Pinceladas de la Historia II

Transcripción

Pinceladas de la Historia II
, 2012
Pinceladas
de la
Historia II
Historias para quienes no les
gusta la Historia
Roberto Gómez-Portugal M.
Pinceladas
de la
Historia II
Historias para quienes no les
gusta la Historia
Roberto Gómez-Portugal M.
Ninguna parte de esta obra puede ser
reproducida, almacenada o transmitida de
manera alguna ni por ningún medio sin el previo
y expreso permiso del autor, quien es propietario
de los derechos conforme a la ley.
© 2014. Roberto Gómez-Portugal M.
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reservados para México y el mundo.
Pinceladas de la Historia II
Índice
Página
Introducción
i
Charles & Lucy
1
Un amor trágico
10
¡Ya no importa el dinero…!
17
El robo de Hawaii
28
En la cervecería
38
La Carambada
46
El muerto no estaba en casa
53
Por una manzana
61
Cinco de mayo
68
El cañón de Gonzales
78
¡Porque yo lo valgo...!
86
Los bandeirantes
94
¿Usted y quién más?
103
a
Roberto Gómez-Portugal M.
b
Pinceladas de la Historia II
Página
El muro
113
La expropiación de la banca
125
El rey que perdió un zapato
136
México rojo
148
Venganza rusa
157
Veintitrés puñaladas
165
El coronel desobediente
178
Unser Kini
190
El final
204
c
Roberto Gómez-Portugal M.
d
Pinceladas de la Historia II
Introducción
Escribí el primer tomo de Pinceladas de la historia hace varios años,
pero no lo pude ver como libro hasta que Aurora Gómez Velarde me hizo
el favor de formatearlo, acomodando cuadros y fotografías de manera
atractiva a la vista. Aún así, no pude encontrar una editorial que quisiera
correr el riesgo comercial de publicar el primer libro de un autor
desconocido de modo que, para verlo impreso tuve que financiar yo
mismo una pequeñísima edición que terminó en manos de amigos y
familiares. El contar con un conjunto de lectores inclinados a la
parcialidad hizo que Pinceladas I fuera juzgado con generosidad a pesar
de sus fallas y la retroalimentación que recibí, amable y cordial, en lugar
de hacerme desistir de mis esfuerzos como “cuentacuentos”, me hizo
reincidir.
Sigo convencido de que la Historia, lejos de ser un aburrido conjunto
de datos, nombres y fechas, puede ser un fascinante recuento de
hechos, unos trágicos, otros inesperados y extraños, otros incluso
divertidos, pero siempre, siempre interesantes. Y que si los vemos como
las acciones de personas de carne y hueso como nosotros mismos,
seres vivos sujetos a emociones y miedos, víctimas de la ambición, de la
lujuria y del engreimiento, capaces de equivocarse y tener que pagar
caros sus errores -a veces con la vida misma- o bien de alcanzar la
cumbre con osadía, llevados por pura suerte y buena fortuna, no tienen
por qué parecer acciones ajenas o lejanas, sino actos de los que
podríamos sentirnos testigos y quizás, llevados por la imaginación,
protagonistas.
En este segundo tomo de Pinceladas he querido corregir algunos de
los errores más evidentes del primero, en donde varios pasajes, al
releerlos, me parecieron excesivamente cortos y me dejaron un
sentimiento de algo incompleto. Es verdad que la Historia es un proceso
continuo y poner un principio y un final a un episodio a menudo lo
encontré difícil, pues la vida siempre sigue y el relato podría también
continuar, pero he buscado contar un suceso completo y detenerme en
un punto lógico.
i
Roberto Gómez-Portugal M.
Al igual que en el primer tomo, mi intención es que puedas abrir el
libro en cualquier página y leerlo en cualquier orden, o desorden. Las
historias saltan en la geografía y en el tiempo sin ninguna limitación. Sin
embargo, el rigor que me he impuesto es relatar Historia, no fantasías,
ni cuentos, ni leyendas, por lo que he hecho mi mejor esfuerzo,
documentándome en fuentes reconocidas y veraces. Claro que eso no
garantiza nada, ya que no es raro encontrar opiniones divergentes sobre
un mismo suceso, especialmente cuando los hechos han sido
oscurecidos por el tiempo; cada quien tiene su versión de la verdad.
Finalmente, creyendo, tal vez optimista o ingenuamente, que voy a
lograr despertar tu interés con mi relato, al final de cada tema he añadido
“Para saber más”, señalando allí los libros o fuentes en donde encontré
lo que te cuento y donde, si quieres, podrás ampliar tu conocimiento del
asunto.
Gracias por leerme. Ojalá encuentres que no he desperdiciado tu
tiempo.
Roberto Gómez-Portugal
México, DF
2014.
ii
Pinceladas de la Historia II
Charles & Lucy
Charles Stuart -su nombre se ha traducido al español como Carlos
Estuardo- era apenas un muchacho de alrededor de veinte años
cuando su padre, el rey de Inglaterra fue no sólo destronado sino
juzgado por los revolucionarios, condenado a muerte y decapitado.
Carlos y toda su familia tuvieron que salir huyendo de su nativa
Inglaterra y refugiarse donde pudieran.
Su madre, la reina Henriqueta Maria, era hermana del rey Luis XIII
de Francia que acababa de morir, o sea que la pobre reina era tía del
nuevo rey niño de Francia, Luis XIV, quien obviamente le dio acogida
a su atribulada tía y a la más pequeña de sus hijas llamada también
Henriqueta, una chiquilla más o menos de la edad del rey niño de
Francia y de su hermano Felipe. La otra hermana de Carlos, María, se
había casado años antes con el príncipe Guillermo de OrangeNassau, hijo y heredero del estatúder –o sea, el gobernante- de las
Provincias Unidas de Holanda, de modo que el joven Carlos pudo
refugiarse allí y encontrar una cálida acogida.
Pero por mucho que hubiera cercanos vínculos de familia, los
problemas de religión creaban dificultades e imponían diferencias a
veces incompatibles e imposibles de conciliar. En efecto, Inglaterra
profesaba la religión anglicana desde que Enrique VIII había roto con
el papa y había inventado su propia Iglesia de Inglaterra de la que era
cabeza el mismo rey. Sin embargo, los Stuart venían de Escocia
donde la religión católica era aún dominante y en la misma Inglaterra y
a pesar del tiempo transcurrido, las dos religiones, protestante y
católica, coexistían con dificultad. Para hacer más difíciles las cosas,
Francia era un bastión del catolicismo y la ahora viuda y destronada
Henriqueta Maria era apasionada católica, a pesar de haber estado
casada con el rey inglés, monarca de un país de la religión
protestante. Y quienes les habían destronado, Cromwell y sus
partidarios, no sólo eran protestantes anticatólicos sino puritanos
extremistas. Las disputas entre católicos y protestantes tenían a toda
Europa dividida y formando frágiles alianzas, basadas a veces en
convicciones y a veces en inestables conveniencias.
1
Roberto Gómez-Portugal M.
A Carlos la religión no parecía importarle mucho. Más le
preocupaba hacer todo lo posible por recuperar el trono que le habían
arrebatado a su padre y aunque sus partidarios reconocían a Carlos
como rey legítimo aunque estuviera en el exilio, eso de no tener casa
ni dinero le obligaba
a pasar temporadas
¿Qué era el Estatúder de Holanda?
en las diferentes
Estatúder, en holandés, stadhouder, significa
cortes en donde era
literalmente 'lugarteniente' y era un cargo político
acogido, pidiendo no
de las antiguas provincias del norte de los Países
sólo albergue, sino
Bajos, que conllevaba funciones ejecutivas y de
gobierno. Cuando se unificaron todas las provincias
dinero, soldados y
(Unión de Utrecht) el puesto se convirtió en el
todo tipo de apoyo
cargo supremo: el de Estatúder y Capitán General
militar,
económico,
de las Provincias Unidas de los Países Bajos, que
diplomático o lo que
sólo rendía cuentas ante los Estados Generales.
siempre
fuera,
Su función era dirigir la política y las actividades
militares de las provincias neerlandesas. A partir de
intentando recuperar
1747, el cargo se convirtió en hereditario.
su reino.
Pero a pesar de tantas presiones y dificultades, el carácter de
Carlos no se amargaba. Todo lo contrario. Carlos era un muchacho
alegre y despreocupado. Sin ser guapo, tenia un porte elegante y su
gran estatura y su largo cabello, oscuro y rizado, lo hacían parecer
muy atractivo. Lo de ser pobre no ayudaba, pero ser rey, aunque fuera
sólo nominalmente, en algo compensaba y Carlos tuvo siempre
mucho éxito con las damas. La primera de sus amores fue Lucy
Walter -aunque hay quien afirma que su apellido era Waters. Sea
como fuere, Lucy era una hermosa morena cuya familia, de la
pequeña nobleza de Gales y partidarios del rey, vio como las tropas
revolucionarias quemaban la mansión familiar del castillo de Roch y
ponían a todos a huir y a luchar por sus vidas como pudieran. Lucy se
hizo amante de un joven militar cromweliano pero pronto lo dejó pues
se “ligó” a un caballero realista de apellido Sydney y luego al hermano
de éste, el coronel Robert Sydney. Fue Robert quien llevó a Lucy a La
Haya, en Holanda, donde el joven príncipe-en-el-exilio había creado
una pequeña corte donde se refugiaban él y sus partidarios. Lucy se
las ingenió para tropezarse con el alegre Carlos y la belleza de Lucy y
las hormonas de ambos hicieron que el tropiezo terminara en la cama
y se convirtiera en una relación estable. Carlos, en un tono bromista,
2
Pinceladas de la Historia II
le dijo al coronel Sydney que, como buen militar que éste era, debía
saber cuando retirarse. Sydney, prudente y divertido, así lo hizo.
Al
poco
tiempo,
los
amorosos retozos de Carlos y
Lucy dieron por resultado un
hermoso niño, a quien el
exiliado
príncipe
gustoso
reconoció. Le pusieron por
nombre James y en familia de
decían cariñosamente Jemmy.
Pero Carlos seguía sin poder
recuperar su trono y aunque
en 1649 sus partidarios en
Jersey lo proclamaron rey
como Carlos II, la realidad es
que sólo había pasado de ser
príncipe-en-el-exilio a rey-enel-exilio, y seguía tan pobre y
tan carente de elementos para
alcanzar su trono como antes.
Seguía teniendo que ir por
Esta retrato, supuestamente de Lucy
Europa de corte en corte,
Walter, sigue siendo propiedad de los
buscando
aliados
y
descendientes del duque de Buccleuch,
es decir, de “Jemmy”.
seguidores.
Entretanto,
la
cama de Lucy se enfriaba y
había que mantener llena la alacena, por lo que al poco tiempo Lucy
se hizo amante de sir Henry Bennet, un apuesto caballero inglés al
servicio del duque de York, es decir de James, el hermano menor de
Carlos, que, naturalmente, también andaba huyendo y
arreglándoselas como podía. Los amores de Lucy con Henry Bennet
dieron, a su debido tiempo, como fruto una hermosa niña a quien le
pusieron Mary y que comenzó a crecer como hermanita de Jemmy.
De hecho, en aquel grupo de exiliados ingleses todo mundo sabía que
Lucy era la mujer de Carlos y muchos suponían que Mary era también
hija del exiliado rey. Incluso corrió el rumor de que Carlos y Lucy se
habían casado en secreto, pero como andarse exhibiendo como la
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Roberto Gómez-Portugal M.
señora Stuart no era buena idea y podía ser incluso peligroso, Lucy
decidió hacerse llamar mistress Barlow.
Eso de que sus amantes formaran parte de un grupo de ingleses
en el exilio, que andaban siempre a salto de mata, pobres y
“arrimados” comenzaba a cansar a Lucy, Ella tomó la decisión de
regresar a Londres, a ver si allí la fortuna le sonreía un poco más.
¡Tremendo error! Como su relación con Carlos era bien conocida, los
cromwelianos inmediatamente la apresaron y la encerraron en la
Torre, con todo y sus hijitos y su fiel sirvienta Ann. Como entre sus
posesiones encontraron un escrito de Carlos en donde le prometía
pagarle una pensión de 400 libras anuales, la tacharon de espía en
beneficio del exiliado rey y hubo un escándalo mayúsculo. A Lucy la
prisión le sentó muy mal, acostumbradas como estaban sus carnes a
mejores tratos y su salud se desmejoró mucho, a pesar de los
amorosos y dedicados cuidados que le prodigaba Ann. Para su
fortuna, los cromwelianos se dieron cuenta de que Lucy no era
ninguna espía y de que no representaba ninguna amenaza para el
régimen republicano y decidieron
deportarla de regreso a Holanda, no sin
antes exhibirla como la despechada
amante y ejemplo de la decadencia
moral que representaba Carlos y el
régimen monárquico que aún muchos
apoyaban.
Retrato de Carlos II pintado por
Philippe de Champaigne en
1653, es decir, cuando estaba
aún en el exilio.
4
De Holanda Lucy se mudó pronto a
París y allí trató de abrirse camino,
explotando los únicos recursos que
tenía: su belleza, su simpatía y su
cuerpo. Pero su salud se siguió
deteriorando rápidamente y falleció,
dejando a la pobre Ann con los dos
hermosos chiquillos, Jemmy y Mary.
Ann, que era una chica rústica y falta
de recursos pero no de talento, se las
ingenió para informarse dónde estaba
Carlos y lo localizó en Bruselas. Hasta
Pinceladas de la Historia II
allí fue Ann a llevarle a los niños junto con la noticia de la muerte de
Lucy. Carlos lamentó sinceramente el fallecimiento de su amante, a
quien le tenía un afecto singular, aunque naturalmente ya la había ido
sustituyendo no con una sino con una serie de complacientes mujeres
con quienes compartir sus tristezas y ocasionales alegrías.
Por mucho que un rey en el exilio no pudiera dar recompensas muy
generosas, Ann se postró a los pies de Carlos, agradecida, y recibió
gustosa la bolsa que le tendió, mientras ella bañaba de lágrimas y de
besos la mano del rey. Carlos, que nunca supo muy bien para qué
servían las lágrimas de las mujeres, la despachó y no se volvió a
saber de la fiel sirvienta. Carlos llamó entonces a uno de sus
partidarios, el viejo Lord Crofts, hacia quien sentía un afectuoso
respeto y le dijo, con la alegre simpatía que era parte de su
personalidad.
-Milord, me alegra comunicaros que hoy habéis adquirido un hijo.
Os ruego y os ordeno que acojáis a vuestro cuidado a mi hijo James y
lo hagáis parte de vuestra casa.
Lord Crofts inclinó, obediente, la cabeza, consciente del honor que
eso significaba.
-Os lo agradezco con toda el alma –dijo Carlos. Se que mi hijo no
podría estar en mejor cuidado. Y creo también que será mejor que de
ahora en adelante se le conozca como James Crofts.
Y así fue como el pequeño Jemmy fue encomendado a Lord Crofts
para hacer de él un caballero de calidad.
Restaba, sin embargo, qué hacer con Mary. Carlos sentía simpatía
por la chiquilla pero, a final de cuentas, no era su hija. Mandó
entonces llamar a Sir Henry Bennet y cuando lo tuvo enfrente le dijo,
-Henry, ¿que pensáis hacer con vuestra pequeña bastarda?
Henry sólo supo esbozar un gesto de duda por toda respuesta.
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Roberto Gómez-Portugal M.
-Acabo de encomendar a mi hijo James al cuidado de un noble
caballero que velará por su educación y su futuro. Deberíais
preocuparos también un poco por vuestra hija.
-Majestad, atinó por fin a responder sir Henry. El pequeño es el
bastardo de un rey, en tanto que mi hija es sólo bastarda de un pobre
caballero. ¡Pobre Mary! Y pensar que todos la tomaban por hermanita
de Jemmy. Ambos han gozado siempre del amor de su madre y del
orgullo de sentirse hijos de un rey. ¡Cómo sufrirá cuando la separen
del chiquillo con quien ha compartido sus juegos!
-¿Estáis acaso insinuando que debo encargarme del cuidado de
vuestra hija?
-Señor, ¿qué más da una pequeña niña…?
-¡Que insolencia, sir Henry! ¡Qué descaro! No sólo me habéis
robado la mujer y le habéis hecho una hija, sino que ahora pretendéis
que yo me haga cargo de ella! ¡Qué falta de vergüenza!
-Majestad, respondió sir Henry, agachando la cabeza pero
levantando temeroso la mirada. -No es falta de vergüenza, señor, ¡es
falta de dinero!
Carlos no pudo seguir manteniendo el gesto de seriedad y enojo
que había querido imprimirle a la conversación. La cara compungida
de Henry casi le hizo soltar una sonrisa. Pero se controló y dijo,
tratando de sonar formal y severo:
-Marchaos pronto de aquí, Henry. ¡Fuera de mi presencia, antes de
que me arrepienta y castigue vuestra insolencia!
Pero fue Carlos quien abandonó el salón antes de que se le
escapara una risotada. ¡Que más daba una niña! La pobre de Lucy
podía descansar en paz, sabiendo que sus chiquillos, los dos, estarían
bien atendidos en la mansión de Lord Crofts.
Habían pasado ya dos años desde la muerte de Oliver Cromwell,
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Pinceladas de la Historia II
quien había gobernado Inglaterra durante casi una década como Lord
Protector y como auténtico rey, imponiendo un opresivo regimen
puritano en donde todo estaba prohibido. La tradicional alegría de
Londres, los bailes y las celebraciones callejeras habían desaparecido
y hasta los festejos de Navidad habían sido declarados prohibidos y
sustituidos por aburridas ceremonias de perdón y de expiación. Los
ingleses se estaban cansando. A Cromwell le sucedió su hijo, Richard
Cromwell, y aunque heredó de su padre el título de Lord Protector, no
recibió de éste ni el carisma ni el don de mando que poseía Oliver, y
que le hacia arrastrar multitudes y ejércitos, a pesar de su ideas
radicales. Cromwell hijo abdicó en 1659 y el concepto de Protectorado
quedó abolido, sobreviniendo un período de inestabilidad política y
civil. Fue entonces cuando el gobernador de Escocia, George Monk,
un experimentado militar que había servido bien a Cromwell pero que
se había hartado del mal gobierno de los parlamentarios, decidió que
“un rey sería tal vez mejor que un protector” y que él, Monk, estaría
dispuesto a apoyar a “ese príncipe moreno” a recuperar el trono de su
padre.
Se disolvió el Parlamento y la
nueva asamblea estaba ya
dominada por la facción realista.
Mediante la Declaración de
Breda, Carlos aceptaba perdonar
a muchos de los que habían
destronado a su padre y, en
consecuencia el parlamento lo
investía como legítimo soberano.
Carlos partió hacia Inglaterra,
desembarcó en Dover y llegó a
Londres el 29 de mayo de 1660,
justo el día de su cumpleaños
Catalina de Braganza, reina de
número treinta. A pesar de la
Inglaterra.
aministía que había decretado
para los seguidores de Cromwell, Carlos no perdonó a los jueces y
autoridades que directamente habían participado en la ejecución de
su padre. A algunos los hizo ejecutar y a otros los apresó con cadena
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Roberto Gómez-Portugal M.
perpetua. En cuanto a Oliver Cromwell y a sus cercanísimos
colaboradores Henry Ireton, su yerno y John Bradshaw, juez principal
en el proceso contra el rey Carlos I, que ya habían fallecido, los hizo
exhumar y ejecutar de manera póstuma.
Quizá concientizado por todas las vicisitudes que tuvo que sufrir a
lo largo de los diez años que duró su exilio y su peregrinar hasta
recuperar el trono, Carlos fue un monarca muy consciente de la
realidad, de sus limitaciones y, en consecuencia, siempre dispuesto a
negociar y a encontrar soluciones por la via del acuerdo, todo lo
contrario a como había actuado su padre.
Se casó, por razones
de conveniencia política,
El nombre de James se repite frecuentemente
con
Catalina
de
entre los miembros de la familia Stuart. Acepto
Braganza, una princesa
que los historiadores hayan traducido el
portuguesa, católica y
apellido a Estuardo en español, pero nunca he
muy poco agraciada, que
entendido por qué escogieron traducir el
nunca pudo darle un
nombre de James como Jacobo. Creo que lo
correcto sería llamarlo Jaime, pues en inglés el
heredero vivo, pues todos
nombre que llevaban era James y no Jacob.
su embarazos terminaron
Pero, en fín, así han pasado a la historia y en
en abortos. Carlos insitió
las listas de reyes ingleses los James
en que la reina fuera
aparecen como Jacobos, y no como Jaimes.
tratada con el debido
respeto y rehusó divorciarse de ella, cosa que hubiera podido hacer
para buscar un heredero legítimo. No obstante, eso no le privó de
buscar la alegría en sus múltiples amantes, que le dieron una infinidad
de hijos e hijas. A final de cuentas, reconoció públicamente a 14 de
sus hijos bastardos a quienes dotó de señoríos, ducados y condados.
A su muerte, ocurrida inesperadamente en 1685, le sucedió su
hermano James, quien gobernó como Jacobo II.
¿Jaime o Jacobo?
Para saber más:
 The Wandering Prince -Jean Plaidy
 A Health unto his Majesty -Jean Plaidy
 Here Lies our Sovereign Lord -Jean Plaidy
 Restoration: Charles II -Tim Harris
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Pinceladas de la Historia II
Sus amantes y sus hijos e hijas.
Margaret de Carteret
- James Carteret –sacerdote jesuita. Algunos historiadores
atribuyen a Carlos la paternidad de este individuo, en tanto
que otros rechazan los documentos como apócrifos.
Lucy Walter o Waters
- James Crofts, duque de Monmouth (Inglaterra) y duque de
Buccleuch (Escocia)
- Mary Crofts –no reconocida por el rey, pues su paternidad se
atribuye a Henry Bennet
Elizabeth Killigrew, vizcondesa de Shannon
- Charlotte Jemima Henrietta Maria Fitz Roy, casada primero
con James Howard y después con William Paston, conde de
Yarmouth.
Catherine Pegge, Lady Greene
- Charles FitzCharles, conocido como "Don Carlo", conde de
Plymouth
- Catherine FitzCharles, murió joven o profesó como monja en
Dunkirk.
Barbara Villiers, esposa de Roger Palmer, conde de
Castlemaine. Ella fue nombrada Duquesa de Cleveland.
- Anne Palmer Fitzroy, casada con Thomas Lennard.
- Charles Palmer Fitzroy, duque de Southampton, y después
duque de Cleveland
- Henry Fitzroy, duque de Euston y duque de Grafton(1675),
ascendiente directo de Diana, la Princesa de Gales.
- Charlotte Fitzroy, casada con Edward Lee, conde de Lichfield
- George Fitzroy, duque de Northumberland
- Barbara (Benedicta) Fitzroy, probablemente hija de John
Churchill, duque de Marlborough, que fue otro de los muchos
amantes de la duquesa de Cleveland. Carlos II nunca
reconoció a Barbara como su hija.
Eleonor “Nell” Gwyn”
- Charles Beauclerk, duque de St Albans(1670–1726),
- James, Lord Beauclerk
Louise Renée de Penancoët de Kérouaille, duquesa de
Porthsmouth
- Charles Lennox, duque de Richmond (Inglaterra) y duque de
Lennox (Escocia). Ascendiente directo de Diana, princesa de
Gales, Camilla, duquesa de Cornwall y Sarah, duquesa de
York
Mary 'Moll' Davis, célebre actriz y cantante
-
Lady Mary Tudor, casada con Edward Radclyffe, conde de
Derwentwater, después con Henry Graham y más tarde con
James Rooke.
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Roberto Gómez-Portugal M.
Un amor trágico
En la convulsa península ibérica del siglo XIV, donde se
entremezclaban las alianzas y los parentescos entre leoneses,
castellanos, portugueses, príncipes, caballeros y reyes, nació, en una
localidad de Galicia, la bellísima Inés de Castro. Inés fue fruto de los
amores ilícitos de don Pedro Fernández de Castro, un gran héroe y
guerrero que pertenecía a una de las familias más antiguas e ilustres
de Galicia, y de Aldonza Lorenzo de Valladares. Aunque bastarda, la
importancia de su padre y sus medios-hermanos la investía de
estatura y de calidad. Pasada su niñez, la mandaron a vivir con su tío,
el infante don Juan Manuel, duque de Peñafiel, y al lado de su prima,
la pequeña Constanza, a quien Inés le llevaba un par de añitos.
El tiempo pasaba y la joven
Inés iba creciendo en estatura y
en belleza. Ella tenía unos
dieciséis y su tío tal vez cuarenta
y cinco, de modo que de la
familiaridad a la lujuria y a la
pasión hubo pocos pasos e Inés
tuvo amoríos con su tío el infante.
En esa pequeña corte regional,
como en todas, se tejían alianzas
y acuerdos. A la primita de Inés,
Constanza, la prometen sus
padres con el rey castellano
Inés de Castro
Alfonso XI, pero el matrimonio no
se consuma y a la doncella la regresan a su casa, sana y salva, pero
con cierto oprobio para su padres, que buscarían pronto otra nueva
alianza.
Similarmente, al hijo del rey de Portugal, el infante don Pedro,
también se le había malogrado el intento de matrimonio. La hijita del
rey de Aragón con quien le habían arreglado casarse resultó una
chiquilla enclenque y enfermiza que tuvo que regresarse a casa de
sus padres.
10
Pinceladas de la Historia II
Se arregla entonces el matrimonio de la pequeña Constanza con el
príncipe portugués don Pedro y en la comitiva parte la hermosa Inés,
como dama de compañía de su prima. De momento, don Pedro está
encantado con su nueva esposa, pero no deja de mirar anheloso a
esa dama de compañía con cuello de cisne, ojos de verdes pupilas,
largas piernas y cabellos ondulantes, que ya es mujer por encima de
sus pocos años. ¡Y pasa lo que ha de pasar! Las relaciones entre el
infante y doña Inés pronto son conocidas en todo el reino y hasta más
allá de las fronteras portuguesas. En tanto, la sumisa Constanza calla
y se limita a parir los hijos que de ella se esperan: primero una niña y
luego un enfermizo principito a quien llamarán Fernando. El tercero,
Luis, muere a los pocos días de nacido. Por su parte, Inés le da a
Pedro cuatro retoños, y aunque el primero muere al poco tiempo,
Beatriz, Juan y Dionisio crecen sanísimos en la casa donde Inés se ha
instalado, en la ciudad de Coimbra.
El padre de Pedro, Alfonso
IV, ve con preocupación no
sólo el amor que Pedro le
tiene a Inés, a quien el rey
considera sólo una puta, sino
la influencia que ella tiene
sobre el príncipe y la fuerza
de toda la familia de Castro.
Cuando Constanza, la esposa
legítima,
muere
a
consecuencia de un parto, la
situación se agrava, pues el
rey teme que Pedro quiera
casarse con Inés, legitimar a
sus hijos y así alejar del trono
al debilucho de Fernandito.
Peor
aún,
las
mentes
aceleradas de sus más
Don Pedro I, rey de Portugal
cercanos consejeros suponen
que los hermanos de Inés, Fernando de Castro y Álvaro Pires de
Castro planean asesinar al pequeño Fernando y hasta se habla de
que hay intentos de unificar el reino de Portugal con el de Castilla.
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Roberto Gómez-Portugal M.
Incluso le recuerdan a don Alfonso los angustiosos momentos que él
mismo pasó cuando su padre, el rey don Dionisio, parecía tener
preferencia por poner en el trono a su hijo natural, don Alfonso
Sánchez, en vez de al heredero legítimo. Se reúne el Consejo y el
atribulado rey quiere oír todas las opiniones. Pero sus asesores
coinciden en una sola alternativa: hay que matar a Inés de Castro, y
en medio de lágrimas y de emociones argumentan que la “razón de
Estado” lo exige. Deciden cometer la terrible atrocidad cuando el
infante don Pedro se encuentre de cacería. Son tres los instigadores
del crimen: Álvaro Gonçalves, Pedro Coelho y Diego López Pacheco.
Cuando la oportunidad se presenta, el rey va al palacio de Santa
Clara, en Coimbra, donde habita Inés con sus hijos. Queriendo darle
un toque de legalidad al asesinato, el rey va acompañado del Justicia
Mayor, quien lee a
Inés la orden donde
“se condena a doña
Inés de Castro a ser
degollada por el
verdugo”. La bella
mujer, rodeada de
sus
hijos,
se
arrodilla ante el rey
preguntando qué ha
hecho ella para
merecer ese castigo
y, llorando, pide
clemencia
al
monarca para ella y
La muerte de Inés de Castro, en una pintura del
para
sus
hijos,
artista ruso Karl Briullov
nietos mismos que
son del rey. Don Alfonso se conmueve ante la terrible escena y se
retira, decidido a revocar la condena. Pero sus consejeros, que han
permanecido afuera, se lo reprochan y lo empujan a ejecutar lo
acordado. El rey sale atropelladamente y les dice “Haced lo que os
plazca”. Los verdugos entran a la estancia y comienzan a apuñalar a
Inés, ante la mirada atónita de sus hijos. Como la pobre mujer se
defiende, la arrastran por los cabellos hasta el jardín mientras ella
12
Pinceladas de la Historia II
sigue luchando por su vida. Siguen apuñalándola los torpes asesinos,
mientras ella grita y trata de librarse, hasta que uno de los hombres la
hiere en ese “colo de garça” –ese cuello de cisne que mencionan
quienes hablan de su belleza. Inés muere por fin, ahogada en su
propia sangre que bulle de su garganta cercenada. Los asesinos
montan en su caballos y huyen cobardemente, dejando el cadáver
abandonado en el jardín de la casa, llamada, por cierto Quinta das
Lágrimas.
Algún servidor fiel del infante don Pedro sale a caballo a informarle
de lo ocurrido y Pedro, reventando su montura con las espuelas y
seguido por sus compañeros de caza, llega al palacio de Santa Clara
donde yace muerta Inés, todavía rodeada de sus hijos, transidos de
espanto y mojados por lágrimas que no cesan. Pedro está por
volverse loco. Su padre, que permitió tamaño ultraje, ya no es su
padre, grita el atribulado infante. ¡Ahora es su peor enemigo!
Pedro no tarda en reunir a sus partidarios y a todas sus fuerzas,
que no son pocas y se desata la guerra entre padre e hijo, dividiendo
las lealtades y sumiendo al reino en la guerra civil. Pedro quiere
arrasarlo todo, el reino entero si es preciso, pero las fuerzas de ambos
bandos están equilibradas y el resultado es incierto. Cuando don
Pedro entra a Oporto con sus huestes para apoderarse de la ciudad,
sale a su encuentro el fiel Gonzalo Pereira, obispo de Braga, quien lo
acorrala, le hace ver que quien sufre es el pueblo y lo obliga a hacer la
paz con su padre. Pedro cede, pero le imponen como condición el
perdonar, bajo juramento, a los asesinos de Inés. La rabia y el deseo
de venganza corroen sus entrañas, pero no tiene alternativa. Jura
ante Dios y bajo palabra de honor.
Regresa la paz y el reino se entrega al trabajo, pero rey y príncipe,
padre e hijo, son como dos leones encadenados; uno, rumiando su
venganza, el otro, temiendo el ataque. El tiempo pasa y el viejo león
ya se muere, de vejez, de remordimiento, de vergüenza y sabe muy
bien que el hijo desatará su ira independientemente de lo jurado.
“Huid”, dice a sus fieles. “Huid tan pronto y tan lejos como podáis. No
espereis a que yo muera. ¡Huid pronto y salváos!” Alfonso muere y
Pedro asume el poder.
13
Roberto Gómez-Portugal M.
En Castilla reina otro Pedro, apodado nada menos que “el cruel”. El
portugués y el castellano no se llevan nada bien, y bajo la premisa de
que “los enemigos de mi enemigo son mis amigos”, Pedro el de
Castilla acoge a los asesinos de Inés de Castro. Pero el infante
portugués –ahora rey- descubre que en su reino se encuentran tres
caballeros huídos de la ira del rey castellano y le propone un canje.
Los tres caballeros castellanos por los tres verdugos portugueses.
Pedro Coelho, Álvaro Gonçalves y Diego López Pacheco son
conducidos bajo pesada escolta a Portugal.
No se sabe cómo, pero Diego López Pacheco consigue escapar,
refugiándose primero en Aragón y huyendo luego a Francia. Los otros
dos no tuvieron tanta suerte. El rey portugués los somete a indecibles
torturas, cuidando siempre de conservarlos vivos. Finalmente y
después de varios días de suplicio, tiene lugar el acto final de su
venganza, en el palacio de Santarem y en presencia de infinidad de
sus cortesanos. Don Pedro mandó amarrar a las dos víctimas a
sendos postes donde siguieron siendo torturados hasta que
finalmente ordena el rey arrancarles el corazón aún palpitante, aún en
vida, mientras él observa. A Gonçalves lo abre el verdugo por la
espalda y a Coelho por el pecho.
Saciada su sed de sangre y de venganza, Pedro hace, en
presencia de toda la corte, la famosa declaración de Cantanhede,
jurando que un año antes de la muerte de Inés ambos se había
casado en secreto. De esta forma, da a Inés el rango de reina y
legitimiza a sus hijos.
Después ordena que los restos de Inés, inhumados
apresuradamente en el monasterio de Santa Clara en Coimbra, sean
trasladados con pompa y ceremonia hasta Alcobaça, a la abadía
cisterciense donde descansarán para siempre. El fúnebre cortejo,
donde van prelados y cortesanos con ropas de luto, es encabezado
por el propio Pedro, gritando a voz en cuello y con adolorido tono “¡Es
la reina! ¡Es la reina de Portugal!” El pueblo llano sale de sus casas
para llorar y rezar por la difunta.
14
Pinceladas de la Historia II
En Alcobaça ordena erigir el túmulo mortuorio más hermoso que las
manos de artistas puedan esculpir en el mármol blanco de la pureza.
Allí descansará la reina. Pero antes, falta un requisito por cumplir.
Pedro ordena que el cadáver de Inés sea extraído del ataúd y vestido
con los ropajes propios de su rango, incluyendo el manto real y la
corona enjoyada. La hace sentar en un trono y el propio rey se coloca
en otro a su lado. Toda la corte allí reunida se debate entre el
asombro y la repugnancia, entre la admiración que despierta el amor
inconmensurable de su rey hacia Inés y la pestilente atmósfera que
impera en la aglomerada sala. Es entonces cuando el rey ordena:
-“Rendid homenaje a vuestra reina y besad su mano, en señal de
fidelidad y de vasallaje!”
El cadaver de Inés, vestido con ropajes de reina y sentada en el trono,
para recibir el homenaje de la nobleza.
Pasa el tiempo y el rey envejece. Tiene cuarenta y siete años en
1367 y lleva diez en el trono. No ha dejado de visitar Alcobaça y
mantiene bajo pago a los capellanes para que oficien misa
diariamente. Antes de morir dispone que se construya otro túmulo
15
Roberto Gómez-Portugal M.
morturio, gemelo al de su amada y justo enfrente, donde él sea
enterrado al fallecer.
-El día del juicio final”, dice con voz cansada, “cuando todos los
muertos nos levantemos del sepulcro, lo primero que he de ver será el
rostro de Inés, frente a mí”.
Los sepulcros de Pedro e Inés, uno frente al otro, en el
monasterio de Alcobaça.
Para saber más:
 La verdadera historia de Inés de Castro –Bernardo María de la Cerda
 Os Lusíadas –Luis de Camoēs
 Reinar después de morir –Luis Vélez de Guevara
16
Pinceladas de la Historia II
¡Ya no importa el dinero…!
En los últimos meses de la primera guerra mundial Alemania
estaba al borde del colapso militar y económico. El alto mando
reconoció la inutilidad de continuar la guerra y pidieron el armisticio
pero de alguna manera los jefes militares se las ingeniaron para dar la
impresión de que eran los políticos los que habían querido la
rendición, sin que el ejército hubiera sido verdaderamente derrotado.
Mientras la población e incluso las tropas, desesperanzadas y
agotadas, esperaban el armisticio, empezaron a ocurrir muchas cosas
En el puerto de Kiel los marineros se amotinaron y la manifestación se
convirtió en una revuelta general que fue reprimida de manera rápida
y violenta. Pero el motín de Kiel sirvió para encender la revolución en
el resto de Alemania. En Brunswick los obreros y soldados tomaron
por asalto las cárceles, obligaron a dimitir al Gran Duque (que fungía
como gobernador de la provincia) y proclamaron la República
Socialista de Brunswick. Similarmente, en Munich el agitador
socialista Kurt Eisner constituyó un consejo de obreros, soldados y
campesinos y proclamó la República de Baviera. El rey Luis III huyó y
así terminó el gobierno de la dinastía Wittelsbach, que había reinado
en Baviera durante más de 700 años. En Berlín, Philipp Scheidemann,
exministro imperial proclamó también, desde el Reichstag, la república
de Berlín. El Imperio Alemán se desmoronaba.
Se formó un Gobierno Provisional en donde las tres corrientes,
social-demócratas, socialistas independientes y los radicales de la
Liga Espartaquista, alcanzaron un precario y peligroso equilibrio, en el
que coexistían difícilmente los políticos tradicionales con los
representantes de los consejos populares. Las repúblicas recién
proclamadas duraron sólo unos días y desaparecieron con la misma
velocidad con que habían surgido. El kaiser Guillermo II ya había
abdicado y al día siguiente se firmó el armisticio de Compiègne,
imponiendo los aliados los 14 puntos de Wilson.
17
Roberto Gómez-Portugal M.
Los socialdemócratas empiezan a ganar primacía y dominan el
Consejo Provisional, luego el Congreso Pan-Alemán, del que se
deriva la convocatoria a elecciones para una Asamblea Nacional
Constituyente. A pesar de sus acciones desesperadas, los
espartaquistas pierden fuerza, igual que los socialistas independientes
quienes adoptan posturas conciliatorias que no dejan contentos a
nadie y los hacen debilitarse.
Los radicales como Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg,
espartaquistas, incitan a los obreros a tomar las armas y ante esa
violencia el ministro de defensa Gustav Noske echa mano de los
Freikorps, unos grupos de choque paramilitares y antirrepublicanos,
para acabar con los levantamientos, cosa que consigue con mucha
violencia y muchos muertos.
Es en esos momentos de caos y violencia cuando se constituye el
Partido Obrero Alemán, un partido pequeño de ideas mal definidas al
que se une Adolfo Hitler en octubre de 1919 y que más tarde se
convertirá en el Partido Nacional Socialista Alemán de los
Trabajadores.
A pesar de la represión que hace el gobierno mediante los
Freikorps, la guerra civil continúa en partes del país. No obstante, la
Asamblea Constituyente lograr reunirse y hacer su trabajo, que es
proclamar la Constitución de Weimar, llamada así por la ciudad donde
se reúne la Asamblea. Friedrich Ebert resulta electo presidente de la
república y Scheidemann, jefe de gobierno. Aunque parece que los
socialdemócratas han triunfado, la verdad es que sólo logran la
victoria gracias al apoyo de los ultranacionalistas de extrema derecha,
que se van fortaleciendo cada día, particularmente los más exaltados,
como Hitler y Ludendorff.
