trastornos de control de los impulsos.

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trastornos de control de los impulsos.
TRASTORNOS DE CONTROL DE LOS IMPULSOS. Santiago Batlle Vila Definición Historia de la impulsividad. Los trabajos pioneros que relacionaron cerebro-impulsividad fueron trabajos de Ch.
Ferrier y A. Brain que hablaron de una inhibición (cerebral). Estos autores del siglo
XIX definieron la impulsividad como “parada de las funciones o del funcionamiento de
un órgano por acciones que otra función u órgano realiza sobre él”.
En el siglo XIX Pinel y Esquirol introducen el concepto de impulso instintivo y el
término monomanía instintiva para definir conductas como el alcoholismo, la piromanía
y el homicidio.
Otto Fenice (1945) relaciona la conducta impulsiva con los intentos de control de la
ansiedad, la culpa y la depresión por medio de la acción. De manera que para un
observador externo, las conductas impulsivas están muy relacionadas con el alivio del
malestar.
Actualmente Logan (1997), define las personas impulsivas como “aquellas que tienen
dificultades en inhibir un comportamiento”.
Impulsividad: definición y nosología. Inicialmente partiremos de la propuesta Pinal.B y Pérez.A, a partir de la cual se define
la agresividad como “toda la forma de acción que no responde a una voluntad”.
Autores como Vigostky encaminan sus definiciones hacia un aprendizaje
medioambiental de la conducta impulsiva. La teoría del aprendizaje plantea que la
conducta impulsiva es el resultado de la observación y la imitación de la conducta de
un modelo agresivo, que puede producirse en cualquier ámbito de relación del
individuo (familiar, escolar, social…). El aprendizaje observacional, a la luz de la
Teoría del Aprendizaje, se valida como mecanismo de adquisición de conductas de
autorregulación, ya que existen e intervienen en este tipo de aprendizaje distintos
factores o procesos cognitivos. Dichos procesos ayudan a determinar cuáles son los
hechos externos que se observarán o atenderán, cómo percibirlos, qué efecto tendrán
(de largo o corto alcance), su importancia y eficacia.
Respecto al ambiente familiar Grusece, Goodnow y Kuczynski citados en Tur. A y
cols.(2004) defienden que “la familia es una especie de precursora del desarrollo de
las conductas del niño”(pág.75). De tal forma el estilo educativo impartido en el
contexto familiar definirá en gran medida las conductas futuras del niño”. Las
investigaciones centradas en el presente tema concluyen que ciertas características
familiares son precursoras de la agresividad infantil y de la vulnerabilidad emocional
del niño o adolescente ( Poveda, Sánchez y Beltrán, 2004).
Dentro de este marco, la observación de modelos agresivos suele repercutir
negativamente en la personalidad del niño, generando efectos tales como: baja
autoestima, temor en el contacto con otros, ánimo triste, dificultad en la expresión
afectiva, sentimientos de indefensión, baja motivación o bajo rendimiento escolar entre
otros.
La interacción social es otro ámbito de especial importancia puesto que, retroalimenta
a la persona directa o indirectamente (entendiendo la escuela y/o trabajo como los
principales agentes externos de este ámbito). Es por ello que, tanto la prevención
como la intervención, se debe realizar en cada uno de estos ámbitos, creando así un
tratamiento multidisciplinar e interdisciplinar.
El modelo que define nuestra investigación es el llamado por Fernández.M,
Sánchez.A, Beltrán (2004) interactivo persona–situación, que incorpora variables
biológicas, psicológicas, situacionales y de aprendizaje.
Así, cuando hablamos de impulsividad lo hacemos desde dos perspectivas:
A. Perspectiva social: hace referencia a términos como violencia, conducta de
riesgo y dificultades de adaptación social.
B. Perspectiva clínica: hace referencia a la salud mental y en esta visión se
engloban el trastorno de personalidad, la hiperactividad, las adicciones, los
traumatismos cerebrales, etc.
Su estudio conceptualizado requiere una evaluación cuantitativa:
-
Impulsividad como Estado: supone una marcada falta del control en los
impulsos transitoria.
-
Impulsividad como Rasgo: supone una disposición temperamental al
comportamiento impulsivo y arriesgado.
-
Impulsividad como Proceso: supone un fallo en los mecanismos inhibitorios.
No es posible entender la impulsividad como un rasgo unitario. Diferentes autores han
puesto de relieve la multidimensionalidad del constructo. Dickman (1990) distingue
entre dos tipos de impulsividad: funcional y disfuncional. La impulsividad funcional
beneficia al sujeto y se vincula al afán de aventura, a la actividad general y a la rapidez
en el procesamiento de la información y en tareas de codificación, a diferencia de la
impulsividad disfuncional, que no se asocia necesariamente a respuestas rápidas pero
sí descuidadas, poco reflexivas y que tienen consecuencias negativas para el sujeto
(Dickman, 1990; Brunas-Wagstaff, Berquist y Wagstaff,1994).
Eysenck y Eysenck (1978) proponen que la impulsividad comparte aspectos con la
Extraversión y con el Psicoticismo. La impulsividad entendida como un rasgo de
personalidad más o menos estable, no es un concepto unívoco y tiene múltiples
significados.
Milich y Kramer (1984) recogen algunos de estos significados: inhabilidad para
detenerse, mirar y escuchar; inhabilidad para diferir la gratificación, para resistir la
tentación, para inhibir una conducta motora; respuesta rápida en situaciones
ambiguas; escaso juicio; habilidad de planificación limitada; dificultad para anticipar
consecuencias adversas; falta de previsión y escaso autocontrol. Dickman (1990) la
define como la “tendencia a deliberar menos que otras personas de igual capacidad
antes de realizar una acción".
Desde un punto de vista psicológico se llama impulso a una disposición vehemente
hacia un modo de actuar, que puede tener la finalidad de disminuir la tensión creada
por el deseo, bien a causa de la intensidad del impulso o bien por la disminución del
autocontrol. Se ha interpretado que los trastornos del control tienen en común el
intento de derivar experiencias negativas o afectos dolorosos, por medio de la
actuación agresiva sobre el ambiente.
Los sujetos incluidos en esta clasificación, presentan características comunes:
1. Manifiestan incapacidad a priori para oponerse al impulso o tentación de
llevar a cabo la acción, que es por principio perjudicial para sí mismos o para
los demás. Sin embargo, hay que considerar que en ocasiones pueden
resistir al impulso y otras veces parece que este es poco o nada impulsivo, ya
que está previamente planeada la acción.
2. Generalmente, antes de iniciar esta acción, notan un aumento de la tensión o
activación.
3. Mientras cometen el acto sienten placer, gratificación o liberación.
4. La acción es egodistónica en el sentido de que está en consonancia con los
deseos conscientes inmediatos del paciente.
5. Después los sujetos pueden sentirse arrepentidos o culpables.
La agresividad. Tendencias teóricas. Respecto al acto agresivo existen diferentes perspectivas teóricas, según se lo
atribuya a tendencias innatas o bien a factores de origen externo, psicosociales y de
aprendizaje.
Freud y Lorenz
La agresión como conducta instintiva es la perspectiva más antigua y mejor estudiada.
Destacaremos las tesis de Sigmund Freud y Conrad Lorenz.
Con la introducción de los conceptos de Eros y Tánathos, Freud argumenta la
conducta humana como una interacción entre estos dos instintos. Como el instinto de
muerte si no fuese reprimido llevaría hasta la autodestrucción, se redirige así al
exterior constituyendo la base de la agresión a los demás.
Los etólogos han utilizado sus observaciones y conocimientos sobre la conducta
animal y han intentado generalizar sus conclusiones al hombre. Según Conrad Lorenz
el acto agresivo corrresponde a un instinto indispensable para la supervivencia, el
instinto de lucha tan beneficiosos para la evolución (Lorenz, 1978).
Estos preceptos presuponen la condición inevitable de la conducta agresiva y la
imposibilidad de su modificación. Desde el psicoanálisis, se confía en la catarsis como
alternativa a este carácter tan pesimista.
Ballesteros, según Serrano Pintado (2000), clasifica estas teorías que explican la
agresión en activas y reactivas.
-
Las teorías activas, también llamadas teorías biológicas son aquellas que
basan el origen de la agresión en los impulsos internos y el instinto.
Corresponden al factor innato del individuo y la especie. A esta categoría
pertenecen las teorías psicoanalíticas y las etiológicas anteriormente descritas.
-
Las teorías reactivas, corresponden a las que sitúan el origen de la agresividad
en el entorno. La agresión es entendida como una reacción de emergencia en
respuesta a los estímulos ambientales.
En esta categoría encontramos las teorías del impulso y las del aprendizaje social.
La agresión como impulso provocado, es decir la teoría impulsiva de la agresión está
basada en la hipótesis frustración-agresión, propuesta por Dollard y col. en 1939, y
posteriormente han sido desarrolladas por Berkowitz (1962) y Feshbach (1970). Según
esta hipótesis la agresión es una respuesta a una situación frustrante, es decir, la
frustración (bloqueo de la conducta finalista) activa un impulso cuyo objetivo es la
lesión o el daño hacia una persona u objeto y especialmente contra la fuente de
frustración.
Esta teoría resulta ser demasiado simple y no da explicación a todas las conductas
agresivas (Serrano Pintado, 2000). La frustración, si no es lo suficiente intensa, puede
incluso reducir el nivel de agresión, quizá porque se sienten deprimidas por esta
situación. Es decir que la frustración produce un estado general de activación
emocional que puede conducir a una variedad de respuestas. Según Bandura, la
frustración es sólo un factor, y no necesariamente el más importante, que afecta a la
expresión de la agresión (Bandura, 1973). En esta línea encontramos las teorías del
aprendizaje social.
El aprendizaje social
La agresión es considerada como una forma aprendida de conducta social, así pues,
las personas cometen ataques contra los demás porque han adquirido respuestas por
medio de su experiencia anterior, reciben o anticipan diversas formas de recompensa
por la realización de estas acciones, y/o están directamente instigadas a la agresión
por condiciones ambientales o sociales específicas. Las conductas agresivas pueden
aprenderse y mantenerse mediante el modelado o imitación, el reforzamiento, los
factores situacionales o determinantes ambientales y los factores cognitivos.
McCord, McCord y Zola (1959) observaron que los niños que tenían modelos paternos
desviados, tenían mayores probabilidades de dedicarse a actividades antisociales.
Tanto los estudios de laboratorio como los de campo respaldan la idea de que la
imitación desempeña un papel importante en la génesis y el mantenimiento de las
conductas agresivas (Serrano Pintado, 2000).
El refuerzo desempeña un importante papel en la expresión de la agresión. Si un niño
descubre que puede quedarse con el balón más grande a la hora del recreo, mediante
su comportamiento agresivo, es muy probable que siga utilizando esos métodos
agresivos para conseguir otras cosas. La familia juega un papel crucial en este
proceso.
Los factores situacionales también pueden controlar la expresión de los actos
agresivos que varían según las características del ambiente físico (temperaturas
elevada, espacios reducidos, ambientes muy ruidosos...) y social. Estos factores
facilitan la violencia interpersonal sólo cuando la respuesta agresiva es una tendencia
de respuesta fuerte o dominante. La elevada activación sólo contribuye a la agresión
posterior cuando las personas que la experimentan la interpretan como sensación de
cólera o irritación. El dolor físico puede ser un importante factor situacional de la
agresión.
Muchos autores han apuntado a la posible existencia de una relación entre la
excitación sexual y la agresividad. Freud afirmó que los deseos de dañar o ser dañado
por la propia pareja constituyen una parte normal de las relaciones sexuales.
