vida privada, ni por la ideología
que defiende, ni por sus declaraciones en contextos ajenos a lo puramente literario. Además, como persona, es responsable de lo que hace,
como cada uno de nosotros. Pero como persona, no como escritor.
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Puede (no tengo datos para contrastarlo ni demasiado interés en
hacerlo) que Dahl fuera lujurioso, mujeriego, machista y misógino,
pero no encuentro nada de eso en sus libros (salvo haciendo una
interpretación interesada, que deje de lado el humor y el contexto
en que aparecen).
Vale, será cierto que, cuando se publicó Las brujas, algunos colectivos feministas se quejaron por el “contenido misógino” del libro.
¡Pero vamos a ver, compañeras! Que las brujas no son un trasunto
de las mujeres en general, son brujas, malas malísimas y muy peligrosas, y quien les planta cara es otra mujer, la abuela del protagonista, honesta, fuerte, decidida, inteligente, comprometida, cariñosa...
Que cada uno (o cada una) se identifique con quien considere. Pero
este es otro tema.
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Lo importante es diferenciar: o hablamos de literatura o hablamos de conducta personal. Todos sabemos de grandes artistas que
en lo personal eran abominables, pero eso no quita grandeza a su
obra, aunque seamos muy libres de despreciarlos como personas.
Ayer vi a mi hijo, una vez más, con Matilda entre las manos. Puf,
menos mal. Parece que él sí lo ha entendido.
Imagino a Ada, Ainoa y Al desconcertados... Siempre has
tenido muy claro que los niños son más jóvenes, no menos
inteligentes, y encontraste las palabras adecuadas.
Pues claro que no es lo mismo, como no es lo mismo la LIJ
sin ti…
Hoy fantaseo sobre tu nueva mansión —tupida de verdes—
y te veo abrazada, como siempre, a un nuevo proyecto,
dispuesta a cambiar el mundo, ocupada en criar palomas
blancas con mensajes de ánimo para todas, para todos…
Nos quedan tus reflexiones en voz alta, en palabras que
son marea entusiasta y sabia; dispuesta a lavar todo lo
sucio que se acerque a la LIJ, por eso nunca serás ceniza
en mi corazón. Gracias, querida, entrañable y exigente
editora. Elsa, mi amiga, mi “niña”, como tú me decías...
Fina Casalderrey (escritora)
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Ilustración de Enrique Flores
Reivindicación del oficio
3 octubre de 2011
Vale, es verdad que no es fácil explicar qué es un editor ni en qué
consiste su (nuestro) trabajo, pero no deja de sorprenderme hasta
qué punto algunos desconocen esta tarea e incluso la utilizan como
arma arrojadiza contra el propio autor.
Me permito volver al artículo biográfico sobre Dahl que comentaba en la entrada anterior. El autor de ese artículo “denuncia” como
si fuera algo denigrante lo que para mí, como editora, es “lo que debe
ser”. Cito y comento:
Dahl’s editor Stephen Roxburgh completely revised Dahl’s last novel
and, in doing so, turned it into his most popular book.
Pues bien por el editor, que hizo lo que se supone que tiene que
hacer un buen editor.
On the whole, Roxburgh’s editorial advice was more up Dahl’s alley.
[…]. – and Dahl incorporated his substantial rewrites of the book’s
dialogue verbatim.
En este caso, bien por el autor, que supo entender que las propuestas de su editor eran acertadas y no tuvo empacho ni vergüenza
de incorporarlas.
Roxburgh’s revisions to “The Witches” were far more extensive than
those he had proposed on The BFG. The editor’s major suggestion was
that the Witches should turn the narrator into a mouse, an idea that it
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is now impossible to imagine “The Witches” without. Dahl saw that
these were improvements and went ahead.
En este caso, bravo por ambos. Uno por dar con una propuesta
brillante y otro por aceptarla. Gracias a esa colaboración, podemos
disfrutar hoy de esa magnífica novela.
Estaba yo en tales reflexiones cuando me encontré este artículo
en El Tiramilla con consejos para jóvenes escritores noveles, en el
que se dice (las negritas son mías):
“Sé de casos tremendos, casos donde publicar un libro se convierte
en una tortura económica, editoriales que te roban el alma entera como
sanguijuelas, señores que se aprovechan de tus ilusiones, que te ordenan
cambiar capítulos enteros a su gusto […] Mi verdadero consejo al autor
novel que inicia su larga y maravillosa andadura por estos mundos
de Cervantes, es que tu idea no está en venta de rebajas ni saldos.
Que cuando por fin la cedas, que sea con una editorial decente que la
quiera tal y como es”.
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A ver, que un editor es (debería ser) un primer lector privilegiado para el manuscrito Un editor es
del autor. Si el editor hace bien su trabajo (y si
(debería ser)
el autor le deja hacerlo), el lector final debería
encontrar una obra mucho mejor que el ma- un primer lector
nuscrito original del autor, que podrá ser perprivilegiado para
fecto en algún caso, pero no lo es en muchos
otros. Pretender que tu novela se publique “tal el manuscrito
y como es” es desdeñar una labor que puede
del autor.
enriquecer mucho la obra. ¿Que fue el editor de
Dahl quien sugirió que el protagonista fuera
convertido en ratón? Magnífico, pero eso no le quita mérito al autor,
al creador del universo en el que esa sugerencia cobraba sentido.
Por eso, y sin que nadie me lo haya pedido, voy a brindar yo también un consejo a los autores noveles: que tu relación con tu editor
sea de confianza mutua. El editor debe confiar en el autor, pero el
autor no puede ver un enemigo en su editor, porque así no se llega
a ninguna parte. Estoy segura de que los autores que tienen la posibilidad de trabajar en una relación fluida con sus editores escriben
mejores libros que los que defienden el territorio de su creación
como si temiesen ser invadidos o sojuzgados, como si aceptar una
sugerencia ensuciara la (supuesta) pureza de su obra.
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A mí, desde luego, me gustan los autores que primero se encierran para alumbrar su obra y luego se arremangan para trabajar
mano a mano con todo aquel que pueda contribuir a que el manuscrito se convierta en la mejor obra posible y, más tarde, en el mejor
libro publicado (sean editores, lectores, diseñadores, ilustradores,
críticos o alguien que pasaba por allí y aporta algo interesante). Juntos por el mejor libro posible. Juntos, no enfrente.
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Es verdad lo que escribió Elsa Aguiar en esta entrada:
existe un malentendido viejo y generalizado acerca de la
relación entre el escritor y el editor. Un antagonismo
alentado por las diferencias y los estereotipos, las malas
experiencias en uno y otro lado. Malentendido que,
como tantos otros que dificultan la vida, se podría solucionar hablando y escuchando; haciendo a un lado el ego,
pensando en la mejor versión del libro como fin común.
Mirándonos a los ojos, como Elsa proponía.
Existen los escritores difíciles, los editores que piensan
solo en vender. Pero también existen los editores que
tratan de crear lo que Elsa llama “hechos literarios” conjuntamente con el autor. Como prueba, ahí están los libros que ella editó: trabajos que comenzaron como una
chispa en el alma del escritor y que ella convirtió en realidades concretas de papel y tinta.
Verónica Murguía (escritora)
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Ilustración de Bartolomé Seguí
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Juntar el hambre
con las ganas de comer
29 octubre de 2011
En este mes de octubre que termina ha habido un auténtico derroche de artículos sobre el futuro del libro, animado por la celebración de LIBER y de la feria del libro de Frankfurt, por la llegada
de Amazon a España, por los movimientos de Planeta y de Casa del
Libro y por la presencia en prensa de algunas iniciativas como
24symbols.
En todas las reflexiones está presente, de forma explícita o implícita, la incertidumbre que en estos momentos rodea al mundo editorial, debido a la conciencia general de que estamos ante cambios
inminentes.
Sin embargo, a menudo tengo la sensación (y es algo muy subjetivo) de que no lo estamos haciendo bien. Para empezar, porque
parece como si nos empeñáramos en disipar esa incertidumbre con
las mismas herramientas que en tiempos de certidumbre. ¿De verdad
nos creemos que un estudio de mercado puede hoy en día predecir el
comportamiento de los lectores? ¿Que la extrapolación de las cifras
de uso de lo digital hoy en día nos puede ayudar a establecer las cifras del futuro cercano? ¿Puede el miedo a que el libro digital canibalice la venta de libros en papel guiar nuestros pasos después de ver
lo que ha hecho el iPhone con el iPod –y no olvidemos que son pro-
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ductos de la misma empresa–? ¿De verdad alguien defendería con
convencimiento que una propuesta de innovación se puede analizar
desde criterios de rentabilidad?
Para quitar elementos de la ecuación y hacerla más sencilla,
quizá, en estos tiempos de incertidumbre, deberíamos atender solo
a un par de cosas:
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1. Centrarnos en la misión, cada cual en la que quiera que sea
la suya (para mí, formar personas a través de una literatura
de calidad atractiva para los lectores). Cuando uno no sabe
qué hacer, conviene volver los ojos a la identidad y al propósito que nos mueve como industria. Si sabes quién eres, qué
has venido a hacer a este campo de juego y qué cambio social quieres impulsar, es mucho más fácil enfocar tu actividad
a pesar de los cambios ambientales, tecnológicos y sociales
que se produzcan. Por otro lado, si eres fiel a tu misión, la rentabilidad vendrá, claro que vendrá. Y quizá no como consecuencia buscada de tu actividad, sino más bien como herramienta necesaria para la sostenibilidad de esa actividad. Algo
que a mí, al menos, me parece maravilloso.
2. Aprender, pero sin miedo, como aprenden los niños: explorando, llevándonos a la boca, probando y volviendo a probar en función de la experiencia. No es momento de evaluar
el potencial económico versus el riesgo, sino el potencial de
aprendizaje versus el riesgo. Por supuesto que es necesario
dosificar el riesgo, pero también hay que jugarse algo como
industria, más que nada para que lo nuevo no quede en manos de otros actores que saben menos de contenidos, menos
de lectores, menos de literatura... y sí más de aprovechar el
río revuelto.
Vivimos un momento privilegiado, de cambio, en el que se pueden redefinir muchas normas de este negocio. Y somos muchos los
autores, los ilustradores, los editores, los diseñadores… que queremos formar parte de esta revolución y contribuir a la definición de
ese nuevo campo de juego.
Pues eso, el hambre y las ganas de comer.
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Si alguna persona ha visto siempre el vaso medio lleno,
esa era Elsa. Y esa virtud es poco corriente en los oficios
que rodean el libro, un territorio en el que se dedica mucho menos tiempo a alegrarse por la mejora continua de
los hábitos lectores que a preocuparse por los peligros
que amenazan el horizonte.
Elsa siempre encontraba argumentos que le permitían
seguir manteniendo el optimismo. Como cualquier personaje de novela de aventuras, se adentraba decidida en la
selva de los cambios, consciente de estar viviendo un momento único. Armada solo con su inteligencia, intentaba
abrirse camino en la maraña de las posibles amenazas,
buscando puntos seguros que ayudaran a responder las
preguntas que todos nos hacemos.
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El caminito que ha dejado abierto en la selva es una invitación a seguir avanzando. Para llegar un poco más lejos
de lo que ella –siempre sin miedo, siempre dispuesta a
aprender de la experiencia– pudo llegar.
Blanca Calvo (bibliotecaria)
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Prepararse para tomarla
31 octubre de 2011
Tengo un amigo, R., profesor de filosofía desde hace más de treinta
años. Bueno, ex profesor, porque ha decidido prejubilarse. El motivo,
muy honesto, me parece digno de reflexión: hace tiempo que siente
que no tiene un mundo compartido con sus alumnos. Él teoriza
sobre McLuhan y la aldea global mientras ellos comprueban su Tuenti,
escuchan música de Spotify, y tuitean sin dejar de mirarle. Él hace
referencias a Bergman y ellos tienen en la cabeza a Scott Pilgrim...
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Efectivamente, ¿se puede enseñar filosofía a los jóvenes (una filosofía que vaya más allá de la mera retención memorística de autores y conceptos, una filosofía que dé una verdadera sabiduría de la
vida) cuando las películas, los referentes culturales, las lecturas o los
ídolos… son tan radicalmente distintos? Probablemente, no.
Dándole vueltas a lo paralelo que es este fenómeno al de la literatura para niños y jóvenes, me acordé de un texto de Alessandro
Baricco titulado “Queridos jóvenes, es mejor no leer”, y que merece
la pena leer completo.
En él, el autor italiano afirma:
Antes que nada, se necesita una gran disposición por nuestra parte
para entender que la geografía del sentido de estos jóvenes es objetivamente distinta de la nuestra. Y no por un proceso de “vulgarización”
o “denigración” de aquello que es noble. En absoluto. Será noble como la
nuestra, pero será distinta.
¿Y en qué es distinta la “geografía del sentido” de los jóvenes de
hoy? Bueno, hay muchas formas de verlo y de explicarlo, porque al
fin y al cabo, todas son interpretaciones interesadas por parte del
observador y socialmente construidas. Pero creo que este vídeo
puede aportar algo de luz al respecto.
Un vídeo cuyo final, por cierto, es muy paralelo al final del texto
de Baricco:
Las geografías cambian. Quizá “El hombre sin atributos” no es importante por siempre. Lo ha sido para mí, para mi generación, pero cuando
se comienza a no saber explicarlo, cuando percibes que no te creen, es
mejor buscar entender qué cosa está pasando, cuál es la nueva geografía que está naciendo. Y prepararse para tomarla.
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Eso, que en cualquier adulto es muy encomiable (tomar cada
nueva geografía es la única forma de no envejecer, de no quedar
atrás), en todos aquellos que nos dedicamos a la LIJ es imperativo.
Y quien no sea capaz de tomar esa nueva geografía, casi mejor que,
como mi amigo R., se prejubile.
Conocí a Elsa en el año 86. Se sentó a mi lado en nuestro
primer día de carrera, y en ese banco comenzó esta larga
amistad que se ha mantenido hasta hoy.
¿Por qué he escogido esta entrada? Porque lo que cuenta
tiene mucho que ver con la Elsa que yo he conocido: alguien que siempre va un paso por delante. Era desenvuelta en la vida, en la forma de vestir, en la relación con
los compañeros, en el amor. Era prudente con las palabras y con las opiniones, y previsora con los estudios.
Y este binomio equilibrado de prudencia y desenvoltura
ha presidido su vida –o así lo veo yo–: en la familia, en la
amistad (para mí, a veces, un hada madrina), en la lectura minuciosa, en la búsqueda constante de la innovación y el trabajo bien hecho. Incluso en la enfermedad.
Siempre con las ideas al galope y las palabras al paso.
Porque yo imagino a Elsa, cada mañana de su andadura,
desplegando sus mapas sobre la geografía de la vida y
preparándose, muy en serio, para tomarla.
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Carmen Albert (editora)
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Cuestión de prioridades
2 noviembre de 2011
¡Qué juego dan las charletas entre colegas (profes, escritores y editores) y los intercambios en blogs! No solo por lo que realmente se
dice, sino por lo interesante que es analizar después las cuestiones
de fondo que están ahí configurando la discusión aunque no nos
demos cuenta.
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Me pasó el otro día, charlando de las novedades de LIJ de estas
Navidades, y me daba cuenta de que, en las opiniones de cada quien,
estaba presente implícitamente una postura de fondo que tiene que
ver con qué considera cada uno más importante: ¿que la literatura forme (aunque unos lo llamen “apoyar el currículum”, y otros,
“que tenga valores”)? ¿Que sea buena literatura (es decir, literatura
“literatura”, no un sucedáneo más o menos bienintencionado? ¿O que
sea atractiva para los lectores?
Aunque probablemente mi respuesta personal a esa cuestión
está contenida en muchas de las entradas de este blog, he decidido
que este es un buen momento para explicitarla más aún, por si no
estaba del todo claro.
Formar
personas
a través
de literatura
de calidad
atractiva para
los lectores.
En alguna entrada, yo hablaba de que mi objetivo era conseguir hechos de lectura, es decir,
ayudar a generar, seleccionar y publicar libros
que impacten en el lector, libros que logren
una transformación, del tipo que sea, en él.
Bueno, pues “desarrollado”, mi objetivo es formar personas a través de literatura de calidad
atractiva para los lectores.
Yendo de abajo arriba, por tanto, mis prioridades son publicar libros de tanta calidad literaria como sea posible sin dejar de ser atractivos,
y tan atractivos como sea posible sin dejar de
contribuir a la formación del lector.
Una vez que tienes claros tus objetivos, una vez que tienes explicitado lo que quieres y lo que buscas, todo se vuelve un poco más
fácil. Y así, si alguien me dice:
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– “Es que ese libro no es de gran calidad literaria”. Pues yo voy a mis
principios y me digo: ¿Es atractivo? ¿Gustará a los chavales? ¿Trans/
forma? ¿Sí? Pues entonces vamos adelante.
– “Es que este libro es muy entretenido y va a gustar mucho”. De
nuevo a los principios y me pregunto: ¿Aporta algo a la transformación de los lectores? ¿Tiene al menos algo de calidad literaria? Y si la
respuesta es no a ambas preguntas, pues no es el tipo de libro que yo
querría publicar.
– “Es que este libro está maravillosamente escrito, es literatura pura,
aunque como toda la calidad, es difícil”. Vale, pero ¿es atractivo para
el lector? Porque si a quien gusta es al adulto que lo recomienda y no
al chaval a quien va dirigido, de nuevo, no es el tipo de libro que yo
querría publicar.
Y así con todas las posibilidades que se puedan presentar, aunque sin perder de vista que hay pocos libros que lo tengan todo en
la proporción que a todos nos parecería la adecuada y que lo ideal
es que cada libro tenga una proporción variable de cada uno de
esos tres ingredientes que yo considero básicos.
Y esto es importante: ni todos los libros tienen que transformar
radicalmente la vida del lector, ni todos los libros tienen que ser el
exponente de la mejor literatura, ni todos los libros tienen que ser
tan atractivos para el lector que no requieran ningún esfuerzo por
su parte. En esa mezcla de esencias e ingredientes está la habilidad
del escritor para llegar a diferentes tipos de lectores en momentos
diferentes de sus vidas. Porque, al final, lo interesante es que haya
de (casi) todo. Y lo que hay que hacer es enseñar a elegir bien.
