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Este es un documento digital gratuito, por lo que está prohibida su comercialización sin el consentimiento expreso del editor y/o autor. Si esta novela te ha gustado una vez leída, por favor compártela. Carlos G Garibay Elvis es un buen tipo © Carlos García Garibay www.elvisesunbuentipo.blogspot.mx www.srdosis.com [email protected] @srdosis Novela Negra Tapatía Editorial Sideral Edición: Diego Moreno Diseño de Cubierta: Quicho Moreno Fotografía: Denise Olivares 1ª Edición – Septiembre 2011 1ª Edición Digital – Diciembre 2014 Hecho en México Todos los derechos reservados Elvis está vivo, está lavando la limo cuando el sol empieza a caer. Supongo que está en su casa, en una bata de seda mirando diez canales a la vez. En Memphis lo saben todos pero es gente muy discreta y no dice nada. Será mejor así. Elvis está vivo. Elvis es un buen tío, espero que me invite a comer. - Andrés Calamaro Escribimos como si nos fuéramos a morir si no pudiéramos contar un cuento de hadas, las pesadillas del dictador, el paisaje del estadio de básket después del partido, y efectivamente nos morimos si dejamos de hacerlo. - Paco Ignacio Taibo II Nota de la primera edición Cuando decidí enfrentarme a las páginas en blanco no imaginé que lo primero que fuera a dar a conocer de este modo iba a ser producto de un súbito ataque de espontaneidad. Nada que ver con la novela empezada hace más de dos años que aguarda pacientemente a que le añada párrafos; ni con el proyecto sobre radio para el que he estado haciendo entrevistas y que por estar cuidándolo ha demorado más de lo esperado (la espera valdrá la pena). Esta novela nació de una invitación a escribir sobre Rock Clásico para un proyecto tapatío independiente. Una aventura que comparte gentilmente conmigo mi viejo amigo y compañero de travesía Manolo Buenrostro. Buscando ambientarme para una nota pasé varios días escuchando al Rey. Días que coincidieron con una oleada de deseos por escribir un relato policiaco y que terminaron conmigo redactando éstas líneas. Agradezco profundamente a Rock a través del Reloj. No puedo dejar de agradecer y dedicar este relato a mis entrañables amigos Isaac Franco y Chavo M. Valencia; cuya insistencia hizo que nacieran un par de personajes de esta historia. A mi maestro de topografía de las viejas Áreas Industriales, porque hizo más que prestar su nombre a otro personaje. A los recintos de esparcimiento y sana diversión mencionados, por proporcionar el mejor ambiente estimulante para la creatividad. A Don Diego Moreno, por la influencia y los buenos consejos, de los que he tratado de aprender y también por su invaluable apoyo en la edición y corrección de estilo; a Don Horacio Moreno, por su amistad y su apoyo, además de la música y –también- el estilo. A ambos por mostrarme el camino, la verdad y la vida. Al Chess Mastur, club de ajedrez, por el apoyo en la producción y sobre todo, por los momentos. A Lu y a los dos tripulantes que me recordaron que la resistencia existe. A la verdadera Negra, por todo. Y por último, al PIT II por advertirme que no deje de mencionar e insistir en que todo el presente relato pertenece al mundo de la ficción. Carlos G. Garibay Zona Metropolitana de Guadalajara Febrero de 2011 — Denise — Diego — Alejandro Las fotos en corto son mejores Por un momento pensó que se trataba de algún émulo de Peña Nieto o de Sandoval Díaz, pero no. El tipo en la fila del súper tenía más estilo. La Negra perdió unos instantes mirando distraída al personaje que pagaba. — Perdón señorita ¿encontró lo que buscaba? El llamado de la cajera la despertó. — Si, gracias —Siguió con la vista al copetudo y cuando lo vio ponerse su chamarra y sus lentes oscuros no quedó duda. Elvis. Elvis Presley en Carlos G Garibay Editorial Sideral 1 persona en el Walmart de Ávila Camacho. Nunca había visto a un imitador del Rey en Guadalajara. El tipo caminó con sus bolsas de plástico mientras no pocos adultos lo miraban pasar. La Negra terminó de pagar y se fue tras él. Lo miró bajar por la banda eléctrica rumbo al estacionamiento. — You ain’t nothin’ but a hound dog… Admiradora de Elvis, encendió su soundtrack interno. Sabía que de algo le valía cargar a todos lados su camarita de 12 megapixeles. — Cryin’ all the time... ¡Rey! —le gritó cuando ya el tipo avanzaba por medio estacionamiento. Carlos G Garibay Editorial Sideral 2 Volteó, sabía su papel. — ¿Si? — ¡Hola! Nunca había visto un Elvis aquí en Guadalajara ¿me dejas tomarme una foto contigo? — ¡Claro! ¿Quieres que alguien nos la tome? — Elvis dejó a un lado sus bolsas del mandado. — No, yo la tomo en corto. Son mejores así las fotos. Elvis Presley se dejó abrazar mientras la Negra operaba su cámara y sonreía nerviosamente. El tipo tenía bien hechas su rutina y la pose. — ¡Muchas gracias! — No hay de qué —Elvis se despidió. Carlos G Garibay Editorial Sideral 3 La Negra tomó las bolsas que había dejado en el piso y se marchó a su casa. El Elvis de mentiritas subió a un viejo Dodge negro y se fue escuchando al ídem original en el estéreo. Enseguida de él, un Chevy del 56 con colores chillones iniciaba la marcha. Conducido por otro Elvis. También escuchaba al Rey. Carlos G Garibay Editorial Sideral 4 Allí estaba… …una vez más. Los faros opacos del Chevy 56 del otro cabrón que se viste de Elvis anunciando su presencia por el retrovisor. Son inconfundibles aun por la noche. Un cuartito está caído y uno de los faros mira chueco. Tiene siguiéndolo toda la semana, en el momento menos pensado aparece detrás y también sin aviso alguno se pierde de vista. Todo comenzó hace unos días cuando coincidieron en un alto. Lo primero que le llamó la atención, desde luego, fue el auto. Antiguo, onda rockera y además de color rojo mírame a güevo con blanco. Y adentro, otro Elvis escuchando a Elvis. Lentes Carlos G Garibay Editorial Sideral 5 oscuros pero que indudablemente lo miraban a él, sonrisa sardónica, semáforo en verde y adiós. Carajo. Y ahora de nuevo allí estaba. Se llevó la mano a la bolsa de su camisa en busca de sus cigarros, maniobró para acercar la cajetilla a su boca y tomar uno con los labios sin quitar la vista del camino ni los oídos del estéreo. Iniciaban las notas de Heartbreak Hotel cuando aplicó el encendedor al tabaco. Miró una vez más al retrovisor. Como todas las veces anteriores, el Chevy 56 ya no estaba. La luz roja lo detuvo. Heartbreak is so lonely, baby Heartbreak is so lonely Carlos G Garibay Editorial Sideral 6 A pesar de ser avanzada la noche, un hombre que parecía ser un limpiaparabrisas se acercó. Le hizo una señal negativa con la mano pero el tipo de todos modos se aproximó a la ventanilla para insistir. — Ahorita no, mano —le dijo acodado en el ventanuco del auto. Y sin mediar palabras el otro sacó una pistola e hizo un disparo. Se alejó corriendo por la calle solitaria mientras un Elvis, a una cuadra de allí contemplaba la escena a bordo de un Chevy del 56; otro Elvis hacía un charco con la sangre que manaba del agujero en su frente y un tercero, desde el estéreo, cantaba las notas finales de Heartbreak Hotel. Heartbreak is so lonely I could die. Carlos G Garibay Editorial Sideral 7 Lente oscuro, crudo seguro Como siempre, dejó la camioneta mal estacionada, las luces de código encendidas y la puerta abierta después de bajarse. Ocultó cuidadosamente la lata de cerveza y se echó unos chicles a la boca antes de llegar a la escena del crimen en donde varios peritos revisaban el cadáver. El comandante Valencia había dormido dos horas escasas antes