En investigaciones recientes han intentado determinar los efectos conductuales de la
exposición a largo plazo a material erótico. Concluyen que las personas sobreestiman
considerablemente a la parte de la población general que participa en prácticas
sexuales desviadas.
Los factores cognoscitivos pueden ser cruciales en cuanto a la autorregulación. La
anticipación de las consecuencias de sus actos y de los demás, la interpretación de las
intenciones de los otros, como ejemplos, van a tener mucho peso en el paso al acto
agresivo.
En cuanto al control de la agresividad y medidas disuasorias, la literatura nos refiere al
castigo, el entrenamiento en habilidades sociales, la inducción de respuestas
incompatibles, la empatía, humor.
Comportamiento impulsivo/agresivo y su etiología. Agresividad como conducta aprendida
La agresión es un elemento esencial en la definición de los comportamientos
disociales de la conducta, e igualmente un problema corriente entre niños
pertenecientes a poblaciones no clínicas.
Un estudio de Patterson, Littman y Bricker en 1967, ilustra la importancia del
reforzamiento en la conducta de agresión. Estos autores encontraron entre niños de
guardería que los actos agresivos que iban seguidos de consecuencias positivas
(pasividad o lloros por parte de la víctima) tenían mayor probabilidad de repetirse, en
cambio los que iban seguidos por consecuencias negativas (represalias o castigos)
daban como resultado un cambio de conducta o de víctima.
La imitación de modelos agresivos es otra fuente de aprendizaje para los niños. El
estudio de Bandura en 1965, demostró que los niños imitaban a un modelo agresivo
filmado, y que las consecuencias que sufría el modelo afectaban la ejecución, pero no
al aprendizaje de la conducta de agresión.
También se ha demostrado que los niños no sólo pueden aprender respuestas
nuevas y originales tras la observación de un modelo de agresión, sino que las
respuestas agresivas que ya existen en el repertorio del niño pueden darse con mayor
probabilidad (desinhibición de la conducta de agresión.
Los niños de forma continua están expuestos a modelos agresivos. Los padres que
castigan físicamente a sus hijos, sirven de modelo para un comportamiento agresivo.
Según Farrington (1987) y Huesman et al., (1982), los niños que exhiben demasiados
comportamientos agresivos o antisociales tienen hermanos, padres e incluso abuelos
con un historial de conductas agresivas y delictivas, y han observado en especial en
sus casas, altas tasas de conductas agresivas.
Influencias familiares
El entorno familiar puede ser la esfera principal en la que se aprenda el
comportamiento agresivo, sin embargo no se limitan a la adquisición de conductas de
agresión. Estudios indican que existe una alta incidencia de conductas desviadas de la
norma o delictivas en familias de niños con problemas de conducta y en familias de
delincuentes (Kazdin, 1985; Rutter y Giller 1984; West, 1982).
Los estudios longitudinales apuntan a que tal comportamiento es estable a través de
diferentes generaciones (Glueck y Glueck 1968; Huesman et al.,1984) y los niños con
trastornos disociales pueden formar parte de un sistema desviado de la norma.
Existen numerosos factores implicados: la situación socio económica, el tamaño de la
familia, los conflictos matrimoniales, la mala calidad de crianza, la negligencia parental.
Entre estas influencias destacamos:
A) Interacciones entre padres e hijos.
La forma en la que los padres interactúan con los hijos contribuye a la génesis de
comportamientos disociales. Así la dedicación, la supervisión o sus prácticas de
disciplina están vinculadas a problemas de conducta.
Entre los factores que indican mayores problemas conductuales, indican que los
padres de niños pertenecientes a poblaciones clínicas dan más órdenes, hacen
más preguntas y más críticas, y cuando dan órdenes lo hacen de forma más airada
y humillante (Delfíni, Bernal y Rosen 1976; Forehand et al., 1975; Lobitz y Jonson,
1975).
Se han diferenciado dos tipos de órdenes:
−
Órdenes alfa: en las que las respuestas son motoras y factibles.
−
Órdenes beta: son vagas y las interrumpen o las llevan a cabo los
propios padres, por lo que el niño no puede aprender a demostrar
obediencia.
La combinación de consecuencias negativas (ignorar al niño o reprimendas
verbales) por una conducta desobediente con las recompensas y la atención con
conductas adecuadas parece relacionarse con mayores niveles de obediencia
(Forehand y Mc Mahon 1981).
Los constructos de disciplina parental y vigilancia parental contribuyen y son
influidos por el comportamiento antisocial del niño. La disciplina parental se define
a través de un conjunto de habilidades interrelacionadas: clasificar y hacer un
seguimiento preciso de las conductas problemáticas, ignorar las conductas
coactivas triviales, utilizar reforzadores efectivos cuando sea necesario apoyar
ciertas peticiones o exigencias. Los padres de niños antisociales no consiguen
apoyar sus órdenes cuando el niño desobedece, al igual que fracasan en
recompensar la obediencia cuando esta ocurre.
B) Influencias extrafamiliares y psicopatológicas de los padres.
Hallazgos de Patterson y otros investigadores apoyan la relación existente entre
los estresores familiares (acontecimientos vitales, problemas económicos,
problemas de salud) y las prácticas de crianza. Además la transmisión de
prácticas de crianza errónea de generación en generación ayuda a explicar las
características de la crianza problemática con niños antisociales.
Factores biológicos
La investigación se ha centrado en las posibles causas orgánicas de estos trastornos,
especialmente en la conducta violenta o aquellas que perturban el orden social.
El sistema serotoninérgico está implicado en los síntomas más evidentes del déficit en
el control de impulsos. Investigaciones recientes han relacionado bajas
concentraciones de 5-HIAA en LCR y la impulsividad (Virkumen , 1989).
Los antidepresivos IRSS se han mostrado efectivos en el tratamiento de estas
patologías, planteando la posibilidad de vinculación entre la patología de los impulsos,
los trastornos afectivos y los obsesivos-compulsivos (Swedo, 1992 y Hudson y cols. ,
1990). Asimismo los sistemas noradrenérgico y dopaminérgico también se han visto
involucrados en la impulsividad.
Hay pruebas que implican áreas cerebrales específicas, como el sistema límbico
(Drake 1992), que lo relaciona con la actividad impulsiva y violenta, el mismo tiempo
que otras regiones se asocian a la inhibición de estas conductas (Elliot, 1992.También
algunas hormonas, en especial los andrógenos (Rada y cols., 1983), se han visto
implicadas en la conducta violenta y agresiva.
Se relaciona la epilepsia del lóbulo temporal con ciertas conductas impulsivas
violentas, así como entre la agresividad y las lesiones cerebrales.
Se encuentra mayor incidencia de trastornos del control de los impulsos entre los
pacientes con antecedentes de trastornos por déficit de atención con hiperactividad,
deficiencia mental congénita o adquirida y epilepsia.
Factores psicosociales
Los factores psicosociales están implicados claramente en estas conductas alteradas.
Los acontecimientos vitales y los factores parentales (la violencia en casa, el abuso de
alcohol, la promiscuidad y las tendencias antisociales) parece que están presentes en
la mayoría de los casos.
Influencias sociocognitivas
El desarrollo moral, las habilidades de procesamiento de la información social o las
habilidades de solución de problemas sociales, contribuyen al desarrollo de
comportamientos disociales.
Factores biológicos de la impulsividad
Neuroanatomía La mayoría de los trabajos experimentales señalan tres regiones encefálicas
implicadas en la regulación de las conductas impulsivas:
−
El núcleo accumbens (centro modulador de las conductas en las que
interviene la recompensa y el esfuerzo).
−
La región vasolateral del núcleo amigdalino (centro modulador de
conductas afectivas inmediatas).
−
La región orbitaria de la corteza prefrontal (centro integrador de las
capacidades de inhibición de los impulsos y la capacidad de cálculo de
riesgo).
También coinciden en señalar como importantes otras regiones como el área
tegmental ventral de los mesencéfalos y los núcleos del rafe, para obtener conexiones
preferentes con las regiones mencionadas anteriormente.
Las investigaciones han puesto de manifiesto que la patogenia de los fenómenos
impulsivos está relacionada con una hipofunción de la corteza prefrontal y límbica y en
la hiperactividad del NACC.
Neuroquímica. Los estudios con diferentes neurotransmisores parecen indicar que la impulsividad
puede tener su origen, entre otros factores, por alteraciones en la función de los
siguientes neurotransmisores.
Serotonina (5-HT)
Los estudios parecen apuntar a que la disfunción en una proyección serotononérgica,
que va desde el núcleo del rafe hacia la corteza prefrontal, hace que los individuos que
la presentan sean más vulnerables a una inadecuada regulación de las emociones
negativa como cólera, ansiedad o agitación. Como consecuencia de ello aumenta el
riesgo de presentar conductas violentas y agresivas.
Dopamina (DA)
La potenciación de la transmisión dopaminérgica subcortical puede contribuir a una
disminución de la respuesta inhibidora y a un aumento del control del comportamiento
por estímulos asociados a la recompensa, creando una situación de elevada
impulsividad. Esto podría contribuir al comportamiento de búsqueda e ingesta de
drogas.
Noradrenalina (NA)
La noradrenalina participa en la activación anormal del estado de alerta, a menudo
relacionado con la impulsividad.
Ácido gammaaminobutírico (GABA)
Un aumento de su actividad podría estar implicado en la actuación de los fármacos
anticonvulsivos que a menudo se utilizan para el tratamiento de la agresividad y la
impulsividad que aparecen asociadas a diversos trastornos psiquiátricos.
Glutamato
El receptor N-metil-D-aspartato (NMDA) por el glutamato parece participar en la
regulación de la agresión, ya que sus antagonistas disminuyen la respuesta agresiva
en modelos animal.
Impulsividad como síntoma de otros trastornos psiquiátricos infanto­juveniles: breve revisión El DSM IV (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), describe los
trastornos del control de los impulsos en varios apartados del manual (por ejemplo,
trastornos relacionados con sustancias, parafílias, trastorno antisocial de la
personalidad, trastorno disocial, esquizofrenia, trastorno del estado de ánimo con
características que implican problemas de control de impulsos).
Entre los trastornos de inicio en la infancia, la niñez o la adolescencia, se incluye el
apartado de Trastornos por déficit de atención y comportamiento perturbador. Este
apartado incluye el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, que se
caracteriza por síntomas manifiestos de desatención y/o de impulsividadhiperactividad. Para especificar la presentación del síntoma predominante se
presentan tres subtipos: tipo con predominio del déficit de atención, tipo con
predominio hiperactivo-impulsivo y tipo combinado.
En este apartado también se incluyen los trastornos de comportamientos
perturbadores: el trastorno disocial, caracterizado por un patrón comportamental que
viola los derechos básicos de los demás o las principales reglas o normas sociales
propias de la edad del sujeto; el trastorno negativista desafiante, que se caracteriza
por un patrón de comportamiento negativista, hostil y desafiante.
Este apartado incluye asimismo, dos categorías no especificadas: trastorno por déficit
de atención con hiperactividad no especificado y trastorno de comportamiento
perturbador no especificado.
La complejidad y heterogeneidad de las conductas destructivas, negativas y
antisociales que muestran los niños y adolescentes está apreciándose cada vez más
(Hinshaw, Lahey y Hart, 1993). Gran diversidad de términos describen estas
conductas (conducta exagerada, destructiva, exteriorización, infracontrol, desafiante,
antisocial, trastorno disocial o delincuencia.)
El trastorno disocial, incluye en sus criterios diagnósticos actividades como robar, huir
del domicilio familiar, mentir, incendiar, hacer novillos, destrozar propiedades ajenas,
actuar cruelmente con los animales, ejercer violencia sexual, utilizar armas, iniciar
peleas, robar con enfrentamiento personal y comportarse cruelmente con personas.
