Cuerdos y Recuerdos I

Transcripción

Cuerdos y Recuerdos I
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Cuerdos y recuerdos.
Memorias
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Cuerdos y recuerdos
Cuerdos y recuerdos.
Memorias.
+ Freddy Bretón
Santo Domingo, República Dominicana
Año 2013
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Cuerdos y recuerdos.
Memorias.
Freddy Bretón
ISBN: 978-9945-471-45-8
Primera edición: mil ejemplares
Cuidado de Edición,
Impresión: Amigo del Hogar
Santo Domingo, República Dominicana
Año 2013.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Contenido
Liminar
9
Infancia y adolescencia
11
Antes de que recuerde.
Desde que recuerdo
11
15
Seminarista
53
Seminario Menor San Pío X
53
Padres espirituales
87
El ambiente sano en que vivíamos
88
Seminario Mayor Santo Tomás de Aquino
Tiempos revueltos
99
Puerto Rico y Nueva York
102
Calles de Nueva York 114
De regreso al Seminario Mayor 115
Otros recuerdos de las aulas 127
Algunas experiencias pastorales
133
El Club de la alegría
134
Cursillos de Catequesis
135
Por los lados de Barahona
137
Zona Pastoral de Imbert
140
Ojo de agua y El Manguito
141
Final de mi vida de seminarista 144
90
Presbítero
149
Equipo Sacerdotal Zona de Imbert
152
1er. Curso para Formadores Am. Lat. 168
3er. Curso para Formadores de Am. Lat. 178
4o. Curso para Formadores de Am. Lat. 183
Equipo Formador Seminario Santo Tomás de Aquino 189
Visita al Cardenal Beras
192
Las primeras tareas
193
Dispuesto a aprender 194
No todo era seriedad 197
Un invitado del Padre Fello
198
Casi imposible dar abasto
199
Diócesis de Mao-Montecristi
200
El seminarista Manuel Durán 201
Estrecheces en el Seminario 203
Breve experiencia banileja
205
Un accidente cerca de Villa Altagracia 205
En Manresa
206
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Apartarse del trajín
209
Hnas. del Perpetuo Socorro
Servidores del Seminario
210
210
Roma 215
Por Europa en tren
235
Culebras en Amsterdam
237
Hacia Lourdes y Madrid
238
Excurso sobre un exalumno del Pio Latino
De Roma a Cienfuegos
243
Mons. Gilberto Jiménez
Padre Freddy Blanco 252
241
250
De nuevo en el Seminario Santo Tomás de Aquino
255
Se cumplen los pronósticos
267
¿Puede leer mucho un Obispo? 290
Prensa y cine 295
Más experiencias
296
La biblioteca del Padre Guillermo Soto 304
Recuerdos del lenguaje 307
El trato con los otros obispos
315
Su Excelencia Mons. Fausto Ramón Mejía Vallejo
La Divina Providencia
El Papa
318
320
322
Sobre mis escritos. Algunos tropezones. 327
Obispo en la llamada era digital 332
Experiencia Sacerdotal 335
Recuerdos de dos sacerdotes
Algunos recuerdos de familia
Mi muerte
Anexos
348
357
367
371
Otras cartas recibidas
De mis álbumes
387
401
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Cuerdos y recuerdos
Liminar
Siempre pensé que no era para todos escribir memorias. Las escribiría alguien
famoso, quizá octogenario. Para uno sin renombre y bastante joven como yo,
escribirlas sería equivalente a dejar de vivir para contar lo vivido.
Mientras cavilaba en estas cosas, algún recuerdo se asomaba en mi mente, sin decir
nada; se empinaba para ver, y se iba. Luego venían de dos en dos y de tres en tres.
Pero no tardaron en asociarse, hasta llegar a ser multitud. Se presentaban en masa,
a horas intempestivas; me entorpecían el sueño. Ya había millares y millares por
neurona. Parecían fruncir el entrecejo de sus caritas chistosas.
Yo continuaba impasible. Tenía que vivir, ¿cómo iba a dedicarme a la escritura?
Los reclamos fueron subiendo de tono, llegando a contener veladas amenazas.
Construían barricadas, y hasta se entremetían en la fábrica de mis pensamientos
para sabotearla.
Pronto descubrí que casi se adueñaron de todo: no había silencio, ni reposo, ni
alborozo, ni oración en que no predominaran.
Finalmente sucedió lo irremediable. Concentrados en abigarradas y tumultuosas
masas, recurrieron al chantaje. “Tú sabes en dónde estamos, en el cerebro”–dijeron.
“O nos haces caso, o te fundes. O nos pones por escrito, o no te dejaremos vivir”.
gustosos de expirar. Y en esta exigua tinta derramaron su alma.
Morían repitiendo algo enigmático: “Mi casa es el futuro. Soplo en mi nariz es el
porvenir”.
f
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Cuerdos y recuerdos
Infancia y adolescencia
Antes de que recuerde.
Nací miércoles 15 de octubre de 1947, día de Santa Teresa de Jesús, a las tres de la
madrugada (no abundaban los relojes, pero en casa nunca faltó un reloj despertador,
cuyo tictac se oía de lejos; esa es la hora que mi madre me ha dicho siempre, y la
que aparece en el acta de nacimiento; a más de 94 años de edad, ella recordaba la
fecha y la hora del nacimiento de cada uno de sus ocho hijos). Fui bautizado a los
tres días de nacido (18 de octubre) por el Padre Carlos Tomás Bobadilla Urraca,
en la antigua capilla de San José (Entrada de La Reina). Mis padrinos fueron José
Eugenio Torres Sirí y su esposa, mi tía, María Elena Bretón López.
Freddy Antonio de Jesús. Freddy, creo que porque ese nombre le gustaba a la
madre, Antonio por papá, y de Jesús por Santa Teresa; (así quedaron complacidos
hacia los dos años de edad; mi padrino fue mi tío Emilio Apolinar Bretón López.
Siempre contaban que, en esa ocasión, lloré muchísimo. Quizá cosas de niño. Pero
no se olvide que el Obispo daba una pequeña cachetada mientras decía –según la
gente– Pateco (Pax tecum: la paz contigo).
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Nací en la casa de los abuelos maternos, en Canca La Reina, Moca, como a
trescientos metros de la iglesia dedicada a la Reina de los Ángeles. (Canca, por
indígena, Licey, y La Reina, por la patrona).
Mis padres.
Foto del P. Francisco Almonte.
Mi foto más antigua. Con mi
hermana Teresita (Milady). Una
foto anterior se perdió.
En ese tiempo era muy frecuente que los hijos se casaran y se quedaran en una de
las dos casas paternas, o en su alrededor; así ayudaban a sus padres. Además, no
todo el mundo podía tener casa propia.
Donde yo nací, era una enramada, o mejor lo que llamamos rancho, a unos metros
de la casa de los viejos. Después de eso, con frecuencia la veía llena de tabaco,
cosechado por el abuelo, quien además, preparaba muchos andullos.
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Cuerdos y recuerdos
Acta del matrimonio de mis padres, celebrado el
12 de diciembre de 1942.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Le pusieron paredes de tablas de palma a una parte de dicha enramada, que siempre
eran abiertas, y ahí se alojaron mis Padres. Al cumplir yo los dos años, y Teresita,
la hermana que me sigue, tres meses –es decir en octubre de 1949– mis padres se
mudaron a la casita que había construido papá al lado de nuestros abuelos paternos,
unos tres kilómetros hacia el Sur, en lo que antes se llamaba Licey Abajo. Este sería
el lugar casi permanente para toda nuestra familia.
La enramada en La Reina volvió a ser lo que era; se desbarató el cuarto que era
nuestra casa, y quedó de nuevo abierta. Lugar para refrescarse, cuando no estaba
llena de tabaco. (Alguien, bromeando, me preguntó una vez si no había alguna tarja
o una estela recordando que fue lugar de mi nacimiento. Le dije que no, pero que
no faltaba en el lugar un chivo que granulara el suelo o una gallina escarbando. Y
hablé verdad).
En diciembre de 1945 se mudaron mis Padres a Fantino (La Piña Vieja), Cotuí,
en donde permanecerían hasta mayo de 1946. (Todavía conservo la tinaja para
el agua que llevaron; ya antes de 1945 estaba en casa de mis abuelos). Mi papá
Emperatriz, cargando a Bernardita.
(Izq.) Delio Medina, Teresita (Milady)
y Freddy.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Fantino; decían que éste la había recibido como regalo de Trujillo, según contaba
a Licey. Una vez recuperado Papá, insistió Antonio Saldaña, amigo residente en
Fantino, en que regresara; pero ya sólo volverían de visita, llevándome en brazos,
cuando yo tenía ya algunos meses de edad. En ese tiempo ayudaba a mi madre
en el cuidado del bebé, Laly, (Rosa Elvira Reyes Méndez, prima hermana de mi
madre; quien, con Ramón Bretón, hermano de mi Padre, acompañó a mis padres
en su estadía en Fantino). Más adelante, cuando fueron naciendo mis hermanas y
hermanos asistirían a mi madre, Emperatriz (de Sabana Rey, Cotuí), Nin (hija de
Mario y Pilito, del vecindario) y algunas más. Mis padres no dejarían de mencionar
a Antonio Saldaña y a Bienvenida García (Doña Benida). Para mí fue una alegría
muy grande que ésta fuera al Seminario Mayor a conocerme. Ambas personas eran
sumamente piadosas.
Desde que recuerdo
La casa de mis abuelos maternos la visité con
frecuencia hasta mis quince años de edad porque,
además de estar relativamente cerca, papá tenía que
atender el pequeño conuco, recibido como dote o
herencia por mi madre, ubicado a poca distancia de
dicha casa.
De esta casa, aparte del cariño con que nos trataban
abuelos, tíos, tías, primos, etc., recuerdo el patio,
bastante espacioso, con dos grandes matas de
limoncillo (quenepa), una más dulce que la otra;
la más dulce se secó varios años después y la otra
permanece, siempre frondosa, hasta hoy. En ese patio había también mamones,
cerezas, naranjas, y todos los árboles que suele haber en un patio de esa zona.
Mi abuela materna,
Josefa Emperatriz Méndez (Fefa),
en su ancianidad.
No se cuentan las veces que vi, en este patio, a Papá Bangué (Juan Evangelista),
mi abuelo, envolviendo el tabaco entre dos largas cuerdas, amarradas a dos árboles
distantes; iba y volvía de un extremo a otro, hasta que la cuerda cubría por completo
rodajas de esa especie de pasta compacta y olorosa. Me encantaba ese olor.
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Cuerdos y recuerdos
Del álbum de la familia Martínez Méndez.
Izq. Arriba: Juan Evangelista (Bangué), Josefa Emperatriz (Fefa), Juan, Julio.
Hilda, Domingo, Radhamés, Guarionex Antonio;
Teresa (Teté), Fátima (Charo) e Hilda; Adriana, Rosa Alfonsa y Ana Evangelista, Guarionex;
Juanito y América; Fonsa, Esther, David y Domingo Martínez; Balbina Cruz (madre de Fefa) y
Orlando Martínez.
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Cuerdos y recuerdos
Los sábados por la mañana nunca fueron buenos para visitar esa casa (y creo que,
en ese tiempo, ninguna otra): las mujeres (mis tías Teté, Hilda y demás) ponían todo
patas arriba y echaban agua por todos lados, metidas en lavado y limpieza. Otro
momento inadecuado para llegar de visita era cuando la abuela (Josefa Emperatriz
Méndez) estaba enfrascada en su juego de lotería (semejante al bingo); casi no
veía más que los cartones del juego. “Donde están jugando no atienden a la gente”,
protestaba mi madre.
Esa abuela fue la que cargó
conmigo para la Capital, a mis
cinco años de edad (1952),
en una de las guaguas que
manejaba Rafael Bretón Núñez
(el de Gracita), de Santiago a
Santo Domingo. En realidad
eran camiones convertidos en
guaguas, gracias a la madera
y a la hojalata. De ese viaje
no he olvidado el zumbido
del motor, sobre todo en las
muchas subidas de la carretera
de entonces, la mayor de las
cuales
era La Cumbre. Recuerdo
(Izq.) Domingo Antonio Bretón, Guarionex, Juan
Evangelista y Vicente Martínez
cuando dijeron “llegamos a la
Villa de las hortensias” (Bonao).
Y, por supuesto, no puedo olvidar el limoncito que yo rayaba con las uñas y que olía
para evitar el mareo.
Al entrar a la ciudad de Santo Domingo desde el Oeste, dominaba absolutamente el
panorama el tanque del acueducto, que se veía impresionante; por un buen tiempo,
esa era la imagen de la capital que yo conservaba. Quién diría que con el tiempo
UNPHU, en la avenida Kennedy, pintado desde hace algún tiempo con colores vivos.
En Santo Domingo, nos alojamos en casa de Juanito, mi tío, y su esposa de
entonces, Celeste, a quien recuerdo con mucho cariño. Sobre la mesa del comedor
había un llamativo bizcocho, que estuvo muy sabroso; después supe que parte de la
sabrosura se debía a que tenía frutas secas y bastante ciruela pasa, lo cual explica
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Cuerdos y recuerdos
patio de la casa había, sobre una caseta, un velocípedo que, aunque dañado, a mis
rurales ojos de niño parecía algo maravilloso.
El tío Abrahán Bretón nos llevó en su carro a casa de Guarionex, otro de mis tíos
maternos. Su esposa (creo que en ese tiempo era Mimí Filión), estaba escamando
un pez cuando llegamos; era a mis ojos, enorme, muchísimo más grande que los
sagos y viejacas que papá pescaba en el río Licey. ¡Era un pez de mar! Aunque no
recuerdo la impresión que me causó el mar que, por supuesto, me llevaron a ver.
Cuando subimos al carro para regresar a casa de Juanito, pedí de inmediato el palo
de fósforo, que también se usaba en la boca para no marearse; mi abuela y Abrahán
se rieron, pues era corta la distancia a
recorrer. Al día siguiente, ya de nuevo en
casa de Juanito, me les perdí; y fue grande la
sorpresa cuando me encontraron en casa del
tío Guarionex. No sé a qué distancia estaba
la casa, pero su asombro se debía a que
pensaron que era demasiado para el niño
campesino que pisaba la Ciudad Capital por
primera vez.
Alfonsina y Ana E. (Gelita) Martínez
Recuerdo a esta abuela, Josefa Méndez
(Fefa), con mucho cariño. Era muy respetada
y tenía facilidad para expresarse; de hecho,
las vecinas la buscaban cuando tenían que
ir al médico, porque ella sabía explicar las
cosas mejor.
Fui a verla varias veces cuando ya estaba en
lecho de muerte. El domingo 30 de mayo
de 1982 fui a mi casa a Licey, desde Villa Vásquez, en donde estaba ayudando
a los Padres Grullón y Marcano.1 Era el día de las madres, y mi abuela falleció
1 Los Padres Grullón y Marcano atendían también la Parroquia de Guayubín. Una tarde, me dejó Grullón en
un campo de Guayubín; él siguió hacia Cana Chapetón. Yo no había estado nunca en ese lugar; me dijeron que
procurara a una señora. Al quedarme en dicha comunidad, me encontré con un señor a caballo, que resultó ser
el alcalde; le pregunté por la señora y me dijo cómo llegar. Estaba cerca, y cuando llegué al frente de la casa oí
que dijeron: pero mira quién es. Entré por la puerta del patio, hacia la parte trasera de la casa y salió la señora.
Me dijo que hasta tenía fotos mías. Resultó que yo había bendecido una boda de un hermano de ella en La Jaiba,
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Cuerdos y recuerdos
el 31. Le celebré la Misa de cuerpo presente, debajo de la mata de limoncillo,
acompañado de los Padres Diómedes Espinal y Pedro Henríquez. Volví desde Villa
Vásquez a los nueve días, acompañado del seminarista Nelson Acevedo, del grupo
de primero de Filosofía del Seminario Santo Tomás de Aquino; éste había ido a
Villa Vásquez a la muerte de su Padre, a quien celebré Misa de cuerpo presente el
sábado cinco de junio. Mons. Moya presidió la Misa de los nueve días de mi abuela,
siendo concelebrantes los Padres Diómedes, Francisco Ozoria, Vinicio Disla, Fabio
Fernández y yo.
El abuelo, Juan Evangelista Martínez, era muy bueno con nosotros y con todos.
Con los años, a menudo decía que le zumbaba la cabeza y luego perdió bastante la
audición. Pero mucho antes de eso dejó de salir a la calle, porque no tenía nada para
darle a la gente. Tenía gran respeto por las cosas de Dios; como se acostumbraba
entonces, no pronunciaba el nombre de Dios o del Santísimo Sacramento sin antes
levantarse el sombrero. No sé si también a causa de la edad perdía el sentido de la
cerca de Estero Hondo y ella había estado presente. Me alegré de que me conociera, pues, como dije, no conocía
a nadie en ese lugar. Comenzamos de inmediato a visitar casa por casa invitando para la misa. Todos nos decían
“Oh sí sí, cómo no; allá nos vemos”. Pero creo que comenzamos la Misa con dos personas y terminamos con
cuatro o cinco. Cuando regresó el Padre Grullón a recogerme, se sorprendió y me felicitó: él no había podido
celebrar nunca con una multitud tan grande en ese lugar.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
orientación, (un día, al regresar del médico, discutía con su hijos queriendo entrar
en dirección sur –hacia su casa– cuando en realidad era en la dirección norte); esto
mismo me sucedía a mí con cierta frecuencia. Falleció el 18 de enero de 1973,
siendo yo seminarista todavía. Fueron celebradas las exequias en la enramada,
junto a su propia casa.
Conservo casi entero el sable de su abuelo (mi tatarabuelo por línea materna),
Fernando Martínez, que mi abuelo conservó siempre, y me fue entregado por mis
primos Radhamés y Guarionex Martínez, en presencia de mi tío Alejo Martínez. Se
cuenta entre la familia, que este Fernando Martínez era tan fuerte que levantaba un
hombre por la correa.
Estos abuelos, ambos muy devotos de la Reina de los Ángeles, pasaron momentos
duros a causa de algunos de sus cinco hijos varones; eran tiempos difíciles, y
algunos de ellos se vieron envueltos en riñas y largas enemistades, por lo que todos
vivimos años de sobresalto. No abundaban las armas de fuego, pero era el tiempo
de los temibles lengua de mime, enormes cuchillos que rompían el pantalón de los
hombres altos más abajo de la rodilla. A pesar de esto, ¡cuántos buenos momentos
vivimos en la casa de estos abuelos! Conservo gratos recuerdos de las tías Alfonsina
La familia de mi padre; él, sentado a la derecha de los dos "viejos".
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
(Fonsa), Teresa (Teté) e Hilda, así como de los primos Radhamés, Guarionex y
Orlando; Vicente y Alberto; Félix y Rafael (Rafo, luego Ralph) y otros parientes
y vecinos, como Felipe, con sus enormes pájaros que zumbaban encumbrados
(chichiguas o cometas
En esos tiempos se contaban muchas historias, sobre todo de muertos; la población
era mucho menor, por lo que había muchos sitios solitarios, grimosos, se decía.
Tal era la condición del conuco que estaba hacia el Este, después de Toño Rojas y
Tonila, camino a casa de Fonsa y Polo. Recuerdo estos tiempos casi como si no se
hubieran ido.
Hay una pequeña escena en el patio de la casa de los abuelos que no olvido. Era la
semana santa del año 1959 o 1960. El tío Guarionex llevó a un amigo desde Santo
Domingo; estábamos en el patio, debajo de los árboles. El visitante estaba tomando
ron, mientras buscaba música en la radio. Sólo había música de muerto es decir,
sacra o clásica. En un momento se incomodó el hombre y dijo: por eso es que
quiero que venga Fidel Castro a este país… Cuando tuve uso de razón vi que, (por
supuesto, no debía beber en semana santa), pero pensándolo bien, debe ser algo
serio en estos Trópicos, beber ron con música sacra de fondo...
¡Cuántas veces visité yo esta casa, durante casi quince años! Íbamos camino al
conuco. Papá iba a pie y yo montado en la burra. A la ida, poco antes de llegar a la
casa de los abuelos, nos saludaba Tato Martínez, especialista en temas históricos,
especialmente en los de Napoleón; según estuviera la luna, elogiaba a papá (su
seriedad, su honradez…), o decía cosas que nos hacían reír por varios días. Más
adelante estaba Virita. ¡Mi santo! Decía al vernos pasar. Preguntaba por los de
casa, e invariablemente añadía un aaay, entre tierno y penoso. Al lado del conuco
vivía Cornelia Celina (Cufín), cariñosa hermana del abuelo, casada (sin hijos) con
Ramón Rojas (Mon).
Algunos días, al regreso del conuco, nos llamaba Morena (Emilia Guadalupe
Santos), la de Mojeno (José Francisco) Morillo, que tenía un gran horno de tierra.
Nos entregaba cantidad de recortes de piezas recién horneadas (cortados, y otras
cosas), todavía calientes. Me parecía algo tan sabroso, que cincuenta y tantos años
después lo estoy mencionando. Un día, también al regreso, nos asustamos mucho.
Se acercó alguien y le dijo a papá que se preparara, porque los enemigos estaban
esperando al tío Alejo en el cruce, y que éste y un grupo de parientes, especialmente
de los Méndez, iban a enfrentarlos. Papá llevaba el machete en la mano y, al oír
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
esto, lo ocultó entre las ramas de yuca, sobre las que yo iba sentado, mientras decía
en voz baja y conmovida, Dios mío, líbranos. Poco antes de llegar nosotros al
referido cruce, en la entrada de La Reina, encontramos a Alejo y a sus amigos que
ya regresaban por no haber encontrado a ninguno de los enemigos.
Pero no siempre las cosas eran tan serias. Otro día también regresábamos del conuco.
Pasábamos frente a los Betances, y en ese momento salía del callejón Emiliano, mi
compañero de escuela primaria. Nos saludamos: –Oh Freddy. –Oh Emiliano. Y de
inmediato la burra soltó unos trompetazos posteriores, con bastante compás. Todos
nos reímos y, al llegar a casa, lo contamos. Este suceso fue entre nosotros motivo
de risa por muchos años.
La nueva casa en lo que llamamos Licey San José, fue construida en el extremo
noroeste del terreno (quizá quince tareas) en cuyo centro está la casa que fue de
los abuelos paternos (unos metros más al Este, estuvo la de los bisabuelos Antonio
Ramón Bretón Bueno y Gregoria Méndez); como ya dije, era frecuente que el hijo
mayor, (varón), como lo era papá, fuera ubicado cerca de sus Padres para socorrerlos.
Juan Constantino, Carmen Nelia, Domingo Evangelista, Altagracia Milagros y
Martín Alejo Rafael.
Por supuesto, la nuestra era una casa sencillísima: una enramada dividida en
dos mitades; sólo tenía paredes (de yagua, los tres lados exteriores) la mitad
correspondiente a los dormitorios; la otra mitad (la sala) era enteramente abierta
por tres lados; la división entre sala y dormitorios era de tablas de palma. En esta
El Padre René Bouchard, de los
MSC, después de la entronización del
Corazón de Jesús en casa de mis abuelos paternos. 1939-1940.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
sala había un cuadro del Corazón de Jesús
y otro de la Virgen de la Altagracia, algún
calendario y fotos de varios familiares. Todo
permanecía ahí, incluso por las noches;
sólo se volteaban las sillas contra la pared,
supongo que para que no las usaran los
animales. Detrás de la casa había un montón
de tablas de palma, con la idea de mejorar
la casa algún día, lo cual sucedió cuando ya
todos estábamos crecidos.
La salita tenía siempre el suelo cubierto de
arena amarilla, muy bonita, que se extraía
de unas cuevas en el río, con peligro de
Capilla San José. 1946.
derrumbarse
(como sucedió varias veces
A la derecha, la silueta del P. Bobadilla .
sobre algunas mujeres). Daba la vuelta a esta
sala, sobre el tope de los estantes de madera,
una enredadera llamada botón de nácar que
mi madre cultivaba con esmero. Hay que decir que en casa faltaban muchas cosas,
detenía a mirar la casa, sobre todo la arena de la sala. A veces pisaba uno con el
talón (descalzo, por supuesto; ¿quién usaba zapatos?) y se hundía un poco la tierra
sacando de estas cuevitas, monedas de todo tipo o también bolitas (bellugas).
La casa tenía una puerta principal, de madera, para pasar de la sala al aposento; y otra
de menor calidad y tamaño para salir del aposento al patio, en donde estaba la cocina.
La puerta principal se cerraba con una aldabita de alambre, un poco grueso, que luego
la veía yo en sueños, en los que siempre la abrían los ladrones: nunca me pareció
segura. Al lado Este de la casa hay una cañada entre nuestra casa y la de los abuelos. En
mi infancia se escuchaba la corriente de agua, y a menudo zumbaba con la creciente.
A la orilla manaba fácilmente, por lo que papá hizo un pozo para abastecer de agua
(no para beber sino para el manejo) mi casa y la de los abuelos. Nosotros hacíamos
pequeñas lagunas con pececitos, algunos de colores, o construíamos pocitos, incluso
con poleas de carretel (carrete) de hilo, para sacar el agua. En el pozo principal estuvo
al ahogarse papá, pues se fue de cabeza mientras llenaba unos calabazos, y sólo tenía
al lado a un niño, José (Chepe, el de Lucila) que, con la impresión ni siquiera atinó a
llamar a alguien. Papá salió como Dios lo ayudó a salir.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
El agua potable (y la del baño de las damas) había que cargarla de la llave pública,
a un km. de distancia. Pero el problema no era la distancia sino el gentío increíble
que acudía en busca del agua, procedente de varios kilómetros a la redonda. Había
pleitos y se rompían los calabazos, y a veces la boca. A mí me auxiliaba Jacinta, una
joven dama, fornida y amable, muy respetada; a este mismo lugar venía a buscar
agua José Delio Familia López, quien vivía cerca de Canca La Reina, y llegaría
a ser luego sacerdote de la Diócesis de Baní. Uno de los que cargaba agua de ese
lugar intentó ponerme el apodo de higüerista. Entonces se llevaba una pequeña
higüera (vasija hecha con la mitad de un higüero) para rellenar los calabazos o
latas de agua, una vez colocados sobre el animal. Pero a este amigo simplemente
le hacía mucha gracia que yo dijera higüerita en vez de jigüerita como era lo
común. Se ha de saber que en mi casa –cosa extraordinaria– no estaba permitido
hablar en cibaeño (forma dialectal del español de la región). Mi mamá quiso ser
religiosa o profesora, y creo que de algún modo vivió ambas cosas. ¡Así no se dice!
Era una expresión común en su boca. Se llegaba incluso a la ultracorrección (no se
decía beber, pues se bebía ron; el agua se tomaba). Eso no impedía que la misma
profesora a veces no pudiera sustraerse al uso común (sobre todo de sus mayores,
pues fue criada por sus abuelos a quienes fue entregada por ser la hija mayor). En
vez de ahijado decía aljado; probablemente porque la primera palabra lleva una
i muy notable, y no debe olvidarse que al cibaeño no le gusta poner la i donde
corresponde (por eso se evita decir aceite). Ultra correcta era también la tía Beatriz
cuando decía fíjaste en vez de fíjate (en el modo indicativo se dice
y
parece que eso la inducía a errar).
Papá, trabajando carpintería.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Las cosas que marcaban nuestra vida de familia en ese tiempo eran, principalmente,
escuela, trabajo, oración y juego.
Antes del amanecer, papá rezaba el avemaría (el angelus) y a veces el rosario;
después se iba a la cocina a colar el café. Cuando ya hubo radio en casa, oíamos
desde la cama repicar el cuatro en un programa llamado guateque campesino, de
música mayormente cubana. Más adelante pondría el despertar del cristiano u otro
programa religioso. Al medio día se rezaba de nuevo el avemaría, lo mismo que en
la tardecita (hacia las seis). Por la noche se rezaba el santo rosario, de rodillas en el
suelo de arena, y ¡pobre del que se dormía!
La Misa del domingo era sacratísima, y no había excusa para no asistir, salvo
enfermedad; si se llegaba tarde (después del evangelio), no valía para cumplir con
el precepto. No importaba cómo estuvieran los caminos; cuando llovía eran un
desastre, especialmente en los pantanos, como el famoso de Ramón Camilo, que
había que desechar completamente. Precisamente un domingo se atascó un camión
cargado de yuca en este pantano. Escuchábamos repetidamente los ronquidos
del motor, tratando de salir, pero no lograron sacarlo del lodo. La gente dijo que
era un castigo, porque no respetaron el domingo. Repartieron yuca a todo el que
quiso, y aun así tuvieron que dejar el camión hasta que el camino se secara un poco
(se oreara). El lodo era tan fuerte, que había que lavar las patas de los animales
rápidamente, pues si se dejaba secar, les arrancaba los pelos haciéndoles sangrar
las patas.
ti yo las busqué; recíbelas, María, colócalas a tus pies”. “Venid y vamos todos, con
fallar. “El que anhele alcanzar dulce vida, a José le encomiende su suerte…Y su
(Cuando pequeño pregunté que cosa era un quianele,
pues no conocía la palabra anhelar con la que inicia este canto; la gente decía el
quianele alcanzar…
veo a mi tía Beatriz afanando en su preparación. “Por aquel dolor tan grande que
sufriste en Nazaret, oye nuestras oraciones, venturoso San José;” así decían los
dolores y gozos que se cantaban en las novenas. Todas las hijas de María vestidas de
blanco, con sus cintas azules al cuello, con la medalla de la Virgen Milagrosa. (Estas
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Sagrado Corazón, de Licey; como no dominaban las preposiciones del castellano,
invitaban a las muchachas a venir en cinta (en vez de con cinta). Gracias a Dios, las
jóvenes se reían y corregían la expresión que en ese tiempo era la forma común para
decir embarazada). A pesar del respeto, se hacían bromas acerca del modo como
los Padres canadienses pronunciaban algunas palabras (la gente decía que cuando
invitaban a mandar los niños a la doctrina, sonaba muy semejante a letrina…).
Los cruzaditos también íbamos de blanco, con nuestras capitas de raso, azul añil;
se amarraban bajo el cuello con dos cordones terminados en una bolita metálica en
forma de cascabel.
en su antiguo esplendor, recuerdo la capilla repleta de gente, incluso por fuera, y
aquel canto potente, devoto, en labios de la multitud: “Vos que sois la Poderosa, en
gloria tan inefable, ruega a Cristo por nosotros, Reina Augusta de los Ángeles.”
Destacaban en el canto Sulín
Méndez, hermano de mi abuela
materna, alguna de mis tías y
las jóvenes Morillo, entre otros.
completo orden, debido a la
gran devoción y también al
respeto que le tenían al Padre
Carlos Tomás Bobadilla. En
Licey se celebraba con cierto
esplendor la fiesta del Corazón
de Jesús, que había empezado
desde que Julia Estévez
(Yuya) llevaba el cuadro con la
imagen del mismo al almacén
de tabaco en que inicialmente
se celebraba la Misa. No se
olvide que el conocido himno
Papá, Laly y yo.
al Corazón de Jesús salió de
Licey, pues es de la autoría de
la profesora María Ramírez: “Sagrado Corazón de Jesús, viva llama de amor
y de luz; amigo tierno de Betania, Maestro modelo de virtud. Reina, reina, Jesús
para siempre…”
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Recibíamos la catequesis de Beatriz, mi tía, de Juanita Bretón (la de Agustín)
y de otras damas. Juanita acostumbraba dar en premio dulces de batata a quien
respondiera bien; y yo, gracias a Dios recibí bastantes.
hice la primera Comunión. Me vistieron de blanco para llevarme a la iglesia del
Rosario, en Moca, pero como había llovido mucho, Beatriz tuvo que cargarme
como un kilómetro de camino de tierra, para sacarme a la carretera, desde donde
iríamos en un vehículo. ¡Cuánto trabajo pasaron con uno!
Ese día, la iglesia estaba repleta de gente, con un gran grupo de primera comunión.
en el parque. El Padre Bobadilla nos brindó tremenda paleta (helado) a cada uno.
Después me llevaría Beatriz a sacarme la foto de rigor, con mi devocionario y
mi vela (ajenos, por supuesto). Ésta, no podía quedar muy bien, no a causa del
fotógrafo sino de mi hinchazón; según dicen, había sufrido de una gran infección
intestinal, y andaba bastante hinchado, con la cara abotagada, casi como una luna
llena. Andaba por ahí alguna foto de ese día. Pero creo que para mi bien, ya no
queda ninguna...
El trabajo de los varones era en el conuco, el de las hembras en la casa, al modo
tradicional. Siendo yo el mayor de todos, mi trabajo sería para aliviar en algo la
carga de Papá. Y algo hacía yo con el machete, si bien es verdad que me tentaba
la sombra... Había que cargar leña para la cocina y para hervir la ropa. En caso de
necesidad se usaba hasta tallos de tabaco, pero era difícil soportar el humo que
producían. Yo cargaba principalmente pencas de coco del cocal de Ramón Diplán,
a buena distancia de casa. Cuando regresaba a casa cargado de esta leña, y tiraba el
paquete al suelo, el pescuezo buscaba de nuevo su lugar, pues parecía que se había
hundido un poco. Y el mío no era propiamente el de un boxeador fornido; por algo
me dirían mis hermanas pescuecito de violín. (Parece que por lo menos habían visto
un violín… ¡Cómo disfrutaban decirme ese nombre!).