de que lo llamaran. Asunto: Dodge negro con un fulano con un tiro. Recién había llegado a su cuarto después de una noche de brandy Presidiario y chicas en el Galeón. La línea, la cervecita y los lentes oscuros tendrían que ser suficientes para disimular la resaca. Carlos G Garibay Editorial Sideral 8 — ¿Qué tenemos, Franco? — Masculino, entre cuarenta y cuarenta y cinco años con un tiro en la frente, mi comandante. Disfrazado como Elvis Presley. — ¿Suicidio? — No parece, mi comandante. No hay arma. Parece que el tipo hizo alto en el semáforo y vino alguien y se lo chingó. Tiro de calibre a verificar. El carro trae la llave en posición de encendido pero parece que se le apagó cuando dejó de oprimir el clutch. El estéreo sigue encendido dándole vueltas a las rolas del Elvis. No parece que lo hayan robado. Hasta trae las compras del Walmart de Plaza Patria de ayer por la noche; algunas chelas, botanas y maquillaje. Trae un par de cadenas de oro y su cartera trae casi dos mil pesos y una licencia de chofer de Guanajuato. El Carlos G Garibay Editorial Sideral 9 carro tiene placas de Jalisco, parece que está limpio, aunque seguimos revisándolo y todas las puertas tienen seguro lo cual parece indicar que venía solo. Valencia hizo como que escuchó lo que le decían, le dolía la cabeza y tenía la impresión de que le estaba hablando un adulto de Snoopy. Hizo su mejor acto de estar meditando mientras el oficial esperaba reacciones a su reporte. Se acercó a mirar el cuerpo. — ¿Elvis Presley en el estéreo? ¿cd o caset? — preguntó mientras evocaba las fotos donde el Rey aparece con un collar hawaiano y trataba de hallarle parecido con el occiso. — Ninguno de los dos. Memoria USB con MP3 metida en el estéreo —Franco aún se preguntaba Carlos G Garibay Editorial Sideral 10 quién demonios usaba todavía estéreos para caset. "Pinche Chabelo, viene bien crudo". El Comandante Valencia es un tipo de más 1.90 de alto con un incierto aire infantil, de ahí el apodo. — Revísenla a ver qué más trae grabado ¿testigos? — Ninguno hasta ahorita. Fue un agente de tránsito el que... — Un támaro —interrumpió Valencia. — Este..., sí. Un támaro quien reportó el hallazgo del cadáver. — ¿Ya hablaron con él? — Sí señor. — ¿Qué falta entonces? — Nada, mi comandante. Carlos G Garibay Editorial Sideral 11 — Nos vemos en la estación en un rato —Ya le andaba por retirarse a terminar su cerveza para después lanzarse por unas tortas ahogadas—. Espere, Franco. — ¿Sí, señor? — El nombre del occiso. — Maglorio Bermúdez López. — ¿Cómo? El otro repitió el nombre. — Coño, con razón lo plomearon —dijo para sí mismo, dirigiéndose a la camioneta. Carlos G Garibay Editorial Sideral 12 No solamente la televisión apendeja La alarma del auto perturbó el viaje de la taza a su boca; de hecho, lo interrumpió para voltear a mirar el origen del escándalo. Un sedán verde en Libertad y Robles Gil, contra esquina de La Cafetería donde se encontraba intentando beber su café y disfrutar de ese pedazo de mañana. El ruido no duró mucho. Atsiri Moreno, la Negra, regresó a su café. Si no fuera por los camiones de la ruta 51 que pasan por allí, esa sería una de las esquinas más tranquilas que conoce. Era tolerable y el lugar era uno de los que más le gustaban. Miró su reloj, 9:30, Ruan no debía de tardar en llegar. Era lo que su estómago le hacía Carlos G Garibay Editorial Sideral 13 desear. Desayunarían juntos cuando su compañero de cafeteada llegara. Cogió el periódico que había esperado a que lo desdoblaran. Le echó una ojeada a la portada que anunciaba los últimos disparates de la fauna política local y las desventuras de los mediocres equipos de fútbol de la comarca. Esta apreciación también se podría hacer extensiva al ámbito nacional. Su instinto de fotógrafa la hizo hacer una revisión crítica del material fotográfico. Como en esa edición no aparecería ningún trabajo de ella, no avanzó mucho en el desdoblamiento de las hojas. Por el rabillo del ojo entró la enorme silueta de Ruan R. Ledesma al otro lado de la calle, enrollando el Carlos G Garibay Editorial Sideral 14 cable de sus audífonos mientras esperaba cruzar hacia el café. Le sonrió. — Quihúbole Negra —dijo mientras depositaba sobre la mesa el periódico que traía. — Qué pasa, Gordo ¿sigues leyendo esa mugre? —preguntó señalando el diario que acababa de dejar. Era de los que mostraban abundantes dosis de sangre y que hacían gala de un fino sentido del humor. — La literatura de la vida, Negra —respondió mientras tomaba asiento y pedía al mesero un americano a señas—. Un arte mal comprendido — prosiguió ante el gesto de incredulidad sarcástica de la Negra—. Mientras que unos leen el Libro Vaquero o las revistas de chismes yo leo esto. Carlos G Garibay Editorial Sideral 15 — ¡Hombre! Me acabas de demostrar que no solamente la televisión apendeja. Anda, dame un cigarro. El mesero dejó una taza con café humeante. El gordo Ruan R. Ledesma que sacaba unos Delicados y se los ofrecía a su amiga. Le encendió uno y cogió otro. — Debes entender —dijo mientras meneaba la cucharilla— que si uno hace una lectura crítica de cosas como ésta se pueden descubrir aspectos sobre la condición humana. Ve esto —se puso a buscar una página interior y le extendió el periódico sobre la canasta del pan al tiempo que señalaba un titular: “Ahorcóse de frondoso guayabo” junto a una foto que atentaba contra el Carlos G Garibay Editorial Sideral 16 buen gusto que enseñaba a un colgado mientras unos niños lo señalaban—, o qué tal este otro: “Después de estarlo venadiando le metió dos plomazos”. — ¿Venadiando? — Lo estaba acechando. Ella dio por terminada la charla sobre las virtudes de la prensa amarillista y mientras el gordo Ruan reacomodaba su periódico se puso a buscar el menú cuando algo en la portada llamó su atención. — ¡Ah cabrón! —exclamó al tiempo que arrebataba el periódico. — ¡Ora! ¿Qué pasa? — ¡Yo conozco a este! ¡Lo conocí anteayer! Carlos G Garibay Editorial Sideral 17 La Negra señalaba la foto en donde un poco agraciado Elvis Presley presumía un agujero en la frente y las letras rojas pregonaban: “Plomo en la cabeza” Carlos G Garibay Editorial Sideral 18 ¿Hay cabrones que visten de Elvis? Dos cosas le atraían a Valencia del caso: la primera, no todos los días tenía un caso de asesinato con exotismo. Quizás el fulano fuera cualquier hijo de vecino que se parecía al Rey del Rock o tal vez no, quizás fuera un imitador profesional. Como sea, había algo que se alejaba de la cotidianidad que rodeaba las muertes con las que a diario debía tener contacto. En segundo lugar, sería más fácil que el nombresito del fiambre dejara de retumbarle en los oídos si resolvía el caso rápido para poder olvidarlo en paz. Más que impune e indolentemente cual acostumbraba, en paz. Maglorio Bermúdez López ¡Carajo! Como para mentarle su madre a sus papás. Carlos G Garibay Editorial Sideral 19 Su escritorio estaba rodeado de ruido que no contribuía a su concentración, que se veía disminuida a causa de la resaca que para no variar lo acompañaba. Las hojas de los informes que le habían puesto en la papelera de su escritorio temblaban en sus manos y eso dificultaba aún más la lectura que acompañaba con tragos alternados a su café de máquina y a su coca cola. El cigarro humeaba en el cenicero haciendo caso omiso a los letreros de no fumar que abundaban en el edificio público y de la vieja grabadora que tenía en su lugar escapaban las notas de El Rock de la Cárcel, en la infame versión de los Teen Tops que, según él, lo ponía a tono con el caso que tenía entre manos. Tomó