En psicopatología clínica se habla de trastorno de conducta disocial cuando un niño o
adolescente manifiesta un determinado patrón de comportamiento antisocial,
acompañado de una alteración significativa en el funcionamiento familiar y escolar
habitual, o cuando los comportamientos implicados son considerados como imposibles
de controlar por personas significativas (padres, educadores, etc.).
Para que formen parte del cuadro es necesario que estas conductas se den con
mucha frecuencia. Usualmente se trata de comportamientos reiterados, que revisten
cronicidad. La precocidad en la aparición de los comportamientos asociales y su
variedad son datos a favor del mantenimiento del cuadro en la vida adulta.
El trastorno de conducta presenta con frecuencia características propias del trastorno
antisocial de la personalidad: escasa empatía, racionalización de las reacciones
agresivas, errores en la interpretación de las intenciones de los otros, muy poco o
ningún sentimiento de culpa, impulsividad, baja tolerancia a la frustración, arrebatos
coléricos, irritabilidad y comportamientos de alto riesgo son características frecuentes
de este trastorno.
Trastornos del control de clasificados psiquiátricamente. impulsos Según el DSM-IV la característica esencial de los trastornos del control de los
impulsos no clasificados en otros apartados, es la dificultad para resistir un impulso,
una motivación o una tentación de llevar a cabo un acto perjudicial para la persona o
para los demás.
En la mayoría de estos trastornos, el individuo percibe una sensación de tensión o
activación interior antes de cometer el acto y luego experimenta placer, gratificación o
liberación en el momento de llevarla a cabo. Tras el acto puede haber o no
arrepentimiento, auto-reproches o culpa.
En la sección de trastornos del control de los impulsos no clasificados en otros
apartados se incluyen los siguientes trastornos:
Trastorno explosivo intermitente Se caracteriza por la aparición de episodios aislados en los que el individuo no puede
controlar los impulsos agresivos, dando lugar violencia o a destrucción de la
propiedad. El grado de agresividad expresada durante el episodio es
desproporcionado respecto a la provocación o a la intensidad del estresante
psicosocial precipitante.
El diagnóstico se establece sólo después de que hayan sido descartados otros
trastornos mentales que cursan con comportamiento agresivo (por ejemplo trastorno
antisocial de la personalidad, trastorno límite de la personalidad, trastorno psicótico,
episodio maníaco, trastorno disocial o trastorno por déficit de atención con
hiperactividad).
Los episodios agresivos no son debidos a los efectos fisiológicos directos de una
sustancia o de una enfermedad médica.
La persona puede describir los episodios agresivos como “raptos” o “ataques”en los
que el comportamiento agresivo va precedido de una sensación de tensión o
activación interior y va seguido inmediatamente de una sensación de liberación.
Posteriormente el individuo puede sentirse consternado, con remordimientos,
arrepentido o avergonzado por su comportamiento agresivo.
Cleptomanía Se caracteriza por una dificultad recurrente para resistir el impulso de robar objetos
que no son necesarios para el uso para el uso personal o por su valor monetario.
El individuo experimenta una sensación de tensión creciente antes del robo, seguida
de bienestar, gratificación o liberación cuando lo lleva cabo. El robo no se comete
como expresión de cólera o venganza, ni es consecuencia de una idea delirante ni
alucinación y no se explica mejor por la presencia de un trastorno disocial, un episodio
maníaco o un trastorno antisocial de la personalidad.
Los objetos son robados a pesar de que tengan poco valor para el individuo, que
tendría medios para adquirirlos y que con frecuencia se desprende de ellos o no los
usa. A veces el individuo acumula los objetos robados o los devuelve
inesperadamente.
Los individuos con cleptomanía experimentan el impulso de robar como egodistónico y
son conscientes de que se trata de un acto equivocado y sin sentido. Trastornos del
estado de ánimo, trastornos de ansiedad trastornos de conducta alimentaría,
particularmente bulimia nerviosa, y trastornos de la personalidad pueden estar
asociados con cleptomanía.
El problema crea problemas legales, familiares, profesionales y personales.
Piromanía Se caracteriza por un patrón de comportamiento que lleva a provocar incendios por
puro placer, gratificación o liberación de tensión. Estos individuos experimentan
tensión o activación emocional antes de provocar el incendio. Existe una fascinación
por, un interés en, una curiosidad acerca de o una atracción por el fuego y sus
contextos situacionales. Experimentan bienestar, gratificación o liberación de tensión
cuando encienden el fuego y observan sus efectos devastadores o participan en sus
consecuencias. El incendio no se provoca por ganancias económicas, ni como
expresión de una ideología sociopolítica, para ocultar una actividad criminal, para
expresar cólera o venganza, para mejorar las propias circunstancias de la vida, en
respuesta a una idea delirante o a una alucinación, o como resultado de una alteración
del juicio (por ejemplo demencia, retraso mental, intoxicación por sustancias. No se
establecerá el diagnóstico de piromanía si el comportamiento se explica mejor por la
presencia de un trastorno disocial, un episodio maníaco o un trastorno antisocial de la
personalidad. La provocación de incendios en la edad juvenil está relacionada con el
trastorno antisocial, el trastorno con déficit de atención con hiperactividad, o el
trastorno adaptativo. La piromanía se da con más frecuencia en varones,
especialmente en los que tienen pocas habilidades sociales y dificultades de
aprendizaje.
Juego patológico Se caracteriza por un juego desadaptado, recurrente y persistente, que altera la
continuidad de la vida personal, familiar o profesional, y para ser diagnosticado debe
cumplir cinco o más de los siguientes criterios:
−
Preocupación por el juego (por eje.,Preocupación por revivir experiencias
pasadas de juego, compensar ventajas entre competidores o planificar la
próxima aventura, o pensar formas de conseguir dinero directo con el que
jugar).
−
Necesidad de jugar con cantidades crecientes de dinero para conseguir el
grado de excitación deseado.
−
Fracaso repetido de los esfuerzos para controlar, interrumpir o detener el
juego.
−
Inquietud o irritabilidad cuando intenta detener o interrumpir el juego.
−
El juego se utiliza como estrategia para escapar de los problemas o para
aliviar la disforia.
−
Después de perder dinero en el juego, se vuelve otro día para intentar
recuperarlo.
−
Se engaña a los miembros de la familia, terapeutas u otras personas para
ocultar el grado de implicación con el juego.
−
Se cometen actos ilegales como falsificación, fraude, robo o abuso de
confianza, para financiar el juego.
−
Se ha arriesgado o perdido relaciones interpersonales significativas,
trabajo y oportunidades educativas o profesionales debidas al juego.
−
Se confía en que los demás proporcionen
dinero que alivie la
desesperada situación financiera causada por el juego.
El comportamiento de juego no se explica mejor por la presencia de un episodio
maníaco.
Los individuos afectos de juego patológico pueden tener una distorsión del
pensamiento (por ejemplo negación, superstición, confianza excesiva o sentido de
poder y control. Algunos individuos afectos de este problema creen que el dinero es la
causa y la solución de todos sus problemas. Son con frecuencia enérgicos, altamente
competitivos, inquietos y se aburren fácilmente. Pueden estar excesivamente
preocupados por la aprobación de los demás y ser generosos hasta la extravagancia.
Están predispuestos a enfermedades médicas asociadas al estrés. En estos individuos
se observa una mayor frecuencia de trastornos del estado de ánimo, trastornos por
déficit de atención con hiperactividad, abuso o dependencia de sustancia y trastorno
antisocial, narcisista y límite de la personalidad.
Tricotilomanía Se caracteriza por un comportamiento recurrente de arrancarse el propio cabello por
simple placer, gratificación o liberación de tensión que provoca una perceptible pérdida
de pelo. Puede haber arrancamiento de pelo en cualquier zona del cuerpo incluyendo
región axilar, púbica y perirrectal, pero las zonas más frecuentes son la cabeza, las
cejas y las pestañas. El arrancamiento de pelo puede ocurrir en episodios breves
durante el día o continuar durante horas. Las circunstancias provocadoras de estrés
aumentan este comportamiento, aunque en estados de relajación
y distracción
también se observa este comportamiento.
Inmediatamente antes de arrancarse el cabello el individuo experimenta una sensación
de tensión creciente. En algunos sujetos esta tensión no precede necesariamente al
acto, sino que va asociado al intento de resistir la necesidad. Hay gratificación,
bienestar o sensación de liberación cuando se ha arrancado el cabello. La alteración
no se explica mejor por la presencia de otro trastorno mental y no se debe a una
enfermedad médica (por ejemplo dermatitis u otras enfermedades dermatológicas). La
alteración puede causar malestar significativo o deterioro en la actividad social, laboral
o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.
El arrancamiento del pelo no se produce en presencia de otras personas (excepto
miembros muy próximos de la familia) y puede haber una evitación de las situaciones
sociales. Existe frecuentemente negación del comportamiento y ocultan o camuflan la
alopecia resultante. Algunas personas tienen necesidad de arrancar el pelo a otras y
tratan de hacerlo subrepticiamente. Pueden arrancar el pelo a animales domésticos,
muñecas y otros materiales fibrosos. Morderse las uñas, rascarse, mordisquear y
hacerse excoriaciones pueden ser comportamientos asociados a la tricotilomanía. Las
personas con este trastorno pueden presentar asociados trastornos del estado de
ánimo, trastorno de ansiedad o retraso mental.
Trastorno del control de los impulsos no especificado Se incluye para codificar los trastornos del control de los impulsos que no cumplen los
criterios para cada uno de los trastornos específicos de control de los impulsos
descritos antes o en otras secciones del manual DSM IV.
Déficits en el control de los impulsos sin clasificar psiquiátricament ¿Nuevos trastornos del déficit de control de los impulsos? En la civilización actual se busca con ansia relajarse mediante objetos adictivos tales
como alimento, sexo, compra, juego, televisión, internet… Según F. Alonso-Fernández
(2003), eso ocurre para escapar de las situaciones de soledad, de vacío o inactividad,
o de un abrumador estrés crónico con el que se vive hoy día. Se hace sin contar a
menudo con un respaldo sociofamiliar suficiente y tal vez bajo la presión de un
sufrimiento depresivo. Esto puede dar lugar a lo que ha dado en llamarse las
adicciones sociales, caracterizadas porque el sujeto vive el cambio personal como
una liberación o un encuentro. Las características psicopatológicas del síndrome
adictivo social son:
A) Organización existencial centrada en una apetencia incontrolable del objeto.
B) Conducta posesiva del objeto mediante un acto pulsional, es decir,
realización de una pulsión con un antes y un después.
C) Recompensa positiva, vivida como una autorrealización, y negativa, en
forma de relajación, acompañadas de un refuerzo dopaminérgico.
D) Repetición de la conducta impulsional con intervalos no demasiado largos.
E) Efectos negativos sobre el individuo y su entorno sociofamiliar.
Alonso-Fernández (2003) realiza una distinción entre acto pulsional y acto impulsivo,
entendiendo que el primero se adscribe a una organización anterior (la existencia
adictiva) y se inscribe en el logro de ciertas recompensas, así como a una meta bien
definida. Así, según este autor más que de un déficit de control de los impulsos,
considera que debe hablarse de adicciones sociales patológicas. Éstas se vinculan a
actividades cotidianas como el comer, el comprar, el ver la televisión, etc. Considera
que dichas actividades dejan de ser inofensivas y gratificantes cuando pasan a
convertirse en una necesidad absoluta que esclaviza a la persona y la conduce a una
enfermedad progresiva que denomina enfermedad adictiva. Esto ocurre cuando el
apetito pierde su característica normativa al adoptar una forma psicomotora y
convertirse en una pulsión (apetito adictivo). Los enfermos adictivos experimentan una
falta de control ante la avalancha de la pulsión apetitiva en sus diferentes formas de
ver la televisión o comprar, por ejemplo. Este apetito adictivo es patológico ya que
implica el fallo del autocontrol (o voluntad de inhibición) y de la libre elección.