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Llevo días negándome a escribir cinco líneas. Cuando lo
intento, las palabras se me desvanecen, me envuelve el silencio que siempre me acompaña y que, con los años, se va
haciendo más insondable. Tú me decías: “Me gustan tus
silencios porque en ellos se gestan voces, sonidos, sueños,
vida”. Era así. Provocaste incluso algunas de esas voces
frente a una taza de café. Ahora, silencio eterno, puedo
seguir escuchándote. Ya sabes, tengo ciertas habilidades
con el silencio. Sobre todo oigo tu mirada y tu sonrisa. Y lo
demás lo entiendo. Y por todo ello, desde la pena, Elsa, te
doy las gracias.
Alfredo Gómez Cerdá (escritor).
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Ilustración de Jesús Gabán
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Huellas
25 noviembre de 2011
Después de muchos días sumergidos en la selección de los originales presentados a los premios El Barco de Vapor y Gran Angular,
respirando y bebiendo historias, temas, personajes que compiten
por un hueco en el recuerdo, tramas y construcciones y estilos
de escritura muy diversos, después de esa inmersión, llega el momento de sacar la cabeza para mirar alrededor (me encanta la sorpresa confusa de quien es interrumpido en una lectura apasionante
y se encuentra de pronto en un lugar diferente al que habitaba
hasta hacía pocos segundos) y observar cómo se va depositando
lo leído.
Sin duda, es una época dura. Dura para los profesionales que debemos seleccionar de entre esos manuscritos, pero sobre todo, dura
para los propios manuscritos. Cuando un lector lee hasta dos y tres
manuscritos en un día (aunque hay algunos que se llevan varios días
ellos solos), el manuscrito tiene que demostrar mucha fortaleza.
Tiene que demostrar que puede defenderse él solo en un medio hostil: montones de personajes compitiendo por la atención del lector,
construcciones sorprendentes, estilos brillantes junto a otros más
funcionales... Tiene que defenderse incluso de la injusticia que supone ser juzgado a continuación de la lectura de un libro brillante
o después de un desierto de seis u ocho manuscritos completamente
desechables. Probablemente nunca se vea en una situación tan difícil como esta.
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Por eso hay pocas cosas de este trabajo que
me gusten más que los días posteriores a esa
vorágine. Esos días en que dejas la mente en barbecho y te conviertes en mero observador del
proceso de decantado de esas historias en tu
interior. Es entonces cuando empiezas a darte
cuenta de que has olvidado determinado personaje o argumento que te pareció brillante y que
otro que antes casi pasó desapercibido ahora
reclama vigorosamente tu atención. Ese momento en que vuelven a ti determinadas construcciones, detalles, coincidencias, y te das cuenta
de que, ahora sí, tienes la distancia suficiente
como para valorarlos.
Días en que
dejas la mente
en barbecho
y te conviertes
en mero
observador
del proceso
de decantado.
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Es ahí cuando se hace evidente que hay dos o tres manuscritos que
de verdad te han impactado, un puñado de personajes que ya forman
parte de tu vida, experiencias de lectura que te acompañarán por
mucho tiempo. Novelas de esas que arañan y hacen de bálsamo, según el momento. Novelas, en fin, que dejan huella.
Y entonces, en ese momento, te das cuenta de que has tenido un
premio El Barco de Vapor o Gran Angular entre las manos.
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Ilustración de César Astudillo
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Rompiendo el ojo de la cerradura
3 diciembre de 2011
Leo en el diario de literatura juvenil eltiramilla un interesantísimo artículo sobre la situación actual de la literatura juvenil, y lo
primero que se me viene a la cabeza es ¡qué bien que Internet haga
posible esto! Qué bien que gracias a personas comprometidas y con
ganas, la crítica de LIJ tenga su lugar, una vez que ha sido abandonada por la mayoría de los medios generalistas. Por eso, enhorabuena a todos los que estáis ahí como lectores y como críticos.
El debate plantea algunas cuestiones muy interesantes con las
que, en general, estoy de acuerdo. Me gustaría solo aportar una mirada que no está recogida en el artículo, aunque sí muy mencionada:
la del editor, claro. ¿Las editoriales se hinchan a publicar los temas
que están de moda? ¿Busca el editor modas que explotar más que publicar libros de calidad? ¿Cada vez hay menos variedad y se arriesga
menos? ¿Son las editoriales menos exigentes que antes?
No tengo las respuestas, pero os invito a poneros en la piel de un
editor por un rato. Un editor, vamos a suponer, que está en esto de
buena fe y por vocación, que cree en lo que hace y en las consecuencias positivas de su labor en la sociedad. Un editor, claro, que quiere
que su actividad sea sostenible para poder seguir publicando libros
juveniles el año que viene, y el siguiente y el siguiente… ¿Cómo sabe
ese editor si lo está haciendo bien? ¿Cómo sabe si los libros que selecciona son los adecuados (signifique eso lo que signifique), los mejores posibles, en definitiva, los que tendría que publicar?
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Se me ocurren tres fuentes de información, una interna y dos externas.
La interna tiene que ver con la propia conciencia del editor, la
que le dice si eso que ha decidido publicar encaja con su vocación,
con su misión y con la de la empresa para la que trabaja, si rema a
favor de lo que quiere conseguir o no. Ahí el editor está a solas con
su honestidad personal, pero también a solas con su inevitable subjetividad.
Los factores externos tienen que ver con el feedback que el editor
recibe del mundo exterior. Ese feedback es sencillo de resumir: lo
que los lectores hacen y lo que los lectores dicen. Para saber lo que
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los lectores hacen, el editor solo puede mirar a través del ojo de la
cerradura: puede saber qué libros compran, cuántos y dónde (mediante herramientas tipo Nielsen Bookscan o consultando las listas
de más vendidos que se publican en algunos
medios), pero no puede saber qué hacen los
compradores con ellos: si los leen, si los disfru- Para saber
tan, si les satisfacen, si les alcanzan, si hablan
lo que los lectores
de ellos o si, sencillamente, los dejan en la estantería… Es lo malo de mirar por ojos de cerra- hacen, el editor
dura: solo se ve una parte de la escena y no
siempre es la más interesante. Una opción (hay solo puede mirar
otras) es suponer que los libros que se venden a través del ojo
mucho, se leen mucho. O si se prefiere, que los
libros que se leen mucho, se venden mucho. de la cerradura.
De este modo, efectivamente, se puede entrar
en un círculo (que podría llegar a ser vicioso, sí, pero también virtuoso desde cierto punto de vista) en el que se publica lo que se vende/
lee y se vende/lee lo que se publica.
En cuanto a lo que los lectores dicen, esa es una de las enormes
ventajas que ha traído Internet: una vez que periódicos y revistas
dicen nada o casi nada sobre el tema, por fin existe la posibilidad de
una comunicación directa entre editores, escritores y lectores (más
allá de las firmas en ferias y presentaciones). Sigue siendo mirar
por el ojo de la cerradura, porque ni todos opinan ni se opina sobre
todos los libros, pero al menos este ojo es un poco más grande, así
que lo que muestra probablemente sea más interesante.
Hacemos una prueba con un libro publicado hace poco, un libro
diferente al que, sin duda, no se podría clasificar como “de moda”.
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Se llama El chico que alcanzó la felicidad. Lo introducimos en Google
y, tras un vistazo, vemos que todo son reseñas que copian el texto de
contracubierta excepto una, una crítica, en la página del traductor,
Gonzalo Fernández (gracias, Gonzalo, me ha encantado). Quizá es
muy nuevo, así que podemos intentarlo con otro libro que tampoco
es “de moda” y que ya tiene unos años, El combate de invierno. Encontramos una crítica y algún comentario breve.
¿Cómo podrá entonces el editor saber si estos libros han llegado
a sus lectores, si les han movido como le movieron a él?
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Imaginemos ahora que un editor publica un libro por convicción. No sigue las modas, es original, personal y transformador, así
que, desde el punto de vista interno, el editor está muy satisfecho.
Espera impaciente algún comentario, alguna crítica que parece no
llegar. Por fin acude a Nielsen y en la columna de ventas ve una cantidad que da pena. ¿Cómo defiende esa decisión de publicación?
¿Para qué ha servido todo el coste y el esfuerzo de publicación de ese
libro? Y sobre todo, ¿cómo podría continuar publicando en esa
misma línea? ¿Cuántos libros duraría?
Por eso, hago un llamamiento a todos los que tenéis voz en la
red: comentad los libros que leéis, lo que os gusta y lo que no, las
razones y las sinrazones. Comentad cuanto más mejor, porque esa
es la garantía de que haya más de lo que os gusta y menos de lo que
no. Pero sobre todo porque esa es una manera muy eficaz de participar en el rumbo que tome nuestra literatura juvenil.
Y ante todo, gracias a todos los que ya lo hacéis.
NOTA. En buena ley, esta entrada debería haber sido un comentario en el artículo original. No lo es debido a su extensión. Por eso
pido a los que quieran aportar algún comentario que lo hagan en la
página donde se originó el tema: AQUÍ.
La querida Elsa puede darse por satisfecha. O casi. Su
llamamiento de 2011 ha sido escuchado: hoy, miles de lectores jóvenes se expresan a través de las redes sociales:
post de opinión, fotos con libros entre las manos, vídeos
de crítica y comentarios. Como un vendaval, los lectores
se convirtieron en recomendadores hacia el interior de
sus propias comunidades de pares.
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Sin embargo, la crítica realizada por especialistas o lectores con mayor experiencia, que atesoren lecturas previas y puedan comparar el texto comentado con otros,
que sepan contextualizar esa experiencia literaria y sugerir otros títulos en la misma línea, que impulsen a ampliar temática y estilísticamente las fronteras de la LIJ,
sigue siendo necesaria… pero escasa.
El mundo de la literatura juvenil se está moviendo. Como
se movió el piso bajo nuestros pies en febrero de 2010, en
Chile. Esa madrugada, fue la sonrisa de Elsa y su inquebrantable humor lo que nos mantuvo firmes y confiados
en que el temblor se detendría. Luego, y metafóricamente, ella auguró un terremoto en la LIJ: cómo me gustaría que estuvieras aquí, mi preciosa melliza, para atravesarlo juntas.
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Laura Leibiker (editora)
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Cuartas de cubierta
7 diciembre de 2011
Me encanta curiosear cuartas de cubierta (contracubiertas, como
las llaman en otros sitios). Me encanta ese intento de transmitir lo
que es una novela en unas pocas frases. Es, sin duda, un arte, y una
de las tareas más difíciles a las que se enfrenta el editor, como bien
sabe quien tiene que hacerlas a menudo (¿verdad, Gabri?).
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Una buena cuarta de cubierta es probablemente el recurso más
importante para transmitir al lector qué es eso que tiene entre las
manos, o al menos, qué pretende ser. Si una cubierta puede hacer
que un libro pase de la mesa de novedades a nuestras manos, sin
duda el texto de cuarta es lo que más influye en que ese libro acabe
viniéndose a casa. Al menos, en mi caso.
Como en todo, hay modas: desde las cuartas
intentan condensar la esencia del libro en
El recurso más que
tres o cuatro palabras, a las que ocupan todo el
importante espacio disponible en letra pequeñísima. A mí,
que me dejan construyendo más expectativas
para transmitir las
sobre la novela que espero leer son las que, tras
al lector qué es una introducción más o menos extensa para siel argumento, terminan con una frase que
eso que tiene tuar
aspira a capturar el alma de la novela. Si lo conentre las manos. sigue o no, es algo que siempre podrá estar sujeto a interpretación, pero lo que me encanta
es que esas pocas palabras dejan adivinar mucho
acerca de los objetivos, los deseos y los anhelos del editor. Porque
si detrás de la novela está la mirada del escritor, la cuarta de cubierta esconde la del editor.
Así que, por una vez, invirtamos el orden. Juguemos a escribir
algunas frases finales de cuarta de cubierta aunque no haya detrás
una novela que las sustente, con el deseo de que algún día exista una
novela infantil o juvenil para ellas:
•Quizá es que buscar buenas preguntas es más importante que
encontrar las respuestas.
•El primer “himno generacional” de los niños que han nacido con
una consola en la mano.
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•¿Quién decide quiénes somos “nosotros” y quiénes son “ellos”?
•Una novela para tomar conciencia de que la paz es algo más que
la ausencia de conflictos.
•Para aquellos que creen que el amor, como el yo, es una tarea.
•Un texto que nos hace preguntarnos quiénes son realmente los
héroes.
•Una novela que juega con las expectativas de lo que es la literatura juvenil, y les acaba dando la vuelta a todas.
•Porque combatir la indignidad es asunto de todos.
•Hacía falta una novela romántica que no pareciera escrita para
chicas.
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•Tras la lectura de esta novela, no tendrás duda de que, como dijo
Dennis Gabor, “la mejor forma de predecir el futuro es inventarlo”.
Si conocéis algún manuscrito al que le pudiera servir una de estas frases de cuarta, no dudéis en decírmelo ;-)
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Ilustración de Tesa González
Transgredir ¿para qué?
20 diciembre de 2011
Que las palabras, aunque el diccionario se empeñe, no tienen el
mismo significado para las diferentes personas, ya lo planteó magistralmente Milan Kundera en su Diccionario de palabras incomprendidas (en La insoportable levedad del ser). Y es que las palabras
se tiñen de significados y vivencias personales, de connotaciones
propias, de experiencias intransferibles… y también de significados
construidos socialmente.
A veces, en una conversación, algo hace saltar la conciencia de
que para la otra persona determinada palabra no significa exactamente lo mismo que para ti. Hay muchos ejemplos, pero últimamente
no dejo de encontrarme con esa diferencia de significados en una de
mis palabras favoritas para aplicar a la LIJ: transgresión.
Según el diccionario CLAVE, transgresión es “la violación de un
precepto, de una ley o de un estatuto”. Según otros diccionarios,
“actuar en contra de una ley, norma o costumbre”. Está claro que,
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cuando alguien reclama una LIJ transgresora, no está pensando en
una LIJ que infrinja el Código Civil, sino en una literatura que desafíe lo establecido, ya sea en su contenido, en su estructura, en la mirada que ofrece el autor… o en el propio lenguaje. Y aquí es donde
surge la diferencia de significado. ¿Es transgresora una novela infantil porque utiliza palabras como caca o culo? ¿Es transgresora
una novela juvenil que reproduce la forma coloquial de hablar de
un joven de hoy en día, con sus tacos, sus expresiones y muletillas?
¿Es transgresora una novela porque incluye escenas explícitas de sexo
o de violencia? ¿Es transgresora una novela solo por ser lo que se ha
dado en llamar “políticamente incorrecta”?
¿Por qué o cuándo es positiva la transgresión? ¿Qué significado
subjetivo de “transgredir” es el que puede aportar algo más allá de
conseguir escandalizar un poco a alguna mente biempensante (y a
estas alturas, tampoco tanto)?
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Quizá ayude acudir a la etimología: transgredir, de trans (a través
de) y gredi (ir). O sea, ir más allá de las normas, más allá de lo socialmente aceptado, más allá de lo convencional. Pero ¿cuánto más allá?
Una opción es conformarnos con decir: vale, transgredamos, vayamos más allá de las normas de buena educación que la sociedad nos
ha inculcado, incluyamos tacos en las novelas, escribamos caca, culo,
pedo, pis, demos espacio a lo políticamente incorrecto. ¿Suficiente?
¿Sentimos que ya somos transgresores? ¿Nos sentimos bien por ello
y nos quedamos satisfechos?
¿O podemos ir todavía un poco más allá y tratamos de que nuestra transgresión sea un poco más profunda y motivada? Transgredamos, pero superando la actitud pueril del peque que se ríe cuando lee la palabra culo, la del adolescente encantado consigo mismo
porque sus palabras o sus actos escandalizan a las viejitas que le observan desde
un banco, superando el alboroto del que se Hagamos
ruboriza ante una escena de sexo. Hagamos
una transgresión
una transgresión que merezca la pena.
Una transgresión que saque a la luz que merezca la pena.
aquello que preferimos dejar oculto por
pudor mal entendido, por pura perpetuación de temores o por simple conveniencia. Una transgresión que permita rebatir y redefinir
los modelos de éxito que ofrecemos al niño y al joven. Una transgresión que espolee el inconformismo ante las injusticias estructu-
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rales que tan cómodamente consideramos inevitables. Una transgresión que subvierta las relaciones de poder que aceptamos sin
plantearnos. Una transgresión que cuestione la realidad tal como la
conocemos e incite a cambiarla.
Porque si no, igual la transgresión no merece la pena.
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Elsa vivía la literatura infantil y juvenil con la intensidad que dedicaba a todo. Era la suya una apuesta firme
desde la libertad, no se dejaba coartar por convencionalismos ni prejuicios. Soñaba y te ofrecía su sueño, su invitación a ir más allá. Se cuestionaba las certidumbres,
buscaba un sentido en cada avance. Inquieta siempre.
Incluso en la provocación exigía un rumbo. Porque no
quería osadías inofensivas, superficiales, gratuitas. Buscaba textos comprometidos de verdad, quizá porque un
lector que queda indiferente tras la última página, que
no se hace preguntas sobre la realidad, nunca sentirá,
soñará, que puede cambiar el mundo. Nunca necesitará
intentarlo. Elsa era exigente y provocadora. La suya era
una locura ambiciosa pero consciente, un arriesgarse
sin soltar el timón. Te arrastraba. Y así, como en las mejores aventuras, es imposible no llegar a buen puerto.
David Lozano (escritor)
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Ilustración de Xan López Domínguez
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Conectar con la vida
6 enero de 2012
“Para aprender a leer necesitas libros, pero también precisas que alguien te muestre cómo conectarlos con tu vida”.
Esta frase de Daniel Cassany, extraída de una magnífica entrevista en Imaginaria, da que pensar. Primero porque hace plantearse
qué hacemos para mostrar a los lectores infantiles y juveniles cómo
conectar los libros con sus vidas, pero sobre todo porque, tras esa primera pregunta, vienen otras más interesantes incluso.
Para empezar, ¿qué es conectar un libro con la vida de un lector?
Podemos dar una respuesta que incluya argumentos como que permite vivir en cabeza ajena experiencias vitales diferentes, que ofrece
modelos de conducta alternativos, que facilita que el lector obtenga
una representación nueva sobre su propia vida, que arroja luz sobre
las propias perspectivas vitales… Es una respuesta válida, necesaria,
pero quizá se queda un poco en la superficie.
Intentando dar con una respuesta más profunda (y seguro que
hay muchas y seguro que tendremos la suerte de que algunas de
ellas se nos ofrezcan en forma de comentarios), llego a varias intuiciones y a una única certeza: logramos que un libro conecte con la vida
del lector cuando ese libro le ayuda a construir ideología, no política, sino vital. Cuando posibilita que el lector arroje una mirada
moral primero sobre la ficción que acaba de leer, y a continuación,
sobre su propia realidad.
