El estrago materno y la relación con el partenaire Dalila Arpin
Transcripción
El estrago materno y la relación con el partenaire Dalila Arpin
El estrago materno y la relación con el partenaire Dalila Arpin Psicoanalista. Miembro de la ECF - AMP y de LATIGO París - Francia El psicoanálisis permite distinguir la posición femenina de la materna. La primera se distingue de la posición masculina por no estar subordinada al significante fálico. El goce femenino se sitúa más allá del falo y en este sentido, no está bordeado ni circunscripto a esta función. Es considerado como varón aquel sujeto portador del órgano que toma luego un valor fálico. En cambio, para la niña, ningún significante viene a nombrar su ser mujer. De este modo, la posición femenina se caracteriza por la carencia del falo y al no estar circunscripta a él, su goce no conoce límites. La posición materna es diferente, si bien ambas posiciones pueden coincidir en el mismo sujeto. La mujer entra en el Edipo como madre, como dice Lacan en Aun, y el hombre la ve como tal, dado que los caracteres secundarios de la feminidad son en general los caracteres de la madre, pero ambas posiciones tienen marcadas diferencias. Para Freud, la niña sale del Edipo con la esperanza de obtener algún día el niño que vendrá suplir su falta de falo. De este modo, el niño se presenta como objeto capaz de remediar a la castración. La posición materna tiene entonces relación con la castración mientras que la posición femenina se sitúa más allá de la misma. El goce femenino es un goce sin límites y esto puede afectar la función materna. La madre puede presentarse como insaciable, voraz. Es entonces que encontramos la figura del estrago. En el estrago podemos ubicar ya sea la madre-cocodrilo para ambos sexos, ya sea la difícil relación madre-hija. De la primera, Lacan dice en “El reverso del psicoanálisis”: “el rol de la madre es el deseo de la madre. El deseo de la madre no es algo que se pueda soportar así nomas, que nos sea indiferente. Esto conlleva ciertos perjuicios. Un gran cocodrilo en la boca del que ustedes están, eso es la madre.”1 Examinaremos entonces el estrago a la luz del psicoanálisis para luego ilustrar de qué manera el estrago materno influye en la relación con el partenaire en el caso de Hannah Arendt. En “Algunas consecuencias de la diferencia sexual anatómica”, Freud plantea una diferencia radical en el desarrollo de la vida sexual entre el varón y la niña. Para el primero, el objeto sexual es siempre el mismo, la madre, así como el rival, es siempre el padre. La actitud edipica del varón forma entonces parte de la fase fálica y sucumbe a la angustia de castración. Es el interés narcicistico por los propios genitales. De este modo, para el varón, el complejo de Edipo tiene un término bien preciso. La disposición bisexual hace que en el varon también pueda encontrarse un desdoblamiento entre lo activo y lo pasivo, de tal manera que el niño puede también querer sustituir a la madre para quedarse junto al padre. Es la actitud femenina que puede dar lugar a la homosexualidad masculina. En el varón, también puede identificarse un aspecto que corresponde a la prehistoria del Complejo de Edipo y que se caracteriza por una identificación de índole cariñosa con el padre. Las amenazas de castración que pueden aparecer ante las conductas masturbatorias confrontan al varoncito con la posibilidad de la pérdida de los genitales y ponen fin a la fase edipica. En cambio, para la niña, el objeto sexual es primeramente la madre. El complejo de Edipo tiene entonces una prehistoria en la niña. Esta fase pre-edipica llega a su fin cuando la niña descubre la existencia del órgano peniano. Ya sea que advierta el pene de un hermano o de un compañero de juegos, la niña lo reconoce como superior a su propio órgano pequeño “e inconspicuo”, dice Freud, y “desde ese momento cae víctima de la envidia fálica”, o Penisneid. Freud señala un contraste interesante entre los dos sexos, en este sentido. Cuando el varon descubre la ausencia de genitales de la niña, se muestra poco interesado o incluso no ve nada o repudia la percepción. Solo cuando más tarde, una amenaza de castración ha ejercido sobre él una cierta influencia, el recuerdo de la visión de la región genital femenina se activa y surge la angustia de castración. Es decir, la amenaza podría tener lugar efectivamente y entonces el varón puede reaccionar de dos maneras distintas con respecto a la feminidad: ya sea el horror hacia esta criatura mutilada, ya sea con el triunfante desprecio de la misma. Lacan va a considerar esta actitud como una dificultad del hombre con la feminidad, que él llama “hétéros” y que él hace extensivo al goce femenino. El horror por el hétéros puede llevar a los hombres a encerrarse en la lógica del Uno y evitar así al máximo el encuentro con el “Otro”. 