notas de los informes, sacó algunas conclusiones: Maglorio Bermúdez López (¡coño!), originario de Autlán de Navarro, Jalisco; 42 años; Carlos G Garibay Editorial Sideral 20 soltero. De padres fallecidos, Jiloteo Bermúdez (¡mmta!) y María López. Sin más datos. Se pasó la nota al lugar en cuestión. Hacía tres semanas había llegado al país procedente de Las Vegas. Licencia de manejo de Guanajuato, con tres años de vencimiento. Habría que verificar esos datos también. El automóvil estaba limpio y en regla. La mercancía que se encontró también estaba limpia. El tipo no traía teléfono celular encima. Se descartó el robo como móvil. Fumaba cuando le metieron el plomazo según atestiguaba la colilla en su mano. Se comprobó que esperaba el verde del semáforo pues la llave del auto estaba en encendido; se le apagó cuando dejó de oprimir el clutch. — Franco —llamó. Carlos G Garibay Editorial Sideral 21 — ¿Sí, mi comandante? —le respondieron a tres cubículos de distancia. — ¿Cómo es que hay cabrones que visten de Elvis? Carlos G Garibay Editorial Sideral 22 Hijos regados — ¿Segura que es el mismo? —El gordo Ruan R. Ledesma no daba crédito a la historia de su amiga de que un par de noches antes había conocido al Elvis Presley que habían matado y que aparecía en el periódico que le gustaba leer. — ¡A güevo que sí, y lo puedo probar! Habían corrido al departamento-estudio donde la Negra tenía su equipo de fotografía. Mientras ella encendía su computadora, Ruan se entretuvo unos instantes observando el lugar. Un pequeño estudio en donde la cámara descansaba en su estuche. Sobre un escritorio donde se amontonaban pilas de fotos, Carlos G Garibay Editorial Sideral 23 un enorme corcho de pared donde otras eran exhibidas; revistas, periódicos y libros; álbumes; otras fotografías enmarcadas y la mayoría con la temática que le gustaba captar a la Negra: Gente caminando, niños en la calle, automovilistas, edificios, fauna urbana; accidentes automovilísticos, manifestaciones, más gente, perros atropellados, limpiaparabrisas y viene viene; policías mordiendo, ciudadanos dejándose morder, policías golpeando, pandilleros en medio de trifulca. — ¡Aquí está! La pantalla mostró a una sonriente Negra abrazando al tipo: lentes oscuros, copetazo, patillas de lujo y una pose más que ensayada del Rey del Rock. De Carlos G Garibay Editorial Sideral 24 fondo, la luz artificial del estacionamiento lleno de autos del Walmart de Ávila Camacho. — ¡Órale! No pos yo digo que sí es el mismo, hasta está vestido igual. Se me hace que después de la foto fue a que lo mataran. ¿Cómo es que hay cabrones que se visten de Elvis? — Uh, mi estimado. Es toda una cultura. Desde antes de que Elvis Presley muriera ya tenía imitadores. Los hay que solamente se parecen a él, otros cantan como él y a otros más les da por vivir como él. Por show o pasatiempo. De todo. — ¿Te piensas retratar con todos ellos? — No ¿por qué? — Porque aquí en esta foto hay otro Elvis ¡míralo! —Ruan señaló una esquina de la foto donde se podía ver, detrás y alejado de los dos Carlos G Garibay Editorial Sideral 25 personajes centrales, un Chevrolet cincuentero de colores chillones con otra figura parecida a Elvis Presley adentro. — ¡Puta madre! ¡A ver! —la Negra se puso a operar el zoom de su programa para ver mejor la foto. — Pinche Elvis, se me hace que todos esos cabrones son hijos suyos que dejó regados... ¿qué hacen aquí? Carlos G Garibay Editorial Sideral 26 Mal imitador de sí mismo “¿Cómo es que hay cabrones que se visten de Elvis?” había preguntado el Comandante Valencia y ese fue el preámbulo para que el Oficial Elías Franco estuviera pasando una buena parte de su tarde-noche indagando cosas sobre el culto al Rey del Rock mientras su uniforme y sus tacos de fútbol aguardaban en su maleta al lado del escritorio. “Quiero más datos mañana temprano en mi escritorio, Franco”, remató Valencia antes de ir a seguir curándose la cruda. — ¡Pinche Chabelo! —exclamó en voz alta a la pantalla de la computadora mientras el ambiente Carlos G Garibay Editorial Sideral 27 en la oficina se iba volviendo más tenue al tiempo que el resto de compañeros se retiraba. Tenía juego de fútbol y ya se le había hecho imposible llegar a tiempo por estar investigando el encargo. No le estaba yendo bien. Encontró algunas cosas que no entendía del todo porque estaban en inglés y traducir no era lo suyo. Al parecer los imitadores de Elvis no eran al principio esa especie de contra culto que es hoy en día, tan sólo un entretenimiento más del hotel Dunas de Nevada en donde se hacían concursos para ver quien hacía la mejor imitación; costumbre que persiste en la actualidad con un crecimiento exponencial. Se dice que alguna vez el mismo Elvis Presley en persona se metió de incógnito a uno de esos concursos y terminó en tercer lugar. Carlos G Garibay Editorial Sideral 28 — Pendejo. No se imitó bien. Hay para todos los gustos: Elvis de cuatro años, judíos, negros, italianos, japoneses, griegos, dúos y hasta Elvis-mujeres. Hubo un Elvis Herselvis, una Elvis lesbiana que fue a una conferencia según ella “para probar los límites de raza, clase, sexualidad y propiedad” y de donde fue expulsada por los patrocinadores conservadores. — Chale con los conservadores; les gustan las viejas corrientes, de seguro —Trataba de imaginar al personaje. Sobre los imitadores del ídolo hay libros, revistas, películas, juegos y mil y un referencias. Clubs, Carlos G Garibay Editorial Sideral 29 logias, congresos, reuniones, concursos y toda esa parafernalia alrededor del mundo. Referencias a lo bestia hechas por otros artistas. De 170 imitadores que había cuando murió el de verdad, ahora hay alrededor de 2500. — Carajo, ahora hasta lo preguntan en el censo — pensó Franco encabronado. Se había ido al carajo su partido de fut. No tenía idea que hubiera algo así en Jalisco. Quizás en los destinos turísticos o en el DF, pero en Guadalajara nunca había visto uno. Si el occiso había estado en Las Vegas habría que pedir los datos allá. Imprimió lo que encontró y lo puso en una carpeta. Decidió ir a dejárselo al Comandante, total, no pasaba de que lo encontrara jetón en su casa o cogiendo. Carlos G Garibay Editorial Sideral 30 — Que la chingada, si él me jode mi fut, yo le jodo su pachanga. Cuarenta y cinco insistentemente a minutos la después puerta de timbraba Valencia. Castrantemente. — ¿¡Que chingaos quieres, Franco!? —Valencia asomó su abotagada cara por la puerta, encabronado y amarrándose el cinturón de la bata. Olía a puro sexo el cabrón. — El informe que me pidió, mi comandante. Franco tendía la carpeta mientras esbozaba una cínica sonrisa de oreja a oreja. Carlos G Garibay Editorial Sideral 31 La primera cerveza Ruan R. Ledesma ha escuchado, leído; se ha enterado, infinidad de veces de gente que menciona la “enorme e indescriptible” impresión que sintió “la primera vez que contempló el mar”. Carajo, si por cada vez que ha escuchado esa estupidez le hubieran dado un peso… Al Gordo Ledesma el mar le tenía sin cuidado, le valía madres o por lo menos así sería si sus amistades, compañeros y conocidos no se lo mentaran a cada rato al punto en que le fastidia pensar en eso. No, no puede decir que el mar lo tiene sin cuidado. No puede hacerlo. En realidad le molesta. Cayó en la cuenta cuando el prójimo convirtió su indiferencia en lo que los gringos Carlos G Garibay Editorial Sideral 32 llaman pain in the ass cada vez que alguien le cuestiona: “¿cómo que no te gusta el mar?”