La Constitución de Weimar, creada con el deseo de concordia y
conciliación, termina siendo un documento lleno de indefinición y
ambigüedad con el cual es muy difícil gobernar. El régimen de Ebert
carece, además, de apoyo popular, pues ningún sector se siente
satisfecho con lo logrado. La reforma agraria no mejora las
condiciones de vida en el campo ni cambia la estructura de la
18
Pinceladas de la Historia II
propiedad. Los Freikorps, que no son sino bandas armadas de
oficiales despedidos del antiguo ejército imperial y de soldados
desmovilizados que no quieren regresar a la vida civil, funcionan como
saqueadores y chantajistas violentos. Incapaz de disolverlas, el
gobierno termina por incorporarlas al Reichswehr, es decir, al ejército
regular, y el resultado es un ejército rapaz, independiente y casi
incontrolable, que alimenta su aureola de invencibilidad y acusa al
gobierno civil de traidor por aceptar el Tratado de Versalles que le
imponen los que ganaron la guerra.
El Tratado de Versalles es muy duro. Obliga a Alemania a
desarmarse, a hacer importantes concesiones territoriales y a pagar
fuertes indemnizaciones a los países vencedores. La mesa está
servida para que la república de Weimar lidie con crisis política, crisis
financiera, tremendas indemnizaciones de guerra, intentos golpistas,
huelgas y separatismos. Además, los partidos radicales de oposición
alimentan la hostilidad de la opinión pública con el tema de las
reparaciones de guerra a los vencedores y las pérdidas territoriales.
Va naciendo el nacional-socialismo.
Marineros alemanes de Kiel, sublevados en el
buque Prinzregent Luitpold, noviembre de 1918.
19
Roberto Gómez-Portugal M.
La invasión francesa del Ruhr
En 1923 se efectuó en Londres la cuarta reunión de la Comisión de
Reparaciones de Guerra en donde los aliados iban a considerar otorgar o no a
Alemania una moratoria en el pago de las indemnizaciones a los vencedores.
El presidente francés Poincaré anunció con fuerza que “pase lo que pase, yo
avanzaré sobre el Ruhr el 15 de enero”. Sir Eric Geddes, ministro del gabinete
inglés, hizo un comentario que pasaría a la historia: “Vamos a exprimir a
Alemania como un limón, sacándole todo el jugo hasta que las semillas
truenen.” Pero hay quienes afirman que sir Geddes se refería a la actitud de
Francia y no a lo que querían los británicos. Probablemente así era, pues el
Primer Ministro inglés Lloyd George había declarado unas semanas antes, con
referencia a los planes de Poincaré: “…demuestran una absoluta y total
incapacidad para entender las más elementales condiciones bajo las que un
país puede hacer pagos a otro. Parece más bien un siniestro propósito para
generar una bancarrota que justifique la invasión de los campos mineros de
Westphalia, con la intención ulterior de arrancárselos al territorio alemán.”
Por otra parte, los británicos estaban tratando de convencer a la Comisión de
Reparaciones de Guerra de que no tenía ningún sentido acumular miles y
miles de millardos de marcos alemanes, pues literalmente no valían nada.
No había manera legal de detener a Poincaré y a pesar de los esfuerzos
británicos, el 9 de enero de 1923 los representantes belgas, franceses e
italianos de la Comisión de Reparaciones de Guerra, con la notable abstención
de Inglaterra, votaron que Alemania había “incurrido voluntariamente en falta
grave en las entregas de carbón y madera, según los términos del tratado de
paz.” El 11 de enero Poincaré despachó a una comisión de ingenieros al Ruhr
con el propósito de “asegurar las entregas” y acompañada de numerosas
tropas, cuya misión explícita era “proteger a la comisión técnica y asegurar la
ejecución de sus objetivos”. La expresión utilizada por los franceses era
“sacudir a Alemania para que entre en razón” y pague lo que debe. El Primer
Ministro británico siguió expresando privada y públicamente que “ese acto de
agresión militar contra una nación desarmada no tiene justificación y puede
resultar contraproducente”.
El resultado que tuvo sería de consecuencias a largo plazo: convencer a los
alemanes de que tenían que rearmarse a la primera oportunidad.
20
Pinceladas de la Historia II
Para 1923, Alemania se retrasa un poco en el pago de las
indemnizaciones de guerra y Francia invade militarmente la cuenca
del Ruhr para cobrarse “a lo chino” con el carbón de esa región. El
banco central alemán, el Reichsbank, que desde que estalló la guerra
en 1914 había suspendido la
convertibilidad del marco en oro, se
pone simplemente a imprimir papel
moneda en grandes cantidades.
Antes de la guerra, un dólar
estadounidense equivalía más o
menos a 4 marcos. En 1919 el
cambio es ya de 8.9 por cada dólar. A
principios de 1922 ya costaba 37
marcos y para diciembre de ese año
el dólar valía 7,600 marcos.
Para entonces, la mayoría de la
gente había perdido sus ahorros,
El presidente francés Raymond
pues lo que había guardado con el
Poincaré
esfuerzo de toda una vida apenas
servía ahora para comprar la comida
de un par de días. La recaudación de impuestos se hundió, pues los
contribuyentes se dieron cuenta que simplemente con retrasar el pago
de sus impuestos, al seguir creciendo la inflación, las cantidades a
pagar se volvían insignificantes. El gobierno, cada vez con menos
ingresos, no tenía otra forma de financiarse más que imprimiendo más
billetes. En enero de 1923 ya el dólar costaba 18 mil marcos y para
julio valía 350 mil; un millón para principios de agosto y 160 millones
de marcos por un dólar a finales de septiembre.
Empiezan a ocurrir cosas graciosas, si no fueran tan trágicas. La
gente tiene que utilizar costales, canastas o maletas para transportar
el dinero cuando sale de compras Se dan incidentes de personas a
quienes, en un descuido, les roban la canasta o la maleta, pero les
dejan los fajos de billetes en el suelo. Los trabajadores reclaman su
pago no al final del mes ni de la semana, ni siquiera al final de día,
sino al inicio de la jornada de trabajo, para poder entregarlo a sus
familias quienes se van a gastarlo de inmediato, pues si se esperan al
21
Roberto Gómez-Portugal M.
final del día para hacer las compras, los precios ya habrán subido. Los
restaurantes exigen al los clientes pagar su consumo en el momento
de ordenarlo, pues para cuando hayan terminado de comer, la taza de
café que piensan tomarse habrá pasado de costar cinco millones de
marcos a diez.
Hemingway en Alemania
El que después sería famoso escritor, Ernest Hemingway, trabajada como
corresponsal del Toronto Daily Star en aquellos días de 1922. Cruzó la
frontera desde Francia hacia Alemania, y esto es lo que nos relata:
“No pudimos conseguir marcos en Estrasburgo, porque el tipo de cambio
creciente había dejado secas las ventanillas de los bancos. Así que
cambiamos algo de dinero francés en la estación de trenes de Kiel. Por 10
francos me dieron 670 marcos. Diez francos eran entonces menos de un dólar
canadiense, unos 90 centavos. Esa cantidad nos alcanzó a mi esposa y a mí
para hacer compras en Alemania durante todo el día y al final de la tarde
todavía nos quedaban 120 marcos. La primera compra que hicimos había sido
en un puesto de fruta donde escogimos cinco hermosas manzanas y le dí a la
señora un billete de 50 marcos. Me devolvió 38 de cambio. Entonces un
caballero muy bien arreglado, con una cuidada barba blanca vio nuestras
manzanas y nos saludó con un gesto de su sombrero.
-Perdón, señor, me dijo en alemán, algo tímidamente, -¿cuánto le costaron las
manzanas?
Conté entonces el cambio y le dije: -Doce marcos.
Sonrió y sacudió la cabeza. –No puedo permitírmelo. Es demasiado.
Siguió su camino por la calle, andando como cualquier caballero de barba
blanca y de la vieja escuela caminaría en cualquier país del mundo, pero
volteó una vez más a mirar las manzanas. No sé por qué no le ofrecí darle
algunas. Doce marcos, ese día, equivalían para mí a unos dos centavos
canadienses. Ese caballero, cuyos ahorros de toda la vida estaba
probablemente invertidos en títulos financieros del imperio, o incluso en bonos
de guerra, no podía permitirse gastar doce marcos”.
Por otra parte, el banco central de Alemania, parece estar en
manos de locos o de incompetentes. Desde hace mucho que todos
22
Pinceladas de la Historia II
sabemos que la inflación la produce el exceso de dinero en
circulación, pero el Reichsbank anuncia y ejecuta al pie de la letra,
una política de impresión ilimitada de papel moneda. El director del
banco, Dr Rudolf E. Havenstein, parece no entender cómo funcionan
la economía ni los mercados de dinero. En agosto de 1923, cuando en
el comercio la tasa de interés que se aplica es de 1% al día,
Havenstein decide subir la tasa que cobra el Reichsbank de 19 a 30%
anual. Cuando algunos de los miembros de la mesa directiva señalan
que eso es inferior a las condiciones de mercado, Havenstein replica
que al banco central no le compete fijar tasas de interés, sino
seguirlas. Obviamente, el señor no entiende lo que dice, pues si lo
hiciera tendría que estar cobrando al menos 360% de interés anual y
no 30%. Havenstein estaba convencido de que la cantidad de dinero
en circulación no guardaba conexión ni con los precios ni con las
tasas de interés. Simplemente declaraba que su tarea como banquero
central era darle a la economía todos los medios de cambio, es decir,
todo el papel moneda que fuera necesario. En agosto de 1923 declaró
ante el Congreso de Estado, henchido el pecho de satisfacción: “El
Reichsbank emite actualmente veinte mil millardos de marcos todos
los días en billetes de altas denominaciones. Y a partir de la semana
entrante emitiremos 46 mil millardos cada día.” Sólo los ingleses
parecían darse cuenta de estas barbaridades. El embajador británico,
Lord D’Abernon, escribió en uno de
sus informes a Londres: “En todo el
curso de la historia, ningún perro ha
perseguido su propia cola con la
velocidad con que lo hace el
Reichsbank. El desprecio que los
alemanes tienen por sus propios
billetes de banco crece más rápido
que la cantidad de dinero en
circulación. El efecto ya es más
grande que la causa. La cola corre
más aprisa que el perro.”
El 1 de septiembre el Reichsbank
emitió por primera vez un billete con
valor de 500 millones de marcos.
El director del Reichsbank, Dr
Rudolf Havenstein
23
Roberto Gómez-Portugal M.
Apenas meses después se llegarían a imprimir billetes de 10 y hasta
20 mil millones de marcos, que, obviamente, no servían para nada. La
situación llegó a ser tal que la gente ya no contaba el dinero; ahora
simplemente lo pesaba, sabiendo que un paquete de 1 kilo de billetes
de determinada denominación significaba un cierto número de
millones de marcos. Poco más o menos. Cualquier cantidad inferior a
un millón dejó de ser tomada en cuenta.
Billete del Reichsbank por veinte milmillones de marcos
El nuevo problema era que los campesinos ahora se negaban a
entregar sus productos a las ciudades, pues no querían recibir dinero
a cambio. El resultado fue que los citadinos se fueron al campo.
Grupos de varios cientos de habitantes de las ciudades organizaban
paseos en bicicleta a las granjas más cercanas y simplemente se
llevaban todo lo que encontraban. Ese año hubo una cosecha
particularmente abundante; el único problema para poder distribuir los
alimentos era la falta de un medio de cambio, de un dinero que
sirviera para poder comprarlos.
En lo político, el país se desmoronaba. El 2 de septiembre Hitler y
Ludendorff lograban reunir más de 200 mil manifestantes bajo los
estandartes de su pequeño partido, denunciando que el gobierno
había regalado a Francia el honor de Alemania y pidiendo la creación
de una dictadura nacional.
24
Pinceladas de la Historia II
Comenzó a fraguarse un plan, bastante descabellado, por cierto,
para imponer la dictadura en Pomerania, Prusia y Baviera. Se hablaba
de que Gustav Noske, antes ministro de defensa y ahora presidente
provincial de Hannover sería el líder, con Hitler, como jefe provincial
de Baviera. Al viejo Ludendorff ya no le encontraban mucha utilidad.
La idea era tan desarticulada que nunca progresó mucho. Sin
embargo, el caos, las revueltas, los hechos violentos, incluyendo
asesinatos políticos, se daban por todas partes. La tensión en toda
Alemania era enorme: secesionismo, revolución, violencia. En Baviera
comenzó a rumorarse que Gustav von Kahr, el comisario estatal y el
general Otto von Lassow, planeaban declarar la independencia de
Baviera como una monarquía. Se decía que los apoyaba también
Hans von Seisser, el jefe de la policía. Eso decidió a Hitler a intentar
dar un golpe de estado antes de que “le comieran el mandado”. Ese
fue el famoso “putsch de la cervecería” de Munich. Sin embargo, las
cosas le salieron mal a Hitler y terminó siendo detenido y condenado a
pasar cinco años en prisión, de los cuales sólo cumplió nueve meses
en la cárcel. Utilizaría ese tiempo para escribir su famosísimo ideario
Mein Kampf, Mi lucha. Era noviembre de 1923.
Un billete Notgeld de 1 marco, emitido por un obscuro municipio
del sur de Baviera.
25
Roberto Gómez-Portugal M.
El caos monetario había alcanzado niveles difíciles de describir. Un
obrero recibía como paga 405 millones de marcos cada día, pero esa
astronómica suma era equivalente a menos de 8 peniques de libra
esterlina. Sin embargo, lo importante no eran las equivalencias si con
ese dinero se hubiera podido comprar lo necesario para vivir. Lo grave
es que el dinero no servía ya para nada. Algunas empresas y
gobiernos locales comenzaron a emitir unos vales llamados Notgeld,
intentando basarlos en un pseudo patrón-oro. Pronto habría no menos
de 8 tipos de “dinero” en circulación. Las situaciones más absurdas
imperaban: mientras en las calles había gente literalmente
muriéndose de hambre, sin posibilidad de comprar comida, en los
graneros y silos de las granjas se acumulaban y a veces hasta se
pudrían los alimentos, sin que los granjeros encontraran la manera de
venderlos y distribuirlos. Además, la falta de periódicos a causa de la
huelga de los impresores y a la dificultad de obtener materias primas,
hacía que aumentara la consternación de la gente y que los rumores
difundieran comunicaciones inexactas y hasta absurdas.
También en noviembre de 1923, el Dr Hjalmar Schacht, un oscuro
funcionario financiero que incluso había sido despedido por malos
manejos durante la guerra, fue nombrado Comisionado Monetario y
empezó a desarrollar un plan para controlar la inflación introduciendo
el Rentenmark, un nuevo concepto de moneda basado en el valor
hipotecario de todas las propiedades inmobiliarias de Alemania. Nadie
sabía si eso iba a funcionar,
pero a menos de 30 días de
haber tomado las decisiones los
resultados ya eran asombrosos.
Schacht detuvo la producción de
dinero que el Dr Havenstein
seguía imprimiendo con singular
alegría y que, cuando se
pararon las prensas, los billetes,
que ya estaban subidos en
trenes para repartirlos por toda
Alemania,
ocupaban
10
vagones de ferrocarril de 300
Dr Hjalmar Schacht
toneladas de capacidad cada
26
Pinceladas de la Historia II
uno. En ese momento, Schacht ordenó quitarle ¡doce ceros! al marco
para fijar la equivalencia con el nuevo Rentenmark.
El concepto de Rentenmark implicaba, en realidad, una ilusión, un
truco de confianza. El valor real de garantía inmobiliaria que se le
pretendía dar era incierto, si no es que de plano ilusorio. Pero el truco
funcionó, y la confianza en el dinero se fue restableciendo bastante
rápido. Ahora lo importante era que el Reichsbank aplicara una
estricta disciplina y no concediera al gobierno recursos de modo
ilimitado.
El presidente Friedrich Ebert y el canciller Gustav Stresemann
decidieron nombrar a Schacht director del Reichsbank. Aunque su
suerte ya estaba echada, el loco de Havenstein tuvo la oportuna
ocurrencia de morirse el 20 de noviembre, por lo que ya ni siquiera fue
necesario despedirlo para que su puesto lo ocupara el Dr Schacht.
Para saber más:
 Eine Jugend in Deutschland -Ernst Toller, 1933.
 When Money Dies –Adam Fergusson, 1975.
 Weimarer Republik -DocumentArchiv.de 2004.
 Paper Money by Adam Smith – George J.W. Goodman, 1965
 The Rise and Fall of the Third Reich – William L. Shirer, 1950.
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Roberto Gómez-Portugal M.
El robo de Hawaii
El rey Kamehameha V, último monarca de la dinastía
Kamehameha, había muerto sin dejar heredero ni nombrar sucesor al
trono. Era diciembre de 1872. Dos primos del difunto rey eran los
candidatos más probables: William Charles Lunalilo y David
Kalakahua. Lunalilo gozaba de más popularidad y le hubiera sido fácil
forzar a la Asamblea Legislativa a declararlo rey, pero en un acto de
inusitada humildad democrática, Lunalilo insistió en que todo el reino
participara en la elección. Se dio entonces lo que podríamos llamar la
“campaña política” en que ambos candidatos invitaron al pueblo a
expresar su voluntad.
William Charles Lunalilo
David Kalakahua
Kalakahua incluso publicó una poética proclama en la hermosa
lengua hawaiana que, traducida al español, decía más o menos lo
siguiente:
"¡Oh, pueblo mío! ¡Compatriotas de antaño!
¡Alzaos! ¡Ésta es la voz!
¡Ho! ¡Todas vuestras tribus!
¡Ho! ¡Mi pueblo de antaño!
El pueblo que consiguió y
forjó el Reino de Kamehameha.
¡Alzaos! ¡Ésta es la voz!.
¡Dejad que os dirija, pueblo mío!
¡No actuéis en contra de la ley o de la paz del reino!”
28
Pinceladas de la Historia II
Se celebró la consulta popular y Lunalilo ganó la votación.
Kalakahua caballerosamente reconoció su derrota. El reinado de
Lunalilo duró poco más de un año, pues falleció en febrero de 1874 y
entonces Kalakahua fue elegido de manera casi automática.
El reino de las islas de Hawaii había surgido entre 1810 y 1816,
quizá no como un reino convencional al estilo de las monarquías
europeas, pero sí como una nación unificada y regida por un monarca
reconocido. A finales del siglo XVIII, uno de los jefes tribales de
aquellas paradisíacas islas logró, tras una serie de batallas y
negociaciones, unificar las islas de Hawaii bajo el mando de un único
gobernante, Kamehameha I, conocido como el Grande.
Aquellas islas de origen volcánico y desparramadas en mitad del
océano Pacífico, a medio camino entre Asia y América, fueron
colonizadas a lo largo de cientos de años por pueblos polinesios que
se aventuraron en sus pequeñas canoas desde otras lejanas islas,
distantes miles de kilómetros. Así se fue forjando el pueblo hawaiiano,
creándose un elaborado entramado social basado en castas e
impregnado de tabúes religiosos y sociales conocidos como kapu.
Sin duda los navegantes españoles, en sus travesías entre las islas
Filipinas y sus posesiones de América, recalaron alguna vez en las
islas de Hawaii pero, extrañamente, no se interesaron demasiado por
quedarse ni España hizo nunca reclamación oficial sobre esas tierras.
Fueron, en cambio, los ingleses quienes, buscando un paso entre
Alaska y Asia, dieron con las islas que el capitán James Cook en 1778
decidió llamar Islas Sandwich, en agradecimiento y honor al Primer
Lord del Almirantazgo, John Montagu, cuarto conde de Sandwich, que
había financiado sus expediciones.
O sea, que apenas consolidado el poder de Kamehameha sobre la
totalidad del archipiélago, ya tuvo que lidiar con la presencia de los
ingleses, lo que complicaba la unificación apenas lograda, pues
algunos jefes de las islas se consideraban a sí mismos bajo la
protección inglesa. Por esos años, hubo otro intento intervencionista
por parte de los rusos, que intentaron congraciarse con un vasallo de
Kamehameha, pero a pesar de todos esos escollos, el rey logró
29
Roberto Gómez-Portugal M.
consolidad su poder e incluso obtener el reconocimiento de Hawaii por
parte de otras naciones como un reino libre y soberano.
Yo mismo tomé esta fotografía de una de las tantas playas maravillosas de
Hawaii, en donde el mar tiene una transparencia y unas tonalidades de
belleza indescriptible.
El siguiente monarca, Kamehameha II, tuvo, poco después, que
enfrentar otra intromisión extranjera que habría de ser más grave y de
peores consecuencias, pues en 1820 llegó a las islas un grupo de
misioneros protestantes que venían de Nueva Inglaterra, es decir, de
los Estados Unidos de América. En mala hora Kamehameha II les
concedió un permiso limitado para hacer proselitismo pues en pocos
años el congregacionalismo -así se llamaba la rama protestante que
los misioneros promovían- prendió entre los nobles de más alto rango
y después entre los plebeyos, que no hicieron sino seguir el ejemplo
de sus dirigentes. Hawaii se transformó en pocos años en una nación
cristiana protestante. Las estrictas actitudes de los misioneros fueron
haciendo cambiar las costumbres y hasta las leyes de los hawaiianos
que, a pesar del rígido sistema kapu de reglas y tabúes, tenían, no
obstante, costumbres bastante relajadas en cuanto al sexo, la
promiscuidad y la desnudez.
30
Pinceladas de la Historia II
A lo largo del siglo XIX los misioneros y, a través de ellos, los
Estados Unidos fueron adueñándose del país, de sus tierras, e
infiltrándose en el poder. Kamehameha II dio a los extranjeros el
derecho de adquirir tierras y Kamehameha III lo amplió y les concedió
otros privilegios. Comenzó a decirse en Hawaii que “al comienzo los
misioneros tenían la Biblia y la gente tenía la tierra. Ahora la gente
tiene la Biblia y los misioneros, la tierra”.
Hula es una forma de danza que constituye una parte importante de la
cultura de Hawaii, pues a través de ella se relatan, mediante el movimiento
de las manos, historias o se describen a los personajes y situaciones
tradicionales. Los misioneros consideraban lascivos los ondulantes
movimientos y prohibieron el hula durante décadas.
Para fines del siglo XIX los norteamericanos había transformado la
vida y la cultura de los hawaianos, introduciendo cultivos que antes no
se acostumbraban, como la caña de azúcar y el arroz, en detrimento
de las cosechas tradicionalmente hawaiianas como el taro, un
tubérculo semejante a la papa o al camote, que era fundamental en la
cocina y la alimentación de los nativos. Para hacer frente a estos
cultivos, se propició la afluencia de inmigrantes asiáticos como mano
de obra barata. Poco después, los inmigrantes, tanto occidentales
como asiáticos, superarían en número a los propios hawaiianos. Eso
sí, los estadounidenses no permitieron a los asiáticos recién llegados
compartir con ellos privilegios ni poder. Habían venido sólo a trabajar
en las plantaciones.
31
Roberto Gómez-Portugal M.
Quizá arrepentidos de ver cómo los estadounidenses se
apoderaban y explotaban las islas donde los ingleses habían
desembarcado primero, el lord británico George Paulet, de la Royal
Navy, entró inopinadamente en febrero de 1843 en la bahía de
Honolulu y se apoderó de la fortaleza y con ello de la ciudad. A punta
de cañones exigió a Kamahameha III su abdicación y que Hawaii
fuera cedido a la corona británica. Kamehameha, aunque cesado
como rey, presentó de inmediato una queja al gobierno inglés y ¡oh,
sorpresa!, el almirante Richard Thomas desconoció las arbitrarias
acciones de Lord Paulet y restableció en el trono de Hawaii a su
legítimo soberano Kamehameha III. ¡Todo esto en menos de seis
meses!
Los norteamericanos no iba a resultar tan blanditos. Ya le habían
sacado a Kamehameha III y a sus sucesores todas las concesiones
imaginables e incluso otras difíciles de creer, como era el hecho de
que muchos de estos extranjeros estadounidenses, investidos
también con nacionalidad nominalmente hawaiiana, participaban en
política e incluso ocupaban posiciones clave como ministros o
asesores del rey.
Ahora que Kalakahua había ascendido al trono, estaba claro que
iba a tratar de reducir y limitar el poder y la influencia de los
extranjeros en el gobierno y en el manejo del país. Desde el principio
Kalakahua nombró y cesó a los ministros de su gabinete como lo
haría un verdadero monarca, buscando siempre el bien de su pueblo.
Viajó a los Estados Unidos para negociar condiciones comerciales y
tratados que ayudaran a aliviar la depresión económica de Hawaii y
buscó también acercamiento con el imperio de Japón. Viajó
igualmente a Inglaterra, Alemania, Francia, Austria-Hungría e incluso
visitó al Papa León XIII, logrando proyectar la imagen internacional de
sus islas y tratando de asegurar el progreso de su pueblo.
Pero tanta independencia y autonomía no le gustó nada al Partido
Reformista, mejor conocido por todos como el “partido misionero”, y
comenzaron a acusar al monarca de despilfarro por sus viajes y por
construir el palacio Iolani, y a censurar sus intentos de acuerdos con
otras naciones.
32
Pinceladas de la Historia II
Un buen día de 1887, acompañados de una milicia armada, le
impusieron al rey una nueva constitución, que pasó a ser conocida
como la “constitución de la bayonetas”. Esta nueva legislación
despojaba a la monarquía de gran parte de su autoridad y poder y,
mediante un sistema de requisitos en ingresos y propiedades para
tener derecho a votar, privaba de esa facultad a casi todos, como no
fuera el grupo de empresarios y terratenientes extranjeros que
dominaban el país. La Asamblea Legislativa podía también anular el
derecho de veto del monarca y restringía sus facultades ejecutivas.
Algunos empezaron a hablar incluso de abolir la monarquía y surgió la
Liga Hawaiiana que, a pesar de su nombre no tenía ninguna postura
nacionalista, sino que hablaba ya de anexionar las islas a los Estados
Unidos.
La salud de Kalakahua, seguramente entristecido por estos
acontecimientos, comenzó a fallar y el rey murió de una parálisis renal
en enero de 1891 en San
Francisco, California, a donde
había ido en busca de tratamiento
médico. A su muerte, asumió el
trono su hermana la princesa
Liliuokalani, que ya había fungido
como
regente
durante
las
ausencias de Kalakahua.
Casi de inmediato, la ahora
reina Liliuokalani se dedicó a
promulgar una nueva constitución
restaurando los derechos de los
hawaiianos y reduciendo la
influencia de los extranjeros, lo
cual produjo una feroz resistencia
La reina Liliuokalani, última
de
los
empresarios-políticos
soberana
del reino de Hawaii
estadounidenses que se pusieron,
aún más activamente, a buscar la
anexión de las islas a los EUA. Contaron con el apoyo invaluable del
ministro plenipotenciario de los Estados Unidos en Hawaii, un tal John
L. Stevens. Con su ayuda, un grupo de trece importantes capitalistas
33
Roberto Gómez-Portugal M.
crearon un Comité de Seguridad Pública, pretendidamente para
proteger las propiedades y las personas de los residentes extranjeros.
Los barones del azúcar se sentían amenazados por la malvada reina.
Alegaban que Liliuokalani estaba intentando “por la fuerza armada y
mediante amenazas” desatar el derramamiento de sangre. “No
podemos protegernos sin ayuda”, gemían “y por ello imploramos la
protección de las fuerzas de los Estados Unidos”, mismas que se
materializaron en la forma de dos compañías de infantes de marina y
una de casacas azules, que llegaron a bordo de la fragata USS
Boston y tras desembarcar, tomaron estratégicas posiciones en la
legación y en el consulado de los Estados Unidos, además de en el
Salón Arion. El Comité de Seguridad Pública comunicó a la reina que
tenían la intención de declarar vacante el trono de Hawaii.
Horrorizada, la reina pidió apoyo al propio ministro Stevens,
suponiendo ingenuamene que el país que ella tanto admiraba y que
recién había visitado, con cuyo gobierno creía tener magníficas
relaciones, se opondría a su derrocamiento.
El Comité de Salud Pública proclamó entonces una república
provisional “hasta que las condiciones de la unión con los Estados
Unidos hayan sido negociadas” y nombró a Sanford B. Dole, un
descendiente de misioneros convertido en magnate del azúcar y
además ministro de la Suprema Corte, como primer presidente de la
República Hawaiiana.
A Liliuokalani no le quedó más que hacerse a un lado, pues se
esforzó en efecto por evitar el derramamiento de sangre y aceptó,
siempre ingenua y esperanzada, “renunciar a mi autoridad hasta que
el gobierno de los Estados Unidos enmiende la acción de su
representante”.
Los partidarios de la reina, encabezados por un tal Robert Wilcox,
que antes se había declarado enemigo de la monarquía pero que
ahora decidió defenderla de la descarada agresión estadounidense,
intentaron organizar una insurrección, con pocos o nulos resultados
efectivos.
34
Pinceladas de la Historia II
Entretanto,
el
presidente
norteamericano Grover Cleveland
condenó enérgicamente de palabra
el derrocamiento de la reina y apeló
a su restauración, ordenando una
investigación que llevó a efecto un
excongresista apellidado Blount
concluyendo
que
“los
representantes
diplomáticos
y
militares de los Estados Unidos
habían abusado de su autoridad”.
Entonces el descarado de Sanford
Dole
replicó
criticando
la
interferencia de Washington en los
Sanford B Dole, único
asuntos internos de Hawaii. El
presidente
del Territorio de Hawaii
presidente Cleveland se lavó las
y
después
presidente del nuevo
manos y le pasó el problema al
territorio de Hawái hasta que la
Congreso, el cual ordenó otra
Ley Orgánica de 1900 estableció
investigación. Esta vez el resultante
un gobierno territorial permanente
Informe Morgan, contradiciendo la
dirigido por un gobernador.
investigación de Blount, exoneraba
a Stevens y a las tropas estadounidenses de toda responsabilidad en
el derrocamiento.
Así las cosas, la República de Hawaii quedó establecida el 4 de
julio de 1894 con Sanford B Dole como presidente, quien no contento
con eso, al año siguiente ordenó el arresto de la reina, utilizando la
rebelión de Wilcox y el hecho de haber encontrado algunos rifles y
bombas caseras en los sótanos de su residencia como pruebas
irrefutables de su violenta rebeldía. Fue acusada de traición y
condenada a cinco años de cárcel y trabajos forzados, además de una
multa, sentencia que le fue gentilmente conmutada por un arresto
domiciliario en el piso superior de su residencia. Finalmente fue
liberada en 1896.
35
Roberto Gómez-Portugal M.
Los volcanes de Hawaii
Todas las islas de Hawaii deben su origen a la actividad volcánica que las
formó hace unos 70 millones de años mediante erupciones subsecuentes
por debajo de las profundas aguas, acumulando el magma que se
solidificaba hasta alcanzar la superficie. La isla más extensa y que está más
al sur es la que da nombre al archipiélago, pues es la isla Hawaii, también
llamada “la isla grande”. Aseguran los geólogos que esta isla se formó por la
reiteradas erupciones de cinco volcanes, de los cuales el Mauna Loa, el
Kilauea y el Huelalai han seguido teniendo erupciones diversas durantes los
últimos 200 años. Visitar el Parque Nacional de los Volcanes en la isla de
Hawaii es una de las muchas atracciones espectaculares que ofrece este
maravilloso grupo de islas.
Caminos de lava que fluyen del volcán Kilauea, en la isla de Hawaii.
Liliuokalani siguió haciendo gestiones para recuperar su trono e
incluso presentó una demanda contra el gobierno de Estados Unidos
por daños en sus propiedades y reclamando para sí los bienes de la
corona hawaiiana. Todo lo que consiguió fue una pensión de 4 mil
dólares anuales y las rentas de alguna propiedad. Abandonó el
36
Pinceladas de la Historia II
palacio Iolani y se instaló en su antigua residencia de Washington
Place en Honolulu, donde vivió callada y tranquilamente hasta su
muerte en 1917.
Hawaii quedó anexado como territorio a los Estados Unidfos en
1898, mediante una resolución conjunta del Congreso estadounidense
y no fue sino hasta marzo de 1959 que se le concedió la condición de
Estado de la Unión Americana. Fue el número 50.
Las islas hawaiianas se han convertido en uno de los destinos turísticos más
apreciados del mundo, por ser un sitio de belleza natural impresionante,
apoyado por una infraestructura hotelera de primera, además de la simpatía de
su gente y de sus coloridas tradiciones.
Para saber más:
 Hawaii’s History by Hawaii’s Queen -Liliuokalani
 The Betrayal of Liliuokalani -Helena G. Allen
 Hawaii’s Chronicles -Bob Dye
 A History of the Hawaiian Islands -Gavan Daws
37
Roberto Gómez-Portugal M.
En la cervecería
Cualquiera pensaría que después de haber controlado la
desbocada inflación que llevó a tener que pagar 4 mil millones de
marcos por un solo dólar, el presidente de la república alemana,
Friedrich Ebert y su canciller Gustav Stresemann habrían quedado
como héroes, pero no
¿Qué eran los SA?
fue así. La gente
había
perdido
los
El nombre viene de Sturmabteilung, que puede
traducirse como sección de asalto. Entre las tropas
ahorros de toda una
del Imperio Alemán durante la guerra 1914 a 1918 el
vida viendo cómo se
Sturmabteilung era un grupo selecto de tropas de
esfumaba el valor del
asalto. Pero los que organizó Hitler usando ese
dinero y cómo los
mismo nombre era un grupo de golpeadores que,
aprovechando su experiencia militar y su
alimentos llegaban a
rudeza, fueron asignados a la función de seguridad
costar
miles
de
en las conferencias, discursos y reuniones del partido
millones.
Nazi contra posibles ataques de sus oponentes, los
socialdemócratas, los comunistas, o contra cualquier
grupo que Hitler quisiera neutralizar o amedrentar. En
los sucesos del 8 y 9 de noviembre, los SA jugaron
un papel muy importante. Sin embargo, durante el
encarcelamiento de Hitler y hasta 1925, tuvieron que
ocultarse y guardar un perfil bajo. En 1933, tras la
llegada de Hitler al poder los SA recuperaron su
importancia e incluso mostraron grandes ansias de
poder, encabezados por su líder Erich Röhm. Pronto
los SA se ganaron la animadversión del Reichswehr –
el ejército regular- quienes los veían como lo que
eran, un grupo de rufianes y de escoria con
organización militar. Otros miembros del partido veían
con preocupación el creciente poder de Röhm y a
muchos repugnaba su descarado homosexualismo.
Un buen día hicieron llegar a Hitler todo un
expediente –probablemente falso- en donde
acusaban a Röhm de estar siendo pagado por los
franceses para preparar un golpe de estado contra
Hitler. Finalmente lo convencieron de ordenar la
ejecución de Röhm y de los máximos dirigentes de
los SA en las noches del 30 de junio al 2 de julio de
1934, evento que pasó a ser conocido como la noche
de los cuchillos largos. Muy pronto los SA, aunque no
desparecieron formalmente del todo, pasaron a
quedar marginados del poder, en beneficio de los SS
(Schutzstaffel, o escuadrón de defensa)
38
La desesperación
de ver que cualquier
sueldo se convertía
simplemente en un
montón de billetes
inservibles, que no
alcanzaban
para
comprar ni lo más
elemental,
era
enorme. Aún después
de
controlada
la
inflación gracias a la
introducción del nuevo
Rentenmark,
que
logró el milagro de
recuperar la confianza
de la gente en el
dinero
alemán,
el
resentimiento y la ira
ante un gobierno que
había permitido ese
Pinceladas de la Historia II
caos, era gigantesco. Los ricos se habían hecho más ricos, pues
tenían propiedades e incluso habían comprado otras a precios de
regalo por la inflación, en tanto que los pobres, los asalariados, e
incluso la clase media, con todo y sus ahorros, se había hundido en la
miseria. Francia seguía exigiendo los pagos por reparaciones de
guerra que Alemania había dejado de cumplir, pero cuando el
gobierno de Ebert reanudó los onerosos pagos a los vencedores de la
guerra en septiembre de 1923, el pueblo alemán acabó de perder la
poca confianza y aprecio que tenía por sus gobernantes.
Los radicales de derecha, entre ellos el naciente partido Nazi,
explotaron hábilmente este sentimiento de frustración y desesperanza,
que incluso había adquirido un nombre. La gente se refería al
Dolchstoss, es decir a la puñalada por la espalda, atribuyendo la
derrota de Alemania en la reciente guerra -la 1ª guerra mundial- no a
la fallida acción militar, sino a la torpeza del gobierno civil, que había
aceptado la rendición y el oprobioso Tratado de Versalles después.
Hitler había aprovechado bien este caldo de cultivo para ir poniendo
bajo su control, primero, a unos grupos de radicales y revoltosos –en
su mayoría exsoldados- conocidos como Kamfbund (asociaciones de
combate) y después a sus propios “camisas pardas”, los SA o
Sturmabteilung, el primer grupo nazi militarizado que adquiriría
posteriormente una terrible fama. Su gente estaba más inquieta que
perros encadenados y Hitler sabía que tenía que actuar pronto, pues
además, había surgido un “triunvirato”, encabezado por el comisario
estatal de Baviera Gustav von Kahr, con el general Otto von Lossow y
el jefe de la policía de Munich, el coronel Hans von Seisser, que
seguramente iban a emprender pronto acciones decisivas.
Hitler decidió aprovechar una noche en que los “triunviros”
celebraban una reunión con unas 3 mil personas en el
Bürgerbräukeller, una de las cervecerías más grandes y populares de
Munich en donde la gente solía reunirse no sólo a beber cerveza sino
a discutir los graves sucesos nacionales. La noche del 8 de noviembre
de 1923 hacía un tremendo frío. Hitler mandó rodear la cervecería con
cerca de 600 de sus secuaces mientras él y sus más fieles entraron a
la reunión
39
Roberto Gómez-Portugal M.
El Bürgerbräukeller, la taberna donde Hitler intentó adueñarse del poder en
1923, durante una de las conmemoraciones que anualmente se celebraban.
Lo acompañaban Herman Göring, Rudolf Hess, Alfred Rosenberg
y otros, unos veinte en total. Para hacerse oir entre el bullicio disparó
un balazo hacia el techo y se subió al podio, donde ya estaban von
Kahr, von Seisser y von Lossow. Hitler anunció a voz en cuello “¡La
revolución nacional ha comenzado! El edificio está rodeado por
cientos de mis seguidores. Nadie puede abandonar este lugar”. Y,
acto seguido y a punta de pistola, se llevaron a “los triunviros” al salón
de junto para exigirles que secundaran las acciones de Hitler y
apoyaran el golpe. Hitler creyó que sus tres prisioneros se asustarían
al verse encañonados y aceptarían de inmediato sus exigencias, pero
los triunviros no eran niños de escuela, sino militares con experiencia
y al principio sólo lo miraron con desprecio y hasta se negaron a
dirigirle la palabra. Hitler usó entonces su gran habilidad persuasiva,
explicándoles que estaba proclamando una gran revolución nacional y
la creación de un nuevo gobierno en donde ellos, los triunviros,
participarían de manera importante, concretamente prometiéndole a
von Kahr hacerlo regente de Baviera. Hitler evocaba la gran Marcha
hacia Roma que Benito Mussolini había emprendido años atrás para
tomar el poder y creía que toda Alemania se iba a volcar en
40
Pinceladas de la Historia II
seguimiento del golpe que los nazis estaban dando. Entre sus
argumentos, Hitler les dijo: “Señores, me quedan cuatro tiros en mi
pistola. Uno para cada uno de ustedes y el último para mí”. Entonces
regresó al salón principal –habían pasado apenas unos diez minutosdejando a los triunviros bien resguardados en el salón pequeño, y se
dirigió a la multitud, que ya comenzaba a impacientarse y a sentirse
desorientada. Entonces la oratoria de Hitler entró en juego. Habló en
contra del gobierno criminal de Berlín, diciendo que ese mismo día
debía dejar de existir, para poder salvar al pueblo alemán. “Mañana
tendremos un nuevo gobierno nacional, o bien estaremos muertos”
afirmó. Según comentó un testigo presencial, Hitler fue cambiando el
ánimo de su audiencia, de hostil a eufórico y delirante en cuestión de
minutos, con unas cuantas frases, como si fuera magia. Un rugido de
aprobación coreaba sus palabras y después entonaron Deutschland,
Deutschland über Alles!