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La buena ficción, incluso la más escapista, no es materia inerte,
sino un trozo de pensamiento, un vector capaz de generar una
serie de transformaciones en la vida del que la lee que pasan a formar parte de su fisiología para siempre (dice
un proverbio que corre por ahí: “Siembra un
Siempre pensamiento y cosecharás una acción. Siemuna acción y cosecharás un hábito. Siembra
hay un antes bra
un hábito y cosecharás un carácter. Siembra un
y un después carácter y cosecharás un destino”).
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de que un libro
entre en la vida
de una persona.
Porque aunque no sea de forma inmediata y dramática, sino sutil y acumulativa,
quiero pensar que siempre hay un antes
y un después de que un libro entre en la
vida de una persona. Sobre todo si esa persona es un niño o un chaval.
Creo que esta frase de Daniel Cassany es fundamental
para disfrutar de la literatura, porque esa capacidad de
conectar con el alma de las personas es precisamente
su mejor virtud, la más valorada por los lectores. La vida
es terriblemente compleja y la literatura nos da las claves
para saber cómo afrontarla. Los escritores escuchamos
a menudo: “¡Has escrito mi vida! Me siento totalmente
identificado con tal personaje. Esta novela me hace de
psicólogo…”. Y no hay otro secreto que la empatía del
autor, su capacidad para leer el interior del ser humano.
Los adultos suelen olvidar que los niños son grandes
pensadores y viven grandes conflictos.
María Menéndez-Ponte (escritora)
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Leer, editar y lo otro
19 enero de 2012
La escritora Begoña Oro, a través de su blog, me reta a participar
en un juego literario muy divertido. Así que, dispuesta a “complacerla”, abro el primer libro que tengo a mano (me lo acaban de
prestar y aún no lo he empezado a leer). En la página 45 (no justo
al principio, es cierto, pero bastante arriba, por lo menos), mis ojos
se van a la siguiente frase:
Hay un momento en que el danzarín desaparece y solo la danza permanece. En ese raro espacio, uno siente armonía.
Para el juego literario que nos ocupa, es una frase preciosa, muy
afortunada. Me la quedo. Pero sin querer evitarlo, como imagino
que habrán hecho todos los participantes en este juego, sigo leyendo
un poco más:
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Estar despierto y armónico crea la posibilidad del éxtasis. Éxtasis
significa la dicha definitiva, inefable. Y cuando alguien ha alcanzado el
éxtasis, cuando alguien ha conocido la cumbre de la dicha definitiva, la
consecuencia de ello es la compasión. Cuando tienes esa dicha, te gusta
compartirla; no puedes evitar compartirla, compartirla es inevitable.
Es una consecuencia del hecho de tener. Empiezas a rebosar, a desbordarte. No necesitas hacer nada. Sucede por sí mismo.
Y estas palabras, innegablemente maravillosas entendidas en el
contexto del juego propuesto, de pronto lo exceden y me hacen pensar que ese “estado de flujo” (por decirlo en un lenguaje un poco menos new age) es también lo que buscamos como lectores: ese olvido
completo de la ¿realidad?, esa inmersión absoluta en una historia,
en la psicología de unos personajes, en la construcción de una trama
que parece no tener costuras por ningún sitio. Cuando se consigue,
con ella viene también la necesidad casi obsesiva de contarle a todo
el mundo (de compartir) hasta los detalles más nimios de lo leído,
detalles que ocupan por completo la percepción de la ¿realidad?
(otra vez interrogada) de ese momento.
Y como todo es uno, en este punto no puedo evitar traer a colación el inicio de una entrada que había empezado ayer. Decía (y perdón por la autocita, aunque sea inédita):
Estoy editando una novela maravillosa. Lo sé porque me cuesta despegarme del ordenador e incluso clicar en el icono del correo electró-
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nico. Mientras voy recorriendo las páginas línea a línea, no dejo de pensar en el placer que es editar un buen libro: se parece a leerlo, pero es
mucho más intenso. A medida que avanzas te vas mimetizando con
la escritura y con el propio escritor, y, aunque parezca extraño, es en ese
momento cuando mejor puedes ayudar a perfeccionar un texto, cuando
te has zambullido en él y puedes juzgarlo desde sus propios presupuestos, desde su estilo y su idiosincrasia. Es un momento de comunión con
el texto muy gratificante, al que, sin embargo, no conviene abandonarse, so pena de dejarse seducir por sus cantos de sirena y olvidar cuál
es tu papel en ese momento.
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Es bonito, ¿no? Tres cosas: leer, editar, y la que proponía Begoña,
que tienen una en común: la desaparición del yo y la necesidad de
compartir.
No puedo juzgar si el libro que estaba editando Elsa era
maravilloso, pero sí afirmar que anhelaba LO OTRO,
porque cuando se escribe –al menos en prosa– lo primero
que se pretende es transmitir, transmitir una información, unos datos, en definitiva, una historia, aunque normalmente el autor no se conforma con eso y persigue
hacer llegar sensaciones, pensamientos, sentimientos.
Ahí está LO OTRO. El escritor, paradójicamente, se adentra en su YO para buscar otros YOES. Desea y necesita
COMPARTIR. Esa es la meta del creador, y si tiene suerte
–yo la tuve con Elsa– será el editor el primero en COMPARTIR con él. Son, por lo tanto, caminos confluyentes:
ESCRIBIR, EDITAR Y LO OTRO.
Jesús Díez de Palma (escritor)
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¿Un caballo más rápido?
29 enero de 2012
Me preguntan en una entrevista si creo que la LIJ actual ofrece a los
niños y jóvenes lo que estos demandan.
Uf, me digo. Es que la pregunta no es esa, la pregunta es otra. La
cuestión es si la literatura, o el cine o la televisión o cualquier otra
forma de ocio, arte o entretenimiento debe dar a los “consumidores”
lo que estos demandan.
La respuesta, para mí, es clara, aunque doble: evidentemente, sí;
evidentemente, no.
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Evidentemente sí porque, como ya hemos comentado en otras
ocasiones, nuestro objetivo principal no es hacer libros, sino conseguir “hechos de lectura”. Y un libro que no interesa, que no atrapa,
que no impacta en el mundo del lector infantil o juvenil, es un libro
fallido, por muy bien escrito que esté, por mucho que aporte y por
muy interesante y maravilloso que sea.
Y evidentemente no porque ¿qué sería de nosotros si solo se nos
ofreciera aquello que somos capaces de demandar? ¿Cuántos aficionados al cine estaban demandando en 1977 un western ambientado
en una galaxia muy muy lejana? ¿Y quién habría dicho en 1996 que
los lectores infantiles estaban demandando obras de gran extensión
y temática de magia? Pero llegaron George Lucas y J.K. Rowling y generaron esas demandas de una forma muy sencilla: creando una
oferta. Como dijo Henry Ford, “si hubiera preguntado a la gente qué
quería, me habrían dicho que un caballo más rápido”.
La demanda hay que cultivarla y fomentarla con una oferta rica,
novedosa, motivadora, sugerente... Una oferta que descubra demandas que ni el propio demandante hubiera imaginado que tenía, que
cambie las reglas del juego sin dejar de jugar a él.
En 2006, en un momento en que ya existían el teléfono, el correo
electrónico, los SMS, los blogs, incluso las redes sociales… ¿cuánta
gente demandaba un sistema que permitiera expresarse con textos
de no más de 140 caracteres? No mucha, desde luego; pero llegó la
gente de Twitter e hizo su oferta, generando la posibilidad de gestionar nuestra identidad en la red gracias a su sistema. ¿Se atendió
una demanda? No. Se propuso una oferta visionaria.
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Así que propongo que aspiremos a hacer una LIJ que no se limite
a explotar las fórmulas que parece que funcionan, y explore propuestas nuevas. Una LIJ hecha desde la empatía con los lectores y la
comprensión de sus hábitos, necesidades y creencias, no solo desde
la imitación de los libros más leídos. Una LIJ que no se limite a gestionar el presente, y también apueste por abrir nuevos caminos.
Si realmente creemos que la rebeldía, el inconformismo y la creatividad están entre las mejores cualidades de los niños y jóvenes,
hagamos una LIJ que esté a la altura de lo que más nos gusta en ellos:
rebelde, inconformista y creativa. Si los niños y jóvenes son el futuro, hagamos para ellos una literatura de futuro.
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Elsa era rebelde, inconformista y creativa, adjetivos que
ella misma utilizaba para referirse a la literatura que deseaba ofrecer. En su afán visionario, creía en quienes aún
empezaban, en las ilusiones de otros, en los caminos nuevos por descubrir. No basta con repetir lo que parece que
funciona. Lo aprendí de ella. Por eso, hoy, sigo buscando
la idea que a Elsa le habría entusiasmado. Lo demás es lo
de siempre.
Rosa Huertas (escritora)
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¿Se publica y punto?
6 febrero de 2012
Hace unos días, en un comentario, Guillermo decía: “si es interesante,
se publica y punto”. Y esa afirmación, tan “de cajón”, lleva varios días
pululando por mi cabeza. Si es interesante, se publica y punto. Tan
sencillo como eso. ¿Sí?
Primero de todo está el espinoso tema de qué entendemos por
un libro interesante. Este término, como otros (“de calidad”, “bueno”,
“comercial”), tienen la particularidad de ser bastante peliagudos y subjetivos. Porque ¿qué es un libro interesante? Simplemente, un libro
que interesa. ¿A quién? ¿Hay algún libro que interese a todos sin excepción? Fijo que no. Entonces, interesante, ¿para quién?
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Ilustración de Maxi Luchini
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Pero hay más. Busquemos algunos paralelismos:
Si voy a la biblioteca y veo un libro interesante (que me interesa),
lo saco y punto.
Si voy a la librería y veo un libro interesante, ¿me lo compro
y punto? Puede que sí, pero también puede que me lo piense un
poco, lo compare con otros, calcule cuánto me he gastado en libros
este mes… Vamos, que por muy interesante que sea, no “me lo compro y punto”.
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Si estoy buscando un libro para mis hijos y veo uno que me parece interesante, tampoco me lo llevo y punto. Antes me planteo
si ellos lo van a considerar interesante, si conecta con sus inquietudes en este momento, si aporta una visión del mundo que no choque
con la nuestra (tienen solo 10 años), si el número de páginas es adecuado, si no tienen ya cosas muy parecidas… En fin, que me lleva un
buen rato decidir si me lo llevo o no.
Y si lo que tengo entre manos es un candidato a publicación que
me parece interesante, entonces menos que nunca el planteamiento
es del tipo “es interesante, luego se publica y punto”. En este caso, la
lista de requerimientos se amplía y entran en juego consideraciones como si tiene sentido en el entorno actual; si es adecuado para
los destinatarios potenciales; si conecta con lo que, como editorial,
queremos ofrecer a nuestros lectores; si tenemos en catálogo cosas
muy similares; si hay en el mercado títulos con un planteamiento
demasiado cercano... además de cuestiones de otro tipo como cómo
de cargado va el plan de publicaciones de ese año (un editor no puede
publicar tantos libros como caen en sus manos: debe adecuarse a la
capacidad de producción, promoción y distribución de la editorial);
si el coste de publicación entra dentro de los márgenes que manejamos (si publicar un determinado título es tan costoso que solo vendiéndolo a 40 euros no pierdes dinero, entonces no es viable hacerlo)…
y así un montón de consideraciones que a veces llevan a rechazar un
manuscrito o un proyecto que, a priori, es interesante.
Cuando esto ocurre, me acuerdo siempre de lo que decía mi jefe
José Luis Cortés cuando le llorábamos nuestras penas: “¡Ay! –suspiraba–, y qué bien estaríamos todos si no fuera por la realidad”.
Pero a pesar de la tozuda realidad, Guillermo, en lo esencial tienes razón: sí, si un libro es interesante, se publica y punto. O, por lo
menos, se intenta.
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Ilustración de Dani Montero
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Ven
3 marzo de 2012
En Atocha, a punto de coger un tren, desde una esquina un libro me
dice: “Ven”. Por suerte, atiendo su llamada y me lo llevo en la bolsa.
La autora, Jane Teller, y la palabra “editor” leída de soslayo en la
cuarta de cubierta, bastan para convencerme.
Aún no ha terminado el viaje cuando el libro se acaba. El paisaje,
pasando a toda velocidad por la ventanilla, ayuda a la sensación de
que el libro, al igual que Nada, de la misma autora, mueve y conmueve,
hace reflexionar y obliga a plantearse y replantearse muchas cosas.
El resumen, brevísimo (y sin spoilers, tranquilos): un editor debe
decidir si manda a la imprenta un manuscrito que le genera ciertas
dudas, mientras, en paralelo, redacta un discurso sobre “Ética en el
sector editorial y en la literatura” y rememora su encuentro con una
persona que le ha desvelado una información importante sobre ese
texto. A la luz de su discusión interior, analiza su evolución como
editor y como persona.
Y como leer nos incita a compartir, no he podido evitar traer aquí algunas frases literales del
libro:
“De pronto sabe cuál es el fallo del manuscrito. Se
nota que la historia es una copia. El autor quiere llegar
a la mayoría. El lenguaje mismo es una copia. Copia de
copia, de copia, de copia. Por eso fascinará a la crítica”.
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Leer
nos incita
a compartir.
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“Sabe muy bien que no es literatura con mayúsculas, solo es un producto de venta fácil. […] Pero su trabajo consiste en publicar lo que piden los lectores. Su trabajo consiste en determinar lo que los lectores
piden. Él dirige una empresa. Las ventas son las ventas”.
“El mundo es como es, hay que adaptarse. […] ¿Así es como tú quieres
que sea? […] ¿Cómo se convierte el mundo en tal y como es?”.
“Cada ser individual es responsable de sí mismo y de sus actos. Bajo
esta perspectiva se juzgará nuestra vida y haremos nuestras elecciones.
Esto es válido para los artistas y para los que no lo son. También para
los intermediarios de la literatura. También para los editores”.
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“¿Tiene el intermediario responsabilidad por el arte que ofrece?
¿Cuál es la cuota de responsabilidad del receptor? ¿Y la del intermediario?”.
“Cada artista debe hacer lo que le plazca, elegir libremente la persona que desea ser. Igual que el editor. Igual que el intermediario. Igual
que el lector. Igual que todo el mundo”.
Por supuesto, son frases sacadas de contexto. Pero en parte por
eso las traigo aquí, por lo bien que se defienden solas, y por lo bien
que medran, arrancadas de su libro y trasplantadas precisamente
aquí, en este blog. Ojalá despierten vuestra curiosidad y os lleven
a convenir conmigo en que “Ven” es una lectura imprescindible para
escritores, editores, prescriptores, lectores… para todo aquel que se
sienta concernido por cómo entre todos hacemos literatura, y cómo
la literatura nos hace a nosotros.
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Cinco frases que me desespera oír
a un responsable editorial
19 marzo de 2012
“No lo he leído, es que estoy fatal de tiempo”.
¡Eso, eso, dando ejemplo!
“Lo que necesitamos es un Crepúsculo o un Stilton”.
Uno sabe que va el primero porque no tiene nadie a quien seguir.
“Es que si eso es lo que gusta o eso es lo que vende...”.
Lo que gustaba o vendía hace cinco años no tenía nada que ver
con lo que gusta o vende hoy, hasta que llegó alguien y cambió las
reglas del juego.
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“El libro digital hoy en día no es negocio”.
Igualito que los mp3 en el año 2000.
“Las nuevas tecnologías se están cargando el libro”.
Es lo que tiene dedicarse al negocio de la celulosa, pero siempre
quedarán los kleenex.
:)
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Ilustración de Raquel Aparicio
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Que nos vean
23 abril de 2012
Ayer mis hijos recordaban un vídeo que vimos juntos hace tiempo.
Desde luego, les impresionó, porque lo recordaban en cada detalle.
Y esta mañana, viendo imágenes y noticias del Día del Libro, no he
podido evitar relacionar ambas cosas. Porque sí, efectivamente, los
niños hacen lo que ven. Así que, si nos van a imitar, que sea leyendo
puede ser un buen comienzo.
Feliz Día del Libro.
Si los autores –que a veces somos como niños cuando demandamos tanta atención y cuidados de los editores–
también imitamos lo que les vemos hacer, todos deberían
escucharnos, estimularnos, respetarnos, ser permisivos
y flexibles en ocasiones, exigentes y críticos en otras, explicarnos la vida y el cuento. Lo que hacía Elsa.
Gabriela Keselman (escritora)
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Pautas para historias atractivas
en veintidós tuits
1 julio de 2012
Vale, la narrativa audiovisual y la escrita no funcionan exactamente
igual, pero sí comparten muchas claves: lo que hace que una historia enganche, lo que logra que un niño (o un adulto) se identifique
con un personaje, lo que consigue conmovernos, lo que deja huella
en nosotros y hace que determinada historia nos acompañe durante
años…, son elementos comunes de todas las formas de narración.
Por eso me ha resultado muy inspiradora esta pequeña colección
de “story basics” que Emma Coats, guionista de Pixar, fue tuiteando
el año pasado a lo largo de un mes y medio, uno cada día, y que ahora
se pueden ver recogidos en el blog de Pixar. Y para que nadie se los
pierda por causa del idioma, los traigo aquí en traducción de César
Astudillo.
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Creo que es una colección muy útil también para los que nos dedicamos a la LIJ. Y la verdad es que cada uno de ellos da para reflexionar
un buen rato, para rebatirlo o para construir sobre él, para buscar
ejemplos en novelas que todos conocemos, para enjuiciar de otro
modo la lectura de este momento…
Por ejemplo, ahora mismo tengo entre manos algunos manuscritos a los que les vendría muy bien haber respondido a la pregunta
del tuit 14: “¿Por qué tienes que contar esta historia?”. Y se me viene
a la cabeza algún autor al que le preguntaría, como hace el tuit 15:
“Si tú fueras tu personaje, en esa situación, ¿cómo te sentirías?”.
Y seguiría con el 21: “Tienes que identificarte con tu situación y con
tus personajes, no puedes limitarte a escribir chulo”. “O le regalaría los tuits 8 y 11 a ese autor novel con el que estuve hablando el otro
día al que la inseguridad no le está permitiendo dar todo lo que lleva
dentro (sí, hablo de ti). Y para mí misma, como editora que en ocasiones acompaña al autor en el proceso creativo, me quedaría con el
tuit 5.