. Se siente como Manolito Goreiro cuando se corrió la voz en la escuela de que no le gustan los Beatles. Pero más que el mar, le castra darse cuenta de que su gusto, o disgusto, no sea respetable. La idea le parece insoportable. Prefiere recordar su propia “primera vez”. Muchos tienen el mar, o su primer beso, o su primer sexo. Ruan atesora el recuerdo de su primera cerveza. ¿Cómo no hacerlo? Pasó una buena parte de su adolescencia siendo un insoportable defensor de la abstinencia alcohólica con el argumento de la vida sana, hasta que un día el buen Javier Arévalo, el Carlos G Garibay Editorial Sideral 33 Camacho (¿por qué le dicen el Camacho?) le puso en las manos una Estrella que sudaba de frío y no lo dejó ingerir otra cosa hasta que se la terminó. La hielera estaba llena y había que vaciarla. Si cada vez que le mencionaban la cosa esa del mar le dieran un peso, tendría un chingo de pesos que bien podría invertir en cervezas. El Camacho es algo más que el perpetrador del desvirgamiento etílico de Ledesma. También es el mejor experto en automóviles antiguos que conoce. Lo ha visto reparar y conducir muchos vehículos cincuenteros y sabe de qué va la cosa. Por eso convenció a la Negra de mostrarle la foto que se tomó con el Elvis antes de que lo plomearan donde al fondo aparecía el auto. El hecho de que en ese Carlos G Garibay Editorial Sideral 34 auto hubiera otro tipo vestido como el Rey tenía que ser más que una coincidencia y el que dicho auto sea un llamativo modelo antiguo podría facilitar la cosa. Ruan sabe que quienes poseen un automóvil arreglado, tuneado, como dicen, tienen también el deseo de presumirlo. Generalmente se juntan con gente igual de obsesiva para poder hacerlo a gusto. Tal dinámica aplica a todo grupo de personas con gustos afines que se reúnen a intercambiar opiniones. Era muy probable que el carro de la foto lo conocieran en ciertos círculos. Habían impreso una ampliación de la parte de la fotografía donde se ve el coche, ninguno de los dos distinguía qué marca o modelo era. El Camacho lo podría saber. Ledesma y la Negra hicieron una escala técnica y compraron un par de ochos de cerveza León que servirían para estimular la solidaridad y sapiencia de Arévalo. Lo Carlos G Garibay Editorial Sideral 35 encontraron con medio cuerpo metido en el cofre de una vieja camioneta International en el pequeño taller que tiene en la Colonia Moderna. Un taller en toda la regla, lleno de calendarios y pósters con propaganda de refacciones y aditivos con modelos en bikini. Al lado de la caja de herramientas, la cajetilla de cigarros y una botella de Victoria a medio camino mientras en el ambiente sonaban los Cadetes de Linares a todo volumen. — ¡Eh, Camacho! ¡Camacho! —hubo que imponerse a los Cadetes para que reaccionara. Traía un cigarro en la boca cuando se asomó. — ¡Quihúbole cabrón! — Mire lo que le traje amigo. Carlos G Garibay Editorial Sideral 36 — ¡Órale! ¡Una chica con un chingo de cervezas! Tú sí eres cuate —Camacho le sonreía a la Negra mientras se limpiaba las manos con una estopa. — No seas cabrón, Camacho. Es mi amiga Atsiri, la Negra. Y las chelas, bueno, esas sí son para ti. — Pos ya las estuvieras destapando. Pon las demás allá en el refri —saludó a la Negra—. Hola, Javier. — ¡Hola Javier! Ruan regresaba con las cervezas. — Necesitamos que nos ilustres mi estimado. — Tú dirás. — Tenemos esta foto —le mostró la impresión—. Queremos ver si puedes saber cómo averiguar de quien es este carro. Carlos G Garibay Editorial Sideral 37 Camacho tomó la fotografía y respondió inmediatamente: — ¡Conozco al güey! ¡Es el “Patillas”! Tiene un Chevy del 56 pero no me gusta cómo lo arregló. Carlos G Garibay Editorial Sideral 38 Los jodidos somos nosotros El caso del Elvis plomeado interesaba al Comandante Valencia, pero no tanto como para dejar de descansar el fin de semana. Que el dominguito alcance para levantarse a las doce de la madrugada y comenzar a curarse la cruda. Por eso se sorprendió cuando llegó el lunes a la comandancia y encontró informes cuatro veces más gordos que los que Franco le había llevado la noche del viernes a su departamento, cuando al aporrear la puerta lo hizo sorber chueco la raya y que las chicas que lo acompañaban tuvieran que cubrir su desnudez. Carlos G Garibay Editorial Sideral 39 — ¡Franco! —Bramó. — Sí, mi comandante —Franco se reportó de inmediato, fresco y sonriente. — ¿Otra vez pinches papeles? — Éstos son otros, mi comandante. Los que le llevé el viernes eran del reporte que me encargó sobre el culto a Elvis. Estos llegaron desde el sábado y los manda la poli de Las Vegas. Traen información sobre el occiso y más. — ¿Ya los leyó? — A güevo —Era evidente que Valencia no había leído un carajo confeccionado. del “¡Pinche informe Chabelo que había güevón!” pensó. — ¿Y? — ¿Y... qué? — ¿Qué chingados dice, Franco? Carlos G Garibay Editorial Sideral 40 El Oficial Elías Franco se preguntó para qué diablos el Comandante Valencia le encargaba informes que no pensaba leer. Se hubiera largado mejor a jugar futbol como había planeado. — El occiso Maglorio Bermúdez estuvo dos años en Las Vegas, chambeando en varios hoteles, metido en su onda de Elvis Presley. Al parecer le iba bien. Estaba limpio, no se metió en pedos mientras estuvo allá. — ¿Y cómo le hacen los de la poli gringa para no confundirse con tanto cabrón que se viste igual? — Tienen sistemas de datos eficientes, coordinados, en orden, chingones. No como aquí. Estamos hablando de los casinos de Las Vegas, donde el tipo estuvo trabajando y donde dejó más Carlos G Garibay Editorial Sideral 41 registros de su paso por el gabacho. A esos cabrones no se les va nada. — No, bueno, pero ¿de qué carajo nos sirve para el caso todo ese pendejal de papeles? A Valencia le comenzaba un ataque de güeva. — Es que no todo ese mugrero habla del occiso Maglorio. — ¿Ah no? — No. Resulta que hay otros dos güeyes hijos de Elvis que estuvieron por allá y que en fechas diferentes se vinieron para acá. — ¿En serio? ¿y que tenemos de ellos? — Nomás el nombre. Una vez acá, hay que buscarlos. Carlos G Garibay Editorial Sideral 42 — ¿Pos que no mandaron toda la información los gringos? — No, me temo que solamente su historial allá y hasta la parte donde llegan a los aeropuertos mexicanos. Desde allí, son pedo nuestro. — ¡Pues qué jodidos! — Creo que los jodidos vendríamos a ser nosotros, mi comandante. Carlos G Garibay Editorial Sideral 43 De a un solo rockstar por vez Se trataba de un acuerdo parejo. Por una parte el Comandante Valencia había convencido al Oficial Franco de acompañarlo a tomarse unas cervezas (quizás así no lo interrumpiría de mal modo), mientras que éste a su vez había insistido en llevar consigo los legajos con los datos del caso del Elvis occiso. Allí estaban, ocupando cada uno un equipal del piano bar La Bohemia, de avenida de Los Maestros, comiendo tacos con la respectiva cerveza Negra al lado de cada plato. Franco había dispuesto de un precario acomodo de los papeles en la mesa para estudiarlos; se había hecho el propósito de Carlos G Garibay Editorial Sideral 44 encaminar a Valencia tras las pistas que él le veía al asunto. Qué más daba hacerlo a punta de cervezas. — Tenemos tres tipos a los que les gusta vestirse como Elvis Presley. Los tres trabajaban en Las Vegas como tal. Los tres son originarios de Jalisco y los tres regresaron ya, aunque en distintas fechas. El primero, Maglorio Bermudez, de 42 años, aparece un día en su automóvil con una bala en la cabeza y es quien nos tiene estudiando esto. Tenía poco menos de un mes aquí, sin broncas conocidas —Pausa de Franco para darle un