Otros autores, en cambio, consideran que debe evitarse psiquiatrizar la vida y más que
de adicciones sociales hablan de síntomas de otra enfermedad como el estrés o la
ansiedad.
¿Déficit del control de los impulsos con la comida? Los trastornos de la alimentación cada día son más frecuentes y preocupantes en
nuestra sociedad. Estos trastornos de la alimentación vienen acompañadas de
sentimientos de culpa, tristeza, inadecuación, rechazo social, dificultades laborales,
dificultades en las relaciones tanto con amigos y familia, como con posibles parejas,
incluso autolesiones o ideas suicidas, etc.
La obesidad infantil y la obesidad mórbida en adultos, está avanzando
progresivamente en nuestro país, como lo hizo en décadas anteriores la anorexia
mental o la bulimia. . Se ha observado que la alteración primaria del apetito y el peso,
con una predisposición a la hiperfagia y con una saciedad debilitada, pueden inducir a
unas alteraciones en la alimentación que nos conducirán al sobrepeso. Se observa un
notable aumento de la incidencia de la obesidad, especialmente en niños y jóvenes, al
tiempo que aumenta su estigmatización y rechazo social, dando lugar a un aumento
de los cuadros bulímicos, especialmente atípicos, y también al trastorno por atracones;
los primeros porque pretenden poner remedio mediante conductas inapropiadas
(especialmente las de purga) y los segundos debido al aumento de peso exagerado y
el rechazo social que provocan. Tanto unos como otros generan, como hemos dicho,
una importante demanda de ayuda.
El Binge Eating o Trastorno por Atracón es un Trastorno de la Alimentación que se
caracteriza por atracones recurrentes en los que no existe conducta compensatoria
inapropiada típica de la Bulimia Nerviosa (p.ej. autoinducción del vómito, abuso de
laxantes u otros fármacos.
Este trastorno es al llamado impropiamente “Comedores Compulsivos” y se
caracteriza por atracones recurrentes de comida con sensación de pérdida de control y
gran malestar físico y psicológico. No se acompañan de conductas compensatorias.
Las características del atracón son similares a las de la bulimia nerviosa y está
presente una falta de control, una ingesta rápida, una baja saciedad y sentimientos de
disgusto y culpabilidad tras el atracón. Para que se cumpla el diagnóstico de trastorno
por atracones es preciso que provoquen una importante insatisfacción durante y
después del episodio de ingesta excesiva.
Para cumplir criterios de trastorno por atracones es preciso que estén presentes por lo
menos dos días por semana durante los seis meses anteriores al diagnóstico. Estos
atracones no deben formar parte de un trastorno bulímico o anoréxico.
Los criterios diagnósticos en el Trastorno por atracón (según la clasificación
internacional DSM IV):
A. Episodios recurrentes de atracones. Un episodio de atracón se caracteriza por
las dos condiciones siguientes:
1. Ingesta, en un corto período de tiempo, de una cantidad de comida
definitivamente superior a la que la mayoría de las personas podría
consumir en el mismo tiempo y bajo similares circunstancias.
2. Sensación de pérdida del control sobre la ingesta durante el episodio
(p.ej. sensación de que uno no puede parar de comer o controlar qué o
cuánto está comiendo).
B. Los episodios de atracón se asocian a tres o más de los siguientes síntomas:
1. Ingesta mucho más rápida de lo normal.
2. Comer hasta sentirse desagradablemente lleno.
3. Ingesta de grandes cantidades de comida a pesar de no tener hambre.
4. Comer a solas para esconder su voracidad.
5. Sentirse a disgusto con uno mismo, depresión, o gran culpabilidad
después del atracón.
C. Profundo malestar al recordar los atracones.
D. Los atracones tienen lugar al menos dos días a la semana durante seis meses.
E. El atracón no se asocia a estrategias compensatorias inadecuadas (p.ej.
purgas, ayuno, ejercicio físico excesivo) y no aparecen exclusivamente en el
transcurso de una Anorexia Nerviosa o una Bulimia Nerviosa.
Al trastorno por atracones se asocia habitualmente los trastornos del estado de ánimo
tales como la depresión o la ansiedad. La consecuencia más importante del trastorno
por atracones, de los comedores compulsivos, es la obesidad. Estos pacientes tienen
tendencia al sobrepeso primero y a la obesidad después. Se entraría aquí en el
capítulo de las complicaciones físicas y psicológicas de la obesidad. Fairburn, C. G., y
Wilson, W. T. (1993). Fairburn, C. G., Hay, P. J., y Welch, S. L. (1993).
La mayoría de obesidades son debidas a un desequilibrio energético de carácter
positivo en el que se observa una ingesta excesiva, un consumo energético
insuficiente o ambas situaciones.
En general, se acepta que los obesos comen de forma excesiva y, a este respecto, la
psicología ha intentado elaborar modelos explicativos de esta conducta de
sobreingesta. Uno de ellos establece que las personas obesas tienen problemas de
personalidad que alivian comiendo en exceso. Un segundo modelo explicativo
considera la ansiedad como un factor determinante, ya que los obesos tienden a
utilizar la sobreingesta para reducir la activación emocional ante una situación de alta
ansiedad.
Una población de especial riesgo, además de la infantil, es la adolescente, dado que
las consecuencias de la discriminación social se agravan en estas edades, afectando
a todas las áreas del desarrollo afectivo, personal, comportamental y de relaciones
interpersonales. Fairburn, C. G., y Wilson, W. T. (Eds.). (1993).
A diferencia de la anorexia y bulimia nerviosa, la obesidad no se considera un
trastorno psiquiátrico, sino más bien un problema que puede acarrear alteraciones
médicas importantes y que, por lo tanto, supone un riesgo para la salud. Sin embargo,
después de lo expuesto, parece claro que existen otros posibles aspectos asociados
que complican esta cuestión. Así la estigmatización y los prejuicios que la sociedad
actual tiene contra los obesos y que afecta a todas las áreas de la vida de estas
personas, desde la educacional, afectiva y familiar hasta la laboral, genera una serie
de desventajas y alteraciones psicológicas significativas.
Estos pacientes que presentan en su gran mayoría, diferentes grados de obesidad,
hacen que los problemas terapéutica sean más amplios y complejos, las prioridades
en el tratamiento de esta patología, cuando se asocia a la obesidad, no están bien
planteadas, hay pacientes que buscan solución a través programas dietéticos
estrictos, en los que fracasan repetidamente, o en una cirugía de alto riesgo, mientras
que otros lo hacen actuando sobre su impulsividad no controlada, la solución está en
un trabajo en equipo, equipos multidisciplinarios que abarquen desde el abordaje
dietético y psicológico, este es primordial, hasta la psicofarmacología y la cirugía, así
como el control posterior por todo el equipo.
La impulsividad, tanto si la consideramos como una dimensión independiente como
formando parte del concepto mas amplio de la búsqueda de novedades o de la
dimensión de “extroversión”, es la diferencia que con más frecuencia se encuentra
entre anoréxicas y bulímicas. Mientras que las pacientes anoréxicas tienden a mostrar
gran autocontrol y además otros rasgos obsesivos (orden, rigidez, meticulosidad,
perfeccionismo), las bulímicas acostumbran a tomar decisiones rápidas, actuando de
manera impredecible, poco meditada y, en definitiva, poco controlada (Fairburn y
Wilson 1993).
La impulsividad, según se desprende de la mayor parte de los estudios, representa el
nexo de unión entre la bulimia nerviosa y otras conductas que con frecuencia se
asocian a ella: abuso de alcohol y drogas, conducta autolesiva y parasuicida,
desinhibición sexual, robo y cleptomanía (Matsunaga,H. y cols. 2000).
La presencia de bulimia nerviosa y al menos dos de los comportamientos anteriores
constituye, según algunos autores, un subgrupo diferenciado que se ha denominado
bulimia multiimpulsiva. Su existencia como un subgrupo independiente, no obstante,
no ha sido confirmada (Matsunaga,H. y cols. 2000).
La bulimia nerviosa aunque no se la considere multi-impulsiva está dentro de del
espectro de los trastornos del control de los impulsos. Tanto el atracón como las
conductas de purga siguen el proceso típico de la impulsividad, y reservaremos el
término “multimpulsividad” para aquellos casos en que se asocian conductas
impulsivas no relacionadas directamente con la alimentación: adicciones, cleptomanía
o hurto, agresividad o descontrol sexual, y se suelen conconsiderar estas
circunstancias como factores de mal pronóstico ( Fichter, M.M., Quadflieg, N. & Rief,
W. 1994; Lacey, J.H., & Evans, C.D.H. 1986).
Clínicamente los pacientes bulímicos multi-impulsivos son pacientes mas complejos,
con mayor tiempo de evolución del trastorno, suelen tardar mas en solicitar ayuda y,
cuando lo hacen, lo es más por las complicaciones de su descontrol de los impulsos o
por la comorbilidad afectiva que por la propia patología alimentaria. No se caracterizan
por la constancia de sus conductas, por lo que la adhesión a los tratamientos es peor,
si cabe, que la de las bulímicas no multi-impulsivas. Presentan un mayor desajuste
social, acostumbran a fracasar a nivel sociofamiliar, educativo y laboral y, en
ocasiones, sus relaciones personales potencian aún más las conductas desajustadas.
La mayoría de las investigaciones relacionan la Mult.-impulsidad con mayor
psicopatología y, por tanto, como ya hemos anotado, con peor pronóstico, (Vaz, F. J.
1998).
Los criterios diagnósticos, cualitativos y cuantitativos, que inicialmente fueron
propuestos para la bulimia multi-impulsiva no se observan con rigor a la hora de
clasificar a una paciente como multiimpulsiva, (Fichter, M.M., Quadflieg, N. & Rief, W.
1994); especialmente los criterios cuantitativos; sin embargo, el concepto sí ha calado,
y más especialmente, al observar las diferencias de las respuestas terapéuticas:
psicoterápicas y farmacológicas entre los subgrupos de bulímicas no multi-impulsivas
de las que si lo son, de todas maneras debemos huir de diagnósticos mal utilizados,
estigmatizantes con la consideración de mal pronóstico, que pudieran marginar a
pacientes de tratamiento correctos y efectivos (Fichter, M.M., Quadflieg, N. & Rief, W.
1994).
¿Déficit del control de impulsos en los videojuegos? El juego es un aprendizaje para la vida. A través de los juegos y los juguetes los niños
y las niñas aprenden a socializarse, a desarrollar sus capacidades y sus habilidades y
a ver el mundo. Actualmente los videojuegos son el juguete más regalado a niños (en
menor medida a niñas) y adolescentes. Los videojuegos constituyen instrumentos
mediante los que el niño y la niña comprenden el medio cultural que le rodea.
Partiendo de la definición de videojuego elaborada por Levis en 1997, un videojuego
consiste en un entorno informático que reproduce sobre una pantalla un juego cuyas
reglas han sido previamente programadas.
Marqués en el 2000, define los videojuegos como todo tipo de juego electrónico
interactivo que oferta una serie de actividades lúdicas (contenido), cuyo punto de
apoyo común es el medio que se utiliza (plataforma electrónica), con independencia de
su soporte (ROM interno, cartucho, disco magnético u óptico, on-line) y de la
plataforma tecnológica que utiliza (máquina de bolsillo, videoconsola conectada a la
televisión, máquina recreativa, microordenador, vídeo interactivo, red telemática,
teléfono móvil).