Por supuesto, ni es una lista de pautas exhaustiva ni seguirlas
garantiza el éxito, pero sí son una buena excusa para plantearse algunas cosas. Seguro que cada uno puede encontrar, desde su posición, alguna que le llama especialmente la atención, o que le aporta
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o le ofrece una visión diferente. Y si no es así, quizá sea un buen
momento para hacernos con nuestra propia lista de “story basics”.
Aquí van, en el mismo orden en que fueron tuiteados:
1. Uno admira a un personaje por intentar cosas, más que por
tener éxito.
2. Ten en mente lo que te resulta interesante como lector, no lo
que te divierte hacer como escritor. Pueden ser dos cosas
muy distintas.
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3. Buscar un leit motiv es importante, pero no vas a enterarte de
qué va realmente la historia hasta que llegues al final. Llegado ese momento, ya la reescribirás.
4. Había una vez _____. Todos los días, ______. Un día ______. Debido a
eso, _____. Y a causa de eso, _____. Hasta que al final, _____.
5. Simplifica. Enfoca. Combina varios personajes en uno solo.
Sáltate las digresiones. Vas a creer que estás perdiendo material valioso, pero eso te está liberando.
6. ¿Qué se le da bien a tu personaje, con qué se siente cómodo?
Échale encima justo lo opuesto. Desafíale. ¿Cómo se las arregla?
7. Determina el desenlace antes de averiguar cuál es el nudo.
En serio. Los finales son difíciles; haz que el tuyo funcione de
entrada.
8. Termina la historia, déjala. Aunque no sea perfecta. En un
mundo ideal la terminarías y además sería perfecta, pero tú
sigue adelante. La próxima vez hazlo mejor.
9. Cuando estés bloqueado, haz una lista de lo que NO OCURRIRÍA a continuación. A menudo, de esa manera vas a conseguir
que aparezca el material que te va a sacar del bloqueo.
10. Desmenuza las historias que te gustan. Lo que te gusta de ellas
es una parte de ti; tienes que aprender a reconocerla para así
poder usarla.
11. Poner algo en papel es la forma de empezar a arreglarlo. Si se
te queda en la cabeza una idea perfecta, jamás vas a poder
compartirla con nadie.
12. Descarta la primera cosa que se te venga a la cabeza. Y la segunda, tercera, cuarta, quinta. Echa a un lado lo obvio. Sorpréndete a ti mismo.
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13. Dales opiniones a tus personajes. Un personaje pasivo/maleable puede ser agradable de escribir, pero es veneno para
los lectores.
14. ¿Por qué tienes que contar ESTA historia? ¿Cuál es la convicción que te quema por dentro, y de la cual se alimenta tu historia? Ahí está el meollo.
15. Si tú fueras tu personaje, en esa situación, ¿cómo te sentirías?
En serio. La sinceridad aporta credibilidad a las situaciones
increíbles.
16. ¿Qué está en juego? Danos una razón para ponernos del lado
del personaje. ¿Qué va a pasar si fracasa? Acumula cosas en
contra.
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17. El trabajo malgastado no existe. Si no funciona, tú déjalo y sigue adelante. Ya volverá más tarde para serte útil.
18. Tienes que conocerte a ti mismo: la diferencia entre hacer lo
mejor de lo que eres capaz y ser tiquismiquis. Lo que hay que
hacer con una historia es probarla, no refinarla.
19. Las casualidades que meten en problemas a los personajes
molan. Las que los sacan de ellos son trampa.
20. Ejercicio: separa una historia que no te guste en sus partes
constituyentes. ¿Cómo las recombinarías en algo que SÍ te
gustaría?
21. Tienes que identificarte con tu situación y con tus personajes, no puedes limitarte a “escribir chulo”. ¿Qué te haría a TI
actuar de esa manera?
22. ¿Cuál es la esencia de tu historia? ¿La forma más económica
de contarla? Si sabes eso, puedes construir a partir de ahí.
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Ilustración de Carlos Velázquez
Las razones equivocadas
31 julio de 2012
–¿Qué haces? –pregunta un niño a otro.
–Leer –contesta este sin dejar de mirar su libro.
–¿Por qué? –insiste el primero.
El que está leyendo alza la vista, mira al niño que le habla y trata
de decidir si merece la pena responder a esa pregunta. Al final opta
por preguntar a su vez.
–A ver, ¿y por qué juegas tú al fútbol?
–Pues para divertirme.
– ¿Y por qué ves los dibujos?
–Porque me gustan.
–Vale, y cuando lees, ¿por qué lees?
–¿Para… aprender? –sondea, cándido, el pequeño.
El lector suspira y cierra el libro. Ve claro el problema aunque
no sea capaz de enunciarlo...
Tras escuchar el relato de este pequeño intercambio, me quedo
pensando. La cuestión es quién o qué ha condicionado al niño para
que dé esa respuesta. ¿Los padres, los profesores, la sociedad en general? ¿Por qué el juego o la tele (o los videojuegos, o las manualidades) son “para divertirse” y leer es “para aprender”? ¿Por qué?
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Al comentar esta anécdota con otros padres, la conversación, inevitablemente, derivó en una explicación acerca del modo en que
cada uno trata de inculcar en sus hijos el gusto por la lectura. Algunas estrategias, de lo más meritorias, pasaban por hacer carnets de
lectura (un sello por cada libro leído) que se podían canjear por una
bolsa de chuches una vez completados, o intercambios del tipo “te
compro un cómic por cada libro que te leas”.
Seguro que, como me decía un padre un poco desesperado, estas
iniciativas son necesarias en algunos casos y hasta puede que ayuden
a hacer lectores, pero yo no podía evitar pensar en la sonrisa que nos
arrancaría escuchar a un padre decir “por cada videojuego que te
acabes te dejo ver una serie de dibujos animados”.
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La pregunta es si estamos situando la lectura en el lugar correcto
o si, con tanto empeño, la estamos desterrando al lugar de las actividades obligatorias y aburridas que necesitan de una motivación
externa para ser realizadas. ¿Por qué un niño (o un adulto) ve una
película, juega a un videojuego o escucha música? Desde luego, no
porque alguien le vaya a dar algo a cambio, sino porque esa actividad intrínsecamente le divierte, le entretiene, le aporta, le interesa,
le conmueve, le atrapa… En suma, porque le resulta gratificante.
La gratificación externa puede ayudar, sin duda (por algo dice el
refrán “hágase el milagro, hágalo el diablo”). Sin embargo, si la gratificación para la lectura proviene solo de lo externo (llámense chuches, aprobación de los padres o buenas notas), quizá consigamos
niños que leen. Pero otra cosa es conseguir niños lectores.
¡Cuántas veces hemos hablado de este tema! Y el caso es
que seguimos cayendo en el mismo error, una y otra vez.
Con las mejores intenciones me han pedido a menudo
que «expliques a los chicos por qué deben leer», «qué
cosas buenas te aporta la lectura», «por qué lees tú». Y es
sorprendente que casi nunca baste con un simple «porque me gusta». Tendemos a buscar una LIJ «con valores»,
olvidando que la lectura es un valor en sí misma. Los
autores de LIJ escriben cuentos y novelas, y no libros
de texto. Si no juzgamos los libros para adultos en base
a criterios didácticos, ¿por qué la LIJ sí? Si insistimos
en confundir una novela con un libro de texto, seguirá
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habiendo niños como el que cita Elsa, que piensan que
leemos solo «para aprender» y, por tanto, en la escuela,
y nunca fuera de ella. Y los niños que leen por placer en
su tiempo libre seguirán siendo bichos raros a los ojos
de los demás. Y seguirán sintiéndose solos e incomprendidos.
Laura Gallego (escritora)
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Ilustración de Paz Rodero
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La LIJ ante la red
9 agosto de 2012
¿Cómo afectan la tecnología, y los cambios sociales que esta genera,
a la cadena de valor del libro infantil y juvenil?
Este artículo (publicado en CLIJ, número 248, julio de 2012) es
mi intento de aproximar una respuesta a esa pregunta. Al fin y al
cabo, es una cuestión a la que todos los que tenemos algo que ver
con esto de los libros dedicamos tiempo, cavilaciones y charlas. Y era,
además, un tema pendiente en este blog.
Como se explica en la introducción, “es un artículo escrito por una
editora de LIJ y no tiene pretensiones de objetividad; por el contrario,
aporta una visión parcial, interesada y concebida desde dentro del
sector”. Vamos, que es un punto de vista personal cuyo objetivo es
animar al diálogo y a la reflexión.
Por si no leéis el artículo completo, os dejo aquí la invitación final:
“En este escenario lleno de interrogantes y, por tanto, de posibilidades, es más necesario que nunca que los profesionales del sector seamos
conscientes de que el hecho literario está teniendo lugar en multitud de
espacios que, por ignorancia o elección nuestra, están fuera de nuestro
actual ámbito de actuación. Asistimos a una explosión de formas nuevas de hacer literatura, de leer literatura, de responder a la literatura.
Autores, editores, diseñadores, ilustradores…, todos estamos obligados
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a conocer y explorar este nuevo territorio si queremos conservar nuestra relevancia en el sector. Experimentando, equivocándonos, pero por
encima de todo, disfrutando y haciendo disfrutar.”
¿Te vienes?
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La creación multimedia, los nuevos formatos y dispositivos, la interacción entre autores y lectores en las redes
sociales, la literatura transmedia, la explosión de formas
nuevas de hacer y de leer literatura, el papel de los blogueros de literatura juvenil... De la mano de Elsa Aguiar,
los editores hemos empezado a integrar nuestro trabajo
en una realidad diferente, a generar nuevas formas literarias; a escuchar, interaccionar y participar en la multitud de espacios del escenario actual de la LIJ.
Araceli Calzado (editora)
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La LIJ ante la red,
una transformación inevitable
(CLIJ, número 248, julio de 2012)
Que las “nuevas” tecnologías están cambiando el panorama cultural de nuestra sociedad es un hecho que nadie a estas alturas se
atrevería a negar. Eso sí: unos consideran esos cambios positivos,
y otros, no tanto. Como siempre que una tecnología aparece y comienza a provocar cambios sociales profundos, es inevitable que
con ella lleguen los apocalípticos y los integrados. Y el caso del
efecto de la tecnología sobre la lectura y la literatura no iba a ser
menos.
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El objetivo de este artículo es hacer un breve repaso de cómo
la tecnología y los cambios sociales por ella generados están
afectando a la cadena de valor del libro infantil y juvenil. Es un
artículo escrito por una editora de LIJ, y no tiene pretensiones
de objetividad. Por el contrario, aporta una visión parcial, interesada y desde dentro del sector.
Elsa Aguiar
En cabeza ajena
Desde los años noventa, las llamadas “nuevas tecnologías” (es decir,
las TIC, las Tecnologías de la Información y la Comunicación) han
ido transformando diferentes aspectos del panorama de la industria cultural. La primera gran afectada fue la música, a continuación
le tocó al cine, y no mucho después, al periodismo. En muchos de
estos casos los cambios fueron traumáticos para las organizaciones
dominantes del escenario anterior. Tras el paso del huracán de las
TIC, los modelos de negocio de estas industrias han cambiado o están
cambiando radicalmente, obligando además a los distintos actores
a redefinir sus papeles.
El sector editorial se mantuvo en los primeros momentos bastante al margen de aquellas transformaciones, como si la industria
y la propia sociedad quisieran creer que el libro iba a seguir siendo
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“el libro” tal y como lo conocemos. Y las posturas negacionistas han
persistido a pesar de Internet, a pesar de las redes sociales, a pesar
de las descargas legales o ilegales de música y de películas, a pesar de
la aparición de dispositivos que permiten procesar cada vez más
información, a pesar de las múltiples herramientas que permiten que
cualquier persona genere productos culturales y los ponga a disposición del mundo. Como si la industria editorial quisiera creer que
podía limitarse a utilizar las novedades tecnológicas para mejorar
sus técnicas de producción, sin ver por ello afectado su modelo de
negocio.
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Por supuesto, la realidad no pide permiso. En la actualidad, el libro, y con él toda la industria editorial, se adentra en la llamada
sociedad red. No tan rápido como el resto de industrias culturales,
pero sí del mismo modo, y con consecuencias muy similares.
La narrativa de la invasión
El cambio al que nos referimos no está siendo ni deseado ni planificado por las organizaciones dominantes de la industria. El mundo
editorial más establecido (y muy en concreto la LIJ) ha asistido
hasta ahora a estas transformaciones como un simple observador,
en alguna ocasión curioso, en otras desdeñoso, y casi siempre resistente.
La industria editorial, como antes el resto de industrias culturales, no está sabiendo tomar una actitud de conquista de ese nuevo
espacio que le pertenece por derecho propio. Muy al contrario, ha
tendido a refugiarse en una “narrativa de invasión”, en la que las
novedades, en lugar de verse como oportunidades, se han percibido como amenazas que ponen en peligro la industria, el modelo
de negocio e incluso la esencia misma de la literatura. Exactamente
lo que hicieron las grandes discográficas con resultados ya conocidos. Debe de ser cierto que no es posible escarmentar en cabeza
ajena.
Al no tomar las riendas de esas transformaciones, la industria
dejó el camino libre para que otros sean los impulsores de esos cambios. Y así ha sido: los fabricantes de dispositivos y los llamados
“players” de Internet (Amazon, Google…) parecen ser actualmente
los que tienen en sus manos el futuro de la industria literaria. ¿De
verdad queremos eso?
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Bajo esta narrativa de invasión, de resistencia frente a un ataque
exterior, podríamos dividir la cadena de valor del libro en tres territorios: la “zona tomada”, el “frente actual” y la “retaguardia”, con
nuestro “invasor” escalando posiciones desde los eslabones finales
hasta los iniciales.
• La zona ya tomada corresponde con los eslabones finales:
la promoción y la recepción por parte de los lectores, crítica
incluida.
• El frente actual está centrado en la distribución.
• L
a retaguardia, donde por el momento reina una aparente
calma, atañe a los eslabones iniciales de la cadena de valor del
libro: la concepción, la creación y lo que podríamos llamar
producción editorial (aunque con lo mucho que se habla últimamente de la autoedición, esta última está pasando a primera
línea del frente).
Retaguardia
Concepción
Creación
Los proyectos
ya no
los inician
solo
los autores.
“Lectura”
ya no es
necesariamente
igual
a “libros”.
Frente actual
Producción
editorial
La editorial
ya no es
el único modo
de publicar.
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Zona tomada
Distribución
Promoción
Apropiación
La librería
ya no es
el único
canal.
La promoción
tradicional
ya no es
la más
efectiva.
Lo que ocurre
con el hecho
de lectura
ya no es
inaccesible.
En retaguardia: concepción y creación de proyectos
Las fases iniciales de la cadena de valor del libro, la concepción
y sobre todo la creación, se encuentran todavía en un periodo de
relativa calma en lo que se refiere a las transformaciones propiciadas por la tecnología. De momento, las formas tradicionales de creación de proyectos y las formas emergentes conviven de forma más
o menos pacífica, debido sobre todo al hecho de que las cifras de
venta de los proyectos digitales son todavía bajas.
En este eslabón hay dos posibles actitudes que no son mutuamente
excluyentes, sino que pueden muy bien convivir:
La primera es aceptar que el texto va a ser servido en una multiplicidad de formatos y dispositivos, pero conservando la forma narrativa establecida, que es la propia del libro de papel. Básicamente
es lo que se está haciendo en la literatura de adultos y en práctica-
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mente toda la literatura juvenil: el texto de La Puerta Oscura o de la
saga Crepúsculo es exactamente el mismo para la versión impresa que
para la versión en ePub que se puede comprar en una librería digital.
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Una segunda opción es tener en cuenta las capacidades de los
nuevos formatos y dispositivos desde el momento mismo de la concepción del proyecto, y generar así formas literarias nuevas. Esto
implica aprovechar literariamente las posibilidades de conexión a la
red que tienen los dispositivos digitales, las funciones de localización geográfica y temporal de un smartphone, las posibilidades de
manipulación de los elementos de la página que ofrecen las tabletas,
o la capacidad de comunicación bidireccional y “de muchos a muchos” propia de las redes sociales.
A nuestro juicio, este segundo enfoque está lleno de posibilidades muy atractivas que aún están por explorar, y que son especialmente prometedoras para la literatura infantil y juvenil. A pesar de
que todavía hay pocas realizaciones concretas, ya existen ejemplos
embrionarios de lo que puede traer este aprovechamiento literario
de la tecnología:
•La novela Pomelo y limón, de Begoña Oro, ganadora del premio
Gran Angular 2011, incluye como parte relevante de la trama el
blog de la protagonista. Ese blog se puede consultar en la web
(pinillismos.blogspot.com.es), y en la propia novela se hace referencia a los comentarios que los lectores van dejando, en un
juego muy interesante que explora los límites cada vez más
borrosos entre lo que entendemos por realidad y por ficción.
En la versión digital de la novela se puede acceder al blog y a los
comentarios realizados hasta el momento de esa lectura concreta, todo ello con una continuidad incluso tipográfica con el
resto de la obra. De este modo, el texto se va actualizando con
las aportaciones de los lectores, haciendo de cada lectura un
hecho único.
•Un ejemplo que aún no se ha probado en España, pero que sin
duda está llamado a tener un lugar en la LIJ, es el de la literatura por entregas cortas a través del móvil, un modelo que en
Japón tiene gran éxito desde hace ya una década. En este caso
se aprovecha un elemento diferencial del dispositivo, que resucita en cierto modo la antigua forma del folletín: la posibilidad de aprovechar narrativamente el ritmo al que se van sir-
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viendo los distintos fragmentos del texto. Como en el caso
anterior, resulta interesante imaginar qué propuestas derivadas de este punto de partida tendrían buena acogida entre el
público juvenil, y qué aportaciones literarias diferenciales
con el formato tradicional podrían traer consigo.
•Otro caso que merece mención es el de la serie iniciada por
Canciones para Paula, de la editorial Everest. El autor, bajo el
pseudónimo de Bluejeans, comenzó a publicar la novela en la red
social Tuenti. Después, cuando ya contaba con miles de seguidores, el texto saltó a otras redes sociales, y finalmente se publicó
en papel en una versión que incluía el final, no disponible en la
versión online. Un ejemplo de cómo el problema de monetización del proyecto editorial puede ser abordado desde la forma
literaria.