1 Lacan, J., Seminario 17. “El Reverso del Psicoanálisis”., Buenos Aires., Paidós., 1992., p. 118. En cambio, la niña reacciona inmediatamente a la percepción del órgano masculino: lo que ha visto ella no lo tiene y quiere tenerlo. Este descubrimiento puede dar lugar a lo que Freud llamaba “el Complejo de masculinidad de la mujer”. Este complejo puede trabar el desarrollo de la feminidad si no es superado precozmente. Así, una mujer puede tener la esperanza de que obtendrá alguna vez el pene y será igual al hombre. En ciertos casos patológicos, la mujer puede reaccionar con una denegación (renunciamiento), que podemos asociar al mecanismo que Lacan llamaba “forclusión” de su ausencia de pene y tener la certeza de que ella si posee un pene y se conduce como si fuera un hombre. Es importante subrayar que es una posición en donde hay rechazo de aceptar la castración, que en la niña esta desde el comienzo. Esta ausencia de pene en la nina es del orden de una privación mas que de una castración, la cual interviene en el psiquismo como amenaza, fundamentalmente y que es propia del psiquismo masculino. Estas distintas posiciones pueden dar lugar a figuras clínicas diferentes, como la reivindicación feminista, la homosexualidad, etc. En el siglo XXI hay una toma franca de posiciones de las mujeres que ocupan lugares tradicionalmente asignados a los hombres. Diferentes figuras femeninas ilustran este punto : la mujer de negocios, la Canciller o la Cougar. Freud detalla a continuación la las consecuencias psíquicas de la envidia en la niña, en la medida en que éstas no son absorbidas por el complejo de masculinidad. Las consecuencias psíquicas del descubrimiento de la diferencia sexual anatómica son : el desprecio por su propio sexo vivido como defectuoso, los celos femeninos, la rebelión de la niña pequeña contra la masturbación y el relajamiento de los lazos cariñosos con el objeto materno. Es ésta ultima que constituye el estrago materno. La niña atribuye a la madre la ausencia de genitales masculinos y le dirige un reproche en este sentido. De una manera más general, podemos considerar los reproches que la niña dirige a la madre como un derivado de esta consecuencia de la envidia fálica. En la clínica de la relación madre-hija, encontramos infinidad de situaciones en las cuales la niña dirige reproches a la madre y que tienen su raíz profunda en este aspecto de la envidia fálica. Freud considera que esta tercera consecuencia puede ser también el resultado de la segunda, es decir, que el relajamiento de los lazos cariñosos con la madre sea la resultante de los celos experimentados hacia un hermano o hacia otro varoncito de la familia. El relajamiento de los lazos cariñosos con la madre puede llegar a manifestarse como una verdadera hostilidad o también como un deslumbramiento por la figura materna. Para Lacan, este proceso es mas complicado. Freud acostumbraba a decir que el primer marido correspondía al modelo materno y que el segundo, al paterno. Para Lacan, es con la madre que se juega la partida, cualquiera sea la cantidad de partenaires. Asi, para Lacan, en la vida amorosa de la mujer, detrás del partenaire, se esconde la relación a la madre. Allí donde para el hombre el goce siempre tiene algo de limitado, de circunscripto, de contabilizable, para la mujer, el goce es ilimitado, es un conjunto abierto. Y esta característica del amor femenino de desembocar en lo ilimitado tiene sus raíces en el amor materno. Es a la madre a quien la niña dirige su amor en primer lugar, como lo muestra la investigación freudiana. Y este amor que la niña dirige a su madre esta teñido de la demanda de amor. Es la misma demanda que la mujer dirige más tarde al partenaire. En esta demanda se escucha algo de lo ilimitado del amor femenino que es un eco del goce femenino. Lacan considera que la envidia del pene es un fantasma2. En su decepcion, la niña se vuelve hacia el padre, pero termina comprobando que su pedido no puede ser satisfecho. Sin esta es una herida incurable. Lacan sitúa esta falta en la niña como una privación. Esta no puede ser sobrepasada y el amor no puede nada en este caso. Todos los esfuerzos del hombre son vanos, dice Lacan. El hombre cree que aportando el falo que no tiene a la mujer, la alivia, pero en realidad no hace sino reavivar su herida. La demanda de amor de la niña recubre en definitiva la pregunta que la atormenta: “qué es una mujer”? Un varón es el sujeto que está dotado de un órgano fálico. En cambio, no hay ningún significante capaz de responder a la pregunta por la feminidad. Si del lado masculino tenemos un conjunto completo por la presencia del significante fálico, del lado femenino, tenemos el no-todo, es decir, un conjunto que se define por su apertura, su infinitud. No hay un significante capaz de abarcar a todos los otros significantes como en el conjunto fálico. Es la falta de significante que caracteriza a la feminidad y esto determina la dificultad principal en la relación madre-hija. Es lo que Lacan ha llamado “estrago”. El estrago es la otra cara del amor, como dice Miller en “El hueso de un análisis”3. Es un retorno marcado por el infinito del no-todo del lado femenino. Un estrago es entonces una devastación que no tiene límites y hay que tener en cuenta esta posibilidad cuando un hombre es la pareja de una mujer. Es el lugar que un hombre puede llegar a tomar para una mujer. Lacan dice en el seminario “El sinthome”, que una mujer es para un hombre un síntoma pero que un hombre puede llegar a ser para una mujer algo peor que un síntoma, una aflicción peor que un síntoma, un estrago”. Esto quiere decir que una mujer viene al lugar del objeto para un hombre, un objeto condensador de goce, circunscripto. Para la mujer, un hombre puede convertirse en un estrago porque su goce está marcado por el “no-todo”. Este lugar está caracterizado, como dijimos, por una ausencia de órgano, una ausencia de significante y en consecuencia, una ausencia de límites. Hay que aclarar que no se trata del no-todo en el sentido aristotélico, es decir, el no-todo en el sentido del todo al que le faltara una parte para ser completado. Es el no-todo que introduce Lacan, es decir, un universo que está más allá del todo, que no tiene los límites del todo fálico. En francés, estrago se dice “ravage”. En este término encontramos la raíz “ravir”, que significa llevar consigo, por la fuerza o por sorpresa, arrebatar, quitar, sacar rápidamente algo, como robar o pillar, pero también encantar, deslumbrar. Por ejemplo, cuando una mujer es encantadora, se dice que es “ravissante”. El libro de Marguerite Duras, “Le ravissement de Lol V. Stein”, puede traducirse como “El arrebato o el deslumbramiento de Lol V. Stein”. Entonces, un hombre puede ser una devastación para una mujer pero también la causa de su deslumbramiento. El sentido clásico de “deslumbramiento” ha sido comentado por JAM como un estado de 2 3 Lacan, J., Seminario 5 “Las Formaciones del Inconsciente”., Buenos Aires., Paidós. 1999., p. 285. Miller, J.-A., “El hueso de un análisis”., Buenos Aires., Tres Haches., 1998., p. 81. felicidad extrema, una transportación, como en el caso de los místicos. Es estar atraído, raptado por una fuerza. Entonces, el “estrago” hay que entenderlo en un sentido amplio no solo de devastación, de destrucción, sino también de “rapto”, de deslumbramiento. Esto nos da una amplia gama de situaciones posibles, que podemos encontrar en la clínica femenina. En cierta forma, podemos hacer extensivo el estrago amoroso al masoquismo femenino, como lo propone Miller4. El masoquismo femenino no es otra cosa que la erotomanía. Lo que cuenta no es que él le pegue, sino que desde el punto de vista del hombre, ella se ubique como su objeto y que desde el punto de vista de la mujer, ella esté en relación al goce ilimitado que puede llevarla a aceptar lo inaceptable. En el Atolondradicho, Lacan dice: “la elucubración freudiana del complejo de Edipo, que hace de la mujer, pez en el agua, por ser la castración en ella inicial (Freud dixit), contrasta dolorosamente con el hecho del estrago que en la mujer, en la mayoría, es la relación con la madre, de la cual parece esperar como mujer más sustancia que de su padre-lo que no va con su ser segundo en este estrago”. Para Lacan, el así llamado “complejo de Edipo” es un mito, necesario para orientarse en la estructura, pero a la vez insuficiente para dar cuenta de lo que se trata. No debemos dejarnos enceguecer por la orientación hacia el padre que este mito presenta. Para la mujer, aunque se trate del estrago en la relación al padre, la relación de estrago propiamente dicha es con la madre. Podemos interpretar esta frase de Lacan como una invitación a buscar, detrás del estrago paterno, el estrago materno. Y esto es en función de lo que la niña espera de la madre, es decir, no tanto que la madre le proporcione el órgano faltante, como dice el mito freudiano, sino que la madre responda a la pregunta por la feminidad. Es ésta la sustancia que la niña espera más