En la actualidad y en puridad, no existe ningún dato riguroso que haga suponer la
posibilidad de una evolución comparable a la de un trastorno adictivo o del control de
los impulsos en los jugadores de videojuegos.
La primera víctima de esta creencia fue el propio Bill Gates, quien durante su
adolescencia, debió alejarse de los ordenadores durante casi un año ante la presión
de sus padres. No experimentó especiales dificultades durante este periodo,
invirtiendo su tiempo en la lectura, tanto de novelas como de libros de texto. Sin
embargo pocos son los adictos de otras categorías o sustancias que demuestran tal
control respecto a su trastorno.
Una de las primeras referencias a este tema tiene su origen en nuestro país
(González, 1988) y distingue entre el potencial adictivo del videojuego respecto al
juego de azar:
"...Este tipo de juego no implica todas las consecuencias individuales sociales y
familiares que posee la adicción al juego de apuestas...Reconocemos como el ser
humano puede desplegar conductas compulsivas delante de cualquier objeto...".
Esta reflexión abre una importante vía en la consideración en relación a hipotéticos
problemas derivados del juego con videojuegos y probablemente sea importante, por
evidente, puesto que sitúa el videojuego en un plano de igualdad con otras
actividades, al margen de prejuicios y prevenciones.
Resulta evidente que los videojuegos demandan una cantidad de tiempo importante,
no obstante debemos considerar como una elevada dedicación puede conducir a la
adhesión, sin que ello implique necesariamente adicción, ya que para que este
concepto fuera aplicable deberían derivarse de la práctica del videojuego una serie de
consecuencias negativas que hasta el momento no han podido establecerse. Es cierto
que ocasionalmente podemos contemplar casos donde se asocia el videojuego a
situaciones enfermizas, si bien deberemos ser cautos al establecer relaciones
causales, puesto que el videojuego suele representar un papel puramente
circunstancial. Podemos citar el caso de niños o adolescentes que pueden cometer
pequeños hurtos en el domicilio para obtener dinero que luego gastan jugando en
maquinas de videojuegos de salas recreativas.
También es cierto que las características intrínsecas del videojuego, como expendedor
de refuerzos positivos, facilitan una elevada tasa de respuesta en los primeros días
tras la adquisición de una de estas máquinas, sin embargo parece un hecho
comprobado que esta elevada frecuencia tiene una representación gráfica en el tiempo
como un pico, autolimitándose y situándose en niveles normales tras un determinado
plazo de tiempo.
Probablemente se haya hablado de adicción, sin considerar las connotaciones
estrictamente clínicas de este término, con toda probabilidad quienes mencionan este
concepto no hacen otra cosa que referirse al extraordinario efecto motivador de estos
juegos, que podríamos definir como la sensación subjetiva del jugador que le impele a
seguir jugando con un juego cuando ha terminado una partida. Ello ha sido definido
por los especialistas en videojuegos de las revistas de informática como adicción, si
bien constituiría una acepción al significado del término clínico.
La razón de este hecho debemos buscarla en la estructuración de los videojuegos en
forma de múltiples niveles de dificultad creciente, lo que introduce un importante
estímulo y curiosidad para perseverar en el juego. Malone habla de la dimensión de
control como una de las que facilita el éxito de un videojuego, lo que se consigue
mediante un adecuado escalado del grado de dificultad. No obstante cuando se
supera el limite mas alto del juego se tiende a repetir el último patrón de dificultad,
comprobándose como a partir de este punto el interés por el juego decrece
rápidamente. De hecho el interés por un videojuego se mantiene desde el momento
que supone un reto a su capacidad. Este paralelismo es difícilmente sostenible con el
que puede existir con un juego de azar. No creemos frecuente que un consumado
jugador de Black Jack decida aprender de súbito los secretos del Póker, abandonando
su antigua práctica en el momento que su experiencia con el juego le proporcione
numerosas ganancias.
Todo ello nos lleva a considerar con extrema cautela la posibilidad de que exista
alguna relación entre los mecanismos implícitos en la ludopatía o juego compulsivo y
el juego de videojuegos. (Estallo, 1993) en sus investigaciones ha puesto en evidencia
una relación inversa pero no significativa entre juego con videojuegos y juego de azar
inmediato y asociado al hecho de jugar
No obstante comparar los jugadores de videojuegos con los de juegos de azar implica
un error de base fundamental, puesto que se olvida el componente motivacional
implícito en ambas actividades. Por una parte el jugador de videojuegos trata de
satisfacer el reto de cumplir una misión difícil o de superar una puntuación, lo que
supone una orientación al logro, al poder o una actitud competitiva. Sin embargo el
jugador de juegos de azar trata de obtener un beneficio económico inmediato y
asociado al hecho de jugar.
Lin y Lepper, 1987 en sus trabajos sobre videojuegos e impulsividad han puesto en
evidencia la existencia de un mayor intensidad en esta variable entre los varones de
alta frecuencia de juego, si bien ello solo aparecía en el caso de varones que jugaban
con videojuegos de tipo "Arcade" es decir, disponibles en sitios comerciales, públicos
para jugar videojuegos, de manera similar a los juegos de apuestas de los casinos
como las “tragaperras” electrónicas, pero sin ánimo de apuesta.
Los investigadores señalan como no debe buscarse una relación causal entre los
videojuegos y la impulsividad, puesto que los sujetos impulsivos, por su propia
naturaleza, se verían mas atraídos por el juego bajo esta modalidad, considerándose
que el videojuego satisfaría la necesidad de estimulación que se les atribuye a los
sujetos de estas características.
¿Déficit del control de impulsos en internet? Según un estudio recientemente publicado por el Institut d’Infància i Món Urbà de
Barcelona (Feixa, García i Recio, 2005), en Cataluña un 90% de los adolescentes
estudian, juegan y se socializan a través de Internet.
Con resultados de este tipo, que constatan un aumento significativo del uso de esta
tecnología, sobretodo en la franja de edad comprendida entre los 15 y los 29 años, se
hace necesario el conocimiento de cómo esta nueva tecnología está afectando nuestro
modo de ser y hacer. La incorporación de la cultura digital significa un cambio de
modelo de consumo y de estilos de vida.
Cada vez son más los usuarios que utilizan internet para acceder a información
contenida en la red, al correo electrónico y al resto de variedad de servicios que
ofrece.
El tiempo promedio de conexión es de 4 horas diarias. Sin embargo, hay personas que
destinan muchas más horas de conexión, realizando un uso desmesurado de esta
herramienta.
Este uso masivo, la dependencia observada y fenómenos como la cultura “hikikomani”,
que se ha observado en Japón en adolescentes que se encierran en sí mismos
aislándose en sus habitaciones y sólo se comunican a través de las nuevas
tecnologías, han contribuido, entre otros factores, a que el colectivo científico debata
sobre si existe una dependencia real, y por tanto se pueda hablar de un trastorno o
síndrome de adicción a internet, o si en cambio sólo existe un mal uso de esta
tecnología.
Oficialmente, en los manuales de clasificación (DSM-IV, ICD-10), no se considera la
existencia de una adicción a internet como tal, ya que el término adicción se reserva
para los trastornos producidos por el abuso de sustancias psicoactivas.
Las adicciones psicológicas vendrían incluidas, en el DSM – IV (APA, 1994), en los
trastornos del control de impulsos, tal como aparece el juego patológico.
Para Griffiths (1998) cualquier comportamiento que cumpla los siguientes seis criterios
será definido operacionalmente como adicción:
1. Saliencia: Se refiere a cuando una actividad particular se convierte en la más
importante en la vida del individuo y domina sus pensamientos, sentimientos y
conducta.
2. Modificación del humor: Experiencias subjetivas que la gente experimenta
como consecuencia de implicarse en la actividad.
3. Tolerancia: Proceso por el cual se requiere incrementar la cantidad de una
actividad particular para lograr los efectos anteriores.
4. Síndrome de abstinencia: Estados emocionales desagradables y/o efectos
físicos que ocurren cuando una actividad particular es interrumpida o
repentinamente reducida.
5. Conflicto: Se refiere a los conflictos que se desarrollan entre el adicto y
aquellos que le rodean (conflicto interpersonal), conflictos con otras actividades
(trabajo, vida social, intereses, aficiones), o dentro de los propios individuos
(conflicto intrapsíquico) que están involucrados con la actividad particular.
6. Recaída: Es la tendencia a volver los patrones tempranos de la actividad que
vuelven a repetirse, restaurando los patrones más extremos de la adicción tras
muchos años de abstinencia o control.
Posturas favorables a considerar la existencia de un trastorno
de adicción a Internet
En primer lugar, habría que destacar a la Dra. Kimberly Young, fundadora de “The
Center for Online Addiction” que ofrece, en Estados Unidos, terapia específica para
este tipo de adicción.
Describe la adicción a Internet como una conducta compulsiva que interfiere en la vida
diaria del paciente y causa estrés en los ámbitos de la familia, amistades, relación de
pareja y en el trabajo.
Compara este tipo de adicción con el juego patológico, adaptando los criterios
diagnósticos de este último trastorno. Dichos criterios se estructuran en un breve
cuestionario de ocho items:
1. ¿Te sientes preocupado con Internet (pensamientos acerca de la última
conexión o anticipas la próxima sesión)?
2. ¿Sientes la necesidad de incrementar la cantidad de tiempo de uso de Internet
para lograr la satisfacción?
3. ¿Ha hecho repetidamente esfuerzos infructuosos para controlar, reducir. O
detener el uso de Internet?
4. ¿Se ha sentido inquieto, malhumorado, deprimido o irritable cuando ha
intentado reducir o detener el uso de Internet?
5. ¿Se queda más tiempo conectado de lo que inicialmente había pensado?
6. ¿Ha perdido o puesto en peligro alguna relación significativa, trabajo,
oportunidad educativa o profesional debido al uso de Internet?
7. ¿Ha mentido a los miembros de su familia, terapeuta u otros para ocultar su
grado de implicación con Internet?
8. ¿Usa Internet como un medio de evadirse de los problemas o de aliviar un
estado de ánimo disfórico?
Esta autora consideraría a una persona como adicta si responde afirmativamente a 5 o
más de los ítems anteriores, y siempre que los síntomas no puedan ser explicados por
un episodio maniaco.
Otro de los defensores de la adicción a internet es Ivan Goldberg, que lo describe
como un uso patológico de internet. Basándose en los criterios diagnósticos del abuso
de sustancias (DSM-IV), propone los siguientes (Goldberg, 1995):
Patrón desadaptativo de uso de internet que conlleva un deterioro o malestar
clínicamente significativo, expresado por tres o más de los ítems siguientes en
algún momento de un periodo continuado de 12 meses:
1. Tolerancia:
1.1 Necesidad de incrementar las cantidades de tiempo
conectado a Internet para lograr la satisfacción.
1.2 Disminución del efecto con el uso continuado de
similares tiempos de conexión.
2. Abstinencia:
2.1 Síndrome de abstinencia.
2.1.1 Cese o reducción del tiempo de conexión (cuando
se han dado períodos de tiempo prolongados de uso
intenso).
2.1.2 Dos o más de los siguientes síntomas aparecen
después de unos días y hasta un mes de haberse producido
el punto anterior.
− Agitación psicomotriz
− Ansiedad.
− Pensamientos recurrentes acerca de lo que estará ocurriendo en
Internet.
− Fantasías o sueños acerca de Internet.
− Movimientos voluntarios o involuntarios similares a los que se
efectúan sobre un teclado.