Más adelante, papá alternaría el trabajo agrícola con la ebanistería, en el taller
de mi padrino José Torres, en Don Pedro (Tamboril). La esposa de padrino –mi
madrina– era María Elena, hermana de papá. Cuando yo les besaba las manos (les
pedía la bendición), respondían siempre con cariño, Dios te bendiga, con la s muy
bien pronunciada (cosa poco común en estos lares). Pero no olvido tampoco al
padrino, cuando abría su monedero (de los que usaban regularmente las mujeres,
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+ Freddy Bretón
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que cerraban con dos bolitas), y nos repartía algo de dinero, aparte del pan caliente
que nos traía. Papá también nos traía pan; para tener las manos libres para la
bicicleta, a veces se metía la funda bajo la camisa.
Los regalos de Reyes de mis padrinos son inolvidables: un ruiseñor azul que se
llenaba de agua y, al soplarlo, cantaba. Una escuadra (pistola), con cachas algo
oscuras. Una bota-alcancía azul claro… Sin embargo, cuando nos ponían los regalos
nuestros padres, y fuimos aumentando de número, el regalo se reducía a cuatro
bolitas de canquiña; no sé si llegamos a tener problemas teológicos al comparar con
los regalos de los vecinos más pudientes.
La primera carta que recibí por correo, siendo yo un niño, me la envió mi padrino de
escrito con sus hermosas letras en el sobre. (Se sabe que mis letras no salieron a
las de él; Alejo, Juanito y Domingo, tíos maternos, también tenían bonitas letras.
Entre las cuatro hermanas y los cuatro hermanos de mi casa hay de todo. Pero no
me disgustan mis letras...).
En mi infancia me alfabetizó María Diplán (Yía), que había convertido su propia
casa en escuela, a unos pasos de mi casa. En el patio había muchas plantas de unas
astromelia blancas, moradas, rosadas…(que en algunos lugares
llaman almira, el mismo nombre de la primera ópera de Händel, Almira, reina de
Castilla). Abundaban también en el patio los papelitos plásticos de las envolturas
de pastillas Neoasma y Tedral, pues los hermanos de Yía, Manuel e Ismael, sufrían
doblado hacia delante.
Yía le tenía mucho miedo a los truenos; cuando empezaban, nos dejaba y
se refugiaba bajo la cama. Fue en este ambiente de tormenta que oí rezar
por vez primera el trisagio, oración muy común en estos casos, en honor de
la Santísima Trinidad. Santo Dios, santo fuerte, santo inmortal…líbranos de
todo mal. Había una forma cantada, que mencionaba al profeta Isaías. Otro
día lo escuché de labios de Sila, una doña muy devota, de Licey Arriba; Papá y
yo veníamos de algún lugar, nos atrapó gran lluvia y viento fuerte y entramos
a guarecernos en la sencilla casa de esta señora, quien era muy activa en la
Iglesia. Junto a la casa había una mata de almendra alta, y con la fuerte brisa,
las almendras caían como proyectiles al suelo, con gran cantidad de hojas.
Mientras tanto, la piadosa doña sacaba un cuadro del Gran Poder de Dios por
una ventanita, y rezaba el trisagio. Esta doña fue la que me encargó traerle de
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Nueva York un crucifijo de buen tamaño; y así lo hice. Muchos años después,
un hijo suyo, trabajaría en la reparación de la casa de mi familia.
Guzmán, Ramoncito Ureña, Rafael Bretón Bretón y otros.
Luego me enviaron a la escuela pública; me tocó como profesora la Srta. Lin (María
del Carmen Guzmán Bretón). Era buena conmigo, aunque un día se incomodó
porque alguien hablaba en clase y repartió reglazos de forma indiscriminada,
tocándome uno a mí, que no había faltado en nada. Lin tenía una bicicleta roja que
usaba con guantes blancos; se emocionaba con solo oír mencionar a Elvis Presley.
La profesora de tercer curso de primaria fue Gloria Taveras, quien luego contrajo
muy cerca de mi casa. La recuerdo como excelente persona y profesora. No olvido
sus protestas por el bar que había cerca de la escuela, en la carretera Duarte, donde
bailaban hasta de forma indecente. Solían poner en la vellonera canciones de Celina
y Reutilio, el dúo cubano, así como merengues en honor a Trujillo: recogiendo
limosna no lo tumban, qué va gallo, qué va…
Cerca de este bar, al pie de la gran mata de roble, nos tocó ver y oler, tempranito en
la mañana, la sangre de Lalo, esposo de María, hermana de Vira; lo habían matado
durante la noche, y habían cubierto la sangre con serrín de madera.
Mi hermano menor, Martín Alejo; detrás,
Domingo, el quinto de los hermanos.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Otro de los primeros asesinatos de los que tuve noticia fue el de un profesor, más
allá de Canca la Reina; creo que era de apellido Lora. Por el momento no se sabía
quién era el asesino, pero la gente daba por un hecho que lo atraparían. No se trataba
de ningún indicio extraído de una novela policíaca, sino del simple dato de que al
muerto se le cayó un zapato, y éste quedó boca arriba. Según la gente de ese tiempo,
si esto pasaba, indefectiblemente era encontrado el matador. Hasta recuerdo que
hablaban de un zapato a dos tonos, al estilo de los que usaban los bailadores del son.
Lo que no recuerdo es si se cumplió lo que con tanto aplomo aseguraba la gente.
Tuve noticia de otro crimen. En una ocasión se me acercó con tono misterioso
un primo, y me susurró al oído que un pariente mío había matado a alguien. Yo,
muchacho todavía, me asusté. Pensé que acababa de suceder. Cuando pregunté
más tarde sobre el asunto, resultó que era verdad, pero ya el autor había cumplido
incluso sus años de reclusión. Se ve que es el típico caso del muchacho más viejo
que –quizá sin proponérselo– trata de deslumbrar al menor, mostrándole algo del
mundo misterioso que se supone el, como mayor, conoce.
Los cursos cuarto y quinto los hice en Canca la Reina, a unos tres kilómetros.
Viajábamos diariamente Teresita (Milady) mi hermana y yo, junto a Manolito
y Rosario (Charo) y otros jóvenes del vecindario; por un tiempo nos acompañó
también el primo Domingo (el de Abrahán Bretón y Altagracia Lara).
Primero iba yo en la bicicleta de papá, pedaleado por debajo de la barra, pues no
alcanzaba de otro modo; era inevitable que la bicicleta se ladeara un poco con el
peso del cuerpo, por lo que era fácil deslizarse donde había arena, o si llovía. Solía
amarrarme un cartón a la pierna derecha, para que la cadena no me manchara el
pantalón. Luego íbamos Milady y yo en la burra, pero ésta tenía muy enfermas las
orejas y no nos atrevíamos a llegar a la escuela en ella; la dejábamos en una casa,
un poco antes de la misma.
Un día íbamos a pie y se acercó un joven que saludó y se puso a hablar con
Manolito (Manuel Bretón Medina); parece que estaba enamorado de Charo, su
hermana. En un momento, el joven –señalando a Charo– le dijo a Manolito:
¿quiere que se la curde? Y es que se supone que un enamorado debe hablar
para impresionar; en ese caso un cibaeño no pronuncia la i donde debe ir (cuide).
En uno de estos viajes a la Reina fue que vi la primera persona muerta; Mercedes,
la mamá del buen amigo Américo (Morao), hijo de Moro Guzmán. A ésta,
le habían hecho traqueotomía y le habían cubierto el agujero en la base de la
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
garganta con hojas de anamú; toda la habitación tenía ese olor fuerte. Para mí,
todavía ese olor va asociado a tal circunstancia. Ese día es inolvidable, además,
porque yo andaba estrenando unas botas que me compró papá en el mercado
público de Santiago; no sé si costaron algo así como cincuenta centavos. Estaban
colgadas en una soga de cabuya. Se veían bonitas, de color negro, sólo que algo
tostadas. Cuando llegamos a casa, después de ir al velorio de Mercedes, ya casi
oscureciendo, dijo mi madre: “No hay azúcar para mañana”. Tuve que ir yo sólo
a la pulpería, donde Franciquito. La carretera estaba recién encascajada, a causa
de las excavaciones en busca de petróleo, en La Mina, y había llovido bastante.
por eso mismo se le pegaba el cascajo, lanzándolo hacia atrás, según caminaba.
Como yo sólo tenía en mi mente y en mi nariz a la difunta que acababa de ver, y
oscurecía ya, no era el cascajo que sonaba, sino un muerto detrás de mí. Nunca
había hecho un mandado más rápido que ese día. En cuanto a las botas, se les
crecía la suela siempre que llovía y, como le sobraba una especie de chemba o jeta
hacia fuera, yo se la recortaba con un cuchillo. Naturalmente, no fue muy larga su
existencia, y terminaron siendo más coloradas que negras.
(Izq.) Mis tíos Rosa Inés y Apolinar, con Pedro Acosta al órgano, y un grupo de
Hijas de María, en Paso de Moca.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Una vez estaba la escuela de La Reina en reparación, por lo que el profesor Pedro
Martínez impartía las clases en la enramada de Doña Crucita, al lado de la iglesia de
la Reina de los Ángeles. Ahí me sucedieron dos percances. Uno fue que me enviaron
unos zapatos desde Santiago; piel marrón con suelas de goma roja, una belleza. Era
de los que usaban en los colegios del pueblo (o sea, de la ciudad). Me los puse de
inmediato y me fui para la escuela; me senté y traté de disimular los pies debajo
del pupitre, pero no hay ojos más curiosos que los de muchacho. Comenzaron a
decir ajo, Freddy, zapatos nuevos, hasta que notaron que el taco estaba bastante
gastado, y no sólo eso, sino que –por alguna condición anatómica del propietario
original– los tacones estaban gastados hacia adentro. Los muchachos comenzaron
a preguntar acerca de eso tan extraño, pues yo los gastaba hacia fuera, como es
el muerto era gambado.
El otro percance fue que, estando todos sentados como podíamos en dicha enramada,
se me escapó un gas importuno, algo sonoro (yo lo creí estruendoso); seguro que
hubo alguna reacción del grupo, pero no la recuerdo. Lo que recuerdo bien es que
al día siguiente dije en mi casa que no iba para la escuela. Pero para mis viejos, no
había excusa valedera, salvo algo muy grave. Así que, tuve que asistir a la escuela.
Llegué creyendo que me soplarían hasta fotutos, pero nadie me dijo nada. (Parece
que era cuestión más bien subjetiva).
Recuerdo condiscípulos y condiscípulas de ese tiempo: Virgilio, Américo (Morao),
Mercedita, Alejita, María Peña, Violeta, Fiordalisa y otros. En ese tiempo se
acostumbraba intercambiar correspondencia con alumnos de otras escuelas,
supongo que para socializar y para mejorar el género epistolar. A mí me tocó una
alumna, creo que de La Ceiba; ambos teníamos letras bastante feas.
Que yo recuerde, creo que asistiendo a esta escuela fue que supe, más o menos, lo
que era estar enamorado. Enfermó una joven (no diré ni nombre ni enfermedad, por
si acaso), debiendo faltar a la escuela. La eché de menos y me dijeron la razón. Fue
la primera vez que pasé la noche casi en vela: no hubo manera de conciliar el sueño
después de esa noticia. (No espere el siguiente capítulo, que no lo hubo).
El sexto curso lo hice en la escuela de Licey al Medio, con la profesora Socorro,
hija de Doña Sea (Mercedes Peña), quien fue profesora de mi madre y de mucha
gente de toda esa zona. En ese curso llegué a dibujar varias veces los consabidos
corazones en las libretas de dos condiscípulas que –gracias a Dios– se ponían como
avispas cuando los encontraban.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
El tío Apolinar, con el deseo de que yo adelantara lo más posible en la escuela,
me pagó un curso de verano para que yo hiciera el séptimo, y así pudiera entrar de
forma regular al octavo. Este curso lo hicimos con Doña Altagracita, en la Reina.
Una profesora admirable, muy inteligente; a pesar de ser tartamuda, daba incluso
clases de inglés.
de este curso sería en Santiago, y para
motivarnos un poco, dijo que allá
podríamos incluso bañarnos en ducha
(¡!); un condiscípulo de las afueras de
Licey le preguntó: Doña, ¿y la ducha
son jonda? (no sabía lo que era una
ducha; pensaba que era como una
piscina). Grande fue la risa y las bromas
que siguieron a este suceso.
Tomamos el examen (sin ducha); hasta
nos sorprendió que los temarios tuvieran
todavía escrito era de Trujillo, estando
ya muerto. Creo que a todos nos fue
bien, pero al volver a la escuela de Licey,
no reconocieron este curso, debiendo
hacer el séptimo nuevamente. Nuestra
profesora fue entonces Doña Mariana de
Fernández, a quien recordamos con gran
cariño. Nos enseñó varias canciones,
incluso alguna en inglés; recuerdo la
Mi abuela Emilia De Jesús López vda. Bretón
canción mexicana La Golondrina, que
dice a dónde va veloz y fatigada, la
golondrina que de aquí se fue… que mi madre hacía que yo se la cantara.
Los juegos eran algo maravilloso. Esperábamos esos momentos ansiosamente. Los
domingos, después de la Misa, salíamos corriendo para donde Manuel y Generosa,
o para donde Enrique y Caridad. Eran los dos patios preferidos, sobre todo el de
Enrique, por ser más espacioso; ambos sombreados por una gran mata de mango. El
juego predilecto de los varones eran las bellugas, o sea, bolitas o canicas. Tirábamos
desde una raya en el suelo, hacia un ron o círculo repleto de bolitas; todas las que
uno sacara con su bon (bola con la que uno lanzaba), eran propiedad de uno. Uno
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
de los tiradores más famosos que recuerdo era Manolito el de Generosa. Algunos
del montón. Pero conservo la fascinación por este juego; de hecho, nunca me han
faltado las bolitas, especialmente las de carambolita, de cristal transparente, con
una frutita de color en el centro (carambola). Conservo una especie de cornucopia
de bolitas, que confeccioné con un viejo cuerno de vaca que pulí y coloqué sobre
una base de pino.
Cuando estaba seca la cañada que corre entre mi casa y la de los abuelos, jugábamos
pelota (béisbol) en el pequeño llano que formaba. Acudían los primos y demás
jóvenes del vecindario. Usábamos trochas (guantes caseros hechas de lona por
nosotros mismos). Las pelotas las hacíamos con neumáticos (tubos) de carro
o bicicleta, recubiertos de cáñamo y esparadrapo; eran durísimas y ¡pobre de la
canilla que agarraban! El bate –por supuesto– era hecho en casa; podía salir un
poco curvo, y en ese caso había que hacer un curso de física para acertarle a la bola.
Teníamos un problema adicional, y era que había en el lugar enormes matas de
palma que podían aplicarle efectos indeseados a un batazo. Aun así, este juego nos
absorbía completamente. Pero tan gran felicidad no era eterna; cuanto estábamos
en el clímax del encuentro, listo quizá para batear, resonaba una voz femenina,
imperiosa: Fulaaaano… Se acabó el agua y hay que ir a cargarla. A menudo se le
cobraba el fastidio a la pobre burra, dándole garrotazos.
Otro deporte favorito era deslizarnos por las laderas en yaguasiles (yaguiques dicen
por el Este, cubierta del racimo tierno de la palma real). Para nosotros era como
un viaje espacial. Si la ladera estaba cubierta con un poco de hojas era menor la
fricción y mayor la velocidad. Era algo increíble. Pero era difícil que no sufriera el
pantalón, y la pagaba doblemente el fundillo, pues la pela era segura.
A propósito de pela (o zurra), diré que eran abundantes. En esos tiempos te calentaban
las canillas y las posaderas por cualquier cosa. A alguna de mis hermanas le caía
mal que si mi madre me ofrecía una pela (era siempre ella), yo le dijera que me la
diera pronto, “para salir de eso”. Por supuesto, mi madre no olvidaba. Hasta he oído
que algunas pelas eran injustas, pero yo no pienso en eso. Pienso más bien en lo
tremendo que era yo; una más, una menos… Un día me mandó mi madre a buscar
unos guineos (bananos) que le ofreció José García (El Prietico). Llegué a la casa
de éste, y la esposa, Juana, me dijo que no estaba, que lo esperara. Mientras tanto
las hijas (Telma y otra cuyo nombre no recuerdo) estaban haciendo un cosinao.
Habían preparado una cocinita en el patio y estaban cocinando en pailas de juguete
berenjenas con carne. Con el olor bastaba; no había que rogarme que me quedara.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
A las tantas llegué a mi casa, no recuerdo si con guineos o sin ellos. Como había
visita, mi madre solo me hizo con la mano la señal de “lo tuyo viene”. Y así fue. Tan
pronto se fue la visita, me entró a correazos en el aposento, mientras las hermanas
acechaban para verme saltar tratando de esquivar algún golpe. Alguna de ellas goza
recordando que a veces hacían ellas alguna travesura, y la pela me la daban a mí.
Así era yo de dichoso.
Cuando éramos pequeños, jugábamos a cocinar; las hembras cocinaban y los
varones atendíamos el colmado (la pulpería). No faltaba nada: sal (piedrecitas),
azúcar (arena), aceitunas (frutos de violeta), etc. Por supuesto, había papel moneda
para pagar: hojas de árboles. La comida siempre quedaba sabrosa.
Yo hasta jugué a ser sastre de las muñecas de mis hermanas (profesión que luego
me fue útil –incluso en el seminario– para coser las medias rotas, metiendo dentro
un bombillo; no había nada mejor para coserlas). Creo que esa profesión se ha visto
reducida a pegar botones y a algún zurcido más o menos urgente, lo cual he tenido
que hacer yo mismo casi toda la vida.
Ya más grandecito, jugué a celebrar Misa; como mi madre vestía siempre de luto,
fue fácil encontrar una sotana negra... Para los demás ornamentos no observaba muy
monaguillo, mi primo Dominguito (Domingo Bretón Lara), siempre a mis espaldas
(¡no había Vaticano II todavía!); esto servía bien a mis propósitos de comerme la
mayor parte de las hostias, que no eran más que rodajas de plátano maduro. ¡La
inocencia es muy creativa! (Pero también hay que decir: Dios tiene sus caminos...).
Por las nochecitas (al anochecer), sobre todo cuando había luna clara, jugábamos a
la ronda, debajo de la enorme mata de almendra del patio de los abuelos paternos
Domingo Ercilio (Papá Silo) y Emilia de Jesús (Mamela). Este árbol permanece
todavía en pie, porque hace años encargué a alguien que le cortara unas ramas
altas y grandes que daban hacia la casa, evitando que la cortaran por completo. Ha
sido una pena que no pudiera permanecer con todas sus enormes ramas, ese árbol
centenario. En estos juegos nos reuníamos los hijos de Generosa y Manuel, todos
nosotros junto a algunos más del vecindario. Bajo este mismo árbol se realizaban
encuentros familiares; a veces llevaban una vitrola
en pleno patio. Aquí se dio el pasadía de los Caballeros de la Altagracia, en cuyo
coro participaba mi tío Apolinar Bretón. Uno de los que estuvo fue Henry Ely,
quien se destacaría luego como tenor. Algunos de ellos se divertían poniendo a
nadar en una batea llena de agua, paticos
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
en ese tiempo). Como me tocó algo de la comida de ese día, lo tengo asociado a
las rábanos, pues fue la primera vez que los comí; ha de saberse que en nuestros
se comía lechuga y repollo (col). No sé si con los caballeros andaba ese día alguien
llamado Miley, uno que según creo, fue asesinado durante la tiranía trujillista; no sé
por qué lo tengo asociado a ese día. Tal vez fue que hablaron de él.
Eran los tiempos de las cortinas del palacio son de terciopelo azul… ¿Te quieres casar
conmigo?... ¡Calabaza! Eran aquellas inolvidables noches de luna clara. El abuelo
se acostaba a media tarde; luego protestaba desde su cuarto, que no lo dejábamos
dormir. Durante el día, se iba con frecuencia a mi casa; se sentaba en la sala y hacía
rayitas en el suelo de arena con el machete que nunca dejaba; a veces silbaba sobre
Luego se levantaba, se enderezaba lo más que podía –ya andaba bastante doblado– y
regresaba a su casa, por la cañada. Tenía la propiedad de muy poca tierra, por lo que
tenía que irse con los hijos varones a trabajar tierra ajena; tenía catorce hijos: siete
varones y siete hembras. Este trabajo agrícola –se trabajaba con machete, aplastado
(en cuclillas) sobre la tierra– terminó por doblarle la espalda hacia delante.
El abuelo tenía el temperamento algo fuerte, y también sentido del humor, lo cual se
nota en alguna de las décimas que componía. Sólo recuerdo una cuarteta de las que
decía papá; observando el abuelo la índole de los pulperos del vecindario, decía:
“Sidoro vende paciencia / Leonte, calamidad/ Teolinda, como no fía /
vende mala voluntad”.
Papá se reía mucho con la siguiente décima campesina cibaeña (de declaración, la
llamaban), pero no supe quién era el autor: “Si me va a decí que sí / dímelo en eta
menguante / para coitai loj etante / y la joiquet´e la cama / dei coichón tengo la
lana / de hoj´e plátano y mamón / de cabecera un serón / de arropadera una yagua./
Muchacha dame palabra / que tengo buena intención”.
A la abuela la recuerdo siempre amable, con su pierna izquierda hinchada, como de
erisipela (disipela, decía la gente); decían que era a causa del fuego, pues preparaba
mucho dulce y canquiñas para vender a los colmados. Todavía la recuerdo halando la
enorme masa para hacer canquiña, pintándola y retorciéndola. También recuerdo a la
abuela, para navidad, llevando en una bandeja todas las clinejitas, morcilla y demás
partes de las vísceras del puerquito que mataban para estas fechas; nos dábamos
verdadero banquete.
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 26
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
A la abuela le daban, de vez en cuando, ataques de nervios. Un día hubo un pleito
en Licey Abajo; Rumaldo (Romualdo) hirió a un hombre, y los parientes y amigos
del herido lo persiguieron; corrió por entre los sembrados y fue a refugiarse a mi
casa, debajo de una cama. Ya se oían las voces de los perseguidores cuando mi
madre logró convencerlo de que saliera, indicándole por dónde irse. Llegó el gentío
a casa, cuchillos y machetes en mano. Pero el hombre acababa de marcharse. Lo
siguieron de inmediato, con tan buena suerte para Rumaldo, que fue a dar con
la casa de René Guzmán Bretón, encontrándose en ella su hermano, militar, el
inolvidable Domingo Guzmán Bretón, (Padre del General Guzmán Acosta, abuelo
del General Guzmán Fermín), quien hizo varios disparos al aire, conteniendo a los
perseguidores y salvando así a Rumaldo de una muerte atroz. Ya había pasado todo
cuando se lo dijeron a mi abuela, pero hubo que salir corriendo a calentar hojas de
guanábana, para calmarle los nervios.
En ese tiempo había un remedio casero para todo. A mi hermana Bernardita le dio
un ataque de asma, y le ataron tiras de cáscara de aroma (bayahonda) en los tobillos
y las muñecas. El aceite de higuereta era como una panacea: se bebía en el café, se
untaba en la piel… ¡Qué olor tan desagradable! Para el pecho apretado se bebía el
sumo de hoja de cabra (cabrita), con ajonjolí, leche de chiva, cebolla (cebollín) y
no sé qué más. Para una herida: gas de lámpara (gas natural). Dolores de coyuntura:
Calibolato (¿alcalibolato?). Dolor de barriga: ¡alcanfor! Y si el dolor no cedía,
limón agrio con soda (bicarbonato de sodio)...
Se usaban mucho los purgantes. Los más famosos eran llamados los tres golpes, pues
debían tomarse tres veces. A mí me tocó recibirlos en La Vega. Sólo recuerdo un
viaje que hice con papá; me dieron a beber un líquido transparente, de fuerte sabor, en
agua. Producía algo de mareo. Esa mañana no dejó de sonar en una vellonera cercana,
ando volando bajo, mi amor está por los suelos, y tú tan alta y tan alta, mirando
mi desconsuelo… Tú y las nubes me traen muy loco…Creo que es una ranchera
mejicana; la voz de quien cantaba era bonita. Cuando papá y yo regresamos de La
Vega, al llegar al callejón de entrar a mi casa, el del canal de Juaniquito, encontramos
que iba como un río, pues había llovido muchísimo. (Si todavía mucho después era
camino malo, qué sería en ese tiempo). Papá me cargó, recostándome la cabeza sobre
su hombro; yo veía los talones de papá entrar y salir del agua, y me parecían animales
extraños. Creo que el purgante ponía a uno casi a alucinar.
Por supuesto, había ensalmos para distintas cosas; algunos los realizaban exhalando
el aliento de su boca (aliento de campesino…) sobre uno. Y también se quebraba el
ajito (ahíto, empacho); para esto, le agarraban a uno los cueros de la barriga; dicen
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
que incluso se escuchaba cuando lo quebraban. El mismo papá aprendió el ensalmo
para detener la salida de la sangre, pero como escuchó que eso era malo, consultó
a un sacerdote. (Según veo, se consultaba al sacerdote para casi todo, también
se le consultó si podíamos llamar papi y mami a nuestros Padres. El sacerdote
sentenció que sólo a la madre; el Padre debía ser llamado papá. Y así fue). Respecto
al ensalmo, le dijo a papá que no lo hiciera. Pero un día, un verraco cortó con un
colmillo una de las venas de las piernas de su madre y, al ver la hemorragia, papá
olvidó la recomendación del sacerdote y realizó el ensalmo por última vez. Las
palabras de los ensalmos eran absolutamente secretas (se transmitían de Padres a
hijos), pero mi Padre me dijo que lo único que él decía, sin que se escucharan las
palabras, era algo así como: “En nombre de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo,
yo te lo ordeno: detente”. Las pocas veces que se iba a un médico, no se llevaban
honorarios en moneda sino en especies; normalmente se llevaba una gallina. Mi
madre visitaba al Dr. Valle, en Santiago (¿o quizá Batlle?).
Era obligatorio vacunarse. Las vacunas dejaban, a menudo, una señal notable en el
antebrazo (un círculo o un óvalo con la piel más oscura y rugosa), que iba subiendo
en la medida que uno crecía. Pero cuando a uno de los hijos le daba una de las
enfermedades que no repetían, como paperas, sarampión, etc., se encerraba un
grupo de los sanos con los enfermos, para que les diera a todos, y salieran de eso.
Ah, y las inefables enemas (entre nosotros el término era femenino)… Lavativas
para todo. A mi hermano Constantino, pequeñito, le dijo mi mamá que se acostara
en su regazo, boca abajo; a él le pareció muy bien, hasta que le aplicaron la perita
de goma con que ponían las enemas. “Vean pa´qué e´a…”–dijo. “Miren para qué
era…” Y esa frase corrió entre nosotros de generación en generación. Había que
pedirle a Dios no enfermarse, al menos en los campos.
Teresita, mi hermana perdió la visión por algún tiempo y la encomendaban a la
Virgen Milagrosa, cuya imagen era llevada de casa en casa. Todavía recuerdo la
devoción con que mi madre le pedía a la Virgen por la salud de mi hermana. Ésta se
recuperó, y mi madre siempre lo atribuyó a la intervención de la Virgen.
Una vez me quedé casi sordo y papá me llevó al hospital de Santiago. En la puerta
del mismo había un buscón que convenció a papá para que me llevara a donde un
médico, a una o dos esquinas del lugar. Usaba bata blanca. Me vio los oídos con una
linternita y me dio dos botellas de líquido, una roja y otra verde. En casa las probé
y me encantaron: eran poco más que agua de azúcar en botellas de ron; me dio
también unas gotas para los oídos que, a juzgar por la espuma, deduzco que sería
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
agua oxigenada. Naturalmente, todo siguió igual. El Dr. Agustín Martínez Bretón
fue quien me curó. Lo consulté en casa de Doña Amada, su madre. En estos medios
es triste aventura, salir un pobre hacia un hospital.
Por supuesto, había curanderos; pero en mi familia, aparte de algún inofensivo
ensalmo, no se usaba nada de eso. Yo no lo conocí, pero antes y durante mi niñez
se mencionaba mucho a un señor de la loma, por Carlos Díaz o Los Amaceyes de
Tamboril. Se llamaba Fonso Lantigua. Iba mucha gente, incluso a pasarse varios
días en su casa, pues se creía que curaba. Papá contaba que en su juventud llegó a ir
alguna vez; pero en una ocasión oyó cómo Fonso, para obligar al Cura a que fuera
a verlo, le mandó un recado con alguien: “Dígale que es el Maestro que lo llama”.
Lo cual disgustó completamente a Papá, que no volvió más. Muchos años después
que Fonso murió, mi hermano Constantino llevó a Papá a ese lugar.
Volvamos a algunos usos de ese tiempo. Como no existía el cepillo de dientes,
utilizábamos el dedo índice por más rápido, y cuando ya era notable la oscuridad de la
dentadura, un trapito con carbón; y después un palito de limoncillo (caña de limón),
con la punta machacada. (Y que conste, que en Berlín, Alemania, muchos años
después, tuve unos compañeros africanos que, al levantarse, se cepillaban con estos
mismos palitos, con algo de ostentación, como una gran novedad). Pero, volviendo
a la infancia, lo difícil era cuando alguna vez nos tocó de mediodía, maíz tostado; no
valía enjuagarse la boca: en la escuela sabrían cuál fue nuestro almuerzo.
¿Y quién conocía mochilas, hermosas como las de ahora? Usábamos saquetas,
que un jovencito presumido tuviera que colgarse al hombro una de estas saquetas?
(Luego, como obispo, en las visitas pastorales siempre he tratado de incluir los
centros educativos. Paso curso por curso, o me reúnen a los de término. Generalmente
he sido bien aceptado, pero recuerdo varios casos en los que los alumnos mayores se
mostraban disgustados. Ha habido casos en que doblaban la cabeza hacia otro lado
para no mirarme. Pero mi gran experiencia ha sido que cuando les hablo acerca de
los trabajos que pasamos para estudiar, no hay uno solo que permanezca indiferente.
La experiencia de un ser humano cala en cualquier ser humano. Esa ha sido mi gran
un párroco que contactara al Director de un liceo, para que me permitiera visitar a
los estudiantes. Cuando llegó el día en que, según el programa de mi visita pastoral
a esa parroquia debía ir yo al liceo, fui con el párroco. Nos recibió el Director en
su despacho. Yo me senté como un alumno ante él. Tomó un cuaderno y comenzó
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
a preguntarme nombre, cargo, etc. Yo, pacientemente le contesté todo. Luego le
reclamé al Párroco, pensando que no hizo lo que le encomendé: pautar mi visita.
Pero me dijo que sí, que lo había hecho. Es claro que el Director no estaba gustoso
término. Les hablé de lo que siempre hablo. Luego, me felicitó no sé cuántas veces
el Director remiso, y –como dice la gente– no encontraba donde ponerme, pues
todas mis palabras intentaban motivarlos a buscar la superación personal. Otro día
me reuní del mismo modo, pero en el Liceo de Villa Altagracia. Cuando estaba yo
levantó la mano un señor que estaba en el salón y dijo: “Ya que usted ha dicho lo
suyo, permítame decir algo”. Le dije que cómo no. Resultó ser un funcionario del
Ministerio de Educación que se encontraba presente en el Liceo. Contó que, siendo
él casi estudiante de término en la UASD, al salir hacia la universidad, llevaba en el
bolsillo un grano de sal. Cuando dijo esto, por supuesto que nos sorprendió a todos.
Nos dio la explicación: al mediodía, mientras los demás estudiantes iban hacia la
cafetería o comedor, él se iba hacia un montón de matas de mango. Pero como los
mangos estaban verdes todavía, les aplicaba el grano de sal, y ese era su almuerzo.
Entendí esto muy bien, por haberlo experimentado yo mismo. Y ese hombre era
ahora funcionario importante del Ministerio de Educación. La enseñanza, pues, era
clara; y el silencio y la atención de todos los alumnos así lo demostraban).
¡Ah, las palabras! En mi campo, almuerzo era el desayuno. Un día, al terminar la
Misa de la aurora en Licey, me dijo el Padre Alberto Roque sj, que le dijera a Doña
Amada (Madre del Padre Regino), que él almorzaría en su casa. Yo salí corriendo
En la antigua casa de mis abuelos
paternos. (1939-1940)
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
para la casa de Doña Amada y le di el recado, pero traducido: el Padre vendría a
desayunar. La pobre Doña tuvo que moverse para preparar el desayuno a toda prisa.
El Padre no apareció sino para el mediodía. Doña Amada me quería matar. (Todo
por la traducción que hice).
Más arriba mencioné a René Guzmán y, además del cariño que nos tenía, debo
decir que no escuché a nadie que hiciera un cuento de muertos mejor que él. Era
blanco, más bien pequeño, de ojos claros, con voz grave. Iba a casa, al anochecer
(los cuentos de muertos no se hacen de día), y en aquel silencio absoluto (todo el
campo dormía, excepto grillos, calcalíes y aves nocturnas), el era el sustituto del
cine, la TV y la radio. Todavía recuerdo el de un muerto que quería darle una botija,
y se presentaba en forma de gallina; René iba por el camino; intentaba acercarse,
y la gallina corría, resonando sus pasos como si llevara zapatones. (Imaginación,
¿eh? Y no había dibujos animados…).
A propósito de muertos, una vez apareció uno, colgado de una mata, cerca de
las tierras de Erasmo Bretón. Todo el mundo fue a verlo, pero nadie lo conocía;
parece que lo trajeron de otro lugar (lo que era común en tiempos de Trujillo).