La plaza del ayuntamiento -Marienplatz, el día del putsch de Hitler.
Entretanto había llegado el general Ludendorff, el héroe de guerra
a quien Hitler había logrado manipular para apoyarlo, beneficiándose
así de su prestigio militar, bastante molesto de que Hitler hubiera
emprendido tales acciones sin antes consultar con él. No obstante,
Ludendorff habló con los prisioneros en el otro cuarto y les
recomendó, apelando al honor militar y al sentido del deber, que
apoyaran el golpe, secundando a Hitler y avalando el nuevo régimen.
41
Roberto Gómez-Portugal M.
Los triunviros finalmente aceptaron, aunque a regañadientes. Todos
regresaron al salón principal, algunos hablaron y todos se dieron
públicos apretones de manos. El ambiente fue haciéndose menos
tenso y la gente comenzó a marcharse. Entonces Hitler cometió el
error de dejar irse a los triunviros, que ya habían reiterado a
Ludendorff su promesa de fidelidad al nuevo régimen.
Hitler había encargado a Ernst Röhm y a otros de su grupo que
tomaran algunos edificios oficiales clave en la ciudad como el
ayuntamiento o la sede de la policía. Röhm logró ocupar solamente
unas oficinas del ejército dentro del Ministerio de Guerra, pero otras
bandas de revoltosos andaban sueltos por la ciudad, indecisos aún de
con quien afiliarse. Como a las 3 de la madrugada hubo incluso un
tiroteo entre la gente de Ernst Röhm y una guarnición del Reichswehr
–es decir, del ejército regular- que produjo un par de muertos y
algunos heridos. La noche transcurrió en la incertidumbre y confusión
pues lo mismo gente del ejército que de la policía, funcionarios del
gobierno y bandas independientes, aún no decidían hacia qué lado
inclinarse. Toda la noche Hitler estuvo informándose de cómo iban las
cosas y por la mañana se dio cuenta que la revolución nomás no
prendía. Temprano el día 9, von Kahr hizo declaraciones diciendo que
las promesas que les habían exigido a von Seisser, a von Lossow y a
él a punta de pistola la noche anterior, no podían ser consideradas
como válidas. Otras gentes empezaron a moverse, entre ellas el
general Jakob von Danner quien, aunque nominalmente subordinado
de von Lossow, dijo que se encargaría de reprimir el putsch –es decir
el golpe, con von Lossow o sin él.
Los golpistas no sabían ya qué hacer y Hitler, en un acto
desesperado, mandó que su gente detuviera a los miembros del
ayuntamiento de Munich, como rehenes, lo cual, en realidad, no le
servía de nada. Entonces a Ludendorff se le ocurrió organizar una
marcha por las calles. “Wir marschieren!”, gritó el viejo general, pues
al fin y al cabo tenían más de 2 mil hombres bien dispuestos, aunque
no supieran muy bien para qué. Ludendorff dirigió la marcha hacia el
Ministerio de Guerra, pero al llegar a la plaza del Odeón, frente al
monumento a los héroes, se encontraron con un grupo de cien
hombres cerrándoles el paso, al mando del barón Michael von Godin,
42
Pinceladas de la Historia II
de la policía. Ludendorff siguió adelante, seguro de que por su
condición de héroe de guerra, no se atreverían a dispararle. Sin
embargo, se soltó el tiroteo y hubo 16 nazis muertos y cuatro policías.
El propio Herman Göring resultó con una herida en la entrepierna y el
mismo Hitler también salió lastimado, no de bala, pues su ayudante
Ulrich Graf, lo cubrió, recibiendo varios tiros, lo que probablemente
salvó la vida de Hitler. Hitler se dislocó un hombro por el empujón que
le dio su guardaespaldas para librarlo de los disparos y luego se
arrastró por la banqueta hasta un auto que estaba allí esperándolo y
que lo rescató. Ludendorff, como el recio militar que era, siguió
caminando entre los disparos unos metros más, hasta que fue
arrestado por la policía en la calle siguiente.
Odeonsplatz, la plaza del Odeón, en Munich. Al fondo se observa el
Feldherrnhalle, -el monumento a los héroes
.
43
Roberto Gómez-Portugal M.
Hitler fue llevado por el misterioso coche que lo salvó a la casa de
sus amigos los Hanfstängels, en cuya domicilio estuvo escondido dos
días en el ático, en un estado de máxima depresión y amenazando a
cada momento con suicidarse. A la tercera noche, llegó la policía y lo
arrestó, para llevarlo a la prisión de Landsberg. Otros de los
involucrados, entre ellos Herman Göring, lograron huir a Austria.
El juicio de Hitler comenzó el 26 de febrero de 1924, y ya para
entonces Hitler había recuperado la seguridad en sí mismo y había
moderado su actitud. Se defendió con habilidad, arguyendo que sus
actos no habían sido sino en defensa del pueblo y de la patria, y de la
necesidad de actuar con decisión para salvarlos. Se atribuyó toda la
responsabilidad por el golpe y usó por primera vez el término Führer –
líder o guía- para referirse a sí mismo. De hecho, Hitler estaba usando
el juicio para promover sus ideas, pues sabía que cada palabra iba a
ser reproducida en los periódicos del día siguiente. El juez Neithardt,
que presidió el proceso, sentía bastante simpatía por los acusados y
así lo demostró en su sentencia. Ludendorff fue hallado inocente y
exonerado de culpa. Ernst Röhm y Wilhelm Frick, fueron liberados,
aunque se les encontró culpables. Para Hitler, el resultado fue una
multa por 500 marcos y una condena de prisión por cinco años, de los
cuales sólo purgó 8 meses y además, en condiciones bastante
blandas, pues la llamada Festungshaft era un régimen de cárcel que
no implicaba trabajos obligatorios y le permitía recibir visitas con
frecuencia y por períodos de varias horas.
Aunque Hitler no lograra adueñarse del poder mediante su putsch
de la cervecería, el asunto se convirtió para los nazis en una gran
victoria de propaganda, que les dio por primera vez relevancia a nivel
de toda Alemania. Hitler aprovechó su estancia en la prisón de
Landsberg am Lech para escribir su ideario Mein Kampf –Mi lucha- y
para afinar sus pensamientos sobre cómo alcanzar el poder y
conquistar el corazón y la mente de los alemanes. Se convenció que
para lograrlo, tenía que hacerlo estrictamente por la vía legal y recurrir
a la violencia sólo de manera subrepticia.
44
Pinceladas de la Historia II
El nueve del once
Años después, cuando los Nazis subieron al poder en 1933, el nueve del once
se volvió una de las fechas más importantes en el calendario de las teatrales
conmemoraciones del régimen hitleriano. Cada año se conmemoraba en toda
Alemania el fallido putsch, siendo los eventos más importantes los que se
celebraban en Munich, el teatro original de aquellos sucesos. La noche del 8 de
noviembre de cada año, Hitler pronunciaba un emotivo discurso a los Älte
Kämpfer –los viejos guerreros- en el lugar mismo de los acontecimientos, el
Bürgerbräukeller, y al día siguiente se efectuaba una repetición de la famosa
marcha por las calles de Munich. La bandera que habían llevado aquel 9 de
noviembre de 1923 y que había quedado manchada de sangre tras el tiroteo,
pasó a ser venerada como la Blutfahne –la bandera de sangre- y se convirtió
en un objeto de adoración que sólo se utilizaba en las más solemnes
ceremonias del mundo hitleriano.
Para saber más:
• The Rise of Adolf Hitler –The History Place
• The Rise and Fall of the Third Reich –William Shirer
• Hitler: A Biography –Ian Kershaw
45
Roberto Gómez-Portugal M.
La Carambada
Leonarda Emilia Martínez había nacido en la hacienda de San
Antonio del Pozo y era apenas una chiquilla cuando se quedó
huérfana de padre. Su madre se las veía negras como viuda ignorante
y llena de hijos y además queriendo
mantener
pretensiones
de
familia
"decente", de modo que le pareció una
oportunidad y una verdadera bendición
cuando se enteró de una convocatoria
que hacía el partido conservador,
invitando a "santas señoritas de buenas
familias" para ir a Europa a recibir
entrenamiento para ser damas de
compañía del entorno del emperador
Maximiliano y de su esposa, la
emperatriz Carlota. Leonarda Martínez,
-otros dicen que realmente se apellidaba Medina- ya era entonces una
bella y joven mujer y se las ingenió para ser incluida en el afortunado
grupo.
Ya estaba de regreso en Veracruz cuando llegó la imperial pareja
e incluso tuvo la suerte de que la hospedaran en la misma casa donde
se alojaban Sus Majestades antes de emprender su triunfal entrada a
la ciudad de México. Leonarda estaba un día dándose un relajante
baño de tina cuando Maximiliano entró "por error" al saloncito donde
Leonarda se bañaba. Los ojos traviesos de Max se detuvieron sobre
la piel blanca y las dulces curvas del cuerpecito de Leonarda Emilia,
mientras la muchacha, turbada y confusa, se cubría como mejor
podía, intentando guardar la compostura ante la imprevista visita de
"su emperador". Max, quien en materia sexual solía no ser remilgoso
ni desperdiciar oportunidades, "requirió de amores" a Leonarda, pero
la muchacha lo rechazó, respetuosa pero firmemente, diciéndole que
su lealtad a la emperatriz como dama de su "entourage" le impedían
tajantemente acceder a los deseos del emperador - o al menos éste
fue el rumor que la chica se encargó de difundir entre el pequeño
grupo cortesano, cosa que le permitió a Leonarda elevar su prestigio
de dama decente y digna. Si durante los años siguientes, ya instalada
46
Pinceladas de la Historia II
la corte imperial en el castillo de Chapultepec, Leonarda calentó las
sábanas -y otras cosas- en el lecho de Maximiliano, nunca lo
supimos.
Pasaba el tiempo y el imperio no lograba asentarse. A pesar del
decidido apoyo de los conservadores a Maximiliano, ese impertinente
indio Benito Juárez no dejaba de ostentarse como presidente de la
república y de recorrer todo el territorio de México, escabulléndose quién sabe cómo- a las fuerzas imperiales, apoyadas, aunque cada
vez menos efectivamente, por el emperador de Francia Napoleón III.
Entre esos militares -heroicos a los ojos de Leonarda- estaba un
capitán del ejército monárquico de quien ella se había enamorado
apasionadamente, José Joaquín Ortiz. La ilusionada mujer esperaba
ansiosamente el fin de la guerra y con ella la prosperidad que el
gobierno imperial inyectaría sin duda al país, sacándolo del marasmo
económico y poniéndolo a la altura de las naciones de Europa.
Pero las cosas van mal para Maximiliano y a pesar de ponerse él
mismo a la cabeza de sus tropas, o quizás por eso mismo, las fuerzas
imperiales quedan acorraladas en Querétaro. Hay varias batallas y en
una escaramuza los republicanos toman prisionero a José Joaquín y
el coronel Benito Santos Zenea ordena fusilarlo sumariamente, pues
era él -José Joaquín- el que encabezaba la fuerza que se opuso a los
republicanos en el pueblo de Hércules. Aquello no fue sino el principio
del final: cae preso el emperador mismo y se rumora que van a
fusilarlo. La desolación en Palacio no podría ser más grande.
Varias mujeres de alcurnia -Concha Lombardo, esposa del general
Miramón y la princesa de Salm-Salm- viajan apresuradamente a San
Luis para entrevistarse con Juárez, sumándose a más de doscientas
mujeres, de todas las clases sociales, que pretenden ablandar al
presidente para que perdone la vida a Maximiliano. Postrándose a los
pies del indio oaxaqueño, la princesa de Salm-Salm le pide que
perdone la vida al vencido emperador. Juárez, caballeroso, le impide
permanecer de rodillas, pero es inflexible y rechaza su angustiada
petición.
47
Roberto Gómez-Portugal M.
El destino tiene que cumplirse. Maximiliano, Miramón y Mejía son
fusilados en el Cerro de las Campanas el 19 de julio de 1867. El
imperio ha terminado, y las damas del "entourage" tienen que salir
corriendo, buscar el abrigo de sus familias y ocultarse. Leonarda
decide cambiarse el nombre y regresar a su terruño del bajío, donde
se le conoce ahora como Oliveria del Pozo. Siempre ha sido una
mujer valiente y ahora el caos que se vive en el país la obliga a "crear
sus propias oportunidades".
Celaya es un cruce de caminos; las diligencias que van a San Luis
Potosí, las que vienen de la ciudad de México, unas llevan plata que
viene del norte, otras las monedas acuñadas en la capital. Otras
vienen de Querétaro, sacando el oro de la "casa de rentas". Siempre
hay "soplones" dispuestos a informar cuando el cargamento vale la
pena. Leonarda tiene amigos que conocen bien el terreno, de manera
que organizarlos para asaltar las diligencias no le resulta difícil. No lo
hace por codicia sino más bien por venganza, pues su odio hacia el
coronel Zenea, ahora gobernador de Querétaro, y hacia el presidente
Juárez es más grande que nunca y saber que al robar esos dineros
está golpeando al gobierno le deja un agradable sentimiento en el
pecho. Gran parte del dinero lo distribuye entre los pobres, cosa que
la hace popular y le compra fidelidades. Ella misma participa en los
atracos, bien embozada con una capa y trapos que ocultan su
identidad, pero a veces no se aguanta las ganas de hacerles saber a
sus víctimas que es una mujer quien los ha vencido, así que antes de
huir con el botín le gusta abrirse la ropas y enseñar sus senos de
mujer, gritando:
-¡Fíjense con quien perdieron, jijos de la re... tostada!
A veces, hace gala de ingenio, como cuando decide atacar una
conducta 1 que venía fuertemente custodiada. Leonarda manda poner
sombreros y puros encendidos en todos los "órganos" a ambos lados
del camino, esos cactus espinosos que crecen derechitos. Los
custodios no se atreven a oponerse a Leonarda y a su puñado de
1
Recua o carros que llevaban la moneda que se transportaba de una parte a otra, y
especialmente la que se llevaba al gobierno.
48
Pinceladas de la Historia II
bandoleros, creyéndose superados fuertemente en número. Ya no la
conocen por su nombre, sino por el apodo de "la Carambada", una
palabra inventada para decir "¡es como el carambas!, ¡es como el
demonio!"
Leonarda tiene habilidad para moverse en varios círculos, como
jefa de una banda de asaltantes, donde se le respeta e incluso se le
teme como al más rudo de los hombres, pero también en los saraos
de sociedad, donde se
conduce como la más
¿Existe la veintiunilla?
educada de las damas.
La herbolaria mexicana es muy amplia y riquísima
Pronto se ve invitada a y hay quien afirma que, en efecto, existe una
reuniones a donde planta tóxica con la capacidad de matar de
asisten personajes y manera diferida y sobre todo, sin dejar rastro. En
políticos importantes, diferentes regiones le dan nombres diferentes,
como Guillermo Prieto por ejemplo, flor de culebra o chontalpa en
Oaxaca, hierba maría o burladora en Michoacán,
y Sebastián Lerdo de cochinita o cajón de gato en Guanajuato y
Tejada, quien la cuenta Querétaro, pero sobre todo, veintiunilla, por esa
entre sus amistades. perversa característica de matar tres semanas
Don
Sebastián
es después de haber ingerido su sustancia.
colaborador
del Científicamente le dan el nombre de asclepias
curassavica linaria, y la describen como una
presidente Juárez y se yerba de hojas pecioladas opuestas, de lámina
dice su amigo, pero elíptica, con ápice agudo acuminado y base
recién ha sido su obtusa o decurrente. ¿Quién se atreverá a
contrincante en las preparar su misterioso veneno?
elecciones, donde ganó
Juárez y perdió Lerdo. Ahora don Sebastián es presidente de la
Suprema Corte.
Es ya el año de 1872 y una noche asiste a una recepción a donde
acude el presidente Juárez y Leonarda se acerca a Lerdo de Tejada
para, a su vez, estar cerca del presidente. En un momento en que don
Benito deja su copa sobre una mesita, Leonarda aprovecha para
verter discretamente en la bebida unas gotas de un frasquito que lleva
oculto convenientemente. Es la "veintiunilla", un misterioso
concentrado de una yerba tóxica que tiene la característica de no
actuar de inmediato, sino ejercer un efecto retardado a los 21 días,
49
Roberto Gómez-Portugal M.
descomponiendo el sistema central y causando algo semejante a una
embolia o a un infarto.
Lerdo de Tejada, ¿cómplice de la
Carambada?
Don Sebastián Lerdo de Tejada y Corral fue,
durante largo tiempo, colaborador de Benito
Juárez. Durante los años de huída, en que el
“gobierno” del presidente Juárez no era sino un
puñado de personas que iban por todo el país,
de población en población, huyendo del ejército
de Maximiliano, don Sebastián desempeñó
diversos puestos en el “gabinete” de don
Benito. Incluso se condujo con habilidad
cuando el general González Ortega se
apersonó en Chihuahua y quiso reclamar de
don Benito que le entregara la presidencia,
pues ya había transcurrido su período de
mandato (Ver Pinceladas de la Historia, pág
116). Pero Lerdo de Tejada tenía sus propias
ambiciones y, en su fuero interno, nunca dejó
de considerar a Juárez un “indio” –así, con ese
dejo de desprecio indefinido. Una vez
restaurada la república, Lerdo, por una parte, y
el general Porfirio Díaz, se presentaron a las
elecciones federales de 1871, en contra de
Juárez, en las cuales don Benito ganó y fue
reelecto. Lerdo de Tejada aceptó su derrota y
se incorporó al gobierno de Juárez como
presidente de la Suprema Corte, en tanto que
Díaz se levantó en armas con el Plan de la
Noria. Pero no queda la menor duda de que
don Sebastián seguía abrigando pretensiones
de ocupar el puesto de Juárez y él, como
muchos, empezaba a cansarse de ver a don
Benito en la presidencia, donde ya llevaba 14
años. Las malas lenguas dicen que en aquella
recepción que, por cierto, fue en casa del señor
Lerdo, en la cual Leonarda deslizó unas gotas
misteriosas en la copa de Benito Juárez,
algunos ojos vieron cómo don Sebastián
intercambió con ella una sonrisa de
complicidad. Sea como fuere, el 19 de julio de
1872, Sebastián Lerdo de Tejada ascendió a la
Presidencia de la República.
50
La Carambada regresa
a Querétaro y se propone
ahora matar al gobernador
Zenea
y
tiene
el
atrevimiento de publicar
clandestinamente
un
"bando" ofreciendo cien
pesos de oro a quien le
traiga “las berijas" es decir,
las partes nobles de su
enemigo, el coronel Zenea.
Mientras tanto, en la
ciudad de México, el
presidente Juárez seguía
llevando
en
doloroso
silencio el duelo por la
muerte de su esposa
Margarita,
que
había
fallecido en enero de 1871,
dejando a don Benito
tremendamente afectado.
Juárez
vivía
en
un
departamento que había
sido acondicionado en un
entresuelo
del
propio
Palacio Nacional y lo
compartía con sus hijos
solteros, Soledad, María de
Jesús, Josefa y Benito,
además de Manuela y su
esposo, Pedro Santacilia,
que
trabajaba
como
secretario del presidente,
su suegro.
Pinceladas de la Historia II
El 17 de julio don Benito comienza a sentirse mal desde la
mañana, al grado de posponer algún compromiso para el día
siguiente. Por la tarde, como a eso de las seis, Juárez sale en el
carruaje que suele usar para dar un paseo con algunos de sus hijos,
pero al regresar, no quiso ya ir al teatro con Manuela, como se lo
había prometido y le pide a Pedro, su yerno, que él la acompañe.
Durante la noche siguió con náuseas y por la mañana decide
ordenar don Benito que venga a verlo su médico, el Dr Ignacio
Alvarado. En presencia del médico siente un calambre dolorosísimo
en el pecho que le obliga a dejarse caer sobre la cama. El Dr Alvarado
diagnostica “angina de pecho” y aplica el torpe remedio que prescribe
la medicina de la época: verter agua hirviendo sobre el pecho del
paciente para hacerlo reaccionar, y lo logra. Juárez es impasible, pues
a pesar de los fuertes dolores no deja escapar ni un grito ni un
quejido. Se acuesta a descansar unas horas pero le avisan que el
ministro de Relaciones Exteriores, José María Lafragua, insiste en
verlo con un asunto urgente. Juárez se pone pantalones y se arropa
con una capa, para recibir, sentado en un sillón, a su ministro.
En cuanto puede, se vuelve a acostar y como el dolor no cede, el
Dr Alvarado, desesperado, decide aplicar de nuevo el salvaje
tratamiento del agua hirviendo sobre el pecho. Don Benito se somete
sin protestar, con la piel enrojecida y ampulada por la bárbara
quemada. Parece reaccionar y platica un poco, incluso recibe a otro
funcionario que solicita audiencia, el general Alatorre, pero en cuanto
puede se vuelve a acostar. El Dr Alvarado hace venir a los doctores
Gabino Barreda y Rafael Lucio, las mayores eminencias médicas que
posee el país, pero ambos se dan cuenta de que no pueden hacer
nada. Juárez se oprime el pecho en silencio para aliviar un poco el
intenso dolor. El pulso es ya muy débil y el presidente se acomoda
sobre su lado izquierdo, para ya no levantarse nunca más. Muere
como a las 11,30 de la noche del 18 de julio. Tenía 66 años.
Sebastián Lerdo de Tejada, en su papel de presidente de la Suprema
Corte, sustituye a Juárez en la presidencia de la república.
51
Roberto Gómez-Portugal M.
¿Y qué fue de Leonarda, la Carambada? Los hechos no son claros
y se dicen muchas cosas; chismes, rumores. Hay quien asegura que,
muerto el gobernador de Querétaro, Zenea, su sucesor infiltra un
informante en la banda de la Carambada y les preparan una
emboscada para capturarla cerca de la hacienda de la Capilla, sobre
el camino de Celaya. Como es un personaje con arraigo popular, las
autoridades temen que la gente pueda amotinarse, por lo que
prefieren aplicarle la “ley fuga”. Ella huye, le disparan y, dándola por
muerta, llevan el cadáver al convento de las monjas capuchinas.
Sucede que no está muerta, y aunque malherida, revive y pide un
sacerdote para su confesión. Allí es donde, para descargar su alma,
cuenta toda su historia antes de morir.
Para saber más:
• La epopeya de México -Armando Ayala Anguiano
• La Carambada, realidad mexicana -Joel Verdeja Soussa
• Juárez de carne y hueso -Armando Ayala Anguiano
52
Pinceladas de la Historia II
El muerto no estaba en casa
El país estaba en muy mala situación: la pobreza de las clases
populares, agravada por la pésima situación agrícola, la gran
desigualdad entre éstas y la burguesía que despreciaba a los pobres
y, más recientemente, las desastrosas campañas militares en el norte
de África habían ido desgastando la popularidad de que alguna vez
gozó el rey. Las elecciones en las principales ciudades las ganaron
mayoritariamente los republicanos y muchos consideraron que
constituían prácticamente un plebiscito entre monarquía y república.
La turbulencia política y social era enorme y el sentimiento general
entre la población era muy tenso. El rey decidió tirar la toalla y se
marchó al exilio. Corría el mes de abril de 1931 y España vivía un
momento que contrastaba con sus glorias pasadas, ahora caducas.
Se instaló entonces la Segunda República. El nuevo régimen llegó
lleno de energía y de buenas intenciones, dispuesto a transformar y a
modernizar al país. Se intentó aumentar la productividad del campo
mediante una reforma agraria, se implantaron medidas de tipo liberal
muy ansiadas, como la jornada de ocho horas, igualdad de derechos
para las mujeres y diversas medidas que daban mayor autonomía y
libertad a las regiones con tradición histórica. Otras determinaciones
no fueron bien recibidas por todos. El gobierno de la república decidió
aplicar fuertes ajustes al ejército, que estaba anquilosado y sobrado
de mandos superiores y que, además padecía de un engreimiento
totalmente injustificado, ya que sólo había cosechado fracasos
estrepitosos en las recientes campañas de Marruecos. Por otra parte,
se intentó aplicar una reforma de la iglesia y así reducir su quasimonopolio sobre la educación y su excesiva influencia social, además
de no cesar de inmiscuirse en cuestiones políticas.
La huída del rey dejó un vacío de poder en donde los cambios que
intentaba la república se encontraron con la oposición de las partes
afectadas: los monárquicos, las clases privilegiadas y desde luego, el
ejército y la iglesia. Por su parte, los radicales consideraban que las
medidas eran tibias y no llegaban suficientemente lejos. Los
sindicalistas, los anarquistas, los monárquicos, los comunistas,
53
Roberto Gómez-Portugal M.
divididos incluso entre sí, todos se manifestaban, promovían huelgas,
paros y desórdenes y la república se debilitaba, al igual que el orden.
Azaña, presidente de la República
Manuel Azaña nació en Alcalá de Henares, muy cerca de Madrid, en una
familia acomodada pero de ideas liberales. Desde joven se interesó por la
literatura y fue autor de varios libros, pero también por la política y cultivó
ambas al mismo tiempo. Desde que se inició la Segunda República en 1931,
Azaña fue ocupando diversos puestos, incluyendo la cartera de Guerra y en
febrero de 36 es electo presidente de la República. La guerra estalla en julio de
ese año y a Azaña le toca dirigir la república durante todo el conflicto, enmedio
de la desunión de las fuerzas políticas que se supone encabeza y sufriendo
graves desencuentros con otros líderes del gobierno, como Francisco Largo
Caballero y especialmente con Juan Negrín. La república va perdiendo
irremediablemente la guerra y Azaña transfiere la sede de su gobierno de
Madrid a Barcelona y cuando esta ciudad termina siendo tomada por las
fuerzas de Franco, Azaña huye a Francia. Acaba cruzando la frontera a pie
entre lodazales, pues el coche que lo llevaba se descompone y tienen que
seguir andando. Refugiado en la región del Rosellón, con media Francia
ocupada por el ejército alemán (aliado de Franco) y la otra mitad bajo
administración del gobierno títere de Pétain, es vigilado y hostigado sin cesar
por agentes del régimen del general Francisco Franco, que pretenden su
captura y deportación a España. Finalmente, la Gestapo decide detenerlo. Sin
embargo, el embajador de México ante el régimen de Vichy, Luis Rodríguez,
prevenido al parecer por un soplo procedente de los propios alemanes,
consigue librar a Azaña de sus captores y trasladarlo en un difícil viaje en
ambulancia a Montauban, al Hôtel du Midi, donde la legación mexicana utiliza
varias habitaciones como sede provisional en la que se refugian numerosos
españoles exiliados en espera de poder huir de Francia. Azaña se instala allí
con su mujer, prematuramente envejecido y agotado por las penalidades
sufridas. Finalmente fallece el 4 de noviembre de 1940. El mariscal Pétain
prohibió que fuera enterrado con honores de Jefe de Estado: sólo accedió a
cubrir su féretro con la bandera española, a condición de que ésta fuera la del
bando nacionalista, y no la bandera republicana. El embajador de México
decidió entonces que fuera enterrado con la bandera mexicana.
Es ya febrero de 1936 y los grupos de izquierda se han agrupado
-casi todos- en una confusa alianza llamada Frente Popular, mientras
que las fuerzas de derecha se integran en torno a la CEDA
(Confederación Española de Derechas Autónomas) que se presenta
como el gran partido de masas de la derecha española, como la
54
Pinceladas de la Historia II
alternativa de orden y progreso contra las coaliciones de izquierda. La
votación es muy apretada y triunfa la
izquierda por un escaso margen. El nuevo
presidente será Manuel Azaña, quien
designa como su Primer Ministro al señor
Casares Quiroga, un hombre desprovisto
de carácter, que pronto se verá rebasado
por los acontecimientos.
La derecha no acaba de aceptar su
derrota y desprecia la democracia,
argumentando que las clases populares
no están preparadas para ejercerla. GilRobles, dirigente de la CEDA, comienza a
conspirar calladamente. Los sindicatos de
izquierda no ayudan en nada con su
actitud revoltosa y agresiva. Los
acontecimientos se precipitan y los
ánimos se calientan. Abundan los
enfrentamientos a palos e incluso a tiros,
principalmente en Madrid.
A causa de las numerosas
carnosidades que el
presidente Azaña tenía en
la cara, los soldados y los
jefes nacionalistas le
apodaban
despectivamente “Tío
Verrugas”.
Azaña está consciente de que los altos mandos del ejército están
muy resentidos por la reforma que la república les ha impuesto. Se
han reducido radicalmente los efectivos militares y los altos jefes han
visto recortados sus privilegios y sus ascensos. Es un secreto a voces
que una junta de generales, secundada por la derechista Unión Militar
Española, está cocinando una insurrección. Azaña cree que con
dispersar a los jefes a puntos alejados podrá desactivar la bomba de
tiempo. Manda al general Mola a Pamplona, a Franco lo destina a
Canarias, a Goded, a las Baleares.
El presidente Azaña ciertamente ha minusvaluado la magnitud de
la conjura. Aunque los generales aún no tienen a un líder claramente
definido ni aceptado, están más organizados de lo que el gobierno
cree. Los conspiradores cuentan con importantes apoyos financieros
de los grupos tradicionalistas y de derechas, incluyendo el de un
nuevo y apasionado partido de extrema derecha denominado Falange
55
Roberto Gómez-Portugal M.
Española, cuya cabeza pensante es el joven José Antonio Primo de
Rivera.
El general Mola firma las comunicaciones que envía secretamente
a los conjurados ostentándose como El Director, pero eso está por
verse, pues algunos, como Franco, ni siquiera han dado todavía su
clara aceptación. En marzo se proponen decidir quién tendrá el
mando supremo de la sublevación y deciden otorgárselo al general
José Sanjurjo, quien años antes había intentado, sin éxito, dar un
golpe de estado y ahora vive exiliado en Portugal.
José Sanjurjo
Molesto, al igual que muchos otros generales, con las reformas al ejército que
hace la Segunda República, el general José Sanjurjo organiza una rebelión en
Sevilla el 10 de agosto de 1932 La rebelión, conocida como la sanjurjada,
tiene éxito inicial en Sevilla donde logró hacerse con el control de la situación,
pero fracasa absolutamente en Madrid, donde el gobierno la aplaca y la
reprime fácilmente. Sanjurjo pierde el dominio de las cosas y termina siendo
apresado al intentar huir. Como cabecilla de la fracasada rebelión, Sanjurjo es
juzgado y condenado a muerte, pero se le conmuta la condena por la de
cadena perpetua. Más tarde, cambios en el gobierno y un decreto de amnistía
le permiten marchar al exilio en Estoril, Portugal. Desde allí, no dejará de
conspirar, manteniendo el contacto con sus colegas, altos jefes militares en
España.
Cuando los conjurados deciden nombrar a Sanjurjo jefe de la nueva
rebelión que ha liderado el general Mola, mandan una avioneta que tripula
Juan Antonio Ansaldo a recogelo para traerlo a España. Ansaldo aterriza en
un llano cubierto de hierba cerca de Cascais, donde un grupo de gente se ha
reunido para despedir al general. El ayudante de Sanjurjo arrastra una pesada
y enorme maleta que intenta subir a la avioneta. Ansaldo objeta, -“Va a ser
demasiado peso. Llevamos el tanque lleno y además la pista es corta”. –“La
maleta tiene que ir”, explica el ayudante. “Contiene los uniformes de gala del
general y sus condecoraciones. ¡No querrás que llegue a Burgos ni que haga
su entrada triunfal en Madrid sin sus uniformes de gala!” El piloto se resigna,
pero cuando el voluminoso y pesado personaje se instala en el asiento, a
Ansaldo se le hace un nudo en la garganta. Acelera a fondo el motor con los
frenos bien puestos y los suelta de golpe, para maximizar la potencia del
aparato. Se elevan y parece que lo han conseguido, pero una de las ruedas
se atora en la copa de los árboles, la avioneta trastabillea y se precipita al
suelo, donde termina chocando contra una barda de piedra. Sanjurjo se abre
la cabeza contra una barra de la estructura del avión y muere en el acto. El
piloto sobrevive con heridas menores.
56
Pinceladas de la Historia II
Mientras tanto, en Madrid, el calor del verano hace que los
madrileños tomen el fresco en los cafés y en las terrazas, en donde no
se habla de otra cosa que de la tensa situación y de los rumores sobre
los militares. Una de esas noches, en una
calle cercana a la céntrica Puerta del Sol, un
pistolero falangista dispara a quemarropa
sobre un teniente de las Guardias de Asalto
de la república. La causa, tal vez ni ellos
mismos la saben. El cadáver del joven
teniente es velado en las instalaciones de la
Dirección General de Seguridad, en donde
algunos compañeros de la víctima no se
aguantan la rabia y juran que esa misma
noche van a asesinar, en venganza,a algún
personaje connotado de la derecha.
Con el ánimo caliente, el capitán de la Guardia Civil Fernando
Condés, que no lleva uniforme sino ropas de civil, ordena sacar del
garage una camioneta y sale a la calle, acompañado por el guardia
Orencio Bayo, que conduce el vehículo. En el último momento, otros
guardias uniformados se suben a la camioneta. Escogen por víctima
al líder monárquico Alejandro Goicoechea, pero cuando llegan al
domicilio les informan que "el señor no está en casa". Hay que pensar
en otro y la elección recae en José María Gil-Robles, el jefe de la
CEDA. Van a su domicilio y se encuentran que también está ausente.
Las cosas no salen bien pero la rabia no se aplaca ni las ganas de
venganza. Circulan por la calle Velázquez, en pleno barrio residencial
de Salamanca cuando uno de ellos se acuerda que por allí vive el
diputado de ultraderecha José Calvo Sotelo. Hay dos guardias que
custodian el portal del edificio pero como ven a varios uniformados y
el capitán Condés, aunque sin uniforme, los saluda marcialmente, no
oponen ninguna resistencia y los dejan subir hasta el cuarto piso
donde vive el diputado con su familia. Tocan el timbre y les abre la
sirvienta. Con toda corrección, pero con firmeza, Condés pide ver al
diputado Calvo Sotelo. La sirvienta responde que el señor ya se ha ido
a dormir.
57
Roberto Gómez-Portugal M.
Franco
Franco nació en 1892, en un hogar no muy bien avenido; su padre, autoritario
y mujeriego, su madre, resignada y muy religiosa. De niño, el pequeño
Francisco tuvo que aprender a sobrellevar burlas a causa de su baja estatura y
su voz atiplada. Tal vez por eso, una vez encumbrado propiciará un culto
extremo hacia su persona: Generalísimo, Caudillo de España y esas cosas La
difícil relación con su padre hizo que Francisco se refugiara en su madre y
absorbiera de ella los caracteres que posteriormente lo identificaron: su
desinterés por el sexo, su puritanismo, su moralismo y religiosidad, su
alejamiento del alcohol y las juergas. La pérdida de Cuba y el
desmoronamiento de lo que fuera el Imperio Español ayudaron a forjar
probablemente su rudimentario ideario político, al identificar la grandeza del
imperio perdido con los antiguos regímenes autoritarios, y el desastre, con las
nuevas actitudes liberales de izquierda.
La carrera militar de Franco dio un salto gracias a la guerra del Rif en
Marruecos, que le permitió alcanzar el grado de general en 1926. Después de
la sanjurjada y por las sospechas que pesaban sobre algunos altos mandos, el
gobierno alejó de los centros de poder a los generales más proclives a la
sedición, destinando a Franco a las islas Canarias. En julio de 1936 y tras
muchas indecisiones, Franco se une al golpe de Estado instigado por el
general Sanjurjo y el general Mola contra el gobierno de la Segunda República
Española y se pone al frente del ejército de África. Tras la muerte de Sanjurjo
en un accidente aéreo pocos días después del golpe y ayudado por el
prestigio que cosechó con el rápido avance de sus tropas y la toma del Alcázar
de Toledo, Franco ve el camino libre para convertirse en líder indiscutible de
los sublevados, quienes lo designan Jefe de Gobierno el 28 de septiembre de
1936. Poco después, se autoproclama jefe de Estado y continúa en el puesto
aún después de terminada la guerra civil en 1939. Durante la Segunda Guerra
Mundial, Franco mantuvo una política oficial de neutralidad y de no
beligerancia pero colaboró encubiertamente con el Eje Roma-Berlín de
diversas formas, principalmente permitiendo la escala y el aprovisionamiento
de aviones y submarinos en territorio español, y enviando tropas para combatir
junto a los alemanes en la campaña contra la Unión Soviética, la denominada
División Azul. Franco siguió gobernando España con mano férrea hasta su
muerte en 1975 y sólo entonces pudo reinstalarse la monarquía, en la persona
del rey actual, Juan Carlos I.
-Pues despiértelo!, ordena el capitán con energía.
A los pocos instantes aparece Calvo Sotelo, en bata. -De qué se
trata?, pregunta
58
Pinceladas de la Historia II
El capitán Condés le muestra su identificación como elemento de
la Guardia Civil al tiempo que contesta -Se trata de un registro de
rutina.
-¿Cómo, a estas horas?, replica el diputado y pide un momento
para avisar a su esposa a fin de que no se alarme. Utiliza ese
momento para asomarse al balcón y ver la camioneta de la Guardia
Civil, con lo que constata que en efecto son policías los que están a
su puerta. Los deja pasar para que efectúen la pretendida inspección
de su departamento, lo cual sólo tarda un par de minutos. Entonces
Condés le dice:
-Tendrá usted que acompañarnos a la Comandancia.
-Eso sí que no, alega Calvo Sotelo, y como conocedor de las leyes
les dice que ningún ciudadano puede ser molestado en su domicilio y
menos detenido sin una orden judicial. -Además, añade -como
diputado que soy ¡tengo inmunidad parlamentaria!
Bueno, se acabó la farsa y se acabaron los miramientos. El capitán
Condés le ordena que se vista con ropa de calle y sanseacabó.
Cuando Calvo Sotelo intenta utilizar el teléfono, uno de los guardias
arranca de un tirón el cable de la pared. El diputado decide obedecer,
se viste y sale con los policías. Desde la puerta, mira al balcón del
cuarto piso y se despide con la mano de su esposa, que contempla
atónita la escena. Sube a la camioneta y lo sientan atrás, entre dos
guardias.
-A la Dirección General de Seguridad, ordena el capitán Condés al
chofer.
Pero mucho antes de llegar a ese destino, apenas a unas cuantas
cuadras del domicilio, otro de los guardias, llamado Victoriano
Cuenca, que va sentado justo atrás del prisionero, saca su pistola y, a
quemarropa, le suelta un tiro en la nuca a Calvo Sotelo, quien cae de
inmediato hacia adelante y a la derecha. El pistolero le dispara una
segunda vez, para estar seguro.