2.1.3 Los anteriores síntomas producen malestar o
deterioran las áreas social, ocupacional o cualquier otra
área vital.
2.1.4 El uso de Internet o de otro servicio on-line es preciso
para aliviar o suprimir los síntomas de abstinencia.
2.2 Se accede a Internet más a menudo o durante períodos de tiempo más
prolongados de los que se había planeado.
3. Existen propósitos persistentes e infructuosos de suprimir o controlar el
acceso a la Red.
4. Se invierte una cantidad de tiempo notable en actividades relacionadas con
Internet (adquisición de libros, organización del material descargado, etc.).
5. Las actividades sociales, profesionales o de recreo disminuyen o
desaparecen a causa del uso de Internet.
6. Se permanece conectado a pesar de saber que ello supone un problema
persistente y recurrente de tipo físico, social, laboral o psicológico (privación de
sueño, conflictos matrimoniales, negligencia laboral, sentimientos de
abandonar a los seres queridos...).
En cuanto a los factores que parecen contribuir al potencial de la adicción, según
Greenfield (1999) están relacionados con la velocidad, accesibilidad e intensidad de la
información a la que se tiene acceso. También describe una serie de sentimientos que
experimentan los usuarios dependientes de Internet y que pueden llevar a la adicción,
como son:
−
Intensa intimidad.
−
Desinhibición.
−
Pérdida de ataduras.
−
Pérdida de la noción del tiempo (se detiene o pasa muy rápido).
−
Pérdida de control.
Otra característica que contribuye a la capacidad adictiva de la red es el anonimato de
las transacciones electrónicas (Young et al., 1999). En Internet, se puede ocultar el
nombre real, edad, ocupación, apariencia y las características físicas, proveyendo al
usuario de un contexto virtual que permite la creación de personalidades ficticias
dependientes del estado de ánimo de la persona.
En Internet pueden crearse personalidades muy diferentes a como uno es en realidad.
Las personas que usan esta falsa identidad cultivan un cierto "mundo de fantasía"
dentro de las pantallas del ordenador. Las personas con mayor riesgo de crear esta
nueva pseudoidentidad on-line son las que presentan baja autoestima, sentimientos de
insuficiencia y miedo a la desaprobación de los demás. Estos rasgos también pueden
conducir a otros trastornos como la depresión y ansiedad, que pueden entrelazarse
con el uso excesivo de Internet.
Según Young (1997) son varios los mecanismos psicológicos que explican el síndrome
de adicción a Internet:
−
Personalidad ficticia: La creación de esta es una forma de reinventarse a sí
mismo, de cubrir necesidades psicológicas previamente no afrontadas,
enmascarando la inseguridad interpersonal. Dos de estas necesidades
psicológicas son la expresión de un rasgo de personalidad reprimido y los
sentimientos de reconocimiento y poder.
−
Personalidades reveladas: Internet puede ayudar a sacar a la luz aspectos
de la personalidad que estaban ocultos o reprimidos, como puede ser la
agresividad. Una vez sacados a la luz, se debe de aprender a incorporarlos
a la propia personalidad y no limitar esos roles al ciberespacio.
−
Reconocimiento y poder: Este es un elemento que se deriva de los juegos
MUD (Multi Users Dungeons), una evolución del clásico juego de rol
"Dungeons and dragons" (Dragones y mazmorras) en los que se crea un
personaje que va aumentando su poder a medida que consigue puntos,
pudiendo llegar al liderato de otros jugadores subordinados.
−
Satisfacción sexual: Hay multitud de chats que han sido diseñados para la
interacción erótica, desde los más clásicos basados en texto a los más
novedosos que incorporan video en tiempo real. Estas aplicaciones
permiten al usuario elegir la fantasía sexual que le apetezca en el momento
con solo pulsar un botón (desde la homosexualidad hasta las diversas
parafílias). En estos lugares se sienten libres de ataduras por el anonimato
y el sentimiento de practicar "sexo seguro". Por otro lado las personas que
se sienten poco atractivas físicamente se ven liberadas de este problema.
−
Apoyo social: Los grupos se forman rápido en el ciberespacio. Las visitas
continuadas a un determinado chat o MUD hacen que se establezca una
intimidad con los demás miembros, alentada por la desinhibición que se
muestra en la red. Esta desinhibición es consecuencia directa del
anonimato que proporciona la comunicación mediada por ordenador. Estos
grupos llenan la necesidad de apoyo que tenga la persona en situaciones
estresantes de enfermedad, jubilación o divorcio.
La presencia de aplicaciones adictivas como el chats y los MUDs incrementan
notablemente el desarrollo de estos mecanismos psicológico.
Siguiendo la línea expuesta anteriormente, Enrique Echeburúa, catedrático de
Psicología Clínica en la Universidad del País Vasco, advierte también que el uso
anormal de internet puede crear adicción.
Define a las personas adictas a la red como “aquellos usuarios que aumentan su
dependencia al ordenador hasta aislarse de su entorno e ignorar otros aspectos de la
vida cotidiana”.
Según Echeburúa y Corral (1994) cualquier conducta normal placentera es susceptible
de convertirse en un comportamiento adictivo. Se podrían hacer usos anormales de
una conducta en función de la intensidad, de la frecuencia o de la cantidad de dinero
invertida y, en último termino, en función del grado de interferencia en las relaciones
familiares, sociales y laborales de las personas implicadas.
Los componentes fundamentales de los trastornos adictivos serían la pérdida de
control y la dependencia.
Echeburúa utiliza el ejemplo de la adicción a las partyline y líneas eróticas
(Guerricaecheverría y Echeburúa, 1997) para señalar varias características relativas al
funcionamiento de estas líneas que facilitan la dependencia: disponibilidad ambiental,
refuerzo inmediato, percepción de control y gran excitación emocional o sexual, que
están presentes también en el caso de internet.
Así mismo, existen ciertas características de personalidad o estados emocionales que
aumentan la vulnerabilidad psicológica a las adicciones. La vulnerabilidad psicológica
hacia la adicción a Internet se expresa en los siguientes factores de riesgo
(Echeburúa, 2000):
−
Déficit de personalidad: introversión acusada, baja autoestima y nivel alto de
búsqueda de sensaciones.
−
Déficit en las relaciones interpersonales: timidez y fobia social.
−
Déficit cognitivos: fantasía descontrolada, atención dispersa y tendencia a la
distractibilidad.
−
Alteraciones psicopatológicas: Adicciones químicas o psicológicas presentes o
pasadas. Depresión.
Posturas en contra de considerar la existencia de un trastorno
de adicción a Internet
Estallo A., psicólogo del Instituto Municipal de Psiquiatría de Urgencias (IMPU) de
Barcelona, se sitúa en contra del empleo del concepto de “adicción”. En su opinión, el
abuso de esta tecnología se debe a otros problemas de fondo, que son los que se
deberían tratar. Una vez resuelto el posible desencadenante, la adicción también
desaparecerá.
Su postura es coincidente con otros muchos investigadores para los que la mayoría de
las personas que realizan un uso excesivo de internet buscan lo mismo que otras en el
alcohol o las drogas: escapar.
Las personas con mayores posibilidades de desembocar en una “ciberdependencia”
suelen tener más dificultades a la hora de relacionarse con los demás. En la
interactividad, según Estallo, es donde se encuentra la clave. Se ha observado que el
“exceso” se da sobretodo en aquellas personas que emplean los chats y los juegos en
red. Algunos de los perfiles que se suelen encontrar por ejemplo en los chats son
sujetos tímidos, adolescentes que se sienten ignorados por sus amigos o personas
abandonadas por sus parejas.
Para éstos, la adicción a internet no puede considerarse como una enfermedad
psiquiátrica, sinó más bien como un “problema social”. Alrededor de un 90% de los
casos de “adictos a la red” que solicitan ayuda médica son en realidad adictos a otras
áreas, como al sexo o al juego, y sufren problemas psicológicos que no son
consecuencia al abuso de Internet, sino previos, como fobia social o trastorno
obsesivo compulsivo.
El perfil psicológico de los usuarios de la red que pueden llegar a depender de ella
incluye rasgos como la introversión, la timidez, la fobia social, la baja autoestima, un
alto nivel en la búsqueda de sensaciones, el miedo a la desaprobación de los demás,
la depresión y la ansiedad.
En el artículo, “La adicción a internet no existe” (Matute, 2005), cita al Dr. Leonard
Holmes quien se pregunta cómo se puede estar hablando de utilización patológica de
internet cuando ni siquiera se sabe todavía qué es un uso “normal”, al ser un
fenómeno relativamente reciente.
Cree que “meter en el saco de la adicción los problemas psicológicos de los
internautas es como volver a la época en la que todo se explicaba con el complejo de
Edipo”.
El hecho de dedicar muchas horas a internet lo asemeja a dedicar muchas horas a
cualquier otra actividad, como leer o hacer deporte, y las posibles consecuencias de
ello relacionadas con problemas que puedan surgir en el ámbito académico, laboral o
familiar no lo atribuye a una adicción sinó a diferentes aspectos como, por ejemplo,
una incorrecta distribución del tiempo o a problemas de personalidad.
¿Déficit del control de impulsos con el teléfono móvil? La aparición y evolución de las nuevas tecnologías en nuestro entorno, nos sitúa en
una posición sin precedentes de contextos socializadores y relaciones
intergeneracionales totalmente anodinas. “La gente comienza a considerar a su
teléfono móvil como un ser humano, ya que simboliza contacto, amistad y atención”
(David Nott, Hospital Priory de Southampton)
Se hace cada día más necesario determinar cuál es la realidad de esta relación que
están estableciendo los menores con estos dispositivos de telefonía móvil. Determinar
cuáles son los problemas asociados, anticiparse a las posibles consecuencias y
plantear estrategias o pautas que puedan ser de utilidad para afrontar cada situación.
Un nuevo reto para las Ciencias Sociales.
Los jóvenes reciben su primer teléfono de manos de sus propios padres, que ven el
terminal como un elemento de control, pero que dependiendo del tipo de relación que
se establezca este control puede pasar al máximo del descontrol, por parte de los
padres y del propio sujeto.
Los menores se están convirtiendo en los principales usuarios de los distintos servicios
que ofrece la telefonía móvil en la actualidad: envío de mensajes cortos –sms-,
fotografías, descarga de tonos musicales, juegos, etc. Estos aparatos son ya para los
menores verdaderos instrumentos de ocio a los que dedican cada vez más tiempo y
recursos económicos. Por otro lado, son también los menores quienes se están
convirtiendo en objeto de acoso en unas ocasiones, en receptores de publicidad no
solicitada y, en general, en consumidores de todo tipo de artículos y productos
asociados.
Según un estudio realizado para el Defensor del Menor por la organización de
protección de la infancia PROTEGELES, en el año 2004 se compraron y regalaron en
España nada menos que 15 millones de teléfonos móviles. España es uno de los
países en los que más éxito tienen este tipo de dispositivos: el 87’2% de los españoles
tiene móvil. Se estima que hay cerca de 50 millones de tarjetas móviles para 42
millones de españoles, es decir, más de una por habitante.
“Al mismo ritmo que aumenta el consumo de estos dispositivos aumentan los
problemas de adicción a los mismos. Se estima que aproximadamente 1 de cada
1.000 usuarios tiene este problema: al menos 35.000 personas en España. Y en un
porcentaje muy importante se trata de usuarios “muy” jóvenes”, advierte G. Canovas
(Presidente de PROTEGELES). “En torno a uno de cada tres menores de los que
habitualmente utilizan el teléfono móvil sí que manifiesta reacciones adversas cuando
se encuentran con que no pueden seguir utilizando el móvil”.