Poco tiempo después se dijo que en ese mismo lugar, alguien había sacado una
botija. Papá y algunos de nosotros fuimos a ver; había muchos pedazos de una
tinaja nueva por todas partes, sobre todo alrededor del hoyo. Una de mis hermanas,
aún pequeña (Bernardita), vio cerca del lugar de la botija, excremento de algún
curioso ser humano, y preguntó: “Papá, ¿y los muertos (las botijas) hacen cacá?”
(Una pregunta, sin dudas, trascendente).
En esos tiempos se hablaba mucho de botijas (botijuelas en el Sur). Papá contaba
que una noche fue, como de costumbre, a cuidar un rancho de tabaco en La Chiva
(un conuco que yo conocía bien, pues en él fue que hice mi siembra maliciosa de
maíz: contraviniendo las indicaciones de Papá, echaba puñados en cada hoyo, para
terminar pronto).
La noche estaba como el día, con una luna muy clara. Dice Papá que desde que
se acercó para abrir el candado de la puerta del camino, alcanzó a ver una luz,
suspendida a más de un metro sobre la tierra. Él abrió la puerta y entró. Si él se
movía, se movía la luz; si se detenía, también lo hacía la luz. Llegó al rancho,
pero la luz tomó otra dirección. La siguió hasta que ésta pasó por encima de la
maya que dividía los terrenos, yendo a meterse al pie de la mata de jobo que hacía
de guardarraya. Papá no dudó: le estaban dando una botija. Pero pensó que si se
ponía a cavar en tierra ajena, dirían que él era un ladrón. Yo le pregunté si no sintió
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
miedo en ese momento. Me dijo que no, y que la prueba era que fue a acostarse
tranquilamente en el rancho, para cuidar el tabaco. Ha de saberse que eran lugares
solitarios, sin casas en los alrededores. Al poco tiempo, el dueño de los terrenos en
donde se metió la luz, empezó a dar muestras de una inexplicable prosperidad, cuya
causa Papá aseguraba conocerla bien.
Otra botija. Un hermano de mi abuelo y su esposa, se enteraron que en un
relativamente pequeño cafetal de su propiedad había un muerto que daba una
botija. Tanto le insistió la señora a mi tío abuelo, que tuvo que aceptar ir de noche
al mentado cafetal. Al llegar al mismo se dividieron: uno iría a la derecha y otro
a la izquierda. Se dice que la doña llamaba al muerto diciéndole: “Pichón, ven
pichón…”. Así fueron rodeando el cafetal, distanciándose uno del otro. Parece que
sentían temor, o se concentraron tanto en su tarea, que se olvidaron de todo. Lo
cierto es que cuando alcanzaron a encontrarse los dos al
otro lado del cafetal, el susto fue tan grande, que faltó
poco para que hubiera verdadero muerto en la aventura
del pichón.
Papá contaba algunas cosas de miedo. Por ejemplo, que
una vez cruzaba de noche el río Canca y algo bramó
de manera tremenda, mientras se oían desprenderse las
piedras de la barranca. Decía que le dio mucho miedo,
y que al día siguiente volvió al lugar, convencido de
que tendrían que verse las señales del paso de cosa tan
terrible, pero que no encontró ni una sola huella, nada fuera de su lugar. Como esta,
contaba algunas más. Por ese mismo camino de Canca, entre los ríos, por donde
vivía su prometida, nuestra madre, iba Papá otra noche. Le cruzó por el lado un
señor que le dio las buenas noches, a lo que mi padre respondió de igual manera.
Luego supo que se trataba nada más y nada menos que de Enrique Blanco, que iba
de noche a donde Valito, a recortarse el pelo. Yo llegué a ver varias veces a este tal
Valito; delgado, de mediana estatura, y con el pelo crecido y descuidado. Su casa
estaba a mano izquierda, de Este o Oeste, antes del río Canca, en el camino hacia
la casa de los abuelos de mi madre, entre los ríos Canca y Licey, en el lugar antes
llamado Canca Estévez.
Aparte de los juegos que mencioné más arriba, había otras diversiones. El río Licey
tenía buenos charcos, rodeados de peña amarilla, resbalosa, y nos lanzábamos
desde ella. A papá le gustaba ir a pescar y yo llevaba también mi anzuelo; sólo que
a veces disminuía el caudal del río, y más pescaban los mosquitos que nosotros…
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
A veces papá me montaba en el canasto de la bicicleta y me llevaba a pasear, lo
cual me parecía algo maravilloso, un viaje astral; una vez regresamos de Licey por
La Chiva, cruzando el río. Me impresionaban los bejucos y grandes javillas; sus
semillas estallaban ruidosamente cuando
el sol era fuerte (por algo se llaman
hura crépitans). Antes de madurar, estas
semillas nos servían como ruedas de
nuestros carritos. Las enormes javillas
estaban tanto por Canca como por Licey,
de modo que, parodiando malamente a
Machado podría yo decir, mi infancia son
recuerdos de un patio de javilla…
Mi tía María Beatriz Bretón López,
en su ancianidad.
Otro día, cruzando el mismo río Licey, ya
del otro lado, resbaló la burra en la que
yo iba montado; y cayó aparatosamente,
esparciendo todo lo que llevaba encima,
incluyendo al jinete. Habían crecido
mucho los matorrales de esa zona en
donde sucumbió la acémila. Y contaba
Papá que él se asustó mucho, pues me
llamaba y yo no respondía. Pero no podía
oírme porque yo había caído debajo de
una de las cajas de madera que llevaba el
animal. ¡Cuán diminuto era yo entonces!
(¿Entonces?).
De muchacho, tuve muy pocos pleitos; se puede decir que dos y medio. El medio
fueron unos simples terronazos con un vecino que ahora sería imbatible. El otro,
unos cuantos golpes a alguien que quería alzarse con un coco que me habían
mandado a buscar. El último fue con un jovencito que se burlaba y fastidiaba a un
monaguillo pequeño (Pedro, hermano de Víctor Ruiz), compañero mío en la iglesia
de Licey; le dije al mocito que no se pusiera con el más pequeño, y me entró mí.
Nos dimos buenos golpes. Me hizo una heridita en un extremo de la boca y me
rompió un ojal de la camisa. Los monaguillos me dijeron que él escupió un diente,
pero yo no lo vi; sólo vi algo de sangre. Luego me fui a mi casa, rogándole a Dios
que nadie me viera al llegar; me metí en un rincón y cosí yo mismo el ojal de la
camisa. Si la vieja llega a darse cuenta, la paliza de ella hubiera sido la peor.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
En otra ocasión no se trató de pleito sino de astucia. Yo era un muchachito de calzón
corto, y me mandaron con un saco a buscar algo de víveres. Al llegar a las enormes
ceibas que están frente a Sulo y Mariíta, me encontré con un joven apodado Tierra;
me dijo: “Pon el saquito en el suelo, que ahí es que te voy a capar”. Se supone
que yo me asusté, sobre todo cuando vi que sacó un pequeño cuchillo. Pero me di
cuenta que lo había hecho de un tallo de cuchara Santa Teresita, las más comunes en
ese tiempo, y le dije: “¡Oh!, ¿y eso? ¿lo hiciste tú mismo?” Me dijo que sí, con cara
de satisfacción. Mientras yo admiraba su obra, es
decir, el cuchillo, le pedí que me lo prestara para
verlo. Había cerca del lugar montones de mayas
enormes. Cometió el error de entregármelo, y
tan pronto lo tuve en mis manos, lo lancé por los
aires y fue a caer entre las enormes mayas. De
inmediato empecé a correr. (Burlador burlado.
“Dios vela por su criatura”).
Algo memorable eran los paseos que, si bien
eran escasos y simples, eran trascendentales para
nuestra mente infantil. Cuando sólo éramos tres
hijos, íbamos en la burra: uno dentro de cada
Mi tía Rosa Inés Bretón López,
caja, sentados de forma invertida, para balancear
en su juventud.
el peso; yo era el conductor. Así fuimos a Canca
Estévez (Juan Antonio Alix), al lugar en donde vivió mi madre desde los seis meses
hasta que se casó. Todavía estaba la antigua casa, sobre pilotillos, con piso de
madera. Mamá Lelo nos recibió, y un ratito después nos llevó al cafetal. Había en
el centro una especie de lomita, cubierta completamente con hojas de café. Mamá
Lelo fue quitando las hojas, y empezaron a aparecer ante nuestros ojos mangos
pinticos, de todos los colores y sabores. Nos volvimos como locos: tomábamos
uno y lo dejábamos para tomar otro mejor… Fue algo inolvidable. Después de
eso quería que tomáramos también mucho desayuno, pero era imposible. ¡Cuánto
cariño nos tuvo esa gente, toda la vida!
A veces nos llevaban, transportados de la misma manera, a la casa de Ramón Antonio
Burgos (Dondo) y su esposa Luz –compadres de nuestros padres– que estaba dentro
donde solía andar, según nos dijeron, Tunti Cáceres). Pasábamos por el lado de la
casa de los patronos, cruzábamos unos cacaotales, y luego llegábamos a la casa,
sola, entre sembrados y árboles. Lo que más recuerdo es una abundante tortilla de
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
huevos, quizá con guineítos o yuca… Y, por supuesto, el cariño de Dondo, Luz,
Antonio, René, Isabelita… Creo que Ramona no había nacido todavía.
Otras veces el viaje era más corto. Íbamos de pasadía a donde Bienvenida (prima de
papá) y su esposo Francisco Diplán, a poca distancia de mi casa; o donde tía Lucila.
Estas visitas se parecían a las del hijo de Antonio Medina, hermano de Generosa
la esposa de Manuel Bretón. Pasaba Antonio, con su hijo, frente a la casa de una
hermana. El hijo le dice que le dé permiso para pasarse el día donde su tía. El papá
le dice que sí, y el hijo entra a la casa de la tía. Como era el mediodía, estaban
sirviendo la comida. Le pasaron un plato al muchacho, comió y se echó a correr
detrás del papá. Éste, al verlo, le dice, sorprendido: “Mi hijo, ¿y tú no me dijiste
que ibas a pasarte el día?” A lo que el hijo contestó, mientras se limpiaba la boca,
“Sí, papá, ya me lo pasé”.
Supongo que la radio llegó a comienzos de los años cincuenta. El primer aparato
de radio que recuerdo era de Gabino Bretón; allá íbamos por las noches a oír la
santa misión, del Padre Antonio Sánchez. Gabino se sentaba ante el radio, de
modo semejante al que fuera a pilotear un avión. Movía la aguja y sonaban las
emisoras lejanas, con el ruido característico que producen, especialmente de noche.
Recuerdo que un día, durante la prédica, había una mujer, tenida por pecadora, muy
compungida, porque el Padre la había mencionado a ella directamente; había dicho:
y tú, mujer que llevas el pañuelo en la cabeza. Y ella lo llevaba. Después íbamos a la
iglesia de Licey, a oír al Padre Sánchez en persona. Todavía me parece escucharlo,
cuando cantaba (sonaba muy bien):
y la Virgen… para el rosario te llama. Con algunas sábanas hacía una habitación,
en un ángulo de la iglesia, y ahí dormitaba de noche. ¡Qué vida tan austera! De día
se dormía, sobre todo confesando; decían que cuando era joven le picó la mosca
tse-tsé (del sueño). Contaban que, para no dormirse, preparó una puya de madera
que se colocaba bajo la barbilla; pero no fue efectiva, pues rápidamente aprendió a
dormir moviendo la cabeza hacia los lados, para evitar la puya.
El primer radio cercano a mi casa, de pila seca enorme, estaba en casa de mis
abuelos paternos; la primera canción que recuerdo haber oído en él fue por el camino
verde, camino verde que va a la ermita… (Muchos años después fue cantada esta
canción, en un acto en el seminario de Pontón, La Vega, en el que se encontraba
mi tío Apolinar. Éste, cantó Lamento esclavo, de Eduardo Brito; mi tío tenía voz
de barítono. Las hermanas del Padre Fausto Mejía se encontraban en este acto.
Luego se alzó, cuan alto es, el Padre Guerra. Iba también a cantar. Al ver la estatura
pensaron en tremenda voz (si mi tío, que era pequeño, cantaba tan fuerte…).
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Comenzó a cantar por el camino verde, con un hilito de voz tan penosa, que ya las
hermanas de Fausto no necesitaron más chiste en todo el acto. No pararon de reír).
En ese tiempo se escuchaba mucha música española (había que resaltar lo hispánico,
casi siempre en perjuicio de lo africano). Me encantaba El Gitano Señorón, Juan
Lejido (la luna se está peinando en los espejos del río, y un toro la está mirando,
entre la selva escondío…). Quizá desde entonces me gustan los pasodobles, aunque
disfruto más la versión moderna de la orquesta de Luis Cobos. También oíamos
a Joselito (una vez un ruiseñor, con las claras de la aura, quedó preso en una
), Después escuchábamos a Elenita Santos y sus salves
estilizadas. La salve pura no la escuché hasta visitar años después el kilómetro doce
de Haina; no olvido los palos, especialmente el palo mayor, y la unción con que los
negros los tocaban. Me pareció como si esas membranas tuvieran alma. (Después
me fue muy útil la lectura de Voces del purgatorio, la obra de Martha Ellen Davis
sobre las salves). Por mi casa nunca oí más que la tambora de Taurino y de Culeco
(Hilario, hermano de Lorenzo). Siendo ya obispo, volví a llevarme otra sorpresa con
los palos, en un campo de San Cristóbal, cerca de Sainaguá. Unos jóvenes tocaban
tan bien que los invité a ir con sus palos a una Misa multitudinaria que teníamos
en el parque, frente a la parroquia N. S. de la Consolación. En ese campo escuché
la salve que fue adaptada para Mamá Tingó; lo que dice el estribillo original es son
de Dios, son de Dios, son de Dios las salves que canto yo. Esta letra me pareció
hermosa, lo mismo que la música y la unción con que tocaban los jóvenes músicos.
Posteriormente escucharíamos mucha música mejicana (para mí llegó a ser
demasiada). El día que a mí me maten, que sea de cuatro balazos… ¡Cuánta letra
primitiva y anodina!; llegué casi a aborrecer a Antonio Aguilar; no sé si Luis
Aceves Mejía era distinto...). Otra cosa era Pedro Infante, Javier Solís…2 Por esos
tiempos se escuchaban también muchos tríos (especialmente Los Matamoros, Los
Panchos, etc. etc. Estaba de moda Nicolás Casimiro (me encantaba su voz: vuela,
gentil mariposa… (Doña Heroína, en La Sabana de Luperón, tenía varios discos
de él); Lucho Gatica se escuchaba a toda hora; Todas las mujeres, especialmente
mis tías maternas escuchaban El derecho de nacer, una radio-novela cubana, y no
dejaban de mencionar cosas de Albertico Limonta. Por mi tío Apolinar conocí a
Alfredo Sadel y a Alfredo Krauss Trujillo. También se escuchaba al Indio Araucano
(a mi madre le gustaba escucharlo: Y para qué quiero más, si yo nací en un jardín...),
2
Cuando en 1980 estuve por Colombia, me asombró notar la vigencia de la música mejicana en el
pueblo. Por la zona de Antioquia se hacían largas filas para ver La niña de la mochila azul. Y en los autobuses
en el viaje a Buenaventura, cansaban con tanta música mejicana.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Felipe Pirela… Y después, todos escuchaban a Aníbal De Peña. A papá le traje de
Nueva York un longplay que creí de Carlos Gardel (con letras pequeñitas decía que
lo cantaba otro). Para sorpresa mía, le gustó más uno de Aníbal De Peña que también
traje; se supone que el del pseudogardel era más de su época. Después me regaló
Hilario Rivera uno de los primeros discos de Joan Manuel Serrat, y lo dejé en mi casa;
a poco tiempo escuchamos a Papá cantando “Se equivocó la paloma”, el poema de de
Rafael Alberti, cantado por Serrat en ese disco3. Recuerdo particularmente el longplay
de Harry Simeone y orquesta, que compré en N. Y., con canciones tradicionales
navideñas; cada cierto tiempo (aunque no sea navidad) me descubro tarareando
alguna de esas composiciones, sobre todo What child is this… The beautiful son of
Mary. y O tannebaum, o tannnebaum your trees are always faithful...
Por los lados de mi casa no recuerdo haber oído mucho merengue, aparte de los de
Trujillo en las velloneras, y algún esporádico perico ripiao. No sé a qué se debió esto.
Lo que sí sé es que después se pusieron de moda los merengues de doble sentido,
que algo de esto se encuentra también en los merengues típicos (perico ripiao), y en
mi casa ni por error se decía o se escuchaba cosa de doble sentido. (Cuando pude
salir a otros vecindarios, me di cuenta de las obscenidades que cantaban hasta los
adolescentes). Es increíble pasarse toda la vida sin haber oído jamás de labios de
nuestros Padres una palabra de doble sentido, ni en broma; ni tampoco una mala
palabra, cualquiera que sea. (Se dice que a Agustín Bretón, hermano de mi abuelo,
se le oyó una sola mala palabra en su vida; lo hicieron incomodar y dijo, ¡carijo!).
De hecho, aprendí a decir alguna mala palabra estando en el Seminario Mayor; un
día hacía algo en mi casa, en presencia de Domingo, mi hermano. Me golpeé un
dedo y se me zafó una palabra; Domingo, sorprendido, me preguntó: “¿qué fue lo
que dijiste?” Le dije cualquier cosa, pero tuve que corregirme.
Televisión sólo había donde Amada y Juanquito. Yo iba a cargar agua para mi casa
y me quedaba a ver la Semana Aniversario (o aniversaria como se decía). El precio
era una buena pela; a veces íbamos de nochecita a ver películas, principalmente
Bonanza; vi también una película mejicana en que cantaban “partiré canturreando
mis canciones ya viejas…” No sé cuál sería. Lo que sí sé es que un día me quedé a
ver la Semana Aniversaria y presentaron al muñeco Don Roque (creo que a veces
el ventrílocuo decía cosas un poco picantes). Después, a La India Tapatía (creo que
así le decían), una mejicana monumental, mínimamente vestida, con taconcitos
muy altos. Pero cuando Doña Amada se dio cuenta del destape, vino con una toalla
3
Nuestros dos viejos tenían características semejantes en cuanto a la voz: una voz entonada pero débil
(creo que por ahí ando yo); la de la vieja era, de tan débil, casi penosa, pero no se lo digan...
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 37
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
golpeando el piso, mientras la dama invisible bailaba.
de que estaban, pero nadie ha podido recordar dónde se colocaban; parece que
papá los guardaba y los colocaba en ciertas ocasiones. Una ocasión importante
era cuando iban los fumigadores (
, que hasta vestían como guardias;
llegaban y se metían por todas partes. Nadie de casa sabe tampoco con seguridad
A poca distancia de mi casa quedaba La Mina. Así se llama hasta hoy el lugar en
donde se excavó buscando petróleo. Las luces no se apagaban de noche, y era
constante el tintineo de los tubos, en las altas torres. Durante un tiempo el trabajo
no avanzaba y había una gran cantidad de barrenas gastadas; se decía que habían
encontrado una gran piedra pizarra. Venía gente de todas partes a ver la novedad,
y mi mamá aprovechaba para hacer bacalaítos (bollitos de harina de trigo con algo
de bacalao), que yo vendía. Eran sabrosos y se vendían bien, a centavo la unidad (a
chele). Sólo que el vendedor era algo despistado. Un día se vendió bastante y con
rapidez, y yo me senté a mirar hacia las torres; usaba pantaloncitos cortos, cuyos
bolsillos eran simples tapas de tela sobre el paño principal, a ambos lados de las
piernas. Me senté en el suelo y encogí las piernas. Luego vino papá y se sentó a mi
lado. Miró hacia el suelo, y todo el dinero de la venta estaba regado en él. Gracias
a Dios que fue papá el que se sentó junto a mí.
A causa de la mina, tuvimos carretera de cascajo, que era un encanto, después de
tantos pantanos. Por esa carretera regresaban mi mamá y Teresita, mi hermana, el
día que Trujillo fue a ver la mina. Les pasó por el lado tremendo carro negro; la
noticia corrió como pólvora, y cuenta mi hermano Constantino que se formaron
ver a Trujillo. Cuando dijeron que ya venía el carro negro, en la escuela primaria
se trepaban los estudiantes en los pupitres, tratando de alcanzar a verlo, y echando
vivas al jefe. Pero el jefe no tardó mucho en La Mina.
Poco tiempo después, de buenas a primeras, comenzaron a llegar patanas cargadas
de fundas de cemento, que iban rompiendo y echando en los profundos hoyos que
habían hecho; así lo hicieron hasta rellenar todo. Nunca oí mencionar razón cierta
sobre esto. La gente decía que en la excavación habían topado con una veta de la
mina de Venezuela, y no les convenía que aquí se extrajera petróleo, y que por eso
se había detenido todo. Conjeturas. Todos los trabajadores fueron despedidos (el
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
jefe era Juan Jiménez, llamado Juan Margó, el de Irenita). Después la gente fue
recogiendo todo lo que quedaba (madera con olor a aceite de motor, manómetros,
barrenas viejas, etc.); también fueron ocupando los terrenos y construyendo en
ellos. Y, por supuesto, se acabó el pregonar bacalaíto a chele.
mal de ella entre mi familia; el tío Abrahán iba de Ciudad Trujillo al campo, y allí
se desahogaba. Su madre le suplicaba que se callara, por amor a Dios, “que las
mayas tienen oídos”. Incluso alguno de nosotros oyó a nuestra madre hablando
de la situación con su compadre Manuel de Jesús Burgos (Capatá). Ella misma
nos contaba sobre un señor llamado Adolfo Estévez Cabrera (Bocho), cuyo hijo,
Fellito, se reveló contra Trujillo, parece que por los tiempos de Rafael Estrella
Ureña; tuvieron que irse a la loma, mientras toda la familia dormía en los montes,
para salvar la vida. A Fellito lo mataron, y Bocho bajó de la loma en un burro, con
Méndez (mamá Filó), tía de mi madre, era hermano de Bocho Estévez. Mi madre se
crió entre ellos, en casa de sus abuelos maternos, desde los seis meses de edad, en
el lugar que se llamó Canca Estévez, pero que a causa de la rebelión contra Trujillo
se cambió a Juan Antonio Alix. Según mi madre, Luis José León Estévez, esposo
de Angelita Trujillo, era sobrino de Bocho y de Eduardo.
Papá también contaba acerca de la muerte del General Cipriano Bencosme, por
los lados de Villa Trina. Y varias veces lo oí relatar con gran tristeza escenas
de la matanza de los haitianos en 1937; eran historias conmovedoras las que
contaba de unos niños haitianos asesinados, con alguna expresión que recordaba
los relatos de los mártires.
Contaba, además, sobre los muchos haitianos que trabajaron en la construcción
de la Carretera Duarte, varios de los cuales se quedaron a vivir por nuestra zona.
A ellos les gustaba, según decía, la batata con sebo de vaca, que ponían a secar en
yaguas. Nos contaba con frecuencia de un haitiano a quien, mientras trabajaba en la
carretera, le dio un dolor; era ya de tardecita y los compañeros quisieron ayudarlo,
pero cuando intentaban tocarlo, decía: si pará de aquí, aquí murí. Para que no
muriera, lo dejaron en el lugar. Al día siguiente sólo encontraron los pedazos de la
tinaja, pues al cavar encontró una botija (tinaja llena de onzas de oro) y se lanzó
de bruces contra ella, de modo que nadie la pudiera ver. Al amparo de la noche
recogería el hombre su tesoro para no volver jamás.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
También contaba con lujo de detalles lo que sabían todos los viejos de estos lugares:
la matanza realizada por las tropas de Cristóbal y Dessalines en la iglesia del
Rosario, de Moca, en su regreso a Haití (1805). Se cuenta incluso que una de
nuestras antepasadas (María del Carmen Bueno) se salvó debajo de los cadáveres;
los libros de historia dicen que se salvaron dos muchachas, una de ellas de apellido
Salcedo.
Cuando la invasión de Estero Hondo, Maimón y Constanza nos asustamos todos; se
aseguró que por los lados de Licey andaban en unos camiones recogiendo hombres
para ir a enfrentar los barbuses, como llamaban a los expedicionarios. Todo varón
mayor de edad recibía una especie de entrenamiento militar, si bien es verdad que
oí y vi a mis padres comentando esto con gran preocupación.
Corriendo el tiempo, ya sacerdote, me tocó pasar varias veces por los palmares
de Estero Hondo, cerca de La Ensenada; eran notables las perforaciones de bala
en las cañas de las palmeras. Recién ordenado yo, me aseguró el Padre Batista
que unos huecos que él tenía en la espalda, fueron causadas por estas balas de
Estero Hondo. Según él, se vio atrapado en medio de la refriega. Venían las balas
muertecitas…–me decía. Y yo, ignorante absoluto en esta materia, le creí. Después
de reírse un poco me dijo que le habían dado viruelas malas cuando muchacho.
Cuando eran abiertos y descarados los ataques contra la Iglesia, caminaba yo con
papá por las calles de Santiago, y en las casas se escuchaba Radio Caribe; hablaban
constantemente de los falduses
Papá me decía que no les hiciera caso, mientras se lamentaba: era increíble que
se atrevieran a atacar así a la Iglesia. (Es probable que desde entonces quedara yo
predispuesto respecto a la voz de Santiago Lamela Geler, a quien luego escuchaba
creo que en un programa de música clásica, siendo yo seminarista en la Capital).
El martes 30 de mayo del 1961, nos despacharon de la escuela (tanda vespertina),
de Canca La Reina, cuando llegó la noticia de la muerte de Trujillo. Muchas
mujeres cayeron con ataques de nervios, y lloraban a gritos a su papá. Mientras
regresábamos, oíamos en todos los radios la misma noticia: Ha sido vilmente
asesinado el Dr. Rafael Leonidas Trujillo Molina, Benefactor y Padre de la Patria
Nueva…Pérdida irreparable para la República. (Si no me equivoco, era una voz
varonil, como la de Pedro Pérez Vargas). No se movían ni los pajaritos. La gente
tenía dolor y temor. Fueron días de gran incertidumbre.
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+ Freddy Bretón
Cuerdos y recuerdos
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Después de eso, no tengo claridad de lo que pasó durante los días subsiguientes.
Lo que sí recuerdo bien es que, como todos los cuadernos tenían la foto de Trujillo
dibujándole cuernos a la cara del jefe. Alguna noticia nos llegaría de los destrozos
causados por las multitudes en la ciudad, pero en los campos la vida corría a ritmo
lento.
Poco después comenzarían a resonar tímidamente las consignas de los nuevos
grupos políticos, hasta llegar a ser pasión abierta y general de una población
traumatizada, convaleciente que, un poco a tientas, ensayaba una democracia débil
y muy germinal.
m
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+ Freddy Bretón
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Seminarista
Seminario Menor San Pío X
Al terminar el séptimo curso tenía yo quince años de edad. Era el 1962. Desde
hacía varios años, mi mamá me preguntaba si no me gustaría ser sacerdote; alguna
vez me lo preguntó mientras cogíamos tabaco. En algún conuco nos daban los
criollos, que era lo último de una cosecha, las hojas más pequeñas e incómodas
de manejar; yo quebraba las hojas y ella amarraba (hacía las sartas). Yo no me
mostraba complacido con la pregunta de mi madre, debido a que el primo Felipe,
el de Manuel y Generosa, había estado en el seminario MSC en San José de Las
Matas; su madre estaba oronda con ese hijo que sería sacerdote. Pero Felipe dejó el
seminario. Entonces la alegría de la madre se transformó en permanente llanto. Yo
decía que no quería repetir esta escena en mi casa, y no podía entrar al seminario
si era obligado llegar a ser sacerdote. ¿Y si yo no daba para eso? Mi madre no
cejaba y me volvía a hacer la pregunta. Debe recordarse, además, que ya yo andaba
dibujando corazones en los cuadernos de las condiscípulas…
Primero fui monaguillo en mi capilla de San José, con el Padre Bobadilla; para ello
tuve que aprender a responder la Misa en latín. Mi tío Apolinar me copió en un
papel, con sus preciosas letras, todas las respuestas y yo las practicaba especialmente
cuando iba en la burra a cargar el agua.
Luego fui monaguillo en la parroquia de Licey, con los Padres Santiago, Romano, París, Luis y otros Misioneros del Sagrado Corazón (MSC). Un día, el Padre
Santiago Godbout4 me preguntó directamente: “¿Te gustaría ser sacerdote?” Naturalmente, con fuerte acento. Y le dije que sí. Luego me invitó a una jornada vocacional, en la escuela de Licey. Antes de salir para la misma, mi papá me dijo: “Si
brindan alguna cosa, pon atención por si no alcanzara para todos, para que tú comde helados, con su caja de madera colgada al hombro con una correa de cuero. Iba
dando a cada uno un helado de cuadrito (un pequeño cubo), pero no le alcanzó
para el último. De inmediato me levanté y le di la mitad del mío, tal como lo había
previsto mi padre. En ese encuentro presentaron una película de misioneros, en la
4
El Padre Santiago Godbout falleció en Canada el 15 de febrero de 2001.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Mi Primer Curso. Seminario San Pío X. 1963
que aparecían personas de raza negra; pensé siempre que sería Haití, pero luego me
dijeron que los misioneros del Sagrado Corazón no tenían entonces misión en Haití.
Era, pues, África. No sé si antes o después de eso, invitaron los Padres MSC a su
seminarista Darío Taveras, nativo de Licey, para que predicara en una Misa. Me
gustó tanto la forma en que explicó el Evangelio, que quedé encantado.
En eso fue creada la Parroquia de Licey y la asumieron los Padres diocesanos
(1962), y al poco tiempo me invitó el Padre Agripino Núñez, su primer Párroco,
a hacer otra jornada vocacional; la cosa era para pronto. Yo tenía sucia la única
remuda (única ropa de vestir) y era tiempo de mucha lluvia. Se lavó la ropa pero
no había manera de que se secara; por eso tuve que ir a casa de María Rodríguez
(la tía del Padre Darío Taveras), que tenía una plancha eléctrica, a algo más de dos
kilómetros, para secar de este modo la ropa.
Debo decir que el Padre Agripino llevó al grupo de monaguillos (entonces quizá
cuatro o cinco: Lázaro y Jaime Alba, Ignacio Bretón...) a un paseo a la Capital (para
mí, más de diez años después de que me llevara mi abuela materna). En el cine Lido
vimos la película llamada Barrabás, de la que sólo recuerdo un incendio, una muerte
con puñal, un arroyo cristalino y la gran cara de salteador que Anthony Quinn
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
exhibía en ella. Antes de esta, mis películas eran oídas: mi primo José Venancio,
santiaguero, las veía en la ciudad y me las contaba en el campo. Así oí (casi la vi)
Los Cañones de Navarone, de la que sólo recuerdo el dramatismo y la emoción con
que Venancio la contaba.
Luego fui monaguillo cuando los Padres Flores, Moya y luego Arnaldo Bazán
fueron Párrocos; atendían la Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de Licey,
residiendo en el Seminario San Pío X. El Padre Bazán me regaló luego –entre otras
cosas– la estola para mi Ordenación diaconal, que todavía conservo.
Fui admitido en el seminario San Pío X, de Licey. Mi mamá tuvo que ponerse
en movimiento, pues encontrábamos larga la lista de cosas que se necesitaban.
Recuerdo que Lupe Ceballos salió con ella a visitar personas para pedirles cosas;
Mayoya (María Dolores, esposa de Elpidio Bretón) me hizo el uniforme: corbata y
pantalón negros, camisa blanca (y cara de bobo, añadían en ese tiempo). La sotana
negra fue de Ricardo Fernández Taveras, ex seminarista. Colaboró Doña Álida
de González, de Santo Domingo, Furcy Taveras, de Licey, y cientos de personas
más. Ya todo estaba listo, pero como no había maleta, entonces papá la fabricó de
madera; el manubrio o agarradera lo tomó de una batea de zinc y pintó la maleta
de azul cielo. Aparte de que pesaba un poco, se inclinaba algo hacia un lado, al
agarrarla por el manubrio. No me hacía mucha gracia pensar en llegar con ella al
seminario. Y no tuve que hacerlo, pues trajeron una del Hospicio de Santiago; era
cremita con dos franjas marrones o rojizas; según dijeron, era de un sacerdote que
había muerto (quizá del Padre Leocadio Del Saz).
En octubre de 1963 fue a recogerme a mi casa el Padre Agripino para llevar a mis
padres a dejarme en el Seminario San Pío X, de Licey; dicen que con bastante llanto
de mi familia (yo sólo lloraba con las pelas, que eran frecuentes). El Seminario
estaba sólo a unos cuatro kilómetros de mi casa, pero era la primera vez que salía
para permanecer fuera, y la del Seminario era rigurosa vida interna. Había tres
momentos al año en los que podría visitar mi casa: navidad, semana santa y verano.
Papá iba en su bicicleta a visitarme algún domingo, y muchos seminaristas querían
practicar en ella (era un aparato viejo, y éramos unos ciento treinta seminaristas).
Le sugerí que cuando volviera, la dejara en casa de Doña Ninita, frente al seminario
(la madre de Félix Fernández y de mi futura comadre Yolanda); y así lo haría de
ahí en adelante. Algún día llegó a visitarme, me buscaban y yo no aparecía; es
que había un piano en un saloncito y yo me metía a darle a las teclas, según me
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
parecía (por supuesto, mis manos ya eran más de carnicero que de pianista). Pero
me entretenía bastante, pues siempre me he llevado bien con la música. Ya antes
era capaz de recordar al instante melodías, cantantes, etc. Pero en esto me superó
mi hermano Constantino.