trago a su cerveza y bocado a uno de sus tacos de adobada. Valencia lo miraba hacer, botella en mano. Franco continuó—. A los otros dos los conocemos porque la poli de Las Vegas los cita en su informe como originarios Carlos G Garibay de aquí. Editorial Sideral 45 Personalmente pienso que es mucha coincidencia tener a tres imitadores de Elvis en este rancho y creo que hay que investigar por ese lado. Sus nombres: Reynaldo Heliodoro Bobadilla y J. Guadalupe Echiveste… — ¡Ah cabrón! —Valencia reaccionó de inmediato al poco común apellido, señal de que estaba poniendo atención, cosa que no dejó de sorprender a Franco— ¿se necesita tener un nombre estrafalario para poder imitar a ese güey? — Evidentemente —rió Franco mientras le daba un nuevo trago a su cerveza antes de continuar — Bien, Echiveste tiene 45 años y regresó a Guadalajara hace casi cinco años pero no se sabe nada de él después de su arribo. No contamos con datos de residencia ni lo encontramos en el domicilio de acá que declaró en Estados Unidos. Carlos G Garibay Editorial Sideral 46 No tiene seguro, ni cuentas de banco, deudas, trabajo, IFE, nada. No se regresó a Estados Unidos. Tampoco tenemos noticia de que esté encarcelado, enfermo o muerto. Nada. Valencia se distrajo un momento mirando la pantalla del lugar. Iniciaba un viejo video de José José en el que interpretaba La Nave del Olvido. Parecía desconcertado. Franco lo notó. — ¿Qué pasa, mi Comandante? — Nada —señaló al cantante en la pantalla—, por un momento me pareció que era Jim Morrison ese güey —Valencia comenzó a mirar su cerveza con desconfianza. Terminó empinándola y pidiendo dos más al mesero Carlos G Garibay mientras que Franco Editorial Sideral 47 comenzaba a preguntarse si lograrían avanzarle a ese caso. Con un solo rockstar por vez bastaba. — El tercer Elvis. Reynaldo H. Bobadilla, el más ruco, 55 años. Llegó a Guadalajara hace 6 meses, también de Las Vegas. Contamos con un domicilio de él aquí en la ciudad. — ¿Dónde? — Aquí cerca. En Jardines Alcalde. Valencia por fin sintió que tenían algo que hacer en ese caso. Terminó de un trago su cerveza y ordenó: — Termínese su chela, Franco. Vamos a visitarlo. Pasarían muchas cervezas y casi seis horas antes de que salieran de allí. Carlos G Garibay Editorial Sideral 48 ¿Qué se puede esperar… …de un lugar por el que todos los días pasan no menos de 8 equipos de básquet diferentes y se ponen a jugar a la pelotita saltarina? Que huela a sobaco. El gimnasio de la Sección 33 de los Ferrocarrileros ha tenido la facultad de hacer que el sujeto vestido como Elvis Presley reflexione sobre el asunto cada vez que entra al lugar. Como siempre, frunce la nariz mientras toma una cerveza del refrigerador de la entrada y se la paga al señor, a quien apodan “El Piporro”, que hace las veces de velador y conserje Carlos G Garibay Editorial Sideral 49 también. Fue y se sentó en la orilla más alta y alejada del local y se puso a mirar el juego. Su atención se centró en un jugador específico, identificable por sus múltiples tatuajes, los cabellos parados y el 666 colocado en la espalda de su playera de juego, todo esto con el fin de intimidar a sus oponentes. Daba risa. El Feo era todo un personaje; farol y pretencioso como mal jugador. Evidentemente sólo le hacía honor a su apelativo. Según él, jugaba al estilo “baller”; callejero y basado en quiebres. Tipo de juego que exigía dominio del balón. Pero el sujeto era puro teatro, mucha pantalla y nada de talento. En el rato que le duró su cerveza al Elvis, hizo fintas, malabares y algunos amagos a los jugadores Carlos G Garibay Editorial Sideral 50 contrarios y sin embargo no hizo un solo buen pase ni anotó puntos. El Elvis espectador nunca había sido deportista, pero entre sus aficiones estaba el básquet y conocía algunos ejemplos de lo que el Feo trataba de imitar: Jason Williams, Allen Iverson o Stephon Marbury; aunque se parece más a Chris Andersen. Comprende el afán del Feo de querer imitar a alguien. Después de todo, él tenía muchísimos años imitando a Elvis Presley y viviendo de ello. Haciendo gala de un trabajo y un estilo que no son de él pero adoptándolos como propios. Pero no entiende cual es el objetivo del Feo de hacer esas payasadas si no le salen bien. Quizás le falta diferenciar los dos contextos. A fin de cuentas ambos buscaban lo mismo. La admiración y envidia de los hombres y el Carlos G Garibay Editorial Sideral 51 asedio de las mujeres. Los vítores en la banca por parte de sus compañeros y las porras de algunas jovencitas entre el público daban cuenta de eso. Seguramente esas niñas no tienen la más jodida idea de quien era Elvis. En la cancha, el silbato del árbitro daba fin al juego. — ¿Qué pasó mi Rey? ¿Como andamos? —El Feo se acababa de acercar, sudoroso. El Rey frunció la nariz una vez más. Sus lentes oscuros solamente hicieron más enfático el gesto de asco. — Eres pendejo además de feo, Feo —le soltó—. Te chingaste al cabrón equivocado. Carlos G Garibay Editorial Sideral 52 Mate al Rey es mero pretexto Elvis Presley tenía 42 años cuando murió. Cerca del final de su vida era una persona muy diferente al joven que conquistó al mundo con sus movimientos llenos de vigor; se había convertido en un tipo burdo y pasado de peso cuya voz había sufrido los estragos del paso por la fama de su propietario y que con dificultad aprendía la letra de sus canciones. Aunque es justo decir que fue en esos años finales en los que Presley había pasado de ser una celebridad a volverse una leyenda universal. En cambio, el tipo que unos abotagados Valencia y Franco tenían enfrente tenía 55 años y aunque era Carlos G Garibay Editorial Sideral 53 tan sólo un imitador, se notaba que seguía poniendo empeño en cultivar el estilo. Reynaldo Heliodoro Bobadilla los había recibido enfundando en una bata de seda, con una copa de coñac en mano y el copete impecable. No estaba solo. La chica, que no pasaría de los 30, terminaba a su vez de ponerse su bata en la sala. Bobadilla en condiciones normales hubiera mandado al carajo a los dos oficiales, pero éstos se habían abierto camino con la placa, la todopoderosa charola que también les había servido de llave para hacer que el sujeto les cuente su historia. No les ofreció ni agua. — Desde 1980, treinta años dedicándome a personificar al Rey. Horas y días, semanas, ensayando; maquillándome y peinándome. Mirando sus películas, escuchando sus canciones. Carlos G Garibay Editorial Sideral 54 Un dineral metido en el vestuario y siempre con un chingo de tipos iguales que se dedicaban a lo mismo: ser Elvis. Pero me fue bien. Gané concursos, tuve mi propio show cinco temporadas en un hotel de Las Vegas. Muchos empresarios me elegían para anuncios, convenciones, promociones y eventos. Hasta daba clases a nuevos imitadores. Hice dinero. Me fue bien. Treinta años. — ¿Por qué se regresó? — Por la edad. El cuerpo fue cobrando la factura. La gente, los empresarios comenzaron a preferir a imitadores más jóvenes. Dejó de haber chamba y dar clases no llenaba. Yo tenía mis ahorros, de modo que me regresé para vivir en el retiro y ver si acá monto un show. En esa parte no me ha ido muy bien. Carlos G Garibay Editorial Sideral 55 — ¿Qué me dice de sus compañeros? —preguntó Franco. — ¿Cuáles compañeros? El acto siempre fue en solitario. A veces con coristas, en otras músicos o bailarines. — Me refiero a los muchos otros imitadores de Elvis Presley. Bobadilla frunció el ceño. No disimuló su disgusto. Se dedicó a su trago sin responder. Valencia insistió. — Dios los hace y ellos se juntan. ¿Treinta