59
Roberto Gómez-Portugal M.
-Al Cementerio del Este, le dice al chofer. Cuando llegan,
encuentran a dos guardias en la puerta del panteón y les dicen, -A
éste, lo encontramos muerto en la calle, y arrojan el cadáver al suelo.
La mujer de Calvo Sotelo se dedica a hacer llamadas -de algún
modo habrán reparado el teléfono. Nadie sabe nada. En la Dirección
General de Seguridad niegan que ningún vehículo ni ningún
contingente policial haya sido enviado al domicilio del diputado.
A la mañana siguiente, por fin se acepta la noticia: el diputado
José Calvo Sotelo ha sido asesinado. Media España está indignada.
La otra mitad se sobrecoge ante lo que vendrá. Es el 13 de julio de
1936. Apenas cinco días después estallará la guerra civil, un baño de
sangre que costará un millón de muertos.
El general Francisco Franco, a la izquierda aún como militar sublevado y
después, ya entronizado como Generalísimo y Caudillo de España. Queipo
de Llano, otro de los generales sublevados que compitió con Franco por el
liderazgo de la rebelión, se refirió siempre a él irrespetuosamente como “Paca
la culona”.
Para saber más
• Los cipreses creen en Dios –José María Gironella
• Un millón de muertos –José María Gironella
• Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie –Juan Eslava Galán
60
Pinceladas de la Historia II
Por una manzana
Hacia finales del siglo XIII Rodolfo de Habsburgo forcejeaba con
otras casas feudales de la época como los Hohenstaufen, los de
Bohemia y los Hohenzollern por adueñarse de territorios y por dar
gloria y brillo al nombre familiar. Los Habsburgo no había alcanzado ni
lejanamente el gran poderío y riqueza que más adelante habrían de
lograr pero Rodolfo ya había conseguido hacerse coronar con el
curioso título de Rey de los Romanos. Era el intento de los
gobernantes medievales de emular el imperio de Carlomagno y de
revivir el prestigio y las glorias del ya lejano imperio romano en lo que
pretenciosamente llamaron Sacro Imperio Romano Germánico. Cubría
territorios muy amplios, entre los que estaban los que después serían
Suiza, Austria y el sur de Alemania.
Por su parte, los pobladores de esas tierras, campesinos y
granjeros, sólo querían que esos grandes señores los dejaran trabajar
y vivir en paz, sembrando y cosechando sus parcelas, criando su
ganado en las escarpadas laderas y disfrutando de aquellos parajes
boscosos llenos de belleza, en donde los rigores impuestos por las
nieves y fríos del invierno se veían más que compensados por las
flores y frutos del bosque que venían con la primavera y el verano, sin
exigirles demasiados tributos ni agobiar con demasiadas restricciones
a estos montañeses orgullosos y duros, celosos de su libertad.
Pertenecían a la etnia de los “allamani”, palabra de donde se derivó el
nombre de Alemania en castellano y en francés, por oposición a otros
grupos germanos, que a su vez fueron origen del nombre Germany o
Germania con que se conoce a la moderna Alemania en inglés y otros
idiomas. Robustos, nervudos, astutos e indomables, estos habitantes
de los alpes estaban acostumbrados a desafiar y resistir a una
naturaleza implacable y, en consecuencia, no eran hombres sumisos
ni fáciles de domar.
En 1282 Rodolfo logró imponer a su hijo Albrecht –Alberto- como
duque de Austria y a Rodolfo como duque de Styria. Rodolfo era
entonces un niño de apenas doce años, pero su hermano Albrecht ya
tenía 27 y era poseedor de un carácter más ávido y ambicioso. Poco
tardó Albrecht en imponer condiciones opresivas a los Estados del
61
Roberto Gómez-Portugal M.
Bosque, como gustaban de llamarse los cantones de Uri, Schwyz y
Nidwalden, que mantenía una cierta alianza o unidad, sin dejar de
insistir en su preciada independencia. Albrecht mandó a sus factores,
jueces, magistrados y gobernadores con amplias facultades para
hacer prácticamente lo que les viniera en gana a fin de someter a
estos súbditos difíciles e insumisos y pronto estos funcionarios se
convirtieron en codiciosos y crueles tiranos que imponían impuestos,
cobraban multas, encarcelaban y humillaban a los infelices habitantes
prácticamente a su antojo. Quejarse e intentar recurrir al rey para
buscar justicia era completamente inútil, pues el rey simplemente se
negaba a escucharlos o a recibirlos.
Uno de estos odiosos gobernadores era un tipo llamado Gessler,
notable por su arrogancia y arbitrariedad. Un buen día, le gustaron un
par de reses que vió en una granja de la población de Melchi, en
Nidwalden y ordenó que sus hombres fueran a confiscarlas. Como el
joven granjero opuso resistencia y golpeó a uno de los enviados de
Gessler, el malvado gobernador mandó apresarlo y al encontrar que el
joven ya había huído, el desalmado Gessler sació su espíritu de
venganza sobre el viejo padre del granjero, a quien mandó traer a su
castillo y allí ordenó que le sacaran los ojos. En el cantón de Uri,
Gessler ya había hecho otras tropelías, como adueñarse de la casa
del granjero Staufacher, simplemente porque le gustó, para dársela a
alguno de sus incondicionales, y así, se cometían infinidad de
atropellos sin que hubiera posibilidad de hacer nada para evitarlos o
para defenderse.
En el pueblo de Altdorf, en el cantón de Uri, Gessler mandó colocar
un poste en la plaza del mercado sobre el cual fijó un sombrero que,
según anunció, representaba el poder real. Se dieron órdenes
estrictas de que había que inclinarse respetuosamente ante el
sombrero cada vez que alguien pasara frente a él, en muestra de
obediencia y respeto. Mientras Gessler seguía imaginando maneras
de humillar y fastidiar a los aldeanos, un hombre llamado Wilhelm
(Guillermo) Tell, atravesó la plaza del mercado e ignoró
olímpicamente la orden de inclinarse ante el mentado sombrero. No
tardaron los esbirros de Gessler en apresar a Tell y en llevarlo a
comparecer ante el odiado gobernador, quien le preguntó airado por
62
Pinceladas de la Historia II
qué había desobedecido la orden de inclinarse humildemente ante el
sombrero.
“Por descuido” –respondió Tell, “porque soy un pobre aldeano
ignorante”, dijo haciéndose el tonto.
Gessler se enfureció, como igual se hubiera enfurecido ante
cualquier otra respuesta que no fuera de total abyección, y le dijo:
“Debería yo colgarte por la ofensa que has cometido, maldito
montañés majadero”, y sabiendo que Tell tenía fama de ser muy
diestro con la ballesta, añadió:
“Pero te voy a dar una oportunidad de salvar tu pellejo. Manda que
venga el mayor de tus hijos” -Gessler sabía que el hijo de Tell era
apenas un adolescente, todavía un niño. “Si eres tan bueno con la
ballesta como la gente dice, vas a demostrarlo, disparando una flecha
a esta manzana”, continuó diciendo mientras teatralmente cogió la
fruta de un cesto que tenía a su alcance, “que tú mismo vas a colocar
¡sobre la cabeza de tu hijo!” Guillermo Tell tembló de miedo y de
rabia, pero no tuvo más remedio que aceptar la peligrosa alternativa
que le imponía Gessler.
“Pues mañana al mediodía sabremos si eres tan hábil como dicen
todos, o si tu hijo acaba con una flecha en la cabeza”, dijo el odioso
gobernador con una risotada. “Y mientras tanto ¡llévenselo al
calabozo!”
No tardó en correrse la voz y al día siguiente, en la plaza del
mercado, se reunieron los lugareños y se montó un estrado con una
poltrona donde se sentaría Gessler a presidir el estúpido espectáculo.
La gente murmuraba conteniendo mal su rabia por el atropello contra
Tell, pues sentían que cualquiera era vulnerable, hoy o mañana, de
las arbitrariedades del odiado gobernador y de sus esbirros
austríacos. Incluso había quienes censuraban a Tell por haber
aceptado poner en riesgo la vida de su hijo en vez de dejarse
simplemente que lo colgaran. Llegada la hora, trajeron a Tell atado de
63
Roberto Gómez-Portugal M.
manos y todavía cegado
por la luz del día, después
de salir repentinamente del
oscuro calabozo.
El capitán de la guardia
de Gessler arrancó al hijo
de Tell de los brazos de
sus parientes y lo colocó
con la espalda apoyada
sobre el gran portón de
madera
del
edificio
principal, mientras que otro
soldado entregaba a Tell
de mala manera la ballesta
y la caja de flechas que le
habían traído sus amigos.
El capitán contó sesenta
pasos desde donde estaba
el chico y se plantó en el
sitio,
mirando
hacia
Gessler en busca de
aprobación. El miserable
gobernador le hizo un
gesto con la mano,
indicándole que se alejara
aún más. El capitán contó
otros
veinte
pasos.
Gessler asintió con la
cabeza. ¡Ochenta pasos!
Eso era una distancia
enorme. Ni el ballestero
más diestro podría estar
seguro de acertar desde
tan lejos. Finalmente, a
otra señal de Gessler, el
capitán
colocó
una
manzana sobre la cabeza
64
Guillermo Tell en la música y la literatura
A lo largo de los siglos, la figura de Guillermo
Tell ha sido un modelo de los ideales de
independencia y libertad, por una parte, y por
otra, del amor paterno y de la valentía
personal.
Todos hemos escuchado desde niños, aún
sin saberlo, la Obertura de Guillermo Tell,
compuesta por Gioachino Rossini, que es la
introducción instrumental a la ópera del
mismo nombre, pues se hizo conocidísima
como el tema musical de El llanero solitario
que veíamos en televisión. Rossini
inmortalizó la historia de Guillermo Tell en el
mundo de la música culta mediante esta
ópera que escribió en 1828, y Franz Liszt
hizo su propio arreglo de la obertura y la
convirtió en un elemento que no faltaba en
sus conciertos.
En 1804, el poeta y dramaturgo alemán
Friedrich von Schiller escribió un drama en
verso que intituló Guillermo Tell y que
constituye una de las mejores obras de este
gigante de la literatura romántica.
Monumento a Guillermo Tell en
Altdorf, cantón de Uri, en Suiza.
Pinceladas de la Historia II
del chico, mientras la muchedumbre se sobrecogía.
Gessler parecía disfrutar enormemente de esta grotesca situación,
como si el imponer miedo a toda la población fuera la mejor fuente de
entretenimiento. Otro gesto del gobernador indicó a Tell que
procediera con la horrible tarea. El aldeano cogió la ballesta, sacó de
la caja no una sino dos flechas y colocó cuidadosamente una de ellas
sobre su arma. Respiró profundo y alzó la ballesta hasta sus ojos para
apuntar con todo cuidado. El tiempo pareció detenerse, todos
contenían el aliento. Un movimiento imperceptible de la mano de Tell
sobre el gatillo liberó el proyectil que cruzó el aire con un silbido
apenas audible para clavarse… ¡justo en el centro de la manzana! Las
dos mitades cayeron hacia ambos lados del niño mientras la
muchedumbre soltaba un gemido de alivio, explotando después en
vítores y gritos de alegría.
El que no estaba contento era Gessler. Hubiera preferido que el
asunto terminara en tragedia y no que este maldito aldeano se saliera
con la suya y hasta se convirtiera en un héroe para los locales.
“Muy bien, Tell”, le dijo, “eres bueno con la ballesta. Pero, ¿para
qué cogiste dos flechas?”, le preguntó, señalando la que todavía tenía
Tell en su aljaba.
“Porque si hubiera herido a mi hijo”, le respondió Tell, mirándolo
retadoramente a los ojos, “esta segunda flecha hubiera terminado
clavada en el pecho de vuestra señoría”.
“¡Insolente! ¡Maldito montañés patán!” gritó
Gessler enfurecido. “Pero verás, yo te ofrecí
esta oportunidad para que salvaras tu
miserable vida, pero no te dije que quedarías
libre. Vas a ir de nuevo al calabozo más
oscuro donde no veas ni siquiera la luz del
día, y para vigilarte mejor, será en las
mazmorras de mi propio castillo”.
Los soldados amarraron fuertemente a
65
Roberto Gómez-Portugal M.
Tell, dejándole incluso la ballesta y la aljaba terciadas al pecho y se lo
llevaron a una barcaza en la que se subieron todos, incluso el
gobernador Gessler, para regresar a su castillo en Axenstein, al otro
lado del enorme lago 2, pues ya el cielo de la tarde se encapotaba y
presagiaba mal tiempo. La tormenta no tardó en desatarse y los
torpes soldados, extranjeros y desconocedores de los caprichos de la
naturaleza de la región, ya preveían el naufragio. A alguien se le
ocurrió que desataran a Tell, habituado a navegar en esas aguas,
para que condujera la barca y los sacara a salvo. Tell negoció bien la
tormenta y dirigió la barca hacia Axenberg, donde había una especie
de muelle natural formado por una gran roca, conocida como
Tellenplatte. Apenas llegando, Tell saltó a tierra y salió corriendo,
llevando consigo su ballesta y sus flechas, ganando tiempo mientras
los torpes soldados luchaban todavía por sacar la barca a tierra y
ayudar a desembarcar al personaje. Tell corrió como una cabra por el
bosque, que conocía a la perfección y se escondió en una hondonada
cerca de Kusnach, sabiendo que la comitiva tendría que pasar por allí
en su camino hacia el castillo. Allí, oculto entre las ramas de los
árboles, esperó pacientemente y cuando el grupo se acercó,
abriéndose paso trabajosamente por el bosque, Tell distinguió
claramente la figura de Gessler, empapado y con las lujosas ropas
llenas de lodo. Tomó puntería tranquilamente y le disparó la flecha
que le tenía reservada, haciendo un blanco perfecto en la mitad del
pecho. Gessler se desplomó resoplando y escupiendo sangre.
La muerte de Gessler no libró de inmediato a los pobladores de los
Cantones del Bosque de la tiranía de los autríacos, pero la valentía de
Guillermo Tell sirvió para reforzar las aspiraciones de libertad de esta
gente resuelta, esforzada y valerosa y su convicción de defender su
independencia, formando una Confederación (Eidgenossenschaft) a la
que se fueron sumando otros cantones. La lucha fue larga, pero con la
batalla de Morgarten en 1315, en donde los suizos -si es que ya se
puede hablar de estos diferentes grupos como una nación- impusieron
una tremenda derrota a los Habsburgo y a sus aliados, logrando con
ello el reconocimiento de importantes derechos y libertades para la
naciente Confederación.
2
66
Se trata del Lago de los Cuatro Cantones, también conocido como Lago de Lucerna.
Pinceladas de la Historia II
La Confederación Helvética
¿Federación o Confederación? La confederación se diferencia de
la federación en que en la primera, los miembros mantienen altos niveles
de autonomía y el poder central está limitado, mientras que en la segunda,
los federados renuncian a una parte de sus competencias y el poder
central es más fuerte. Aquellos cantones alpinos que tuvieron que unirse
para defenderse eran tremendamente independientes y celosos de su
autonomía, por lo que formaron una confederación (Eidgenossenschaft) a
la que poco a poco fueron sumándose otros cantones. Al principio eran
tres, luego cinco, después ocho y más adelante trece. Aunque a lo largo de
los siglos esa confederación habría de sufrir muchas transformaciones,
divisiones, aumentos y guerras internas –incluso cuando los invadió
Napoleón I, se convirtió en 1798 en la efímera República Helvética- esa
antigua Confederación Suiza es la precursora de la Suiza de hoy.
Suiza tiene hoy 26 cantones.
Para saber más
• The Story of Switzerland. -Lina Hug & Richard Stead
• White Book of Sarnen. -Aegidius Tschudi
67
Roberto Gómez-Portugal M.
Cinco de mayo
El gobierno de México estaba quebrado. En julio de 1861 el
presidente Benito Juárez anunció un moratoria en el pago de la deuda
extranjera por un período de dos años. Eso fue suficiente para
enfurecer a los gobiernos de España, Francia e Inglaterra quienes
decidieron enviar buques y fuerzas militares a Veracruz. España
desembarcó 6 mil hombres dirigidos por el general Juan Prim. En
enero del año siguiente llegaron 3 mil franceses al mando del
almirante Edmond Jurien de la Gravière y después un contingente
inglés de 800 infantes de marina al mando del comodoro Hugh
Dunlop. Previamente las tres potencias habían firmado la Convención
de Londres acordando la acción militar para exigir a México el pago de
adeudos por 80 millones de pesos.
Una vez desembarcados sus soldados, los tres países enviaron un
ultimátum al gobierno mexicano exigiendo el pago inmediato o de lo
contrario invadirían el país. Juárez no acababa de respirar tranquilo
después de tres años de la Guerra de Reforma y de su difícil triunfo
sobre los conservadores y aunque había ganado constitucionalmente
la elección a la presidencia, venciendo a Lerdo de Tejada y a
González Ortega, difícilmente podría decirse que Juárez tuviera a un
país unificado tras de sí. Respondió al ultimátum con una invitación a
negociar de manera amistosa y los invitó a parlamentar, pero al
mismo tiempo, previniendo una posible invasión que llegase hasta la
ciudad de México, creó una unidad militar que denominó Ejército de
Oriente y la mandó a pertrecharse cerca de la ciudad de Puebla, al
mando del general José López Uraga. Era ya febrero de 1862 cuando
los representantes extranjeros se reunieron con Manuel Doblado, que
era el ministro de Relaciones Exteriores y con el de Guerra, Ignacio
Zaragoza, en la hacienda de la Soledad, en Veracruz y gracias a la
habilidad de Doblado llegaron a un acuerdo preliminar que
esencialmente consistía en que seguirían negociando en Orizaba,
pero respetando la integridad e independencia del país.
De pronto, el 5 de marzo, llegó al puerto veracruzano un nuevo
contingente militar al mando de Charles Ferdinand Latrille, conde de
Lorencez, quien relevó al anterior comandante francés de la Gravière
68
Pinceladas de la Historia II
y comenzó a internarse en el país. Casi al mismo tiempo, el general
conservador Juan Nepomuceno Almonte –hijo nada menos que del
prócer de la independencia José María Morelos y Pavón- se proclamó
“Jefe Supremo de la Nación” y comenzó a reunir tropas
conservadoras, apenas apaciguadas después de la Guerra de
Reforma, ¡para apoyar a los franceses!
España e Inglaterra pronto se dieron cuenta que Napoléon III tenía
otras intenciones y no sólo la de cobrar sus adeudos, sino que urdía
secretamente planes para establecer un imperio mexicano controlado
por Francia. Los representantes español e inglés negociaron
separadamente con el gobierno juarista y finalmente aceptaron la
moratoria y reembarcaron sus tropas.
Francia, por el contrario, presentó a México “las cuentas del gran
capitán”, exigiendo el pago inmediato y total de la deuda o que de lo
contrario se le entregase el control absoluto de las aduanas y
prácticamente el manejo económico del país. Lorencez desconoció los
tratados de La Soledad y se dirigió con sus tropas hacia Puebla, con
la intención de seguir después y tomar la ciudad de México.
El ejército francés gozaba de un prestigio de invencibilidad en toda
Europa y se les consideraba el mejor ejército del mundo, lo que se
traducía en una arrogancia extrema. Se sentían no sólo mejores
soldados, con mayor entrenamiento y equipo sino incluso se creían, y
así lo expresaban, miembros de una raza marcadamente superior a
los desarrapados soldados mexicanos. Lorencez mandó incluso un
comunicado a sus superiores diciéndoles que “con nuestros 6,000
valientes soldados, soy ya dueño de México.”
Por su parte, el ejército mexicano tenía un cuerpo de oficiales
jóvenes, valientes y entusiastas pero poco experimentados y la tropa
era un desastre, pues había sido en su mayoría reclutada mediante la
leva, es decir, forzando simplemente a los pobres campesinos y
aldeanos a sumarse al ejército, sin recibir, en la mayoría de los casos,
ni el menor entrenamiento. Estaban, además, mal equipados y mal
alimentados. El general Zaragoza pedía una y otra vez al alto mando
en la ciudad de México, el envío de recursos, pues no tenía los
69
Roberto Gómez-Portugal M.
medios para comprar lo necesario para alimentar a su tropa. Encima,
dado que la Guerra de Reforma había terminado poco tiempo atrás,
no se podía tener plena certeza de las lealtades de los militares hacia
el gobierno liberal de Juárez.
Chalchicomula
El trabajo subversivo de los conservadores en contra del gobierno liberal de
Juárez y en favor de los franceses era constante. Apenas unas semanas antes
de la batalla de Puebla y cuando ya era claro que los franceses no venían a
cobrar sino a invadir, ocurrió la tragedia de Chalchicomula. Precisamente para
evitar que pudieran caer en manos de los franceses, el gobierno de Juárez
había acumulado en Chalchicomula gran cantidad de pertrechos militares,
además de concentrar allí varios batallones, que eran parte de las fuerzas con
que contaba el Ejército de Oriente que comandaba Zaragoza. La ex-colecturía
de diezmos de San Andrés, un viejo edificio eclesiástico, era el lugar en donde
se habían almacenado la pólvora y las armas y en torno al cual acampaban los
soldados, las soldaderas que los acompañaban y servían y buena cantidad de
población civil que también se agrupaba alrededor del campamento. Poco
después de las ocho de la noche y sin que se supiera cómo, se inició un
incendio en el depósito de pólvora y momentos después sobrevino una terrible
explosión y el derrumbe de parte de la vieja estructura y de las casas vecinas.
Sólo cuando se aplacó el polvo y entre los gemidos de los heridos pudo
comenzar a apreciarse la magnitud del daño sufrido. Más de 1300 soldados,
unas 500 soldaderas y quizá otras 500 personas entre los lugareños y curiosos
que allí estaban, resultaron muertos. La cantidad de heridos fue también muy
grande. El daño para el ejército de Zaragoza era enorme, pues no sólo le
privaba de valiosos y escasos pertrechos militares que iba a necesitar para
repeler a los franceses sino peor aún, le quitaba a más de mil soldados que,
además, eran de los pocos elementos entrenados y fogueados con que podía
contar Zaragoza en su lucha por defender a México del invasor. Aunque nunca
se pudo saber con certeza ni mucho menos agarrar a los causantes, es claro
que el atentado fue provocado por soldados conservadores que los traidores
generales Mejía y Almonte lograron infiltrar entre las tropas que estaban en
Chalchicomula. México luchaba contra el invasor francés y contra el traidor
mexicano.
El primer encuentro entre las tropas mexicanas y los invasores de
Lorencez tuvo lugar el 28 de abril en algún punto de las Cumbres de
Acultzingo, entre Veracruz y Puebla, donde Zaragoza vio la
oportunidad de “caerles” por sorpresa a los franceses y dar a sus
70
Pinceladas de la Historia II
inexpertos soldados una oportunidad de foguerase y de causar al
invasor las mayores pérdidas posibles. La estrategia funcionó, pues
en la batalla de Las Cumbres Zaragoza les hizo cerca de 500 bajas a
los franceses, perdiendo los mexicanos sólo unos 50 hombres. Sin
embargo, tras retirarse los mexicanos, los franceses recibieron
refuerzos de su columna principal que venía de Veracruz y
recuperaron el control del paso de montaña. Lorencez quería llegar
con sus tropas a la ciudad de Puebla, que era todavía un baluarte del
partido conservador y donde los franceses esperaban ser recibidos
con “una lluvia de rosas” como había expresado alguno de los jefes
galos en una carta a su emperador.
Zaragoza llegó con su Ejército de Oriente a Puebla el 3 de mayo
por la noche y se encontró que los habitantes, lejos de recibir y ayudar
al ejército mexicano, se habían encerrado en sus casas y dejado
desiertas las calles de la ciudad,
pues Puebla era, en efecto, más Entre los telegramas que envió
partidaria de los franceses que Zaragoza a la ciudad de México en los
del ejército liberal de Juárez. días cercanos a la batalla del 5 de
de 1862, se refiere a la manera
Zaragoza tuvo que concentrar mayo
de “evitar noticias falsas que en la
sus fuerzas en el extremos sur y traidora cuanto egoísta Puebla
oriente de la ciudad, tratando de circulan. Esta ciudad no tiene
evitar que los franceses llegaran remedio”. Y en otra ocasión añadió
al área urbana de Puebla, pues “... nada se puede obtener aquí,
esta gente es mala en lo
estaba seguro de allí contarían porque
general y sobre todo muy indolente y
con la ayuda de los pobladores.
egoísta…” “Esto es triste decirlo, pero
es una realidad”.
El 4 de mayo, los exploradores
de avanzada que había enviado Zaragoza le trajeron la alarmante
noticia de que una numerosa columna de jinetes, al mando de los
conservadores Leonardo Márquez y José María Cobos, venían desde
Atlixco para sumarse a las fuerzas de Lorencez para atacar Puebla.
Zaragoza tuvo que mandar un destacamento de 2 mil hombres a las
órdenes de Antonio Carbajal y Tomás O’Horan para detenerlos, lo
cual lograron. Por su parte, el general Almonte y Antonio de Haro y
Tamariz, conservadores –yo diría traidores- que se habían sumado a
las fuerzas de los franceses, asesoraban a Lorencez sobre cómo
convenía orientar la inminente batalla. Los mexicanos le sugerían
71
Roberto Gómez-Portugal M.
acercarse al exconvento del Carmen, pero Lorencez, en su
arrogancia, los desoyó y decidió concentrar su ataque en los fuertes
de Guadalupe y Loreto, quizá porque esperaba allí recibir el apoyo de
las tropas de Márquez, sin saber que ya habían sido dispersadas.
Zaragoza había dispuesto a unos 1,200 hombres para defender los
fuertes y a otros 3,500 en cuatro columnas de infantería y una brigada
de caballería sobre el camino de Amozoc. Sus principales generales
eran Porfirio Díaz, Felipe Berriozábal y Francisco Lamadrid. También
estaba el general Miguel Negrete con una división de infantería. Al
general Santiago Tapia le correspondió ocuparse de la artillería que
habían colocado en los fortines.
Como a las 9 de la mañana del 5 de mayo los franceses
comenzaron a avanzar y hubo tiroteos con algunos grupos de
caballería mexicanos que los hostigaban, pero no fue sino hasta las
11 de la mañana en que los
En medio de tantas traiciones -y
franceses
se
agruparon
y
las que vendrían- de los
comenzaron
el
ataque.
Sonaron
los
conservadores, es interesante la
cañones desde los fuertes, mientras
figura del
general
Miguel
que en la ciudad, repiqueteaban las
Negrete, quien había combatido
del lado de los conservadores
campanas. Los franceses, en una
en la reciente Guerra de
maniobra repentina, dirigieron una
Reforma. Negrete se acercó a
imponente columna de más de 4 mil
Zaragoza en los días previos a
soldados, apoyados por su artillería,
la batalla de Puebla y se puso a
hacia los fuertes, en tanto que su
su disposición, diciendo: “Antes
que partido, yo tengo patria”.
segunda columna permanecía como
reserva en el valle.
Zaragoza reaccionó de inmediato a la maniobra francesa y
replanteó su plan de batalla, movilizando las tropas al mando del
coronel Juan N. Méndez hacia las faldas del cerro, en tanto que
Berriozábal situaba a los suyos en la hondonada entre ambos fuertes
y el general Álvarez protegía el flanco izquierdo. Porfirio Díaz avanzó
con sus hombres por la derecha de la línea de batalla.
72
Pinceladas de la Historia II
Lorencez había estado reservando a su regimiento de élite de
infantería, el de los zuavos, y fue entonces cuando los mandó por el
cerro hacia Guadalupe, quedando fuera del alcance de los fusileros
mexicanos. Pero en cambio, el fuego que les disparaban los
mexicanos desde el fuerte
Los zuavos
los detuvo en seco y los
soldados de Berriozábal,
saliendo de entre las rocas,
los atacaron con bayonetas.
Pero los zuavos eran
soldados
expertos
y
curtidos,
que
supieron
reagruparse a salvo y
ponerse fuera de tiro, para
lanzarse de inmediato en
una segunda embestida.
La lucha se generalizó
con una fuerza terrible, pues Zuavo es el nombre que recibió cierto tipo
los
dos
regimientos de soldados (zouave, en francés) que
franceses de infantería se formaron regimientos en el ejército francés
lanzaron sobre la línea a partir de la década de 1830. Eran
mexicana en un combate originarios de Argelia, y su nombre se
deriva de una palabra bereber que es
directo, cuerpo a cuerpo y a gentilicio de la tribu a la que pertenecían.
bayoneta
calada.
Los Desde su incorporación a los ejércitos de
mexicanos
resistieron Francia, los zuavos se ganaron una
repeliendo poco a poco a los reputación de fiereza y valentía, logrando
franceses en sus ataque victorias en condiciones desventajosas. En
Argelia misma se les conocía como “los
hacia los fuertes. El coronel chacales”.
mexicano José Rojo estimó
que era el momento de
enviar la caballería mexicana sobre los franceses y así se lo sugirió al
general Álvarez, con lo cual se recrudeció la carnicería, a golpe de
sable a diestra y siniestra.
En la ciudad de México, el presidente Juárez tenía pocas noticias.
Habían recibido un telegrama de Zaragoza cerca del mediodía,
73
Roberto Gómez-Portugal M.
anunciando que la batalla había comenzado con gran fuego de
artillería por ambos bandos.
Pasadas las dos de la tarde parecía que los mexicanos llevaban la
ventaja y entonces Lorencez ordenó un supremos esfuerzo a los
zuavos, reforzándolos con su regimiento de cazadores de Vincennes.
Ya sólo quedaba como reserva a los franceses el regimiento del 99 de
Línea, que se lanzó a atacar el ala derecha mexicana. Como reacción,
el general Lamadrid salió a su encuentro con los Zapadores de San
Luis Potosí y la batalla cobró una crudeza descomunal; los hombres
luchaban cuerpo a cuerpo, defendiéndose y atacando como fieras,
con fusiles, con armas cortas y cuando ya no quedaba otra alternativa,
embistiendo con la bayoneta. Los franceses lograron apoderarse de
una casa en la falda del cerro, hasta que los zapadores los
desalojaron con arrojo. Un cabo mexicano apellidado Palomino,
batiéndose cuerpo a cuerpo entre los zuavos, logró arrebatar el
estandarte al francés que lo portaba, a la vez que le encajaba la
bayoneta en el pecho. La heroicidad de Palomino y el haber
arrebatado el simbólico estandarte a los zuavos significó para los
mexicanos un gran estímulo emocional.
Avanzada la tarde se soltó un fuerte aguacero, que dificultaba el
avance de los franceses sobre el cerro. Hábilmente, Zaragoza
aprovechó para que el batallón Reforma reforzara la defensa de los
fuertes. En Loreto había un cañón de buen tamaño, cuyos disparos
causaban fuertes estragos a los atacantes y los zuavos hicieron un
supremos esfuerzo para apoderarse de esa pieza. De pronto un
francés llegó hasta donde el artillero mexicano tenía en sus manos la
bala que estaba por poner en la boca del cañón. El artillero, en una
rápida reacción, golpeó la cabeza del soldado francés que tenía
enfrente con la bala de cañón que tenía en las manos y lo hizo rodar
por el parapeto. El asalto fue rechazado y los mexicanos mantuvieron
así el dominio de la vital pieza de artillería.
Como a las cuatro de la tarde en Palacio Nacional se recibió otro
telegrama informando que el enemigo había mandado su ataque
sobre el cerro contra los fortines y que el esfuerzo mexicano se
concentraba en rechazarlos.
74
Pinceladas de la Historia II
Cuando la segunda columna francesa llegó hasta el fuerte de
Guadalupe, apoyada por
Tres eran, mas la Inglaterra
una
nutrida
línea
de
Volvió a lanzarse a las olas
fusileros, Porfirio Díaz atacó
y las naves españolas
con su batallón de Guerrero
tomaron rumbo a su tierra.
y dio alivio a los Rifleros de
Sólo Francia gritó: “¡Guerra!”
San Luis Potosí, que
Soñando ¡oh patria! en vencerte,
sirviéndose en su provecho
estaban viéndose rodeados
se alzó, erigiendo en derecho
por los franceses y mandó a
el derecho del más fuerte.
otra parte de sus tropas a
apoyar a los coroneles Manuel Acuña tenía sólo 13 años
Loaeza y Espinoza para cuando ocurrió la batalla de Puebla,
acabar de dispersar al pero nadie mejor que él inmortalizó en
enemigo de esa zona. Los apasionadas palabras ese hecho
comandantes
mexicanos heroico con su poema Cinco de Mayo,
parecían bien coordinados y del que sólo reproduzco la primera
Diaz siguió apoyando con estrofa. Manuel Acuña era un
sus tropas a los de San Luis apasionado y un romántico y fueron
hasta
lograr
hacer precisamente esas características de su
retroceder a los atacantes personalidad las que lo llevaron a
acabar con su vida, justo cuando en los
de manera definitiva. Poco
círculos intelectuales y artísticos todos
después
los
franceses reconocían su genio, su calidad como
emprendieron una franca escritor y nadie dudaba de su exitoso
huída, retirándose hacia Los futuro.
Acuña
se
enamoró
Álamos y después de profundamente de Rosario de la Peña, y
reagruparse, hacia Amozoc.
fue ese desenfrenado amor por ella lo
Finalmente, ya cerca de
las seis de la tarde llegó a
Palacio
Nacional
otro
telegrama,
el
quinto,
diciendo:
que llevó al joven poeta a terminar con
su vida el 6 de diciembre de 1873,
ingiriendo cianuro de potasio y tras
haberle dedicado otro de sus exaltados
poemas, el Nocturno a Rosario.
“E. S. ministro de la Guerra: Las armas del Supremo Gobierno se
han cubierto de gloria: el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por
apoderarse del cerro de Guadalupe que atacó por el oriente a derecha
e izquierda durante tres horas; fue rechazado tres veces en completa
dispersión, y en estos momentos está formado en batalla, fuerte de
75
Roberto Gómez-Portugal M.
más de cuatro mil hombres, frente al cerro, fuera de tiro. No lo bato,
como desearía, porque, el gobierno sabe, no tengo para ello fuerza
bastante. Calculo la pérdida del enemigo que llegó hasta los fosos de
Guadalupe, en su ataque, en seiscientos o setecientos entre muertos
y heridos; cuatrocientos habremos tenido nosotros. Sírvase usted dar
cuenta de este parte al C. Presidente. I. Zaragoza”.
Zaragoza se equivocó en la estimación que hizo de las bajas, tanto
propias como del enemigo, pues los franceses tuvieron 476 muertos y
345 heridos, y los mexicanos sólo 83 muertos y 250 heridos, además
de una docena de desaparecidos que bien pudieron ser desertores.
En donde no se equivocó fue en la brillante conducción de la batalla y
de sus hombres, a quienes arengó antes del encuentro con gran éxito,
diciéndoles que si bien los franceses eran considerados “los primeros
soldados del mundo” ellos eran “los primeros hijos de México”, con lo
cual les infundió un orgullo capaz de superar sus carencias materiales
y su escaso entrenamiento. Zaragoza tuvo que tomar decisiones
arriesgadas, como la de enviar dos mil de sus efectivos a detener a
las tropas que el traidor de Leonardo Márquez traía para reforzar a los
franceses, decisión que tal vez fue crucial para el resultado final,
además de conducirse serenamente durante la batalla y utilizar sus
fuerzas con efectividad.
Por su parte, Lorencez tal vez debió lanzarse sobre Puebla en vez
de atacar los fuertes de Loreto y Guadalupe, además de otros
detalles, como la colocación que hizo de sus piezas de artillería, pero
los estrategas militares podrían seguramente discutir ese punto
largamente. Lo que sí no previó Lorencez, en su arrogancia, fue la
valerosa resistencia y denuedo de los mexicanos.
Lamentablemente, la batalla de Puebla no detuvo la invasión
francesa, sino que sólo la retrasó. Menos de un año después los
franceses volverían a atacar, esta vez llegando hasta la ciudad de
México y obligando al presidente Juárez a emprender un itinerante
exilio por todo el país, mientras los franceses, apoyados por los
conservadores mexicanos y por la iglesia católica, imponían el
segundo Imperio Mexicano con Maximiliano de Habsburgo en el trono.
76
Pinceladas de la Historia II
El padre de Ignacio Zaragoza era un soldado del ejército mexicano destacado
en Tejas y allí fue donde nació su hijo Ignacio en 1829, en Presidio de la
Bahía del Espíritu Santo (hoy Goliad, Texas). Aún
antes de que Tejas se independizara, la familia
Zaragoza se mudó a Matamoros y luego a
Monterrey, donde Ignacio entró al seminario, pero
pronto lo dejó pues el sacerdocio no era su
vocación. Durante la invasión estadounidense a
México en 1846-48, el joven Ignacio intentó
alistarse para defender su patria, pero no fue
aceptado. Fue hasta 1853 cuando pudo entrar al
ejército mexicano. Durante la Guerra de Reforma
combatió bajo las órdenes del general Jesús
González Ortega y en octubre de 1861 fue
nombrado ministro de Guerra por el presidente
Benito Juárez, cargo que dejó para asumir el
mando el Ejército de Oriente para combatir la
invasión francesa.
Condujo sus fuerzas con habilidad y patriotismo y fue el héroe indiscutible
de la batalla de Puebla, el 5 de mayo de 1862. Zaragoza hubiera seguido
desempeñando un papel muy principal entre las fuerzas liberales de Juárez de
no haber sido porque en septiembre de 1862, estando aún destacado con sus
tropas en la ciudad de Puebla, Zaragoza enfermó de tifoidea y murió tres días
después, a la edad de apenas 33 años.
Para saber más:
• Noticias del Imperio -Fernando del Paso
• La epopeya de México -Armando Ayala Anguiano
• Archivo Histórico de la Sria de la Defensa Nacional
• Revista del Colegio Militar, SDN -Subtte. José Ayala Morelos
77
Roberto Gómez-Portugal M.
El cañón de Gonzales
Desde que Tejas era parte de la Nueva España, el gobierno
virreinal ya se preocupaba por aquel lejano territorio, pobre, desértico
y poco poblado, por lo que no tuvo inconveniente en otorgar
concesiones a quienes le pidieron permiso para llevar familias a
poblar y desarrollar esas tierras bajo un régimen de “empresarios”, es
decir, de enganchadores que llevarían a la gente y les venderían a
bajo precio las tierras que ellos conseguían gratis. Uno de esos
primeros “empresarios” fue el padre de Stephen Austin quien, al
fallecer, dejó como heredero de la concesión a su hijo, al mismo
tiempo que la Nueva España se convertía en el México independiente.
El joven Austin viajó a la capital mexicana cuando ya gobernaba
Agustín I y se relacionó hábilmente con los políticos mexicanos a
quienes causó una grata impresión por su educada moderación y
buenos modales, logrando que le reiteraran la concesión que le
habían dado a su padre.
Stephen F. Austin había nacido en Virginia y luego
ejerció la abogacía en Kentucky y en Louisiana. Tenía
poco interés en continuar la concesión que había
heredado de su padre para colonizar Tejas pero
accedió, a instancias de su madre viuda. Tras la
independencia de Tejas, Austin participó en la elección
para ser presidente de la nueva república, pero perdió
ante Sam Houston, que arrasó en la elección. Austin
fue nombrado Secretario de Estado del naciente
gobierno pero a escasos dos meses de su
nombramiento falleció de neumonía, en diciembre de
1836.