Extraemos un fragmento del estudio realizado por Protégeles:
Utilización de la herramienta como teléfono común.
Resulta llamativo constatar que el teléfono móvil no es utilizado por los
menores como tal, salvo en contadas ocasiones. Hablar con otras personas
utilizando la voz y en tiempo real es casi la función menos utilizada del terminal.
Atendiendo a los datos del estudio que apuntamos, observamos que una
minoría: el 24%, realiza llamadas telefónicas con su móvil casi a diario,
mientras que la mayoría las realiza entre uno y cuatro días a la semana: un
26% sólo un día por semana, otro 26% un par de días y el 24% restante entre
tres y cuatro días.
Concluimos por tanto que sólo uno de cada cuatro menores que tiene teléfono
móvil lo utiliza para hacer llamadas casi a diario. Atendiendo a los niveles
escolares encontramos las siguientes diferencias:
−
Entre los alumnos de 6ª de PRIMARIA que disponen de teléfono
móvil sólo un 9% efectúa llamadas casi a diario, un 21% entre tres y
cuatro días a la semana y el 70% restante uno o dos días por
semana.
−
Entre los alumnos de la E.S.O. un 25% efectúa llamadas casi a
diario, un 22% entre tres y cuatro días a la semana y el 53%
restante uno o dos días por semana.
−
El porcentaje mayor lo encontramos entre los alumnos de
BACHILLERATO: un 34% efectúa llamadas casi a diario, un 22%
entre tres y cuatro días a la semana y el 44% restante uno o dos
días por semana.
Empleo de los mensajes cortos sms
Al contrario de lo que sucede en el punto anterior, los menores utilizan con
mucha mayor frecuencia el teléfono móvil para enviar mensajes cortos –SMSque para mantener conversaciones orales y en tiempo real.
Tal y como señalamos, mientras sólo un 22% de los menores envía SMS sólo
uno o dos días por semana, otro 28% lo hace tres o cuatro días en el mismo
periodo y, un 50% los envía casi a diario.
Concluimos, por tanto, que el teléfono móvil es utilizado por los menores
básicamente para enviar mensajes cortos de texto –SMS-, y no para conversar
directamente como si de un teléfono fijo se tratase. Atendiendo a los niveles
escolares encontramos las siguientes diferencias:
−
Entre los alumnos de 6ª de PRIMARIA que disponen de teléfono
móvil sólo un 29% envía mensajes cortos –SMS- casi a diario, un
25% entre tres y cuatro días a la semana y el 46% restante uno o
dos días por semana.
−
Entre los alumnos de la E.S.O. un 50% envía mensajes cortos –
SMS- casi a diario, un 25% entre tres y cuatro días a la semana y el
25% restante uno o dos días por semana.
−
El porcentaje mayor lo encontramos entre los alumnos de
BACHILLERATO: un 60% envía mensajes cortos –SMS- casi a
diario, un 22% entre tres y cuatro días a la semana y el 18%
restante uno o dos días por semana.
Gasto semanal y mensual
Los menores que disponen de teléfono móvil, dedican una parte importante del
dinero que reciben a mantener suficiente saldo para utilizar su terminal. Si bien
el gasto de la mayoría es más moderado, encontramos un pequeño porcentaje
que dedica prácticamente toda su “paga” a esta cuestión.
Mientras el 41% de los menores que tienen móvil gastan menos de 3 euros
semanales en el mismo, un 34% invierte entre 3 y 5 euros. Del resto un 18%
gasta entre 5 y 10 euros y un 7% más de 10 euros semanales.
Traducido a meses las conclusiones son las siguientes: el 41% de estos
adolescentes con móvil gasta menos de 12 euros mensuales en el teléfono y
un 34% entre 12 y 20 euros. Un 18% invierte, no obstante, entre 20 y 40 euros
y el 7% restante afirma gastar “más de 40 euros mensuales
En resumen, el 59% de los menores gasta más de 12 euros mensuales en
saldo para el teléfono móvil.
El uso abusivo del teléfono móvil
Al igual que sucede con otras herramientas como internet, algunos menores
pueden desarrollar trastornos de adicción hacia algunas de estas nuevas
tecnologías. Ya se han producido casos en el entorno español que han
requerido una atención profesionalizada. En el presente Estudio intentamos
determinar qué reacciones y/o aseveraciones pueden resultar significativas a la
hora de determinar la posibilidad de un uso abusivo. Los datos obtenidos son
relativos al desarrollo de reacciones relacionadas con la dependencia, y a las
acciones que ponen en práctica para afrontar la situación, así como al gasto
desproporcionado.
La dependencia
Muchos menores afirman desarrollar intranquilidad e incluso ansiedad cuando
se ven obligados a prescindir de su teléfono móvil, normalmente como
consecuencia de una avería o de un castigo.
Si bien el 62% de los menores que utiliza teléfono móvil afirma no sentir nada
especial cuando se ve obligado a prescindir de él, encontramos a un 38% que
desarrolla reacciones adversas: un 28% afirma haberse sentido agobiado/a, y
un 10% haberlo pasado fatal sin su móvil.
Atendiendo a los niveles escolares encontramos las siguientes diferencias:
−
Entre los alumnos de 6ª de PRIMARIA que disponen de teléfono
móvil un 74% afirma no haber sentido nada especial al quedarse sin
móvil. No obstante un 11% afirma haberse “agobiado” y otro 15%
afirma haberlo “pasado fatal”.
−
Entre los alumnos de la E.S.O. encontramos un 63% afirma no
haber sentido nada especial al quedarse sin móvil. No obstante un
27% afirma haberse “agobiado” y otro 10% afirma haberlo “pasado
fatal”.
−
Un porcentaje aun mayor lo encontramos entre los alumnos de
BACHILLERATO: un 52% afirma no haber sentido nada especial al
quedarse sin móvil. No obstante un 38% afirma haberse “agobiado”
y otro 10% afirma haberlo “pasado fatal”.
Los mensajes cortos -SMS- se han revelado como la opción más empleada por
los menores, que ha llegado incluso a crear sus propios códigos para
comunicarse modificando el lenguaje escrito. Al menos la mitad de los menores
que disponen de móvil envían mensajes cortos –SMS- a través del mismo
todos los días, y con más intensidad los fines de semana. Entre otros datos
obtenidos cabe señalar que uno de cada cuatro menores con móvil envía entre
10 y 20 SMS cada fin de semana. Hasta aquí el fragmento del estudio de
“Protégeles”.
En el uso más generalizado del teléfono móvil por los menores, cabe destacar
la importancia del control conductual. La importancia del estilo reflexivo frente
al impulsivo, podría estar relacionado con el uso inadecuado de los teléfonos
móviles
El factor personalidad
Un estudio realizado por la universidad australiana de Monash, en Melbourne, ha
puesto de relieve los efectos de la personalidad a la hora de utilizar el móvil.
Los malos hábitos pueden estar acentuados por una baja autoestima o por el exceso
de extroversión.
El estudio ha sido realizado con la intención de que las autoridades tengan en cuenta
el efecto de estos aparatos en los usuarios, de manera que puedan controlar los
mensajes publicitarios destinados a ellos. (Marta Morales de Tendencias Científicas).
Las personas más dependientes de los móviles –aquellos que mandan mensajes
hasta en el cine o que pagan facturas astronómicas de teléfono- suelen tener
características de personalidad similares, acaba de descubrir un equipo de
investigadores australianos. Según el psicólogo James Phillips, de la Universidad de
Monash, en Melbourne, se trata de un tipo de personas tendente a crearse cierta
adicción con estos aparatos, e incluso a actitudes destructivas y peligrosas. En su
mayor parte, afirma Phillips, son personas jóvenes, extrovertidas o con un nivel de
autoestima bajo.
Este estudio, publicado en la revista CyberPsychology & Behavior, (“Young extroverts
most likely to ignore mobile phone rules” 11/03/2005) ha examinado los hábitos de uso
de teléfonos móviles de 195 personas de más de 18 años. Los investigadores también
preguntaron a los participantes en el estudio si sus familiares y amigos se quejaban de
la utilización que hacían del móvil, si solían ser impuntuales por encontrarse hablando
por teléfono, o si se enfadaban cuando alguien les pedía que apagaran los aparatos.
Los participantes pasaron además una serie de tests psicológicos cuyos resultados
mostraron una clara relación entre la forma de usar el teléfono y las características de
la personalidad de cada uno.
Cada personalidad produce una forma diferente de usar el móvil, según estos
resultados: las personas con baja autoestima tienden a buscar cierta reafirmación en
el uso de los teléfonos o se sienten infelices y utilizan los móviles para entrar en
contacto con otras personas.
Por el contrario, las personas extrovertidas tienden a usar el móvil para quedar o
ponerse de acuerdo con gente del trabajo o con múltiples amigos. "We believe that
they are more likely to use their phones in dangerous situations because of a need for
excitement in their lives -- the fact that they are problem users could be linked to
sensation-seeking aspects of their personalities."
Se sabe por ejemplo que para los adolescentes hablar por el móvil es una forma de
sentirse integrados.
Ejemplo en un foro móvil:
20:59 - 15/02/2006. Beatriz:
“viva el movil si kiero usar el movil lo uso y yo no soy una adicta lo k pasa es k
teneis envidia de k yo tenga un samsung sgh zv10 y vosotros no”.
(El móvil tiene función de estatus dentro del grupo).
Según lo citado y a modo de conclusión, la variable factores de personalidad puede
estar influyendo en el uso inadecuado del dispositivo móvil, especialmente.
Otras perspectivas
FACUA (Federación de Consumidores en Acción), advierte que “el niño tiene más
probabilidad de sentir inseguridad y ansiedad si olvida el móvil, extravía o no puede
usarlo al quedarse sin cobertura o batería. Además, el móvil puede contribuir a reducir
su concentración durante el estudio”.
Según esta federación, pueden ser más susceptibles ante los mensajes publicitarios
que presentan el teléfono móvil como un instrumento que define la integración en un
grupo.
Proyecto Hombre ha creado recientemente “PROYECTO JOVEN” dedicado
especialmente a las adicciones tecnológicas. Según describen, la “telefonitis” aparece
cuando una persona siente una necesidad imperiosa de usar el móvil a cualquier hora
del día, envía compulsivamente SMS, se aísla y, además, recibe afirmación social. El
que recibe más mensajes es el más valorado. “Adolescente llegan a dormir con el
móvil para contestar inmediatamente a los mensajes”.”Los remitentes siempre están
pendientes del SMS que se envía, a la espera de respuesta –se frustran si no la hay- y
del contenido. Es una conexión permanente, no hay horarios.
También en este sentido habla Echeburúa (2000) de adicciones, “no se trata de
atribuir rasgos patológicos a conductas habituales o saludables, ni de psicopatologizar
la vida cotidiana, sino de señalar cómo algunas conductas normales pueden llevarse a
cabo de manera no saludable, según la intensidad con que se haga, la frecuencia, la
cantidad de tiempo y de dinero invertido, y sobretodo, el grado de interferencia en las
relaciones familiares, sociales, laborales de las personas”
Parece pues un poco arriesgado y exagerado, bajo algunos puntos de vista, hablar de
adicción al teléfono móvil, considerando más ajustado hablar de un trastorno en el
control del impulso del DSM-IV.
“Saber desconectar a tiempo es la clave que marca la frontera entre usar o ser un
esclavo del teléfono móvil”. Esta afirmación presente en las IV Jornadas sobre
Adolescentes, Dependencias y Nuevos Medios de Comunicación” organizada por la
misma ONG, Proyecto Hombre, queda de manifiesto la gran importancia de las
funciones ejecutivas en el manejo de las tecnologías. La alteración de la inhibición de
la conducta podría estar involucrada en estos patrones de gran número de jóvenes,
llamados adictivos por algunos o sintomáticos de la sociedad actual, para otros
pasando por el síntoma de otros trastornos psicopatológicos.