Bodas de Manolo Alba
y Altagracia Bretón. El
Seminarista de la izq. es
Bernardo Bretón; el de la
derecha, Freddy Bretón. El
sacerdote, Amable Ramírez.
1965.
Debe recordarse que el seminario San Pío X comenzó a funcionar sin estar
bomba (que siempre se ha dicho fue colocada por la gente de Trujillo), que hizo
grupo (de 1962), respecto a la incomodidad que vivieron; al ingresar yo, todavía
se formaban charcos enormes en el patio, pues bajaba toda el agua que venía del
Norte; la inclinación del suelo iba bajando hacia el Sur. Esta era la ruta de las aguas,
los sapos y también de la gente, que atravesaba por en medio del seminario.
Así fue que una tarde nos asustó Antinoe, un jovencito del vecindario, pequeño
pero con voz bastante grave. Estábamos estudiando en el salón contiguo a la capilla,
concentrados totalmente; de repente se oyó la voz: “Saiminarita, aquí se le quedó
un cuaideno”. A alguien se le había quedado un cuaderno en el patio, y Antinoe
quería entregarlo; el asunto fue que oímos la voz, pero no veíamos a su propietario.
En este mismo salón pasaron muchas cosas. Aquí, por las noches, explicaba el
Padre Flores la Sacra Virginitas. También nos reunía Mons. Polanco cuando iba
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 4
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Seminaristas en El Santo Cerro, La Vega. Grupo con el cual fue seminarista mi tío Apolinar Bretón. En esta foto pueden
apreciarse Luis Ramón Checo (1ro. Izq., de pie), Jerónimo Tomás Abréu (3o. sentado); en el mismo centro, detrás de los
dos sacerdotes con sotana, Daniel y Benito Taveras; justo detrás de Daniel, Roque Antonio Adames Rodríguez; el 3o.
después de Benito (con ligero círculo alrededor del rostro), Juan Antonio Flores Santana. (Foto conservada en casa de
mis abuelos paternos).
+ Freddy Bretón
Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 5
Cuerdos y recuerdos
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
de visita al seminario; cuando él iba, eran suspendidas las clases, y nos reunía para
dorado), que eran colocados sobre el altar. En una ocasión nos hablaba y salió la
mano: es uno que se gavea por las montañas… “Ay, ay, ay…”–dijo Mons. Polanco,
y entonces añadió: que escalan montañas. A Rafael Peralta Brito le preguntó algo y,
al ver que éste daba algunas vueltas en la respuesta, le dijo: “Peralta, no te subas en
javilla, que luego no puedes bajarte”.
Hay cosas en la vida del seminario que las recuerdo vivamente: la Misa, y la
meditación antes de ésta, en el silencio de la capilla, con su sagrario, en cuyo frente
se lee Ego Svm (yo soy), con una laminita metálica en forma de pez puntiagudo,
con la que se disimulaba el ojo de la cerradura; recuerdo los retiros, y la adoración
ante el Santísimo Sacramento.
El mes de mayo era dedicado a la Virgen; el Padre Flores (sí, el mismo Mons.
Flores) nos enseñó a cantar: Es más pura que el sol, más hermosa que las perlas
que ocultan los mares / ella sola entre tantos mortales del pecado de Adán se libró.
Salve, salve, cantaba María; que es más pura que tú sólo Dios…
Son inolvidables los radio-teatros, obras teatrales leídas por un grupo: “Murió hace
quince años” (de José Ant. Jiménez-Arnau), “Historia de una escalera” (Antonio
Buero Vallejo); la pintura mural para la primera la realizó Justo Hernández.
Recuerdo que me impresionó porque parecía real. Para la segunda obra, dibujó
Milcíades Herrera sobre una cartulina una escalera en un patio interior, que luego
fue enmarcada. Mi curso presentó La dama del Alba (de Alejandro Casona) en
la que yo representaba a la muerte (La Peregrina) y Juan Pablo Liriano hacía de
madre. Como este era un hombre hecho y derecho, con voz grave, se le pidió que
para cerrar la obra, en que la hija decía “¡Madre!” y él tenía que responder “¡Hija!”,
que suavizara un poco la voz. Pero parece que por emoción o por nervios olvidó la
recomendación y la madre soltó, con tremenda voz varonil: “¡Hiiiija!”. Aparte de
estas obras, creo que también se presentó alguna de Alfonso Sastre.
¡Cuántos declamadores había entonces entre nosotros! El más famoso, quizá, era
Fortunato Rustand King. Pero todos teníamos que declamar, incluso yo. Lo gracioso
era que algunos declamaban en serio, y todos nos reíamos. Tal era el caso de Andrés
Pablo Liriano declamaba Gratia Plena, de Amado Nervo: “Todo en ella encantaba,
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23/01/13 15:22
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Mi curso en S. Pío X. 1967.
todo en ella atraía; era llena de gracia como el avemaría…”. El problema era el
gesto; Liriano, un hombre fornido, entraba y sacaba alternativamente las manos en
posición horizontal, sin despegar los brazos, en un corto movimiento del pecho hacia
afuera y de afuera hacia el pecho. Félix Martínez (Negro, el de Jacinta), mi vecino,
se hizo famoso con El Pasaporte, de Juan Antonio Alix; en un momento del poema
preguntaba: “¿Tiene prole?”, y de ahí le vino al declamador el nombre de El Prolo.
Todos los domingos, después de Misa y desayuno, teníamos clases “de tonos”. Era
algo así como ejercicios de expresión y comunicación; se cantaba, se declamaba,
se pronunciaban discursos… Cuando le tocaba el turno a Basilio Camilo,
siempre decía unas palabras a modo de presentación; mientras hablaba, levantaba
alternativamente las piernas hacia delante, golpeando rítmicamente con la mano
derecha el puño ahuecado de la izquierda. De mis propias intervenciones sólo diré
que declamando daba pena.
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 7
23/01/13 15:23
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Tomás Bello, Puro Blanco… Yo comencé siendo tiple, junto con Toribito, y después
hacía la segunda voz. A menudo recuerdo con agrado retazos de canciones de ese
tiempo: El Pirineo sombra da… el Ampurdán. / Anacaona hermosa, guerrera y
poetisa, tu musa fue la libertad… poco es perder la vida, si se perdió la libertad.../
Decidme barcarolas, marineros cantad, cuando bajen las estrellas a mecerse en el
mar… / La Virgen antes de irse a su capullo besó (el solista de esta canción era Puro
Brito e.p.d.). / ... del viejo bosque la quietud, y entre el silencio y la paz, cucú... /
Camarero, ¿qué hay para hoy? Un buen menú… / Te vuelvo a ver, oh dulce patria
querida
Puro Brito, Víctor García, Eduardo Sención, Héctor Julio Peguero, y muchos más.
Una vez dimos un concierto en La Vega, en el entonces llamado Club Social
con altavoces por la ciudad: “Concierto con canciones en inglés, francés, italiano,
español…”. Cuando ya estábamos en plena acción, Tomás Bello, el director, quizá
por la presión de sentirse profeta en su tierra, dio un tono altísimo para una de las
canciones; la canción se fue en ese tono, pero a mi me cayó una tos incontenible
que empañó un poco la ejecución de la pieza. Víctor García me recuerda de
vez en cuando ese suceso. En este mismo salón presentamos otro día la obra de
Franklin Domínguez Se busca un hombre honesto; yo era como una especie de
director. Llegamos a La Vega y nos pusimos a ensayar por última vez. Manuel
Sánchez era el encargado de luminotecnia y, alegando saberse todo eso, se fue
a visitar unos parientes. Había un momento en la obra en que debía aparecer un
cartel en la pared con el nombre de la obra; cubrimos el letrerito con dos pequeñas
cortinas e inventé halarlas con hilos, desde los camerinos. Eran fáciles de abrir;
el problema era cerrarlas de nuevo para hacer desaparecer el letrero. Acordamos
apagar totalmente las luces, para que yo, de un brinco, hiciera ese trabajo. Pero a la
hora de la verdad, Manuel apagó y, antes de que yo pudiera hacer nada, encendió
las luces más potentes, atrapándome in fraganti, “fuera de base”. Esta misma obra
la montamos en el Politécnico Loyola, de San Cristóbal. El personaje mío era
Diógenes, que se supone terminaba dándose un tiro. En esta ocasión el problema
fue el tiro: el buscapié que tenía previsto no explotó; tuve que soplar una funda de
papel y explotarla con el puño. Por supuesto, no quedó nada convincente.
Alguna vez fuimos a la UCMM a ver obras presentadas por el grupo de teatro,
como Médico a palos, de Molière; también fuimos a alguna presentación de la tuna
de la misma universidad. Varios alumnos de la UCMM fueron profesores nuestros;
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23/01/13 15:23
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
~
recordamos con especial cariño a Ramón García (Uacal), ya fallecido, y al ahora
Dr. Milton Ray Guevara.
rectorales se hacían competencias en las distintas disciplinas, también carrera de
obstáculos; en una de éstas se cayó Eduardo Sención, golpeándose en el pecho con
el espaldar de una silla, pues debía correr por encima de una tabla colocada sobre
dos sillas (el de arriba, en la foto de la derecha; halando a Pedro Ramírez). A mí
me gustaba una especie de fútbol estilo USA que jugábamos cuando llovía; era
muy divertido y rudo, aunque terminábamos enlodados como puercos. El equipo
Hernández, Juan Manuel Rodríguez, Juan Pablo Liriano, Santos Payano, Rafael
Peralta Brito, Víctor García, Cleofe y tantos otros. Cuando yo jugaba con los de
menor categoría –que también me gustaba– me colocaban en el rai
no haber otra plaza más a la derecha; dicen que bateando tenía estilo de leñador…
No digamos más.
En honor a la verdad hay que decir que no todo era gloria en el San Pío X. Quizá
por haber empezado precipitadamente, la selección de los candidatos fue pobre o
nula. Procedíamos de casi todos los puntos del país, pues aunque había Seminario
Menor en Santo Domingo, incluso los de Higüey eran enviados a Licey. Había
hombrotes de barba dura como Payano y Liriano y niñitos que jugaban con carritos
en la galería (Leo Ares era uno de ellos). Llegó gente urbana, muy civilizada y
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
campesinitos embullados, como un servidor. Algunos, creo que principalmente
del primer grupo, vivían muy ocupados en captar la simpatía de las féminas del
respecto a los seminaristas).
(excepto cuando el hipo atacaba a Monchi: no había manera de detenerlo, y
pequeñines íbamos delante y los grandulones, detrás. Un día, al salir de la capilla,
los delanteros escuchamos gran ruido en la parte trasera. Nos detuvimos para ver, y
era que se habían entrado a pescozones Chicho (Narciso Betances) y Joel Gómez.
En nuestras mentes perplejas se mezclaron la diversión y el drama. ¡Saliendo de la
capilla! Otro día también hubo pleito, pero nos enteramos cuando vimos a Tomás
Ramos con su maleta al hombro, rumbo hacia su casa, que estaba en El Limonal, en
la parte trasera del seminario. Creo que el pleito fue con Andrés Espinal.
Con frecuencia teníamos boxeo. Un día estaban boxeando en la cancha de baloncesto
César Mullix y Fortunato Rustand; parece que por ser paisanos (Samaná y
Sánchez) no se golpeaban: sólo se acercaban suavemente los guantes. Los mirones
que estábamos alrededor protestamos y empezamos a mostrarles cómo debían
hacerlo; me quedó al lado Andrés Espinal y nos sumamos a la demostración, con
tan mala suerte para Andrés, que le di un golpe en la cara, cayendo éste en el piso,
raspándose las rodillas. Se levantó y se fue al dormitorio. Entonces se me acercó
alguien a decirme que Andrés estaba preguntando qué había pasado. Me asusté
muchísimo, pues si Tomás cargó su maleta, me tocaría a mí cargar la mía. Pero,
gracias a Dios, la cosa no pasó de ahí.
Otro día me puse los guantes con Andrés Avelino Almánzar. (¡Tremenda osadía!
Yo era apenas algo más que espíritu). Estaba de moda Casius Clay (así se llamaba
todavía M. Alí) y yo imitaba sus brinquitos. Andrés mandaba los mandarriazos y
yo los esquivaba saltando; sólo que en una ocasión salté y no vi la enorme mata de
cana, detrás de la capilla, y fui a cepillarme la frente con ella. Fin de la pelea. (El
guantes con Bernardo Bretón y me aplicó un guantazo en la nariz. Fin de la carrera).
puñado de mentas sobre la carretera de cascajo. Yo metí la mano derecha para
atrapar alguna, y Aurelio del Orbe metió el pie con su zapato de tacón de suela. De
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 10
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
recuerdo me quedan las pequeñas marcas en tres dedos de la mano. “Y más amigos
que antes”, como decía el Padre Moya.
José Carrasco, buen amigo mocano, contribuyó con mi civilización: me regaló parte
de un desodorante en pasta, verde muy claro, que venía en frasco de vidrio, con olor
litargirio o el
bicarbonato. Luego, siguiendo el consejo de Pedro Pérez Vargas (“¿Oyó usted lo que
dijo ella?”), usábamos Sudorina estrella azul; lo malo de esta es que tenía uno las
axilas engrasadas de crema blanca todo el tiempo. Hay que decir que el seminario
hacía una labor tremenda con nosotros, pues la mayoría éramos gente rústica.5
La disciplina era algo notable en el seminario. Yo llegué a tenerle un miedo
tremendo al Padre Moya (y así se lo hice saber años después). Me daba boches que
yo compraba a buen precio, y que me hicieron cambiar. Era despistado y, sabiendo
que no tenía dinero para el pasaje (diez o quince centavos), dejaba para último
momento ir a pedirlo al Padre Moya. Y el resultado es ya sabido.
En cuanto al silencio no tuve problema, pues yo me lo procuraba en mi propia
casa: construía unas casitas con pencas de coco, con suelo de tierra amarilla,
un poco alejadas de mi casa. Tendía un saco en el suelo y ahí pasaba mis ratos.
Candelario Bretón (Papito), me proporcionaba paquetes de muñequitos o paquitos
principalmente de vaqueros, pero venían también de Vidas Ejemplares (Santos).
Así leí la vida de S. Francisco de Asís; me impresionó el hecho de que le entregara
la ropa que llevaba puesta a su Padre Bernardone (Muchos años después me diría
un franciscano en Asís, que los actuales habitantes de este pueblo italiano son más
seguidores de Bernardone que de su hijo). En mi familia hay mucha devoción a San
Francisco: Padre, madre, parientes… usaban permanentemente el cordón de San
Francisco bajo la ropa y en algunos días los escapularios. Un dato de cultura es, que
en uno de estos muñequitos aprendí, por ejemplo, que Eróstrato incendió el templo
de Artemisa en Éfeso, una de las siete maravillas del mundo, sólo porque deseaba
ser recordado en la historia.
5
Nunca olvidaré a José Grullón –a la sazón maestrillo del seminario– con un rollo de papel en la
mano, en uno de los grandes dormitorios (salones abiertos). Utilizó todos los resortes de persuasión para convencernos de que no había que gastar el rollo entero en cada desempeño. Por supuesto, muchos de nosotros
no conocíamos más que la nunca bien ponderada tusa de maíz. Que, a propósito, se cuenta de un seminarista
cibaeño de ese tiempo que se fue para el Seminario Mayor, y en su casa, pensando que se le había quedado
parte fundamental del equipaje, le enviaron más atrás, sendos sacos llenos de tusa… (Este humilde instrumento
aparece hasta en el Diccionario de la Real Academia (22a. ed.): tusa 2, 8; aunque ahí se atribuye a la República
Dominicana una áspera expresión con el término tusa que nunca he escuchado).
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Mi familia, en las bodas de plata de nuestros padres.
Año 1967. Foto: P. Francisco Almonte Valdez.
Otra cosa buena de San Pío X era la lectura de obras. Había lectura de libros
espirituales. (Hubo un tiempo en que se leía muchísimo Triunfo, de Michel Quoist,
y otros). Mientras comíamos se leía también algún libro de tipo más ligero, como
relatos de viajes y experiencias de algún misionero (Flor de Loto…). Me tocaba
leer con cierta frecuencia. (El Padre Moya me dijo un día que tanto yo como mi tío
Apolinar leíamos bien. Por supuesto, estos elogios estimulan y no se olvidan).
Entre los libros de espiritualidad estaban La práctica de la oración mental, de
Maumigny sj; Jesucristo, su obra y su doctrina, de Laburu sj. Había otro que
llevaba por título Intimas (P. López Arroniz), libro de meditaciones espirituales.
nunca he abarcado mucho en la lectura, pues me gustaba saborear lo que leía. Una
escrito al lado. Todavía andan por ahí listas de términos de obras de Antón Chejov,
de poesías de Amado Nervo, etc. Ese fue el tiempo en que leí Enriquillo, de Galván,
Corazón, de Edmundo de Amicis; Alegre, de Hugo Wast; La Hora 25, de Virgil
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Gheroghiu; El Príncipe Idiota, de Dostojewski; El Huerto de los Cerezos y otros
cuentos de Chejov; Hamlet, de Shakespeare; El Coraje de vivir y Cuerpos y Almas,
de Majence Van der Meersch, etc. Los mayores que yo leían mucho a Fulton Sheen
(“El Eterno Galileo”...) y a Tihamer Toth (“El joven de carácter”...). Llegué a ver
La guerra y la paz y los otros librotes de Leon Tolstoi, pero no pude con ellos.
Aparte de Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, creo que no se mencionaban
mucho las obras dominicanas. No recuerdo a nadie que declamara una poesía
dominicana, excepto El Pasaporte de Juan Antonio Alix, que supongo ya se la
sabía Félix Martínez (Negro), cuando ingresó al seminario. Estuve dudando si fue
entonces o fue después que escuché Ruinas, de Salomé Ureña. No debe olvidarse
que la mayor parte de las poesías que aprendíamos eran de las que traía el libro de
gramática, que era de Editorial Luis Vives, de España.
La alimentación del seminario dependía mucho de los donativos de la gente
(llegamos a ser 135 bocas de jóvenes voraces, más los Padres, maestrillos y el
personal de apoyo. Era famosa la
, harina enriquecida a menudo con
gorgojos y algún otro habitante de la misma. También fue famoso el queso de la
Alianza para el progreso, y la leche en polvo de la misma procedencia. (En un
campamento en La Ventana, de S. José de las Matas, me tocó preparar de esta leche
para el desayuno: se podía comer con la mano, de tan empelotada que me quedó)6.
la vocación de muchos: o te la comes, o te vas. Con quien no le fue bien al Padre
Moya fue con Freddy Cruz, mi colega de Licey. El Padre le hizo comer piña (Esto,
la piña es sabrosísima…). Freddy la comió, y enseguida comenzó a llenársele el
cuerpo de pelotas, porque era alérgico. Hubo que llevarlo corriendo al médico.
Yo agradezco mucho a Dios haber aprendido en el Seminario a comer de todo.
Tenía, gracias a Dios, muy buena salud. No sé si tendría dieciséis o diecisiete
años cuando me llevaron al dentista; era una Doctora muy piadosa, en la callecita
Jácuba, en Santiago, que hacía ese favor a los seminaristas. En el caso mío era solo
una limpieza; gracias a Dios, ni siquiera me ha dolido nunca una muela. (Un vecino
6
Ha de saberse que mi arte culinario solo ha podido llegar hasta colar café. Un día, en N. Y., tuve que
preparar mi propia comida. Puse a hervir plátanos y compré chuletas. Como tenía hambre, le di vueltas y vueltas a los plátanos con una cuchara a ver si esto adelantaba su cocción, pero nada; al final me los comí sarazos.
Metí las chuletas en el sartén y, al instante estaban casi quemadas. Y dije, “así si me gustó, rápido.” Cuando le
metí cuchillo, salía la pura sangre. La próxima vez, compré comida para calentar. Muy antes de esto, también en
N. Y. , freí dos huevos, para Pedro Eduardo y para mí, pero quedaron tan negros que tuve que comérmelos los
dos. Y no hubo ningún intento culinario más, en toda mi vida.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
y pariente en el campo, en la desesperación se extrajo una usando una de las aldabas
de las puertas…). Lo que si sufría yo era de migraña o jaqueca, lo cual me duraría
hasta los treinta y tantos años.
A propósito de los que dejaban el seminario, quizá uno de los casos más llamativos
fue el de aquel joven (¿de Santiago Rodríguez?) que hizo su presentación una noche,
acabando de llegar, en el salón del comedor; la luz no era muy abundante, pero
como nos veríamos a la luz del día, nadie hizo mucho esfuerzo por verle la cara.
Cuando le llegó el turno, dijo su nombre y unas animosas palabras vocacionales;
golpeando con la mano derecha el puño ahuecado de la izquierda dijo: “¡Nosotros
sí que le vamos a poner la tapa al pomo!” Todos nos reímos. Y al día siguiente
todos queríamos ver al animoso joven, pero no aparecía. Ni apareció, pues, oscuro
todavía tomó sus bártulos y se fue para su casa. Nadie retuvo su nombre, por lo que
decíamos: “se fue la tapa al pomo”.
En ese mismo salón hizo también otra presentación memorable mi amigo Basilio
Camilo. Mandó que todos nos pusiéramos de rodillas, excepto los Padres. Anunció
que era algo muy grande lo que iba a decir. Cuando nos vio a todos arrodillados,
dijo con su potente voz: “Maravilla, maravilla, ¡Cuántos burros de rodillas!”
Maravilla fue su nombre en lo adelante. Con Basilio tengo varias historias, como la
de su cumpleaños. Vivíamos tres seminaristas en una habitación de la parte nueva
del seminario (hacia el lado Oeste), Andrés Avelino, Basilio y yo. Basilio quería
celebrar, pero no tenía dinero; por ello se propuso tomar un huacal de botellas
vacías, de la despensa, para vendérselo a La Tentación (así era llamada tanto la
dueña y como el colmado de enfrente). Pero necesitaba un cómplice para pasarlo por
encima de la pared que da a los garajes. Tanto me embromó, que accedí a ayudarle.
Aprovechó una noche en que no había luz; cargó con su huacal, lo colocó sobre la
pared, y al otro lado estaba yo para bajarlo. Sólo que en ese mismo momento llegó
la luz. Como era dichoso, no había nadie por los alrededores, y pudo completar
–con mi complicidad– su latrocinio. El desenlace fue éste: Trajo de La Tentación
un tremendo Vinazo El Pirata y nos dispusimos a ingerir el preciado licor (era pura
candela). A Avelino y a mí nos dio sueño rápidamente y cada uno se fue a su cama,
pero Basilio se puso contento y bromeaba con un cuchillito –eso le encantaba,
dicen que porque le temía– metiéndolo por debajo del mosquitero. Yo, que nunca
tuve los juegos livianos, le di con el puño en la frente y, como Basilio estaba en
cuclillas, desbalanceado, cayó de espaldas al piso, para gran contento de Avelino.
Y, a dormir se ha dicho.
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Cuerdos y recuerdos
SEMINARIO MENOR SAN PÍO X
Curso 1967-1968
+ Freddy Bretón
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Hablando de alimentación diré una que fue casi dramática. Era común que algunas
personas enviaran animales para la comida de los seminaristas. Así llegó un toro
muy bravo que, no sé cómo, se soltó y se adueñó del seminario. Una parte de
los seminaristas nos subimos a la azotea y fuimos hacia el lado Oeste, sobre el
comedor. Ante la emergencia, se pidió ayuda a la guardia de Santiago (el Padre
Moya era Capellán). El toro andaba ya por el maizal, a buena distancia y el guardia
fue tras él. Apuntó el arma y, primero vimos caer el toro; aunque el guardia estaba
relativamente cerca de nosotros, solo más tarde escuchamos el disparo. (Tiempo
después recordaría yo este suceso, cuando traté de entender la Teoría de la
Relatividad, según la explica Bertrand Russell. Pues sí…).
Otro de los toros me causó algún contratiempo. Don Polín Pérez, de Los Hidalgos
(Mamey) ofreció uno y el Padre Fello tenía que ir a buscarlo. Era verano y no había
seminaristas en el seminario. Estábamos Lino Rojas y yo, porque éste me estaba
ayudando a pasar a máquina (todavía yo no había empezado mis ejercicios de a-sd-f-g... para aprender a dominar este artefacto), un trabajo que yo debía entregar
al día siguiente. El Padre Fello me invitó a acompañarlo a Mamey. Lino no podía
acompañarlo y me esperaría para terminar el trabajo a mi vuelta. Le expliqué al
Padre que debía volver a tiempo. Me dijo que así sería. Resultó que el toro estaba
en Estero Hondo y no en Mamey, es decir, mucho más allá. Llegamos hasta La
Ensenada e incluso vimos los matorrales en donde los expedicionarios del 14 de
junio del 1959 guardaron sus latas de conservas. Vimos también las palmeras con
grandes perforaciones. Volvimos a pasar por la casa de Polín Pérez, y cuando pensé
que salíamos hacia Licey, una hija de éste, que se casaba en esos días quiso hablar
con el Padre Fello; pasearon para allá y para acá, hasta que yo me desesperé y tuve
la osadía de hacerle una seña al Padre (que no le gustó para nada). A las tantas
salimos para Licey. Lino se había ido y tuve que terminar el trabajo a mano. Se
Martín Descalzo, con el que esperaba ganar un concurso. El premio era un gran
Diccionario Filológico (Martín Alonso: “Ciencia del lenguaje y Arte del estilo”).
Organizó el concurso Zenón Díaz, profesor de Preceptiva Literaria. Yo casi me
imaginaba tener el Diccionario en las manos cuando nos avisaron que a Zenón
lo habían enviado a Roma a estudiar y no había dejado ni memorias; para total
decepción nuestra, nadie supo dar razón del dichoso concurso.
En el seminario se formaban grupos, más o menos espontáneos, que hacían
mucho bien. Para los mayores, estaba la Legión de María (antes de entrar en el
seminario yo pertenecía a un praesidium juvenil, promovido por mi tía Beatriz).
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
En el seminario, participaba en la Milicia juvenil seminarística (Mijuse), grupo
promovido por el Padre Vinicio Disla, en el que compartíamos experiencias y algún
texto de la Sagrada Escritura. (Nótese el nombre, bastante preconciliar). Pertenecían
también a este grupo Luis Federico Cruz, Daniel Franco, Fernando Francisco y
alguno más. Participé también en otro grupo para el estudio de la Doctrina Social
de la Iglesia, especialmente a partir del libro Lo social y yo, de Giner-Aranzadi,
sumamente didáctico; preparábamos los temas y luego los exponíamos al grupo:
trabajo, capital, empresa, bien común, sindicato, justicia… Había también otros
grupos más bien espontáneos, dirigidos a veces por alguno de los seminaristas de
más edad, como era un grupo de los menores o algo así, que dirigía Fausto Mejía.
Fundamos un periodiquito llamado Rayo, dirigido –según creo– por Parménides
Matos. Lo imprimíamos en el mimeógrafo de alcohol del seminario, cuyo olor era
publicaba en él alguna cosa. (A propósito de mimeógrafo de alcohol, no olvido
que en este tiempo visité un día a uno de los Formadores y me enseñó una hoja de
papel impresa a mimeógrafo que tenía escrito un trozo de un artículo publicado por
Juan Bosch; tenía subrayada una frase que decía –más o menos–: Lenín fue un buen
gobernante porque supo mantenerse en el poder).
En el Seminario Mayor tendríamos luego la Revista Perspectivas (cuya publicación
había sido descontinuada) que dirigieron Puro Blanco, José Chez Checo y hasta yo
mismo; era algo muy sencillo, impreso también a mimeógrafo, pero de tinta. Por
un tiempecito inventé también un periodiquito mural llamado Brecha, con un gran
ojo asomando por una parte rasgada en el centro de una cartulina; y otro llamado
Cadillos, cuyo nombre estaba escrito con las varitas espinosas de la misma planta.
No sé si alguien más que yo recordará que existieron.
En cuanto a asignaturas debo decir que he suspendido (se me ha quemado) una
sola en toda mi vida, y fue matemáticas de octavo. El profesor era Teódulo Olivo
(a quien agradecimos, además, que nos acompañara –muchos años después– en
el entierro de mi padre, 12 de diciembre de 1993). La mayoría de nosotros tenía
pasando cada alumno y quedándose de pie a un lado del aula: alguna vez sucedió
que nadie, excepto el profesor, sabía resolver el problema. Después que suspendí,
cambié mi preciada colección de sellos postales por la Aritmética de G. M. Bruño,
pues no tenía el libro de texto. Pasé todo el verano estudiando matemáticas para
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
tomar el segundo examen, y me fue bien, gracias a Dios. De ahí en adelante jamás
suspendería ni matemáticas ni asignatura alguna.
Por supuesto, había gente que descollaba en los estudios. Había otros hasta medio
chistosos a la hora de los exámenes. Al preguntársele a uno cómo le había ido en un
examen, respondía: trabajé como para noventicinco. Cuando publicaban las notas,
aparecía como aprobado a duras penas. Y el seminarista se mostraba desconcertado,
pues no entendía como pudo suceder eso, habiendo él trabajado para noventicinco.
En el área de letras me iba mejor. Parece que incluso tenía cierta facilidad en la
expresión, pues cuando nos visitó Héctor Incháustegui Cabral, quien era ya Vicerector de la UCMM, a mi me tocó hacer su presentación. Recuerdo que quien me
escribió los títulos de sus obras (el profesor Pedro Eduardo), unió Diario de la
guerra con Los dioses ametrallados; Don Héctor me interrumpió discretamente
para decir que se trataba de dos obras. Varios años después me tocó encontrarme
expulsados (Diómedes Espinal, entre ellos). Martín Luzón y yo fuimos delegados
en señal de solidaridad con los seminaristas del mismo. Martín y yo pasamos por
el obispado de La Vega; esperamos un rato en la parte baja. Mons. Flores estaba
en ese momento con un sacerdote que le hablaba en voz muy alta sobre el mismo
problema de los seminaristas y, en sus expresiones, éstos quedaban muy mal
parados. Abajo se oía casi todo. Luego hablamos con el Obispo y después seguimos
hacia Santiago, en donde nos recibió Don Héctor Incháustegui. Recuerdo que tuve
el atrevimiento de manifestar nuestra preocupación en el sentido de si las ayudas de
contestó amablemente que no. Después me dijo Mons. Arnáiz que Don Héctor le
había referido la visita de los dos seminaristas, y le dijo, “muy irónico el de Licey”,
de Santiago. Lo que recuerdo que dijo es que estaba desencantado de la ciudad,
que veía la esperanza en el hombre del campo… Finalmente fuimos a la residencia
de los seminaristas, cerca del Hospicio San Vicente de Paúl. Nos reunimos con un
grupo de ellos y Martín Luzón les explicó el motivo de nuestra visita. Habló alguno
de ellos (quizá Luis Manuel de la Cruz) y luego intervine yo. Me parece que dije
algo sobre prudencia, y alguna cosa más. De inmediato me ripostó el amigo Jacobo
Walters, con su voz fuerte, que lo que yo había dicho olía a obispo. Y creo que sí,
pues el espíritu de lo que dije, iba en la dirección de lo que nos había dicho Mons.
Flores. Entonces intervinieron algunos para aplacar a Jacobo.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
del curso me llamó –creo que el prefecto– me entregó un librote de latín y me dijo
que lo preparara, que no tenían profesor de esa asignatura y me la encomendaban
a mí; se trataba del texto Lingua latina. Moderna Methodus, de Benigno Juanes,
que acababa de ser publicado. ¡Dígame usted! Me fui contrariado para mi casa, y
poco tiempo después me dieron la grata noticia de que había aparecido un profesor.
Al volver al próximo curso (quinto), me exoneraron el latín para que impartiera
Religión al primer curso. Aunque ya antes daba catequesis, aquí empezó propiamente
mi experiencia docente. Al terminar yo el Seminario Menor, el Padre Francisco
Almonte, Prefecto y profesor de francés (y muy amigo de mi familia), me dijo unas
palabras que no entendí bien en el momento: yo iba a tener buen rendimiento en
el Seminario Mayor, al cual pasaba, y que incluso podría ayudar en los estudios a
otros compañeros. En el Seminario Mayor tuve que acordarme del Padre Almonte,
pues sucedió como él había dicho. (Luego sería él mismo Formador del Seminario
Mayor, durante un breve tiempo).
Era muy positivo el hecho de que los Formadores estaban pendientes de uno. En
y me dijo que me notaba triste. Le dije que así me sentía, un poco desanimado.
Me dio sabios consejos, agregando que tuviera cuidado no fuera yo a quedarme en
uno de esos bajones. Después de esto, me veía y me decía lo mismo respecto a los
bajones. Así pasó buen tiempo, de modo que ya estaba yo en el Seminario Mayor,
y continuaba con el mismo recordatorio. Hasta un día en que pasó por el Seminario
Mayor y nos encontramos en la recepción, por los lados del hermano Ocerin.
Apenas me saludó volvió a mencionarme el asunto. De inmediato le dije que si no
tenía algo más positivo que referirme. Fue así como dimos debida sepultura a la
mención de los bajones.