años conviviendo en Elvislandia con puros güeyes que se dedicaban a hacer cosas de Elvis y no hizo amigos? — La competencia era dura, pero yo era el mejor. Hacía buenos contratos y conocí a mucha gente. Carlos G Garibay Editorial Sideral 56 Yo tengo categoría. No podía relacionarme con los novatos aficionados, primerizos —El desdén de Bobadilla era evidente. — Dijo usted que daba clases ¿Y sus alumnos? — Eso lo hacía por el dinero, pero también por la conveniencia de tener ascendiente e influencia sobre ellos. De eso a hacerme amigo de alguno… — Menciona que poco a poco se fue acabando el trabajo ¿A quién le daban ese trabajo? — Muchos muchachitos desfilaron, pero ninguno logró trascender como yo. — ¿Y alguno de esos muchachitos que dice, sobre los que tiene ascendiente e influencia sigue en contacto con usted? — Una que otra vez me llama alguno, me mandan mails, me saludan, me piden consejos, se codean conmigo… Carlos G Garibay Editorial Sideral 57 — ¿Alguno como éste? —Franco le mostró una foto de otro Elvis ya conocido con un agujero en la frente; Elvis-Bobadilla la miró un rato. — Grotesco —Hizo una mueca de asco—. Pero así podría ser cualquiera de los imitadores de los que estamos hablando... No lo sé ¿cómo se llamaba? — Maglorio Bermúdez ¿lo conoce? — Ah, chingá. No. Creo que recordaría a un Elvis con ese pinche nombre. Valencia y Franco se quedaron en silencio contemplando al tipo que saboreaba su coñac y que comenzaba a lanzar miradas ansiosas a su planta alta, al final de su escalera. No había olvidado que lo esperaban en la cama. Carlos G Garibay Editorial Sideral 58 — Oiga —dijo de repente Valencia, que se había percatado del ansia del viejo—. Mencionó antes que usted sí había trascendido. ¿Cómo trasciende alguien que imita? Digo, yo sé que Elvis Presley es leyenda, pero su legión de seguidores es un ente colectivo que no crea algo nuevo y que tan solo tiene valor anecdótico para el propio Elvis. Quienes ven a Reynaldo Bobadilla, ven al Rey del Rock ¿Cómo trasciende usted? —Valencia quiso picarle la cresta para ver su reacción y ver si de ésta obtenía algo. Reynaldo H. Bobadilla, miró a los dos policías sonriendo como abuelito escuchando las necedades de sus nietos. Meneó su bebida antes de responder. Carlos G Garibay Editorial Sideral 59 — ¿Vieron a la muchacha que me espera arriba? No es mi novia, ni mi esposa, es más, la conocí hoy. No le daré un solo peso, al menos no a modo de pago. Y por lo menos es veinte años menor que yo. Ya ven, gracias al Rey. Hace unos años, mínimo dos chicas distintas cada día me acompañaban a mi camerino al terminar la función, sin importarles que fuera un imitador. Para ellas yo hacía algo interesante y lo hacía bien. Debo reconocer que hoy en día la cantidad ha descendido considerablemente, cosas de la edad. Pero no por eso dejo de conocer por lo menos a dos o tres chicas cada dos semanas. Ya quisieran muchos. Eso está más allá del dinero y del mezquino poder que tenía en el ambiente. Mujeres, señores —Adoptó la pose más gallarda de su repertorio cuando declaró lo anterior. Carlos G Garibay Editorial Sideral 60 Los oficiales se miraron. — ¿Mujeres? —preguntaron al unísono. — Señores, deberían ustedes de saberlo mejor que nadie. Todos los días se asoman a ver la condición humana —Dijo mientras abría la puerta y les hacía un gesto de despedida. Valencia y Franco se levantaron e iniciaron la retirada. — Es el último fin de todos los hombres — Remató enfático Bobadilla—. Darle mate al Rey es el mero pretexto pa' chingarse a la Dama. Carlos G Garibay Editorial Sideral 61 Enorme complejo de inferioridad Después de un rato de estarlo observando, la Negra juzgó que el Patillas era un Elvis Presley bastante más desangelado que el difunto Maglorio. Se parecía más a Robbie Rotten. El tipo había pedido una cubeta de Indios y le había vaciado toda su morralla a la vieja rockola de El Pirata, cantina ubicada a media cuadra de la Vieja Central Camionera, que garantizaba la satisfacción de todo parroquiano que llegara. Hacía media hora que el Rey del Rock se dejaba escuchar mientras el Patillas, de espaldas a la puerta, charlaba con una mujerona que ingería caribe cooler al tiempo. Carlos G Garibay Editorial Sideral 62 Cerca de la entrada, Ruan y la Negra consumían tequila esperando su oportunidad de abordar al patilludo. En una mesa entre la de ellos y el sujeto se llevaba a cabo un insólito enfrentamiento de ajedrez entre una voluptuosísima chamaca y un jugador chaparrito al que más le hubiera valido acostar su rey y conservar más o menos intacta su dignidad, así como los veinte pesos que le tuvo que dar como propina a la mencionada. El gordo Ruan R. Ledesma, quien era un consumado metalero, no había escuchado tanta música de Elvis Presley antes de ese asunto, pero había aprendido a apreciar las canciones del Rey. Por eso movía rítmicamente sus pies mientras de la rockola emanaban las notas de Return to Sender y chocaba su copa con la Negra. Carlos G Garibay Editorial Sideral 63 — Oye Negrita, estaba pensando… si este güey es el Patillas ¿quién era el del plomazo? ¿el Copetes? — Pinche gordo, tómatelo en serio, carajo. O no habrá más tequila —Para la Negra era cosa de orgullo saber si ella era la última persona en ver con vida a Maglorio. Quería saber, porque la foto en la que salía abrazándolo le había hecho una imposición moral y sentía que desde detrás de sus lentes oscuros, Elvis la miraría a los ojos el resto de sus días. El gordo Ledesma guardó silencio y se puso a mirar el charquito que aguardaba en el fondo de la copa y pensó que, todo sea por una buena amiga, bien valía la pena echarle ganas a su misión de espionaje; de modo que apuró de un trago el resto. Carlos G Garibay Editorial Sideral 64 — Sale, pero sin tequila no trabajo —sentenció al ponerse de pie tras depositar la copa vacía sobre la mesa—. Pídeme otro, voy al water. En ausencia del gordo, la Negra observó los arrumacos pagados que le hacían al Patillas y que éste recibía gustoso mientras se dejaba llevar por Reconsider Baby, un chingoncísimo blues interpretado magistralmente por el Rey y que parecía encajar a la perfección con su estado de ánimo. Había dado cuenta de la mitad de las Indios, tenía el copete desordenado y marcas de labial en la mejilla. Su fugaz acompañante lucía espectacular pero sin exagerar. Al cabo de un par de minutos, la dama lo abrazó y le dio un sonoro beso para después ponerse de pie y retirarse. Galante, hizo a un lado la Carlos G Garibay Editorial Sideral 65 silla para que pasara y se dejó dar un pellizco en la nalga que pretendía ser cariñoso. El gordo Ruan regresó a la mesa. — ¿Qué? ¿Dejaron solito al niño? — Eso parece. — ¿No han traído mi tequila? — Nop — Chale, ¿sabes qué? No tardo, voy al carro por los cigarros. — Sale, no tardes. El Patillas miraba el contenido de su billetera cuando Ruan salía. Parecía evaluar su permanencia en el local. La guardó en su bolsa y se puso de pie. La Negra lo miró hacer y se puso de pie también. Era su oportunidad. Carlos G Garibay Editorial Sideral 66 — ¡Hola! —Le mostró la mejor de sus sonrisas. — ¡Qué tal! —El tipo sonrió de modo amable, pero cuando miró con detenimiento el rostro de la Negra, la sonrisa se borró de su cara. Incluso parecía que se le había bajado el pedo. Es feo cuando se corta una borrachera en la que se ha puesto un honesto empeño— A ti te conozco — dijo por fin. El rostro hiposo y tembloroso el dedo con el que señalaba a la Negra—. Eres la que abordó a Maglorio en el estacionamiento la noche en que lo mataron al