UAUA - La Mirada de los Jovenes

Transcripción

UAUA - La Mirada de los Jovenes
Mención
T
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L
E
A
N
A
B
A
I
L
U
AZUL
por Marta Susana San Martín
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La abuela María dejó caer, ¡plop!, su hermosa sonrisa de porcelana, en el vaso con agua que estaba sobre su mesa de noche.
—¡Cómo me gustaría ver una ballenita azul, en lugar de mis
dientes, nadando y nadando en el agua del vaso, feliz y contenta, como si estuviera en un ancho mar!
Facundo, que andaba por allí, esperando que la abuela María se
metiera debajo de la montaña de frazadas, oyó estas palabras.
Y, como un deseo de su abuelita era una orden para él, decidió
que cuando todos en la casa estuvieran dormidos, sus papás, su
hermanita Lucrecia, el tío Felipe, el gato, el perro, los tritones, el
lagarto, las cotorras, la pareja de canarios, la isoca, la araña Manuela y Teresita, la cocinera, vería cómo se las ingeniaba para conseguir una ballenita azul.
Facundo fue al cuarto de Lucrecia caminando sobre las puntas de sus pies.
—Ieennk —se quejó la puerta cuando
Facundo la abrió.
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Pero ni Lucrecia, ni el tío Felipe, ni el gato, ni el perro, ni los tritones,
ni el lagarto, ni las cotorras, ni la pareja de canarios, ni la isoca, ni
la araña Manuela, ni Teresita, la cocinera, oyeron el quejido.
“Debe haber una ballenita azul entre los juguetes de mi hermana”, pensó Facundo, y, tan silencioso como una lombriz de
tierra, se puso a revisar los cajones y las cajas y los arcones
y los armarios y las pilas y pilas de juguetes que, como un
inmenso mar, llenaban el cuarto.
Después de mucho buscar, Facundo encontró dieciocho tiburones, veintitrés estrellas de mar, siete lobitos marinos, un pulpo
sin un tentáculo y un calamar gigante, pero no encontró una
pequeña ballena azul para que nadara y nadara, feliz y contenta, en el agua del vaso que estaba en la mesa de noche, al
lado de la cama de su querida abuela María.
Facundo fue al cuarto de su tío Felipe, pegándose a las paredes, por miedo a que algún desvelado lo viera.
—Crack, crack, crash —se quejaron los peldaños de la larga
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escalera que llevaba al altillo donde vivía su tío.
Pero, al parecer, todos en la casa dormían como lirones, porque nadie oyó el quejido.
“Debe haber una ballenita azul en las cajas de pesca de
mi tío Felipe”, pensó Facundo, y, tan silencioso como un caracol, se puso a revisar las cajas y las cañas y las redes y los
mediomundos, que, como un formidable mar, llenaban el cuarto.
Después de mucho buscar, Facundo encontró noventa y un
señuelos con forma de mariposa, setenta con forma de
mosca, diez con forma de pececito y ocho con forma de
rana, pero no había una sola ballena azul que pusiera feliz a
su abuelita María, nadando y nadando en el agua del vaso,
cerca de sus lindos dientes.
Facundo fue al cuarto de sus papás, arrastrándose por el piso,
para que ni las arañas que tejían sus telas
en los rincones lo descubrieran.
—Puf, puf, puf —se quejó la alfombra del
cuarto de los papás de Facundo.
Pero, salvo una o dos cucarachas que corre-
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teaban por ahí, nadie en la casa oyó el quejido.
“Papi debe tener una ballenita azul en las páginas de sus libros.
Y entre los cristales de mami seguro hay una”, pensó Facundo,
y, tan silencioso como una polilla, se puso a revisar los libros
de papi y las colecciones de cristal de mami que, como un mar
colosal, llenaban el cuarto.
Después de mucho buscar, Facundo encontró miles y miles de
letras y estampas bellísimas en los libros de papi, y entre los
cristales de mami contó cuarenta caballos y cinco perros de
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agua y una docena de lechuzas y treinta y cuatro gatitos
y una osa panda con su cría, pero no vio una sola ballenita
azul que pusiera feliz a su queridísima abuelita.
“Ni el gato, ni el perro, ni los tritones, ni el lagarto, ni las cotorras, ni la pareja de canarios,
ni la isoca, ni la araña Manuela, deben tener
una ballenita azul entre sus cosas —pensó Facundo—. Me queda Teresita, la cocinera”.
Facundo no dejó rincón del cuarto de Teresita sin revisar.
—Clinch, kloc, plak —se quejaron los viejos muebles. Pero el cuarto de Teresita estaba en la otra
punta de la casa y nadie oyó los quejidos.
Después de mucho buscar, Facundo encontró una caja de zapatos llena de fotos, tres vestidos, un collar de cuentas rojas,
dos pares de zapatillas y un par de alpargatas, pero no encontró la ballenita azul que andaba buscando desde que oyó
que su abuelita decía:
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— ¡Cómo me gustaría ver una ballenita azul en lugar de mis dientes, nadando y nadando en el agua del vaso, feliz y contenta,
como si estuviera en un ancho mar!
Silencioso como un fantasma, Facundo volvió a su cuarto y se
durmió enseguida. Soñó toda la noche con la ballenita azul que
no había podido encontrar.
—Arriba, dormilón —lo despertó una voz muy querida—.
Te he traído un desayuno digno de un rey. Te lo has
ganado. No sólo porque eres mi amado nietito del alma,
sino para agradecerte el magnífico regalo que me has
hecho —dijo la abuelita María, sonriendo con sus lindos
dientes de porcelana.
—Regalo. ¿Qué regalo? —preguntó Facundo extrañado.
—Has cumplido mi deseo, nietito.
—¿Cumplido? ¿Deseo? —quiso saber Facundo.
—Sí, mi amor. Sí. Desde esta noche, cada vez que mire el vaso,
ese que tú bien sabes, el que guarda mi sonrisa —dijo la abuela
con un susurro cómplice—, veré una hermosa ballenita azul, na-
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dando, muy feliz y contenta, como si estuviera en un ancho mar.
Facundo alzó las cejas sin entender.
—Es que tuve un sueño tan hermoso, Facu, y tan real. Tan pero
tan real que se podía ver y oler y tocar. Resulta que soñé que
mi amado nietito, queriendo darme un gusto, se hacía a la mar
en busca de...
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fin

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