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•Otro proyecto que aprovecha las herramientas de la red social
es la blogonovela Volverte a encontrar, una narración en 94 capítulos publicada entre 2008 y 2011, que aunque encontramos
de escaso valor literario (incluso con problemas de legibilidad
por la ortografía y el estilo), resulta curiosa como ejemplo pionero de creación amateur en la red.
•En esta línea también resulta muy interesante el modelo de la
novela Slice, una de las propuestas del proyecto We tell stories
de Penguin (www.wetellstories.com), un “experimento” que ya
tiene más de cinco años. Esta novela juvenil se desarrolla a través de dos blogs: el de la protagonista y el de sus padres. Las
entradas de ambos blogs permiten reconstruir la trama a partir de dos perspectivas distintas de los mismos hechos. Resulta
llamativo que la narración (como en la vida real de los niños
y jóvenes) no se realiza solo mediante palabras, sino también
a través de fotografías, vídeos, enlaces… y de la posibilidad de
interactuar con los personajes en Twitter.
•Y es que esta característica está llamada a ser una de las más
relevantes de las nuevas narrativas: la creación multimedia,
en la que la escritura, aunque siga siendo el medio expresivo
predominante, se hace acompañar por fotos, ilustraciones, vídeos, música, enlaces… Un camino que merece la pena explorar, aunque los ejemplos con los que contamos hasta ahora
aún presenten problemas que, probablemente, se irán puliendo
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a medida que se acumule experiencia con nuevos proyectos.
Es el caso de propuestas como Chopsticks, de Jessica Anthony
y Rodrigo del Corral, una novela juvenil publicada en 2012 por
Penguin USA para papel y como aplicación para iPad (bit.ly/
novelachopsticks). El lector debe reconstruir la historia de la
protagonista, una pianista de 17 años que ha desaparecido del
hospital psiquiátrico en el que vivía recluida por su padre, a través de una gran cantidad de material multimedia: fotos, cartas,
documentos, vídeos, mensajes de texto… Si bien es cierto que
una lectura tan fragmentada no facilita el mantenimiento de la
coherencia argumental, también lo es que en estos tiempos conviene andar con mentalidad de explorador.
Sin duda, en el momento actual hay un problema para el que aún
no hay una solución universal: cómo monetizar estos proyectos. Pero
numerosos ejemplos han demostrado que en la economía de la atención lo importante es conseguir el interés de los usuarios. El resto
llegará tarde o temprano, probablemente bajo fórmulas diferentes
a las que conocemos actualmente.
De momento, el libro en papel sigue representando actualmente
la principal fuente de ingresos de un proyecto literario, y por ello,
para resultar rentables, estas nuevas formas narrativas se ven a menudo obligadas a ser “retrocompatibles”, es decir, poder ser consumidas también, o al menos en parte, mediante los canales editoriales bien establecidos. Por tanto, la hibridación de las nuevas formas
literarias con la forma tradicional, dentro de fórmulas transmedia,
será durante un tiempo una fórmula muy relevante para conciliar
el aprovechamiento de las nuevas tecnologías con la rentabilidad de
los proyectos. Algunos ejemplos:
•La trama de El silencio se mueve, de Fernando Marías, incluye
referencias a un ilustrador poco conocido de la década de los
cincuenta llamado Joaquín Pertierra. Un ilustrador actual
(Javier Olivares) ha ido reuniendo reproducciones de su obra
en una página web (elenigmapertierra.blogspot.com.es). El rastreo de esas obras se convierte casi en una novela paralela a la
que se lee en papel, que ha dado su fruto también en forma de
exposiciones, coloquios y reflexiones sobre los límites de la realidad. Además, la página personal del hijo de Pertierra y protagonista de la novela (www.elsilenciosemueve.com) ofrece una
ampliación muy sugerente del universo de ficción de la novela.
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•Otro ejemplo: en el desarrollo del argumento de Cielo Rojo, de
David Lozano, tiene gran importancia la información contenida en el blog secreto de un periodista muerto (santonovich.
wordpress.com). El lector tiene que acompañar a los protagonistas en el proceso de dar con la contraseña que permite acceder a él, pero además tiene la gratificación de poder teclear
él mismo esa contraseña en la vida real y encontrar el blog y la
información que contiene a la vez que los protagonistas. Asimismo, cuando el protagonista escucha la letra de una canción
en un concierto, se da cuenta de que solo una persona puede
haberla escrito, así que busca en Google y encuentra la página
de la cantante, que incluye las grabaciones de esa y otras canciones (es.myspace.com/rebecca_welsh).
131
En definitiva, aunque en estos eslabones iniciales de la cadena de
valor literaria aún reina una aparente calma, está claro que ya hay
mucho movimiento y que las propuestas crecen a ritmo exponencial.
De todos modos, algo que llama la atención es que parte de estas
propuestas proceden de fuera del mundo editorial, de modo que
los autores consagrados quedan poco representados en este nuevo
escenario. Identificamos tres posibles causas para esta aparente
anomalía:
•En algunos casos, lo que impide la incorporación de autores
conocidos a estas nuevas formas de expresión no es otra cosa
que el desconocimiento de las posibilidades que ofrece la tecnología.
•En otros, el incierto incentivo económico que aún suponen los
proyectos innovadores con fórmulas de monetización menos
maduras, frente a las expectativas de ingresos, más previsibles,
que los proyectos tradicionales ofrecen a un autor establecido.
•Y por último, para otros autores el obstáculo lo constituyen
posturas “esencialistas” en torno a la naturaleza de la creación
literaria (“eso no es literatura”, “yo lo que soy es escritor”), que
les hacen correr el peligro de quedar fuera de la vanguardia.
Por suerte también hay quien lo ve claro, como muestra el hecho
de que en la Feria del Libro Infantil y Juvenil de Bolonia se haya empezado a convocar un premio para aplicaciones de literatura infantil y juvenil para dispositivos móviles (bit.ly/boloniadigital).
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En el frente: ¿hay un lugar para el editor?
Producción editorial y autoedición
Hablemos ahora de producción editorial. Como era de esperar,
hace tiempo que se oyen voces que se plantean si tiene sentido, en
este nuevo escenario, la existencia del editor y de las editoriales.
Desde el momento en que las nuevas herramientas permiten que
cualquier persona se autopublique y cubra por sí misma todos los
eslabones de la cadena del libro, esta reflexión resultaba inevitable.
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La realidad es que, gracias a la tecnología, cualquiera de nosotros puede grabar una canción con veinticuatro pistas, editar un
libro de fotografías con impresión de alta calidad, o rodar un corto
en alta definición y colgarlo en la red. La cuestión es si eso nos convierte en músicos, fotógrafos o directores de cine. Alrededor de
este tema se han desatado múltiples polémicas, como la que enfrentó
a la editorial Hachette con el escritor autopublicado J.A. Konrath
(bit.ly/polemicakonrath). Pero por encima de las discusiones hay algo
en lo que probablemente todo el sector está de acuerdo: esta nueva
realidad obliga a redefinir el papel del editor y de las editoriales.
En nuestra opinión, habrá autores que puedan y quieran cubrir
por sí mismos todos los eslabones de la cadena de valor del libro, y eso
será algo bueno para la creación y para la cultura. Y habrá otros que
prefieran dedicar su tiempo a lo que mejor saben hacer, que es escribir, y decidan recorrer el resto del camino en compañía de un profesional. Y eso también será muy bueno para la calidad de la literatura
y para la variedad de las propuestas que se ofrezcan al mercado.
Visto desde el lado de los lectores, ocurrirá algo similar: habrá lectores que puedan y quieran bucear en la infinidad de propuestas que
nos ofrezca la red y encontrar por sí mismos aquello que más les satisfaga, sin intermediarios ni filtros previos. Y habrá otros que prefieran
confiar en las propuestas de determinados sellos o personas individuales que les aporten una “garantía” de calidad y les eviten esa ingente
labor de búsqueda y selección. La convivencia y competencia de ambas fórmulas solo puede ser positiva para la literatura y los lectores.
En cualquier caso, y aunque para afirmar esto tengamos que acogernos a la falta de pretensión de objetividad que adujimos al principio, algunos tenemos claro que sí que puede haber un papel para
el editor en todos los eslabones de la cadena de valor del libro. Desde
la concepción de nuevos proyectos hasta la recepción por parte de
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los lectores, pasando por el acompañamiento de los autores durante
el proceso de creación, la coordinación de los profesionales cada
vez más variados que van a participar en los proyectos generados,
la gestión de la promoción, la garantía de calidad de los contenidos…
Todo depende del tipo de editor que uno sea o quiera ser. En todo
caso, no nos cabe duda de que hay sitio para un editor capaz de inspirar y de motivar a los creadores, capaz de discernir y mostrar
un camino y capaz de seleccionar, de aglutinar y de coordinar a los
diversos perfiles necesarios en el nuevo escenario. La clave está en
la actitud que queramos tomar: fortificar nuestras antiguas posiciones, o actualizar nuestras destrezas para la nueva realidad.
En el frente de los medios: la distribución
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Al hablar de distribución, pasamos a la zona donde más se oye el
ruido de la batalla. Dado que este es el tema estrella en los medios
y se habla de él hasta la saciedad, vayamos directos al fondo de la
cuestión: cada vez se venden más dispositivos que permiten la lectura de obras en formato digital. Pero el número de obras vendidas
para esos dispositivos no crece en absoluto al mismo ritmo.
Este hecho objetivo tiene diversas interpretaciones según quién
las haga, pero en la industria parece haber un cierto “acuerdo” en
interpretarlo como una muestra de que la demanda de libros digitales va lenta. Ahora: ¿de verdad queremos creer que todas las personas que tienen un dispositivo de lectura están leyendo obras libres
de derechos? ¿De verdad pensamos que la razón de que las cifras de
descargas legales sean pequeñas es que la demanda aún no es relevante? Seamos sinceros: basta con teclear en un buscador cualquier
título de literatura juvenil o de adultos seguido de la palabra “descargar” o “descarga gratis”, o “pdf” para responder a esa pregunta. Y de
esto hace ya muchos años.
Nos gustará más o menos, podremos hacer los juicios de valor
que queramos, podemos incluso quejarnos amargamente y asegurar que nos retiramos de este mundo, como hay quien ya lo ha hecho. Pero la realidad seguirá siendo la que es. Así que quizá sea más
inteligente analizar la situación para entender sus causas y las posibles soluciones. Y a continuación, empezar a trabajar con el presente
para convertirlo en nuestro aliado.
Para empezar, es urgente que el sector editorial abandone la idea
de que lo “nuestro” es el negocio de trasladar celulosa de un sitio
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a otro. Lo nuestro son los contenidos, estén en papel, en la nube
o donde sea. A lo que hay que aferrarse es el verbo “leer”, al sustantivo “literatura”, no a un formato o a un material.
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Un paso en la buena dirección sería conseguir que cualquier título que se ofrezca en papel esté disponible también en formato
digital; y que descargar un libro electrónico desde un sitio legal
deje de ser una odisea incluso para alguien que maneja con soltura
herramientas digitales. Por añadidura, también podríamos intentar
que tener ese texto disponible en nuestros distintos dispositivos
deje de ser tan complicado que uno se sienta tentado de descargar
la copia pirata, no porque sea más barato, sino porque resulta más
accesible. De nuevo en este aspecto, la experiencia pasada de la industria discográfica debería iluminarnos el camino, y concienciarnos
de que ganarse al público para las opciones legales pasa por una política de precios adecuada, por un catálogo abarcador, y por una gran
atención a la usabilidad, no por propuestas a medio camino y sistemas DRM que solo consiguen resultar hostiles para los lectores.
En todo caso, no debemos perder de vista algunos modelos emergentes, como la lectura por suscripción que propone 24symbols
(www.24symbols.com), o plataformas para la escuela, como la de
Capstone (www.capstonepub.com), que reúne un buen número
de libros digitales y es capaz de seleccionar los más adecuados para
el nivel lector de cada niño. Además incluye un registro de libros
leídos, tiempo dedicado y vocabulario adquirido. O Storia, la tienda
de Scholastic (store.scholastic.com), que adapta la selección de obras
al nivel de lectura de cada niño y permite que los textos se puedan
instalar simultáneamente en distintos dispositivos.
La zona tomada I: la promoción
Sin duda, quienes se ocupan de la promoción del libro fueron los
que más rápidamente vieron las posibilidades que ofrecían las TIC.
Y es que a nadie se le escapa que Internet se ha convertido, no solo
para los adultos sino también para los jóvenes y, cada vez más, los
niños, en uno de los principales escenarios de interacción social.
A esto se suma el hecho de que los jóvenes han desarrollado cierta
prevención hacia los intentos de prescripción literaria que vienen
de ámbitos adultos, en parte por el empeño de estos en hacerlos comulgar con el canon que ellos consideran adecuado para la formación de los jóvenes lectores. Gracias a las posibilidades de la red so-
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cial, el boca-oreja entre los jóvenes se ha convertido en el principal
criterio de decisión de compra y de lectura. La recomendación entre
iguales, que siempre había sido el modo más poderoso de conseguir
el triunfo de un libro entre los lectores, se amplía así y alcanza un
ámbito global.
Las editoriales, conscientes de este fenómeno, empezaron muy
pronto a poner en marcha iniciativas para aprovechar e impulsar
esa recomendación directa. La trilogía de Laura Gallego Memorias
de Idhún fue un caso pionero, a través de un concurso de preguntas
sobre el primer libro que tenía por objeto seleccionar a los asistentes al Encuentro Idhunita, un evento que reunió a cientos de seguidores del libro.
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Otro ejemplo de promoción de un libro de la misma autora, pero
con un planteamiento muy diferente, fue El diario de Cat, la protagonista de la novela Dos velas para el diablo. En este caso se trataba de
un blog que recogía en tiempo real los acontecimientos que iban
ocurriendo durante el mes que duraba su viaje de vuelta a España
desde Polonia, constituyéndose así en una precuela del libro, sincronizada con su salida a librerías, y que sirvió para que muchos lectores recibieran el lanzamiento de la obra con un vínculo emocional
ya establecido con el personaje.
No puede dejarse sin citar la comunidad de fans de Crepúsculo
que se aglutinó en torno a la página web de la saga, con noticias, concursos, sorteos, intercambio de opiniones, amistades... y que contribuyó al rápido crecimiento de los seguidores de esta serie.
Desde entonces, los experimentos han sido muy variados y a cual
más interesante: concursos de fotografía, de disfraces, de bandas
sonoras, rutas turísticas por los escenarios de una novela, el reto
de ser el primero en leer una novela… Un aspecto hoy inexcusable de
la promoción de la lectura que, sin duda, todavía dará muchas sorpresas.
La zona tomada II: la recepción por parte del lector
Las TIC también han cambiado el escenario en que se produce la recepción de la obra por parte del lector. Si antes el escritor se encerraba en su casa para alumbrar su texto y únicamente salía a poner
cara a su público una vez al año en las firmas de las ferias del libro,
ahora el autor interacciona con sus lectores casi desde el mismo instante de la concepción de la obra. En reciprocidad, los lectores pre-
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sentes en ese proceso opinan, animan… e incluso devuelven creación por creación a través de fanfics (ficción creada por los fans),
fancómics (cómics de los fans que recrean una obra o inventan alternativas), videoblogs (comentarios sobre libros grabados en vídeo),
booktrailers (pequeños vídeos promocionales de un libro)… Basta
con teclear alguna de estas palabras en Google, en solitario o acompañadas del título deseado, para encontrar múltiples ejemplos.
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Hay que dar por descontado que la apropiación del universo ficcional del autor por parte de los lectores se ha dado siempre. Pero
las herramientas que ofrecen las TIC, cada vez más variadas y sencillas, facilitan la tarea e incluso incitan a realizarla. Los lectores, y sobre todo los juveniles, han tomado al asalto las posibilidades de la
red para estar presentes y compartir el momento de recepción de
la obra. De cualquier obra, pero muy especialmente de la de aquellos autores que plantean desde el principio una “conversación” con
sus lectores.
Un ejemplo claro de este fenómeno es, una vez más, Laura Gallego,
que a través de su web mantiene una conversación diaria con sus fans
alrededor del proceso que siguen sus obras. Desde que se le ocurre un
proyecto hasta el mismo día de la presentación en librerías, pasando
por los escollos en la escritura, las dudas acerca del nombre de un
personaje, las discusiones sobre el título, las correcciones del editor,
las ideas de ilustración de la editorial, las propuestas de cubierta…
Más tarde llegarán los comentarios de los lectores a medida que avanzan en el texto, y sus propias creaciones en torno al universo de ficción propuesto por la autora.
Estamos, pues, en un nuevo escenario en el que la cooperación
entre lector y escritor en la construcción del mundo de ficción ya
no es un fenómeno psicológico inaccesible desde el exterior, sino
que es un hecho explícito, que se desarrolla a escala social, y del que
queda un registro permanente. Los lectores ya no son meros consumidores, sino que se convierten en prescriptores, en intérpretes,
e incluso en coautores.
La crítica
Pero quizá el fenómeno más llamativo en este último eslabón de la
cadena de valor del libro sea el de la transformación que ha sufrido
la crítica a raíz de la aparición de las herramientas de red social. Antes, los lectores podían acudir a la producción crítica de periodistas
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y especialistas para decidir en su proceso de compra o de lectura,
pero ahora son los blogs y los comentarios de otros lectores los que
cumplen esa función. Los lectores juveniles se fían mucho más de la
recomendación de sus iguales que de la crítica realizada por especialistas que a menudo muestran una sensibilidad alejada de la suya.
La crítica especializada se ha visto obligada a ceder posiciones ante
la vitalidad y la capacidad “reseñadora” y crítica de los blogueros,
quedando confinada a espacios muy concretos (principalmente revistas del sector) a los que normalmente no acceden los jóvenes destinatarios de esas obras.
Y es que la actividad en los blogs y en revistas de recomendación
de libros hechos por jóvenes y para jóvenes, se ha convertido, probablemente, en el fenómeno que mejor describe la realidad actual
de la literatura juvenil. Entre otros muchos estarían Literatura
infantil y juvenil actual (lij-jg.blogspot.com.es) o Letras y escenas
(letrasyescenas.com) entre los blogs, y El Templo de las Mil Puertas
(eltemplodelasmilpuertas.com) o El Tiramilla (eltiramilla.com) entre las revistas online. Estos blogs y revistas conforman una enorme
oferta de recomendaciones hechas por los propios lectores. Como
es lógico, las aportaciones son de calidad desigual: las hay que podrían competir con las mejores críticas hechas por profesionales,
mientras que otras no pasan de ser opiniones basadas en gustos
personales sin demasiado criterio. Pero juntos conforman un hervidero de conversaciones acerca de libros y literatura que merece la
pena seguir.