güey, pobre. Yo te vi, me acuerdo. — Ah, entonces lo conocías. Carlos G Garibay Editorial Sideral 67 El Patillas guardó silencio. Había cometido un error. Hizo gesto de darse por vencido y se derrumbó en una silla cercana. Tal era su decaimiento. — Sólo lo conocí de vista, supe su nombre hasta que lo leí en el periódico —Hizo una seña al mesero, le pidió unos cigarros y que le acercara los restos de su diezmada cubeta de cervezas—. Pero admito que lo estaba siguiendo. — ¿Por qué lo mataste? —preguntó la Negra a bocajarro, la sutileza no era precisamente lo suyo. — ¡Yo no lo maté! ¿Estás sorda? Sólo lo estaba siguiendo. Yo vi cuando lo mataron. — ¿Lo mataron, quienes? — No sé quién era, pero a quien quería matar era a mí. El muy tarado se equivocó. De un Elvis a otro… total, mucha diferencia no debe de haber. Carlos G Garibay Editorial Sideral 68 Pero desde que publicaron su nombre se dieron cuenta de que sigo vivo —Esto último lo dijo con un estremecimiento que dio paso a un larguísimo trago que dio cuenta de otra cerveza—. Perdón ¿gustas una chela? — No, gracias, no me gustan de esas… Entonces a Maglorio lo mataron por error. ¡Iban por ti! — La Negra comenzaba a acomodar su rompecabezas mientras el otro asentía— ¿Y tú cómo te llamas? — Yo soy Lupe, J. Guadalupe Echiveste, a la orden. — ¿Por qué te quieren matar? ¿Quién te quiere matar? ¡Seguro es el mismo que mató a Maglorio! — Ah pues, el Rey. — ¿El Rey? ¿Elvis Presley? Carlos G Garibay Editorial Sideral 69 — ¡No, chingado! ¡No Elvis Presley…! El Rey… Reynaldo. Otro Elvis que conocí en Las Vegas, hace años. Ese cabrón me trae muchas ganas desde allá. — ¿Pero porqué? —Eran bastantes las preguntas en la mente de la Negra y temía espantar al tipo que tan fácilmente estaba soltando prenda. — ¿Por qué? Bueno, si hay que ponerle nombre al motivo, te diría que por envidia vil. Pinche envidia de nada. Éramos un montón de cabrones vistiéndonos y peinándonos como Elvis y que actuábamos como Elvis. Ese güey se lo tomaba demasiado en serio, quería ser el mejor Elvis. Como en todo pinche club, siempre hay un pendejo que pretende que solamente sus chicharrones truenen, que todos los demás tarados le hagan caso sólo a él, que todas las chicas se Carlos G Garibay Editorial Sideral 70 fueran con él y, vaya, tener su mísera cuota de poder. Se encabronó porque yo nunca le hice caso, me valía madres. Yo hacía mis pasos de baile, buscaba mis chambas, no me metía con él. Es más, él tenía el mejor trabajo en el mejor hotel, a diario se tiraba a una chava distinta. Su ego es enorme y como sucede con gente así, su complejo de inferioridad también es enorme. Aún a los que tienen todo, la envidia los quema. No perdonan nada. — ¿Y qué es lo que no te perdona a ti? — A mí de por sí no me quería. Pero la cosa se fue al carajo el día en que una mujer me invitó a salir. Yo le gustaba y ella me atraía, por supuesto. Y fuimos al hotel donde el Reynaldo se presentaba, fue idea de ella. Nos vio desde el escenario, nos señaló varias veces y hacía gestos Carlos G Garibay Editorial Sideral 71 con los dedos como si fueran una pistola. La chava, carajo, no recuerdo su nombre, pero me dijo que antes había estado con él. Yo le gustaba y me usó nomás para picarle el orgullo al Rey. Culera. Lo último que supe de ella es que apareció en su cuarto al mes siguiente con la panza llena de pastillas para dormir… mis nalgas, ese güey fue; porque después fue a verme actuar el muy ojete, al show donde yo trabajaba, y desde su mesa se dedicó a señalarme “disparando” durante toda la función. A la chingada, al día siguiente estaba yo volando de regreso para acá. Culito que es uno. — ¿Y te siguió hasta acá? — No lo creo, eso fue hace cinco años más o menos. Creo que él regresó hace poco, no lo sé. — ¿Cinco años y sigue ardido? ¿No es mucho? Carlos G Garibay Editorial Sideral 72 — Ay hijita, conocí una vez a un tipo, junior de pudiente familia tapatía que estaba dispuesto a esperar 4 años para que una niña que no quiso jalar con él cumpliera los dieciocho y meterla a la cárcel con cualquier pretexto… en fin. Una noche me encontré a Reynaldo en una plaza. Nos quedamos viendo, por un momento creí que era otro Elvis, después de años de no ver uno. No es común que dos imitadores de Elvis se encuentren en este pinche ranchote. Me sonrió y me volvió a “disparar”. A los tres días amaneció muerto mi perro. Desde entonces, hace un mes que me la paso rodando pa’ que no me encuentre. Hasta hace dos semanas que conocí a Maglorio, en paz descanse… —alzó su botella al decir esto último. — Habías dicho que no lo conocías —interrumpió la Negra. Carlos G Garibay Editorial Sideral 73 — No tuve chance, sólo de vista. Me lo encontré en la calle. Obviamente me descontroló, encontrarme a otro Elvis en tan poco tiempo y con el primero de ellos tras de mí para meterme un tiro. A éste lo ubiqué y comencé a seguirlo a veces. No sé, cosas de animal gregario desterrado. Hacía años que no me juntaba con mis viejos compañeros, pero no me animaba a abordarlo por temor al Rey. Me imagino que el pendejo del matón lo confundió conmigo. — A mí tampoco me conoces —dijo tras un instante que Lupe Patillas usó en seguir bebiendo—, y me has dicho todo esto. — Ya te lo dije, no tengo a nadie. Desde que me comenzaron a perseguir me di cuenta de que no quería ir con nadie, ni con los amigos del club de coches. Yo vi cómo te le acercaste a Maglorio y le Carlos G Garibay Editorial Sideral 74 pediste una foto y se ve que indagaste para dar conmigo. No tenía a nadie más para contar esto y creo que tú mereces saber. — ¿Y la policía? — Ni madres, eso no —Dio un último trago a su cerveza—. Me voy, estoy cansado y debo buscar donde dormir… — ¿Cómo te veré de nuevo? — Oh, encontrarás el modo otra vez —Lupe Patillas se levantó e inició su marcha hacia la puerta mientras la Negra lo miraba partir. El tipo le había contado su historia y ella ni siquiera le había dicho su nombre. Carlos G Garibay Editorial Sideral 75 Afuera del lugar,… …el gordo Ruan R. Ledesma había pasado veinte minutos buscando sus cigarros en la guantera y monedas de cinco pesos para ponerle a la rockola. Por muy aficionado a Elvis Presley que se estuviera volviendo, había tenido suficiente de sus rolas por esa noche. Si la Negra quería seguir acechando al patilludo tendría que ser con otra música. Inició el regreso. Se disponía a cruzar la avenida cuando vio que el Elvis abandonaba la cantina. Se dirigió a él. Lo que ocurrió fue demasiado rápido para un gordo como él. Una motocicleta que habría estado al final de la cuadra de pronto aceleró y se Carlos G Garibay Editorial Sideral 76 fue sobre el Patillas. El ruido de los disparos y el olor a pólvora inundaron el ambiente. La gente de seguridad de los antros aledaños se cubría y si hubiera tenido dónde, Ledesma estaría escondido también. La moto pasó junto a él. De forma impulsiva le dio un empellón, seguro de sus 123 kilos. El tipo rodó cuando dio en el suelo. Después de unos instantes, el matón intentaba levantarse al tiempo que buscaba su arma cuando dos sacaborrachos del Pirata comenzaron a patearlo en el piso. Fue lo último que supo antes de perder el sentido. La Negra asomó la cabeza por la puerta, preocupada por Ledesma. Lo vio cuando se levantaba golpeado y raspado del pavimento. Carlos G Garibay Editorial Sideral 77 Quien ya no se levantó fue el Patillas, al que la vida se le iba por los tres agujeros que le hicieron con plomo. Carlos G Garibay Editorial Sideral 78 El verdadero padre de la clonación El oficial Elías Franco le daba los