de la madre que del padre. Ahora bien, no se trata de que las respuestas de la madre sean más o menos buenas o que la madre sea o no capaz de responder, sino que no se sabe lo que es una mujer, ni en qué consiste el goce femenino. El goce femenino es algo de lo que no se puede decir nada, tampoco. Hay que experimentarlo, como los místicos. La salida es por el lado de la invención: cada mujer, una por una, podrá inventar su propio modo de ser mujer… y madre. El caso de Martin Heidegger y Hannah Arendt es particularmente ilustrativo de cómo el estrago materno se transforma en un estrago en la relación con el partenaire. Hannah y Martin, un amor devastador 5 Hannah Arendt conoce a Martin Heidegger cuando ella es alumna de Filosofia en Marbourg. Ella tiene 18 años y él, 34. 4 5 Ibidem, p. 84. Agradezco a mi amigo Fabian Fajnwaks los intercambios que tuvimos con respecto a este tema. Antonia Grunenberg supone que ella estaba fascinada por el joven profesor, así como la mayoría de sus camaradas, que lo llamaban “el pequeño mago de Messkirch”, el lugar de donde él era originario, ya que maravillaba los estudiantes con sus cursos. A los 60 años, Hannah aun lo recuerda como aquel que le había hecho descubrir que se podía pensar, vivificando el pensamiento. Hannah y Martin fueron amantes durante un año. La relación se mantuvo durante toda la vida de ambos si bien conoció distintos periodos. Martin Heidegger fue para Hannah un partenaire-estrago. Desde el principio de la relación, ella se queja de su falta de reconocimiento. En una de las primeras cartas, ella relata una gran angustia que sintió cuando su amante no vino a una de las citas que habían fijado. Una angustia cotidiana que es para ella misma misteriosa. Esta falta de reconocimiento que la asalta en permanencia encuentra sus raíces, como decíamos en una escena infantil que vuelve sobre la escena a propósito de la relación con Martin. Del trauma al estrago En septiembre de 1930, ella acompaña su primer marido a la estación. Allí encuentran por casualidad a Heidegger que va a tomar el mismo tren. Ella está frente a Martin en el andén luego de un momento y aunque éste la mira de manera furtiva, no la reconoce. La angustia la estremece. El tren esta a punto de partir, Heidegger está en el vagón del tren con Günter, el marido de Hannah y la escena se repite: nadie la mira: “uds. dos allí arriba y yo sola y desamparada frente a la situación”, dice Hannah en una carta posterior a Martin. “no quedaba nada más en mí, como siempre, que dejar hacer y esperar, siempre y siempre esperar”. Podemos considerar la redacción de esta carta como un esfuerzo de “tratar” esta angustia. El recuerdo infantil que le viene a la mente es un cuento que su madre le contaba. Un enano tenía una nariz que se alargaba desmedidamente al punto de convertirse en alguien irreconocible. Su madre se divertía haciendo como si fuera el caso con su hija. Hannah gritaba entonces hasta quedase sin aliento y decía: “basta, mamá, reconoce tu hija!” La evocación de este recuerdo muestra el eje principal de su relación al Otro: ser reconocida. Si el juego se transforma en algo angustioso es porque toma el lugar del fantasma. Es este mismo punto precisamente que se toca cuando parte el tren y que desencadena una gran angustia, de la cual ella ya había hecho parte a Martin en una carta cinco años antes, llamada ” “Sombras”. Ella describe allí una “devastacion interior, el desasosiego de una juventud traicionada, una opresión que se infligía ella misma, a su propia carga, de tal manera que ella quedaba fuera de su propia vista, se volvía irreconocible6 y obstruía todo acceso a ella misma”. La respuesta de Heidegger no hace sino aumentar el estrago. El le dice que la olvidara cada vez que le sea necesario, siempre que su trabajo alcance la fase de concentración última. Martin, el estrago En esta larga y sinuosa relación, se destacan los reproches que Hannah dirige a Heidegger cuando se entera que él se ha hecho miembro del partido nazi. Estos reproches vehementes aparecen mientras que toda relación entre ambos esta interrumpida, de ahí su importancia. Ella quiere verificar la veracidad de los rumores que circulan al respecto. Heidegger se defiende diciendo que se trata de calumnias y de quimeras. Sin embargo, sabemos por la correspondencia con Jaspers, que ella lo consideraba en esa época como un “monstruo, un ser que ha perdido la razón y todo sentido de la dignidad”. Ella piensa que cualquiera fuere la presión del partido para afiliarse luego de haber sido nombrado Rector de la Universidad, él debería haber resistido y renunciado, si hubiera