Varias actividades del seminario San Pío X se hacían de forma conjunta con la
Escuela Normal Prof. Núñez Molina, ubicada frente al seminario. A las Misas
dominicales íbamos todos uniformados, y del mismo modo acudían los alumnos de
la Núñez Molina, encabezados por el Profesor Tejada, su Director; en el Seminario
llegamos a ser 135, y creo algo menos que eso tendría la Escuela. Santos Payano,
con ropa impecable y zapatos brillantes, ensayaba los cantos antes de la Misa (tenía
ligeramente golpeado uno de los arcos superciliares, a causa de una patada de mulo,
según recuerdo; era de La Romana). Más adelante se encargaría Tomás Bello,
maestrillo. Pero un día llegó la hora, y Tomás no pudo bajar a la capilla; llamó
a Víctor García y le pidió que dirigiera los cantos, ya que él estaba ligeramente
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
indispuesto. La razón la supimos luego: alguien le había obsequiado un chocolate,
que no era más que Exlax, un producto laxante que acababa se salir al mercado...
Para Navidad solía hacerse también un acto en común con el Colegio. En uno de
ellos fue maestro de ceremonia el profesor Pedro Eduardo. Al parecer, se emocionó
en un momento y se trabó: Por más que lo intentaba, no le salía la palabra pulular,
queriendo decir, en esta noche en que pululan las estrellas… Lo recuerdo bien
porque en ese mismo acto me tocó leer algo que escribí sobre la Navidad, que
sería mi primer intento de poesía. A partir de ahí el profesor Víctor Rondón me
llamaría el poeta de la media voz (creo que después oí algo así, aplicado al bardo
puertoplateño Juan Lockward).
Castillo, participaba en la Parroquia y también en la misma cooperativa que papá,
en Licey, fundada por el Padre Pablo (Harvey) Steele, a cuyas reuniones asistía
yo con papá. (No sé si sería por los duros bancos de madera de la cooperativa o
por la extensión de las benditas reuniones, pero lo cierto es que casi siempre yo
terminaba aventado del vientre, lo que es bastante incómodo. Pero la sorpresa mía
fue oír a mi hermano Constantino diciendo que le pasaba lo mismo). Félix García,
padrino de Constantino, era de los principales en el movimiento cooperativo y gran
catequista. Oriundo del Sur, según él mismo me dijo, su familia se radicó luego en
Constanza, para pasar de ahí a Licey al Medio. Como se sabe, sin haber pasado por
un seminario, Félix llegó a ser sacerdote y realizó una fructífera labor durante su
largo ministerio. Le agradezco que, como a otros tantos, siempre me distinguió con
su cariño.
Antes del recorte, Abigaíl siempre preguntaba: “¿La quiere término medio?” Se
refería a la recortada. Lo cierto es que –contestara uno lo que contestara– daba el
recorte para que durara. Fausto Mejía tenía una moñita intocable, estilo Elvis Presley
y le costó trabajo preservarla. Yo, que antes de ingresar al Seminario recortaba gente
en mi vecindario, tuve también algunos clientes entre los seminaristas; uno de ellos
fue Lépido, de Restauración (Dajabón). Pero perdí este cliente por no respetarle
(de los japoneses de Jarabacoa; son inolvidables los paseos a Salcedo y a otros
lugares en la enorme moto de su hermano. Pero con César Mullix me fui en la cola
de su Honda 90, ¡desde Licey a Las Pascualas de Samaná!). Mis tijeras eran de las
que desechaban los barberos de Santiago (Solingen, Reina de los barberos…) y las
navajas también. Mi tío Bienvenido Bretón las compraba y les recortaba las puntas
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
gastadas, y yo las usaba. No era siempre fácil, sobre todo con el pelo bien
firme de mi amigo japonés. Cobraba 25 centavos por recortada, los reunía y
los enviaba religiosamente a mi casa.7
Estando ya algo avanzados en el Seminario Menor, nos enviaban a catequizar
las comunidades cercanas. Durante algún tiempo me tocó evangelizar en Licey
Abajo, por los alrededores del primo Piro Bretón y, precisamente hace unos
días una hija de éste me envió un mensaje por Facebook refiriéndose aquella
obra, ya bastante lejana. También me tocó en El Rincón; me hospedaba en
casa de los padres de Valerio, el esposo de María Ramona. Todo esto fue algo
muy positivo como entrenamiento y como experiencia de fe. También era un
sacrificio, pues debíamos recorrer varios kilómetros a pie. Un día, un grupito
de los que salían a esta misión, inventó –supongo que con permiso de los
Padres del seminario– ir al cine de Moca, después de la catequesis. Como había
llovido mucho y los caminos eran malos, llevaron zapatos para cambiarse al
salir a la carretera. Uno de esos jóvenes era Luis Villavizar, a quien todos
considerábamos algo cuadroso (caminaba con estilo). Al entrar al cine, uno
de los jóvenes de la ciudad, que estaba por ahí, le dijo a Villavizar: “Ei,
Señor, se le sale una yuca” (Era una forma poco sutil de decirle campesino).
El Pobre Villa se avergonzó al ver que uno de los zapatos enlodados que
llevaba en una funda de papel de estraza (de pulpería; todavía no había fundas
plásticas), había humedecido el papel y asomaba tremenda punta. Al menos
así lo contaba Parménides Matos.
Los paseos también eran algo memorable. El gran descubrimiento para mí
fue Jarabacoa, con su vegetación, especialmente sus pinares; creo que desde
entonces me gusta el olor de la yaragua, gramínea que abunda en los pinares
(y que encontré también en Antioquia, Colombia; allá acentúan la última a
de esa palabra). Conocí los saltos de Baiguate y Jimenoa. También a Pinar
Quemado, con una casa simple de madera y el río Yaque detrás. Allá tuvimos
una especie de cursillo sobre los viajes de San Pablo, dirigido por el Padre
Vinicio Disla. Se cantaba mucho mientras íbamos en la guagua: por ahi María
se va (con letras sanas); Carrascal, carrascal, qué bonita serenata…Así
conoceríamos incluso El Morro de Montecristi. ¡Cuántas canciones bonitas y
qué buenas voces!
7
Mis padres no podían pagar mi pensión. Los cinco años del Seminario Menor los pagó el Padre
Jesús María De Jesús Moya. El Seminario Mayor lo pagó la familia Sued, de Santiago (“Luis J. Sued”), por
diligencias de Doña Barbarita Sued, quien residía en Licey.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Me encantaban los campamentos; en uno de los de La Ventana (S. José de las Matas),
Máximo Andújar, maestrillo, hacía gala de sus conocimientos de los minerales y
de botánica. No muy lejos de ahí se alcanzaba a ver en lo alto un pinar, y tres de
nosotros caminamos hacia allá (Creo que Abercio González, Aurelio del Orbe y
yo). Había en el lugar un enorme colchón de hojas de pino, y una brisa fresca; nos
tiramos un rato en el suelo y volvimos luego al campamento. ¡Con qué ilusión
esperábamos esos paseos! Una vez fuimos a Luperón (a donde volvería después
muchas veces como sacerdote). Todavía estaba la sencilla capilla de madera, antes
de que la remodelara el Padre Batista. El patio alrededor de la iglesia era bastante
grande y estaba repleto de cangrejos que andaban por todos lados. Yo comencé de
inmediato a lanzarles piedras como en una especie de cacería desenfrenada. Me
detuve por la intervención de Víctor García que me dijo: “Pero ¿qué te han hecho
esos animalitos?”. ¡Cuánta inconsciencia de muchacho! Y es que yo era un poco
tremendo... El mismo Víctor sería testigo de otra de las mías. Ya en el Seminario
Mayor, llegábamos a clase, a una aula que estaba en el segundo piso, frente al
billar; esa vez nos tocaba clase con el querido Padre Mateo Andrés. Con frecuencia
llegábamos a ese salón y lo encontrábamos cerrado; nos amontonábamos frente a la
estaba cerrada. Me fui al lado opuesto, pegado a la pared de enfrente, me impulsé
y le di a la puerta con mi hombro. Esta se abrió de par en par, cayendo al piso la
astilla de madera con la parte interior de la cerradura. Y así permaneció la puerta
por el resto de sus días. Jamás hubo que buscar llave para abrirla (que los superiores
no sepan mi fechoría...).
Otra cosa que nos encantaba en el seminario menor era jugar después de cena,
especialmente al Mariscal; era un buen ejercicio de concentración, que me entretenía
mucho. Manuel Sánchez, con su espíritu militar, formaba también grupos como
brigadas que nos repartíamos incluso por los maizales, pero no recuerdo bien en
qué consistía ese juego. Sé que terminábamos bien sudados. Cuando llovía no se
podía hacer nada de esto; solo acostarse, después de la oración común, para tratar
de dormirse en medio del tremendo concierto de los sapos.
De vez en cuando nos llevaban al Seminario Mayor, como cuando vino al
país (1963 ó 1964) el famoso Mons. Josph Cardijn, fundador de la JOC
(Juventud Obrera Católica), que sería cardenal en 1965; nos impresionaba
mucho su obra en favor de los trabajadores. Cantó el coro del Mayor, con
un solista puertorriqueño que cantaba muy bien (y canta el jardín y canta la
flor, goza mi corazón… tengo mi gozo en el Señor…). Y no faltó el hermano
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 22
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Espeso, con su cámara al hombro. De ese tiempo, recuerdo con especial
cariño al Padre Ornedo, director espiritual del Seminario Menor Santo
Tomás de Aquino.
Otro día teníamos las espuelas puestas para ir a un paseo a la Capital; ni siquiera
dormíamos bien pensando en ello. De repente llegó la noticia de que se suspendía
el paseo, porque iría a visitarnos un cardenal (creo que de Canada). Ese día nos
levantaron temprano, impecablemente vestidos de uniforme. Esperamos así, y cuando
sonaron las sirenas de los franqueadores en sus Harley Davidson, acudimos todos. Se
detuvo en la marquesina el gran carro negro. Entró por la puerta principal el cardenal.
Supongo que saludó, pero no lo recuerdo. Pasó por el lado del escudo de Mons.
Polanco y se asomó a la galería (la misma que pulían María Estela, mi tía Inés, Élida
y otras). El cardenal miró hacia el patio, y no hubo más. No sé cuántos minutos duró
la cosa, pero éste volvió a su carro y se marchó. Y quedamos todos tan incómodos,
que hubiéramos sido capaces de comernos a pellizquitos a todo un cardenal.
Ya que mencioné el escudo de Mons. Polanco, diré que recuerdo bien cuando
constituían el mosaico. Recuerdo también cuando lo fueron armando gradualmente
Pío X, con su lema non recuso laborem (no rehuyo el trabajo). Faltaron algunas
piececitas que suplieron con cemento blanco. Luego lo pulieron muy bien. ¡Hasta
los platos y tazas del comedor tenían este escudo!
Ahora que soy obispo y tengo escudo, pienso cómo cambian los tiempos y las
mentalidades, pues yo sería incapaz de ponerle mi escudo hasta a una silla del
obispado; lo considero algo secundario y personal. (A propósito de escudos, el del
Papa Juan Pablo II me encantaba por sobrio y espiritual). Precisamente el lema
del escudo de Mons. Polanco me sirvió para darme cuenta –bastante antes de
declarársele la enfermedad– de que éste no andaba completamente bien. Siendo
Obispo de Higüey fue a vernos a Cumayasa, La Romana (junio 1994), atento como
siempre, en donde estábamos reunidos los miembros del Equipo Formador del
Seminario Mayor. No sé cómo, hablando yo con él, mencionamos el lema de su
escudo, y me dijo que era de S. Hilario de Poitiers; yo, que tenía la frase subrayada
Martín de Tours; al ver que me aseguraba que no lo era, no insistí más. En distintas
ocasiones vi señales como ésta, que indicaban que algo en su salud no andaba bien;
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
de posesión de Mons. Ramón De la Rosa, quien lo sustituyó, la cosa fue más clara.
Ese día fue al Seminario Mayor Santo Tomás de Aquino el querido Belarminio
Ramírez, de Jarabacoa, acompañado de uno de sus hijos. Dijo que fue a buscar
al arzobispo De la Rosa para llevarlo a Higüey. Como el Obispo se había ido la
víspera, aprovechamos los Padres Fausto Mejía, Carmelo Santana y yo para irnos
con Belarminio y su hijo. Pasó la Misa de toma de posesión y, mientras subíamos
al vehículo para regresar a Santo Domingo, Belarminio dijo: “Ese hombre no está
bien…”. Se refería a Mons. Polanco. Le preguntamos la razón, y dijo: “No dio las
gracias, ni pidió perdón por los errores, ni le deseó suerte al que llega”. Yo exclamé:
“Fausto, ¡hasta los inocentes…!” en referencia a que creíamos que realmente
la salud de Mons. Polanco no andaba bien, y me admiraba que Belarminio tan
sabiamente lo notara. Lo que yo recuerdo de las palabras de Mons. Polanco en esa
ocasión es que insistió en que su vida se componía de once años: once en tal lugar,
once como obispo de tal… Pero ya en el vehículo, el suceso terminó con la risotada
de Belarminio, quien gozaba con mis ocurrencias, y siendo él un hombre respetado
y mayor, yo lo había llamado inocente.
Volviendo a San Pío X, tengo que contar la siguiente anécdota de la vida en Licey,
pues si no, me la reclamaría el querido Padre Francisco Hernández, que la disfruta
mucho. Una noche nos encontrábamos en el saloncito que da sobre la marquesina,
que era salón de estudio, un grupito de seminaristas, con el Padre Vinicio Disla.
César Mullix estaba emocionado leyendo la primera carta a los Corintios (4, 1ss):
“Que la gente sólo vea en vosotros servidores de Cristo y administradores de los
Mullix ponderaba una y otra vez las expresiones, sobre todo lo del administrador.
En eso se asomó el Padre Moya y dijo: “Casi es la hora”. Se refería a que a las 10
pm. se apagaban todas las luces del seminario. Seguimos la emoción de Mullix,
llegaron las diez, volvió el Padre Moya, y ahora apagó las luces del saloncito sin
decir nada; nos quedamos completamente ciegos, pues parece que era de las últimas
luces que quedaban encendidas. Todos fueron saliendo como pudieron. Villavizar y
yo nos quedamos cerrando las persianas. Luego salí, con las manos hacia delante,
pues no veía nada. En eso, casi adivino algo blanco y, de inmediato me agarran los
brazos por las muñecas. Interpreté que lo blanco era la sábana de Basilio, que hacía
una nueva travesura. Hice algo de fuerza y, sea por esto o porque me soltaron, me
vi liberado, por lo que adelanté más rápido por el pasillo hacia el Oeste. Hasta me
reí de las ocurrencias de Basilio a esa hora. Para reírse hay que abrir la boca, y eso
me salvó de romperme los labios, pues como perdí en la oscuridad la noción de la
distancia del pasillo aquel, fui derecho a dar con los dientes en la pared del fondo.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
superiores delanteros, me fui directo al los lavabos a enjuagarme la boca; de ahí
fui a reclamarle a Basilio Camilo, quien, sorprendido, se declaró inocente. Como
Villavizar iba detrás de mí al darme yo el golpe en la pared, contaba que se oyó
a alguien que dijo, “cógelo que está en suelo”. Entonces comenzaron a decirme:
“Fue con el Padre Moya que tú luchaste. Te embromaste”. (Había que saber lo
que era el Prefecto de Disciplina en ese tiempo...). Al día siguiente estaba el grupo
estudiando en el mismo saloncito (siempre estudiábamos todos juntos, pero en
silencio). El Padre Moya se asomó a la puerta y me hizo seña de que fuera a donde
él. Los muchachos dijeron por lo bajo: “Te lo dijimos. Te embromaste”. Y estaban
en lo cierto mis compañeros: lo que creí sábana era sotana blanca. Salí al pasillo en
donde estaba el Padre Moya y me dijo: “Esto… A ver si necesitas ir al dentista”. Yo
de inmediato le dije que no, que estaba perfectamente bien. Y volví a mi estudio.
pero creo que la marquita (pequeña raya) persiste hasta el presente.
Algo fascinante de ese tiempo era para mí la biblioteca. Debe saberse que antes
estudiábamos sin libro de texto. Los que se alfabetizaban lo hacían con alguna
cartilla, que las más viejas eran mantillas, libros pobremente impresos. Se contaba
de uno de nuestro vecindario a quien estaban alfabetizando con el sistema silábico;
le decían: g-a, ga; t-o, to
impreso. (Tampoco se descarta que fuera un poco torpe).
Es verdad lo que dice José Israel Cuello en su Prólogo a la edición de Taller (1986)
Villagrasa. Algunos alumnos procuraban ser castigados para ser encerrados en la
Dirección de la escuela y así poder ver libros como la referida Historia. Yo no
recuerdo dónde, pero así conocí yo ese mismo libro, furtivamente. Sólo volví a
verlo más de cuarenta años después. Pero nunca olvidé algunos de sus ilustraciones,
sobre todo la de la cabeza de Ferrand en la punta de la bayoneta; quizá recuerdo
ejército haitiano (1805) en la iglesia del Rosario, de Moca, nuestra Parroquia.
Estando yo en el Seminario Mayor, todavía utilizaba libros prestados, aparte de
algunos que me regalaba el primo Regino Martínez Bretón.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
En cuanto a lectura, diré que no sé con seguridad los títulos de algunos de los
libros en los que hice mis primeras lecturas (fuera de los de la escuela), pues los
pocos que había en casa, carecían de tapas e incluso de algunas hojas. Deduzco que
uno era El Mártir del Gólgota; otro, algo así como La Cruz y la Espada; después
estaba el Drama de Jesús, del que nunca he olvidado las ilustraciones, de un tal Goiko.
La Biblia que tuvimos después me parece que fue adquisición tardía. De las dos primeras
obras mencionadas, recuerdo la descripción de unas escenas a orillas de unas cuevas en
el desierto, un lugar azotado por salteadores; y también un pequeño dibujo de un gigante
destripando a un hombre tendido en el suelo. Poco después tendría yo acceso a una
pequeña biblioteca de mi tío Apolinar Bretón, que vivía entonces en casa de mis abuelos
paternos, al lado de mi casa. Por esos tiempos leí la vida de Santa María Goretti.
La biblioteca de San Pío X no era entonces la gran cosa, pues estaba empezando a marchar,
pero para mí era impresionante. ¡Qué fascinante me parecía la enciclopedia Lo Sé Todo! Y
otras obras más. Como estábamos en régimen de internado, había más tiempo para leer.
Más tarde llegarían los libros de la pequeña biblioteca de Don Sabás Disla, Padre de los
sacerdotes Juan Evangelista y Pedro Vinicio, entre los que había algunos de Jaime Colson.
Sucedió muchos años después, que Mons. Jiménez dejó abandonados en San Pío X unos
cuantos libros (entre ellos uno de mis libritos de poesía que yo le había regalado). En ese
grupito de libros estaba el Álbum, publicado en el siglo XIX por el padre Gabriel Moreno
del Christo. Por supuesto, me interesó muchísimo, pues quedan muy pocos ejemplares.
Cuando alcancé a preguntar a su dueño si podía tomarlo, me dijo que cómo no. Volví al
lugar, pero ya no estaba; la excesiva honradez me perjudicó. Hicimos zanjas buscando,
incluso importuné hasta más no poder al Padre Domingo Collado, a ver si lo localizaban.
Pero fue en vano. Luego me obsequiaría el Lic. José Chez Checo el libro que publicó
sobre Moreno del Christo.
El Padre Jesús María De Jesús
y Moya, en la celebración de su
primera Misa.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Circulaba un librito escrito por el Padre Vinicio Disla, titulado Papilín desapareció. Y
trujillista. Luis Ramón Peña era su nombre. En casa del primo Piro Bretón Sánchez,
en uno de sus libros, titulado Los mayores enemigos de Trujillo, o algo así, hay un
página dedicada a Papilín; aparece una foto de él, con sotana negra.
Al lado, Luis Ramón Peña (Papilín)
con Nestor Ortiz Franjul (traje de baño
oscuro).
Abajo: Dos páginas del Diario Espiritual
de Papilín, correspondientes al 8 y 9 de
diciembre del 1954.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Ya siendo yo obispo de Baní me habló de dicho seminarista, Nestor Ortiz Franjul,
oriundo de Baní, compañero de Seminario de Papilín. Le mencioné el cariño que
le profesábamos desde el Seminario menor, y él me dijo que conservaba su diario
espiritual. Me mostré muy interesado en conocerlo, pero en eso supe la noticia de
la muerte de Nestor, que siempre fue muy condescendiente conmigo. Gracias a
la familia de Nestor y a las diligencias de Mons. Juan Severino, pude obtenerlo.
Es una libreta pequeña (6 x 3 ½ pulgadas; 104 páginas, de las que faltan las dos
del 1954 y terminan en enero del 1955. De su lectura se deduce que llevaba con
mucha seriedad su vida espiritual y sobresale especialmente su gran devoción a
Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen María.
En el Seminario menor descubriría yo la fascinación por los diccionarios. El primer
Larousse que compré me costó seis pesos; era forrado en tela, de color crema claro.
Creo que todavía recuerdo hasta su olor. Nadie pensaría que, andando el tiempo
llegaría yo a formar la biblioteca que gracias a Dios tengo, incluso con algún medio
electrónico de este tiempo. Y de diccionarios mejor no hablo, para que Mons.
Ozoria no se ría nuevamente de mí (encuentra que es muy elevado el número de
los que tengo).
Para contar las cosas de este tiempo de seminario no hay que exagerar nada, pues
la misma vida nuestra era demasiado pintoresca. Baste recordar algunos apodos
empleados entre nosotros: Gallo Loco, Perlina, Chiligue, La Pincha, Mi Estimado,
Maravilla, El Prolo, La guinea, Manito, Tapalpomo, S. Martín de Porres, El Moro,
El Mandurrio… Que me perdone el que era llamado Gallo Loco, pero no recuerdo
su nombre, aunque sí recuerdo que un día lo pusieron a dirigir el rosario en la
capilla, se distrajo y, al terminar el quinto misterio dijo: “Sexto misterio… ¡Adió
cual no necesitábamos mucho estímulo). Nos hacía gracia otro, de voz muy varonil,
que al dirigir el rosario repetía nítidamente, con mucha unción: “…bendito es el
frusto de tu vientre, Jesús”.
En esa misma capilla estábamos una noche en que el Padre Moya nos daba una
meditación. Se fue la luz, y el Padre continuó su exposición. Cuando volvió la luz,
varios dormían profundamente. Quizá el más notable de los durmientes fue Dámaso,
que era músico, de Dajabón o Loma de Cabrera. La frente le resplandecía y, si no me
equivoco, un hilito de baba le salía de la boca. Sólo alcanzó a despertar cuando el
Padre Moya dijo con voz potente: “¿Estamos seguros, Dámaso?”. Sucedió también
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
que se aproximaba el día de las Vocaciones, un domingo, en el que participaban
los alumnos de la Núñez Molina. Me avisaron con poca antelación que me tocaba
a mí la especie de homilía de la Misa de ese día. No recuerdo en qué curso estaba
yo, pero me asusté muchísimo. El grupo era enorme, e impresionaba de verdad;
yo había visto a algunos compañeros a quienes ponían a leer y les temblaban las
piernas y, a alguno, se le movía hasta la hebilla de la correa. A mí, el susto me daba
en el estómago. Pero me preparé lo mejor que pude y me encomendé a Dios. Por
supuesto que estaba nervioso. Llegado el momento, me coloqué detrás del ambón
(de buen tamaño, bueno como parapeto...) y dije lo que Dios me ayudó a decir. Al
terminar la Misa, en la misma puerta de la capilla, Isidro Camacho (de Cevicos), me
tocó el hombro y me dijo: “Freddy, admiro mucho tu gran serenidad”. Ya dije que
estaba cayéndome muerto, pero esta expresión sincera me sirvió mucho, pues supe que
aunque yo estuviera asustado, no se notaba. En adelante tuve más seguridad al hablar.
Ay, los locos… Por supuesto que no faltaron (aunque creo que todos eran visitantes…).
En la misma capilla encontraron un día a uno que era vecino del Seminario; estaba
delante del sagrario, lanzando un limoncito hacia arriba. Cuando alguien le preguntó
(Izq.) P. Francisco Almonte, seminarista José Grullón,
Mons. Juan Antonio Flores, P. Peña. P. Santiago Hirujo y
seminarista Zenón Díaz. Roma, 1966.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
qué hacía, contestó: “No, entreteniéndolo, ya que ustedes lo dejan solo…”. Pero la
más famosa era Polonia; visitaba tanto el seminario como la iglesia de Licey (estaba
en todas partes, incluso iba a Santiago a pie, casi todos los días). Al ser yo monaguillo
en Licey tengo muchas anécdotas de ella. Contaré sólo dos.
Cuando recién entraba en vigor el Concilio Vaticano II, la gente no sabía qué
hacer durante la Misa, por lo que se colocaba un lector a un lado del presbiterio
decía: “Sentados para la epís”, y luego: “De pie para el evangé”. Y era que el
libro usado por él traía abreviadas las palabras Epístola (epis.) y Evangelio
(evang.). El pobre lo leía tal cual.
Cuando llegó el momento del abrazo de paz, que era una novedad absoluta, el Padre
invitó a darse el abrazo. Polonia, que estaba al lado de mi tía Beatriz (que siempre
fue delgada), la estrechó con un abrazo tan fuerte que Beatriz tuvo que pedir auxilio
a la asamblea. Mientras tanto, Polonia le decía: “Baramba, baramba”.
La otra anécdota es clásica. Polonia asistió a una Misa que celebraba en Licey un
sacerdote con cierta fragilidad mental. A la hora de la homilía, Polonia comenzó a
rezongar, diciendo cualquier cosa. El Padre, no pudiendo concentrarse, dijo en voz
alta: “Los locos en la iglesia, o se callan o se van”. Y Polonia, en un instante de gran
lucidez le contesto: “Pues vámonos los dos…”.
grupo, con sotana, a Santiago, procuraba que la guagua lo dejara, para caminar por
las calles y escuchar cuando la gente le decía: “Pase, Padre”. (Acababa de ingresar
al Seminario Menor y ya lo llamaban padre...).
En ese tiempo era todavía común usar pluma fuente; me encantaban. Las había de
colores muy bonitos, pero a menudo manchaban las manos, y a algunos hasta los
bolsillos de la camisa. Usábamos cosas baratas, como por ejemplo zapatos, tenis…
Con todo, marcaron nuestra vida de muchachos. Cuando el Padre Alberto Roque
me trajo unos Converse blancos de Puerto Rico, se corrió la voz de que yo me iba
con los jesuitas (ya se había ido mi primo Regino, que era amigo del Padre Roque);
pero fue que conseguí algún dinero y se los encargué. Por estos tenis entré yo, de
repente, a formar parte del jet set del seminario. A decir verdad, no quería ponerlos
en el suelo, para que no se ensuciaran. Pero de Puerto Rico vinieron varias cosas: de
allá trajo el Padre Moya unos zapatos para Juan Núñez, y Luis Lizardo me trajo unos
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
a mí; los míos eran zapatos españoles, creo que hechos en Sevilla. Muy bonitos y,
aunque mis pies reclamaban algo más de espacio delantero, los gasté gustosamente.
(Andando el tiempo conseguiría yo unos bienhechores puertorriqueños –Tata, Polo,
y su hija Helen Torres, de Caparra Terrace, San Juan– por medio de Herminio de
Jesús Viera, seminarista de Puerto Rico que había servido en el ejército de EE. UU
y estudiaba en el Santo Tomás de Aquino). Después me atreví a escribirle a mi
tío Juanito Martínez, en Nueva York, para que me enviara un reloj. Me envió un
Bulova clásico de oro, que había usado él. (Parece que el Padre Fello tenía razón:
S. Francisco de Asís me hizo poco efecto…). Me asombra el desparpajo con que
hacía yo estas cosas (la inconsciencia es audaz). Siempre usé mi reloj de pulsera
hacia adentro, pues si no, lo rayaba en la pared; de modo que, muchísimo tiempo
después de esto, volví a encontrarme con Isidro Camacho, ex-seminarista, y me
dijo: “¿Todavía tú usas el reloj hacia adentro?” (Parece que acostumbro cambiar
de oro, no porque lo pedí, sino porque se empeñó en regalármelo mi amigo Eduardo
a mi familia, pues sin su oración, su comprensión y ayuda, hubiera sido difícil
continuar. Y a tantas personas más. Juan Martínez, por ejemplo, buscaba mi ropa
para que la lavaran en casa, y después me la llevaba al seminario; (Juan llegó de La
Línea Noroeste con el nombre de Anacleto, que luego cambió por Juan). El mismo
servicio haría después el inolvidable Domingo Guzmán Bretón. Estaba también
todo el personal del seminario: María Estela, mi tía Inés, Élida, Prieta (Aminta),
ponían los pisos como espejos; Nereida y otras preparaban la ropa; Lupe Ceballos
vinieron Bango y una legión de damas atentas. En la recepción, Mercedes (Chea)
Doña Ninita y su esposo Manuel Fernández, padres de mi comadre Yolanda, de mi
amigo Félix, de Elsa (religiosa Sierva de María) y de tres damas más.
Las tierras del seminario eran atendidas por Carlito Portes, de Las Palomas, Licey.
Éste viajó una vez en peregrinación a Higüey y, al volver, le entregó una tabla de
dulce al Padre Moya, mientras le decía con su acento peculiar: “Mire Padre Moya,
eso le traje de Higüey”. El Padre le dijo que para qué se puso a gastar dinero… En eso
miró el Padre Moya la etiqueta del dulce y notó que decía: Dulcería Selecta, de Licey
al Medio. Y le dijo a Carlito: “Yo creía que usted me lo había traído de Higüey…”.
Carlito le contestó: “Sí Padre, yo se lo compré cuando venía de Higüey”.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
El mismo Padre Moya fue a España a realizar unos estudios y, mientras estuvo
fuera, lo sustituyó Mons. Gilberto Jiménez. Cuando ya se acercaba la fecha de
regreso, otro sacerdote que frecuentaba el seminario, a quien llamaremos el Padre
J. E. G. B., quiso organizarle el despacho (la Rectoría) al Padre Moya. Yo fui uno
de los elegidos para la limpieza. El escritorio del Padre Moya era siempre una
montaña de cosas, pero él sabía dónde estaba todo. Echamos agua y jabón por todas
partes, mientras el Padre J. E. G. B. supervisaba desde la silla del Rector. Cuando
íbamos a limpiar en el lado en donde él estaba, no se levantaba, sino que teníamos
que cargarlo –y era pesado– con todo y silla; mientras lo llevábamos, él alzaba los
brazotes y decía: “El Papa, el Papa”, como si se tratase de la silla gestatoria, que
estaba aún en boga. En la Rectoría hay un depósito elevado al que se llega por un
pequeña escalera; el Padre J. E. G. B. había guardado en él varias cajas llenas de
paletas (bombones) de las grandes. Cuando el Padre salía de la Rectoría, yo me
trepaba al depósito y lanzaba hacia abajo un chorro de las referidas paletas. Era
grande la diversión. Concluimos la limpieza, se organizó todo; el mismo Padre
organizó el escritorio: libro con libro, carta con carta, papel con papel…, y nos
fuimos. El problema fue cuando llegó el Padre Moya: no encontraba nada de lo que
había dejado. Todo estaba demasiado organizado.
El ciclo narrativo del Padre J. E. G. B. es amplísimo. Yo, que me considero bastante
conocedor del mismo, me limitaré a algunas cosas.
Debe saberse que lo conocí siendo yo un adolescente de 9 ó 10 años, pues él fue
Vicario de nuestra parroquia N. S. del Rosario, de Moca. (Licey San José pasó a
pertenecer a la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de Licey, a partir del 2 de
noviembre del 1968).
Tenía fama de ser un buen tenor y también un conductor excepcional. Solo que,
sucedió después, en varias ocasiones fue a Santiago en el vehículo del Seminario
(station blanca), y hubo que mandar a recoger el vehículo, pues el Padre regresaba en
público, dejando el propio vehículo olvidado. Me cuenta mi hermano Constantino
que en este mismo vehículo salieron un día a celebrar una Misa, mi hermano era
el monaguillo; el Padre no se percató de que el pavo real de Seminario iba en
la parte trasera con ellos. Al llegar al lugar y darse cuenta de que el animal los
acompañaba, el Padre le asignó al monaguillo la tarea de cuidar al pavo real, en lo
que él celebraba la Misa. También se dice que en un campo donde el Padre debía
celebrar Misa y había muchos mosquitos, puso de monaguillos a dos respetados
señores de la comunidad, con sendos cigarros encendidos, para producir el mayor
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 32
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
cúmulo de humo que pudieran… Y también una vez, celebrando Misa, le dio un
mareo, por lo que a partir de ahí –como era muy amigo de los bomberos del lugar–
se llevaba dos y colocaba uno a cada lado, para que le echaran mano al cura ante la
más leve muestra de inestabilidad.
los Ángeles. Se hacía un novenario completo. Al Padre J. E. G. B. le encantaba
el béisbol, por lo que había formado un equipo con jóvenes de San José, entre
ellos Domingo Sánchez (Piogán), que luego sería el esposo de María Amantina
Bretón (Chicha), y empleado perpetuo de Don Manuel Arsenio Ureña. En una de
hora de la Misa y mi tía Beatriz le mandó aviso al Padre; este le mandó a decir
que comenzara el rezo del rosario. Luego que iniciara la novena. Pasó la novena,
pasaron los dolores y gozos, pasó todo y el Padre no llegó para la Misa.