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Este fenómeno, por supuesto, no ha pasado desapercibido para
las editoriales, que tratan a estos blogueros como al resto de medios
de comunicación en cuanto a envío de novedades, invitaciones a presentaciones y demás eventos promocionales. Un ejemplo: la “Crónica
de una tiramillota en el CERN” (eltiramilla.com/cern-quantic-love/),
en la que una de estas blogueras narra el viaje promocional organizado por La Galera con motivo del lanzamiento de Quantic Love, de
Sonia Fernández Vidal.
Estos blogueros reciben puntualmente las novedades, a veces incluso dedicadas por los autores, junto con elementos de marketing
que a su vez utilizan para organizar pequeños concursos y sorteos
entre los seguidores de sus blogs, expandiendo así la actividad promocional de las editoriales. Por otro lado, los autores, conscientes
de la importancia de estos sitios, les conceden entrevistas o contes-
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tan cuestionarios personalizados por correo electrónico. Una simbiosis curiosa entre lectores, críticos y productores.
Las consecuencias de este fenómeno son muy variadas y complejas, y probablemente resultará difícil evaluarlas hasta que podamos
contemplarlas con un poco de distancia. Mientras tanto, para todo
el que aspire a “existir” en este mundo, resulta fundamental estar presente en estos espacios, escuchando atentamente, interaccionando,
y en suma, participando en la conversación siempre que sea posible.
A por el futuro
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En este escenario lleno de interrogantes y, por tanto, de posibilidades, es más necesario que nunca que los profesionales del sector
seamos conscientes de que el hecho literario está teniendo lugar en
multitud de espacios que, por ignorancia o elección nuestra, están
fuera de nuestro actual ámbito de actuación. Asistimos a una explosión de formas nuevas de hacer literatura, de leer literatura, de responder a la literatura. Autores, editores, diseñadores, ilustradores…,
todos estamos obligados a conocer y explorar este nuevo territorio
si queremos conservar nuestra relevancia en el sector. Experimentando, equivocándonos, pero por encima de todo, disfrutando y haciendo disfrutar.
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Ilustración de José María Casanovas
Hacer que pasen cosas
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12 agosto de 2012
Llevaba yo varias semanas dándole vueltas a una entrada bajo el título “¿Hay sitio para el editor?”. Diversos artículos, y en concreto
el “intercambio” entre la editorial Hachette y el escritor autopublicado Konrath, me instaban a poner en claro cuál es para mí el papel que puede tener un editor en el nuevo contexto en que vivimos.
¿Que por qué?
Bueno, quizá porque muchas de las supuestas funciones insustituibles del editor que enumeraba Hachette en aquella carta tienen
más que ver con lo que puede aportar una editorial (claro, en español utilizamos la misma palabra para lo que los ingleses dividen entre Editor y Publisher), y mi interés principal es el editor (en el sentido
del primero de esos dos términos en inglés). Y porque de algunas
de esas funciones (como “encontrar y alimentar el talento”, “actuar
como colaborador del autor en el proceso de escritura” o “funcionar
como pioneros explorando y experimentando”) yo también haría
bandera, pero, en general, la carta se me quedaba un poco corta para
definir el alcance de lo que yo querría hacer como editora en los
próximos años.
Y sobre todo porque, de fondo, en mi cerebro no dejaba de sonar
aquello que escribió Sara Lloyd, editora de Pan Macmillan en su
“Manifiesto de una editora para el siglo xxi”, hace ya cuatro años:
“Los editores tienen que trabajar a toda prisa en definir cuál es la quintaesencia de la edición”. Evidentemente, no hay una sola definición
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posible. Cada uno debe elaborar la suya, y probablemente muchas
son compatibles y no excluyentes, pero la mía tiene mucho que ver
con otra frase de ese manifiesto: “Los editores tendrán que verse como
configuradores y facilitadores”.
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Y ahí andaba yo, pensando en esas funciones del editor a lo largo
de la cadena de valor del libro y viendo un magnífico “hueco” en la
concepción de nuevos proyectos; en la tarea de “desbrozamiento” de
las posibilidades de las tecnologías habilitadoras de nuevas formas
de hacer literatura; en la labor de inspirar determinados proyectos
a los autores, poniendo a su disposición las herramientas necesarias; en la formación y coordinación de equipos multidisciplinares
para llevar adelante nuevas ideas; en la función de acompañamiento
de los autores que quieran tener a su lado a un editor durante el
proceso de escritura; en el reto de llevar la literatura a los lugares
en los que está teniendo lugar la lectura en niños y jóvenes; en el
contacto cada vez más cercano con los lectores…
Y entonces, mientras visualizaba ese futuro lleno de posibilidades por explorar, un buen amigo (gracias, Nano) me puso sobre la
mesa una entrevista con Joseph Maria Castellet, director literario
de Grup 62. Merece la pena leerla entera, pero a mí me llamaron
especialmente la atención estas frases: “Para ser editor dependes de
cuatro de los cinco sentidos al menos. Has de tener buen ojo, tienes que
usar bien la nariz, debes pegar la oreja donde se debe y es imprescindible tener tacto. Y has de ser una persona muy bien educada”. Y terminaba diciendo que “el editor debe ser una esponja, una esponja de verdad, y esta se localiza en el cerebro”. Es una manera muy bonita de
definir al editor, aunque irremediablemente te hace pensar si ese
equipaje (ya de por si difícil de tener) será suficiente para los editores en los próximos años.
Quizá para los tiempos que vienen, el editor, además de ser una esponja, debería tener una marcada dimensión “conseguidora”. Y para
conseguir cosas, el editor, además de muy educado, tiene que ser un
poco “liante”: alguien capaz de embarcarse y embarcar a todo el que
haga falta en proyectos ilusionantes y prometedores, incluso algunos de resultado incierto. Por ahí va mi definición de la esencia del
editor: un editor que, además de todo lo demás, sea alguien que hace
que pasen cosas en el terreno de lo literario.
Qué cosas sean esas, y cómo vamos a hacer que ocurran, es lo que
nos toca ir dibujando desde ahora mismo.
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La insoportable injusticia
de que premien a otro
3 febrero de 2013
Ocurre una y otra vez: un escritor de literatura infantil o juvenil
conocido gana un premio y los blogs se llenan de comentarios acerca
de la presunta injusticia de que el premio sea para un autor “profesional”. Pero como hace tiempo ya expuse mi opinión al respecto, me
limito a recordar que el año pasado ganaron los premios El Barco
de Vapor y Gran Angular dos autores no tan conocidos: Catalina
González Villar y Jesús Díez de Palma. Y lo mismo ocurrió con otros
premios importantes. Por no recordar que, aunque ya canse un
poco decirlo, la plica es real: cuando el jurado elige el manuscrito
ganador, no sabe quién lo ha escrito. Tanto si la gente se lo cree,
como si no.
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Si alguien tiene tiempo y ganas de hacer un repaso a los ganadores de los premios de LIJ más relevantes de nuestro país en todas sus
convocatorias, comprobará fácilmente que hay muchos premiados
que, en el momento en que recibieron el premio, no eran conocidos.
La buena noticia es que hoy, cuando han pasado unos años, varios
de los nombres que nadie conocía se han convertido en referentes.
Y los premios que recibieron contribuyeron a ello. Por suerte,
porque esa es una de sus funciones más importantes.
A ver, que tampoco pasa nada. No es difícil entender la frustración de quien ha dedicado mucho tiempo y muchas ilusiones a escribir su novela y se encuentra con que otro manuscrito se lleva el premio. Y si encima es de alguien que publica habitualmente y vende y es
leído y ha ganado ya muchos premios, pues eso, que es normal que
se desespere un poco y hasta que patalee otro poco.
Pero quizá el error es de partida: los premios de los que estamos
hablando son de un nivel muy alto. Esto no quiere decir que sean
solo para profesionales, pero está claro que ellos juegan con ventaja.
Pero desanimarse por ello es como si recién graduado en la Escuela
de Arte Dramático te decepcionaras porque esa llamada de teléfono
no es de Almodóvar.
Hay premios para autores menores de 18 años, como el que convoca la propia Fundación Jordi Sierra i Fabra y publica SM, y hay
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No hay ni un
solo escritor,
conocido o no,
que no haya
sufrido más
de un rechazo.
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concursos para autores noveles, como el que convoca la propia Asociación de Escritores Noveles o el de la Diputación de Jaén. Y hay premios,
como estos que nos ocupan, abiertos a todos los
escritores, y ellos, los escritores profesionales,
también tienen derecho a presentarse. Y no solo
derecho, sino, casi, diría yo, obligación.
En cualquier caso, mucha calma. Que no ganar un premio (como que no te toque la lotería)
es lo más habitual. Que eso les ha pasado (y les
seguirá pasando) a todos los que hoy están ganando esos premios. Que probablemente no hay ni un solo escritor,
conocido o no, que no haya sufrido más de un rechazo (y de dos y de
tres, seguramente), ya sea en un concurso, ya enviando directamente
su novela a una editorial. Que por esa situación han pasado todos los
grandes nombres de la literatura.
Para relativizar un poco y pasar un rato muy entretenido, una
recomendación: Éxito, de Íñigo García Ureta (Trama Editorial, 2011).
Un libro sobre el rechazo editorial que, además de recoger de forma
desdramatizadora algunos de los rechazos más sonados de la historia de la literatura, incluye pequeñas encuestas a agentes y editores
sobre diferentes aspectos del tema. Opiniones muy bien fundamentadas, mucha experiencia y un montón de información sensata para
rumiar el rechazo o, como en el caso que nos ocupa, que otro se lleve
el premio. Y tras el paréntesis, a por el siguiente :)
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Ilustración de Javier Andrada
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¿Proteger o protegernos?
24 febrero de 2013
Un tema imposible de eludir cuando se trabaja para niños y jóvenes
es el de si el contenido es “adecuado”para lectores de una determinada edad. Las opiniones son diversas y, por supuesto, todas respetables y discutibles por igual, dado que se basan en aquello de lo que
cada uno considera necesario proteger a los niños. O no protegerlos.
La cuestión es que no somos niños, ni los niños de hoy son iguales a los niños que fuimos. Ponerse en el lugar de los niños y jóvenes
de hoy sin serlo es uno de los retos de editar LIJ (y más aún de escribirla o de seleccionarla para ellos). Por eso me encantó esta entrevista gráfica que el autor de cómics Art Spiegelman le hizo al autor
de literatura ilustrada infantil Maurice Sendak en la revista New
Yorker:
La infancia es “profunda, rica, vital, misteriosa, honda”, dice
Sendak. Y sí, quizá nos asustaría conocer al niño que llevan dentro
nuestros niños, como probablemente nos asustaría recordar, de
verdad, sin romanticismo ni falsos idealismos, al niño que realmente fuimos. Porque, efectivamente, sabíamos cosas terribles y sabíamos que era mejor que los adultos no supiesen que las sabíamos.
¿O no?
Determinar cómo se traduce esto a nuestro trabajo con o para niños no es tarea fácil, pero a mí me hace reflexionar. Me hace plantearme si al rechazar una novela para niños por demasiado dura pen-
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samos en los niños o en los adultos que las leerán y nos juzgarán a
través de ellas. Me hace pensar si como sociedad tenemos unos parámetros acertados respecto a de qué cosas hay que proteger a los niños y de cuáles no. Me hace mirar hacia nuestro papel como adultos
que educan, hacia el sentido de la educación, hacia el trasvase entre el
niño y el adulto que se produce en ese proceso. Y sin duda, me hace
reflexionar sobre cuál debería ser la postura de la LIJ ante todo esto.
No tengo todas las respuestas, pero como casi siempre, creo que
en este caso las preguntas son más importantes.
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Decía Stevenson que el autor, cuando crea, entorna los
ojos para no verse cegado por la confusión de la realidad;
también, que la vida transcurre entre ruidos y disonancias, mientras que una novela siempre contiene un sonido compuesto por un músico discreto. El asunto no es tratar el terror, la maldad, el sexo, la muerte o cualquier otro
tema que pueda resultar escabroso, sino el detalle con
que se pueda hacer, el texto y la música que componen el
concierto. Tan absurdo es privar a los cuentos clásicos
de lobos y brujas como pretender que el niño deba y pueda
digerir cualquier cosa, y en ese sentido hay que apelar a la
responsabilidad del editor ante una obra que roce ciertos
límites. El asunto es dónde se coloca el foco, y en este sentido hay que denunciar que la sociedad sea tan cínica.
Hay quien brama porque se publiquen obras que tratan
con exquisitez el enamoramiento y el deseo entre adolescentes mientras que no se escandalizan por libros que fomentan la banalidad, el consumismo o la estupidez. Esto
ha sido siempre así: en Tom Sawyer, los biempensantes se
habrían alborotado si Twain hubiese descrito la rodilla
desnuda de Becky, pero callaron sobre el esclavismo de
Jim. Por suerte, las sociedades evolucionan. Editoras como
tú, Elsa, sois motores de ese cambio, que hacen posible que
hoy podamos leer a Sendak, a Spiegelmann y a muchos
otros. Pero atentos, no creamos que no hay vueltas atrás.
¿Habría hoy muchos editores dispuestos a publicar a Roald
Dahl o a Maria Gripe, por poner solo dos ejemplos?
Ricardo Gómez (escritor)
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Tú y yo vamos por ese bosque, paseando detrás del perro,
de Art Spiegelman y de Maurice Sendak. Vamos escuchando su conversación y acabamos recordando nuestra
infancia. “Me habría gustado que nos conociéramos de
niñas, Elsa. Me habría sentido menos sola”, te digo. Y tú
me dices: “Pero entonces igual ahora no serías escritora”.
Y yo pienso, pero no te digo: “Tienes razón, otra vez”. Y el
perro se te sube a las piernas, y te ríes. Hemos llegado a
casa. Sendak te dice: “Pasa, pasa”.
Begoña Oro (escritora)
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Ilustración de Mikel Valverde
Acabar bien
26 marzo de 2013
Hoy, en la comida, mis hijos comentaban algunos de los tremebundos argumentos que desarrolla Jacqueline Wilson, una de sus escritoras favoritas, en sus novelas para niños y jóvenes. Padres divorciados varias veces, progenitores que se marchan de vacaciones con
el amante de turno dejando a los niños solos al cuidado de un hermano o hermana de catorce años, chavalines que deben enfrentarse
solos a un accidente o una agresión, adultos con niños a su cargo que
se emborrachan hasta la inconsciencia… y otras situaciones familiares y sociales que, aunque no pongo en duda que se den en la realidad, por su frecuencia rozan lo inverosímil.
Les pregunto: “¿Y por qué os gustan esos libros?”. Se encogen de
hombros: “Molan”.
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Ante mi expresión, y quizás en un intento de justificarse, añaden: “Pero muchas acaban bien”.
Acabar bien. Esa respuesta me hace recordar una frase de la reseña de El rostro de la sombra que hizo en su momento una bloguera:
“Estoy acostumbrada a leer historias sobre personajes torpes y egoístas
que al final se enderezan y se convierten en personas decentes”. Y en un
comentario a esa reseña, alguien remataba: “Se echa de menos un final
donde quede todo bien definido”. ¿Es eso “acabar bien”?
Venga, sin miedo. ¿“Acabar bien” es que “los malos” se rehabiliten
y que el amor triunfe? ¿Es acabar bien que todo desemboque en
un “deber ser” bien visto socialmente? Me temo que “acabar bien”
es entonces sinónimo de una resolución que no nos produzca desasosiego, que no nos perturbe, que no nos entristezca, que no nos
haga plantearnos cosas que hagan tambalearse nuestra cómoda cotidianidad.
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Así que intento explicar a mis hijos que la vida, a veces, no acaba
bien. Intento hacerles ver que quizá tenemos un concepto equivocado de qué es acabar bien, tanto en las novelas como en la vida.
Me gustaría que entendieran que “acabar bien” no es siempre que
los acontecimientos se desenvuelvan como uno quiere, como a uno
le gustaría o como uno cree que es justo. Que a veces “acabar bien”
puede ser, simplemente, saber que, ocurra lo que ocurra, uno ha
sido fiel a sí mismo y al sentido o sentidos que haya querido darle
a su vida. Les pongo un ejemplo: La historia de Iqbal. En este caso,
tanto la realidad como la novela “acaban mal” en el sentido convencional del término. Iqbal, un chaval honesto y decidido de muy pocos
años, muere asesinado y “los malos” quedan, probablemente, impunes. Pero en otro sentido, la historia de Iqbal acaba bien, porque
nada consigue que el protagonista se aparte de lo que considera su
prioridad: destapar la injusticia, cueste lo que cueste.
Claro está que mis hijos tienen once años. Y, en su mirada de niños que empiezan a no serlo, intuyo que el “acabar bien” normalizado
al que ellos se referían cumple una función: aplacar la ansiedad que
pueden generar las historias leídas. Quiero creer que esa ansiedad,
aunque calmada, ya lleva en sí misma la semilla de una inconformidad constructiva.
Al final, me quedo pensando que quizá todos necesitamos, de vez
en cuando, una historia que “acabe bien” en el sentido clásico, aunque solo sea para seguir creyendo que es posible.
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Esta entrada creo que refleja muy bien la actitud ante la
vida de Elsa: siempre fiel a sí misma, coherente, enfrentando de cara las dificultades, positiva y directa. Y porque me ha conmovido especialmente recordar que, ya en
plena lucha contra la enfermedad, nunca perdió de vista
su gran objetivo: proporcionar armas a los niños –los suyos y los lectores para los que trabajaba– para que aprendieran a dar sentido a la vida. Porque, efectivamente, “la
vida, a veces, no acaba bien”, pero conviene saberlo para
poder afrontarlo.
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Su historia no acabó bien, pero fue una auténtica lección
de vida: su recuerdo nos alumbra y reconcilia con el
mundo. Hay personas que tienen ese don. Y Elsa lo tenía.
Victoria Fernández (directora de la revista CLIJ)
En esta entrada resulta prácticamente imposible distinguir cuándo Elsa Aguiar habla de los libros y cuándo lo
hace de la vida misma. Cuándo Edita en voz alta o cuándo
Comparte en voz alta un pensamiento que la acompañó
hasta las páginas finales del libro de su vida. Si tratamos
de ponernos en su piel, da vértigo tener la firme convicción de que “acabar bien” no debe ser sinónimo de buscar un final feliz; defender que un “buen final” debe hacer
tambalear nuestros principios para permitir que germine un inconformismo constructivo… y a la vez, desear
que el libro que estás a punto de terminar de escribir
tenga un final “normalizado” que te ayude a ti, y a todas
las personas que te quieren, a calmar la ansiedad que generan las historias auténticas.