sido necesario. Ella va hasta considerarlo como un total irresponsable. Esta misma entereza que ella sabrá expresar con respecto a los Consejos judíos, en el juicio a Eichmann como veremos. Sin embargo, a pesar de esto, ella reanuda con él en los años 50. En este intervalo, Hannah –que se había casado y separado de Günter Anders, se casa con Heinrich Blûcher y emigra a EEUU. Hannah comienza un largo trabajo de difusión del pensamiento heideggeriano en lengua inglesa. Ella se encarga también de revisar las traducciones de los libros de Heidegger en inglés. En esta época tiene lugar una escena memorable. Hannah se presenta en el domicilio de los Heidegger y le exige que elija entre ella y su mujer. Elfriede, que ya estaba al corriente de la relación, sumergida en la angustia de la situación, tiene un lapsus y dice “su marido” en lugar de “mi marido”. Dice también saber que Martin debe mucho a Hannah en su elaboración intelectual. Heidegger trata de calmar los ánimos y la situación permanece intacta. Lo que Hannah no sabe es que esta infidelidad que Martin le confiesa a su mujer no es la primera ni la última. Heidegger tuvo otras aventuras con mujeres intelectuales que estimulaban su creatividad intelectual y que luego él pretendía presentárselas a su mujer. 6 El subrayado es nuestro. Diez años después, Hannah envía un ejemplar de su libro “La condición humana” a Heidegger diciéndole que “no se lo dedica”. Ella lo hubiera hecho si “todo se hubiera pasado como debería entre nosotros”. En la última parte de esta relación, la rivalidad intelectual se mantiene y la tensión es importante. Es también en esta época que Heidegger va cumplir 80 y que Hannah le rendirá homenaje en un texto de gran belleza. Del estrago al sinthome: Según los especialistas, Hannah debe mucho al pensamiento de Heidegger. Ella piensa siempre con o contra él. En este sentido, podemos avanzar la hipotésis siguiente: la famosa noción de la “banalidad del mal”, que le procurara el reconocimiento internacional, pudo ser para ella un modo de invertir los efectos de su propio estrago? Es con esta noción que ella obtiene un reconocimiento internacional por fuera de la esfera universitaria americana y europea. Es ella misma que pide a la revista New Yorker ser enviada a Jerusalén para hacer una cobertura periodística del juicio de Eichmann. En este juicio, ella se encuentra en posición de hacer la crítica de un oficial alemán que se hizo nazi al mismo tiempo que Heidegger. Podemos preguntarnos si no se trata de un juicio a través de otra persona. Sus artículos provocaron un gran escándalo justamente porque no condenaron a Eichmann. Siendo que el juicio había estado organizado para hacer justicia, en la persona de Eichmann al nazismo en general, las observaciones de esta filosofa no fueron en el mismo sentido. Ante la sorpresa general, ella vio en el antiguo nazi un triste oficial que hacia su trabajo a la manera de un funcionario. Ella vio en este planificador de segundo rango del genocidio judío, alguien para quien el mal era banal y que, lejos de haber sido un monstruo, como lo pretendían los jueces israelíes, había entendido hacer bien su trabajo y obedecer a las órdenes que le habían sido dadas. Ella fue más lejos aun poniendo en cuestión el trabajo de los Consejos judíos. Para ella, la tarea abyecta de denunciar a sus propios hermanos era inaceptable. No hace falta decir que luego de estas declaraciones, la comunidad judía internacional no la vio con buenos ojos. La noción de la “banalidad del mal” es la más conocida de todo su pensamiento filosófico. Podemos ver en este gesto, que marca su trayectoria para siempre, las huellas del estrago materno? Ella llega a obtener el reconocimiento faltante de su madre, que estuvo ausente también luego en su relación con Heidegger. Sin embargo, es un reconocimiento marcado a fuego por el sello del desamor. Más allá de la posición que se tome al respecto, podemos interrogar su obra filosófica como una manera posible de invertir los efectos del estrago en efectos de creación. La noción de la banalidad del mal, aunque ella haya vuelto sobre ésta para corregirla diciendo que el mal no es banal, sino radical- es el punto más conocido de su pensamiento filosófico y no cesa de suscitar respuestas y reacciones. La última de ellas, la película de Claude Lanzmann, “Le dernier des injustes” (2013), en homenaje al rabino Benjamin Murmelstein, último presidente del Consejo judío del ghetto de Theresienstadt. El trabajó en primera línea con Eichmann y precisa claramente que si algunos lo consideran un “hombrecito banal”, era sin embargo un monstruo… ***