¿qué pasará con nosotros?

Transcripción

¿qué pasará con nosotros?
¿QUÉ PASARÁ CON NOSOTROS?
Sergio Cossa
Lo primero y necesario es presentarme,
para que su imaginación no comience a
volar en el intento de descubrir quién le
habla. Soy un libro y llevo sesenta años en
esta biblioteca. Uno de los más viejos por
acá.
Finalizado el debate entre los que
compartimos este mueble, me eligieron
como interlocutor en consideración de mi edad y de mi género: hablo de historia. Y
entre todos queremos contarle la nuestra.
Es mi deber ubicarlo en el espacio: somos unos doscientos en la pared de la casa de
Ernesto. Hay varios estantes y yo los miro desde arriba, aunque no siempre estuve tan
alto.
Como le digo, mi especialidad es narrar hechos cronológicos y así puedo comenzar
contándole que llegué cuando Ernestito salía de su niñez. Compartí una pila de libros
que había en su mesa de estudio. Si uno carga con el pomposo nombre de “Historia
Universal de la Humanidad”, es lógico que haya nacido obeso, con la consecuencia de
acabar siempre debajo del resto en esa pila. Pero no me molestaba: fui el preferido del
joven y muchas veces descansé junto a su cama.
La presunción de mi comentario no debe apartarme del cometido, aunque puedo
agregarle que solo yo quedo de aquellos primitivos libros de estudio.
Después Ernesto comenzó la universidad y sus padres le regalaron este hermoso
mueble de roble donde vivimos.
Poco a poco se fue poblando con algunos que ya son viejos amigos, como ese
sabelotodo que es el diccionario y la engreída enciclopedia Salvat. Al principio nos
observó altanera, con sus dibujos y fotografías a todo color, pero la pusimos en su
lugar con la llegada de los especialistas.
Así los llamamos porque los agregó Ernesto mientras cursaba su carrera. Ellos le
sacaron ventaja a cualquiera en temas como “el sistema nervioso central” o “válvulas y
ventrículos del corazón”.
Fue en esa época que nació en Ernesto el amor por la lectura y se incorporaron a los
estantes, el célebre Don Quijote, Hamlet, Los Miserables. También con ese fin llegaron
otros que ostentaron el título de “best sellers”, unos soberbios que solo entre ellos se
comunicaban. Cuando ganamos confianza, uno me confesó que Ernesto ni siquiera
terminó de leerlo.
No me detendré en relatar pormenores familiares. Le puedo decir que con el paso del
tiempo, dejamos de ver por la casa a los padres de Ernesto. Luego apareció su esposa y
después nacieron sus dos hijos.
Los niños insuflaron aire fresco a la biblioteca gracias a la juventud de Tom Sawyer,
Alicia, los enanos de de Blancanieves que asomaban por cualquier lado y ese
cascarrabias del Pato Donald.
Fueron años de felicidad, nos leyeron sin descanso y nos sentíamos imprescindibles.
Una noche de invierno entró gente desconocida. Con modales violentos revolvieron la
casa, ante la mirada acongojada de Ernesto y su familia. Uno de esos extraños
comenzó a examinarnos. Leyó nuestros nombres y nos sacó para hojearnos. Cada
tanto arrojaba al piso con desprecio al que tenía en sus manos. Allí terminaron amigos
como la tía Julia y el escribidor y también el elefante, de la Bornemann, que estaba
orgulloso porque tenía una hermosa dedicatoria de su autora para los hijos de Ernesto.
En los estantes, Hansel y Gretel lloraban sin consuelo, abrazados a Pinocho. Algunos,
muertos de miedo, miraron para otro lado como si ignoraran lo que ocurría.
Al final de tanto salvajismo, se llevaron a Ernesto y a treinta de nuestros amigos.
Pocos días después, partieron su esposa y sus hijos.
La casa permaneció deshabitada mucho, mucho tiempo. Largos años en que nos cubrió
el polvo y la humedad enfermó a varios. Habría sido insoportable si no hubiésemos
tenido tanto conocimiento para compartir.
Una mañana se abrió la puerta y la claridad nos encegueció cuando entró Ernesto. ¿Es
necesario explicar lo que sentimos al verlo? Regresó solo, con su cabello negro
salpicado de canas. No era el mismo. Taciturno, se ausentaba durante el día y luego
pasaba las noches en soledad, leyéndonos en su sillón preferido.
Envejecimos en mutua compañía. A veces arribaba alguien nuevo a la biblioteca. Con
sus tapas plastificadas y su blancura pasaba una mirada socarrona sobre el resto. ¡Ya lo
quiero ver dentro de cincuenta años si logra sostener la entereza de muchos de
nosotros!
La otra noche vimos cuando Ernesto habló por teléfono y luego cayó al suelo.
Comprendimos que algo estaba mal, porque lo trasladaron en una camilla.
Pasaron días en los que entró y salió gente. Después apareció usted. Pasó al frente
nuestro sin mirarnos. Recorrió la casa; se llevó algunos muebles… En este momento lo
observamos mientras lee en su notebook, sentado en el sillón de Ernesto y decidimos
comunicarnos.
No sé cómo sonará mi voz en su mente. ¿Se escuchará igual a su propia voz? Tal vez
habría sido mejor que le hable desde mis páginas Cleopatra, esa eterna seductora, o
tocaría más profundo el sonido cristalino de nuestro Principito…
En realidad no interesa quién hable, lo esencial es la historia, nuestra historia. Ahora la
conoce. Está al tanto de cuánto dimos y de lo que somos capaces aún de enseñar.
Suponemos que Ernesto no regresará. Entonces solo queda usted a quien preguntarle:
¿Qué pasará con nosotros?
FIN
Sergio Cossa
http://sergiocossa.blogspot.com/

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