¿Es el uso abusivo de la televisión un desorden psiquiátrico? La mayor parte de la gente acude a ver la televisión motivada por la búsqueda de
entretenimiento, diversión o distracción. Los principales problemas de salud mental del
mundo contemporáneo relacionados con la televisión residen en los comportamientos
de violencia y en la teleadicción (Alonso-Fernández, 2003). Este mismo autor propone
romper una lanza a favor del pluralismo televisivo, ya que este nos lleva a aplaudir
“programas que no nos agradan, pero que pueden complacer a otras personas
ansiosas de diversión, entretenimiento, espectáculo o compañía. Este es el caso de
los llamados “culebrones”: algunas enfermas tratadas se sienten menos solas y más
estimuladas en la vida gracias a la contemplación diaria de algún programa de este
tipo”.
Respecto al primero de los comportamientos relacionados con la televisión, la
violencia, la mayor vulnerabilidad de los niños a la influencia de la ésta fue señalada
por Kniveton (1974).
Investigaciones realizadas por el Departamento de Psicología de la Universidad de
Illinois y el Centro de Consulta e Investigación “Televisión y Familia”, de la Universidad
de Yale, en grupos homogéneos de adolescentes, estudiantes en circunstancias
ambientales parecidas, demuestra que la tasa de agresividad y de comportamiento
antisocial individual se incrementa a medida que se eleva la cantidad de programas y
películas violentas contemplados durante la etapa infanto-juvenil de la vida.
En cuanto al comportamiento adictivo vinculado con la televisión, Griffiths (1996, 1999)
incluye la adicción a la televisión en las “adicciones tecnológicas”, juntamente con la
adicción a los ordenadores y a internet.
La adicción televisiva es siempre el resultado del consumo abusivo de televisión o de
una fijación anómala sobre ella. Hablamos de abuso o telemanía para referirnos a la
contemplación de una cantidad excesiva de televisión. Se da, además, otro fenómeno
como es la “telefijación”, que se produce a consecuencia del hábito de contemplar la
pantalla en unas condiciones nada recomendables, generalmente a solas o haciendo
caso omiso de la compañía en actitud silenciosa e inmóvil.
Hay “teleabuso” a todas las edades. La complicidad de la familia puede reflejarse en
utilizar dicho electrodoméstico como “canguro”. La mayor parte de los niños
occidentales en edad escolar dedica en la actualidad más de tres horas diarias a ver la
televisión. Según algunos sondeos realizados por la UNESCO, la población escolar de
muchos países desarrollados permanece ante el televisor una cantidad de horas casi
igual a la duración de la estancia en el centro escolar. La televisión ocupa así casi todo
el tiempo infantil que podría dedicarse a la lectura, los deberes escolares, el juego y la
socialización en compañía de otros niños. Los escolares españoles tienen un consumo
diario medio de tres horas y media, lo que supone el 80 % de su tiempo libre. La
recomendación preventiva para esta edad es no pasar de un consumo diario de
noventa minutos. Esta es la línea divisoria entre el uso y el abuso.
A partir del momento en que la contemplación de la televisión deja de promocionarse
en forma de un deseo para convertirse en una necesidad absoluta e imperiosa, puede
darse por instaurada la “teleadicción”. Su clave radica en la pérdida de libertad interior
para ejercer el autocontrol sobre el ansia de ver televisión. El teleadicto se deja
arrastrar por esta pulsión con la que se ha identificado y cuando trata de resistirse a
ella no puede, se siente ansioso, irritable, inquieto, y hasta con trastornos físicos como
dolores de cabeza, mala digestión o insomnio porque echa en falta la “droga
televisiva”. La edad escolar y la adolescencia son las épocas más propicias para
convertirse en teleadicto. Una gran parte de los “teleabusadores” y de los “telefijados”
terminan volviéndose adictos.
En la “teleadicción” están presentes las secuencias formadas por la organización de la
vida en torno a la televisión. Ejemplo de ello es la sujeción del horario de vida al de la
programación. Aparece además el placer suscitado por la entrega pulsional
incontrolable a contemplar la imagen, la intranquilidad ansiosa o irritable al tratar el
sujeto de resistirse a la pulsión y los efectos nocivos sobre distintos aspectos de la
vida, como por ejemplo dedicar a la televisión algunas horas sustraídas al sueño, las
comidas, el tiempo libre, el estudio o el trabajo y las relaciones sociales.
Los síntomas más destacados en el niño teleadicto son la pasividad con brotes de
irritabilidad, la introversión, el aislamiento y el fracaso escolar o el abandono de los
estudios. Su desarrollo de personalidad avanza poco o incluso puede hacer una
regresión (Alonso-Fernández, 2003).
Para evitar la incidencia de la “teleadicción”, Fernández-Alonso propone:
1. Que la dosis máxima por días sea de noventa minutos para los niños y ciento
veinte minutos para los adultos.
2. El modo de ver la televisión a solas, a oscuras o en la penumbra, sin moverse y
sin hablar, es una pauta nociva que debe evitarse, especialmente en los niños.
3. Es beneficioso, en el caso de los niños, que visualicen el televisor
acompañados de un adulto con el que comentar las imágenes.
¿Déficit en el control de impulsos en la conducta de comprar? Comprar puede convertirse en una adicción, por ello los psicólogos advierten contra
los riesgos de la compra compulsiva. Un episodio esporádico en el que se adquiere
algo para luego arrepentirse no es preocupante. El problema aparece si no se controla
el impulso, porque se puede caer en una adicción crónica e ir de compras hasta tres o
cuatro días a la semana, entre una y cinco horas al día.
“La compra compulsiva consiste en sentir un irrefrenable deseo, que se confunde con
necesidad de comprar. La obsesión lleva a veces a adquirir cualquier cosa sin
reflexionar, y otras, a ir de tienda en tienda en busca de “algo”. “Si no se compra, se
siente ansiedad; al comprar se satisface, pero no tarda en aparecer un sentimiento de
culpa, de rabia contra uno mismo y de tristeza. Aun así, al día siguiente o días
después se recae”, explica Laura Romero, psicóloga clínica.
En Estados Unidos se habla del buying spree (compra compulsiva). Para el
consumidor compulsivo las cosas innecesarias se vuelven necesarias. Se da una
invención de necesidades artificiales o facultativas según Alonso-Fernández (2003).
Anteriormente el filósofo Marcase (1971) estableció una distinción fundamental entre
las necesidades verdaderas o vitales, reducidas tan sólo a la alimentación, el vestido y
la vivienda, y el sector inagotable de las necesidades ficticias o virtuales. Según
Alonso-Fernández, “la compra de objetos inducida por una necesidad inventada
constituye un fenómeno social colectivo de carácter subclínico que se extiende entre la
población general y llega a tomar en su perfiles extremos la forma de compra adictiva”.
La compra compulsiva comparte algunos rasgos con los trastornos del control de los
impulsos, como la cleptomanía o la piromanía. De hecho, prácticamente en lo único
que se diferencian los cleptómanos y los compradores compulsivos es en que los
primeros no pagan y éstos últimos sí. Este detalle es importante porque comprar está
mejor visto socialmente que robar. Quizás sea éste uno de los motivos por los que no
figura dicho comportamiento anormal en los libros de psicopatología. Otro motivo es
que dichas personas difícilmente admiten que padecen un problema. Suele ocurrir
cuando la situación les desborda, provocando dificultades económicas,
endeudamiento y graves conflictos familiares.
Hoy día no existen estadísticas a gran escala sobre la compra compulsiva, pero el
psicólogo de la Universidad de Lancaster (Reino Unido) Richard Elliot emprendió un
estudio de dos años sobre compradores compulsivos en 1994. Durante el primer mes
recibió la llamada de 200 compradores compulsivos dispuestos a colaborar. En su
opinión, el problema es “más frecuente de lo que la gente cree”.
Muy a menudo, la necesidad obsesiva de gastar es un síntoma de algún trastorno
psicológico, según algunos especialistas. “La compra compulsiva es muy frecuente en
el contexto de los estados hipomaníacos, cuando la persona se encuentra
especialmente eufórica, como un signo más de su conducta expansiva”, explica la
psicóloga Mª Luisa de la Puente, profesora de Tratamientos Psicológicos de la
Universidad Complutense de Madrid. Elliot también destaca que muchos compradores
compulsivos son en realidad enfermos depresivos. No es infrecuente que la compra
compulsiva se acompañe de trastornos de la alimentación.
Por otro lado, Alonso-Fernández realiza la diferenciación entre las conductas
realizadas como síntoma de una dolencia psiquiátrica, en especial un cuadro
depresivo o hipertímico, y las que constituyen el núcleo conductual de un trastorno
adictivo, es decir, la adicción a la compra.
El abuso de la compra como síntoma de un trastorno psiquiátrico mantiene un curso
paralelo al de la enfermedad originaria (Alonso-Fernández, 2003). Una vez que la
dolencia psiquiátrica remite, la tendencia a la compra disparada suele normalizarse,
sin exigir, por lo tanto, un tratamiento específico. Aunque es menos frecuente, también
puede ocurrir que después de haber remitido el cuadro psiquiátrico fundamental
mantenga su continuidad el afán de visitar tiendas y adquirir objetos, hábito del que
puede partir el desarrollo de un verdadero proceso adictivo.
La frontera entre las formas de compra excesiva y la adicción a la compra está
señalada por el hecho de que la inclinación a la compra como necesidad absoluta e
incontrolada de comprar, aparece sólo cuando hay adicción y se potencia con el
registro asociado de ansiedad e irritabilidad.
Aparecen, además, en la adicción los cinco elementos definidores de la enfermedad
adictiva:
1. organización existencial centrada en la relación anómala con el objeto.
2. el acto pulsional en forma de una entrega descontrolada a la compra.
3. el logro de gratificaciones o recompensas momentáneas.
4. la repetición del ciclo.
5. la aparición de efectos nocivos.
McElroy y cols. (1994) indica cuatro criterios diagnósticos para la detección precoz de
los compradores adictivos:
1. preocupación por ir de compras.
2. dedicación a las compras un tiempo superior a lo razonable o a lo proyectado.
3. realización de frecuentes compras por encima de lo que la persona puede
permitirse.
4. adquisición de objetos no necesarios y hasta inútiles.
Echeburúa (2000) precisa que “los adictos a la compra se sienten estimulados por el
puro placer de comprar, de sacar la tarjeta de crédito y de sentir la excitación de las
bolsas en la mano, así como recibir la atención de los dependientes”. Es el acto de la
compra en sí lo que reporta la mayor gratificación placentera al comprador adictivo. La
posesión del objeto es poco valorada por él.
Alonso-Fernández plantea que la enfermedad de la compra compulsiva quizás no sea
un trastorno de impulsos sino una adicción patológica. Dice el autor que un proceso
adictivo patológico posee su clave en la propia adicción y no en los impulsos. A la
sombra de la existencia adictiva mórbida surge el subsistema de las impulsiones,
ampliamente diferenciado de los impulsos comunes. Cita al psiquiatra alemán
Matussek (1959), que precisó la rotunda diferencia entre un impulso o un ansia
incontenible de algo. La primera es vivida por el sujeto como un fenómeno que le
pertenece aunque no pueda dominarlo. La segunda, la obsesión o compulsión, se vive
como un producto psíquico extraño, algunas veces hasta como carente de sentido o
absurdo.

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