Asimov Isaac

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Asimov Isaac
Asimov Isaac. Cronología de los descubrimientos. Barcelona: Editorial Ariel. pp.144 –
145. 1990.
Caída de los cuerpos
Aristóteles había establecido que cuanto más pesado era un cuerpo, más
rápidamente caía. Esa afirmación parecía razonable. ¿Por qué un cuerpo más pesado no
había de caer con más rapidez? Está claro que la Tierra lo atrae con más fuerza; de otro
modo no sería más pesado. Y si uno ve caer una pluma, una hoja o una piedra, al punto
se percata de que la piedra cae con más rapidez que la hoja y ésta con más que la pluma.
El problema radica en que los objetos ligeros son frenados por la resistencia del
aire; no deben, por tanto, considerarse sólo relativamente pesados. Si se observa la caída
de dos piedras, una que pese medio kilo y otra que pese cinco, la resistencia del aire es
insignificante en ambos casos. ¿Cómo percatarse entonces de que la piedra de cinco
kilos cae, pese a todo, más aprisa que la de medio kilo?
Se cree que en 1586 Simon Stevin dejó caer dos piedras a la vez, una
considerablemente más pesada que la otra, y demostró que ambas golpeaban el suelo al
mismo tiempo. Relatos posteriores pretenden que fue Galileo quien realizó esta
demostración, dejando caer simultáneamente diversos pesos desde la Torre inclinada de
Pisa. Una y otra historia pueden ser o no ciertas.
Pero sí es cierto que en 1589 Galileo emprendió una serie de meticulosas
pruebas con caída de cuerpos. Estos caían con demasiada rapidez como para facilitar la
medición de la velocidad de caída, en especial porque aún no había manera adecuada de
medir períodos breves de tiempo.
Galileo dejó rodar bolas por planos inclinados, y cuanto menos pronunciada era
la pendiente, más despacio se movían las bolas, impulsadas por la gravedad, y más
fácilmente podía ser medida su velocidad de caída con métodos primitivos, como el
goteo del agua a través de un orificio. De este modo, Galileo encontró muy fácil
demostrar que mientras las bolas eran lo bastante pesadas como para que la resistencia
del aire fuera inapreciable, rodaban por un plano inclinado a la misma velocidad.
También fue capaz de demostrar que las bolas rodaban plano abajo con una
aceleración constante, o sea que ganaban velocidad de manera constante en una unidad
de tiempo, bajo el empuje asimismo constante de la gravedad.
Dejó sentado otro punto importante. Aristóteles había sostenido que a fin de
mantener en movimiento un cuerpo, debía aplicársele una fuerza continua. Esto también
parecía corroborarlo la observación. Si se dejaba deslizar un objeto por el pavimento, no
tardaría en perder velocidad hasta detenerse. Para que continuara moviéndose, era
necesario seguir empujándolo.
Por esta razón, se creía que los planetas, en su eterno movimiento en torno a la
Tierra, debían ser continuamente impulsados por ángeles.
Las observaciones de Galileo demostraron que no era necesario ese empuje
continuo para mantener un objeto en movimiento, si se suprimía la fricción. Si la
gravedad ejerciera un empuje constante, por ejemplo, un objeto se movería a una
velocidad constantemente creciente. En consecuencia, no eran necesarios los ángeles
para que los planetas siguieran moviéndose.
Los experimentos de Galileo sobre el movimiento de los cuerpos impresionaron
a tal punto, que si bien no fue el primero en llevarlos a cabo -Pedro Peregrino le
precedió en más de tres siglos -, por lo general, se le atribuye el mérito de ser el
fundador de la ciencia experimental.

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