La idea de colonizar Tejas con gente que provenía de otros estados
de México y de los Estados Unidos era buena, pues había muchos
inmigrantes que efectivamente deseaban echar raíces, cultivar la
tierra, criar ganado y crear un patrimonio para sus familias. Pero las
cosas no habían funcionado del todo bien, principalmente a causa de
dos diferencias difíciles de conciliar, una era la falta de libertad
religiosa y otra, el tema de la esclavitud. La Nueva España, y México
78
Pinceladas de la Historia II
después, no podían imaginar territorios en donde imperara otra
religión que no fuera la católica. En cuanto a la esclavitud, aunque los
españoles hubieran tratado a los indios mexicanos peor que a
esclavos, oficialmente la esclavitud no existía y el México
independiente había reiterado su abolición. Las autoridades podían
hacerse de la vista gorda, pero no aceptarla oficialmente. En aquel
1821, la provincia de Tejas era apenas un territorio anexo al Estado
de Coahuila y las fuerzas políticas del naciente México forcejeaban
entre organizarse como una monarquía constitucional –ese imperio
que apenas duró- y una república. Tejas estaba muy lejos de sus
prioridades como para concederle mucha importancia y apenas un
mes después de la abdicación de Agustín I, los colonos tejanos
empezaron a organizarse para formar un gobierno propio, e incluso
mandaron a un representante, Erasmo Seguín, a participar en la
elaboración de la Constitución Mexicana de 1824. Había entre ellos
gente decente, como Austin, deseosos de cumplir con los
compromisos adquiridos con el gobierno mexicano y aspirando a
convertir Tejas en un estado de la república mexicana. Había también
otros, menos moderados, influídos o pagados por los esclavistas del
los estados sureños del país del norte, que buscaban ya otra cosa.
La vida en esos territorios no era fácil. Además de la lejanía con las
ciudades importantes de México y con su centro de decisiones y de
tener que procurarse casi todo lo necesario para subsistir mediante su
esfuerzo propio, sufrían sistemáticamente el acoso y los ataques de
los indios apaches, comanches y karankawas, además de los
“rufianes” y malvivientes venidos de los Estados Unidos a sembrar el
desorden. El gobierno del naciente México estaba quebrado desde el
principio y no podía dedicar dinero ni soldados para guardar el orden
en Tejas, por lo que animó a los tejanos a crear milicias para
mantener la paz y para defenderse. Además, los contratos de
concesión otorgados a Austin y a muchos otros, expresamente
estipulaban que ellos, los “empresarios”, tenían obligación de
encargarse de la seguridad de las familias que llevaban a esas tierras.
En 1826 el pueblo de Gonzales fue atacado y quemado por los
comanches, que mataron a casi todos los infelices pobladores. Los
pocos sobrevivientes que regresaron a reconstruir el pueblo
79
Roberto Gómez-Portugal M.
recibieron, en 1831, del comandante mexicano de la región, un
cañoncito de 6 libras, un arma que muchos consideraron casi un
juguete, pero cuyo estruendo bien serviría para asustar y dispersar a
los indios.
Con el paso del tiempo, las relaciones entre México y los colonos
de Tejas se fueron deteriorando. El gobierno mexicano sacó una ley el
6 de abril de 1830 restringiendo la inmigración y cambiando los
términos de las concesiones, como la de Austin, por lo que Stephen
Austin emprendió en 1833 el larguísimo viaje –más de tres mil
kilómetros- hasta la ciudad de México, confiado en que podría
negociar con las autoridades como ya lo había hecho antes.
Por otra parte, los abolicionistas del norte y los esclavistas del sur
de los Estados Unidos estuvieron a punto de ir a la guerra por sus
diferencias y sólo se evitó ésta mediante el acuerdo de prohibir la
esclavitud al norte del paralelo 36º 30” (la línea Mason-Dixon) pero
permitirlo al sur de esta frontera. El arreglo evitó la guerra pero no
dejó satisfecho a los sureños, que siguieron codiciando territorios para
su expansión, buscando incluso que México accediera a venderles
tierras. Como no lo lograron, encontraron en Andrew Jackson, un rico
negrero de Tennessee, al líder que consiguiera ese objetivo y cuando
Jackson subió a la presidencia de su país en 1928, esas posibilidades
se fortalecieron. Jackson reclutó como su instrumento a Samuel
Houston, un desprestigiado político de Tennessee que había tenido
que renunciar a la gubernatura de su estado en medio de un
escándalo. Houston, apoyado por Jackson, se valdría de los “ruffians”
y de otros malvivientes mercenarios para calentar el ambiente. El
desorden político que imperaba en México iba a serle sumamente útil.
Austin parecía estar logrando sus propósitos en la ciudad de México,
pero una carta suya al gobierno de Coahuila y Tejas hablando de
declarar a Tejas como estado mexicano independiente puso furioso al
vicepresidente Gómez Farías quien lo mandó encarcelar. Austin fue
liberado sólo hasta septiembre de 1835, momento en que regresó a
Tejas, probablemente mucho menos optimista que antes.
80
Pinceladas de la Historia II
Samuel Houston también era
originario de Virginia pero fue en
Tennessee donde desarrolló su
carrera política como protegido de
Andrew Jackson. Una vez iniciada
la revolución de Tejas contra
México, Houston se puso a la
cabeza del ejército rebelde y se
enfrentó a las fuerzas mexicanas
que comandaba Antonio López de
Santa Anna. Después de dejar que
Santa Anna aniquilara a los
tejanos que se habían pertrechado
en el fuerte de El Álamo, Houston
tuvo la habilidad de hacer que el
engreído general lo persiguiera
hasta San Jacinto, donde cayó por
sorpresa sobre las agotadas tropas
mexicanas y las derrotó en pocos
minutos,
tomando
al
propio
presidente mexicano prisionero el
21 de abril de 1836. A cambio de
su vida y de su libertad, Santa
Anna firmó el Tratado de Velasco,
reconociendo la independencia de
Tejas en condiciones ignominiosas.
Mientras tanto, la actividad subversiva de los rufianes de Houston
iba en aumento. Ya en 1827 un tipo llamado Haden Edwards y un
puñado de alocados seguidores se habían declarado independientes y
creado la República de Fredonia cerca del poblado de Nacogdoches,
pero los colonos legítimos, incluído el propio Austin, formaron milicias
para rechazarlos, haciéndolos huir de regreso a los Estados Unidos.
Similarmente, habían ocurrido otros incidentes en 1832 y 1835 en la
zona de la desembocadura del río Trinidad, en la parte norte de la
bahía de Galveston, cuando insurgentes tejanos atacaron las
guarniciones militares mexicanas de Anáhuac y de Velasco. Habían
sido sólo incidentes sin mayores consecuencias, tiroteos inconexos
entre los soldados mexicanos y los tejanos levantiscos, pero que
reflejaban la tensión existente.
Por todo eso, en septiembre de 1835, el coronel Domingo de
Ugartechea, comandante de todas las fuerzas mexicanas en Tejas,
81
Roberto Gómez-Portugal M.
consideró inconveniente que los residentes de Gonzales tuvieran un
cañón, por más que fuera pequeño, y solicitó su devolución. Como su
solicitud no fuera atendida, Ugartechea mandó un contingente de cien
“dragones” a Gonzales, bajo el mando de Francisco de Castañeda,
quien llevaba una orden oficial para el alcalde Andrew Ponton de que
entregara el cañón pacíficamente.
Pero Ponton ya se había movilizado desde antes, pidiendo ayuda al
cercano poblado de Mina, que le mandó 140 hombres. Algunos de los
colonos de Gonzales opinaban que simplemente devolvieran el cañón
y ya, pues los soldados mexicanos no exigían otra cosa, pero la
mayoría, más exaltada, incluyendo al propio alcalde Ponton,
consideraba que devolver el cañón era un punto de orgullo y de
autonomía sobre el que no iban a ceder.
Cuando los jinetes del teniente Castañeda llegaron a las afueras de
Gonzales, se encontraron que lo pobladores habían hecho
desaparecer los pontones y barcas que servían para atravesar el río
Guadalupe –que, por cierto, estaba algo crecido- con lo que
dificultaban el paso del grupo de militares y que del otro lado del curso
de agua, estaban reunidos 18 colonos en actitud retadora. De hecho,
los tejanos se morían de ganas de entablar pelea, mientras que los
soldados mexicanos tenían órdenes expresas de actuar
cautelosamente y evitar la violencia. Los tejanos dijeron a Castañeda
que el alcalde Ponton no estaba en el poblado, lo cual era mentira, por
lo que debían esperar sin entrar a Gonzales y sin cruzar el río.
Prudentemente, el teniente Castañeda y sus hombres acamparon a
unos 300 mts del río Guadalupe a esperar.
Mientras tanto, en Gonzales todo era movimiento y alboroto.
Respondiendo a la llamada de Ponton, llegaron otros 80 hombres
procedentes de los pueblos de Fayette y Columbus y tras una
acalorada asamblea, eligieron como líder al coronel Henry Moore, de
Fayette.
Al día siguiente, Castañeda volvió a exigir que le entregaran el
cañón y por toda respuesta le dijeron que eso no iba a ocurrir y que
los de Gonzales querían negociar directamente con el comandante
82
Pinceladas de la Historia II
Ugartechea. Castañeda entendía claramente que los tejanos sólo
buscaban ganar tiempo para acrecentar sus fuerzas, pero se mantuvo
prudente y transmitió la información a Ugartechea en San Antonio, y
éste aprovechó al Dr. Launcelot Smither, un residente de Gonzales
que se hallaba en San Antonio, para que actuara como su enviado e
intentara apaciguar los ánimos de sus paisanos y convencerlos de
acatar lo ordenado. Smither llegó a la mañana siguiente, pero su
embajada no sirvió de nada pues Moore ya estaba en pié de guerra y
tenía a los gonzaleños ansiosos de pelea.
Castañeda recibió informes, a través de un indio coasatl, de las
fuerzas reunidas en Gonzales y de sus preparativos y para evitar que
lo tomaran por sorpresa, movió su campamento a unos 10 km. más
arriba, siguiendo el curso del río y refugiándose detrás de una loma.
Al atardecer y aprovechando que había niebla, los tejanos cruzaron
el río y se fueron acercando calladamente al campamento mexicano,
hasta que el ladrido de unos perros alertó a los mexicanos del ataque
y comenzaron a defenderse de los disparos. El repentino alboroto
encabritó al caballo de uno de los tejanos y derribó a su jinete, que
acabó con un golpe en la cara y la nariz ensangrentada. La balacera
continuó a intervalos toda la noche sin que los mexicanos pudieran
evaluar, por la niebla y la oscuridad, la magnitud de la fuerza atacante,
por lo que optaron solamente por defenderse y ocultarse.
Por la mañana y con una pausa en el tiroteo, Castañeda
parlamentó con Moore, quien alegó que los colonos no reconocerían
al nuevo régimen centralista de Santa Anna y que se declaraba fieles
a la Constitución de 1824, argumentos que poco venían al caso con el
conflicto en cuestión. Los tejanos habían montado el famoso
cañoncito con ruedas sobre una carreta y lo habían usado durante el
ataque, aunque con poco éxito, pues tras cada detonación, el arma se
les caía de la carreta por el retroceso. Más aún, habían confeccionado
una bandera blanca con el dibujo en negro del cañón y la leyenda
“Come and take it” (Vengan y llévenselo) y la enarbolaban con gran
brío. Castañeda se dio cuenta que se enfrentaba a fuerzas muy
superiores a las suyas y que el incidente sólo produciría resultados
indeseados, por lo que optó por retirarse y regresar a San Antonio de
83
Roberto Gómez-Portugal M.
Béxar.
La famosa batalla sólo
produjo un muerto entre los
mexicanos y entre los tejanos
sólo un herido: el que se cayó
del caballo. Sin embargo los
tejanos consideraron que la
batalla de Gonzales había sido
un gran triunfo para ellos.
Aunque el enfrentamiento
tuvo un impacto mínimo en lo
militar, desde el punto de vista
político
las
consecuencias
Detalle de un mural que existe en el
fueron enormes pues constituyó
museo de Gonzalez, Texas, en donde
la primera batalla de la guerra
se reproduce la famosa bandera con la
leyenda “Come and take it” (Vengan y
de
revolución
por
la
llévenselo) y el famoso cañoncito.
independencia de Tejas. La
noticia se extendió como
reguero de pólvora no sólo por Tejas sino por los Estados Unidos, de
donde pronto vinieron más aventureros y buscafortunas a participar en
la guerra contra México. Apenas una semana después toda Tejas
estaba en guerra y el 11 de octubre los tejanos eligieron a Stephen
Austin como su comandante general, a pesar de que el buen hombre
carecía de toda experiencia militar.
Austin emprendió diversos ataques sin lograr ningún resultado
efectivo hasta que llegaron más rufianes procedentes de Nueva
Orleans y de Mississippi. Lo despojaron entonces del mando militar,
que le fue entregado a Houston y esas fuerzas se apoderaron el fuerte
del Álamo, en las afueras de San Antonio de Béxar, desalojando al
comandante mexicano, el general Martín Perfecto de Cos, quien fue
liberado para regresar a Saltillo, previa promesa de no volver a
empuñar las armas contra ellos. Con la salida de Cos y de sus
escasas tropas, en todo Tejas no quedó ya ningún soldado mexicano.
Las noticias de esa desoladora situación llegaron finalmente a
84
Pinceladas de la Historia II
oídos del “Napoleón mexicano”, de “su Alteza Serenísima”, -el
presidente Antonio de Padua María Severino López de Santa Anna y
Pérez de Lebrón -quien tuvo que salir de su hacienda de Manga de
Clavo en Veracruz, para ponerse al frente de un imponente ejército
de más de seis mil hombres a fín de solucionar, de una vez por todas,
“el problema tejano”. El desenlace ya lo conocemos.
Para saber más:
• La epopeya de México -Armando Ayala Anguiano
• Lone Star Rising -William C. Davis
• México mutilado -Francisco Martín Moreno
• El seductor de la patria -Enrique Serna
85
Roberto Gómez-Portugal M.
¡Porque yo lo valgo...!
Aunque Julio acababa de ser admitido en el Colegio de Pontífices y
eso le abría grandes posibilidades para su desarrollo, el joven decidió
sin embargo tomarse un tiempo para estudiar filosofía y retórica con
uno de los maestros más notables y famosos en la especialidad. Pero
el barco en el que Julio viajaba hacia Rodas fue atacado en alta mar
por unos piratas quienes, al ver las costosas ropas y los refinados y
arrogantes modales del joven, se dieron cuenta de que seguramente
pertenecía a una importante y acaudalada familia, por lo que, en vez
de limitarse a robarle sus pertenencias y dejarlo proseguir su viaje, lo
secuestraron y se lo llevaron prisionero a una isla cercana en donde
tenían su guarida.
Allí, el jefe de los bandidos evaluó tranquilamente la bonanza que
había caído en sus manos. Estaba seguro de que podría exigir un
jugoso precio a cambio de la libertad y la vida de su prisionero. Se
dispuso a redactar un mensaje para hacerlo llegar a la familia del
joven, exigiendo un rescate de veinte talentos de oro, una suma
fabulosa. El jefe pirata, encantado con su suerte, no se aguantó las
ganas de comentarle a su propia víctima la elevada demanda que
pensaba exigir por su libertad. Julio, que estaba sentado sobre unas
rocas a la orilla de la playa y escribía un discurso que seguramente
pronunciaría ante los pontífices, miró con desprecio al desarrapado
bandido y soltó una sonora carcajada.
-¿¡Veinte talentos!? ¡Cómo se ve que no conoces ni tu propio
negocio!, exclamó Julio. –Si supieras lo que haces y lo que yo valgo,
pedirías como mínimo cincuenta.
El aturdido pirata se quedó perplejo. Veinte talentos eran ya una
fortuna. Exigir cincuenta superaba las más elevadas y locas
expectativas del bandido. Pero... ¡bueno! Si el mismo prisionero se lo
sugería, habría que hacerlo. Borroneó el mensaje que había escrito
para poner la nueva cifra y despachó enseguida a quien lo llevaría.
¡Por todos los dioses! –pensaba el pirata. Habrá que tratar a este
cautivo con toda cortesía y miramiento, para no poner en ningún
86
Pinceladas de la Historia II
riesgo tan interesante suma. ¡Ojalá que pronto tengamos respuesta de
su gente!
En efecto, la respuesta no tardó mucho en llegar y con ella el
rescate exigido, sin regateo ninguno. ¡Los piratas no podían creer su
buena suerte! Los treinta y ocho días que el muchacho había pasado
entre sus captores ni siquiera habían sido desagradables. El refinado
y culto prisionero los había entretenido leyéndoles las cosas que
escribía y hasta dándoles pacientes explicaciones cuando los muy
brutos no entendían. Finalmente Julio se marchó con quienes vinieron
a buscarlo y los piratas casi sintieron tristeza por la despedida.
El artista británico Edward Mortelmans es el autor de esta acuarela,
representando a Julio César entre los piratas que lo secuestraron.
Recuperada la libertad, Julio no perdió tiempo en organizar una
fuerza naval que partió del puerto de Mileto y en pocos días se
convirtió en azote de su propios captores, a quienes sorprendió en su
refugio y se los llevó prisioneros a Pérgamo, no sin antes apoderarse
de los tesoros acumulados en su guarida, entre ellos, del rescate que
recién había pagado su familia para liberarlo. Para darle un poco de
legalidad al asunto, Julio buscó la participación del rey Junio, el
monarca de esas regiones del Asia Menor a quien le correspondería
castigar a los piratas apresados, pero al gobernante no le interesó la
87
Roberto Gómez-Portugal M.
suerte de los bandidos y dejó a Julio en libertad para castigarlos como
quisiera. Al joven le pareció que crucificarlos sería el castigo
adecuado para los crímenes cometidos por esa banda de salvajes,
pero acordándose quizá de que lo habían tratado bien durante su
cautiverio, Julio ordenó que en vez de dejarlos agonizar largamente
en la cruz, los degollaran piadosamente para así abreviar sus
sufrimientos.
Aunque Julio tenía entonces sólo unos 25 ó 26 años ya era un
hombre ante quien se desplegaba un brillante futuro. Había nacido en
el seno de una familia de mucho abolengo aunque de poca fortuna –la
gens Julia- cuya estirpe, según la leyenda, se remontaba hasta Eneas
y se decían descendientes de la diosa Venus, y había sabido
aprovechar los parentescos y relaciones desde temprana edad para
irse labrando una buena posición en la política. Su padre había
logrado algunos éxitos en la carrera de servicio público –la cursus
honorum- pero eso se había acabado con su repentina muerte en
campaña. Sin embargo, su tía paterna, que era esposa del político
reformista Mario, estaba segura que el muchacho alcanzaría logros
muchos mayores que los que había escalado su padre. Fue ella
quien se preocupó mucho por la educación y orientación del joven
Cayo Julio César quien, gracias a su tía, con apenas 16 años había
ocupado ya el cargo de flamen dialis, un ceremonioso puesto como
sacerdote de Júpiter que le imponía complicadas obligaciones pero le
confería singulares honores y privilegios. En una Roma en donde la
religión y el Estado se entremezclaban, el puesto era considerado un
buen trampolín político.
Julio había ya sorteado muchos peligros –algunos quizá mucho
mayores que ser secuestrado por los piratas. Siendo sobrino de Cayo
Mario, el poderoso político que fue cónsul siete veces, Julio quedó del
lado perdedor cuando su tío murió y Sila se adueñó del poder. Sólo la
habilidad y sangre fría de Julio, sumadas a la influencia de su tía, le
permitieron salvar la vida e incluso más tarde, al fallecer su esposa
Cornelia, casarse con Pompeya, la nieta del nuevo y poderoso
gobernante.
Julio, como joven abogado, logró hacerse elegir edil curul (algo así
88
Pinceladas de la Historia II
como Presidente Municipal) y más tarde, aprovechando esa dualidad
político-religiosa de Roma, alcanzó el puesto de Pontifex Maximus
(Pontífice Máximo) algo así como arzobispo primado, un cargo que
implicaba no sólo gran autoridad, sino también mucho honor y
prestigio.
Pero apenas se había mudado Julio a la casa que su nuevo puesto
le concedía en el Foro mismo de Roma cuando estalló el escándalo.
Pompeya, su esposa, como cónyuge del presidente del Colegio de
Pontífices, era a quien correspondía la organización de los ritos de la
Bona Dea –la buena diosa- una serie de rituales sagrados reservados
estrictamente a las mujeres y durante los cuales cualquier presencia
masculina era considerada sacrílega y completamente prohibida.
Ocurrió que Publio Clodio Pulcro, un joven y escurridizo político, se
disfrazó de mujer y logró colarse a la casa o templo donde se
oficiaban las celebraciones, aparentemente con el sucio deseo de
buscar una ilícita relación con Pompeya o quizá sólo de perjudicar a
Julio César con el escándalo. ¡Y vaya que lo logró! Los romanos
podían ser muy tolerantes en algunas cosas, y varias décadas
después incluso se convertirían en una sociedad desenfrenada. Pero
en aquel año de 62 antes de Cristo, la sociedad romana tenía criterios
muy estrictos en materia de liturgia religiosa. La noticia de la supuesta
relación entre Publio Clodio y la mujer de Julio César se inflamó como
reguero de pólvora. Una vez más la habilidad política de Julio salió a
relucir y le permitió dominar la situación. Aunque públicamente
expresó que él consideraba inocente a Pompeya, acató la injusta
decisión que le impusieron de divorciarse de ella, y acuñó una frase
que pasaría a la historia:
“La mujer de César no sólo debe ser honrada, sino también
parecerlo.”
No había duda de que Julio sabía moverse en política y de que su
carrera iba en claro ascenso. Durante el escándalo que sacudió a
Roma, provocado por la rebelión que organizó Lucio Sergio Catilina,
un patricio de noble familia que estaba frustrado por no alcanzar el
éxito político a que se sentía acreedor, Julio vió acrecentada su fama
como abogado y como político prudente. Fue nombrado pretor
89
Roberto Gómez-Portugal M.
urbano, puesto que desempeñó hábilmente durante un año, en medio
de una atmósfera de tensión y de alboroto popular. El siguiente
escalón fue ser nombrado propretor de Hispania Ulterior, y también
allí se condujo con éxito, dirigiendo una rápida guerra en el norte de
Lusitania.
Pero Julio no quería estar lejos de Roma, y buscó regresar en
cuanto pudo para participar en las elecciones al consulado, a pesar de
la oposición de Catón, el
El cónsul era el magistrado romano de más
poderoso lider de la facción
alto rango durante la República. El cargo
más conservadora quien lo
tenía duración de un año y era colegiado,
detestaba. César ganó la
pues se elegía a dos cónsules, que se
elección al consulado, pero
desempeñaban juntos; de hecho el nombre
no pudo evitar que como
significa los que caminan juntos.
Su
responsabilidad era la dirección del Estado,
segundo consul fuera electo
y más específicamente, del ejército en
el pupilo de su enemigo,
campaña. Al inicio de los tiempos
Marco Calpurnio Bíbulo,
republicanos, los cónsules tenían amplias
yerno de Catón. Tras
atribuciones administrativas, legislativas y
enfrentarse con poco éxito a
judiciales, además de militares, que
progresivamente fueron perdiendo hasta
las estrategias mañosas de
que, durante el Imperio, los cónsules eran
Catón, un viejo zorro de la
una figura meramente decorativa y
política romana, Julio unió
nostálgica de los orígenes republicanos de
esfuerzos con Pompeyo, uno
Roma, con muy poca autoridad y poder,
de los generales romanos
pues el emperador actuaba como el líder
absoluto.
más reconocidos y amados y
con Marco Licinio Craso, otro
político que, además, era muy rico. Tres personajes distintos que
decidieron unirse por razones egoístas y que necesitaban cada uno
de los demás. Pompeyo necesitaba a Julio Cesar para lograr aprobar
las leyes que beneficiarían a sus partidarios en el ejército, Craso
buscaba un puesto que le diera fama y gloria y Julio César necesitaba
de los dos para conseguir el mando de una provincia, que mucho
ansiaba.
La alianza funcionó y a pesar de todas las triquiñuelas de Catón y
de Bíbulo para impedir que Julio César aprobara leyes durante su
consulado, éste logró su objetivo, que era recibir poderes
proconsulares para gobernar las provincias de Galia Transalpina (lo
90
Pinceladas de la Historia II
que hoy es el sur de Francia) e Iliria (la costa de Dalmacia) y poco
más tarde también la Galia Cisalpina. Julio César no tenía intenciones
de gobernar pacíficamente sino bien al contrario, buscaría motivos
para guerrear y para conquistar, adquiriendo con ello botín, que
mucho necesitaba para pagar deudas políticas, adquiridas y por
adquirir. Una pequeña rebelión de los helvecios le dio el pretexto para
iniciar operaciones bélicas que luego terminarían siendo lo que la
historia conoce como la Guerra de las Galias y que lo llevaron a
conquistar territorios de lo que hoy son Francia, Holanda, Suiza,
partes de Bélgica y de Alemania. Dos veces cruzó con sus tropas el
Rhin, invadiendo Germania, y en un alarde de fuerza y atrevimiento,
cruzó el canal de la Mancha para llegar hasta las Islas Británicas,
aunque una vez logrado el efecto político y militar, regresó sobre sus
pasos.
Julio César ha sido llevado a la pantalla innumerables veces y
encarnado por excelentes actores. Nunca sabremos cómo era
verdaderamente el líder romano, pero una de las personificaciones
que más me gustan es la que hizo el actor inglés Rex Harrison en la
película Cleopatra, filmada en 1963. El verdadero Julio César debe
haber sido exactamente como lo representa Harrison: valiente,
arrogante, osado y muy inteligente.
Pero a pesar de sus triunfos, Julio César no lograba vencer a sus
enemigos políticos en Roma. El triunvirato se tambaleaba, pues uno
desconfiaba de los otros dos y la violencia desatada en Roma
amenzaba a los tres. Julio César invitó a sus aliados a conferenciar en
91
Roberto Gómez-Portugal M.
la ciudad de Lucca, pués él no podía entrar a Roma sin renunciar
antes a su mando militar. Allí conferenciaron no sólo los tres, sino un
buen número de senadores que también asistieron. Se acordó que
Pompeyo y Craso se presentarían a elección para el consulado y que,
ganándolo, extenderían el proconsulado de Julio César por cinco años
más, y así sucedió.
Aunque teñidas de cierta teatralidad, Julio César demostró poseer
habilidades notables como estratega militar, aplicando a menudo la
celeritas caesaris, una especie de guerra relámpago, precursora tal
vez de la Blitzkrieg hitleriana del siglo XX. Era frecuente que sus
tropas aparecieran de pronto frente al enemigo como por arte de
magia, cubriendo inesperadamente distancias que implicaban días
enteros de marcha, o construyendo fortificaciones que surgían casi de
la noche a la mañana. Además, supo combinar sabiamente la fuerza
militar con la diplomacia y la intriga, usando las rencillas que tenían
entre sí las tribus galas para enfrentarlas y vencerlas. Supo derrotar a
los vencios, a los belgas, a los helvecios y a los vénetos y finalmente
venció a una confederación de tribus galas encabezadas con
Vencigétorix en la batalla de Alesia. Tras ocho años de guerra en las
Galias y con efectivos que nunca superaron los 50 mil hombres, Julio
César venció a ejércitos galos que superaban cinco o seis veces en
número a los romanos.
Pero Craso murió tiempo después y el triunvirato acabó de
desmoronarse. Muchos senadores veían el poder militar y político de
Julio César como una amenaza y buscaban la manera de traerlo a
Roma para juzgarlo por supuestos crímenes cometidos durante su
primer consulado, pero mientras Julio César desempeñara una
magistratura, tendría inmunidad judicial y no podían someterlo a juicio.
El Senado se vio envuelto en tremendas discusiones entre los
enemigos de César y entre sus partidarios. Pompeyo finalmente se
sumó a los más tradicionalistas y propuso despojar a Julio César de
su mando militar y hacerlo venir a Roma para concurrir a las
elecciones al consulado. Así, despojado de su mando, podrían
juzgarlo. Pero Curio, tribuno de la plebe, se opuso y vetó todos los
intentos por apartar a Julio César de su mando en las Galias.
92
Pinceladas de la Historia II
Ante este bloqueo, Pompeyo se puso al mando de tres legiones,
mismas que empezó a acrecentar mediante la leva, lo cual era ilegal.
Julio César sólo podía imaginar que Pompeyo dirigiría esas fuerzas
contra él. Más aún, el Senado comunicó a Julio César la orden de
licenciar sus legiones y, de no hacerlo, ser declarado enemigo público.
Aquello dejaba claro que, hiciera lo que hiciera, estaba a merced de
sus enemigos políticos. Todavía hizo un intento de conciliación
enviando al Senado una carta en la que proponía que tanto él como
Pompeyo renunciaran simultáneamente a su mando, pero el Senado
no respondió y evitó que la propuesta fuera conocida públicamente.
Ya los partidarios de Julio César en el Senado y los tribunos, no
podían hacer más y tuvieron que huir de Roma, acosados por bandas
de rufianes propiciadas por Pompeyo. El Senado declaró el estado de
emergencia y nombró consul único a Pompeyo –consul sine collegacon poderes excepcionales.
Cuando Julio César recibió la noticia de esos acontecimientos,
arengó a sus tropas y les explicó que, si lo seguían, tendrían que
enfrentarse a Roma y probablemente ser calificados de traidores, pero
los legionarios decidieron seguir a su lider sin dudarlo. Fue entonces
cuando Cesar decidió cruzar con sus legiones el rio Rubicón, que
servía de frontera entre la Galia y Roma, con lo cual desafiaba la
orden senatorial de no pisar territorio romano sin renunciar antes al
mando militar. Se dice que pronunció entonces la famosa frase alea
iacta est –la suerte está echada.
Para saber más:
• Vidas paralelas -Plutarco
• Historia de Roma -Indro Montanelli
• The Emperors of Rome -David Potter
• Vida de los doce Césares –Suetonio
• La Columna de Hierro –Taylor Cadwell
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Roberto Gómez-Portugal M.
Los bandeirantes
Desde el primer viaje de Colón a América, España y Portugal
empezaron a tener dificultades sobre qué territorios descubiertos o por
descubrir correspondían a cada reino, pues ambas coronas estaban
sumamente interesadas en el control de los mares y tierras que
exploraban sus respectivos navegantes. Tanto los reyes católicos
españoles –Isabel y Fernando- como el rey portugués João II,
estuvieron de acuerdo en someter su conflicto al arbitraje del papa,
que en aquel momento era Rodrigo Borgia, titular del trono de San
Pedro bajo el nombre de Alejandro VI. El resultado fue el Tratado de
Tordesillas, el cual, en esencia, resolvía trazar una línea que, teniendo
sus extremos en los dos polos del planeta, pasara justo a 370 leguas
al oeste de las islas de Cabo Verde. La tierras que quedaran al oeste
de esa línea serían para España y las que quedaran al este,
pertenecerían a Portugal. Esa
línea corresponde hoy al
meridiano 46º 37’ de longitud
oeste y pasa por donde se ubica
la ciudad brasileña de São
Paulo. Quien haga este trazo
sobre un mapamundi no podrá
dejar de observar que la
decisión era muy favorable para
España y poco para Portugal,
quizá porque el papa había
nacido en Valencia y su apellido
original no era Borgia sino Borja.
El Meridiano de Tordesillas según
diferentes geógrafos: Ferber (1495),
Cantino (1502), Oviedo (1545), los
peritos de Badajoz (1524), Ribeiro
(1519), Pedro Nunes(1537), João
Teixeira Albernaz, el viejo (1631,
1642) y Costa Miranda (1688).
94
De cualquier modo, cuando
Pedro Álvares de Cabral arribó
en 1500 a las costas de Brasil,
las
tierras
en
las
que
desembarcó quedaban dentro
de lo asignado por el Santo
Padre a Portugal y así pudo
comenzar la colonización de esa
región. No dejó, sin embargo,
Pinceladas de la Historia II
de haber conflictos, pues el tratado no especificaba desde cuál de las
islas de Cabo Verde debía efectuarse la medición, ni definía la
longitud de una legua y, peor aún, los conocimientos geográficos de la
época no eran precisos respecto al tamaño de la esfera terrestre. El
resultado fue que la famosa línea tenía no menos de nueve
ubicaciones diferentes, dependiendo de quién fuera el cartógrafo que
hiciera los cálculos.
Sea como fuere, la colonización portuguesa de Brasil fue dándose
sobre el litoral, pues la naturaleza agreste de la región no favorecía
las incursiones portuguesas hacia el interior. Era más fácil ir fundando
poblaciones sobre la costa. A diferencia de los conquistadores
españoles en México o en Perú, quienes pronto sentaron la base de
su explotación del nuevo mundo en el oro y la plata, para lo cual
emplearon a la población autóctona, los portugueses en Brasil se
enfrentaron a condiciones bastante diferentes. Los nativos no tenían
culturas tan avanzadas como las de México o Perú y tampoco sabían
de la existencia de yacimientos de oro o plata, porque no les
interesaba o porque simplemente no sabían que los hubiera en las
tierras de Brasil.
Sin embargo, los portugueses encontraron que en sus nuevos
territorios crecía espontáneamente un árbol rojo, con madera de color
brasa, similar a lo que en Europa se conocía desde la edad media
como “palo brasil” y que se usaba para teñir las telas durante su
fabricación. El producto atrajo la codicia de los europeos y pronto
llegaron a las costas de la nueva tierra numerosos traficantes, no sólo
portugueses sino también franceses, holandeses y hasta españoles,
buscando hacerse ricos con el palo tintóreo que terminó dando su
nombre a las nuevas tierras. De hecho, la falta de atención que la
corona portuguesa, enfrascada en sus negocios en el lejano oriente,
concedía a las nuevas tierras descubiertas por Álvares de Cabral,
convirtió el litoral brasileño en una especie de tierra de nadie, donde
franceses, holandeses, y españoles competían abiertamente con los
portugueses en el comercio de las maderas de tinte, sin que el
gobierno luso hiciera nada por contener a los traficantes ilegales ni
sus incursiones en tierras que, al menos nominalmente, el Tratado de
Tordesillas había concedido a Portugal.
95
Roberto Gómez-Portugal M.
El tremendo aumento en la actividad de los contrabandistas sobre
tierras brasileñas, terminó convenciendo al monarca portugués –ahora
João III- de la necesidad de desalojar a los intrusos y de impulsar más
seriamente la colonización de sus territorios en América, ante el riesgo
de perderlas. El gobierno portugués mandó una escuadra integrada
por varios barcos de guerra, y luego otra, y más tarde otra flota, para
erradicar poco a poco a los franceses de sus costas. Estableció
además un sistema de capitanías destinadas a estimular el
poblamiento y promover la explotación de su colonia en América. Las
capitanías eran una especie de señoríos feudales y se basaban en un
sistema de colonización que los portugueses ya habían puesto en
práctica en otros territorios conquistados.
En una de esas flotas que llegó a la villa de Salvador de Bahía, en
el litoral norte, venían unos 450 colonos, en su mayor parte
exdelincuentes y un grupo de 5 jesuitas, encabezados por el fraile
Manuel de Nóbrega. Estos fueron los primeros religiosos de la
Compañía de Jesús que llegaron al nuevo mundo y habrían de
desempeñar un papel muy importante en la colonización de ciertas
áreas. Los jesuitas, a base de regalos, promesas y halagos fueron
convirtiendo a al catolicismo a los principales jefes aborígenes de la
zona. Poco a poco fueron reuniendo y concentrando a los indios en
poblaciones –que llamaban “reducciones”- enseñándoles a trabajar la
tierra y sometiéndolos a una estricta disciplina, beneficiándose los
frailes con el fruto del trabajo de los indios. Pronto el derecho de
explotar a los indígenas traería conflictos entre los colonos y los
jesuitas, tan ávidos y codiciosos los unos como los otros.
Corría ya el año de 1553 cuando los portugueses empezaron a
introducir el cultivo de la caña de azúcar, que ya habían explotado con
éxito en otras de sus colonias, como las islas de Madeira, las Azores o
las de Cabo Verde. Pronto se dieron cuenta que el litoral brasileño
ofrecía condiciones inmejorables para el cultivo de la caña y los
ingenios para convertirla en azúcar comenzaron a surgir por doquier.
La mano de obra de los indígenas resultaba entonces utilísima e
indispensable. Coincidió aquello con que el ciclo económico del palo
96
Pinceladas de la Historia II
brasil estaba llegando a su fin, pues surgieron otras alternativas para
el tinte de las telas que los europeos adoptaron.
Hacia 1570 el negocio de la producción de azúcar era importante y
muy lucrativo y el problema de la mano de obra necesaria se agudizó.
Portugal tenía ya experiencia en el tráfico de esclavos y la corona
concedió permisos para traer esclavos negros que complementaran la
mano de obra de los indios. Pronto hubo en Brasil dos grupos sociales
marcados: los colonos dueños de plantaciones e ingenios por un lado
y por el otro, una gran masa de africanos y de indígenas explotados.
Fernão Dias Pais (1608-1681) fue un famoso
bandeirante, conocido como el cazador de
esmeraldas. Había nacido en la villa de São
Paulo de Piratininga, donde poseía propiedades y
esclavos. Para escapar de sus problemas
financieros organizó una bandeira para capturar
indios. Al regresar de una expedición en 1661, no
supo ya qué hacer con tantos indios, pues la
demanda de mano de obra para los ingenios
había disminuido. Decidió entonces ir a la
búsqueda de gemas, atraído por los rumores de
que había esmeraldas de Sabarabuçu. Se dirigió
a lo que hoy es el estado de Minas Gerais y
exploró durante siete años la región minera,
recorriendo los valles de los ríos São Francisco y
Pardo. En Sabarabuçu, así llamada por los indios,
fundó un poblado que llamó Sumidouro. Alli
permaneció cuatro años. La expedición encontró
oro y algunas piedras preciosas en las
proximidades del río das Velhas. Más tarde alcanzó el valle del Jequitinhonha,
en el centro de Minas Gerais, y fue allí donde finalmente encontró las anheladas
piedras verdes. Emprendió entonces el regreso a São Paulo, pero halló la
muerte en las proximidades del río das Velhas en 1681, sin saber que sus
atesoradas piedras no eran esmeraldas, sino turmalinas. Garcia Rodrigues Pais,
su hijo mayor, llevó sus restos a São Paulo, donde fueron enterrados en la
iglesia de São Bento. La estatua que aquí aparece está en el Museo Paulista.
La casa real portuguesa estaba en decadencia y al morir sin
descendientes el joven rey Sebastião I, el soberano español Felipe II
reclamó en 1581 su derecho al trono luso por herencia de su madre y
97
Roberto Gómez-Portugal M.
se adueñó del poder, uniendo las coronas de ambos reinos ibéricos
en su persona.
El problema de la fuerza de trabajo seguía siendo fundamental en
Brasil. Los dueños de ingenios y los hacendados utilizaban a la
población indígena como mano de obra esclava, y cuando se
acababan los indios en la zona cercana, hacían incursiones para
capturarlos en otras regiones. La supuesta protección de los jesuitas a
los indios al acogerlos en reducciones no era desinteresada, pues los
frailes también explotaban a la población aborigen, sujetándolos a un
duro régimen disciplinario. Las autoridades se conformaban con
mantener una postura distante y temporizadora que no ayudaba en
nada.