Querida tocaya, si se trata de buscar una historia en la
que, ocurra lo que ocurra, y cueste lo que cueste, uno
haya sido fiel al sentido que le ha querido dar a su vida,
sin lugar a dudas, y muy a nuestro pesar, tu historia
“acaba bien”.
Elsa Santaolalla (editora)
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Ilustración de Andrés Guerrero
Buscamos primeras veces
16 mayo de 2013
Sí, sí, como suena, estamos buscando primeras veces. Esas primeras veces que nos cambian, que nos transforman en una persona un
poquito diferente. Esas primeras veces que todos experimentamos
alguna vez en la vida y que, de alguna manera, se convierten en un
“rito de paso” que nos lleva de un yo a otro yo. Primeras veces ya vividas y primeras veces anheladas. Primeras veces en primera o en tercera persona. Primeras veces en pasado, en presente o en futuro.
Primeras veces reales o inventadas. En definitiva, primeras veces
que merece la pena compartir.
¿Que por qué? Porque queremos “experimentar y aprender con
nuevas formas de literatura, y en el camino animar un diálogo intergeneracional alrededor de esos grandes o pequeños ritos de paso que
marcan nuestro tránsito por la vida”.
Y porque sospechamos que hay muchos y buenos escritores escondidos que tienen mucho que contar y queremos que “salgan del
armario”.
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¿Que para qué? Para lograr que de esta experiencia salga un libro
de relatos en el que los textos de escritores profesionales se codeen
con otros de personas de cualquier edad que aman escribir aunque
escritor no sea la profesión que figura en su tarjeta de visita.
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¿Que cómo? Muy sencillo. Visita La primera vez que..., lee los
relatos y, si te apetece, comenta esas primeras veces que otras
personas han querido compartir. Después, piensa en esa primera
vez que es tan especial para ti (o que crees que lo será, o que lo fue
para alguien que conoces), conviértela en un relato y envíanosla
utilizando el formulario, junto con una pequeña nota acerca de ti. Si
te apetece, puedes mandar la foto con que la ilustrarías. Si no, nosotros le pondremos una que esté a la altura.
Queremos leer tus primeras veces, las de tus padres y las de tus
abuelos. Las de tus vecinos y las de tus compañeros de clase o de trabajo. Las primeras veces de tus alumnos y las de tus profesores.
¿Nos ayudas a que se enteren?
Buscábamos primeras veces. Buscábamos el hecho literario, la literatura fuera del libro, en la vida, en la experiencia, en los recuerdos, en la imaginación. Porque cada
uno sabemos cómo queremos narrar nuestra historia, qué
es lo que queremos que los demás lean. Y también editamos.
Bueno, en realidad Elsa buscaba primeras veces. Yo me
subí al barco y me puse a remar con ella. Como siempre.
Berta Márquez (editora)
La primera vez que Elsa vino a nuestra cuadra lo hizo acompañada de su familia, amigos y un montón de niños, para
celebrar el cumpleaños de sus hijos. Fue un día maravilloso.
Ella se encontraba ya en un periodo difícil, pero su sonrisa seguía manteniendo la misma magia de siempre y su
mirada, la misma vitalidad, y todos fuimos contagiados
de esa alegría.
Un beso muy grande, Elsa. Las personas como tú nunca
se van de nuestro lado.
Andrés Guerrero (ilustrador y escritor)
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En busca de una LIJ
de nueva generación
8 diciembre de 2013
Hace tiempo que voy acumulando elementos en una lista que se podría titular “temas actuales que echo de menos en los libros de LIJ”.
Temas en los que una literatura que pretende ser formativa (en el más
amplio sentido de la palabra) y comprometida con el individuo y con
la sociedad, tendría algo que decir.
Por supuesto, no estoy hablando de que tenga que haber libros
enteros que traten sobre cada uno de esos temas en exclusiva (que
también podría ser), pero sí echo de menos manuscritos que toquen,
aunque no necesariamente en primera línea, algunas realidades
que conforman el hoy de niños y jóvenes. ¿Por qué?
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Porque son temas de gran interés en el presente, sí, pero también
porque van a configurar en gran medida el futuro en el que vivirán
y serán adultos los niños para los que hoy escribimos y publicamos.
Se trata, en definitiva, de actualizar los valores, tanto en el sentido de incluirlos en historias que llamen a la acción en situaciones
presentes como en el sentido de que hoy en día ciertos valores se han
vuelto más urgentes.
Así que, para empezar, ahí va una primera lista que tiene que ver
con reflejar la actual coyuntura social, económica y política:
1. La lucha por nuevas hegemonías de pensamiento. Por ejemplo, cómo la PAH ha conseguido que un desahucio pase de ser
percibido socialmente como una tragedia privada e inevitable,
a algo inadmisible.
2. Las nuevas formas de activismo y participación ciudadana,
desde el 15M a polémicas como la de Change.org versus la crítica al ciberfetichismo: muchos jóvenes quieren cambiar el
mundo, pero ¿van a poder hacerlo a base de clics?
3. La globalización: lo que pasa al otro lado del mundo nos afecta.
Tanto a nivel macro (el actual proceso de devaluación interna
en España es una de las consecuencias del programa de globalización económica) como a nivel micro (tu mejor amigo, el que
te entiende como nadie, puede estar en otro continente).
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4. El activismo consumidor: cambiar el mundo desde tu posición de consumo. Si hace cincuenta años una forma de ejercer el poder era dejar de trabajar, ahora puedes hacerlo dejando de comprar. Quien compra un buen balón de reglamento
por seis euros, ¿en qué cadena de actos está estampando su
firma final?
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5. La virtualización de la economía: el niño que hace unos años
cosía zapatillas en Vietnam para dar de comer a su familia,
ahora puede estar pasando horas en un juego de rol multijugador ganando puntos de experiencia u obteniendo premios
virtuales para alguien que le paga por ello.
6. La generación Einstein: cómo son las mentes criadas por videojuegos. ¿Con una atención más fragmentada? ¿Más insensibilizados ante cierto tipo de violencia? ¿Más capaces de mezclar trabajo y placer? ¿Mejor acostumbrados a trabajar en
equipo y a distancia…?
7. Los prosumers: consumidores que generan contenido, el chaval como autor. Autores de fanfics y escritores, autores desintermediados a pequeña y a muy gran escala…
8. La economía de la atención y la democratización de su explotación: vivir de ser youtuber o de subir vídeos y tutoriales
a Internet: fenómenos como “Hola soy Germán”, Jotapelirrojo,
Mr. Chunkybuddy… jóvenes que construyen un formato y una
audiencia y que viven de ello sin intervención alguna de los
“profesionales de los medios”…
9. Nuevas formas de aprendizaje y de educación: el “homeschooling”, la educación autodirigida, la “punk education”,
aprender con tutoriales… En un mundo donde, como prescribía Sócrates, “educar no es llenar un recipiente, sino prender
una llama”, Internet es estopa…
Y como inevitablemente nos estamos deslizando ya, quizá es momento de abrir aquí una segunda lista, la que recoge aquellos temas
que tienen que ver con reflejar el papel de las TIC en la vida de las
personas y, en concreto, en la de niños y jóvenes, y que podría incluir, además de algunas ya recogidas en la lista anterior, cosas
como:
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1. La construcción de la identidad en la red, la gestión de impresiones, la posibilidad de tener identidades múltiples con
componentes diversos e incluso contradictorios…
2. El solapamiento y la contradicción de los círculos sociales en
el espacio tangible y en el espacio digital: ¿líder en la red,
marginado en el patio?
3. La gamification como herramienta de control de comportamientos y hábitos, con sus corolarios utópicos y distópicos.
4. Crowdfunding: juntar dinero de muchos pequeños “inversores” para hacer grandes cosas. Como Riot Cinema con “El Cosmonauta”.
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5. Crowdsourcing: hacer algo grande entre muchos. ¿Cómo?
Gente aprendiendo idiomas a la vez que ayuda a traducir páginas web, personas descubriendo exoplanetas por diversión
o contribuyendo con su trabajo a investigaciones científicas…
¿Existen esos manuscritos? O, mejor aún, ¿existen escritores capaces de escribirlos?
Así que hoy os pido ayuda. Tres ayudas:
La primera, para completar estas listas u otras similares. ¿Qué
temas echamos de menos como lectores, como ciudadanos, como
padres, como profesores, como editores…?
La segunda, para localizar esos manuscritos y sacarlos a la luz.
Cuanto antes.
Y la tercera, para movilizar a los escritores, consagrados o noveles, profesionales o amateurs, apocalípticos o integrados, de modo
que aprovechen estos silencios clamorosos de la LIJ como combustible creativo.
Estoy convencida de que entre los chavales de esta generación
hay una enorme demanda latente de libros que aborden estos temas. ¿Es que vamos a esperar a que se hagan mayores y se los escriban ellos mismos?
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Ilustración de Tàssies
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Ser y deber ser
10 enero de 2014
Leo con mucho interés la entrevista con Teresa Colomer en Pensando la LIJ que tuitea Begoña Oro, creo que con más intención de
la que parece a primera vista. Así que me dejo y ahí voy .
La investigadora deplora que haya una LIJ escrita y editada
atendiendo a su función socializadora, es decir, una LIJ transmisora de normas. Y recomienda a los mediadores “elegir buenos libros ‘literarios’ que hacen saber cómo son los humanos y no cómo
deberían ser”.
Aun estando de acuerdo en el fondo, tropiezo con algunos “escollos” en esta afirmación. El primero, claro, tiene que ver una vez más
con el sintagma “buenos libros”, pero como de eso ya hemos hablado
en otra ocasión, continuemos con el segundo: una LIJ que hace saber cómo son los humanos. Y cómo son los humanos, me pregunto yo.
¿Significa eso que creemos en la existencia de una realidad independiente del observador o del “contador”? Yo creo que no, que no hay
una realidad “objetiva”, sino que la realidad se construye y se reproduce colectivamente a partir del discurso, pero como también hemos
hablado de eso antes, continuemos.
La doctora Colomer recomienda al mediador que se centre en la
calidad literaria. Pero centrarse en la calidad literaria no hace que
la otra dimensión, la de la transmisión de normas o valores, desaparezca. Todo libro transmite valores y reproduce normas, tanto si
elegimos fijarnos en ello como si decidimos mirar a otro lado.
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Desde luego, como editora yo no puedo, ni quiero,
Todo libro
decir “vamos a publicar este libro porque tiene una
grandísima calidad literaria”, sin antes plantearme si transmite
quiero (si queremos) obrar como colaboradores necevalores
sarios de la reproducción de normas que esa obra lleva
consigo de forma más o menos implícita o explícita. y reproduce
Como ya comentaba en el otro post, las obras culturales
normas.
nunca se limitan a describir: siempre, además, prescriben porque las normas sociales implícitas, las más
naturalizadas y biologizadas, se adquieren por absorción de discurso
social, ya sea en forma de literatura, de anuncios, de cine, de juguetes
o de conductas cotidianas.
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Un ejemplo muy simple: no sé si es una realidad que muchas personas mayores se sienten solas y acabadas, pero sí sé que hay una
norma implícita al respecto, y que esa norma es con mucha frecuencia reproducida por la LIJ actual. Como editora considero irrenunciable plantearme si quiero validar ese discurso y, por tanto, aumentar sus posibilidades de absorción, o prefiero airear otras alternativas
sobre lo que es la vejez que también son parte de la realidad.
Ante una norma implícita o explícita que no nos guste, nuestra
actitud puede ser visibilizarla para cuestionarla, o presentar una
norma alternativa. O también reproducirla de forma acrítica, que
es lo que en realidad hacemos cuando creemos que estamos “contando la realidad tal y como es”.
“Las obras culturales nunca se limitan a describir: siempre, además, prescriben”. Estas palabras las ha escrito
una persona que ha ayudado a que nazcan miles de historias. Estas palabras no hablan de prohibir: hablan de
elegir. No existen libros, existe cada libro. Por eso el verbo
leer va siempre acompañado: qué leemos, qué preferimos
dejar atrás, hacia dónde nos dirigimos y, a veces, a quién
pedimos que nos dé la mano. Danos la mano, Elsa Aguiar,
acompáñanos.
Belén Gopegui (escritora)
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Darse cuenta
22 julio de 2014
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Releo el texto de Gustavo Martín Garzo “Instrucciones para enseñar a leer a un niño” y, como ocurre con todos los buenos textos,
aparece de pronto un pequeño detalle al que antes nunca había
prestado la atención suficiente. Acaba Gustavo su artículo con una
afirmación maravillosa: “No olvide, en definitiva, que el cuento más
necesario, y por el que seremos juzgados, es el que contamos sin
darnos cuenta con nuestra vida”. Y de pronto, ese pequeño sintagma
preposicional se me antoja tan relevante y tan revelador que prácticamente oscurece a todo lo demás.
Ilustración de Antonio Losantos
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Porque sí, efectivamente, darse cuenta o no darse cuenta es la
clave, el principio y el fin. Por mucho que hablemos de la lectura, de
los libros, del placer de leer, de la formación, del entretenimiento,
de hacer lectores… al final el para qué se impone con fuerza. ¿Qué
objetivo puede ser más importante que ese, el de ser conscientes
de la historia que contamos con nuestra vida? No sé si hay muchas
personas, lectores o no, que vivan dándose cuenta, pero yo tengo la
suerte de conocer a alguna. Esa es otra (una más) de las ventajas de
trabajar con determinados autores: que se dan cuenta, ellos sí. Y escriben su vida, como sus libros, dándose cuenta. Y presenciarlo, aunque
no sea muy de cerca, es un enorme privilegio. Gracias por dejármelo
atisbar.
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Tener en cuenta nuestra finitud: como las innumerables
efímeras del Mississippi, esos insectos que eclosionan
simultáneamente tras un año en fase larval, que vuelan,
se reproducen y mueren en veinticuatro horas. Tomar
en cuenta nuestra infinitud: como las incontables mariposas monarca, capaces de realizar una migración interminable desde Canadá hasta las tierras cálidas de California o México. Para finalmente darse cuenta de que nos
corresponde escribivir la narración de nuestra vida, y de
que, por muy patética o excelsa que resulte, como apunta
Virginia Woolf, cuando el Hacedor al final de nuestros
días nos vea llegar con libros bajo el brazo, le confesará
a Pedro: “Estos no necesitan recompensa. Les gustaba
leer”.
Patxi Zubizarreta (escritor)
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Ilustración de Artur Laperla
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Escribir sobre niños,
escribir para niños,
escribir como niños
3 septiembre de 2014
Aunque este no es un blog de reseñas, he leído este verano un libro
que me ha dado mucho que pensar sobre esa especie de trabalenguas que es el título de esta entrada. “Tú eres mi buena estrella” da
voz a Ninon, una cría de 9 años maravillosa en su desnuda ingenuidad, en su felicidad ¿injustificada? y en su envidiable confianza en
la vida.
Como creo que la reseña de la editorial (lo siento, compañeros)
no le hace justicia, me permito matizarla. Sí: Ninon, la protagonista,
asiste atónita a la furiosa separación de sus padres e intenta traducirse a sí misma lo que ve, lo que oye y lo que le toca vivir, tratando
de darle sentido al enorme caos en el que vive. Pero lo importante es
la maestría con la que la autora se convierte en esa niña y consigue
que el adulto lector comprenda la realidad que la propia niña no
comprende, o que sonría cuando la niña no sabría adivinar el por qué
de esa sonrisa.
La autora de esta novela escribe sobre niños. Y, en cierto modo,
escribe como escribiría una niña, aunque trufado con una enorme
habilidad para ponerle toda la intención de un adulto a la narración
deliciosamente ingenua de la chavalita.
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Parte de mi maravilla viene de la constatación de que, en la novela,
todo o casi todo lo que se “oye”, se oye a través de la voz de la niña,
aunque oigamos a todos los demás cuando Ninon explica a su manera
los puntos de vista de los adultos.
¿Es una novela sobre niños? Bueno, yo diría que es una novela sobre la vida, también sobre la vida de los niños, pero sí es, eso seguro,
una novela sobre cómo los niños ven e interpretan la vida, la suya
propia, pero sobre todo, la de los adultos… con unos criterios muy
diferentes a los de un adulto.
Curiosamente, lo que seguro que no es, es una novela para niños.
Porque a los niños de nueve años les pasaría lo mismo que a Ninon:
que se quedarían en la superficie, en la descripción de los hechos
que hace la niña de nueve años, sin traspasar ese umbral en el que
está lo verdaderamente implicado por esas palabras y esos actos de
los que la niña actúa como narradora eficaz pero ignorante.
Seguramente lo que he encontrado tan placentero de este título es que la autora, aunque no ha
escrito una obra de LIJ, sí ha exhibido la que es quizás una de las habilidades más necesarias para
escribir LIJ: la de franquear las barreras de estilo
de pensamiento y de modelo del mundo que separan a niños y adultos. Si la LIJ lo hace para llevar
una visión del mundo a los niños, ella lo ha hecho
para meter la mirada de los niños en el mundo.
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Llevar
una visión
del mundo
a los niños.
Elsa tuvo muchas virtudes, pero tuvo una fascinante: la
duda. En entradas como “A propósito de Nada” (la novela
de Jane Teller), o la de “Tú eres mi buena estrella”, lo demostró sobradamente. La primera se la recomendaría a sus
hijos, pero no la editaría. La segunda no era para ella LIJ,
pero la situaba entre la mejor LIJ. La duda: literatura para
niños, o literatura sobre niños. Ni acabó de resolverlo ni
tal vez quisiera hacerlo, situada entre su profesión y su
pasión, y me deja para siempre lo mejor que me podía
dar: resolver el dilema en cada libro. Y en cada historia me
acompañará sin certezas ni dogmas, empujándome, simplemente, a fracasar mejor.
Gonzalo Moure (escritor)
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Ilustración de Eduardo Ortiz
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Mediaciones
18 septiembre de 2014
He seguido con mucho interés y cierto regocijo, para qué negarlo :),
el pequeño rifirrafe que ha provocado el Retrato del reseñista adolescente, artículo de Ana Garralón en Letras libres, en el que hacía una
crítica del trabajo de los jóvenes booktubers.