Años después de esto, siendo yo seminarista, me tocó alojarme en el mismo
almacencito donde el Padre J. E. G. B. se alojaba cuando iba a Ojo de Agua, Gaspar
Hernández (se llega por este municipio, pero colinda con Villa Trina). Esto era en
casa de Antonio Méndez (Mendre, decía el mismo Antonio) y su esposa Bartola.
Me contó Bartola que un día el Padre comió, y dijo que la siesta la dormiría en
el cafetal. Éste quedaba detrás de la casa, en un terreno bastante inclinado; como
el Padre insistió, colocaron un bastidor sobre sillas, según pudieron. Entonces el
Padre dijo que debían subirlo al bastidor; Bartola y Leonidas, hija de los vecinos, le
echaron mano al Padre para subirlo a la improvisada cama, pero a ambas mujeres
las atacó la risa. Lo soltaron antes de tiempo, cayó en el borde del bastidor y éste
lo arropó. Las mujeres tuvieron chiste para varios días y, al contármelo, todavía se
reían de buen grado.
En este lugar construyó el Padre un pley (estadio de béisbol), lo que no deja de ser
un prodigio, en una loma; les traía baúles llenos de cosas de Nueva York, y muchos
Después de todo era además sacerdote, algo muy grande para estas personas. Por
eso mismo le toleraron que un día invitó a la gente dispersa por las lomas para la
Misa a las nueve de la mañana. El Padre colgó su hamaca entre dos árboles y se
echó a dormir. A las nueve y media se acerca alguien a recordarle al Padre la Misa
y éste le dice: “Será un poco más tarde.” Vuelve la gente a preguntarle a las diez:
“Más tarde.” Vuelven a las once… Finalmente el Padre les dijo: digan a la gente que
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
se vaya, que la Misa será por la tarde. (Eran otros tiempos, y otra gente…). Ojo de
Agua debe su nombre al charco más o menos circular que forma una corriente que
baja soterrada de la montaña, dando inicio a un pequeño río de aguas normalmente
frías (me bañé varias veces en él). Supe que aquí llevó el Padre doce hombres a
bañarse, y a cada uno le entregó una pasta de jabón de lavar, diciéndoles que hasta
que no se gastara la pasta de cada uno, nadie se iría del lugar. Pero otro cuento
clásico del Padre es éste: Dormían todos, por allá en una loma y, de pronto, al Padre
le da un dolor. Se levantan, lo colocan en una parihuela y salen con él hacia el
pueblo. Suben loma y bajan loma, con el Padre a cuestas, llenos de sudor. Al llegar
a un llanito, éste levanta una mano y hace la señal de detenerse. Los hombres se
detienen. El Padre se incorpora un poco, y les dice: “¡Inocente mariposa!”. (¡Era el
28 de diciembre, día de los santos inocentes!).
Pero volvamos a lo nuestro. He contado travesuras de otros seminaristas, pero se
supone que yo también tendré alguna. A decir verdad, aparte de alguna ya referida,
sólo recuerdo que un mediodía, en el comedor, rezamos e íbamos a sentarnos. En
mala hora se me ocurrió halarle la silla a Rafael (Felo) Luna, el hijo de Ángel, de
Canca La Reina, justo cuando iba a sentarse. Cayó completamente hacia atrás. Creo
que el golpe me dolió a mí más que a él. (Gracias a Dios que no pasó nada, y que
éramos amigos).
colección de sellos postales, muy superior a la mía, pues fue enriquecida por un
hallazgo que hizo de cartas antiguas, sobre el cielo raso de la casa de sus abuelos.
El grupo de mis vecinos seminaristas se engrosaría luego con Lino Rojas y Félix
Martínez (Negro).
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 34
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Padres espirituales
Antes era obligatorio que los seminaristas tuvieran Director espiritual, comúnmente
llamado entonces Padre espiritual. El primero que recuerdo en el Seminario San Pío
X, fue Emilio Lapayese Del Río (que según nota del periódico Hoy, falleció el 20 de
agosto del 2004, en Santo Domingo: “agudo comentarista de televisión y articulista
de estilo punzante”); tenía una foto de grupo, de todos los seminaristas y por ella
se guiaba para irnos llamando. Creo que hablé con él una o dos veces, pues duró
poco. Luego fue párroco en Altamira y pronto dejaría el ministerio. Cuando yo fui
como presbítero al Equipo Sacerdotal de Imbert, encontré abandonado en Altamira
los primeros cristianos”, de A. Hamman. Ed. Rialp 1956.
Después serían Directores espirituales los neosacerdotes Vinicio Disla y Rafael
Felipe. De ambos conservo muy buenos recuerdos, por su invaluable ayuda. En el
Seminario Santo Tomás de Aquino lo fueron los jesuitas Jaime González Vallejo,
Fernando de Arango y Julio Roque de Escobar. No recuerdo si llegué a hablar
alguna vez con el P. Vallejo, como le decíamos; pienso que se ocupaba más de los
de teología; lo recuerdo afable, bien vestido y fumando cigarrillo. Como ya dije
en otro lugar, luego abandonaría también el ministerio, como lo hizo el anterior, el
Padre Alberto Roque.
Ya he dicho también que tanto del P. Arango como del P. Escobar conservo muchos
recuerdos, por los sabios consejos que me dieron ambos. No olvido que alguna
vez me tocó ir a hablar con el P. Escobar y estaba sentado en su mecedora, como
sedado; al verlo con los ojos cerrados, yo permanecía callado. Él me decía: “habla,
que te oigo.” Este era un respetado profesor de liturgia, pero creo que a mí no me
tocó recibir esta materia con él.
Ya lo he dicho reiteradamente: agradezco a Dios el hecho de haber sido siempre
sincero con éstos que la Iglesia puso para acompañarme espiritualmente. Nunca
les oculté nada, aun de lo más íntimo, lo cual ha sido para mí motivo de constante
satisfacción.
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 35
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
El ambiente sano en que vivíamos
Es sorprendente la forma tan sana en que vivíamos en ese tiempo. Había pleitecitos,
es verdad (Basilio Camilo le sacó chispas a un machete, amenazando al maestrillo
Ángel Castillo…). Alguna vez llegó la noticia de que un maestrillo se entusiasmó
demasiado bailando con alguna joven en el vecindario… Uno de mi curso decía
que otro maestrillo era homosexual. Cuando le preguntamos que cómo lo sabía,
vimos que lo deducía de una simple expresión que éste había dicho. Nosotros le
recriminamos que fuera tan ligero al juzgar a una persona, pero cuarenta y tantos
años después tuve que darle la razón al condiscípulo. Fuera de ese caso, solo supe
de otro más, y ninguno de ellos llegó al sacerdocio.
Dije que en el Seminario Menor llegamos a ser hasta 135 seminaristas. Y siendo
tantos, en cinco años que pasé en San Pío X, nunca oí nada descompuesto (quizá
alguno aún no bien pulido hizo un chiste un poco picante…), no escuché noticias de
acciones inmorales, como se esperaría de algunos jóvenes, que incluso fanfarronean,
Por eso no entiendo que algunos crean que todo es corrupción generalizada en estos
ambientes; hay incluso algún autor dominicano que describe, por ejemplo, actos
inmorales en el Seminario Santo Tomás de Aquino. Yo compré un libro de ese autor
y tuve la mala suerte de abrirlo precisamente en donde trata ese asunto. Simplemente
no entienden que se pueda vivir limpiamente. Quizá porque ladrón juzga por su
condición. Yo mismo pasé siete años interno en dicho seminario y conocí incluso
los cubículos del Seminario Menor. Apenas cabía en ellos una cama pequeña una silla y
una mesita adosada a la pared; no tenían puerta, sino una cortina de tela. Ya he dicho que
en San Pío X dormíamos en salones, treinta y cuarenta seminaristas, sin división alguna,
los cinco años, en los cursos avanzados, empezábamos a tener cierta privacidad, que en
el Seminario Mayor llegaría a ser completa para el dormitorio, pues los baños seguirían
siendo comunes; frente a éstos quedaba –pienso que por casualidad– el despacho del
Director Espiritual. (Algunos que no querían que él los llamara a hablar, se escondían
detrás de alguien más corpulento, para pasar por el frente de su despacho sin ser vistos).
Claro, éramos seres humanos, y por más cuidado que pusieran los Formadores, alguien
podría burlar la vigilancia. Pero nos proponíamos y lográbamos con la gracia de Dios
vivir castamente. Y, en lo personal, fue lo mismo la infancia que los años previos al
Seminario Menor, o los cinco años en éste, o los nueve siguientes de Seminario Mayor,
incluyendo un año fuera del seminario, en Santo Domingo y algo más de uno en Nueva
York (con Calle 42, The Village y todo lo demás). Y yo no era el mejor seminarista
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
del mundo, ni mucho menos. O sea, que en el país y en el mundo hubo y hay familias
sanas y gente sana, por increíble que esto parezca; a pesar de instintos, que no fallan;
a pesar de la vulgaridad ambiental, e incluso del difundido morbo en materia sexual,
hay personas que, de hecho, se mantienen limpias con la ayuda de Dios. Sé que esto
será siempre difícil de asimilar, por lo que creo que el celibato mismo es un signo poco
evidente para el común de los mortales y, sin embargo, constituye –como lo enseña
la Iglesia, instruida por Cristo– un gran signo profético. He repetido por ahí que me
hubiera gustado ver a ciertos teólogos descollando también en el testimonio profético
celibatario. Pero, volviendo a la circunstancia que dio pie a este comentario, diré que
entiendo que es tarea algo difícil la de escribir un bestseller sobre la pureza, en el mundo
actual. Leí una vez que un gran escritor decía que el literato es como el buitre: ambos
viven de la carroña. Aunque pienso, a este respecto, que si –por ejemplo– el excremento
fuera en sí mismo literario, un escarabajo pelotero ganaría el Nobel.
En cuanto a mí, líbreme Dios de creerme mejor que los demás. Sé que no soy más
lo que dije respecto a mi conducta en este punto es verdad, y Dios lo sabe. Sólo
por su gracia pudo suceder así, y podrá suceder con todo el que ponga los medios
En la playa. (Izq.) Acostado, Pedro
Ramírez; Luis Cruz; detrás, Julio zayas;
Rafael Corniel y Freddy Bretón. Al frente,
Francisco Marcano.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
En Manresa Loyola. Izq. de pie: Eduardo
Sención, Rafael De la cruz, Guillermo (Colombia) y Fernando Francisco. Delante: Julio
Acosta (Julín) y Julio Zayas.
En la Cancha del Seminario: (Izq.)
Freddy, al fondo Fernando Francisco.
Con la pelota, Jesús Aristy y detrás de él
Manuel Matos.
Seminario Mayor Santo Tomás de Aquino
la Avenida Abrahán Lincoln esquina Avenida Bolívar, en Santo Domingo. Ya Fausto
Mejía estaba en él, pues aunque ingresamos el mismo día al Seminario San Pío X,
sus estudios (y su edad…) le permitieron pasar al mayor antes de los cinco años. Pasó
junto con el primer grupo (el de 1962), del cual llegarían al presbiterado sólo Rafael
Corniel y Gabriel La Paz (y ambos terminarían sus estudios y serían ordenados en
EE UU.); varios de ese grupo fueron ordenados luego como Diáconos permanentes
(Sandoval, Ramón De Jesús, José Méndez…). De mi grupo sólo alcanzaríamos el
presbiterado Fausto Ramón Mejía Vallejo, Víctor Melquíades García Martínez y
un servidor. Y, que yo sepa, luego serían ordenados Diáconos permanentes Andrés
Avelino Almánzar y Eduardo Sención, ambos en Nueva York. A mí, campesino
cibaeño, me chocaba el color tan rojo de la tierra capitaleña; estaba acostumbrado a
tierra negra o, si acaso, algo amarilla. De todos modos, no veníamos a sembrar yuca
mocana, sino a cultivar el espíritu. Para eso, el ambiente del seminario era bueno:
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
profesores, sacerdotes, hermanos, personal de apoyo, alumnos… Por supuesto, ya
andaba por ahí, desde 1948, Ramón Peguero, que entró para ser hermano y se hizo
se escuchaban en todo el seminario; es decir, todos escuchábamos los avisos de
todos. “A veeeer… Francisco del Buey” (rara vez dijo del Bois); “A veeeer…
Fulano de tal, la misma muchacha; tercera vez…”. “Timoteo González, Timoteo
González: te busca una dama, con escasa vestimenta…” Esto último fue, que
Timoteo asistió a un concierto de Sophy en la ciudad; se armó tremendo lío y la
gente se abalanzó hacia la salida; todos, en el intento perdieron alguna prenda:
un zapato, una peluca (estaban de moda), etc. Timoteo se encontró una peluca y
una cartera de mujer y se las llevó al seminario; como la cartera tenía la cédula y
algún teléfono, llamó para que fueran a recogerla. Esta fue la joven, cuyo estilo
sorprendió al pobre hermano Ocerin. Éste nos alegraba, pues siempre estaba
de buen humor; sólo se apagaba un poco cuando perdía su equipo de fútbol en
España. Escuchaba todos los partidos en su radio de bandas. Aun así, le atinaba
a todo: “Lorenzo, entre apostolado y apostolado se divierte…”. Y a un jesuita
de mal genio le dijo: “Te felicito porque hiciste feliz a una mujer”. Se refería a
que, al no casarse, una mujer se salvó de su mal genio; (pero esto no duraría para
siempre, pues luego el cura se casó).
(Izq.) Leovigildo Rodríguez, Freddy
Bretón y Julio César Zayas. Año 1968.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Un día llegó a la recepción una caja para un seminarista y, Manuel Matos, que estaba
ahí en ese momento, se ofreció al hermano Ocerin para llevarla al destinatario.
seminarista, y Manuel lo sabía; y era noticia, además, que otras veces que había
llegado la caja, su dueño no se mostró muy generoso en compartirla. No bien
subió Manuel al segundo piso (el dormitorio), nos hizo saber que había llegado
la caja; y todos fuimos saliendo de las habitaciones como un enjambre. Manuel
abrió la caja y le entramos a dos manos; yo sólo recuerdo unas bolas de tamarindo
dueño –que había permanecido en su habitación, una de las últimas– cayó en
cuenta de que se trataba de su caja, se lanzó al rescate, pero la mercancía había
sido casi completamente diezmada.
era la hora de la verdad. Hacía quizá dos años que, como un efecto del Concilio
Vaticano II, las clases y textos no eran ya en latín sino en castellano. Los cinco
años del menor solían llamarse de latín; era el tiempo de preparación para estudiar
mucho al Padre José María Uranga, a Miguel Sáez, a los Padres Carlos Benavides
y Mateo Andrés (el P. Mateo falleció 7 de junio del 2008 y el P. Benavides 21 de
diciembre del 2012). Y otros jesuitas. ¡Qué bien me hizo continuar estructurando
la cabeza de modo que pensara con rigor, metódica y coherentemente! Llegar al
punto de distinguir con cierta facilidad la paja del grano. Creo que la tendencia de
En la playa: Izq: Andrés Espinal,
Puro Brito (detrás), Freddy
Bretón, Milcíades Herrera
(guitarra), Manuel Matos,
Normando Féliz Mustafá (junto
a la guitarra), Napoleón Brito,
Salvador Encarnación (1o.
der.)…
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
mi familia a la disciplina en todo, (incluso en la puntualidad, perla escasísima por
que demasiado bien…).
Si de rigor se trataba, el Padre Uranga no se quedaba atrás; los demás también, pero
especialmente él. En sus clases no se perdía un minuto (ni para cantarle cumpleaños
feliz). Se ponía rojo a veces (dicen que sufría de úlceras estomacales). Preguntaba mucho
en clases; a mí me decía mientras se restregaba las manos: A ver, Sr. Bretón…(con la
pantalón. Pero con él me fue muy bien, gracias a Dios. También estimulaba bastante
Miguel Sáez. A éste le hice un trabajito de Filosofía –iniciando el primer año– sobre el
sentido de búsqueda del ser humano. Le gustó y me puso una nota al pie del mismo,
Recuerdo que cuando llegué al Mayor, me impresionó el ruido de los vehículos en la
Lincoln, que era entonces mucho más empinada hacia la 27 de febrero, por lo que se
requería mayor aceleración. Hasta de noche se escuchaban, mientras que en Licey sólo
se oían mosquitos a esas horas.
Acabando de llegar al Mayor pasé por lo que llamaban el túnel, que era un paso
vehicular por debajo del segundo piso del ala norte del seminario, en lo que ahora
mostraba ser de inferior calidad que el resto del mismo; la razón, según me
explicaron, era que fue construida por los mismos seminaristas, en cuya tarea se
destacaba el seminarista Juan de la Cruz Batista. Esta parte fue luego demolida
para dar paso al referido estacionamiento. En esta área estaba ubicado el colmado
del seminario. Al pasar por ahí vi un grupito de seminaristas, en corro alrededor
de uno que hablaba fuerte. Oí claramente que éste decía: “Pues a mí, la pastoral
que me gusta es con prostitutas…”. Creo que hasta entonces yo no había conocido
a ningún puertorriqueño, y éste pronunciaba una erre gutural muy fuerte. Lo que
pensé en el momento fue que “¡Caramba! Hay gente valiente en este seminario”.
Ni por asomo sospeché que me encontraba delante del que sería uno de los casos
más pintorescos y hasta dramáticos del Seminario Mayor. Como todo alrededor del
seminario era montes y, para completar el cuadro, el fornido joven era, además,
pirómano: él mismo metía fuego a todo, llamaba a los bomberos y luego los
no mucho) que ahora veía, fornido y en bermudas, llegaría a ser ordenado presbítero
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
en su tierra. Luego de ser removido de una parroquia, volvió un día a la misma, a la
hora de la Misa más concurrida, subió al coro y se lanzó hacia el pasillo central de
la iglesia, quebrándose las piernas… (Y es solo parte de la historia).
Para no mencionar más las prostitutas diré que, en esos tiempos, un seminarista –muy
buena persona– fue con otros compañeros a entrevistar a unas prostitutas (¡O sancta
simplicitas!); se trataba de completar un estudio con esta investigación de campo. No
pudo lograr su objetivo, pues en cuanto explicó el motivo de su visita a una de las
damas, ésta le dijo: “Déjate de cosa. Yo sé lo que tu buscas”. Y los jóvenes tuvieron
que abandonar rápidamente el lugar. La noticia corrió por todo el seminario. Doy fe
de que el joven entrevistador es buena persona, hasta la fecha.
¡Cuántos buenos compañeros tuvimos en esos tiempos! De la Capital eran Gabriel
Read, José Chez Checo, Normando Feliz Mustafá (oriundo de Barahona), Víctor
Delancer, Ezequiel Valdez, Salvador Encarnación y Julio César Zayas (oriundos de
S. José de Ocoa), Salvador Tavárez…; del Sur eran Julián Zapata Pimentel (Baní),
José Heredia, Guillermo Pérez… Había gente intelectualmente muy capaz; Chez
Checo además de inteligente era metódico, disciplinado.
Un día me senté con Zayas en un banco de cemento de los que miraban hacia
la Lincoln y no sé cómo llegó la conversación al tema del desenvolvimiento
económico de los seminaristas; en cuanto a mí, a él le parecía que yo era de familia
rica. Cuando le pregunté por qué creía eso, me dijo que por la manera como vestía.
Se rió de buena gana cuando le expliqué que todo lo que usaba eran panchos, como
se decía entonces; cosas regaladas, e incluso usadas. El amigo Zayas era un hombre
inteligente y, además, un estilista del baloncesto.
Rafael De la Cruz era uno de los veteranos del mayor cuando llegamos nosotros. Se
convirtió en mi bienhechor y me llevó a la tienda La Isla (pues eran bienhechores
suyos). Me pusieron a escoger y tomé unas cuantas cosas, entre ellas unos pantalones
jean (entonces eran mahoma) y una correa ancha de vaquero (¡Válgame Dios!).
Víctor García me invitó una vez a pasar unos días en su casa, en Higüey. De
ese tiempo recuerdo con cariño a Digna, su Madre; a Modesto, su padre y a sus
hermanos y hermanas. Y también a Lara, un vecino de ellos en el INVI. El agua
de beber era desastrosa en ese tiempo en Higüey; salía de la llave notablemente
amarilla. A mí me cayó mal y anduve todo descompuesto. Tanto, que llegó el día
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
de regresar a Santo Domingo, y los intestinos no me lo consintieron. Esperé uno o
antes de salir de Higüey. Nos bajamos todos hasta que lo repararon. Luego salimos
de la ciudad en él.
En la puerta delantera derecha iba un joven; justo detrás, en el asiento trasero iba yo.
Por supuesto que el carro iba lleno y con todos los vidrios bajos, para que entrara
la brisa. En un momento, el joven delantero –que evidentemente padecía fuerte
gripe– recogió cuanto tenía en el pecho y, de improviso, mandó el escupitajo hacia su
derecha, supuestamente hacia afuera. Pero la cosa pasó zumbando frente a mí, para ir
surrealista en el interior del vidrio trasero. Todos los pasajeros se enojaron y dijeron
de todo al pobre joven. Yo no salía del asombro: nunca me había pasado nada igual.
Puse candado después del robo, pero, olvidándome del fresco de la brisa subí todo el
cristal. Increíblemente, solo había pasado un breve lapso, cuando el joven repitió la
acción, formando ahora el dibujo frente a mis narices, pero por fuera del vidrio, gracias
a Dios. Otra vez mandó la gente su andanada de improperios contra el mentado joven,
que no era de Higüey, sino de una ciudad cuyo nombre –por respeto– no mencionaré.
Durante el trayecto, el carro volvió a dañarse varias veces. Finalmente no hubo
más remedio que abandonarlo: se dañó en medio del puente del río Higuamo. Ha
de suponerse cómo iría yo en ese viaje, todavía no bien recuperado del achaque
intestinal. Estaba lluvioso cuando pasábamos junto a los inmensos cañaverales,
y pensaba en lo triste que sería tener que salir a dar carrera en ellos… De todos
modos, gracias a Dios pude llegar sin mayores percances a la Capital.
Volviendo a Santo Tomás, diré que del grupo que llegó de Licey después de
nosotros, recuerdo a Milcíades Herrera, Félix de la Rosa Ávila (ambos de
Higüey), Manuel Matos Diedoné (de Sánchez, Samaná); de mi grupo, Juan
Pablo Liriano, y del primer grupo, Abercio González Vanderlinder; Andrés
Espinal, Ramón De Jesús y Hernández…
En teología coincidiría con los buenos amigos Lidio Cadet, Eligio Díaz, Pedro
Eduardo, Manuel De Castro (Niño), Apolinar Bencosme, Francisco Marcano,
Napoleón Brito, Juan Torres, Pedro Henríquez; Martín Luzón, Juanito
Rodríguez y Plinio Reinoso, msc; Juan De los Santos, Félix Rosario, Julio
Acosta (Julín), Jesús Aristy, Ricardo Arias, Paulino Peña (Oscar), Paulino
Reinoso (Toño), Carmelo Santana; Luis Reyes, Julio Naut y Florival Elan,
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
salesianos; Aníbal Reyes cmf, Pedro Guzmán, Francisco de Jesús, Fabio
Fernández, Cristóbal Melo… A teología llegó el grupo que hizo filosofía en
Santiago: Juan García (a quien encontré luego como sacerdote de la Diócesis
de Baní), Luis Manuel de la Cruz, Francisco Hernández, José Abrahán
Apolinario, Teófilo De la Cruz, Isidro Toribio, Timoteo González, Benito
Ángeles, Jorge González, Diómedes Espinal, Francisco Ozoria, Dionisio
Suárez, Rafael Cruz Castellanos… Había un buen grupo de Puerto Rico en
el Santo Tomás: Pablito Carraquilla, con quien daba catequesis en la antigua
cárcel de la Cuarenta, que estaba intacta; (vi un foso con varillas en el fondo,
en donde, según me dijeron, eran lanzados algunos prisioneros). Acababa de
salir Rosado (El Viejo); también estaban José Ramón Ortiz (Monchito), Rafael
(Lito; claretiano), Agapito, David; Héctor Rivera, Hilario Rivera y Oscar
Rivera; Carlos López… Se cuenta de Hilario que Monchito le aconsejó en una
respondió: “Monchito, yo no tengo la culpa de ser inteligente…”. Con Monchito
también hice trabajo pastoral en La Cuarenta; había muchas damas prendadas de él,
y algunas se lo decían cuando caminábamos por las calles del barrio. Fui amigo de
todos los boricuas, especialmente Oscar (en mi casa lo querían tanto como a mí),
Héctor (con quien compartí varias veces en Nueva York), Carlos López (quien, como
Párroco en Puerto Rico, me ha socorrido después de las tormentas que han afectado
la Diócesis de Baní)...
Fui testigo de excepción de un pleito entre Hilario y Jesús Aristy. Parece que por mi
costumbre de ser puntual llegué primero al salón de clases de la primera planta (donde
Tata y Polo Torres, con Helen
su hija y otros miembros de la
familia. Caparra Terrace, San
Juan Puerto Rico. 1969-70.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
luego funcionó la llamada Facultad de Educación). Al mirar yo hacia las ventanas del
y encontré a Hilario y a Jesús emburujados en el suelo. Me puse a vocear a otros que
ya llegaban, y entre todos logramos apartarlos. Hilario era más espíritu que otra cosa,
por lo que no le hubiera ido muy bien con Aristy, deportista, buen jugador de basket.
En ese tiempo se jugaba principalmente baloncesto, aunque recuerdo la cancha con
algunos hoyos; de hecho sufrí varias luxaciones en los tobillos. Aunque estaba el pley
Cardenal Spelman, no recuerdo que se jugara béisbol.
Mejía en resistencia sin respirar bajo el agua, pero en esto Fausto era imbatible; quedé
en segundo lugar. Sin embargo, ganamos juntos la carrera de mancuerna, es decir,
atados por un pie.
caricaturista Príamo Morel, pariente y alumno del santiaguero Yoryi Morel. Hizo
delante de nosotros varias caricaturas, dejándonos con la boca abierta; era increíble
la rapidez y perfección con que las dibujaba. Solo recuerdo una de Frank Marcano,
en que destacaba la delgadez del cuello y la gran nuez de adán; y también otra de
Rafael Corniel, de la que solo recuerdo que, por boca, le trazó velozmente una
especie de círculo.
En el Seminario Mayor vivimos todos los tiempos: de ingenuidad, de criticidad;
tiempos arremansados y tiempos turbulentos. Eran tiempos de cambio y de crisis
Aurelio del Orbe (con el tocadiscos
portátil), Abercio González y yo (el
fotógrafo). Nótese a la izq. la A de
Aerovías Quisqueyana...
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
en la Iglesia y en el mundo, en nuestro país –aun siendo una isla– se sentían ambas
cosas. Ni siquiera los mismos jesuitas (¡la aguerrida Compañía de Jesús!) pudo
salir indemne; varios de sus miembros, Formadores nuestros, dejaron el ministerio
(incluyendo dos Padres espirituales, o sea Directores Espirituales: Alberto Roque y
Jaime González Vallejo).
marcaron para siempre; mejor, Dios por medio de ellos: Francisco José Arnáiz, José
Somoza, Benito Blanco, Carlos Benavides, Mateo Andrés y Martín, Jesús Veiga,
José Saco, Jesús Santiso, José Pérez, Secundino Marcilla, Julio Roque de Escobar,
Fernando de Arango… Los hermanos Ocerin, Florentino, Arteaga, Peláez, Martín…
No olvido al Padre Mateo Andrés llevándome en el cepillito (Volkswagen) blanco
a donde la Dra. Garrido, a operarme de las amígdalas, para luego recogerme y
llevarme de vuelta al seminario. Eran verdaderos Padres para nosotros.
Con cuánto cariño nos servían las monjitas desde la cocina (hasta al Pelotero,
mentalmente afectado –huésped casi permanente– lo atendían). También servían en
la cocina, Gloria, Chucha (siempre sonreída), Melania y tantas otras damas. Había
otras que iban de fuera del seminario a recoger la ropa para el lavado (Sonia es el
nombre de la que lavaba mi ropa); capitaneaba este grupo la intrépida Antonia, a
quien no pudimos enseñarle a pronunciar el apellido de Francisco Marcano, pues
siempre lo llamaba desde abajo, “¡Mancaaanio!”
(Izq.) Teófilo Contreras,
Dionisio Suárez, Oscar Rivera
(sentado), Francisco Ozoria y
Freddy Bretón.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Y ya mencioné a Ramón Peguero; estuvo en el seminario desde 1948 hasta
poco antes de fallecer, en la década de los ochenta. Era oriundo de El Seibo (¿de
Salsipuedes?). Ya dije que llegó al seminario para ser hermano, y se convirtió en
–le decía al P. Felipe– le dejaron un mandado”. “Ah, sí, Peguerito. ¿Quién?” Pero
Peguero no recordaba. Cuando el Padre preguntaba por el contenido del mensaje,
tampoco lo sabía. Peguero atribuía todo eso a un accidente que tuvo en su bicicleta;
me lo repetía con frecuencia y yo le decía que sí, que así fue. Pero que el único lugar
sano que el golpe le dejó en el cerebro fue el de la lotería, pues recordaba todos
los números premiados en ella, cualquier domingo de cualquier año. Peguero fue
siempre un hombre humilde, y muy piadoso.
Tiempos revueltos
Para entender un poco nuestro tiempo de Seminario Mayor, conviene tener presentes
algunas cosas:
El 1º de enero de 1959, Fidel Castro hizo su entrada triunfal en La Habana.
El 14 de junio del mismo año llega a la República Dominicana, procedente de
Cuba, la expedición que pretende derrocar a Trujillo.
En mayo, Cuba es proclamada República Democrática Socialista. En abrilen ser nombrado “héroe de la Unión Soviética”.
En 1962 nace en Uruguay el Movimiento de Liberación Nacional (MLN), los
guerrillero Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN). Este será también
el año de la crisis de los misiles en Cuba.
El 11 de octubre de 1962 inicia el Concilio Vaticano II.
El 24 de abril de 1965 estalla la llamada revolución constitucionalista en
nuestro país, y el 28 del mismo se inicia la ocupación por parte de las tropas
norteamericanas, que durará hasta junio de 1966.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
El 8 de diciembre de 1965 es clausurado el Concilio Vaticano II.
Octubre de 1967: es fusilado el Ernesto (Che) Guevara en Bolivia; estaba
peleando en las montañas de Bolivia desde el año anterior.
1968 (año de mi ingreso al Seminario Mayor). El 4 de abril fue asesinado en EE.
UU. el líder de la no-violencia Martin Luther King. Además, fue el año del Mayo de
París, y de la Primavera de Praga, masivas y violentas concentraciones de jóvenes
inconformes que estremecieron gran parte del mundo. En Octubre fue la Matanza
de la Plaza de las Tres Culturas, en México D. F., en donde estaba congregada una
multitud de estudiantes; hubo decenas de muertos y centenares de heridos.
Del 26 de agosto al 6 de septiembre del 1968 se celebró en Medellín la II
Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, convocada por el
visitaba América. Dicha conferencia llevaba por título: La Iglesia en la actual
transformación de América Latina a la luz del Concilio. Sus Conclusiones
el Seminario Mayor, por iniciativa de algunos de los seminaristas de cursos
más avanzados, fueron suspendidas las clases y nos dividimos en grupos, para
estudiar por temas este documento).
Estamos en los años de la efervescencia hippie, uno de cuyos momentos
culminantes fue el macroconcierto de rock celebrado al aire libre en Woodstock,
Nueva York, en agosto de 1969. Es el tiempo de la lucha antirracista en EE.
UU. (con el auge del pelo afro y del black is beautiful; en el mismo seminario
llegamos a tener notables ejemplos de esta moda). Es el tiempo de las protestas
contra la guerra, especialmente la guerra de Vietnam.
Era una época de efervescencia generalizada en que, especialmente la juventud,
asumía un protagonismo inédito, contagioso, aunque no siempre constructivo.8
Nuestro país, aun siendo parte de una isla, no escapó a esta corriente, en cierto
modo globalizadora. Tras la caída de la tiranía, había verdadera hambre de noticias
(y también de libertad), lo que hacía que se difundieran rápidamente los sucesos, no
importaba lo distante que fuera el punto de origen.
La Iglesia, por su parte, hacía esfuerzos por aggiornarse (ponerse al día), sobre todo,
bajo las directrices del reciente Concilio. No se olvide que el cambio fue brusco
8
A este fenómeno se refiere varias veces Mario Vargas Llosa en su reciente obra La civilización del
Espectáculo. Alfaguara, Méjico 2012, 81ss y en otros lugares.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
para muchos: abandonar los usos litúrgicos de toda la vida, las clases de latín y en
latín… Quedarían fuera objetos casi emblemáticos como la tiara (corona papal
de tres niveles) y la silla gestatoria, en la que unos hombres transportaban al
Papa, sobre sus hombros en determinadas ocasiones. Incluso eran serios algunos
cambios en apariencia sencillos: mandar la sotana al baúl de los recuerdos
donante). No se olvide que en estos trópicos ardientes, ¡hasta se jugaba béisbol
con la sotana negra! (Los mayores que yo lo hicieron. Y supongo que hasta un
ciego podía narrar el juego guiándose por el fru-fru de las sotanas, o quizá por
el olfato...). El asunto del abandono del traje talar provocó ciertos trastornos;
se supo que en algunas casas clericales de Roma, por ejemplo, llegaron a tener
que colocar un cartelito al lado de la puerta de salida: “Por favor, antes de salir,
no olvide revisar el zipper ( la cremallera).”