El problema era particularmente agudo en las regiones sureñas,
como Río de Janeiro y São Paulo y la zona empezó a llenarse de
gente de baja estofa; aventureros y mercaderes que buscaban
ganancias fáciles y que para lograrlas estaban dispuestos a comerciar
con cualquier “producto”, especialmente con los indios a quienes,
además, la sociedad local consideraba simplemente como una
mercancía al grado de que se hablaba de captar “piezas” para las
labores domésticas o de labranza y se les listaba en los inventarios de
cualquier propiedad, lo mismo que se inventariaba el ganado o el
grano acumulado en los almacenes. Cazar indios para esclavizarlos y
venderlos en los mercados y en las plantaciones del litoral era
definitivamente un buen negocio. Se hicieron frecuentes los asaltos de
los traficantes a la reducciones de los jesuitas pues los indios que
capturaban allí tenían la ventaja de que ya estaban “entrenados” por
los frailes para muchas labores y habituados a aceptar una disciplina
estricta.
Durante el período en que España detentaba también la corona de
Portugal, los colonos de Brasil empezaron una expansión sistemática
hacia el interior. Avanzaron desde las villas costeras para adentrarse
en regiones que antes no habían explorado, detrás de las colinas y
montañas. Hasta entonces, los portugueses habían respetado más o
menos escrupulosamente la frontera que el Tratado de Tordesillas les
imponía hacia el oeste, por más que estuviera muy mal definida, pero
98
Pinceladas de la Historia II
ahora, con el pretexto de que los dos reinos estaban unidos y, sobre
todo, impulsados por sus propios intereses, avanzaron sin escrúpulos.
Más aún, coincidentalmente comenzó a circular el rumor de que se
habían descubierto yacimientos de oro, del tipo llamado “placeres”, es
decir, aquéllos en donde el mineral está a flor de tierra y puede
recogerse muy fácilmente. Ese imán irresistible indujo a muchos a
afrontar los desiertos y las selvas y a desafiar los caudalosos ríos e
ignorar lo que los gobiernos habían acordado en el célebre tratado de
demarcación.
Comenzaron a formarse entonces grupos heterogéneos de
mercenarios y aventureros que fueron denominados “bandeiras”, pues
se inventaban un pabellón o estandarte bajo el cual se agrupaban.
Una “bandeira” era un híbrido de empresa comercial y grupo militar y
sus filas las integraban mestizos de blanco e indígena llamados
“mamelucos”, indios esclavizados o atraídos a sus filas por ser de
tribus diferentes a los que capturaban y aventureros blancos, criollos o
europeos, portugueses y a menudo holandeses, que eran los
capitanes o líderes y aplicaban un mando férreo. Las huestes
sumaban varios cientos y a veces hasta miles. Contaban con al apoyo
e incluso financiamiento de los señores de los ingenios y de las
haciendas y con la complicidad de las autoridades, que se limitaban a
ignorar el asunto. Curiosamente y a pesar de que las misiones
jesuitas estaban entre las principales víctimas de los bandeirantes, no
faltaban frailes que acompañaran a las huestes; unos, supuestamente
por razones humanitarias de celebrar misas y dar auxilio a los heridos
y murientes, otros, porque también eran seducidos por la codicia y sed
de aventuras.
Uno de los primeros bandeirantes fue Antonio Raposo Tavares,
quien con sus huestes atacó 21 reducciones jesuitas en el valle del
alto Paraná, capturando a cerca de 2,500 indígenas. A menudo los
indios capturados era puestos en corrales, esperando el momento de
llevarlos en la dura jornada hacia el litoral, de modo que, en los
corrales y en el viaje, el número de cautivos que moría de hambre, de
exposición y de agotamiento era enorme. Se calcula que en los años
de 1628 y 1629, los bandeirantes Raposo Tavares, Manuel Preto y
Antonio Pires asolaron sistemáticamente las reducciones jesuitas de
99
Roberto Gómez-Portugal M.
Guayrá, capturando a más de 5,000 guaraníes, que eventualmente
fueron llevados a São Paulo para ser vendidos en el mercado de
esclavos. Se reporta que sólo llegaron unos 1,200, pues la gran
mayoría murió durante el traslado.
¿Por qué Brasil no llega a los Andes?
El esfuerzo expansionista de los bandeirantes, una vez iniciado, no conoció
límites. ¿Por qué entonces, su avance hacia el oeste no llegó hasta la cordillera
de los Andes, o quizá hasta el Pacífico? Y es que en el año de 1641, la
expansión hacia el oeste se detuvo por una batalla enorme en la que
participaron cerca de 10,000 hombres, en lo que hoy es territorio de la provincia
argentina de Misiones. Los contendientes fueron, por una parte, las aventureros
bandeirantes, implacables en su avance y en su designio de capturar y
esclavizar a los indios que vivían en las reducciones jesuitas y por otra, ese
ejército de guaraníes evangelizados por los seguidores de Loyola y que vivían,
regidos por los frailes, en los que hoy es Paraguay, Misiones y Corrientes. Los
indígenas y los frailes decidieron esperar a los bandeirantes en un punto
llamado Mbororé, sobre la ribera derecha del río Uruguay. Los portugueses
venían en 300 canoas y estaban tan acostumbrados a arrollar a los indefensos
indios que no tomaron ni las precauciones más elementales. Lo que no sabían
es que los frailes habían conseguido que el rey de España levantara la
prohibición que vedaba a los indios el uso de armas de fuego. Por si fuera poco,
los frailes también habían obtenido del papa un Breve que fulminaba con la
excomunión a cualquier cristiano que cazara indios, aunque probablemente ese
recurso espiritual era menos efectivo.
Para empezar, la tremenda corriente del río comenzó a desordenar a los
invasores y, acto seguido, los soldados jesuitas recibieron a tiros a los
bandeirantes. La batalla duró cinco días, durante los cuales los indios y frailes
hicieron uso de ingeniosos inventos de guerra, como una catapulta que lanzaba
troncos ardientes. Finalmente los caza-indios fueron vencidos y tuvieron que
huir desordenadamente por la selva, donde anduvieron errantes durante más
de diez días, arrastrando a sus heridos y enterrando a sus muertos. Peor aún,
los maltrechos restos de la bandeira fueron acosados por una tribu de indios
caníbales y por las fieras de la selva. Los pocos que sobrevivieron tardaron un
año y medio en regresar a São Paulo.
De no haberse dado esta batalla de Mbororé, un suceso casi desconocido y
escondido en las nieblas de la Historia, el avance brasileño se habría extendido
aún más.
100
Pinceladas de la Historia II
Se estima que la población indígena de Brasil era de unos dos y
medio millones de personas en el año 1500. Para mediados del siglo
XVIII, el número apenas excedía el millón de individuos. A pesar de
los crueles y desalmados propósitos que motivaron a los
bandeirantes, su labor no fue perjudicial para Brasil y para su
desarrollo, sino todo lo contrario. Sus expediciones fueron
extendiendo el control portugués hacia el interior y conquistando
efectivamente enormes extensiones. Al hacerlo, abrieron brechas por
donde más tarde se construirían caminos, fundaron villas y
poblaciones y, como sus expediciones solían durar meses y hasta
años, extendieron la agricultura y el trabajo de la tierra a regiones
hasta entonces selváticas. Algunos bandeirantes tuvieron éxito en su
búsqueda de minerales y joyas, como Fernão Dias Pais, que pasó a
ser recordado como el “cazador de esmeraldas”, o como Pascual
Moreira Cabral, cuyas tropas abandonaron la caza de indios cuando
hallaron el riquísimo yacimiento de Cuyabá, en Mato Grosso, y
pasaron de ser traficantes de esclavos para convertirse en mineros.
Como las bandeiras cubrían etapas muy extensas, fueron
surgiendo a lo largo de su camino poblaciones que vivían del
comercio con las huestes. Cambio de caballos y de bueyes, alquiler
de carros, venta de comida, todo a cambio del polvo de oro que
comenzaba a salir de las minas. Algunas de estas paradas
comenzaron a adquirir importancia y terminaron por convertirse en
núcleos principales de población.
La gran amenaza bandeirante terminó a finales del siglo XVII,
cuando las causas que la motivaban comenzaron a desaparecer.
Brasil fue el gran ganador de esta sangrienta y cruel expansión, pues
logró consolidar su dominio sobre las tierras ocupadas, en perjuicio de
España, y “legalizarlas” después bajo el criterio jurídico de la posesión
(uti possidetis).
En Brasil, hoy se recuerda a los bandeirantes como héroes que
contribuyeron a forjar una nueva raza de brasileños: valientes,
aventureros, indomables, justo lo que el agreste territorio exigía para
ser conquistado y rendir sus frutos. Por el contrario, en los libros que
reseñan la historia de Paraguay o de Argentina, no se les aprecia
101
Roberto Gómez-Portugal M.
tanto, pues son señalados como invasores, ladrones de territorios que
pertenecían a esos países y como comerciantes de carne humana.
En el parque Ibirapuera de la ciudad brasileña de São Paulo existe
un enorme monumento dedicado a los bandeirantes, con una
inscripción labrada en una placa de piedra que dice:
Gloria a los héroes que trazaran nuestro destino en la geografía
del mundo libre. Sin ellos, Brasil no sería tan grande como es.
Para saber más:
• Brasil: uma história -Eduardo Bueno
• Paraguay y Brasil. Crónicas de sus conflictos -Alfredo Boccia R.
• Breve historia del Brasil -A. Prieto y S. Guerra
102
Pinceladas de la Historia II
¿Usted y quién más?
Desde mayo de 1937 los trabajadores petroleros habían planteado
un movimiento de huelga en contra de las compañías petroleras
exigiendo mejores condiciones de trabajo, pidiendo no sólo mejores
sueldos sino también vacaciones, servicios médicos, compensación
especial por trabajos en condiciones insalubres y otras cosas más. Y
es que, en verdad, los trabajadores no sólo estaban mal pagados,
sino que ellos y sus familias vivían en condiciones realmente muy
duras,
asolados
por
el
paludismo,
las
enfermedades
gastrointestinales, infecciones y plagas. Además, las compañías ni
siquiera respetaban la jornada de 40 horas semanales.
La explotación del petróleo en México estaba totalmente en manos
de extranjeros, merced a concesiones que habían sido otorgadas
desde antes de la llegada de Maximiliano. Desde 1861 el señor
Adolph Autrey explotaba una “mina de petróleo” denominada La
Constancia, cerca de Papantla, Veracruz y por la misma época el
celebre inglés Cecil Rhodes, que habría más tarde de hacerse
archimillonario en Sudáfrica, tuvo también una explotación petrolera.
Para la década de 1890, la Walter Pierce Oil Company poseía una
operación en Árbol Grande, con capacidad para dos mil barriles
diarios. En la región de La Huasteca, un exgambusino estadounidense
de nombre Edward L. Doheny, operaba su Huasteca Petroleum
Company, en la cual se había asociado con la Standard Oil. Por su
parte, Sir Weetman Dickinson, había creado, con apoyo del régimen
porfirista, la Compañía Petrolera El Águila, vinculada con la Royal
Dutch Shell. Los petroleros habían ido adueñándose de las tierras
donde encontraban petróleo por todos los medios; comprándolas,
arrendándolas o lo que fuera, y como fuera, muchas veces en contra
de la voluntad de los dueños legítimos, pues quien se negaba a rentar
o vender corría el riesgo de ser asesinado, como fue el caso de Hilario
Jacinto, quien, no contento con la bicoca que le habían pagado por
concesionar su tierra durante 30 años, exigió más y sólo consiguió
que lo asesinaran a tiros frente a su propia casa. Su viuda, sin
embargo, terminó sus días pensionada por la Huasteca Petroleum
Company, en Los Ángeles, California.
103
Roberto Gómez-Portugal M.
Lázaro Cárdenas del Río fue presidente de México desde el 1 de diciembre de
1934 hasta el 30 de noviembre de 1940. Desde 1913 había participado en la
Revolución y alcanzó el grado de general cuando sólo tenía 25 años. Después
fue gobernador de Michoacán, su estado natal y más tarde secretario de
Gobernación en el gabinete de Pascual Ortíz Rubio. Cuando asumió la
presidencia, Cárdenas tuvo que enfrentarse con
el expresidente Plutarco Elías Calles, quien
pretendía seguir gobernando desde las sombras.
Cárdenas lo confrontó y lo obligó finalmente a
exiliarse del país. Por debajo de un trato sencillo
y cordial, de un exterior apacible, Cárdenas era
poseedor de un espíritu indomable y una
voluntad recia. Durante su administración,
México acogió a miles de refugiados españoles
que huían de la guerra civil que azotaba España.
Esa oleada de inmigrantes enriqueció al México
de entonces con una generación de gente
trabajadora y buena en su mayoría, que se
incorporó bien a la sociedad mexicana. Otra de
las acciones de su gobierno fue la creación del
“ejido”, un curioso sistema de reparto y tenencia
de la propiedad rural que algunos califican de visionaria y muchos consideran
impráctica y retardataria. Cárdenas también fue responsable de incorporar
grandes centrales obreras y campesinas (CNC, CTM) al Partido Nacional
Revolucionario, predecesor del PRI, iniciando con ello el “cardenismo”, un
proyecto político incluyente que aún ahora suscita acaloradas discusiones sobre
sus éxitos y sus fracasos. Se dice que Cárdenas fue uno de los pocos políticos
mexicanos que no utilizó su cargo para enriquecerse. Su vida moderada y su
sencillez le granjearon siempre una gran popularidad. Murió en 1970.
La prepotencia de los petroleros extranjeros no se limitaba a
amedrentar a los particulares, sino que también se enfrentaban a las
autoridades mexicanas. Habían creado verdaderos ejércitos privados
con los cuales desafiaban a los inspectores que les mandaba el
gobierno, negándose a pagar los impuestos que se les aplicaba y
actuando como verdaderas extensiones de sus gobiernos de origen.
Durante la Primera Guerra Mundial, los petroleros ingleses incluso
tendieron una tubería hasta la Isla de Lobos para sacar desde allí y
sin ningún control, el petróleo que tanto le urgía a su gobierno durante
el conflicto armado.
104
Pinceladas de la Historia II
Para resolver el problema laboral en 1937, las autoridades
mexicanas crearon, como lo establecía la Ley Federal del Trabajo,
una comisión especial para estudiar la situación real de las compañías
con referencia a las demandas de los obreros, pues las compañías
alegaban que las demandas de los trabajadores estaban muy por
encima de lo que podían pagar. Efectuado el análisis, la comisión
concluyó que la situación de las empresas era extraordinariamente
bonancible. No sólo podían pagar fácilmente las exigencias de los
obreros, sino que se hizo ver que muy poco de las enormes ganancias
se quedaba en México, pues las empresas no hacían trabajos de
exploración ni obras de importancia, sino que repatriaban casi la
totalidad de sus beneficios.
A las empresas, el mentado informe les cayó como bomba e
inmediatamente arguyeron que era ilegal que la Junta hubiera
nombrado una comisión para estudiar el asunto, pues era como crear
un tribunal especial, decían. La Junta de Conciliación y Arbitraje emitió
su laudo, es decir, su sentencia, ordenando la aplicación, hasta
entonces ignorada, de la semana de 40 horas, y obligando a las
empresas a pagar prestaciones, fondos de ahorro, servicio médico, y
compensación por trabajo en condiciones insalubres. Para colmo, las
condenaba también a pagar los “salarios caídos”, es decir, los sueldos
durante la duración de la huelga. Todo ese paquete quedó valuado en
algo más de 26 millones de pesos.
Las empresas pusieron el grito en el cielo y de inmediato sus
abogados presentaron un recurso de amparo ante la Suprema Corte,
mientras manifestaban su total oposición a lo resuelto por las
autoridades laborales y se manifestaban en franca rebeldía. La
Suprema Corte confirmó el laudo en todas sus partes y negó el
amparo, con lo que no dejaba más recursos legales abiertos. Treinta
días después, se declararon terminados todos los vínculos de trabajo
con los obreros, por lo que las empresas petroleras sólo se quedaban
con sus empleados de confianza, y para todos efectos, paralizadas.
Era ya marzo de 1938.
Había que hacer algo y pronto, pues se corría el riesgo de que el
país entero se quedara sin gasolina, petróleo y todos los productos
105
Roberto Gómez-Portugal M.
energéticos indispensables para mantener en marcha la economía. El
presidente Lázaro Cárdenas sostuvo personalmente, no una, sino
varias reuniones con los representantes de las compañías petroleras,
intentando llegar a un arreglo. En la junta del 7 de marzo, Cárdenas
insistió en el pago de los 26 millones como paso indispensable para
resolver el impasse. Una voz insolente se alzó entonces:
-¿Y quién nos garantiza que con el pago de esos 26 millones y
pico se dará solución al conflicto?
-Yo, el Presidente de la República, contestó el general Cárdenas.
-Usted, ¿y quién más?, dijo la voz en tono irónico.
Cárdenas recogió tranquilamente los papeles que tenía sobre la
mesa, se puso de pié y dijo con voz calmada:
-Señores, hemos terminado.
Los días transcurrían dentro de una tensa y pesada calma. La
prensa reportaba la situación con alarma y la opinión se dividía entre
quienes pensaban que no había quien pudiera doblegar a las
compañías y quienes decían que el país no podía ya tolerar sus
abusos.
El presidente no quería precipitarse. Incluso comentó a alguno de
sus allegados:
-Voy a dejar pasar algunos días… voy a pensar serena y fríamente
el siguiente paso que hay que dar.
México no tenía una economía sólida y sus finanzas eran endebles.
En aquel mes de marzo las reservas del recién creado Banco de
México llegaban sólo a 20 millones de dólares y el tipo de cambio de
3.60 pesos por dólar parecía cada vez más difícil de sostener.
Mientras la prensa comentaba la huelga de los obreros petroleros y
los chismes sobre la confrontación con las compañías iban y venían,
el secretario de Hacienda Eduardo Suárez recorría la ciudad de
106
Pinceladas de la Historia II
Nueva York, gestionando un préstamo del gobierno estadounidense,
para apuntalar la frágil economía. Henry Morgenthau, secretario del
Tesoro de los EUA le dijo a Suárez que, en vista de lo agitado de la
situación que había en México, tenía que consultar el tema del
préstamo con el presidente Roosevelt. Había que esperar. Entretanto,
el director del Banco de México, Luis Montes de Oca, no dejaba de
llamar por teléfono al atribulado secretario de Hacienda para
preguntarle qué pasaba con los fondos que tanto necesitaba el banco,
pues las reservas disminuían cada día.
Por fin recibió Suárez la respuesta de Mongenthau, quien le dijo
que el presidente Roosevelt había accedido de buena gana a
conceder el préstamo, pues esperaba que la relación económica de
México con los Estados Unidos tuviera un gran desarrollo. Antes de
tomar su avión de regreso, Suárez se entrevistó con el subsecretario
de Estado Summer Welles, quien le habló de su preocupación por la
huelga petrolera y le dejó entrever, siempre con amables palabras,
que esa creciente relación de que hablaba el presidente Roosevelt
bien podía verse entorpecida por la falta de arreglo con las empresas
petroleras, “pues ellas tienen”, le dijo, “un sinnúmero de tentáculos en
toda la vida americana”.
Finalmente, el presidente Cárdenas citó a su gabinete para una
reunión en Palacio Nacional el viernes 18 de marzo. Los oídos que las
compañías petroleras tenían a sueldo, incrustados dentro de las
estructuras del gobierno, informaron que el presidente “planeaba algo
fuerte” en contra de ellas y en el último momento anunciaron estar
dispuestas al pago de los 26 millones. Pero era demasiado tarde.
Cárdenas se reunió con su gabinete aquel día y todos los ministros,
reunidos en el salón de Consejo de la Presidencia de la República,
aprobaron la decisión de expropiar las 17 empresas petroleras
extranjeras que funcionaban en México. El decreto se emitió de
inmediato, firmándolo el presidente Lázaro Cárdenas, Efraín
Buenrostro como secretario de Economía y Eduardo Suárez, por
Hacienda.
En un discurso que hizo por radio esa misma noche, Cárdenas
107
Roberto Gómez-Portugal M.
explicó a la nación lo que acababa de hacer y las razones que había
tenido para ello.
Entre los viejos archivos de mi papá encontré este facsímil del decreto de
la expropiación petrolera que hizo el presidente Lázaro Cárdenas el 18
de marzo de 1938.
La reacción de los mexicanos fue sumamente positiva. El 23 de
marzo hubo una enorme manifestación por las calles, en donde gente
108
Pinceladas de la Historia II
de todas las clases sociales expresaban su respaldo a la acción del
gobierno. Pronto se organizaron colectas, aportando la gente dinero,
joyas y algunos hasta gallinas y otros animales de granja, todo
orientado a cubrir las indemnizaciones que México tenía que pagar a
las compañías por la expropiación de sus activos. Lejos estaban esas
colectas de solucionar el problema económico, y el gobierno,
transcurridos unos días, comenzó a devolver los donativos, pero
representaron movilizaciones impresionantes de la opinión pública a
favor de la expropiación. Hasta la iglesia, siempre reaccionaria y aún
los sectores sociales más conservadores, aplaudieron la decisión.
En el terreno internacional las cosas no fueron tan fáciles. Las
compañías afectadas no tardaron en promover fuertes campañas en
la prensa estadounidense en contra del “abuso y expoliación
perpetrado por el gobierno de México”. La Standard Oil de Nueva
Jersey y la Royal Dutch Shell anunciaron abiertamente un gran boicot
contra México, invitando al mundo entero a sumarse. El gobierno del
Reino Unido rompió relaciones diplomáticas con México, en tanto que
el de los Países Bajos decretaba un embargo comercial. En Estados
Unidos pronto se resintió un aumento en el precio de los
hidrocarburos, producido al suspenderse el abasto desde México, por
más que el gobierno estadounidense se apresuró a afirmar que sus
reservas estratégicas estaban fuera de peligro. La prensa
norteamericana y europea no dejaba de decir que México era una
nación salvaje e inconstante, indigna de la confianza del capital
internacional. Sólo países como la Unión Soviética que geográfica,
económica y políticamente estaban muy alejados de los efectos del
conflicto, expresaron opiniones favorables a las acciones adoptadas
por el presidente mexicano. La prensa soviética hablaba de una
“histórica decisión” al expropiar la industria petrolera y enfrentar con
ello el imperialismo del capital.
La primera administración de Petróleos Mexicanos, la empresa que
se creó para manejar las instalaciones petroleras y producir los
energéticos que el país requería, bien pudo haberse sentido como
aquél que ganó la rifa del tigre. El Ing Vicente Cortés Herrera, su
primer director, tuvo que enfrentarse a la falta de piezas de recambio,
pues el boicot organizado contra México hizo que no hubiera a quién
109
Roberto Gómez-Portugal M.
comprárselas. El ingenio mexicano tuvo que ir resolviendo con
creatividad de artesano la falta de refacciones. Dicen que la consigna
que se daba a los trabajadores era la de seguir haciendo lo que
hacían, “sin moverle nada”, no fuera que algún proceso se desajustara
y no hubiera cómo recomponerlo. Uno de los mayores problemas era
la falta del tetraetilo de plomo, un aditivo para la gasolina que permitía
regular el octanaje. Se reunió a los mejores especialistas del país para
intentar descubrir el proceso y cuando ya se tenía mucho avanzado,
una explosión en el laboratorio mató a parte del personal y descarriló
los esfuerzos. En un segundo intento, se convocó a los mejores
estudiantes de química de la Universidad Nacional Autónoma de
México y del Instituto Politécnico Nacional, éste último creado por el
propio Cárdenas apenas dos años antes, y después de muchos
esfuerzos y tropiezos, lograron sintetizar el compuesto.
Apenas en noviembre de aquel año, los petroleros mexicanos se
apuntaron el primer descubrimiento de un nuevo pozo, en la región de
Las Choapas, Veracruz, con lo que se acrecentó su autoestima y la
seguridad de que saldrían adelante.
Los pronósticos de que México no encontraría en el mundo quien
quisiera comprar sus hidrocarburos se fueron abajo cuando Alemania
y Japón expresaron interés en adquirir el petróleo que Estados Unidos
había dejado de comprar. Poco a poco las cosas fueron
normalizándose y el mundo aceptó la decisión de México, y los
estadounidenses se dieron cuenta que, ante la volátil situación
prevaleciente en Europa, era preferible que ellos aseguraran sus
suministros energéticos en vez de dejar que Hitler los aprovechara.
Durante la Segunda Guerra Mundial, México se mantuvo alineado
con los aliados y sobre todo, con los Estados Unidos y la industria
petrolera mexicana cobró gran impulso y se consolidó.
110
Pinceladas de la Historia II
El presidente Cárdenas seguramente se volvería a morir
si resucitara para ver en qué se ha convertido Petróleos
Mexicanos. La empresa surgida del decreto que firmó el 7
de junio de 1938, dotándola de todas las facultades
necesarias para realizar todos los trabajos relacionados
con
la
exploración,
explotación,
refinación
y
comercialización del petróleo. Si bien Pemex se ha convertido en una de las
empresas petroleras más grandes del mundo, también se ha vuelto una de las
más ineficientes. Libre de toda competencia comercial, ya que la Constitución
mexicana prohíbe a los particulares cualquier actividad relacionada con los
hidrocarburos, reservando su explotación como un monopolio de Estado, Pemex
no tiene que esforzarse para ganar mercado, ni para dar servicio, ni para fijar los
precios de sus productos. Y como Pemex es “patrimonio de todos los
mexicanos”, al pueblo no le queda más que aceptar y consumir lo que se le da, a
los precios que sea y con la calidad que sea; altos los primeros y baja la
segunda. Peor aún, los gobernantes mexicanos han usado a Pemex como un
instrumento de sus políticas, muchas veces
caprichosas, fijando precios con criterios no comerciales
ni de mercado, sino con fines demagógicos y de
clientelismo político. La principal clientela política de los
gobernantes han sido los propios trabajadores de
Pemex, a quienes se les han dado recompensas y
prebendas muy por encima de las que gozan los
trabajadores mexicanos normales. Naturalmente, todo
eso ha hecho a la empresa menos eficiente y productiva
de lo que debería ser si estuviera razonablemente
manejada. Y los verdaderos ganadores han sido los
líderes de los trabajadores, quienes haciéndose pasar
por obreros y defensores de sus hermanos de clase, son en realidad sus
esquilmadores, llenándose los bolsillos con las cuotas sindicales que nadie les
controla ni les limita. Y como esa posición es envidiable, los líderes sindicales se
eternizan en ella, mientras tengan la fuerza y el modo de evitar que alguien los
sustituya. El actual, Carlos Romero Deschamps, lleva en el puesto desde 1997 y
hace poco se hizo reelegir hasta 2018. Y por si todo esto fuera poco, el gobierno
mexicano utiliza a Pemex como la principal fuente de sus ingresos,
compensando con ellos su ineptitud para cobrar impuestos de manera justa y
eficiente. Pemex tiene que entregar al Servicio de Administración Tributaria un
porcentaje desproporcionado de sus beneficios, muy por encima de los que
pagaría una empresa sujeta al régimen impositivo normal.
Por eso, Pemex no tiene nunca suficientes recursos para
hacer las inversiones en tecnología, en investigación, en
exploración que necesita para mantenerse a la vanguardia
en una industria tan compleja y tan técnica como la
petrolera. Ciertamente, Lázaro Cárdenas supo morirse a
tiempo.
111
Roberto Gómez-Portugal M.
Refinería de Petroleos Mexicanos (PEMEX), en la ciudad de Minatitlán, Ver..
Para saber más:
• El conflicto petrolero entre México y los Estados Unidos -Lorenzo Meyer Cosío
• Historia de la expropiación petrolera -Instituto Mexicano del Petróleo
• Los empresarios se negaron a pagar 26.3 millones de pesos -José Valderrama (artículo
periodístico).
• La “Fiebre del oro negro” cambia al mundo -Joaquín Herrera (artículo periodístico)
• Se decreta la expropiación petrolera -Excelsior 19 de marzo de 1938.
112
Pinceladas de la Historia II
El muro
Al término de la Segunda Guerra Mundial, los aliados dividieron el
territorio de la vencida Alemania en cuatro zonas, ocupadas cada una
de ellas por cada uno de los vencedores: Estados Unidos, Francia,
Inglaterra y la Unión Soviética, tal como lo habían convenido en la
Conferencia de Potsdam. Sin embargo, la relación entre los aliados
occidentales con la Unión Soviética, que ya había sido difícil durante
la guerra, se tornó más y más áspera; cualquier cooperación respecto
de la ocupación de Alemania se convirtió en un conflicto abierto,
teñido de agresividad. Desde 1944 en Yalta y al año siguiente en
Potsdam, los aliados trataron de definir qué iban a hacer con el
territorio de Alemania, de la cual cada uno ocupaba una porción. Los
occidentales se entendieron entre sí, pero no llegaron a entenderse
con Stalin sino a medias. El jefe ruso se hubiera adueñado de
Alemania entera si lo hubieran dejado, pero al menos quería a toda
costa quedarse con Berlín de manera exclusiva y no repartido entre
los cuatro y buscaría para ello cualquier oportunidad, como lo hizo en
1948.
Aunque se había hablado de la eventual reunificación de Alemania,
esa unión se fue dando sólo en la Alemania dominada por los aliados
occidentales, la del oeste, mientras que en el este se iba creando otra
Alemania dominada por la URSS. Aquello se volvió un enfrentamiento
entre democracia y comunismo. Stalin hacía lo indecible por quedarse
con Berlín completo, pero los aliados occidentales no estaban
dispuestos a ceder. En sus oídos resonaban las palabras de Lenin:
“Quien tiene Berlín, tiene Alemania; quien tiene Alemania, tiene
Europa”.
En 1949 esta dicotomía entre democracia y comunismo se
formalizó cuando las tres zonas ocupadas por franceses, ingleses y
estadounidenses se unieron para dar nacimiento a la República
Federal de Alemania. Los soviéticos pronto imitaron la decisión,
creando la República Democrática Alemana, o sea Alemania del Este.
En cuanto a Berlín, la capital, la situación era semejante, pero más
complicada. Berlín también había sido dividido entre las cuatro
113
Roberto Gómez-Portugal M.
potencias, pero como la ciudad quedaba enteramente dentro de la
zona soviética, las partes que formaron el Berlín occidental quedaban
como una isla, democrática y capitalista, completamente rodeada por
el territorio de la Alemania del Este, socialista y bajo la bota soviética.
Muy pronto la calidad de vida en las dos Alemanias empezó a
acusar diferencias importantes. Con el apoyo de los vencedores
occidentales, la Alemania del Oeste empezó a desarrollarse como una
economía capitalista y democrática, con tanto éxito y prosperidad que
se hablaba de un “milagro económico”. Los alemanes, una población
con altos niveles de instrucción y acostumbrada a trabajar de manera
seria y dedicada, pronto alcanzaron un nivel de vida caracterizado por
automóviles, aparatos electrodomésticos y libertad de viajar y
desplazarse a voluntad por el mundo. En la Alemania del Este
imperaba exactamente lo contrario. Como los soviéticos la
consideraban parte de su botín de guerra, se dedicaron a desmantelar
fábricas y a llevarse maquinaria y equipos y todo lo que tuviera valor a
la Unión Soviética. Cuando la Alemania del Este se creó formalmente,
nació con un gobierno comunista, que limitó importantemente las
libertades individuales y la creación de riqueza económica. Para
finales de la década de 1950, muchos alemanes del este querían irse
de su país. Cansados de las condiciones de vida y de la represión,
muchos hicieron simplemente las maletas y se fueron al oeste,
principalmente los jóvenes y los profesionales y técnicos que sentían
tener habilidades con las que fácilmente encontrarían empleo o
podrían iniciar negocios.
Cada año eran más los alemanes del este que se pasaban a
occidente. Al comenzar la década de 1960, Alemania del Este estaba
rápidamente perdiendo a lo mejor de su población y de su fuerza de
trabajo. En 1961 eran ya más de dos y medio millones los que habían
emigrado y el gobierno necesitaba detener ese éxodo de inmediato.
114
Pinceladas de la Historia II
El puente aéreo.
En 1948, los aliados occidentales decidieron introducir una reforma monetaria en
la zona que ocupaban, y sustituyeron el viejo Reichsmark por un nuevo
Deutsche Mark. La medida impedía de hecho el intercambio comercial entre las
dos zonas de Alemania pues la URSS se opuso terminantemente a que en su
zona de control se aceptara la moneda del lado occidental y, en su enojo, Stalin
ordenó a partir del 24 de junio bloquear todos los accesos terrestres a Berlín
occidental que, siendo una isla dentro de la zona oriental, dependía para su
acceso de unos “corredores” que atravesaban la zona de ocupación rusa. Al
prohibir el acceso, Stalin dejaba aislado a Berlín occidental, sin comida, sin
combustibles y prácticamente sin nada. El jerarca ruso estaba seguro de que
Berlín no podría resistir mucho tiempo así y que sus habitantes pronto tendrían
que registrarse en la administración de racionamiento de Berlín oriental,
aceptando con ello formar parte de la zona comunista. El efecto sería que Berlín
entero pasaría a manos de los rusos. Pero la situación estratégica de la ciudad
era demasiado importante para occidente, por lo que los aliados decidieron no
ceder. La primera idea fue de entrar por la fuerza por los corredores
establecidos, pues al fin y al cabo tenían el derecho de paso, pero enviar tropas
y convoyes armados hubiera seguramente llevado a un conflicto bélico con la
URSS de consecuencias imprevisibles. Estados Unidos decidió entonces
abastecer la ciudad mediante un puente aéreo. La tarea parecía titánica e
imposible pues hacían falta más de cuatro mil toneladas diarias de víveres,
combustible y todo tipo de mercancías, para mantener a una población que
excedía los dos millones de personas, pero los franceses e ingleses apoyaron la
iniciativa estadounidense y asumieron una parte de las misiones de vuelo.
Durante julio y agosto las cosas funcionaron mal, pero a partir de septiembre,
tras organizar un sistema de descarga rápida, mantenimiento de los aviones y
mejoramiento de las pistas, todo en lo que los propios berlineses beneficiados
colaboraron intensamente, el puente aéreo funcionó muy bien, llevando a la
población de Berlín occidental casi todo lo que necesitaban
Los vuelos fueron incrementándose hasta llegar a ser más de novecientos cada
día, llevando nueve mil toneladas de mercancías diariamente. El bloqueo
impuesto por la URSS estaba resultando inútil. Llegó a ocurrir que, gracias al
puente aéreo, había más suministros de toda clase en el sector oeste que en el
propio sector oriental controlado por los soviéticos, que no estaba sujeto a
ningún bloqueo. Llegado el invierno, la nieve y las tormentas hicieron más difícil
el suministro y se dieron algunos accidentes en los aterrizajes y despegues, al
grado que Stalin creyó que una vez más el frío le haría ganar la partida.
115
Roberto Gómez-Portugal M.
Pero no fue así; a partir de enero se regularizaron los vuelos y los aviones
aliados llegaron a suministrar cerca de 13 mil toneladas de carbón en 48 horas
a Berlín del oeste, para combatir el frío.
Los berlineses de ambos sectores comentaban con admiración el puente
aéreo, ganando simpatías entre la población y haciendo que muchos
habitantes del sector oriental empezaran a mudarse al sector oeste, buscando
beneficiarse de la administración aliada. El colmo fue cuando, durante los días
de Pascua, los aviones dejaron caer sobre Berlín occidental cajas de pasitas
con chocolate y caramelos, productos que eran escasos en cualquier parte y
que volvieron locos a los niños. Los Estados Unidos no podían haber pensado
en una propaganda más exitosa. El bloqueo iba a cumplir casi un año y los
soviéticos no habían logrado su objetivo. Al contrario, la población de Berlín
occidental mostraba ahora una adhesión mucho mayor hacia los Estados
Unidos y sus aliados, en tanto que la URSS y su gobierno era cada vez más
impopular en Berlín oriental. El 12 de mayo de 1949 el régimen de Stalin
ordenó levantar el bloqueo sin dar explicaciones.
Aviones descargando y volviendo a despegar de inmediato.
Si bien en el gobierno de Alemania del Este había quienes
pensaban simplemente en adueñarse de mala manera del Berlín
occidental, mediante una invasión con el apoyo de la Unión Soviética
al estilo de Hungría en 1956, también sabían que los Estados Unidos
y todo el mundo occidental estaban decididos a defender esa ínsula
116
Pinceladas de la Historia II
del “mundo libre”. En respuesta, el gobierno de la Alemania comunista
decidió construir un muro para impedir que sus ciudadanos
escaparan.
Poco después de la medianoche del 12 al 13 de agosto de 1961,
toda una flota de camiones cruzaron las calles de Berlín, rebosantes
de soldados y de obreros de
la construcción. Mientras la
población
dormía,
las
cuadrillas
trabajaron
rápidamente, levantando las
calles que llevaban hacia el
oeste, sembrando postes de
concreto y extendiendo
alambradas de púas que
pronto separaron la ciudad
en dos partes. Las líneas
telefónicas también fueron
cortadas. Se bloquearon
también los túneles del metro a la altura de los puntos de frontera. Los
berlineses no podían creer lo que veían sus ojos a la mañana
siguiente. Lo que
antes había sido
una demarcación
abierta
ahora
estaba cerrada.
Desde
muy
temprano por la
mañana del 13
de agosto, las
calles
se
convirtieron
en
fronteras y a los
peatones se les
prohibía el paso
por la fuerza de
las armas. De pronto, les estaba vedado cruzar de un sitio a otro para
ir al teatro o a la ópera, o a un partido de futbol y menos para acudir a
117
Roberto Gómez-Portugal M.
trabajos que muchos tenían en el sector occidental porque eran mejor
pagados. Las familias, los amigos, ya no podrían reunirse ni visitarse.
Los que podían, salían corriendo e intentaban cruzar antes de que
los Vopos –así llamaban despectivamente a los miembros de la Volks
Polizei, la policía de Berlín Oriental- pudieran detenerlos. La
desesperación se veía en las caras de la gente, conscientes de que
donde hubieras dormido aquella noche sería obligatoriamente tu país
por las décadas siguientes. Aquello se volvió una angustiosa carrera
entre las cuadrillas de construcción, que intentaban fijar el cerco y
quienes intentaban burlarlo. Se dieron escenas de un dramatismo
desgarrador, como el caso de una anciana de 77 años que intentaba
saltar desde una ventana hacia la libertad, pero le faltaba valor. Un
joven se propuso ayudarla pero cuando lo hacía, los Vopos sujetaron
a la anciana para que no huyera. Entonces alguien lanzó una granada
de humo, obligando a los comunistas a soltar a la pobre señora, que
fue acogida por la multitud que miraba. Los Vopos de inmediato
tapiaron las ventanas y evacuaron las viviendas.
En unos cuantos días, el muro de Berlín se extendía por una
longitud de más de 150 kilómetros, pues no sólo dividía la ciudad,
118
Pinceladas de la Historia II
cortándola por el centro, sino que envolvía todo el Berlín occidental,
aislándolo del resto de la Alemania oriental en que estaba inmerso.