El motivo de mi regocijo no era solo la “respuesta” de Begoña
Oro, como siempre muy divertida, sino ver escenificado en tiempo
real y en la pantalla de mi ordenador algo que estaba leyendo en
otra pestaña más o menos a la vez: un informe muy serio y muy
interesante que hace referencia a la globalización y a la digitalización
como fuerzas que están transformando la cadena de valor de la industria del libro, desde la creación hasta la pura recepción de la obra
(como, por cierto, también dijimos aquí en su momento). Y la mediación no iba a ser menos, por suerte.
Porque sí, porque aunque esto todavía chirríe a algunos, la mediación ha dejado de ser mediación (en singular) para convertirse
en mediaciones (en plural). O quizá es que siempre fueron en plural
y fuimos los observadores los que nos fijamos solo en la mayoritaria
o en la más prestigiosa.
Pero sí. Ya no hay (solo) un número reducido y reconocido de críticos literarios que guían los gustos de los lectores y sancionan o no
un título o un autor, sino un montón de lectores que quieren compartir sus opiniones y sus emociones al leer un determinado libro
o autor con todo aquel que quiera escucharlos. Por suerte.
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Ya no hay (solo) una forma “cabal” de hacer crítica o de reseñar
un título, con referencias a la estructura, al estilo, la intertextualidad o el experimentalismo… sino muchas formas y estilos personales y para todos los gustos, unos más convencionales y otros más
inusuales o “innovadores”. Por suerte.
Los niños y los jóvenes ya no leen (solo) lo que les prescribe el
profesor en la escuela o lo que les recomiendan sus compañeros de
clase, sino lo que les recomiendan otros chavales como ellos (o como
ellos querrían ser) aunque vivan a miles de kilómetros de distancia.
Por suerte.
Los lectores, niños y no tan niños, ya no elegimos nuestras lecturas (o no solo) en la mesa de novedades o tras una interesante charla
con nuestro librero de confianza, sino que a menudo nos fiamos también de la recomendación que el algoritmo de la página web de turno
nos hace basándose en otros libros que hemos leído y nos han gustado o en los que han gustado a lectores con gustos similares a los
nuestros. Por suerte o por desgracia.
Y es que es un hecho: la literatura, en especial la juvenil, ya “no se puede considerar al
margen del resto de la industria cultural, ni de
sus contenidos ni de sus modelos de negocio”,
como dice Rüdiger Wischenbart, el autor de
ese informe del que hablaba más arriba.
Por suerte, porque eso está creando un espacio para, entre todos, reinventar la lectura
y la experiencia de la literatura. Porque si
no lo hacemos nosotros, ya están ahí otros
dispuestos a hacerlo. También por suerte, mal
que nos pese.
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Si no lo hacemos
nosotros,
ya están ahí
otros dispuestos
a hacerlo.
Añadido posterior: Por su interés y pertinencia, pongo aquí el
enlace a un interesantísimo reportaje que acaba de salir en literatura SM. Para que, si no los conocéis, tengáis aquí el contacto de los
booktubers más conocidos y seguidos. ¡Gracias, Elena!
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A vueltas con la transmisión
de modelos en los textos literarios
26 febrero de 2015
Como ya hemos comentado otras veces, es prácticamente inevitable que un texto narrativo promueva una actitud positiva o negativa hacia las conductas, costumbres o modelos de personas que se
despliegan en él.
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Pero de la discusión sobre ese tema surge una cuestión muy
práctica y, sin embargo, nada fácil de acordar: ¿Cómo se transmite
esa actitud, y por tanto, cómo se llegan a transmitir valores con un
texto?
Tal como yo lo veo, la respuesta a esta pregunta depende de la
interacción entre múltiples elementos del texto, no de uno solo de
ellos. Por ejemplo: un personaje puede exhibir una conducta reprobable, e incluso esa conducta reprobable puede tener consecuencias beneficiosas para el personaje; pero si la voz del narrador arroja
un juicio moral negativo sobre ese proceso, y lo hace de forma efectivamente persuasiva, el resultado global es que no se puede decir
que el libro defienda o transmita esa conducta, sino todo lo contrario.
Es por eso por lo que, cuando analizamos los valores transmitidos por un texto, debemos prestar atención a la interacción entre
sus múltiples elementos y entender la actitud global que promueven en esa interacción, porque si nos limitamos a analizar la presencia de determinadas conductas o modelos en elementos aislados de
la narración, estaremos haciendo un análisis muy superficial y a menudo erróneo.
Existen elementos capaces de modelar actitudes en dos grandes
aspectos del texto: la estructura narrativa (lo que ocurre en el relato), y la forma literaria (los recursos expresivos que se emplean).
La combinación de ambas va a tener un resultado final en la actitud
del lector hacia las conductas y valores mostrados en él: una actitud positiva, aspiracional, de imitación, o bien una actitud negativa,
de rechazo.
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Cómo la estructura narrativa transmite valores
Lo que ocurre en el relato modela actitudes a través de:
•Los rasgos de los personajes: ¿Cuáles son las características
de personalidad de los personajes? ¿De dónde vienen? ¿Cuál es
su forma de ver el mundo, sus creencias, su estilo de pensamiento y de toma de decisiones? Esta es una fuente de modelos
negativos o positivos.
•Relaciones entre los personajes: ¿Quién ama a quién, quién ayuda a quién, quién depende de quién, quién desprecia a quién?
Esto modula y condiciona el efecto de sus rasgos de personalidad.
•Acciones de los personajes: Si bien el mundo interior de los
personajes transmite y modela actitudes, sus conductas externas lo hacen de forma mucho más elocuente. Después de sus diálogos morales internos, ¿qué acaban haciendo? Es únicamente
a través de sus acciones que sus pensamientos van a tener un
efecto sobre el mundo.
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•Consecuencias de esas acciones: ¿Qué resultados tienen las
acciones de los personajes? En el mundo de la narrativa, que
tiende a ser teleológico, la relación entre acción y consecuencia
casi nunca es aleatoria o desprovista de sentido: suele haber
una “justicia poética” que condiciona y modula, a su vez, el juicio moral que merecen las acciones. También hay que tener en
cuenta, sin embargo, que cuando el escritor fuerza la verosimilitud de esta “justicia poética” hasta caer en un “deus ex machina” poco creíble, el efecto puede ser contraproducente.
•Evolución de los personajes a partir de esas consecuencias. El
proceso de identificación entre lector y personaje se produce
de manera más poderosa hacia los cambios que experimentan
los personajes, que hacia sus estados o rasgos permanentes.
Nuestro radar moral capta mejor los objetos en movimiento.
El rumbo moral, positivo o negativo, en que un personaje realiza
un aprendizaje y experimenta un cambio, aunque sea pequeño,
es a menudo más relevante a la hora de modelar actitudes que
la calidad moral permanente de ese personaje.
•Mundo en el que tiene lugar todo lo anterior: ¿Con qué reglas
se rige el universo construido por el narrador? ¿Cuál es su historia, cómo devino en ser como es? ¿Qué tipo de gente manda
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en él, y quiénes son los oprimidos? Los mundos creados por los
autores tienen su propio “Zeitgeist” (alma de los tiempos), que
también modela actitudes, de forma más sutil y constante
que las consecuencias de los actos de los personajes.
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•La voz del narrador. No existe el narrador neutral. Incluso la
más aséptica y pretendidamente objetiva de las voces narrativas, tácitamente arroja un juicio moral sobre los acontecimientos. Aunque solo sea por la forma en que escoge qué elementos de la narración describirá y cuáles omitirá, igual que
el encuadre de un fotógrafo. Por supuesto, el narrador también puede pasar a hacer explícito su juicio moral, aunque lo
implícito es más poderoso porque tiende menos a despertar
una actitud crítica en el lector.
¿Y qué hay de la forma literaria?
Visto lo que ocurre en la narración, ¿qué pasa con la forma? Al margen de la tan inobjetivable “calidad literaria”, ¿qué elementos formales pueden transmitir valores?
•La elección de vocabulario (culto, elitista, limitado…).
•El registro lingüístico (coloquial, distanciado, irónico, sarcástico...).
•El tipo de humor (negro, subversivo, absurdo, inocente…), y hacia qué objetivos dirige su poder desmitificador y crítico.
•El uso de la elipsis (qué es lo que más o menos notoriamente se
decide omitir).
El resultado: la actitud del lector
La actitud final del lector, ya sea aspiracional o de
rechazo, hacia todo lo que se muestra en el texto,
está determinada por el resultado final de la interacción entre todos los elementos anteriores, y no
por ninguno de ellos de forma aislada. Este resultado nunca es completamente determinista, por
lo que a menudo es difícil predecir de forma única
y cierta esta reacción. Pero el análisis riguroso a partir de los elementos sugeridos, y un debate estructurado y argumentado entre los editores en aquellos casos que despierten controversia, puede ser una
buena herramienta de toma de decisiones.
No existe
el narrador
neutral.
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Todo esto puede sonar a verdad de Perogrullo, pero a veces me
han llegado unas cartas de protesta por parte de padres o profesores
ante determinados libros, con unos argumentos tan de pata de banco
para considerar que el libro promueve conductas indeseables, que os
aseguro que hacían necesario un texto como este. Los demás, tened
paciencia y no os deis por aludidos :-)
Así como en un libro la combinación de contenido y forma
literaria configura su propio mensaje (más allá de lo literalmente escrito), la combinación en la persona de lo vivido y de cómo es vivido evidencia al verdadero maestro.
Maestra en lo profesional y, aun más, en lo personal.
Cercana, solícita, sonriente, sabia y dispuesta. Y, más que
todo, mucho más que todo, “compañera del alma, compañera”. Gracias, Elsa.
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Paloma Jover (editora)
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Ilustración de Juan Ramón Alonso
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Cuarta de cubierta
30 mayo de 2015
Elsa Aguiar, la autora de este blog, ha fallecido hoy, 30 de mayo de
2015, a las 6:30, tras una tenaz batalla de cuatro años y medio contra
un glioblastoma, el más agresivo y, desgraciadamente, el más común
de los tumores cerebrales.
Elsa se ha agarrado a la vida con la tenacidad con que se agarró
a la edición, consiguiendo una supervivencia de cuatro años y medio, que supera en tres veces la sobrevida típica en esta enfermedad.
Empezó este blog con ilusión para compartir sus experiencias como
editora, y tras su diagnóstico lo mantuvo con entusiasmo y con tanta
frecuencia como le permitieron sus fuerzas. Os invito a que lo releáis
porque en él hay pistas para entender a la profesional y a la persona
que ahora perdemos.
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Si la vida es como un libro y nacer es la portada, morir sería la
cuarta de cubierta. A Elsa le encantaban las cuartas de cubierta, ese
espacio donde el libro se vuelve “meta” e intenta explicarse a sí mismo,
ese reverso reflexivo de la primera de cubierta que intenta provocar en el prospectivo lector una segunda impresión, más reposada
y reflexiva que la primera impresión impulsiva para la que se diseñó
la cubierta. Un espacio que es a la vez de clausura de la obra y de invitación para conocerla.
Mañana 31 de mayo de 2015, a las 12:00, se celebrará una misa en el
tanatorio de Collado Villalba a la que todos los que la queréis estáis
invitados. Posteriormente, con más tiempo, probablemente en el mes
de junio, organizaremos un homenaje para celebrar su vida y su trabajo, de cuya fecha y lugar informaremos aquí.
Un fuerte abrazo a todos,
César Astudillo
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Índice
Empezando (otra vez). . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
1
Mitos y realidades de la edición 1:
Nadie va a leer tu manuscrito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
13
Escribir bien y tener una buena novela no es lo mismo . . . . . . . .
16
¿Qué es un editor? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
18
¿Te suena iTunes? Pues aquí viene iBooks . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
22
5 consejos básicos si te vas a presentar a un concurso . . . . . . . . .
25
De qué se puede hablar en LIJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
26
Compromiso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
27
Mitos y realidades de la edición 2:
Las editoriales solo publican lo que vende . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
30
LIJ y terremotos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
32
¿Es tan raro que los escritores profesionales
ganen premios? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
34
¿Qué valores? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
36
Prescribir y recomendar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
38
¿Para quién se escribe?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
42
Publicar sin que te publiquen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
44
Prefiero que me publiquen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
46
Cinco cosas que no es la literatura infantil y juvenil . . . . . . . . . . .
49
Literatura y tecnología . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
52
LIJ y desarrollo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
55
Hechos de lectura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
57
Literatura “suficientemente buena” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
60
Se busca premio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
63
Buenas y malas razones para ser editor de LIJ . . . . . . . . . . . . . . . . .
66
Acerca de “Nada” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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El cuento del cuento sobre el que saltó Internet
en un callejón muy oscuro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
73
¿Tienen que tener sexo las novelas para jóvenes? . . . . . . . . . . . . . .
75
En respuesta a D. Gabriel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
78
¿Qué o cuántos? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
80
No es lo mismo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
82
Reivindicación del oficio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
84
Juntar el hambre con las ganas de comer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
87
Prepararse para tomarla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
90
Cuestión de prioridades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
92
Huellas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
94
Rompiendo el ojo de la cerradura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
96
Cuartas de cubierta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100
Transgredir ¿para qué? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102
Conectar con la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
Leer, editar y lo otro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
107
¿Un caballo más rápido? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
¿Se publica y punto? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Ven . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
113
Cinco frases que me desespera oír a un responsable editorial .
115
Que nos vean . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
116
Pautas para historias atractivas en veintidós tuits . . . . . . . . . . . . .
117
Las razones equivocadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120
La LIJ ante la red . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
La LIJ ante la red: una transformación inevitable
(artículo publicado en CLIJ ) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125
Hacer que pasen cosas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 139
La insoportable injusticia de que premien a otro . . . . . . . . . . . . . .
141
¿Proteger o protegernos?. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
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Acabar bien. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146
Buscamos primeras veces . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
En busca de una LIJ de nueva generación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
151
Ser y deber ser . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 154
Darse cuenta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 156
Escribir sobre niños, escribir para niños,
escribir como niños . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 158
Mediaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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A vueltas con la transmisión de modelos
en los textos literarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162
Cuarta de cubierta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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xtraordinaria
Para mí, Elsa era una persona Extraordinaria. Creo que me quedo
con esa palabra.
Nuria Vallina
Editora Ejecutiva Educación Primaria SM España
uchadora
¿Qué por qué una luchadora? Porque era una cabezota y cuando decidía algo no había
quien la convenciera de lo contrario; por eso luchó todos estos años sin descanso
contra ese “bicho antipático”, así lo llamaba ella. La recuerdo entrando en la “pradera”
con su mochila colgada al hombro, su pelo suelto y esa sonrisa tan característica. Siempre dispuesta a escucharte el tiempo que hiciera falta. Era un gustazo trabajar con ella
porque te lo hacía todo fácil, te hacía sentirte muy bien. Feliz con sus niños, con su
familia, apasionada con su trabajo, siempre salía de la editorial cargada de originales
que se le escurrían entre los brazos y todavía sacaba tiempo en casa para seguir leyendo. ¡Increíble! Y al día siguiente, más de lo mismo: risas, cariño, complicidad, ternura, cercanía. Esa era Elsa.
María Merchán
Asistente Unidad Mercado General SM España
enda
Si la senda es ese camino amable que se recorre mejor en compañía, sin agobios, con paz y tiempo por delante, degustando la
amistad y el paso compartido, esa senda se llama Elsa. Por siempre
entrañable compañera de camino.
Luis Aranguren
Gerente Global Publicaciones PPC
fable
Elsa era afable porque siempre sonreía. Porque te hacía
sentir valioso. Porque no malgastaba energía en protestas
ni perdía el tiempo en rechazos. Porque tratar con ella te
hacía ser mejor persona.
Paco Carvajal
Gestor Producción LIJ SM España
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miga, alegre, animosa, apasionada
AMIGA con mayúsculas, siempre dispuesta a tender una mano, casi invisible. AMIGA entregada a sus amigos, en momentos felices y en momentos difíciles. Rabiosamente, ALEGRE.
Sinceramente, es difícil encontrar a alguien que siempre se mostrara alegre como Elsa...
Su optimismo le llevó a conseguir muchas cosas que para otros hubieran sido inalcanzables. Apasionada por sus AMIGOS, a los que demostraba una fidelidad extrema. María José Sanz
Editora colaboradora SM España
ran humanidad
Su mirada, su mirada… refleja todo lo que ella era. Su mirada estaba llena
de comprensión, de ayuda, de agradecimiento, de cariño, de esfuerzo, de
lucha, de alegría… la esencia de todo buen ser humano.
Carmen Palomino
Técnico Comunicación Corporativa SM
mbral...
… al quehacer signado de nuestra casa: veterana; a las bondades del obrar ajeno:
colega; al oficio en su acepción venidera: aventajada aprendiz. Invitaba a pasar,
allanaba el paso, a esos salones de amplio fondo. Incitaba a empujar la puerta
entreabierta, una puerta ululante de cascabeles, que eran su risa brisa. Resuenan.
Talía Lierca Rivera
Editora LIJ SM Puerto Rico
maginativa e independiente
Elsa era así. Tenía una percepción de la realidad muy personal.
Decidía y obraba con criterio propio.
Carmen Corrales
Coordinadora Diseño Edición Religiosa
pasionada
Siempre he considerado que vivía con pasión lo que hacía, en todos los ámbitos de su vida:
apasionada por su familia, por su trabajo, por la literatura, por la educación, por devolver
a la sociedad parte de lo que recibía de ella (por ejemplo, colaboraba con la asociación de
partos múltiples) y de esta forma hacer que este mundo sea un poco mejor. En definitiva,
Elsa era una apasionada por la vida, según mi opinión.
Irene Cuquerella
Gestor Marketing Unidad Mercado General SM España
esolución
Al momento de conocerla, Elsa me impresionó por su fuerza, energía, vigor y optimismo, características que comúnmente asociamos a la juventud, incluso a la adolescencia. Pero a medida que la conocí más, me di cuenta de que también residía en ella
una inmensa sabiduría, experiencia, dignidad y convicción, incluso un instinto maternal con sus compañeros; todo esto, algo propio de la experiencia que dan los años.
¿Cómo entender que una persona sea tan joven y tan sabia a la vez? Aún no lo sé. Solo
sé que todo se resume en una inmensa resolución que emanaba de todo su ser; una resolución ante su oficio, su trabajo, sus amores; ante su vida y también ante su muerte.
Sergio Tanhnuz
Gerente Editorial LIJ SM Chile
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