Y todo esto era tarea menor, frente al enorme desafío eclesial: “Convocada por el
Padre” e impregnada del Espíritu, la Iglesia debe auscultar con humildad el latir
del corazón del ser humano en cada época y en todo lugar, recibiendo de él lo
que Dios le depare, y ayudándole con su amor de comunión y con los medios
que a ella le fueron proporcionados por Cristo, a lograr la hambreada felicidad,
hasta dramático.
Es conocido de todos el resultado de haber tomado el Concilio a la ligera, la
tremenda crisis experimentada por la Iglesia, particularmente en su clero y en la
vida religiosa. Y nosotros, en una media isla tan distante del epicentro, también lo
experimentamos. Nuestro país hacía esfuerzos por estabilizarse, después de tantos
años de dictadura; todavía el aire olía a pólvora y era aún fresca la sangre vertida
en la lucha fratricida.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Puerto Rico y Nueva York
Comenzando el verano de 1969 viajé a Puerto Rico. Primera vez que subía a un
avión, y la aventura era mayor, pues se trataba de Aerovías Quisqueyana, unos
pequeños aviones que a veces volaban como chichiguas. Gracias a la generosidad de
Herminio de Jesús Viera, pude visitar a mis bienhechores de Caparra Terrace, en San
Juan, los inolvidables Tata y Polo Torres, su hija Helen, y el hijo y la hija de ésta. De
ahí viajamos hasta el Barrio Ollas, de Santa Isabel, Ponce, de donde era Herminio.
Pude conocer a su Padre, Isaías, un anciano venerable. Así pude conocer parte de la
Isla del Encanto, a la que nos unen no sólo los tradicionales lazos históricos, sino
también el hecho de la formación sacerdotal común, pues muchos de sus sacerdotes
han estudiado en nuestro Seminario Santo Tomás de Aquino.
Por supuesto, conseguir la visa norteamericana fue toda una aventura. Yo fui al
consulado con unos cuantos seminaristas más; estaba ubicado en La Feria, no
recuerdo exactamente el lugar. Salimos del Seminario, en la Lincoln con Bolívar,
después de cena. Se trataba de amanecer en el consulado para ver si te tocaba algún
turno al día siguiente. Pasamos toda la noche escuchando una canción de Sandro,
pues había en el vecindario alguien amargado que repetía la misma canción:
“Por algún camino yo la encontraré…”9 (Hace algún tiempo cantan en algunas
iglesias el Señor ten piedad con la música de esta canción, y casi le pido a Dios
ya que nadie dejaba espacio para que no se metiera algún advenedizo; así íbamos
culebreando por el patio con yerba algo crecida y hasta con alguna zanja. El fruto
9
Un día me tocó ver por un rato a un hombre amargado en el Caliche, Cristo Rey, Santo Domingo.
Era una barrita muy sencilla. Tenía un pequeño tocadiscos portátil; el cliente pagaba unos centavos y le ponían
la canción, mientras el se bebía su cerveza. En este caso era un disco de 45 rpm, de Piero, el argentino; la canción, La piel cansada de la tarde, o algo así. “Donde amor, que caminas herido, donde corazón partido puedo
recordarme yo. La pena, pena, pena de la tarde, dónde amor, dónde amor.” También recuerdo otro amargado. El
Padre Timoteo y yo teníamos Misa de fin de semana por la zona de Mamey (Los Hidalgos, P. P.), por lo que decidimos amanecer en la casa curial de Mamey, para estar más cerca. Cuando nos acostamos, de inmediato tronó el
equipo de música de una barra que quedaba casi contigua a la casa curial. Nunca he sido bueno para dormir con
ruido, pero aguanté. Para mayor calamidad, se trataba de una bachatica de mala muerte, que repetía Mami, una
copita más, mami… Imagínese lo que es casi una noche degustando tremendo contenido. A no sé que horas, el
P. Timoteo no soportó y se fue hacia Guananico. Acababa de marcharse cuando apagaron la música. Me contó
luego el P. Timoteo, que ubicó su camionetica marrón en la entrada de la iglesia de Guananico, y se acomodó en
ella lo mejor que pudo con intención de dormir lo que quedaba de la noche. Cuando empezó a dormitar, notó
que la camionetica se movía. Abrió los ojos y vio que eran unos borrachos, que cruzaban por el patio de la iglesia, de regreso de la barra. Y como continuó la procesión de borrachos, se incomodó y fue a terminar la noche,
casi al amanecer, a Imbert, desde donde habíamos salido. Mientras tanto, yo dormía plácidamente en Mamey. Y
el P. Timoteo, a desandar sus pasos hacia La Isabela.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Lidio Cadet, Pedro Eduardo y Freddy Bretón, en Hankock Ave., Brooklyn. De espaldas,
Miguelina y Manuel Torres; de lado (entre Lidio y Pedro), Rafael Díaz Toro.
Verano del 1971.
así lo hicimos. Pero, ese día siguiente, cuando faltaban dos personas delante de mí,
dijeron basta. El ticket que tenía en la mano ya no era válido para volver, por lo
que había que repetir el proceso...10 Después de Puerto Rico, viajé a Nueva York.
Coincidí allá con los amigos Pedro Eduardo, Normando Féliz Mustafá y Lidio
Cadet. Pedro y yo fuimos alojados en casa de los esposos puertorriqueños Manuel
y Miguelina Torres, en Irving St., Brooklyn. Ayudábamos un poco en la parroquia
San Martín de Tours, en Hankock St., en el mismo Brooklyn. Luego pasamos a
residir en casa de los también puertorriqueños Ludgerio (Ludy) y María Ildefonso,
10
Muchos años después me invitaron a un Congreso en Méjico. Los organizadores me advertían: si
quieres que te dejen entrar, no digas que eres cura. De hecho, conocía yo varios curas del país a quienes les negaron la visa. Naturalmente, es difícil ocultar que eres cura, pues aparte de la cara, debes llevar carta de alguna
institución, y la mía era el Seminario. Fui, pues, al consulado mejicano. Llegué temprano y de inmediato me
pidieron otros documentos. Pasé la mañana entera dando brincos buscando carta bancaria… Volví sudado a
medio día al consulado. Me recibió una dama. Vio los documentos, tomó creo que una carta del seminario
y, señalándome el membrete o timbre, me dijo: “eso lo hacen ahora en computadora”. Y con eso me despidió,
después de haberme puesto a corretear toda la mañana. Me quedé sin congreso y con rabia. Y, hasta la fecha, me
sobran amigos mejicanos e incluso fui párroco de la Guadalupe, pero por ser cura no conozco Méjico (No sé
qué dirán los curas Morelos e Hidalgo y Costilla…).
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
la parroquia, y estaba de paso el Padre Munguía sj, quien después vendría a trabajar
a Santo Domingo. Con una camisa negra clerical que me prestó el Padre Muñoz
fui a renovar mi permiso de estadía en USA; yo apenas había terminado los tres
se me acercó alguna persona para darme su asiento, diciendo: “Seat down, please,
Father” (Siéntese, por favor, Padre). Todas estas personas fueron muy amables con
en la que tuve que bailar, (si podía dársele ese nombre a lo que hice). Me parece
que fue la única vez que bailé en mi vida, pues creo que ni mi Padre ni mi madre
sabían bailar. La dama –pareja del baile– fue Isabel, una hermanita del apreciado
ex-seminarista Rafael Díaz Toro; estaba de moda algo llamado bugalú (boogaloo)
sin embargo, nadie pudo hacerlo bailar; alegaba que había bailado demasiado ya,
antes de entrar al seminario.
Al verano siguiente volví, pero esta vez a la Parroquia Saint Leonard, en Brooklyn,
originariamente de inmigrantes alemanes, que dejaron el lugar a los italianos, y éstos
a los latinos. He oído que, debido la industrialización de la zona, dicha parroquia
no existe actualmente. Coincidí en ésta con el seminarista Manuel Matos Diedoné.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
El párroco lo era el Padre Wilkinson, y el vicario el Padre Mahoney,11 director
del coro, (quien ha venido varias veces al país y estuvo a punto de perecer en un
remolino del río Yaque, a su paso por Jarabacoa; todo fue rápido. Oí que gritó varias
veces ¡help!; y antes de que yo pudiera actuar, logró zafarse del remolino). También
había otro sacerdote chileno que según nos dijo, provenía de la misma ciudad
que Los Ángeles Negros, grupo musical que comenzaba a ponerse de moda en el
país. Unas religiosas llevaban el Colegio Parroquial, en el que encontramos varias
personas amables, alumnos y del personal de apoyo, como Doña Emma Bush, Mary
Kohlenbush, Connie Sacco y otras señoras que incluso me escribieron varias veces
Mis tíos Juanito, Alejo Martínez y Nana,
su esposa, en la casa de la 157 W 78 St,
Nueva York. (Fotógrafo: yo).
después de regresar yo al país. Debo mucha gratitud a esas personas. A Manuel y
a mí nos tocó hacer un censo de los latinos en algunos sectores de la parroquia; no
faltó alguna doñita que nos recibiera, tras la cadena de la puerta, empuñando un
pequeño spray antiasaltante. Pero la gente de la parroquia era buenísima. En una
así conocimos Amish Land, lugar tradicional de inmigrantes holandeses.
Durante mi estadía en St. Leonard conocí a un joven peruano, Jonás Arequipa, que
cantaba y quería ser artista; dijo que me grabara bien su nombre para cuando fuera
famoso, pero no he podido estar al tanto de su trayectoria. También conocí al amigo
11
El Padre Mahoney tenía una hermosa bicicleta de carrera; tuve el atrevimiento de tomársela prestada
para ir a un lugar, en el mismo Brooklyn. Nunca me imaginé que fueran tan incómodas las tales bicicletas; las
calles de esa zona tenían bastantes ondas en el pavimento, por lo que el sillín era casi insoportable, además de lo
difícil que es el timón para el que no está habituado. Era la primera vez (y la última) que montaba yo bicicleta
de carrera.
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+ Freddy Bretón
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Juan Rivera, puertorriqueño, quien hizo una colecta entre su gente para ponerla yo
en manos de mi comadre Yolanda Fernández, que se dirigía hacia Laval, Canada
con su esposo, mi tío Apolinar Bretón, en donde éste fue operado a corazón abierto.
Me dispensó un trato deferente el Sr. John Lemon, encargado de la compañía de
mantenimiento de la Escuela Parroquial St. Leonard.
De Saint Leonard pasé a Manhattan. Esta vez estaría, con permiso del Obispo y
del Seminario, algo más de un año en la ciudad de Nueva York. Primero me alojé
durante una breve temporada en casa de mi tío Domingo Martínez y su esposa
Exenia (Ft. Washington y 163, bastante cerca del río Hudson, un área muy bonita).
De ahí pasé a residir en casa de otro tío materno, Alejo Martínez y su esposa Juana
Morillo (fallecida en Santiago el 28 de febrero del 2008; y Alejo el 11 de febrero
del 2009), en 157 W 78 St, Nueva York, a unos metros del Museo de Ciencias
Naturales y del Planetarium, colindando con Central Park12. No puedo quejarme,
pues era también una zona muy tranquila y hermosa. Visitábamos con frecuencia a
mi tío Juanito Martínez y a América, su esposa, junto a sus hijos Tony y Fernando.
Visité varias veces a mi tía Altagracia Bretón López y a su esposo Luis Taveras, que
entonces residían en Nueva York. Fui varias veces a casa de la familia Gil, nuestros
vecinos en Licey, S. José: Matilde, Gertrudis y su hija Inmaculada, Constancia, y
Juanito; en el carro de éste recibí yo mi entrenamiento para la licencia de conducir,
Invierno con "figureo", por Central Park.
Dic. 1971. (Foto de Héctor Rivera).
12
La propietaria de esta casa era Mrs. Putter, muy amiga de Alejo y Nana; era judía, como los demás
propietarios de los edificios del sector. Al saber que yo era seminarista, me expresó un día que no entendía por
qué la Iglesia no admitía el divorcio. Yo traté de explicarle un poco, pero era mayor y creo que ya no le hacía caso
a mucha cosa. Eso sí, me trataba con mucha deferencia.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
y él se brindó para ser generosamente mi instructor; practicábamos debajo de un
ruidoso tren elevado, entre muchos vehículos, por lo que perdí para siempre el
miedo a conducir. También visité a Inocencia Romero y sus hijos Carmen, Miriam
y Raúl, de origen puertorriqueño, amigos comunes de Víctor García y Benito
Ángeles. En ese tiempo (1971-1972) había que subir muy arriba en Manhattan para
encontrar dominicanos. Teníamos fama de ser gente trabajadora; sólo se hablaba de
un dominicano que denigraba nuestro nombre, un jefe de ganga (banda) tristemente
apodado jesucristo.
En esta casa de la 157 W sucedió que, una noche, casi al amanecer, escuché un
pequeño ruido. Cuando miré, se trataba de fragmentos de carbón que caían sobre
una hoja de zinc que cubría una parrilla del sótano, pues se había incendiado el
apartamento contiguo. Rápidamente di la voz de alarma a Alejo y Nana que todavía
dormían. Recogieron sus prendas antes de salir (era lo primero que se hacía, por
temor a la policía) y salimos precipitadamente. En un apartamento del piso superior
vivía una violinista cubana;13 su hermano golpeaba la puerta insistentemente.
Luego la vimos bajar con su cartera en el brazo, muy tranquilamente. Dijeron que
Mi grupo del Cursillo de Cristiandad. St. Joseph Center, Nueva York, 25-28 de
mayo de 1972 (133 de Hombres). Desde la derecha, 1ro. sentado en la segunda fila: hermano de Mons. Juan A. Flores. El 5o. de la 1a. fila soy yo.
13
En el edificio vecino, detrás de nuestro patio, se oía de vez en cuando a una soprano haciendo sus
rutinas del bel canto.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
se sedaba para dormir y que, además, dormía con tapones en los oídos. Cuando
salimos a la calle, estaba todo lleno de gente y carros de los bomberos. Salimos en
piyamas, y en lo que cada uno atinó a ponerse; una vecina le dijo a mi tío: “Vecino,
usted se ve muy bien sin camisa…”. Y entonces supo que salió solo con pantalón
de piyama ¡y una sola chancleta! Me sorprendí al ver que no lanzaban ni una gota
de agua hacia la casa del incendio. Entonces noté que forcejeaban con un hombre
negro, por impedir que entrara a la casa en llamas. Éste era el esposo de una mujer
(irlandesa, según decían) cuyo hijo salió junto con ellos, pero –medio dormido– se
metió de nuevo hacia la casa; la mamá entró detrás de él, y los bomberos la sacaron
chamuscada. Por eso forcejeaba el hombre por entrar detrás de ellos. Finalmente
lanzaron enormes chorros de agua y apagaron el fuego sin que llegara a afectar
nuestro apartamento. Adentro encontraron al niño carbonizado. A la noche siguiente
oímos ruido persistente en el patio de la casa quemada. Se trataba de una pequeña
lata de aluminio que el viento llevaba y traía de un lado a otro, sobre el cemento.
Pero el tío Alejo decía –un poco apenado– que era el niño, pues ahí solía jugar solo
con sus carritos.
En este tiempo colaboré en la parroquia Santísima Trinidad (Holy Trinity), en la
calle 81, cerca de la Ave. Broadway. El Párroco era el Padre Murphy y el vicario
La Encarnación. Entre otras cositas, dirigí aquí un coro de damas; me trepaba en
una especie de púlpito, y desde ahí dirigía también a la multitud, en las Misas en
español (cosas veredes…). A este coro pertenecían Luz Delia Gómez, de Puerto
Rico, un grupo de dominicanas: Ana Ortiz, Juana, Milagros Ditrén y otras; La
cubana Antonia Espinosa, que me escribió durante toda su vida, hasta que se lo
permitió la vista. Pasé a verla a mi regreso de Roma (1989), en el 502 de la Ave.
diez años después (1 de junio de 1999). Desde el 1972 hasta la fecha, esta es la
única vez que he estado de nuevo en Nueva York (1989).
Participé también en varias actividades con inmigrantes, especialmente las que
promovía el querido Padre Joseph McCarthy; eran básicamente encuentros de
oración y formación, con algo de convivencia. En uno de esos encuentros hablé
con un joven pintor (se inclinaba más por los pintores clásicos, no por Picasso que
estaba de moda), creo que oriundo de San Francisco de Macorís; no se mostraba muy
creyente en Dios. Según parecía, estaba en la etapa en que se quiere comprobar todo.
En el diálogo con él le dije que había muchas cosas que no podíamos comprobar;
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
mismos que somos hijos de tal madre… Me dijo que no le importaba de qué mujer
tema, pero esto último no se me ha olvidado jamás.
Con mi tío Juanito Martínez fui a una tienda de unos españoles amigos de él, a
comprar mi primer traje (el primero que usé perteneció a mi tío Apolinar Bretón;
era azul marino, y fue adaptado por un sastre para mí). En esta ocasión compré
uno gris que me duró mucho tiempo. Al saber que yo era Bretón, el español me
habló de Manuel Bretón de los Herreros, a quien yo conocía ya, por la literatura.
el mismo hotel. Como mucha gente se equivocaba de puerta buscando a Bretón,
colocó un cartelito que decía: “En aquesta habitación, no vive ningún Bretón”. A
lo que respondió Bretón colocando también el suyo: “Hay en esta vecindad / cierto
médico poeta / que al pie de cada receta / pone: Mata / y es verdad.” (He visto
que en Internet presentan esta anécdota en algunos blogs españoles, con algunas
variantes). Anduve yo solo buscando una guitarra barata en una compraventa, hasta
que lo logré; encontré una española, con
muy buen sonido, especialmente las notas
bajas, solo que era un poco dura. Le compré
un estuche, también usado; en su interior
tenía escritas con muy buena letra trozos de
canciones de los Beatles. Compré también
un capodastro, entre otras cosas; todavía
pitch pipe)14. Es lo
único que me quedó de la guitarra, pues tan
pronto regresé de Nueva York tomé unas
lecciones con Andrés Avelino Almánzar y,
en contra de la voluntad de éste, decidí dejar
la guitarra. De inmediato se la regalé a Luis
Enrique Matos, seminarista de Barahona,
muy diestro para la guitarra, pero a los
pocos días se trepó alguien por las tuberías
robaron por una ventana del segundo piso.
14
También conservo varios objetos comprados en lo que entonces se llamaba Tencents (todo a diez
centavos): portacartas, lupa... En una de estas tiendas fui testigo del boche más sabroso, en inglés; se lo dio
Normando Mustafá (que ya dominaba bien ese idioma) a una cajera que alegaba haberle devuelto; al ver el
fuego en la cara de Normando, le dio el dinero de inmediato.
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 58
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Varias noches a la semana asistía a una escuela de inglés para adultos (Eas 44), cerca
de donde vivía. Recuerdo con cariño al Sr. Bernard Cook, Director y profesor, de
muy buen trato. Teníamos un diálogo en inglés, como parte de la clase, y un 12 de
de Cuba dijo: “Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto...” Yo
levanté la mano y dije ingenuamente: “Él dijo lo mismo en mi país.” Y la clase
las que tuve noticias del tagalo, su lengua. Se hizo amiga mía una española muy
agradable, casada con un norteamericano, y me decía: “Oye, no te cases nunca
con una extranjera.” (Nunca le dije que yo era seminarista. Por supuesto, en todo
procedí como lo que yo era). La graduación la celebramos en otra escuela del alto
Manhattan, pero recuerdo poca cosa del acto en sí, excepto la voz de una negra
que cantó a capella, Sweet Chariot (Swing low); ya yo simpatizaba un poco con los
negro spirituals, pero esto me fascinó. (Hace poco compré varias cosas de Mahalia
Jackson y otros, en una tienda de internet; precisamente de esta cantante me encargó
en ese tiempo Francisco Marcano traerle de N. Y. un longplay. Y así lo hice).
Conseguí que un joven dominicano se encargara de la pastoral juvenil de la parroquia
Santísima Trinidad; esto me alegró, pues era un joven valioso, con experiencia en alguna
parroquia de Santo Domingo. Acordamos un encuentro para iniciar los trabajos, y el joven
no apareció. Yo, como toda mi familia, enfermo de responsabilidad, dije cosas: caramba, tan
bien que iba… Poco tiempo después supe que dicho joven era ilegal, llegaron los inspectores
de migración a la empresa donde trabajaba, y a duras penas alcanzó a huir por una ventana;
ahora se encontraba en otro Estado. Aprendí que también esto era Nueva York.
Además de New Jersey y Pennsylvania pude visitar Connecticut, en donde tuvimos un
encuentro de seminaristas de la diáspora, promovido por el querido Padre Fernando De
Arango sj. El encuentro se llevó a cabo en casa de una prima suya que trabajaba en la ONU;
era una casa hermosa, rodeada de bosques, con un lago en el que había tortugas; ahí aprendí
de un niño como de cinco años la pronunciación norteamericana de la palabra turtle (tortuga).
De regreso a Nueva York, coincidí en autobús con un reconocido sacerdote del país, que
acababa de dejar el ministerio. Como lo apreciaba y lo había tratado un poco, me atreví a
preguntarle si había abandonado el ministerio para casarse; me respondió enfáticamente
que no. Pero poco tiempo después se presentó con su esposa en un programa, en Santo
Domingo, en donde se vio claramente cuál era su intención. Todavía me pregunto por qué,
aquella vez que hablamos saliendo de Connecticut, este Padre no me habló sinceramente.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
A propósito de curas, andaba un día por Los Sures (South), Brooklyn, con un
seminarista (quizá visitábamos al querido Padre Bryan Karvelis). En una esquina
nos encontramos con un sacerdote y un ex sacerdote15 de La Vega (el primero
posteriormente dejaría también el ministerio). Nos saludamos como buenos
dominicanos que se encuentran fuera del país, hablamos un poco y seguimos. Al
tiempo terminé yo mi experiencia en Nueva York y regresé a Licey. Tiempo después
me encontré con el tío Apolinar, en casa, y empezamos a hablar de Nueva York.
Como yo sabía que Apolinar era amigo del cura que encontré en Los Sures, le conté
que lo había visto junto al ex sacerdote. Sin quererlo yo vine a destapar un embuste, más
de un año después, ya que el referido cura le había dicho a mi tío que no había visto al
ex-cura. Lo único que pensé fue en el refrán el cojo y el mentiroso no van muy lejos.
En Nueva York, llevé a Juana Morillo, la esposa del tío Alejo, al espectáculo que
presentaba Radio City. Proyectaron en una pantalla enorme “See no the evil”,
protagonizada por Mia Farrow. También un show de variedades con El Bolero
de Ravel. Pero el momento inolvidable para mí fue cuando sorpresivamente
presentaron a un tenor que cantó Granada, la de A. Lara. Parece que ya necesitaba
yo escuchar algo en mi propio idioma; aquello me pareció maravilloso.
La pobre Nana no se callaba mencionando este espectáculo. Y es que, por lo que sé,
en ese tiempo los inmigrantes dominicanos no hacían más que trabajar, sin visitar
apenas algunos de los lugares emblemáticos de Nueva York. Yo visité varios de esos
lugares, como el Museo Metropolitano de Arte, el Museo de Ciencias Naturales,
que ya mencioné, etc. A mis tíos los sorprendió que, desde que llegué agarré mi
mapa de trenes y me iba solo a todas partes (cuando pedí el primer mapa en una
estación de trenes, el señor que los repartía se sonrió, pues parece que lo pronuncié
como “mop” (trapeadora, “mapo”).
En ese tiempo (agosto 1971) adquirí, creo que en el mismo Museo Metropolitano,
dos pequeños libros de pintura, editados por Barnes & Noble (Art Series): Picasso,
de Jaques Damase; y Velasquez, de Denys Sutton. Dos pequeñas joyas que
todavía conservo, aunque un poco descalabrados de tanto ir y venir. Había muchas
obras interesantes de pintores famosos, pero mi bolsillo no alcanzaba para más.
Posteriormente pude adquirir algunas colecciones de libros dedicados a la pintura
15
Este ex-sacerdote trabajó en la misma fábrica textil que mi tío Alejo, quien me dijo que lo recordaban
por el mal genio; cada uno manejaba una máquina tejedora, de múltiples agujas. Cuando se rompía una, se encendía una pequeña luz, pero la máquina seguía tejiendo. Había que estar muy atentos, pues esto podía dañar la
tela de un rollo entero. Decía mi tío que, como de más experiencia, trataban de ayudar al ex-cura, pero que este
se ponía rabioso cada vez que le avisaban de una aguja rota.
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 60
23/01/13 15:23
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
(clásicos y también locales), e incluso alguna edición digital de pinturas famosas.
Siempre me llamó la atención El Bosco (Bosch), lo mismo que Dalí; de éste me
impresionó, cuando la vi, su obra “Persistencia de la memoria”, la de los relojes
en formato bastante grande, de este mismo pintor.
Por el Padre Arango conocí y aprecié los impresionistas franceses; tenía un hermoso
volumen dedicado a estos pintores y me lo prestó por algún tiempo. Él ponderaba
mucho “Bailarina saludando”, de Edgar Degas; creo que mencionaba la vaporosidad
del traje... El mismo Padre Arango llegó a pintar algunos cuadros; uno de ellos, al
óleo, de formato mediano, estaba colgado en la salita de espera de Manresa Loyola.
Era, según recuerdo, un paisaje con pinos, incluso con algún tronco de árbol caído.
Me mostró otros, pero no los recuerdo.
Es una pena que cuando pude visitar el Museo del Prado, en Madrid (1988), fuera
con tan poco tiempo: es casi pecado pasar delante de tan grandes obras con la
a ver la exposición itinerante de las obras de Vincent Van Gogh, traídas desde
Holanda. Ahí anduve con más detenimiento. Por supuesto, estaban Los girasoles,
los Autorretratos, la Habitación en Arlés...
Aparte de alguna acuarela, rara vez he bregado con pintura. Si no recuerdo mal, la
primera obra pictórica realizada por alguien conocido, que yo admiré, fue un paisaje
pintado por una hermana de Francisco Marcano, cuando él era maestrillo en el
me parecía muy bonita. Otra obra era de Luis Lizardo, también maestrillo, y estaba
colgada en la recepción del mismo seminario; pienso que era un dibujo. Lo que sí
recuerdo bien es que era algo geométrico, abstracto, con bastantes ángulos agudos.
En cuanto a mí, he “pintado” un solo cuadro en mi vida. Fue a Luis Cruz a quien
se le ocurrió, en el Seminario Santo Tomás de Aquino (año 1968 ó 1969), que yo le
hiciera una pintura para regalársela a alguien. Le dije que nunca lo había hecho. Me
dijo que yo podía hacerlo, y tanto me insistió, que busqué una lata de pintura que
estaba guardada no sé dónde; como ya una parte del contenido era medio sólido,
lo esparcí sobre madera, e hice un invento que dejaba enano a Andy Warhol o a
Jackson Pollock. Gracias a Dios, yo no estaba presente cuando él fue a entregar mi
obra maestra...
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 61
23/01/13 15:23
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Calles de Nueva York
Ya he descrito el “matazo” que me di en la escarcha de mi primer invierno
neoyorkino: resbalé en medio de la calle, y el maletín se me fue de las manos,
yendo yo a parar a los pies (o a las ruedas) de un carro que se detuvo a tiempo
de no golpearme. Otro día iba caminando de regreso a casa, también en invierno,
con mi elegante coat o sobretodo crema que me regaló una señora de la parroquia
San Leonardo, de Brooklyn; tenía especie de hombreras, con botones, por lo que
–a pesar del color– parecía un poco militar. Al llegar a un punto de la calle, me
abordó un joven un poco descalabrado y me dijo: “Hey, soldier, give me a quora”.
(Soldado, déme 25 centavos, “a quarter”). Luego me di cuenta de que era común
que los drogadictos pidieran de esa manera.
Por una de esas calles iba un día. Sucede que desde niño he caminado rápido,
por lo que a mis hermanas no les gustaba caminar conmigo. Pues ese día iba
inconscientemente a tal velocidad, que me detuvo un niño y me preguntó por qué
yo iba tan aprisa. Esto me impresionó, y por algún tiempo aminoré la marcha.
Un día dejé el tren e iba a pie hacia la casa. De repente alcancé a ver, caminando
adelante, a uno de mis compañeros seminaristas. Por la calle iba bastante gente,
pero todo indicaba que el amigo iba cortejando a una joven. Así continuó hasta que
pensé: este mundo es pequeñito... El entonces seminarista nunca supo esto. Luego
dejó el seminario y llegó a ser profesional, pero no he sabido más de él.
Pocas veces llegué a sentir miedo caminando por las calles de Nueva York. Solo
cuando tuve que caminar, ya un poco oscuro, por algunos lugares, al pasar frente a
las escaleras que iban al “basement” o sótano, me sentí algo atemorizado. Entonces
no había mucha violencia, pero a algunos de mis compañeros los habían asaltado
varias veces.
Otra cosa que recuerdo es que un día me encontré en la calle con un joven blanco,
muy bien peinado (parecía haber salido del baño); solo diré que era un garabato
humano, retorcido de todas partes, hacía un gran esfuerzo para dar cada paso. Me
dejó tan pensativo que, a pesar de la brevedad del momento, todavía lo recuerdo. Y
yo caminando distraídamente, lleno de energías...
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 62
23/01/13 15:23
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Alguna vez, al anochecer, caminé por el Riverside Drive, a la orilla del río Hudson. Me
impresionaron las sombras que se proyectaban sobre el agua, y en una composición
para las clases de inglés, llamé a estas sombras “alargadas y espectrales”.
De regreso al Seminario Mayor
Regresé al país en junio de 1972. Rara vez vestía ropa clerical, y nunca para viajar
(en realidad me repugnaba ver gente que se forraba de cura para lograr ventajas,
como lo era pasar cosas por la aduana; y en eso había verdaderos maestros...).
Al llegar al aeropuerto Punta Caucedo, de Santo Domingo, antes de pasar por
aduana, se me acercó alguien del personal, y me llevaba hacia algún lugar que no
era la salida. Gracias a Dios, trabajaba en la seguridad de la Terminal mi tío Julio
Martínez Méndez (Julito), que estaba pendiente de mi regreso, me rescató y continuó
conmigo por la salida normal. Luego le pregunté que hacia dónde me llevaban.
Me dijo que iban a investigarme por droga. Ya me había pasado alguna vez. En el
Domínico-Estadounidense (creo que mal llamado Instituto Domínico-Americano),
una condiscípula me habló de alguien que usaba Equalude; yo le pregunté de qué se
trataba, y me dijo, no te hagas. Era una especie de droga que estaba de moda entre
los jóvenes, y con mis ojeras, ella no dudaba que yo era un usuario más.
Ya antes dije que esta era una época de efervescencia generalizada. Aludí también
a las modas en el mismo seminario; todo el que podía usaba su pelo afro. A mi
me simpatizaba esta nueva ola, me encantaba el que se mostrara el orgullo de ser
negro, con el pelo revuelto; sobre todo en una población donde el peine de hierro
candente había hecho tantos estragos como el arcabuz, en un absurdo empeño
por parecerse al blanco, aunque no importara que éste, al decir de una amiga,
tuviera pelo de tentación y cara de arrepentimiento. En Nueva York me causó
muy mala impresión ver negros con el pelo lacio a la fuerza, como cualquier
artista negro de antaño. No olvido el caso de un hombre en el tren, de pie bajo el
potente abanico de techo, que era lo único que todavía batía el duro aire de los
trenes. A pesar del ciclón que bajaba de sus aspas, el pelo planchado del negro
permanecía impertérrito. No se olvide, que aquí, a pesar de nuestro acelerado
mestizaje, incluso gente de iglesia mantenía el tono burlón frente al negro y,
el Padre Armando Lamarche se quejaba de que el Padre Fantino admitiera como
novicias a “dos negras de pelo duro, de Las Maras y Cenobí” (Cf José Luis Sáez,
La Iglesia y el negro esclavo en Santo Domingo. Santo Domingo 1994, 65). Y en
otros países de América Latina era peor que aquí.
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 63
23/01/13 15:23
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
El estilo de ropa hippie caló bastante en el seminario; dígase nada más que muchos
tenían sus pantalones campana, incluyendo al autor de estas líneas (¡Dios mío, qué
ridiculez! Un hombrecito con tales pantalones, debe de ser lo más parecido a un chiste
ambulante…Algo tan gracioso como un enano metido a torero). El colmo era un
seminarista mayor que, además, era sastre; él mismo confeccionaba sus pantalones:
azules, con enormes cuchillas de tela roja en cada lado exterior de la campana del
pantalón. ¡Y era también de baja estatura! (Zaqueo reeditado…). Sin comentarios.
Junto con esta onda romántica, nuestro país vivía tiempos difíciles. En toda América
Latina había hambre de justicia; ya recordamos, en cuanto a la Iglesia, que este es
precisamente el tema que abre los Documentos de Medellín. Había gente que abrazaba
con seriedad los postulados marxistas y también quien, como veleta, entraba en la
de sí mismo, dogmático hasta más no poder; y todo esto bajo capa de rigurosa ciencia.
población; y ésta, después de tantos años de mordaza en que una persona podía perder
la vida por el delito de escuchar noticias no servidas por la dictadura, disfrutaba estar
al día y se afanaba por saber lo que se movía en la propia sociedad y en el mundo.
El Padre Fernando De Arango sj. (centro), con la familia de Lidio Cadet.