El muro se fue transformando en poco tiempo y lo haría aún más a
lo largo de los años. Lo que comenzó como una serie de postes con
alambrada de púas pronto fue reforzado con paneles y estructuras
más sólidas, hechas de bloques de concreto, siempre con púas o
cuchillas en lo alto. En consecuencia, los esfuerzos para escapar
tuvieron que volverse más elaborados y complejos. Hubo quienes
cavaron túneles de muchos metros de extensión, para salir del otro
lado del muro. Un grupo de personas construyó un globo de aire
caliente con retazos de tela y, jugándose la vida, lograron volar por
encima del muro hasta el Berlin Oeste. Por desgracia muchos de los
intentos de escapar no fueron exitosos. Más de 200 berlineses
murieron intentando huir, pues los guardias del muro tenían órdenes
de tirar a matar a quien intentara salvar el muro.
Uno de los intentos fallidos
más ignominiosos fue el de dos
chicos de 18 años que, en
agosto de 1962, a escaso un
año de levantado el muro,
intentaron
cruzar
las
alambradas y trepar como
pudieran hasta el otro lado. El
primero lo logró, pero el
segundo, un muchacho llamado
Peter Fechter, no tuvo tanta
suerte y fue alcanzado por los
disparos de los guardias.
Herido, intentó trepar pero se
desplomó, todavía sobre el lado
oriental. Los guardias lo dejaron
ahí. Ni le dispararon de nuevo
ni fueron en su ayuda. Durante
más de una hora Peter gritaba
pidiendo auxilio, pero nadie lo socorrió. Cuando por fin murió
desangrado, a los guardias les ordenaron ir a recoger el cadáver,
119
Roberto Gómez-Portugal M.
reflejando sus caras la angustia que ellos mismos sentían.
Para 1965 ya era una robusta pared de concreto con vigas de
acero. Más adelante, en 1975, el muro llegó a alcanzar casi 4 metros
de altura y tenía un espesor de 120 centímetros, con un tubo fuerte
hasta arriba que impedía cualquier intento de escalada. Detrás, había
una “tierra de nadie” de cerca de cien metros de ancho, donde había
un segundo muro a lo largo del cual patrullaban soldados con perros.
Se puso incluso una zona de grava fina en donde las huellas de pasos
se detectarían inmediatamente y había además zanjas para impedir el
paso de vehículos, vallas electrificadas, sistemas de iluminación con
torres para vigías, e incluso zonas minadas.
Del lado occidental no estaba prohibido acercarse a la
infranqueable barrera, y la gente del Berlín Oeste encauzaba
su furia decorándolo con grafitti.
Se dejó sólo un reducido número de puntos para posibles cruces,
que usarían únicamente los soldados o funcionarios y los pocos que
tuvieran autorización para cruzar. El más famoso de estos puntos de
cruce fue el denominado Checkpoint Charlie, que rompía la frontera
justo sobre la Friedrichstrasse, una importante arteria del centro de
Berlín. El Checkpoint Charlie se convirtió en el principal punto de
acceso por donde el personal de las fuerzas aliadas de ocupación y
otros pocos occidentales cruzaban hacia la otra parte de la ciudad
120
Pinceladas de la Historia II
dividida. Se habilitaron otros varios puntos de cruce entre Berlín
occidental y la Alemania
del Este, algunos para
propósitos tan específicos
como sacar la basura y
los desechos de la ciudad
y llevarlos a basureros
determinados.
También
se habilitó un acceso para
el ferrocarril.
Poco a poco se fueron
estableciendo mecanismos que permitían a los occidentales visitar el
lado oriental mediante una sencilla solicitud, pero siempre los
comunistas se reservaban el derecho de negar el acceso sin
necesidad de dar explicación alguna. Se fijó la obligación de cambiar
un mínimo de 25 marcos occidentales por marcos orientales a la par,
lo cual era un abuso, pues el marco oriental valía muy poco. El dinero
que no se gastaba, no era reconvertido y se perdía. También
cobraban 5 marcos –occidentales, claro- por la visa o permiso. Al
pasar en automóvil o autobús, la revisión era exhaustiva, utilizando
incluso espejos que metían por debajo del vehículo para revisar. ¿Qué
era lo que buscaban? Yo nunca lo entendí.
Al principio, los berlineses del este y los de toda la Alemania
oriental no podían venir a occidente por ningún motivo. Después se
fueron concediendo permisos a los viejos y pensionados y a los
profesionales que justificaran su visita al oeste por rigurosas razones
de trabajo. De manera excepcional, se concedían a veces permisos
para atender asuntos familiares importantes. Sin embargo, cualquier
solicitud tenía que estar ampliamente documentada y las negativas de
la autoridad no requerían explicación. Como a los de Alemania
oriental les permitían cambiar sólo una mínima cantidad de dinero por
divisas occidentales, el gobierno de la Alemania del oeste estableció
una práctica llamada Begrüssungsgeld, o “dinero de bienvenida”, una
cantidad que se concedía anualmente a los compatriotas del este que
visitaban la República Federal de Alemania.
121
Roberto Gómez-Portugal M.
La existencia del muro de Berlín se convirtió en un símbolo de la
opresión que agobiaba no sólo a los berlineses del este, sino a todos
los habitantes de los países en donde la dictadura soviética imponía y
controlaba gobiernos, encabezados nominalmente por ciudadanos de
esos países –alemanes, polacos o checos- pero que no eran sino
títeres de la Unión Soviética. El de Alemania oriental, en aquellos
años de ignominia, se llamaba Walter Ulbricht.
Ulbricht muestra, orgulloso, el muro de Berlín al jerarca soviético Nikita Krushev.
Se dice que Krushev comentó divertido: “He leído que el presidente americano
(Kennedy) ha mirado el muro con gran desagrado. A él no le gusta, pero a mí, sí.
A mí me gusta extraordinariamente”.
Después de más de dos décadas desde la erección del muro, en
junio de 1987, el presidente estadounidense Ronald Reagan,
pronunció frente a la Puerta de Brandenburgo, un discurso que habría
de causar mella. Dirigiéndose al entonces Secretario General del
Partido Comunista Soviético, Mikhail Gorbachov, Reagan dijo: “Señor
Gorbachov, si ud busca la prosperidad de la Unión Soviética y de
Europa del este, si ud busca la liberalización, venga hasta esta puerta,
señor Gorbachov y ábrala. ¡Señor Gorbachov, derribe este muro!” Las
palabras de Reagan verbalizaban el sentir del mundo entero.
122
Pinceladas de la Historia II
El régimen soviético, antes férreo y tremendamente opresivo, se
había ido debilitando. El fracaso y desmoronamiento del comunismo
era evidente. Ulbricht había sido sustituido por su pupilo Erich
Honecker, un tipo igual de fanático del comunismo que su predecesor.
Casualmente, Honecker había sido el encargado de la construcción
del muro en 1961, y aún en enero de 1989 declaraba que el muro
seguiría en pié por 50 ó 100 años más. Pero en agosto de ese año
Hungría empezó a abrir su frontera hacia Austria. No sólo húngaros,
sino muchos alemanes del este, empezaron a escapar, pasando por
Hungría. Pronto pasó lo mismo por Checoslovaquia. Las protestas y
manifestaciones empezaron a generalizarse en Alemania oriental. La
gente gritaba “Wir wollen raus!” (¡Queremos salir!). Honecker fue
sustituido por Egon Krenz mientras las cosas iban desmoronándose.
Pronto se hizo evidente que nadie, entre las autoridades germanoorientales, se atrevería a hacer uso de la fuerza para detener a la
gente, que ya era un torrente. Finalmente, el 9 de noviembre por la
noche, se abrieron los puntos de cruce en Berlin. Los del este,
apodados Ossies, se desbordaron hacia occidente, mientras los
Wessis, es decir, sus hermanos occidentales, los recibían con flores y
con Sekt –la champaña alemana- en medio del regocijo general. Las
puertas de la prisión se habían abierto.
123
Roberto Gómez-Portugal M.
A partir de esa noche y durante los días y semanas que siguieron, los
berlineses de ambos lados se deleitaron en demoler pedazos del tremendo
muro con marros, cinceles y todo tipo de instrumentos. Les apodaron los
Mauerspechte –los pájaros carpinteros del muro.
Para saber más:
• Museo Memorial del Muro -Bernauer Strasse, Berlin
• The Berlin Airlift -American Experience Website
• Discurso del presidente Ronald Reagan -12 junio 1987
• Revista Die Mauer -Adquirida en Berlin, junio de 1968
• Exposición “Die Freiheit darf hier nicht enden!” -en Checkpoint Charlie, Berlin
124
Pinceladas de la Historia II
La expropiación de la banca
El México bronco de la revolución parecía haber quedado atrás.
Estimulada por la Segunda Guerra Mundial, la economía mexicana
crecía a un ritmo nunca antes alcanzado de 7.3% anual entre 1940 y
1945, además de acusar una notable estabilidad política. De 1947 a
1952 y aún más adelante, el crecimiento siguió consolidándose,
aunque a ritmo más pausado, fortaleciéndose no sólo los sectores
primarios sino también la producción de energía eléctrica, el petróleo,
lo mismo que la industria manufacturera y de la construcción. Si bien
el modelo escogido por los gobernantes, de crear industrias nuevas y
necesarias para sustituir importaciones se basaba en un mercado
interno cautivo, con empresas carentes de competitividad con el
exterior e incapaces de exportar, aún así el país avanzó de manera
muy importante y hubo momentos en que el mundo hablaba del
“milagro económico mexicano”.
El desarrollo estabilizador, como se dio en llamar a este modelo de
crecimiento, mantuvo un veloz progreso económico con estabilidad de
precios. Favoreciendo la creación de industrias que sustituyeran
bienes importados, se buscaba la creación de empleos, elevar el
ingreso nacional y estimular el consumo, generando un efecto
multiplicador. Limitando las importaciones y sujetándolas a altos
aranceles y al requisito de permiso previo, se protegía a las empresas
locales y se garantizaba a los inversionistas una alta rentabilidad,
pues las ventas estaban aseguradas por un mercado interno cautivo.
El Estado se hacía cargo de las obras de infraestructura y corregía
“las desviaciones del mercado” mediante subsidios, créditos
preferenciales y otros mecanismos, a la vez que mantenía las cuentas
nacionales en equilibrio con el exterior, sin excederse en el
endeudamiento y manteniendo un tipo de cambio fijo que daba
tranquilidad a propios y a extraños.
La banca en México tenía viejas raíces, pues el primer contacto con
los bancos “modernos”, databa de la época de Maximiliano, e incluso
antes, pues el Bank of London, Mexico and South America abrió una
sucursal en nuestro país en 1846. Algunos años después, dos bancos
independientes, el Banco Nacional Mexicano y el Mercantil Mexicano,
125
Roberto Gómez-Portugal M.
se fusionaron para dar origen en 1884 al Banco Nacional de México,
el cual, además de su labor de crédito, desde su nacimiento sirvió al
Estado mexicano como banco emisor de billetes, entre otros, y
prácticamente como Tesorería General del gobierno, tareas que
desempeñó durante varias décadas. Muchos otros más, nacidos años
después, atendían más o menos eficientemente las necesidades de la
economía nacional. El Banco de México, surgido en 1925 como banca
central, regulaba y controlaba muy de cerca su funcionamiento,
exigiéndoles obligatoriamente una parte de sus recursos –el encaje
legal- no sólo como medio de control monetario sino para orientar
esos dineros a actividades que el gobierno quería favorecer de
manera especial. En general había certidumbre y seguridad,
condiciones que favorecían el progreso y el crecimiento de una clase
media cada día más importante. La inflación era una palabra que sólo
conocían los economistas.
Sin embargo, el sistema no era perfecto. La industrialización
sustentada por el proteccionismo fue muy costosa, pues inducía a
producir de todo, aunque no hubiera ventajas competitivas para
hacerlo y las empresas resultantes eran ineficientes y sus productos
mediocres, sin posibilidad de competir jamás internacionalmente.
Por su parte, el sector agropecuario estaba estancado y la
productividad rural iba en picada, ante una reforma agraria inoperante
combinada con una inseguridad en la tenencia de la tierra que
desanimaba al más valiente.
El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, aunque continuó con el
desarrollo económico, no fue tan exitoso en materia social, pues
durante su gobierno se dieron importantes dificultades,
particularmente la huelga estudiantil de 1968 que culminó en la
matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de ese año. Luis Echeverría,
quien fuera secretario de Gobernación en ese sexenio, fue el siguiente
presidente, y quiso identificarse con una imagen de izquierda política.
Cuando Echeverría asumió la presidencia de México, además de las
dificultades sociales internas, encontró que en el exterior se formaban
nubes negras. El mundo desarrollado se encontraba ante una gran
crisis financiera y la economía estadounidense padeció un fuerte
126
Pinceladas de la Historia II
receso. En México sobrevino la “atonía” y el PIB creció apenas al
ritmo en que aumentaba la población, lo cual nulificaba el progreso.
Echeverría, ungido con la omnipotencia con que el sistema investía
a los presidentes mexicanos, se sintió capaz de vencer cualquier reto.
Anunció que era evidente la necesidad de “revisar los términos de
nuestra convivencia… y de sacudir la inercia originada por… una
prosperidad desigual”. Se comprometió a atender las necesidades de
todos los sectores mediante el avance equilibrado que beneficiara a
toda la sociedad, a través de lo que llamó el desarrollo compartido.
“En cinco años haremos lo que no se ha hecho en cincuenta”, afirmó.
Echeverría emprendió un gobierno a toda velocidad, en donde ser
el último en dejar la oficina o pasarse “trabajando” toda la noche era
un timbre de orgullo. Las juntas a las que convocaba el presidente,
citando a todo su gabinete y a todo aquel que lejanamente estuviera
vinculado con el tema, duraban horas y horas. Echeverría recorría el
país ordenando que se construyeran caminos, clínicas de salud,
escuelas, a diestra y siniestra. Pero las obras estuvieron mal
proyectadas, sin pensar ni evaluar si la inversión tenía sentido
económico. El resultado fue un caos administrativo y un gasto
enorme, que se financió emitiendo dinero sin parar y contratando
deuda externa. El gasto público se cuadruplicó y el déficit
presupuestario del gobierno, que era de 1.8% del PIB en 1970, pasó a
7.5% en 1976. Echeverría ordenó al Banco de México subir el encaje
legal y a canalizarlo hacia sus causas favoritas: agricultores pobres,
ejidatarios, zonas rurales deprimidas, empresas “de beneficio social”.
No sólo le quitó a la banca comercial dinero que debía haber ido a
financiar la inversión productiva, sino que los recursos que destinaba
a sus “programas de desarrollo” eran irrecuperables. La economía
entró en una espiral inflacionaria nunca antes vista. El presidente
decretó ocho aumentos “de emergencia” a los salarios, matando la
productividad en casi todos los sectores y estrangulando a las
empresas. Los empresarios dejaron de invertir. Cuando el secretario
de Hacienda Hugo Margáin renunció, incapaz de aceptar este
desorden, Echeverría nombró para el puesto a su amigo y antiguo
compañero de escuela José López Portillo, quien no tenía ninguna
experiencia financiera ni entendía de economía. No se requería, pues
127
Roberto Gómez-Portugal M.
el presidente aclaró “las finanzas se manejan desde Los Pinos” -la
residencia presidencial.
A pesar del oleaje político, la banca mexicana trabajaba bien.
Había una estrecha y hasta amistosa colaboración entre los
banqueros y los empresarios, bajo la bendición de autoridades
hacendarias que actuaban con
responsabilidad y profesionalismo
–mientras no les ordenaran lo
contrario desde arriba. En 1974
hubo cambios importantes en la
legislación que regulaba a los
bancos y se estableció la banca
múltiple, que no fue sino
El director de Banamex, Agustín F.
reconocer y dar forma a lo que ya
Legorreta, era uno de los banqueros
venía haciéndose a través de
más respetados de esos años.
empresas separadas. Ahora los
bancos podrían ofrecer todos los
servicios financieros, bursátiles y de asesoría desde una misma
institución en vez de varias. Lo que no cambió fue la estructura
oligopólica de la banca, pues los dos bancos principales acaparaban
la mitad del mercado, los dos siguientes abarcaban otro 20% y los
demás el resto, incluyendo a varios bancos llamados “mixtos”, en
donde el Estado era dueño de parte de las acciones, como resultado
de haber tenido que intervenirlos por haber sufrido dificultades.
Como resultado de la alocada administración de Echeverría, la
deuda externa fue creciendo hasta volverse agobiante. De cerca de
tres mil millones de dólares en 1970, la deuda pública externa en
diciembre de 1976 era de 19,600 millones de dólares, más de seis
veces el monto inicial. La confianza de los inversionistas, los
empresarios y hasta las amas de casa se había ido deteriorando
progresivamente al grado de que hasta las empleadas domésticas
ponían sus ”ahorritos” en dólares. En 1976 la presión sobre las
cuentas nacionales era insostenible y Echeverría no tuvo más remedio
que devaluar el peso en cerca de 60%, cosa que anunció el día
anterior a su último informe presidencial. El tipo de cambio de 12,50
pesos por dólar se desplomaba, después de 22 años de paridad fija.
128
Pinceladas de la Historia II
Echeverría, que se había autoerigido como paladín del tercer
mundo y utilizaba una retórica cada vez más agresiva hacia el
capitalismo y hacia los Estados
Unidos,
terminó
su
gestión
presidencial de triste manera, como
quien sale por la puerta de atrás.
Los grafitti que se veían sobre las
paredes decían “No LEA (–las
iniciales del presidente-) ¡piense!”
Su sucesor, José López Portillo
recibió el país en condiciones
críticas, de no ser por la esperanza
que abrigaban todos los mexicanos
de que el nuevo presidente –en
México, casi un nuevo rey- trajera
Don Manuel Espinosa Yglesias
consigo soluciones mágicas que
dirigía Bancomer, el otro de los dos
sacaran al país de sus problemas.
grandes bancos mexicanos.
Y en efecto, López Portillo tuvo una
suerte fabulosa, pues justo cuando el mundo se debatía en una
tremenda crisis energética, generada por los países árabes al decretar
un embargo petrolero contra los Estados Unidos y sus países aliados,
México encontró nuevos y riquísimos yacimientos petroleros. El precio
del oro negro se multiplicó por diez en un plazo de siete años, en tanto
que México veía sus reservas petroleras crecer de 3.9 mil millones de
barriles ¡a 57 mil millones de barriles! De pronto las exportaciones
mexicanas eran casi exclusivamente de petróleo y los ingresos que
recibía el país crecieron exponencialmente. Con la reanimación
económica se olvidó pronto la amarga experiencia echeverrista y el
nuevo presidente declaró, arrogante, que el reto consistía en
“administrar la abundancia”.
Lejos de meter orden en el caos que había dejado Echeverría,
López Portillo quiso superar todos los récords; amplió los programas
sociales, aumentó los subsidios a los productos y servicios que
ineficientemente producía el Estado, emprendió grandes proyectos de
infraestructura. Incluso el sector privado se benefició de subsidios a la
129
Roberto Gómez-Portugal M.
exportación y menores aranceles a lo importado, además de
aprovechar el “boom” generado por un gasto público enorme. La
economía se recuperó y el PIB creció 8.2% en 1978 y 9.2% en 1979.
Nunca conoció México esos niveles de crecimiento, ni antes ni
después.
José López Portillo era inteligente y culto, autor
de varios libros de cierto mérito literario, pero
fue un hombre frívolo y arrogante, muchas de
cuyas acciones demuestran su convicción de
sentir que las leyes y las reglas estaban hechas
para otros, no para él. Sus excesos y los de su
familia eran la comidilla permanente de la
sociedad mexicana que, sin embargo, era
incapaz de limitarlos. No se conformó con dar a
su hijo José Ramón puestos en la
administración pública para los que no estaba capacitado, sino que
descaradamente se refería al hecho como “el orgullo de mi nepotismo”. Su
arrogancia era tal que se rumoraba que pretendía obligar al papa durante su
visita a México a oficiar una misa privada para su madre en la residencia
presidencial de Los Pinos, a sabiendas de que estaba violentando la laicidad de
un recinto oficial. Eso, por fortuna, no ocurrió. Las excentricidades de su esposa,
doña Carmen, también fueron épicas. La señora viajaba por el mundo con gran
boato y enorme comitiva, exigiendo que la decoración de sus alojamientos
satisficiera sus requisitos caprichosos y que hubiera siempre un piano de cola en
el aposento, para que la señora, que se creía una virtuosa pianista, pudiera
practicar su arte. La supuesta amante del presidente, Rosa Luz Alegría, fue
nombrada secretaria de Turismo, puesto para el que ciertamente había
candidatos mucho más competentes. El colmo quizá lo personificaba el general
Arturo Durazo, un antiguo compañero del vecindario durante la infancia de López
Portillo a quien el presidente elevó a jefe de la Dirección de Policía y Tránsito de
la ciudad de México, a sabiendas de su incompetencia y de sus vicios –era
cocainómano empedernido. La corrupción de Durazo se convirtió en escándalo
cuando se supo de la estrafalaria y lujosa casa que el jefe de policía se había
construido en Zihuatanejo, en el estilo de un templo griego.
El auge petrolero despertaba expectativas exageradas en todos los
segmentos de la economía e incluso de la sociedad mexicanas. Había
dinero “para echar pa’ arriba” y por si no alcanzara, el gobierno
empezó a emitir petrobonos, un nuevo título de inversión garantizado
por cantidades específicas de petróleo. La economía se
sobrecalentaba, la moneda se sobrevaluaba y las importaciones de
130
Pinceladas de la Historia II
todo, desde alimentos hasta bienes suntuarios, crecían. Pero como ni
siquiera los ingresos petroleros eran suficientes para financiar tanto
desperdicio, crecieron también el déficit del gobierno (de 7.2% del PIB
en ’76 a un espantoso 17.5% en ’82) y la deuda externa. Si Echeverría
la había llevado de 3 mil a más de 19 mil millones de dólares, López
Portillo elevó la deuda a casi 60 mil millones de dólares en 1982. El
ingreso petrolero de más de 13 mil millones de dólares –cifra que
antes había parecido estratosférica- ahora sólo alcanzaba para cubrir
el déficit en cuenta corriente generado por las importaciones.
Para colmo, en 1980 el precio del petróleo comenzó a bajar y a
estabilizarse, pues a los altos niveles en que estaba, las economías
del mundo se esforzaron por racionalizar el consumo. La bonanza
mexicana había sido breve y la factura por la embriaguez empezaba a
pintarse en un cuadro sombrío: inflación descontrolada, moneda
sobrevaluada, tremendos déficit fiscal y comercial, una deuda externa
muy pesada. Y encima, ni la industria ni el sector agropecuario tenían
fortaleza. Las fugas de capital se hicieron más y más agudas y el tipo
de cambio ya no podía sostenerse, a pesar de las arrogantes
afirmaciones del presidente de que la paridad del peso la “defendería
como un perro”. Se fue de 26 pesos por un dólar a casi 44 para
febrero de 1982.
Vino entonces un programa de ajuste económico, intentando
reducir el gasto y aumentar los ingresos por impuestos, reforzando el
control de precios y decretando un alza salarial de emergencia. Como
se dice en inglés, too little, too late. La salida de divisas era tremenda
y el crédito internacional se cerró para México ante la crisis. El
gobierno implantó un doble tipo de cambio, uno general y otro
preferencial y prácticamente cerró el mercado cambiario. Entonces
decretó que los depósitos denominados en dólares que había en los
bancos mexicanos se convertían en mexdólares que se pagarían a 70
pesos, cuando el mercado ordinario pagaba el dólar a 148 pesos. Con
esto, López Portillo le robaba a los mexicanos, a todos, a los
empresarios, a la clase media, a las amas de casa y hasta a las
empleadas domésticas, más de la mitad de sus ahorros, en algunos
casos, ahorros de toda una vida. La inflación era de locura: 98% hacia
final del año.
131
Roberto Gómez-Portugal M.
Entonces llegó el 1 de septiembre, día en que el presidente rendía
su informe anual ante el Congreso y ante la nación. López Portillo
anunció que esa misma mañana había decretado la expropiación de
los bancos privados y que éstos pasaban a ser propiedad del Estado.
En un teatral discurso, que más que emotivo resultaba ridículo, el
presidente lloró, pidió perdón y manoteó sobre la tribuna, en medio del
aplauso servil de diputados, senadores y servidores públicos. Acusó a
los bancos y a sus dueños de
ser responsables de que en los
dos
años
anteriores
los
capitales huyeran del país y se
agotaran las reservas de
dólares. Los llamó traidores a
México e inventó el apelativo
sacadólares como el mayor
insulto.
Al mismo tiempo
anunció la sindicalización de los
empleados de la banca y la
formalización del control de
cambios. La sorpresa fue
enorme,
incluso
para
el
Carlos Abedrop, a la sazón
presidente electo Miguel de la
presidente de la Asociación de
Madrid, presente en el recinto y
Banqueros, fue una de las pocas voces
cuya expresión de asombro fue
que se alzaron para rechazar las
acciones del presidente.
captada por las cámaras de
televisión.
Al día siguiente, jueves, todas las oficinas bancarias del país
amanecieron custodiadas por militares uniformados, que impidieron la
entrada a los empleados y a los clientes. Los bancos permanecerían
cerrados hasta el lunes siguiente, con total insensibilidad a las
necesidades de la sociedad. Se suscitaron escenas de
desesperación; gente que requería urgentemente dinero para sacar a
un enfermo del hospital o para emprender un viaje inaplazable. Las
empresas no pudieron pagar las nóminas esa semana. El presidente
nombró apresuradamente a una serie de funcionarios públicos –unos
con buen prestigio y otros no, pero casi todos sin experiencia
132
Pinceladas de la Historia II
financiera- a la cabeza de cada una de las instituciones expropiadas.
López Portillo eligió a la banca privada como chivo expiatorio para
disimular ante el país su ineptitud y el fracaso de su gobierno. Acusó a
los banqueros de fomentar la especulación y la fuga de capitales, de
falta de solidaridad con el pueblo y de saquear al país. Nada era más
falso ni más injusto; la banca no hubiera nunca podido corregir ni
contrarrestar las malas decisiones del gobierno. De hecho, fue el
presidente quien engañó a la nación haciéndole creer que vivía en
Jauja. Fue él quien no supo “administrar la riqueza” ni “defender el
peso como un perro”. López Portillo utilizó el poder de facto que tenía
como presidente para expropiar la banca, aún violando las leyes y
excediéndose en sus facultades. De hecho, el gobierno tuvo que
modificar a posteriori tres artículos de la Constitución y gran parte de
las leyes que reglamentaban el sistema financiero mexicano para
darle legalidad a la arbitrariedad del presidente. Fue un desesperado
–e inútil- intento por salvar su imagen, sin importar el costo ni las
consecuencias de su acción.
El presidente que le sucedió, Miguel de la Madrid, recibió un país
con una economía destrozada, una inflación de casi 100%, un déficit
público gigantesco, un mínimo ingreso de divisas, el crédito
internacional cerrado, una deuda externa inmanejable y un elevado
desempleo, y todo esto, con una sociedad sumida en un ambiente de
desconfianza y de duda. México tardaría varias décadas en
recuperarse y en pagar las consecuencias de esta acción alocada e
incalificable, y aún ahora, hay consecuencias que no podrán nunca
subsanarse.
133
Roberto Gómez-Portugal M.
La privatización
Durante la década que siguió a la expropiación, la banca estatizada no hizo más
que burocratizarse, pues la Secretaria de Hacienda le impuso un esquema
administrativo sujeto a un Programa Operativo Anual que le amarraba las
manos. Además, sus nuevos directores, todos funcionarios públicos obedientes
al sistema, no eran demasiado hábiles para manejar el complejo negocio de la
banca en medio del tormentoso estado que guardaba la economía nacional. La
banca estatizada no podía, no sabía llenar las
demandas del público, por lo que la clientela le
perdió la confianza y prefirió trabajar con otros
intermediarios financieros, como las casas de
bolsa, que actuaban como banca paralela. De
hecho, el ahorro captado por la banca descendió
significativamente. Finalmente, en el sexenio del
presidente Carlos Salinas, el gobierno decidió
privatizar la banca, argumentando "la necesidad de
que el Estado concentre sus esfuerzos en la
atención de objetivos básicos", aduciendo además
que "se han modificado de raíz las circunstancias
que explicaron la estatización de la banca".
Curiosamente, también se mencionó "el propósito
de mejorar la calidad del servicio de banca y
crédito en beneficio colectivo", con lo que se estaba reconociendo el deterioro
sufrido durante la gestión gubernamental. Fue necesario modificar -otra vez- los
arts. 28 y 123 de la Constitución para permitir la propiedad privada de bancos y
reajustar toda la reglamentación respectiva. A partir de junio de 1991 y hasta
julio de 1992 el subsecretario de Hacienda Guillermo Ortiz Martínez, fue el
principal artífice de la privatización bancaria. Aunque la sociedad acogió con
beneplácito la privatización, el proceso de venta dejó mucho que desear, pues
en la selección de los compradores no se privilegió ni la experiencia en el
manejo de asuntos bancarios ni la sabiduría en el otorgamiento de crédito y en
algunos casos tampoco se investigó a fondo la solvencia moral de algunos
compradores. Con el ansia de vender rápido y al mejor postor, Ortiz quizá dejó
puestas las bases de la siguiente crisis bancaria, que él mismo, ya como
secretario de Hacienda tendría que enfrentar. En efecto, los neobanqueros, en
general carecían de experiencia como prestamistas.
134
Pinceladas de la Historia II
Muchos habían hecho sus fortunas como casabolseros, con tácticas agresivas y
hasta osadas y, en consecuencia, no mostraron mucha prudencia en la
colocación de créditos. Los clientes recibían ofertas
de crédito sin haberlas siquiera solicitado e incurrieron
en la torpeza de endeudarse por encima de sus
capacidades. El gobierno de Salinas, que hasta allí
había tenido logros impresionantes, como bajar la
inflación a un dígito y la firma del TLC, también creyó
que la fiesta iba a seguir y no hizo algunos ajustes
muy
necesarios.
Bastaron
algunos
tristes
acontecimientos como el asesinato del candidato Colosio y la rebelión de
Marcos en Chiapas para enturbiar la confianza y atraer nubes negras sobre el
panorama. Salinas se fue y dejó la economía “prendida con alfileres”. Llegó
Zedillo y con el “error de diciembre” se los quitó.
Para saber más:
• La expropiación: ¿error garrafal o traición a la patria? -Agustín F. Legorreta
• Los bancos, caja chica del gobierno -Agustín F. Legorreta
• Privatización de la banca ¿Transparencia? ¿Buena fe? -Agustín F. Legorreta
• La expropiación de la banca en México -Miguel Angel Peralta W.
• Sexto Informe de Gobierno 1 septiembre 1982 -José López Portillo
• Bancomer, logro y destrucción de un ideal -Manuel Espinosa Yglesias
135
Roberto Gómez-Portugal M.
El rey que perdió un zapato
Eduardo Plantagenet, príncipe de Gales era quizá el mayor héroe
militar de la época y ciertamente el personaje más amado de
Inglaterra, pues había derrotado a los franceses en la épica batalla de
Crécy, en 1346. Le apodaban el Príncipe Negro, por el color de la
armadura que acostumbraba usar y a la muerte de su padre asumiría
el trono en medio de una gran popularidad. Pero su padre, Eduardo
III, no se moría y, en cambio, el que falleció fue el Príncipe Negro,
víctima de una misteriosa enfermedad que lo consumía lentamente y
que hoy probablemente se hubiera diagnosticado como cáncer. Su
padre el rey lo siguió a la tumba apenas un año después. Por
desgracia, el heredero que dejaban, Ricardo, hijo del Príncipe Negro,
era tan sólo un chiquillo de 10 años y para colmo, algo enfermizo y no
muy robusto. El problema es que los tíos de Ricardo, hermanos de su
padre, en particular Juan de Gante, duque de Lancaster, y Thomas de
Woodstock, duque de Gloucester, no tenían muchos deseos de que la
corona y el poder recayeran sobre el muchachito, por muy legítima
que fuera su herencia.
Cuando el Príncipe Negro sentía ya cerca la muerte y sabedor de la
deslealtad y avidez que podía esperar de sus hermanos, encargó a sir
Simon de Burley, un fiel amigo y servidor leal de toda la vida, que
cuidara y protegiera al pequeño Ricardo. Aunque de Burley tenía un
origen humilde, o quizá precisamente por ello, el Príncipe Negro
depositaba en él toda su confianza, a diferencia de sus hermanos y de
otros nobles, que no tendrían empacho en hacer a un lado a Ricardo,
para quedarse ellos con el poder.
El hermoso niño, rubio como un auténtico Plantagenet, poseedor
de un armonioso rostro heredado de su bellísima madre, la “hermosa
dama de Kent” como habría de ser recordada, conquistaba a quien lo
conociera y el pueblo de Inglaterra parecía ciertamente preferir a este
adorable y tierno heredero que a cualquiera de sus intrigantes y
turbulentos tíos.
La coronación de un rey solía efectuarse en domingo, pero para sir
Simon de Burley y para la madre del niño cada día que esperaran era
136
Pinceladas de la Historia II
quedar expuestos a las peligrosas maquinaciones de los tíos, por lo
que se decidió que la ceremonia tuviera lugar el 16 de julio de 1377,
aunque cayera en jueves. Las finanzas nacionales estaban
prácticamente en bancarrota, y con la flota francesa asolando las
costas del sur de la isla, el clima era poco propicio para celebraciones.
Aún así, de Burley se las arregló para que de las fuentes de Londres
manara vino en vez de agua, para regocijo de la gente. Se
construyeron estructuras de madera en forma de castillos y
recubiertas de flores desde donde hermosas doncellas arrojaban
pétalos al paso del cortejo del reyecito. Se hizo todo lo necesario para
que la ciudad luciera como un oasis de ensueño y para que la
población olvidara, al menos por un momento, los males que
aquejaban al reino y a sus pobladores.
La ceremonia dio inicio a las doce del mediodía y a las afueras de
la abadía de Westminster se había reunido una gran muchedumbre
que, si bien parecía festejar la llegada del joven rey, comenzaba ya a
dar signos de excesivo entusiasmo, que igual podía convertirse en
incontrolado comportamiento. Tal vez eso de llenar las fuentes con
vino no había sido tan buena idea. Ya dentro del recinto, se dio lugar a
la vieja costumbre medieval de presentar a un “campeón” que, en
nombre del rey, retaba a quien quisiera disputar el legítimo derecho de
quien iba a ser coronado. Correspondió a sir John Dymore, barón de
Fontenay de Marmion, el honor de protagonizar la extraña ceremonia.
Entró a caballo a la iglesia y a voz en cuello retó a entablar con él
mortal combate a cualquiera que se atreviese a disputar el legítimo
derecho hereditario del rey niño, arrojando dramáticamente al piso su
guantelete de acero. Al no haber quien aceptara el reto, el protocolo
dictaba ofrecer al campeón una bebida para refrescar su agitación, en
una copa de oro, misma que pasaba a ser atesorada y simbólica
propiedad del caballero, lo mismo que el magnífico corcel que se le
había facilitado para la teatral escena.
Acto seguido, el obispo de Rochester pronunció un apasionado
sermón, exhortando a los presentes a defender y a apoyar al joven rey
y señalando que el niño había sido escogido por Dios mismo para
ocupar el trono. Entonces el obispo debía despojar al rey de sus
vestiduras de la cintura para arriba, mientras algunos servidores
137
Roberto Gómez-Portugal M.
desplegaban un brocado de oro para ocultar la desnudez del rey de
los ojos de los curiosos. Se le ungió entonces con el crisma u óleo
sagrado, en medio de cánticos, oraciones e himnos, mientras se le
vestía con nuevos ropajes cargados de joyas y bordados, se le
colocaba la corona sobre la cabeza y se le ponían el cetro y el orbe en
las manos. Sir Simon de Burley veía preocupado cómo el cansancio
comenzaba a vencer las fuerzas de Ricardo, cuyo cuello parecía
doblarse ante el peso de la corona y sus hombros bajo el de los tiesos
y pesados ropajes. Después la estola, las espuelas en sus talones,
todo bajo el palio que se sostenía sobre su cabeza. Más cánticos,
himnos y durante el ofertorio
Ricardo tenía que acercarse al
altar para depositar allí una bolsa
llena de oro como generosa
limosna. Seguía la misa, la
comunión y más cánticos. De
Burley veía cómo las fuerzas del
niño se gastaban, como un globo
que se vacía. El noble caballero
sufría al mirar los esfuerzos del
reyecito por mantener la cabeza
erguida y los ojos abiertos y de
Burley temió que Ricardo fuera a
desmayarse.
Fue
entonces
cuando,
violando
cualquier
protocolo, de Burley hizo un gesto
imperativo para que el obispo
Este es el retrato considerado
diera por terminada la ceremonia
más auténtico de Ricardo II. Cuelga
hoy en la abadía de Westminster y
y sin esperar más, tomó al joven
se
estima que fue pintado alrededor
rey en sus brazos y lo sacó de la
de 1390.
iglesia, llevándolo hacia una litera,
que cuatro ágiles portadores elevaron de inmediato sobre sus
hombros. El protocolo dictaba que el rey recién coronado montara en
su caballo para regresar al palacio entre los vítores del populacho. En
cambio, Ricardo habría de ser llevado en litera y bajo un palio azul. La
tensión era enorme, pues cualquier paso en falso podría ser
interpretado de modo negativo por la muchedumbre afuera reunida a
quien –de Burley estaba seguro- los tíos del rey, Lancaster y
138
Pinceladas de la Historia II
Woodstock, azuzaban con dinero y promesas para desconocer al
reyecito. En medio del alboroto y al ser subido a la litera, al rey niño se
le cayó una zapatilla.
De inmediato el populacho se lanzó entre gritos a recuperar la
prenda y a disputársela a puñetazos. La zapatilla de Ricardo habría de
volverse un bien preciado y el incidente, ocurrido con la evidente
debilidad física del reyecito que, sin embargo, se esforzaba por
sonreír y devolver los saludos de quienes lo aclamaban, conquistó el
cariño y simpatía de quienes lo presenciaron. Ricardo había ganado,
con su sonriente ternura de niño, el corazón de los londinenses.
Al día siguiente de la coronación, se procedió a escoger un consejo
de regencia para dirigir el reino durante la minoría de edad de
Ricardo. La selección de su integrantes significó una absoluta derrota
para el duque de Lancaster, pues no se le incluyó como miembro del
consejo, ni tampoco a sus hermanos Thomas de Woodstock ni
Edmund de Cambridge. Los miembros elegidos fueron los obispos de
Londres y de Salisbury, el barón de March y el conde de Arundel,
además de otros seis nobles más. El no haber incluido al obispo de
Canterbury, que era el primado de Inglaterra, fue no sólo una ofensa
individual, sino una muestra de la pérdida de influencia del duque de
Lancaster, pues Simón de Sudbury, obispo de Canterbury, era tenido
como incondicional del duque.
Aunque excluido del consejo, el duque de Lancaster no dejaba de
ejercer su fuerte influencia en el gobierno, por lo que el gobierno del
rey niño y su permanencia en el trono no quedaba libre de peligros y
riesgos. El tío Woodstock era aún menos diplomático que Lancaster y
no tenía empacho en decir abiertamente que su sobrino Ricardo debía
ser separado del trono.