toques finales a su reporte preliminar del caso de los Elvis Presley asesinados. Estaba feliz de redactar un reporte de un caso tan particular. Tenía habilidad para la redacción. Hablaría de cómo las investigaciones que hicieron él y el comandante Valencia los habían puesto sobre la pista del autor material del crimen de Maglorio Bermúdez, un delincuente al que conocían como El Feo y que habían capturado después de cercarlo con la barrera de inteligencia que confeccionaron sobre él sin poder evitar, lamentablemente, que antes de su captura ultimara a Carlos G Garibay Editorial Sideral 79 otro imitador de Elvis Presley cuando salía de un bar. Omitió, desde luego, que la captura del Feo se había dado a raíz de una denuncia ciudadana hecha por los trabajadores del bar que lo molieron a patadas después de que un pinche gordo lo tumbó de la moto. Silenció también el hecho de que si él y su comandante se apersonaron ipso facto en el lugar del homicidio fue porque les dijeron que el occiso era otro cabrón vestido como Elvis Presley; cosa que les interesaba del primer asesinato. Tampoco incluyó en su informe la manera en que hicieron que el Feo identificara al autor intelectual de los homicidios, otro imitador de Elvis, llamado Reynaldo H. Bobadilla, con el que habían estado Carlos G Garibay Editorial Sideral 80 charlando un par de días antes él y su comandante Valencia. Ese detalle era también producto de sus pesquisas. El Feo resultaría muy útil para achacarle alguno que otro caso de los que tenían pendientes. Pensaba en cómo la policía mexicana le llevaba años de ventaja a la ciencia en materia de clonación. — Pendejos —dijo sonriendo refiriéndose al gremio científico mientras guardaba el archivo. — Eh, Franco. Nos vamos. Aún hay que ir por Bobadilla —dijo el comandante Valencia al meter su pistola en su funda sobaquera mientras salía de la oficina seguido por el oficial Franco. Carlos G Garibay Editorial Sideral 81 Ambos necios ignoraban que el verdadero padre de la clonación es, evidentemente, Elvis Presley. Carlos G Garibay Editorial Sideral 82 Jailhouse Rock como música de fondo A nadie que haya pasado una noche como la que pasó la Negra puede culpársele por levantarse de la cama a las doce del día con un descomunal dolor de cabeza. Tampoco se le podría culpar por disponer de cuarenta y cinco minutos bajo el chorro del agua fría para ver si así volaban las nubes que tenía metidas en la mente. Pensó que por más que quisiera olvidar el breve trato que tuvo con Elvis Maglorio y con Elvis Lupe Patillas antes de que los mataran, lo más que conseguiría sería apartar sus imágenes sangrantes en algún lugar de su memoria. Sabía que el día menos pensado regresarían a perturbarla con Jailhouse Rock como música de fondo. Carlos G Garibay Editorial Sideral 83 Tendría que aprender a vivir con eso. Y la mejor manera que se le ocurría era echarse un clavado en la discografía del Rey del Rock. Esperaría un par de días a que el pobre gordo Ruan R. Ledesma reposara del chingadazo que se puso contra el pavimento después de golpear la moto del cabrón que mató al Patillas y se lo llevaría a la boutique del Beno Albarrán a sacudirse un poco de sus veleidades metaleras comprándole un póster de Elvis Aaron Presley. Si no fuera por sus pronunciadas entradas, hasta lo convencería de dejarse un copetazo, aunque a cambio, ella tuviera que ponerse a escuchar El Despeñadero. En vía de mientras, se levantaría, saldría y caminaría unas cuadras para comprar el pasquín que tanto le Carlos G Garibay Editorial Sideral 84 gusta al Gordo y recortaría la foto de Lupe Patillas que seguramente estaría en primera plana y, junto con la de Maglorio, las mandaría enmarcar. Se pondría a leer el astroso reportaje en la pequeña terraza del Qué Pues! acompañada de unas Negras Modelo y le pediría al buen Gustavo Castro que la complaciera con los mejores videos del Rey. No lo admitiría, pero se había aficionado a la nota roja. Carlos G Garibay Editorial Sideral 85 La mejor caracterización Reynaldo H. Bobadilla se había puesto su mejor traje y pasó varias horas frente al espejo caracterizándose. Cargó todos sus mp3 en el estéreo y los dejó que sonaran. Cantaba todas las canciones de memoria, sin cometer un solo error. Sólo se interrumpía para dar un trago a la copa de coñac que había estado rellenando todo el día. No estaba dispuesto a permitir que nada alterase su actitud de divo. Ni siquiera cuando el ulular de las patrullas que se acercaban se hizo más intenso perdió el estilo cultivado a lo largo de todas esas décadas. Cuando comenzaron a aporrear la puerta llamándolo, llevó el cañón de la pistola a su boca y jaló del gatillo. Carlos G Garibay Editorial Sideral 86 FIN Carlos G Garibay Editorial Sideral 87 La Negra perdió unos instantes mirando al personaje que terminaba de pagar su mercancía y cuando éste se puso la chamarra de piel y sus lentes oscuros no hubo duda: Elvis Presley en persona en el supermercado. En un encuentro mágico como la vida misma, Atsiri Moreno, la Negra adoradora del Tequila, adicta a vivir, a la Fotografía y conocedora de la música del cantante más importante del Rock de todos los tiempos, toma la que fuera la última instantánea del Rey de petatiux. Acompañada por su cuate el Gordo Ledesma, descubre que su Elvis fue el primero de varios que encontraría en Guadalajara, una ciudad que nada tiene que ver con todos aquellos que tienen como modus vivendi imitar al Rey, y que tenían algo más en común —o fuera de lo común—, morían asesinados. Con una prosa auténtica, joven, sencilla, Carlos G. Garibay induce al lector a un mundo ya no tan extraño, el submundo del crimen no organizado. En los renglones de ésta su primer novela, sin ningún espaviento, toca de paso una descarnada realidad de nuestra policía: Achacar al criminal otros crímenes no cometidos por él, que por ineficiencia o por la clásica corrupción no han sido ni serán aclarados. - Horacio A. Moreno M. Carlos García Garibay (Guadalajara 1973) Ejecutor de proyectos informáticos para el Gobierno del Estado de Jalisco y para la iniciativa privada. Profesor universitario de Literatura, Informática y Matemáticas. Ha sido editor y reportero deportivo de la revista de lucha libre DSD la Tercera. Escritor de novela negra, es autor de los libros Elvis es un buen tipo y Nina cerró los ojos. Bloguero, podcaster y webmaster. Colaborador para El Occidental, Canal 58 y RadioVolks en el proyecto independiente Rock a Través del Reloj. Produjo en RadioVolks el programa de heavy metal MetalVolks, y actualmente produce y conduce el programa bohemio Noches de Arrabal. Fue conductor y productor del programa de entrevista radiofónica Radio Sin Documentos, este último en Ciudad 1480 de Radiorama de Occidente. En la actualidad forma parte del staff de Music In Loud Frequency en donde produce, entre otras cosas, la barra en español La Culebra. También es un iluso aspirante a bohemio profesional. La novela negra es el género literario que retrata de manera fehaciente la condición humana. La sociedad actual vive regida por enjuagues y maniobras que el ciudadano de a pie muchas veces ni siquiera imagina. Bajo mundo es un concepto que se ha quedado corto a la hora de tratar de presentar el mundo del crimen como un ente maligno, enemigo —¿único?— de la sociedad. Quizás por eso la novela negra sea la forma más sorprendente, apasionante y también divertida — ¿por qué no?— de retratar este mundo actual en el que la nota roja dejó hace rato de ser tan solo un suplemento más de los periódicos. — Carlos G Garibay