Izq., Salvador Encarnación. A la derecha, Eduardo Sención y Andrés Espinal (detrás).
116
Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 64
23/01/13 15:23
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Nosotros, en el seminario, no podíamos vivir en paz oyendo permanentes noticias
de asesinatos; caían policías, pero morían civiles, especialmente jóvenes. Varios
seminaristas tomamos la decisión de hacer algún pequeño aporte a la vida de nuestra
atormentada sociedad; aunque fuera tan solo un signo. Éramos jóvenes de esta tierra
y queríamos arrimar el hombro, o decir por lo menos, aquí estamos. Comenzamos
enviando algunas notas a la prensa. Después que habían salido varias, yo mismo
entregué una al ya reputado periodista Víctor Grimaldi, quien fue gentilmente a
recogerla frente al Seminario Santo Tomás, en la Lincoln. Como teníamos alguna
queja del manejo que la prensa hacía de nuestras declaraciones, le manifesté a Víctor
esa inquietud nuestra (yo no sabía ni remotamente que los periodistas no tenían que
ver con la titulación de los trabajos publicados). No recuerdo si sería el modo como
se lo dije, pero no le gustó mi acotación a la entrega de la nota. Me parece que él
laboraba en ese tiempo en el diario El Nacional. Las expresiones nuestras causaron
bastante revuelo en la prensa nacional; incluso Polito, el viejito charlatán nos dedicó
uno de sus programas de humor político, en donde nos mandaba –como era su
costumbre– a cortar la caña: Martín Luzón, corta tu caña… Unos nos atacaban, otros
nos defendían. El Padre Oscar Robles Toledano salió en defensa nuestra, pidiendo
comprensión frente a algunas de nuestras estridencias: “no son ancianos que peinan
canas…” Más adelante publicamos algunas declaraciones de forma conjunta con
otros sacerdotes y religiosos (as) del país. Luego entraríamos varios seminaristas
Dicho grupo fue coordinado por algún tiempo por el Padre Santiago Hirujo. En el
seminario coordinaba el seminarista Lidio Cadet. Teníamos actividades formativas
con miras a conocer la problemática social y a avivar la conciencia eclesial respecto
a ella. Para ello realizábamos encuentros, especialmente en la casa de La Salle, en
la autopista Duarte km. 26 ½, hacia el Cibao. En Cabarete tuvimos encuentros con
el profesor Luis Gómez, cuya residencia llegué a visitar en la carretera Sánchez,
en Santo Domingo; no olvido su amplia y bien cuidada biblioteca. También nos
reunimos con Max Puig y con otros más. En la casa de La Salle nos encontramos
la Misa. En el mismo banco sin espaldar en el que estaba sentado, cruzó una pierna
sobre la otra, con su pantalón jean y su camisa a cuadros; alguien trajo un cáliz (¿?)
y pan (si no recuerdo mal, era pan sobao, del colmado) y los colocó sobre el mismo
banco. Y así continuó la Misa...
En esos tiempos manteníamos contactos con Eugenio Cepeda, Francisco Santos y
otros sindicalistas. Por entonces conocí al Dr. Plinio Ubiera. También, a la afable Doña
Arlette, la viuda del Coronel Fernández Domínguez, cuya casa visité una o dos veces.
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Fui a la TV por primera vez acompañando al Padre Santiago Hirujo, a un programa
del Dr. Ramón Puello Báez, me parece que en Rahintel, por la Feria. Después iría
sentados durante el mismo, y yo, por parecer natural, eché un brazo hacia atrás del
espaldar de la silla; la gente de casa, en Licey, que estaba viendo el programa, me
criticaron la pose, y en ese momento retiré yo el brazo. Decían mis hermanas que
yo había oído la murmuración. El Padre Arango tenía también programas de radio
dirigidos a los trabajadores, que grabábamos en el Seminario.
población: desalojados de Valdesia (cuando Lidio Cadet se ponía sus jean y sus
tenis, sabíamos que iba hacia Valdesia), campesinos de Nisibón, con el Padre
Juan Torres, etc. A Nisibón fui con Martín Luzón y Plinio Reynoso, en un carro
volkswagen medio destartalado; perdimos la cuenta de las veces que se pincharon
las gomas en el camino de regreso, de noche. Creo que la última parada fue en San
Pedro de Macorís.
tuviéramos que bregar nada más y nada menos que con el Mysterium Salutis del
Padre José Saco... (Lorenzo Vargas llegaba a las tantas los domingos, después de
bregar con las cantinas de La Victoria. Por las noches se oía el rápido tecleo de sus
dos dedos índices, preparando el trabajo del P. Saco).
Aquellos eran tiempos difíciles. Una noche fuimos a un concierto del Coro
Estudiantil que dirigía el Hermano Alfredo Morales, con Chahín de solista.
Creo que era por los alrededores del parque Independencia. Cuando terminó, los
seminaristas caminábamos hacia un punto en el que pudiéramos encontrar carro
hasta el seminario. Al cruzar la calle, tres o cuatro que íbamos juntos (uno de ellos
era Puro Blanco) fuimos interceptados por la policía y llevados a un destacamento
cercano. Comienzan a tomarnos los datos, en un saloncito junto a un enrejado
repleto de personas detenidas. Cuando llegó mi turno, incómodo como estaba, dije
que me llamaba Juan Pérez. Uno de los seminaristas estaba que echaba chispas;
decía cosas duras a los policías, lo que me parecía muy imprudente. Parece que eran
los nervios. Gracias a Dios, otros seminaristas nos alcanzaron a ver al momento de
la detención, y al llegar al seminario avisaron al Rector, el Padre Arnáiz quien, a
esas horas tuvo que moverse para obtener nuestra libertad. Naturalmente, yo tuve
problema con el falso nombre, pues el Padre Arnáiz no conocía a ningún Juan Pérez
en el seminario. Explique al policía que había sido error mío. Y así salimos, no sé a
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
qué horas de la noche. El Rector nos explicó que nos acusaban de haber quemado
un carro de la embajada de Estados Unidos. Otro día salimos tres seminaristas,
temprano en la mañana, rumbo al Cibao. Siempre viajábamos de bola (aventón,
autostop...); a veces nos trepábamos sobre camiones cargados de sacos de cuantas
cosas. Cuando íbamos por una calle todavía cercana al seminario nos detuvo la
policía. Les explicamos que éramos seminaristas que íbamos hacia el Cibao. La
respuesta de un policía fue: lo que pasa é, que el número tré hata Dió lo ve. Hasta
entonces no sabíamos que había policías teólogos...
Algo que nos había conmovido mucho fue el asesinato de cinco jóvenes del Club
Héctor J. Díaz, del Barrio 27 de febrero, el 9 de octubre de 1971. Todos estos
hechos hacían mella en nuestra sensibilidad. Algunas veces tuvimos que proteger
a algunos jóvenes en el seminario. Era un atrevimiento de nuestra parte, pero lo
hicimos; sólo recuerdo uno delgado y algo pálido. Le llevábamos la comida del
comedor, como para un seminarista que estuviera fuera a esa hora. El entusiasmo
con que lo hacíamos era tal, que éramos capaces de darle hasta nuestra propia
ración, si tal hubiera sido el caso. Yo nunca tuve parte en la decisión de aceptar a
algún refugiado, pero los atendí. Me lo planteaba de la siguiente manera: tenemos
que salvar vidas; ahora son izquierdistas (al menos supuestos), pero si fueran del
gobierno, también los salvaría. En este tiempo se refugiaron varias personas en
casas de la Iglesia. Recuerdo uno que estuvo refugiado en la casa curial del INVI
(Carretera Sánchez, km. 10 ½; lo vi en ese lugar y lo conozco bien, pero no me
siento autorizado a revelar su nombre. Sí puedo decir que así sucedió con Claudio
Caamaño, como él siempre lo reconoce. Mons. Polanco Brito lo recogió por los
lados del hotel Embajador y lo llevó a lo que entonces era el Seminario Menor (a
partir de 1978 es Seminario Mayor), en la Ave. Sarasota con Núñez de Cáceres.
Mons. Polanco lo entregó al Padre Juan Severino, con el encargo de que Claudio
permaneciera encerrado en la habitación, pues no debía ser visto por nadie, y que
sería llamado Padre José; así, la comida era para el Padre José, que estaba en retiro
espiritual. El mismo Mons. Polanco lo recogería luego –supongo que para llevarlo
a la embajada mexicana, en donde se asiló el 16 de abril de 1973. (El seudónimo
de Padre José le serviría luego a Mons. Severino para deshacerse fácilmente de los
que, a cada paso, decían ser Claudio Caamaño para solicitar ayuda económica).
A mí mismo, siendo ya obispo de Baní, me llamó alguien que decía ser secretario
de Claudio Caamaño; me pasó a Claudio (a menudo era la misma persona con otra
voz), y éste quería dinero para llevar unos camaradas a Cuba, por motivos de salud.
Lo dejé hablar un poco y, al notar varias incoherencias, lo mandé a paseo. Lo mismo
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Carta enviada a Mons. Polanco, (Adm. Apostólico de la Arq. de Santo Domingo), a nombre de
los Padres de la Parroquia Santa Cruz, de Baní. Se trata el tema de los desalojados de Valdesia.
(Copia encontrada en los archivos de dicha Parroquia).
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
hacían con el Padre Severino; cuando le pasaban a Claudio, el Padre Severino lo
saludaba efusivamente: ¡Padre José!, como saludaba a Claudio después del suceso
de la Sarasota. Como se trataba ahora de impostores, se quedaban boquiabiertos y
no sabían qué responder. Así terminaba abruptamente el engaño.
No he dicho aún, que cuando comenzaron a aparecer en la prensa escrita (creo que
en Última Hora) fotos de botas y ropa militar y el hombre viene, o algo así (luego
se dijo que fue pura coincidencia), y corrió el rumor de que Francisco Alberto
Caamaño estaba en el país, alguien se encargó de asegurarnos que no eran rumores,
que era verdad que Caamaño estaba en territorio dominicano, y que –cuando la
lucha armada llegara a la ciudad– se esperaba de nosotros que ayudáramos con los
primeros auxilios. Yo me asombré al oír esto. Era febrero del 1973. Esa noche, en
plena oscuridad, nos apiñamos algunos seminaristas en el centro del pley (campo
de béisbol) Cardenal Spelmann, del seminario (ahora es una urbanización, al Oeste
del Recinto Santo Tomás de Aquino, de la PUCMM). Ahí se nos dio la noticia que
acabo de referir. Yo tomé la palabra y dije: “Llegó Caamaño, ¿y qué?”. Me cayeron
como pavos, a picotazos. “Eso no se pregunta…Esta no es la hora de preguntar
eso…”. Y es que nunca me ha gustado tragarme las cosas enteras, al menos las
humanas. En aquel momento me salió lo que de crítico he tenido siempre. Además,
yo no había hecho compromiso con nadie; parece que alguien sí lo había hecho a
nombre de nosotros. Después sucedió lo que sabemos. La empresa terminó heroica
y tristemente, con pérdida de vidas valiosas para la patria.
Creo que en este tiempo, mucha gente de dentro y de fuera de la Iglesia tenía en
la cabeza como una especie de fatalismo o determinismo en lo social y político:
le tocaba el turno al marxismo, y nadie podía detenerlo. Las contradicciones de la
sociedad así lo indicaban; bastaba con atizar un poco el fogón de la lucha de clases.
Un compañero sacerdote me diría un día: “¿y si el pueblo opta por el marxismo?”,
queriendo decir que había que abrazarse a lo que el pueblo eligiera. No recuerdo
las palabras de mi respuesta, pero la idea era que yo tenía mis criterios. Tal como lo
entiendo, ante estos temas tan graves no cabe pasividad ni determinismo ni en un
sentido ni en otro.
En el mismo año 1973 se celebró en el país una semana de solidaridad con los presos
políticos. Estaba en la cárcel de La Victoria, Rafael Chaljub Mejía (a cuya familia
traté en Las Gordas (Nagua) en 1966, sobre todo a su Padre Jorge, a su hermano
Nelson y a la novia de éste, Idalia). Estaba también Moisés Blanco Genao (hermano
del seminarista Puro Blanco Genao), y otros muchos más. Cuando fue liberado un
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
buen grupo de ellos, Moisés fue al seminario a darnos las gracias. Chaljub Mejía,
aunque no fue, dio las gracias. Nosotros habíamos realizado en favor de ellos
hasta lo que pomposamente llamamos huelga de hambre, en la parroquia María
Auxiliadora, en Santo Domingo. De hecho fue un ayuno de viernes a domingo en la
noche. Ayuno riguroso hasta el domingo en la noche, en que fuimos recompensados
con un sabrosísimo asopao preparado en casa de unos amigos (o amigas) de Andrés
Espinal, creo que oriundos de Bonao (Bejucal). No estuve observando a los demás,
pero al menos yo tomé la cosa con absoluto rigor. Durante la huelga estuvieron
con nosotros Gladys Gutierrez, Carmen Mazara, Mirna, y otras esposas, viudas y
familiares de gente considerada de izquierda. Esta actividad me tocó coordinarla a
mí, pues ya Lidio Cadet estaba preparándose para la ordenación, que se llevaría a
cabo el 22 de diciembre del 1973. A partir de aquí, yo sería uno de los coordinadores
del grupo del seminario, habiéndole entrado sangre nueva en las personas de
Reynoso (Toño), Manuel De Castro y otros.
Pienso que fuimos testarudos y audaces, quizá como los jóvenes de entonces. Una
vez teníamos programada una actividad, no recuerdo cuál, y un obispo nos pidió,
creo que por medio de Fausto Mejía, que no la realizáramos. Nos reunimos para
oír lo que pedía el obispo, y recuerdo que dije unas palabras lógicas, pero carentes
del más mínimo espíritu eclesial: si estábamos convencidos de la conveniencia de
la acción acordada, ¿por qué íbamos a echar para atrás? Gracias a Dios que no me
hicieron caso, y se hizo lo que pedía el obispo.
año de teología. También fueron despedidos Abercio González Vanderlinder, Félix
De la Rosa Ávila y Juan Pablo Liriano. Félix volvió al seminario para el curso
siguiente (septiembre de 1974), enviado por su Obispo Mons. Juan Félix Pepén.
Yo volvería al año siguiente, y los demás no volverían. Mucha gente estuvo cerca
de mí en ese momento difícil. El Padre Fausto Mejía hizo un viaje para ir a verme
a casa, a Licey; el Padre Fello (Rafael Felipe) estuvo muy cercano, lo mismo que
Monseñor Moya. Otro tanto hicieron el Padre Arnáiz y Mons. Roque Adames.
Cuando recibí la noticia de mi expulsión del Seminario, iba en camino hacia la
parroquia Santa Cruz de Baní, y seguí hacia allá. Visité varias comunidades, desde
Iguana hasta La Montería; en Caoba nos alojamos Andrés Espinal y yo en casa de
Jesús Villar (Jesús Cheché) y Paulina, su esposa, padres de Ignacia, Miguelina,
Domínica y Rijo, parientes cercanos de Radhamés Villar. Aquí, además de la
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
amabilidad, encontré el tejamaní (bahareque, en otros países), que no conocía;
tierra mezclada con estiércol de vaca y agua, para formar las paredes de la casa.
Mientras yo estaba con Andrés Espinal, alojado en casa de Jesús, en Caoba, Salvador
Encarnación y otro seminarista estaban en Yaguariso, el otro campo vecino y rival;
en ese tiempo nos decían que la rivalidad entre los dos pequeños poblados se debía
a que los de Yaguariso se creían de raza blanca, y consideraban negros a los de
Caoba. Los divide un arroyo que permanece normalmente seco. Al amanecer del
primer día de nuestra estadía en esos lugares, temprano, vimos que había llegado
Salvador Encarnación; no recuerdo si venía con él también el otro seminarista.
Preguntamos qué pasó, pues no se suponía que nos encontráramos tan pronto.
Salvador nos contó que fueron alojados en un bar y, cuando estaban ya acostados,
llegó alguien gritando que quién había metido esa gente en el bar. Era el dueño.
Alguna persona le explicó, que se trataba de lo que habían acordado. Entonces el
hombre cayó más o menos en cuenta y dijo: “Ah, estos son los consejeros...”. De
todos modos ya los seminaristas se sentían ofendidos. Esperaron el amanecer, y
abandonaron Yaguariso. Volvieron a Baní, a la Parroquia Santa Cruz, pero no sé a
dónde fueron entonces.
En esta ocasión conocí a María Altagracia Mateo Vda. Zapata (Pirindín), un tronco
de fe, de Río Arriba, Baní, a quien no olvidaría. Al volver como Obispo, muchos
años después, he encontrado a sus descendientes, así como otras personas de estos
lugares, que me han dado permanentes muestras de cariño y de adhesión a la Iglesia.
El Párroco de La Santa Cruz lo era entonces Juan Chen y el vicario Gustavo
Roberts, ambos de Scarboro, y ambos dejarían el ministerio posteriormente. El
Padre Gustavo tomó las fotos de mi ordenación presbiteral (10 de septiembre de
1977, en Licey). Después de mi reingreso al seminario seguí haciendo algún trabajo
pastoral en esta parroquia, de modo que asistió a mi ordenación un buen número de
personas de la Santa Cruz, capitaneados por la infatigable Felicia Zapata Pimentel.
Al terminar la breve temporada en Baní, después de la expulsión, volví a Licey. Hice
diligencias para conseguir alguna plaza en educación, pero ya todo estaba completo
en todas partes. Entonces el buen Padre Fernando De Arango sj, me consiguió trabajo
en el INFAS (Instituto Nacional de Formación Agraria y Sindical, de la CASC). Me
hizo prometerle que yo no diría que fue él quien habló por mí para el INFAS. Creo
que hasta ahora lo cumplí. El Secretario General de la CASC era Gabriel del Río; el
Director del INFAS, Cristóbal De la Cruz. Tanto Gabriel, como Cristóbal, su esposa
Ana Josefa y familia, me trataron muy bien. Completaban el equipo Don Juan,
Maritza Chireno, Madehín; Prebisterio (sic), Ana, Juanita, Bienvenido… A todos
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
debo gratitud. Yo ayudaba un poco en los cursos para trabajadores urbanos y rurales
que se impartían en el INFAS. Eran los tiempos de FEDELAC (Federación de Ligas
Agrarias Cristianas). Algunos días a la semana asistía al Domínico-Americano, a
clases de inglés. Durante el año que pasé aquí, conocí algo del mundo del trabajo;
me encontré con Gabriel del Río, José Gómez Cerda, Luis Henry Molina, Fernando
Guante16, Panyé (Eliseo Candelario), Oscar Semerel, Pascuala Manzueta, Cándido,
Fermín, y muchos sindicalistas más. Visité varios sindicatos (Boca Chica, La
Manicera, Pedernales…). Conocí muchos sindicalistas, incluso de Curaçao: Leíto,
Beatriz Toregrosa, Oscar Semerel… Varios de ellos vinieron a mi ordenación
presbiteral, obsequiándome ornamentos litúrgicos.
Al cumplir el año en esta experiencia solicité ser admitido de nuevo en el seminario,
y fue aceptada mi solicitud. Esta experiencia me enseñó que hay que amar a la
Iglesia en las buenas y en las malas; que no son opciones huir de la vocación o huir
compañero a decirme que se iba del seminario. Cuando le pregunté la razón, me
dijo que porque esta no era la Iglesia que él estaba buscando. Algo le dije, pero me
en los integrantes de mi familia debía yo huir de ella para remediarlas, y no me
la Iglesia. En este punto aspiro a tener la fe del carbonero; o la del analfabeto que
no sabe leer, pero su
(su sentido de fe) le hace aferrarse a la Iglesia,
sin pensar siquiera en la posibilidad de cambiarla. Como nuestros viejos. Por eso
no logro entender cómo alguien que la haya conocido y amado pueda abandonarla.
A veces pienso que ni la conoció ni la amó verdaderamente quien luego encontró
razones para abandonarla. Aunque haya sido un sacerdote. Como el que me dijo
una vez –ya tenía mujer y familia– que se pasaría a otra iglesia porque, total, era la
misma liturgia, la misma teología… Lo que se me ocurrió fue preguntarle si el Papa
no era teológico. Es decir, todo es lo mismo, pero no tienen al Papa, a la cabeza
visible querida por Cristo, y es lo mismo. (Después he dicho que esto se me parece
mucho al que diga que dos personas son idénticas, pero está el pequeño detalle de
que a una le falta la cabeza…). Sinceramente no entiendo que alguien, para resolver
un asunto personal, el que sea, opte por abandonar la Iglesia. Como dijo uno: “Hay
16
En el artículo que escribió el querido P. José Luis Alemán (Luchas sociales en tiempos del Quinn joven: Periódico Hoy, 19 oct. 2007, pág. 3E. Editado como folleto por Mons. Bello Peguero. S. D. 2008), en la pág.
10 aparece mencionado Guante como si fuera un apodo, pero era el apellido del sindicalista Fernando Guante.
Panyé, que también es mencionado, es el apodo de Eliseo Candelario, de FEDELAC. Creo que, a pesar de la
aclaración de la pág 11 (no pretende mencionarlos todos), debe añadirse el nombre de José Gómez Cerda.
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 72
23/01/13 15:23
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
que ser un hombre para hacer lo que yo hice”, y lo que hizo fue dejar la Iglesia. Pero
encontró la respuesta del Padre Fausto Mejía: “Yo pensé que el hombre de verdad
manteniendo su palabra”.
A este respecto recuerdo también otra experiencia: Una noche recé el rosario con
un compañero seminarista, en uno de los bancos debajo de los pinos que daban
hacia la Bolívar, en el Santo Tomás de Aquino. Ese seminarista se mostraba muy
conversar y me atreví a decirle que a veces me parecía que su espiritualidad no
ofendió y, tranquilamente me dijo que no estaba de acuerdo. Ese seminarista llegó
a ser ordenado sacerdote; luego dejó el ministerio y también abandonó la vida de
Iglesia. A la distancia de tantos años, miro hacia atrás y me digo: no tengo derecho
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 73
23/01/13 15:23
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
a dudar de su sinceridad. Pero sigo haciéndome la misma pregunta: ¿Puede alguien
espiritualmente sincero, es decir, con auténtica experiencia de Cristo y de su Iglesia,
abandonarlos tranquilamente? Mi respuesta sigue siendo que no.
Quizá por esta misma convicción, cuando todavía era seminarista, me asombré al oír
que uno de teología, hablando conmigo respecto a su obispo lo llamó “cabrón”. A
pesar de mi espíritu crítico de entonces, jamás me creí capaz de llegar a ese extremo.
Por eso me asombró tanto. Años después, ya sacerdote, al oír a un sacerdote (e. p.
d.) hablando mal del obispo delante de mis Padres, lo hice callar al instante y luego,
a solas, le recriminé su actitud irrespetuosa.
Una vez readmitido al seminario, me fue muy útil la ayuda de los sacerdotes
Fernando De Arango y Roque De Escobar quienes, como Padres espirituales, me
dieron orientaciones y consejos que recuerdo hasta el presente.
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 74
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Al reingresar, no coincidí con el ciclo académico que me correspondía, por lo que
tuve que llevar por tutoría varias asignaturas; aunque conté con la comprensión del
Rector, el querido Padre José Somoza sj, y de los profesores, era tedioso pasarse
la mañana estudiando solo (sobre todo cuando estaba nublado…), mientras los
compañeros estaban en clases. Supongo que esto mismo afectó la calidad de mi
formación académica de ese tiempo.
Otros recuerdos de las aulas
Profesores del Seminario San Pío X recuerdo, aparte de los ya mencionados, al
padre Moya con su clase de Física; a Víctor Rondón, con teoría musical; a Puro
Blanco, algo de composición literaria; Pedro Eduardo, Literatura; Pedro Henríquez,
Geometría; Zenón Díaz, Preceptiva literaria; a César Mullix no le simpatizaba para
nada su clase; cuando Zenón se inspiraba, Mullix casi sacaba la cara por la persiana.
A Tomás Bello lo recuerdo también con algo de Composición literaria; era notable
no lo supe hasta que me hizo caer en cuenta Basilio Camilo. El “hermano” como
le decíamos, pues él lo decía a todos, siempre llevaba un libro contra un lado de su
vientre, en la mano izquierda, o la tenía en un bolsillo, especialmente de un ligero
abrigo que usaba; fue director del coro, y en los ensayos –para indicar las notas–
tocaba el piano solo con la mano derecha. “Cantadme barcarolas, marineros cantad,
cuando bajen las estrellas a mecerse en el mar”; a veces me llega la melodía de esta
canción que nos enseñó. También aprendimos de él, “Oh Señor, envía tu Espíritu: que
renueve la faz de la tierra”. Lo que no pudo pegar fue un santo que me parecía raro; solo
recuerdo que iba machaconamente de do a sol (sa-anto, sa-anto, sa-anto...), mientras él,
tratando de que lo aprendiéramos, hacía con el cuerpo un gesto algo desgarbado.
Ya he dicho que Nicanor Peña nos dio Gramática; Teódulo Olivo, Matemáticas
de octavo; el P. Francisco Almonte, Francés; de los profesores de Latín solo
recuerdo a Apolinar Bencosme; Clemente Melo y Francisco Marcano impartieron
Matemáticas. Y por ahora no recuerdo mucho más.
Son inolvidables aquellas butacas de hierro, pintadas de amarillo vivo, con una
especie de canalete en la meseta, para poner el lapicero; estaban de moda los de
tres o cuatro colores, y no sé a quien le dio por clicar cada uno de ellos con el
lapicero en el canalete, produciendo un ruido notable. Por supuesto que se ganó
su “boche” del profesor. Oí que un día encontraron a Chiligue estudiando inglés
rítmicamente; sentado solo en el aula en una de estas butacas, pronunciaba una
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 75
23/01/13 15:23
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
(Izq.) Timoteo González, Manuel De
Castro (Niño), Manuel Matos, Freddy
Bretón, Juan García. Durante un receso
de clases, en el Seminario Santo Tomás
de Aquino.
palabra mientras golpeaba el metal: escopeta gun, escopeta gun. To take, to make,
to do... Pronunciado según se escribía, pues el examen era escrito... La broma por
este sistema mnemotécnico duró algún tiempo.
Ya me quedan pocos recuerdos de clases, de aquellos cinco años de seminario
muy importante mejorar el método de estudios, y disciplinarse para no perder el
tiempo. Ya se ha dicho que estudiábamos en salones comunes, y cuando uno menos
esperaba, estaba el Prefecto detrás de uno, observando a ver si en verdad estábamos
estudiando. Al Padre Moya, que era el Prefecto, le favorecía el hecho de que, de tan
delgado, disimulaba su presencia fácilmente.
Oí que, ya en el Filosofado de Santiago, en uno de sus salones de estudio, se durmió
un pariente mío mientras estudiaba. Alguien lo tocó y le dijo: “Fulano, despierta.”
Mi pariente se incomodó, y respondió al instante: “Ya aquí no dejan ni meditar a
uno”. Pero el chorrito de baba no dejaba dudas...
Ya en el Seminario Santo Tomás de Aquino, recuerdo con particular afecto a los
profesores de primero de Filosofía; he mencionado al Padre Uranga, a Miguel
Sáez... El P. Melchor nos daba Oratoria. Que yo recuerde, de todos esos, solo nos
acompañarían en los demás cursos de Filosofía, los queridos padres Carlos Benavides
y Mateo Andrés. Estos dos llevarían la carga de las principales asignaturas.
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 76
23/01/13 15:23
+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
En la Filosofía, mis notas dejan qué desear. Probablemente debí esforzarme
más, aunque ya he dicho que en la Teología me sentía más en mis aguas, y las
y algún compromiso fuera del seminario, le restaran a la solidez de esos estudios.
Otra cosa es lo ya dicho respecto a mi reingreso, fuera de ciclo, después del
segundo año de teología, teniendo que llevar por tutoría varias asignaturas. En esta
etapa aprecié mucho a los Padres José Saco, Jesús Veiga, José Pérez, Jesús Santiso,
Secundino Marcilla y los ya mencionados. Valoré mucho un curso de Sagradas
Escrituras que nos dio el Padre Enrique Sanpedro. Con el Padre Arnáiz no me
tocó ninguna clase, pero he dicho que sus citas en griego, en las homilías, aunque
parecieran “greguerías”, me fueron muy útiles en la Gregoriana de Roma, en mis
estudios de Teología Bíblica.
No recuerdo el número de alumnos; pero, aunque variable, el grupo nunca fue
grande. Ya tampoco recuerdo mucho de las aulas en ese tiempo. Solo una que otra
reprimenda de algún profesor. Como el que le dijo a voz en cuello a un compañero
mío, actual sacerdote: “¿Pero es que tu mente no va más allá de Cotuí?” Se debió
a una intervención de este seminarista (que no era de Cotuí) durante su clase. Yo
cómo muchos europeos se insultaban de palabra y luego andaban como si nada. El
me contestó de forma un poco dura que lo que no entendía era cómo aquí no decían
nada, y luego te clavaban el cuchillo. Me sorprendió su respuesta. Puede ser que
tuviera algo de razón, pero creo que el buen profesor andaba un poco en crisis, pues
luego dejó el ministerio sacerdotal y se casó. Tengo entendido que ha permanecido
desde entonces en Santo Domingo, por lo que, al parecer se ha aclimatado a nuestro
ambiente de cuchillos silenciosos...
Hubo un tiempo en que algunos seminaristas salían mucho del Seminario, sobre
todo a la zona de Mata Hambre; varios eran habitués de La Cotica, una especie de
cafetería o barra. Yo mismo llegué a ir alguna vez, acompañando a alguno de los
que tenían buenos amigos en esa área. Recuerdo bien un seminarista que usaba
mucho Brut de Fabergé, un desodorante o perfume muy fuerte que, combinado con
camisa de poliéster, emanaba un vapor mortal; no sé dónde pasaba más tiempo este
hermano, si en Mata Hambre o en el Seminario. Este fue uno de los seminaristas
que acordaron hacer un trabajo en equipo para alguna asignatura del Seminario;
Normando Mustafá era uno de ellos, y a él le escuché el cuento. Quedaron de
uno fue presentando lo suyo, y cuando tocó el turno al usuario del Brut, dijo que
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Cuerdos y recuerdos - definitivo.indb 77
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
había estado trabajando intensamente el tema, y anunció que haría su exposición.
Metiéndose la mano en un bolsillo, sacó un papelito de caja de cigarrillo, y se
dispuso a presentar los enjundiosos y amplios resultados de su investigación...
Problema de ese tiempo en las aulas, solo recuerdo uno. Se trata de que uno de
los profesores decía cosas jocosas, y era común que provocara alguna risa en el
grupo. Ese día las dijo y nos reímos. Pero el profesor se puso rojo como un tomate y
empezó a reñir. Al principio no sabíamos contra quien, pues varios nos reímos: “¡Soez,
vulgar...!”, decía. (Entendió que nos reíamos por haber tomado en mal sentido una
palabra que él había pronunciado reiteradamente). Llegó un momento en que ya no
tuve dudas de que el fuego iba dirigido contra mí. Continuó la clase y, cada vez que
se acordaba, mandaba otra andanada con fuego creciente. Cuando terminó la clase me
fui directamente a la Rectoría; le expliqué al Rector lo sucedido y este me tranquilizó
diciendo: “No te preocupes, que es neurótico”. Ahí quedó todo, pues luego vino incluso
fuertes, tengo buenos recuerdos de las aulas y de los compañeros de ese tiempo, que los
había también de comunidades religiosas: msc, claretianos, salesianos... Y he valorado
más el aporte de los profesores después que he tenido que ocupar el lugar de alguno de
ellos. ¡Quién diría que me tocaría impartir, por ejemplo, algunas de las asignaturas del
querido Padre Veiga!
Siempre hubo algunos seminaristas extranjeros en el Seminario Santo Tomás de Aquino:
puertorriqueños (ya mencionados), y un español (¿Francisco Martínez? Coincidimos
un verano en Nueva York, donde creo que permaneció); en mis tiempos hubo tres
colombianos: Gerardo Lara, Guillermo (¿Montoya?) y Alberto. Gerardo, amistoso y
gran fumador de cigarrillos, se casó y vino luego a trabajar algún tiempo en la Diócesis
de la Altagracia, creo que en Cáritas. De los otros no he sabido más. Antes de llegar yo
al Seminario hubo cubanos, creo que algún panameño, y de otros países.
(Mis recuerdos como profesor ocuparían mucho espacio. Alguna cosita he dicho,
pero por ahí andan las historias en boca de los exalumnos: “Mimingo, ya me tienes
cansado...”. Quizá los casos más espectaculares fueron el del alumno que, en examen
oral frente a frente, me estaba leyendo la respuesta de su mascota; o el de quien me
pidió revisión del examen oral. ¡Y eran más de sesenta alumnos de primero de teología!
Punto y aparte. Un día hacía su exposición Juan Ángel, sobre los Joánicos, en cuarto de
teología. Yo lo escuchaba con los ojos cerrados, lo cual acostumbro para concentrarme
y también para dormir... En un momento, interrumpió la exposición y me dijo: “Profe,
Ud. se está durmiendo...”. Mi respuesta instantánea fue: “Di un disparate a ver si estoy
durmiendo”. Todos se rieron).
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+ Freddy Bretón
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Cuerdos y recuerdos
Con esta página doy constancia de mis distracciones:
son apuntes marginales de mis mascotas y libretas,
tomados durante alguna conferencia...
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