Pero el país no andaba bien. La peste bubónica que había asolado
Inglaterra de 1348 a 1353 había causado la muerte de casi un tercio
de la población total y encima, la guerra contra Francia había
mermado la población masculina aún más. El resultado era una
tremenda escasez de mano de obra, por lo que enormes extensiones,
antes productivas, ahora estaban sin cultivar e incluso había aldeas y
139
Roberto Gómez-Portugal M.
pueblos abandonados y sin pobladores. Todo eso se tradujo en una
fuerte alza en el precio de los alimentos. Aún en vida del viejo rey, el
gobierno había intentado controlar la situación congelando los salarios
en los niveles que tenían antes de 1348, pero no había logrado con
ello controlar los precios y el malestar de la gente que se moría de
hambre iba en aumento. Para colmo, el duque de Lancaster, que era
jefe de los ejércitos y sólo se preocupaba por la guerra contra Francia,
impuso en 1380 un nuevo impuesto personal (poll tax) de un chelín
para financiar la guerra, que debería pagar toda persona mayor de 15
años. Para un artesano calificado, equivalía al ingreso de toda una
semana y para un campesino, representaba una suma monumental.
La gente huía de sus pueblos y aldeas y se escondía cuando oía que
el recolector de impuestos se aproximaba. Pronto surgieron líderes
que incitaban a la gente a no pagar el impuesto y a rebelarse contra la
nobleza y a quitarle el poder de imponer tan terribles cargas. Entre
esos líderes descolló uno llamado Wat Tyler, que se decía tejador de
oficio, pero antes había sido soldado y hasta asaltante. Tyler empezó
a organizar su ejército y a formular una lista de exigencias y como iba
de pueblo en pueblo invitando a la gente a unírsele e incluso liberando
a los que estaban en las cárceles, pronto se vio al frente de una
fuerza formidable. Cuando llegaban a ciudades importantes, no
dudaban en asaltar las casas de los ricos y a dejarlas en ruinas que
luego incendiaban. Al llegar a Rochester apresaron al condestable del
castillo, sir John Newton, y lo mandaron a Londres a exigir al rey
Ricardo que se reuniera con los rebeldes en Blackheath para
escuchar sus demandas. De lo contrario, matarían a toda la familia del
pobre sir John.
La revuelta tomó al consejo del rey y a todo el gobierno por
sorpresa. Sin duda algunos estaban conscientes del malestar popular
y del hambre que había en el campo; no pudieron dejar de enterarse
de la resistencia de la gente a pagar el odiado impuesto personal,
pero la magnitud del alzamiento nadie la esperaba. Se estima que la
muchedumbre que seguía a Wat Tyler era de cerca de cien mil
personas, una cifra dos veces superior al de la población completa de
Londres. Para colmo, el duque de Lancaster, aunque odiado por
muchos, era el mejor jefe militar del reino, y se hallaba en Escocia
cuando esto ocurrió. El consejo del rey y los principales nobles y
140
Pinceladas de la Historia II
funcionarios del gobierno corrieron a refugiarse en la Torre de
Londres, a donde naturalmente encerraron también al rey y a su
madre, protegiéndolos detrás de sus gruesos muros. Todos tenían
ideas diferentes sobre cómo enfrentar la revuelta, pero el joven rey
insistió en que la única alternativa realista era ir a su encuentro y
escuchar sus demandas.
Al día siguiente Ricardo y su comitiva salieron en una barca por el
Támesis hasta Greenwich, donde pensaban desembarcar y seguir a
pié una milla y media hasta Blackheath, pero al llegar a Greenwich la
muchedumbre les impidió desembarcar y tampoco pudieron hacerse
oír sobre los gritos y alboroto. Por la seguridad del rey decidieron
regresar a la Torre. Pero los rebeldes de Wat Tyler no se quedaron
donde estaban, sino que siguieron a la comitiva real y como al llegar a
la Torre encontraron cerradas las fuertes rejas, la plebe se lanzó
sobre la elegante calle Fleet, donde saquearon los comercios y las
lujosas residencias. La horda siguió avanzando hasta llegar a Aldgate,
mientras los aterrorizados londinenses les daban comida, en un
desesperado esfuerzo por evitar que saquearan sus casas o les
quitaran la vida. Sin embargo, los rebeldes, envalentonados por el
vino y la cerveza, continuaron el saqueo de las residencias más
lujosas hasta llegar al famoso palacio Savoy, que era la residencia del
duque de Lancaster. Allí, la gente dio rienda suelta a su furia contra el
odiado duque, robando lo que pudieron, destruyendo lo que no podían
llevarse y prendiendo fuego a lo que quedaba. La lujosa mansión
quedó verdaderamente en ruinas. Igual suerte corrió el palacio
Lambeth, residencia londinense del arzobispo de Canterbury, que por
su asociación con el duque de Lancaster era igual de odiado por la
gente. Las obras de arte, los muebles y hasta los archivos acabaron
en las llamas de grandes fogatas y el propio arzobispo hubiera corrido
la mismo suerte si lo hubieran hallado allí. Mientras tanto, el consejo
del rey, los principales nobles y el propio rey de catorce años,
prisioneros tras los altos muros de la Torres de Londres, podían
contemplar al caer la tarde el resplandor anaranjado de los incendios
en la ciudad y el clamor de la embriagada multitud.
El Lord Alcalde de Londres, William Walworth y sir Robert Knollys,
prisioneros en la fortaleza junto con el rey y los demás, aconsejaban
141
Roberto Gómez-Portugal M.
reunir a todos los soldados de que podían echar mano, que no
llegaban siquiera a dos mil hombres, pero que, armados y bien
adiestrados como estaban, podrían dispersar a la multitud, por más
que fuera cincuenta veces más numerosa, y hacerle miles de bajas,
pues eran muy pocos los rebeldes que tenían armas. Por el contrario,
el viejo conde de Salisbury opinaba que recurrir a la violencia
desataría la ruina del país. Ricardo sabía que ésa era la opinión más
sabia, pero se requería más valor para enfrentar a Wat Tyler y
negociar que para soltar a un regimiento de soldados. La clave estaba
en fijar el encuentro en un lugar fuera de la ciudad para hacer que los
rebeldes abandonaran Londres y también en ayudar a que el odiado
arzobispo Sudbury y el pobre Tesorero Real John Legge –jefe de
todos los recolectores de impuestos- pudieran huir antes de que la
plebe los hiciera picadillo.
A la mañana siguiente Ricardo salió al parapeto de la fortaleza y
desde lo alto y a gritos intentó hacerse oír. Anunció que se reuniría
con los jefes si la multitud se dispersaba, para lo cual le exigieron
asegurarles que no habría represalias. Para ello, firmó allí, desde el
balcón y a la vista de todos, un perdón general que luego dos de sus
caballeros llevaron a las rejas y entregaron a los rebeldes. Wat Tyler y
sus hombres acordaron reunirse con el rey en el prado conocido como
Mile’s End, una llanura en las afueras de la ciudad.
Sorprendentemente, los rebeldes recibieron a Ricardo con respeto,
señalando que lo reconocían como rey y como hijo del gran héroe, el
Príncipe Negro. Comenzaron las conversaciones y el rey aceptó abolir
el odiado impuesto personal y considerar la posibilidad de abolir
también la servidumbre que ataba a los campesinos a las tierras de su
señor. También reiteró la promesa de un perdón general y ordenó que
treinta escribanos prepararan las cartas de perdón que se entregarían
a los diversos jefes rebeldes. Entonces Tyler insistió en que Legge, el
arzobispo Sudbury, Hales y otros que habían participado en diseñar e
implementar el odiado impuesto personal fueran juzgados como
traidores. Ricardo dijo que estudiaría el asunto y aplicaría la ley, pero
eso no satisfizo a Tyler y mientras Ricardo seguía negociando con
otros líderes y tratando de contener a la multitud, Tyler se escabulló y
se dirigió a Londres, donde se habían quedado cerca de 30 mil
142
Pinceladas de la Historia II
campesinos levantiscos. El arzobispo, el canciller Hales y el tesorero
Legge habían intentado huir en una barca por el Támesis pero la turba
los reconoció y tuvieron que regresar a esconderse de nuevo en la
Torre de Londres. Cuando Tyler llegó, arengó aún más a la multitud
hasta llevarla a un estado de descontrol y, de alguna manera, lograron
penetrar dentro de la fortaleza. Una vez dentro, se dedicaron a hacer
destrozos en la fortaleza real después de apoderarse de las armas
que había en la armería del rey. Irrumpieron incluso en los aposentos
de la reina madre y aunque a ella no la tocaron, los rebeldes violaron
a una de sus damas de compañía allí mismo, en su presencia. La
madre del rey fue velozmente rescatada por sus sirvientes y en una
barca huyó por el río hasta el castillo de Baynard, donde comenzó a
reponerse del susto. Cuando la turba forzó las puertas de la capilla de
San Juan, encontró allí lo que estaban buscando: a sir Robert Hales,
al tesorero Legge y a otro caballero, quienes, arrodillados recibían la
absolución de parte del arzobispo Sudbury. Sin dejar siquiera que el
prelado acabara de dar sus bendiciones, la turba se hizo cargo de los
cuatro y a golpes de espada les cercenó torpemente las cabezas,
mismas que fueron colocadas en sendas picas para exhibirlas desde
el Puente de Londres.
Entretanto, el rey adolescente daba por terminada las
negociaciones y estaba a punto de encaminarse de regreso a Londres
cuando un heraldo le llevó noticias de lo ocurrido en la fortaleza,
añadiendo que no se sabía si la reina madre había llegado con vida
hasta Baynard. Ricardo concluyó que no podía regresar a la Torre de
Londres y se encaminó en cambio hacia el castillo de Baynard donde,
al llegar, pudo constatar que su madre estaba bien. Después de
lavarse y comer, Ricardo convocó a sus consejeros para tomar
decisiones. A pesar de todo lo ocurrido, el joven rey estaba decidido a
detener la violencia, y envió a un paje a Londres para comunicarle a
Tyler que quería volver a reunirse con él al día siguiente en Smithfield,
un paraje al norte de Londres. Al regresar, el mensajero relató al rey
las horribles escenas de destrucción y de sangre que había visto en la
ciudad, en esta segunda jornada de alocada devastación y asesinato.
El sábado 15 de julio, acompañado por el Lord Alcalde Walworth y
una escolta de doscientos hombres, entre caballeros y soldados, el
143
Roberto Gómez-Portugal M.
rey Ricardo acudió a encontrarse con Tyler a quien acompañaban
cerca de 30 mil rebeldes. Eso significaba que otros 30 mil estaban aún
en Londres. Tyler se sentía ahora dueño de Londres y eso le daba
una seguridad que se manifestaba en arrogancia. Se acercó al rey
montado a caballo y no a pie como lo haría un súbdito y tomando a
Ricardo fuertemente por el brazo le dijo:
-Señor rey, ¿veis a toda esta gente aquí reunida? A fe mía que han
jurado seguir mis órdenes sin dudarlo.
Ricardo, tratando de sacar el mejor partido de la situación, ignoró el
comentario y reiteró las promesas que había hecho el día anterior.
Pero esto ya no bastaba. Tyler estaba desatado y exigió que toda
la nobleza, con excepción del rey, habría de renunciar a sus títulos, a
su tierras y a sus posesiones. Lo mismo tendrían que hacer los
obispos y todos los prelados de la iglesia. Y a esto siguieron otras
exigencias, igualmente descabelladas. Luego pidió un tarro de
cerveza para enjuagarse la boca y tras hacerlo, escupió vulgarmente
al suelo, justo enfrente del rey.
Ricardo, asustado como estaba, contuvo su ira y su miedo y
expresó estar de acuerdo con todo. Entonces Tyler, excediendo todos
los límites, ordenó al paje del rey que le entregara la espada real,
representativa del poder del Estado. El paje se negó, diciendo,
-No lo haré. No sois digno de sostenerla, puesto que sólo sois un
villano.
Tyler explotó gritando, a la vez que sacaba un puñal de la montura
de su caballo,
-¡Por mi fe, miserable, tendré tu cabeza antes de volver a probar
bocado!
144
Pinceladas de la Historia II
Entonces el Lord Alcalde Walworth, viendo el peligro en que se
hallaba el rey, espoleó su caballo y se interpuso entre Tyler y Ricardo,
profiriendo insultos contra el bellaco. Tyler estiró el brazo y tiró una
puñalada sobre el vientre de Walworth, pero éste, previsor, se había
puesto una coraza de acero bajo las ropas y la puñalada de Tyler
resbaló sin hacer daño. Eso bastaba. Walworth desenfundó su espada
en un instante y descargó un fuerte golpe con la empuñadura sobre la
cara de Tyler, alcanzando a hacer un corte sobre el cuello. Tyler se
llevó las manos a la herida y dejó abierto el flanco, por donde
Walworth lo atravesó con su espada. Tyler tuvo aún vida para hacer
girar a su caballo y encaminarse al trote hacia donde estaba su gente.
El caballo sólo avanzó unos metros antes de que Tyler se desplomara
al suelo, ante sus miles de seguidores.
Esta imagen intenta reproducir el momento en que
Walworth ataca a Wat Tyler con su espada, defendiendo
a Ricardo II.
La tensión era indescriptible. Los arqueros tensaron sus armas, las
espadas salieron de sus fundas y las lanzas se enfilaron hacia el
frente. Los pocos soldados del lado del rey hicieron lo mismo. Fue
entonces cuando el rey adolescente hizo avanzar su caballo, al mismo
tiempo que, con un gesto, indicó a sus soldados que no se movieran.
Entonces alzó la voz y dijo:
145
Roberto Gómez-Portugal M.
-Buenos señores, ¿empuñaréis las armas contra vuestro rey? Yo
soy vuestro legítimo comandante. ¡Yo seré vuestro líder! El que me
ame, sígame.
Acto seguido, hizo girar a su caballo y les dio la espalda,
encaminándose hacia Londres, mientras la enorme muchedumbre
enfundaba sus armas y avanzaba dócilmente tras su señor. Sólo unos
cuantos se ocuparon de recoger el cadáver de Tyler.
Algún rato después sir Robert Knollys reunió soldados y arqueros
para ir a “rescatar” al rey. Lo encontraron en el campo de Clarkenwell,
conversando tranquilamente con los rebeldes, explicando cada uno
sus posturas. Por otra parte, Walworth despachó a un contingente
para traer el cadáver de Tyler, al cual le cortaron la cabeza sin
ceremonia ninguna, para ponerla en una pica y exhibirla en lo alto del
Puente de Londres, sustituyendo a la del arzobispo Sudbury.
La mayor parte de los rebeldes se desbandaron y recibieron los
perdones ofrecidos, aunque otros, que continuaron con la revuelta
durante dos semanas más, fueron finalmente vencidos y sus líderes
llevados a la horca, siendo tal vez unos ciento cincuenta el número de
los ajusticiados. Un reyecito de tan sólo catorce años, carente de
buenos consejeros y sujeto a las maquinaciones e intrigas de sus
familiares más cercanos quienes, lejos de ayudarlo, querían hundirlo,
tuvo, no obstante, la sensatez, el tacto y el valor personal para
desactivar la mayor revuelta popular que se hubiera jamás visto en
Inglaterra.
Sin embargo, la revuelta de los campesinos tuvo importantes
repercusiones. Nunca más se pudo imponer en Inglaterra un impuesto
personal per capita y la odiada institución de servidumbre fue abolida
durante el siglo que siguió.
No obstante, el resto del reinado y de la vida de Ricardo no fue
nada fácil. La nobleza siguió siendo levantisca y el rey lograba
imponer un precario control que duraba sólo un tiempo. Sus tíos
seguían intentando dominarlo y llegaron a extremos de encarcelar y
hasta ejecutar a sus funcionarios sin que el monarca pudiera evitarlo.
146
Pinceladas de la Historia II
Así perdió Ricardo al fiel de Burley, a quien Lancaster y Woodstock
hicieron ejecutar en 1388. En ese permanente forcejeo con la nobleza
el rey tuvo episodios de aciertos y de torpezas, como cuando murió
su tío Lancaster, en 1399, que Ricardo decidió obstaculizar el camino
para que su primo Enrique de Bolingbroke, su hijo, recibiera todos los
títulos y posesiones de su padre. Enrique reunió a sus aliados y
venció a Ricardo, quien fue despojado de la corona y acabó sus días
prisionero en el castillo de Pontefract.
Para saber más:
• Britain’s Kings and Queens -Michael St John Parker
• Chronicles -Jean Froissart
• Tales from the Tower of London -Mark P Donnely & Daniel Diehl
• The Last Plantagenets -Thomas B. Costain
• Kings and Queens of England and of France -Joseph Fattorusso
147
Roberto Gómez-Portugal M.
México rojo
Con sus siete u ocho añitos el niño probablemente no comprendía
lo que estaba pasando, pero estaba aterrado. Por más de que le
habían dicho que la ceremonia en que le tocaba participar era algo
muy importante y que debía sentirse orgulloso y afortunado de haber
sido destinado para un honor tan grande, no podía dejar de sentirse
abrumado por la muchedumbre, por el vocerío y los cánticos rituales,
por el aroma penetrante del copal y los sahumerios. Lo que más le
agobiaba era la opresiva presencia de los tlatoques, unos horribles
personajes responsables de custodiar el templo y las instalaciones
dedicadas a los dioses y, probablemente, de asegurarse de que él y
los demás cautivos no escaparan. Pero él no era un prisionero ni un
esclavo. Era hijo legítimo de sus padres y había sido escogido
precisamente por ser un niño hermoso, de bellas facciones dentro de
los estándares de su raza, esculpidas en una perfecta piel cobriza. Lo
trataban con deferencia, casi con afecto y desde la mañana lo habían
vestido con un colorido traje confeccionado con finas hojas de amate,
esa corteza que, martillada, se convertía en delgadas láminas que
parecían de papel o de seda. Le habían adornado la cabeza con un
tocado de hermosas plumas de quetzal y le habían puesto brazaletes
y collares de hermosas cuentas de jade verde. Le decoraron el rostro
y parte del cuerpo con pintura vegetal de vivos colores. Lo pasearon
por las calles y la gente, al verlo, lo aclamaba y elevaban los brazos al
cielo, aullando plegarias y derramando lágrimas. Más tarde, ya caída
la noche, lo llevaron a un adoratorio a orillas de la laguna donde lo
obligaron a pasar la noche en
vela, en medio de sacerdotes
que no cesaban de entonar
cantos rituales dirigidos al dios
Tláloc. Por fin, a la mañana
siguiente, lo colocaron en una
litera bellamente decorada con
flores y plumas de colores
diversos,
entre
los
que
sobresalía el verde brillante de
las plumas de quetzal. Sin que
148
Pinceladas de la Historia II
cesaran los cánticos ni el sonido de las flautas, la litera fue llevada a
hombros hasta uno de los cerros cercanos a la gran Tenochtitlán, en
cuya altura había un pequeño adoratorio. Allí se celebraría la horrible
ceremonia. Agarrando firmemente al niño de brazos y piernas, los
sacerdotes le arrancaron las uñas lentamente, una tras otra. El niño
lloraba desconsoladamente y aquello era considerado un signo
óptimo, pues entre más lágrimas derramara, más abundantes serían
las lluvias que habría de conceder Tláloc, el dios homenajeado.
Finalmente uno de los sacerdotes tomó un cuchillo de obsidiana y con
su afilada hoja degolló al pequeño, mientras otros recogían
cuidadosamente en una jícara la sangre que salía a borbotones y
entre espasmos de su cuello. Ese preciado líquido era ofrecido al dios,
vertiéndolo sobre un brasero ardiente o usándolo para otros actos
rituales, bebiéndolo o comiéndolo mezclado con harina o semillas.
Otro de estos carniceros dedicados al dios acabó de cercenar la
cabeza del pequeño, pues había que horadarla por las sienes para
ponerla sobre un palo para exhibirla en el tzompantli –una especie de
osario- junto con los cráneos de otros sacrificados. El cuerpo del niño,
en este caso, pudo haber sido arrojado al barranco que quedaba a un
lado del adoratorio, o bien destazado, para ser comidas algunas
partes.
Esta terrible y sangrienta escena se repetía a diario en la gran
Tenochtitlán, particularmente en el mes atlacahualo, que corresponde
a febrero en nuestro calendario, pues era el mes dedicado a Tláloc,
aunque también se honraba en ese mes a su hermana Chalchitlicue.
Había seis cerros o montes en torno a la gran ciudad, en donde se
habían construido pequeños adoratorios destinados al dios y que
estaban orientados principalmente, aunque no de manera exclusiva, al
sacrificio de niños, pues estas bestiales ofrendas continuaban durante
el mes tozoztontli (marzo) y el mes huytozoztli (abril) y no cesaban
hasta que no llegaran las lluvias abundantes.
¿De dónde procedían los niños destinados a este horrible
sacrificio? La información es confusa, pero hay crónicas que dicen
que muchos eran comprados a sus madres por dinero y que otros,
siendo esclavos, eran cedidos por sus dueños. Pero hay quien afirma
que, en casos especiales, la familias nobles ofrendaban a alguno de
149
Roberto Gómez-Portugal M.
sus hijos, como cuando había terrible sequía o se ansiaba obtener
buenas cosechas. Hay evidencias que muestran que en el año 1
Toxthli, correspondiente a 1454 en nuestro calendario, hubo una gran
incidencia de estos sacrificios de niños, como lo evidencian las
osamentas encontradas al pie de un pequeño adoratorio anexo al
Templo Mayor, en la ciudad de México.
Los
sacrificios
tenían
diversas
posibles
formas.
Algunos
culminaban
con el degüello y la
recolección
de
la
sangre, pero otros
consistían en sacar el
corazón de la víctima,
a quien se acostaba
boca arriba en una
enorme piedra redonda
mientras
cuatro
sacerdotes o verdugos Después de haberle sacado el corazón a la víctima
la sostenían y otro, el
o de degollarlo, el cuerpo era arrojado por las
escaleras del templo, donde los encargados de
de más dignidad, le
despiezarlo, lo recogían, como lo muestra esta
abría el pecho con un
imagen del Códice Magliabechiano.
cuchillo de obsidiana y
le sacaba el corazón,
arrancándolo
aún
palpitante. De hecho, los sacerdotes dedicados a Tláloc estaban entre
los más reverenciados en la dignidad eclesiástica de los antiguos
mexicanos. Estos sanguinarios verdugos, se dejaban crecer el cabello
indefinidamente y nunca se lavaban ni peinaban, limitándose a
secarse las manos empapadas de sangre en los cabellos y en el
cuerpo. Es fácil imaginar el terrorífico aspecto que tenían estos
asquerosos sacerdotes. En otros casos, los sacrificados eran
desollados después de muertos, tarea que se hacía con mucho
cuidado y habilidad para mantener la piel de la víctima en una sola
pieza, pues los sacerdotes se la ponían, como si de una prenda se
tratara, personificando así al dios.
150
Pinceladas de la Historia II
A menudo, después de efectuada la extracción del corazón, el
cadáver de la víctima era empujado y caía rodando por los escalones
hasta la explanada que
había abajo. Allí, se
acercaban unos viejos
encargados de llevar el
cuerpo a un recinto donde
lo
despiezaban,
para
entregar
después
las
diversas partes que iban a
ser consumidas a los
guerreros,
señores
o
gente principal. Es poco
probable que la gente del
pueblo recibiera algo. La
carne
se
cocinaba,
hirviéndola junto con granos de maíz, para después comerla
ceremoniosamente. Bernal Díaz del Castillo nos relata. “Oí decir que
le solían guisar [al tlatoani Moctezuma] carnes de muchachos de poca
edad” y añade que como “nuestro capitán le reprendía el sacrificio y
comer carne humana, que desde entonces mandó que ya no le
guisaran tal manjar”. Otro cronista, Diego Muñoz, relata que en
Tlaxcala “había carnicerías públicas de carne humana, como si fueran
de vaca y carnero, como el día de hoy las hay”. Si esto es cierto, la
noción de que sólo la consumían los nobles y en condiciones
ceremoniales queda desmentida.
En otros meses, los sacrificios tenían otros propósitos. En
hueytecuihuitl, el octavo mes, que caía en lo que para nosotros es
junio y julio, se trataba de honrar a Xilonen, la diosa del maíz, y, en
sentido más amplio, de la subsistencia. Para ello, se escogía a una
doncella y se hacía una fiesta, pagada por los señores principales,
que duraba ocho días y en la cual participaba toda la gente de la
comarca, invitando particularmente a los pobres. Se servía de comer
hasta hartarse y se bailaba y se cantaba sin parar, alumbrándose
durante la noche con antorchas. Finalmente, la víspera del gran día, a
la elegida la vestían con ricas ropas y la enjoyaban con los
ornamentos propios de la diosa. Le daba a beber el octli divino, un
151
Roberto Gómez-Portugal M.
pulque que la atontaba un poco y la hacía probablemente menos
aprehensiva de lo que estaba ocurriendo. La hacían subir los
escalones hasta la cima del adoratorio y allí, mientras uno de los
sacerdotes la cargaba contra su propia espalda, ofreciéndole el frente
de la víctima a otro, le abrían el pecho y le sacaban el corazón
palpitante, para ofrecerlo a Xilonen y al sol.
Tezcatlipoca
En la religión de los nahuas, Tezcatlipoca y Quetzalcoatl representan
dualidad y antagonismo, dos lados de una misma moneda.
Tezcatlipoca es el “espejo negro humeante”, en tanto que el color de
Quatzalcoatl es el blanco. A ambos se debe la creación del mundo.
Pero lo mejor, lo más grandioso, ocurría en el quinto mes, toxcatl,
es decir abril-mayo para nosotros, el mes dedicado a Tezcatlipoca.
Éste era para los antiguos mexicas el señor del cielo y de la tierra,
fuente de vida, tutela y amparo del hombre, origen del poder y la
felicidad, maestro de las batallas, omnipresente, fuerte e invisible.
Algunos lo llamaban “dios de dioses”. A él estaba dedicado siempre
todo lo mejor, lo óptimo, lo perfecto. Por eso se escogía, con un año
de anticipación, a un joven guerrero, de origen noble y sin tacha, cuya
perfección física y belleza fuesen indiscutibles. Durante un año se le
152
Pinceladas de la Historia II
cuidaba y mimaba con todos los deleites y comidas, con ricas ropas y
lujos. Se le enseñaba a tocar la flauta, a cantar y a hablar en público.
Se paseaba por todas partes engalanado con plumas y cubierto con
mantos bordados, mientras la gente lo aclamaba, lo aplaudía y lo
veneraba como a un gran personaje, pues para los mexicas era la
viva representación del gran dios Tezcatlipoca. Veinte días antes de la
gran fecha, se le entregaban cuatro bellas muchachas, preparadas
también de antemano para este gran honor, quienes pasaban a ser de
inmediato sus mujeres y concubinas, complaciéndolo en todas las
formas sexuales que el joven pudiera desear. Finalmente, el día de la
ceremonia, el muchacho subía en libertad y por su propio pié los
escalones del templo o adoratorio en medio de una gran solemnidad,
mientras él arrojaba y rompía las flautas que había tocado durante los
meses pasados. En lo alto, cuatro sacerdotes lo agarraban de brazos
y piernas mientras el quinto le abría el pecho y le sacaba el corazón
sangrante y lo colocaba sobre un brasero con ascuas ardientes donde
se consumía y ascendía, convertido en humo, hasta el dios
homenajeado. Después le cortaban la cabeza, misma que iría a para
al osario o tzompantli.
El tzompantli era un altar donde se empalaban ante la vista pública
las cabezas aún sanguinolentas de los sacrificados con el fin de
honrar a los dioses y se conservaban sus cráneos en una especie
de estacada de madera. Fray Bernardino de Sahagún reporta que
tan sólo en Tenochtitlan había siete tzompantlis. El del Templo
Mayor contenía casi cien mil cráneos.
153
Roberto Gómez-Portugal M.
Las crónicas que hablan de los sacrificios humanos se refieren
principalmente a lo que ocurría en Tenochtitlan y en la zona dominada
por los aztecas pues sus autores eran gente que vino con Cortés,
como Bernal Díaz del Castillo, o bien que se asentó en la zona
central, como Fray Bernardino de Sahagún y otros cronistas. Sin
embargo, la costumbre de ofrecer sacrificios humanos para aplacar a
sus dioses o para ganar su favor parece haber estado ampliamente
repartida en lo que hoy es México. Desde los olmecas, de cuya cultura
conocemos poco porque ya se habían extinguido cuando llegaron los
europeos, parece, no obstante, haber evidencias de que practicaban
sacrificios humanos, particularmente de niños. En Tula, sede de la
cultura tolteca, también se han encontrado osamentas de niños
decapitados masivamente en alguna ceremonia ritual. En
Teotihuacan, a pesar de lo poco que se sabe de esa cultura, tenemos
la certeza de que practicaban sacrificios humanos, ya que debajo de
la pirámide de la Luna se encontró un recinto con los esqueletos de
varias decenas de hombres decapitados ritualmente. Se cree que
podía tratarse de prisioneros de guerra.
Está perfectamente claro que entre los mayas los sacrificios
humanos también eran cosa muy extendida. El Popol Vuh, el libro
sagrado de los mayas, dice expresamente que los dioses exigían a los
hombres la ofrenda de corazones, por haberles regalado el fuego. En
las ruinas mayas existen infinidad de bajorrelieves y estelas donde se
evidencian los sacrificios humanos, vinculados muchas veces con el
juego de pelota, tras el cual los derrotados eran decapitados
ceremonialmente. Mientras los mexicas practicaban con frecuencia la
extracción del corazón en sus sacrificios, los mayas parecen haberse
inclinado más hacia la decapitación e incluso el autosacrificio. En
Petén existen murales que representan la creación del mundo y en la
imagen el dios aparece cortándose el pene, para bendecir con su
sangre y consagrar los cuatro árboles que son pilares del mundo. Se
sabe que los sacerdotes mayas emulaban valerosamente al dios en
sus ceremonias. Pero su creatividad no se detuvo allí, pues muchos
de sus sacrificios consistían en arrojar bellas doncellas y también
jóvenes guerreros a los cenotes, esos enormes pozos naturales que
abundan en la geografía de Yucatán. Es muy probable que a las
víctimas se les degollara o se les decapitara antes de arrojarlos a las
154
Pinceladas de la Historia II
profundidades, para evitar la posibilidad de que se escaparan
nadando.
El sacerdote, empuñando un filoso
cuchillo de obsidiana o de sílex, le abría
el pecho, metiendo el cuchillo entre dos
costillas y le arrancaba el corazón y,
todavía palpitante, lo ofrecía al dios. La
pericia y velocidad con las que realizaban
este acto eran tales que antiguos relatos
narran asombrosas historias de víctimas
que, aun con vida, contemplan azorados
durante algunos segundos su corazón
palpitar fuera de sus pechos.
Algo que probablemente nunca entendieron los españoles es que
para los pueblos de México el titular del sacrificio no era la víctima
sino el dios mismo a quien se honraba. Es decir, la víctima se
convertía en el dios. Por eso la vestían con los atuendos de más lujo,
con las mejores joyas y ornamentos que caracterizaban a la deidad
que adoraban; por eso la alimentaban con las más deliciosas y
especiales cosas, por eso tenía que tratarse de un niño hermoso o de
una bella muchacha o de un guerrero valiente, admirable, perfecto.
Porque el sacrificio era como una renovación del mundo, en donde el
dios o la diosa se personificaban. Y como la energía, la fuerza, el valor
y todo lo bueno se concentraba en el corazón y en la sangre, por eso
eran preciadas ofrendas que, al consumirse en el fuego, regresaban
como humo y cenizas al mundo de los dioses. Por eso mismo, comer
el resto del cuerpo era un privilegio ya que esa carne era algo divino,
que les daba fuerza y energía.
Los europeos, lo mismo soldados que monjes o funcionarios civiles,
se horrorizaron siempre de estas prácticas y las consideraron
inspiradas por el diablo y muestras evidentes del salvajismo indígena
y de una cultura que había que erradicar de manera total. Por eso tal
vez pusieron tanto ahínco en evangelizar a los indígenas y llevarlos al
cristianismo. Sin embargo, más modernamente hay quien especula
que quizá gran parte del éxito que tuvieron los misioneros y monjes en
esa labor cristianizante fue porque a los antiguos mexicanos les
encantó la idea de un dios sacrificado. Cristo crucificado, martirizado,
155
Roberto Gómez-Portugal M.
muerto, era la idea suprema de la nueva cultura y coincidía
precisamente con lo que ellos venían haciendo desde tiempo
inmemorial. Cristo podía ser Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Tláloc, el
dios del maíz o quien uno quisiera. Y lo de comer y beber su cuerpo,
aunque fuera de manera simbólica en pan y vino, también encajaba
perfectamente.
Para saber más:
• Historia verdadera de la conquista de la Nueva España -Bernal Díaz del Castillo
• Historia general de las cosas de la Nueva España -Fray Bernardino de Sahagún
• Historia de Tlaxcala -Diego Muñoz Camargo
• Morir por los dioses -Elsa Rodríguez Osorio
• The Maya. Glory and Ruin -Guy Gugliotta
156
Pinceladas de la Historia II
Venganza rusa
Desde finales de 1944 el avance de las tropas rusas contra
Alemania se veía imparable y la región de Prusia Oriental, un trozo de
territorio alemán separado del resto del país por un estrecho corredor
de terreno nominalmente perteneciente a Polonia, era por donde
entraría con toda su fuerza el golpe de Rusia. La población civil
estaba aterrada. Los rumores e incluso la información oficial no
hablaban sino de las atrocidades que cometían los soldados rusos por
donde pasaban, violando a cuanto ser humano del sexo femenino
encontrasen, sin importar si eran niñas o ancianas, destruyendo todo
y masacrando a todos los que encontraban en su camino de la
manera más cruel, más inhumana. Y como el ejército alemán había
llamado a filas a todos los hombres en edad de luchar, los que
quedaban en los pueblos para sufrir este bestial embate eran en su
gran mayoría mujeres, niños y ancianos.
Por su parte, los corazones rusos palpitaban en busca de
venganza. No había un sólo soldado que no hubiese perdido a
familiares y amigos cercanos durante la invasión alemana del territorio
ruso. Tan sólo la batalla de Stalingrado entre agosto de 1942 y hasta
febrero de 1943 había costado a los soviéticos un millón de muertos
civiles, más otro tanto en bajas militares y quedaba como una herida
abierta. ¡Y eso sólo en Stalingrado! Los soldados soviéticos aún no
sabían que el saldo total de muertos rusos durante la guerra
alcanzaría la absurda cifra de 27 millones, pero lo adivinaban. Encima,
el trato que los prisioneros de guerra habían recibido a manos del
ejército alemán había sido espantoso. El alma rusa clamaba venganza
y ahora era el momento de desquitarse. No en vano sus comandantes
los arengaban diciendo: “Todo lo que posee la bestia fascista, nos
pertenece”.
Hitler y muchos de sus fanáticos seguidores nazis se negaban a
reconocer la inminente derrota de Alemania. Las autoridades incluso
filmaron evidencias de las atrocidades cometidas por los rusos en el
pueblecito de Nemmersdorf en Prusia Oriental y las exhibieron ante la
población de otras ciudades con el pretendido objetivo de “reforzar el
espíritu de la sociedad para resistir a los rusos”. Algunos funcionarios,
157
Roberto Gómez-Portugal M.
más realistas, habían preparado desde mediados de 1944 planes de
evacuación, pero el fanático Gauleiter (una especie de gobernador)
Erich Koch, dio órdenes de que cualquier civil que intentara
abandonar Prusia Oriental fuese abatido a tiros de inmediato, pues su
conducta “socavaba la moral militar”. Es justo decir que Koch y otros
funcionarios nazis fueron de los primeros en huir cuando, a mediados
de enero de 1945, la situación se hizo insostenible.
A partir de entonces la gente huía
como podía, improvisando medios de
transporte con cualquier cosa que
tuviera ruedas, pues las autoridades
militares habían confiscado todos los
vehículos motorizados y la gasolina
desde largo tiempo atrás. Entre
mediados de enero y mitad de febrero,
más de ocho y medio millones de
personas salieron de Prusia Oriental
para intentar refugiarse en otras partes
más occidentales de Alemania. Huían
penosamente
caminando
o
arrastrándose por los caminos y por los
campos helados, donde un frío de -25º
C había convertido el lodo en piedra,
Imagen del fanático hitleriano
mientras
los
aviones
soviéticos
fundador del Partido nazi en
Suiza, cuyo nombre puso Hitler
sobrevolaban y los ametrallaban a
al barco de la KdF
placer. Pero cuando las tropas rusas
cerraron la pinza aún esta horrible vía de salida fue bloqueada y sólo
quedó la posibilidad de salir por mar desde la bahía de Danzig (hoy
Gdansk) o de Gdynia, que los alemanes habían rebautizado como
Gotenhafen. El general Karl Dönitz implementó la Operación Hannibal,
que sería una de las mayores acciones de evacuación por mar de la
historia. Dönitz echó mano de cuanta embarcación pudo –la mayoría
de ellas pequeñas- para intentar evacuar a cerca de 900 mil civiles y a
unos 350 mil soldados a través del mar Báltico hacia las regiones
occidentales de Alemania. Entre las naves de las que Dönitz logró
disponer –la más grande- estaba el barco MV Wilhelm Gustloff.
158
Pinceladas de la Historia II
El tal Wilhelm Gustloff había sido un fanático nazi, fundador del
Partido Nacional Socialista de los Trabajadores en Suiza, con sede en
Davos. Era un alocado admirador de Hitler que profesaba un odio
ilimitado contra los judíos y que se dedicó rabiosamente a repartir
propaganda antijudía y a promover el nazismo en Suiza, hasta que un
buen día, en 1936, un estudiante judío de nacionalidad Croata
llamado David Frankfurter, lo mató a tiros. Hitler, que consideraba a
Gustloff modelo y ejemplo de funcionario nazi, ordenó que se le
hiciera un funeral de Estado en su ciudad natal de Schwerin, al cual
asistió el propio Führer, acompañado de su plana mayor: Göring,
Himmler, Bormann, Göbbels y von Ribentropp.
Barco de ensueño del Tercer Reich. Así nombra esta imagen al Wilhelm
Gustloff, refiriéndose al breve tiempo que estuvo en servicios para la
sociedad sindical Kraft durch Freude, encargada de complacer con
conciertos, cruceros y vacaciones a los trabajadores adictos al régimen
nazi. Los tres círculos en a parte baja del casco indican dónde hicieron
impacto los torpedos rusos.
Cuando en 1937 la organización Kraft durch Freude (literalmente
“fuerza a través de la alegría) necesitó un barco para sus actividades,
Hitler ordenó que la nave se bautizara con el nombre del fanático
suizo. KdF era una dependencia del Frente Alemán del Trabajo, el
único sindicato permitido por los nazis, que tenía entre sus actividades
la de estructurar, vigilar y uniformar el tiempo libre de la población. El
barco se destinaría a ofrecer cruceros de recreo, conciertos y otras
actividades recreativas a funcionarios y trabajadores que el régimen
nazi quisiera premiar, además de mostrar “el rostro amable y humano”
del Tercer Reich.
159
Roberto Gómez-Portugal M.
Pero en 1939 surgieron otras necesidades y el Wilhelm Gustloff fue
usado para repatriar a Alemania a la Legión Cóndor, una vez que las
fuerzas del General Franco habían consolidado su victoria en la
guerra civil española. Iniciada la Segunda Guerra Mundial en 1939, la
nave fue convertida en barco hospital, aunque esa función sólo duró
hasta noviembre de 1940, en que lo convirtieron en barco regular de
la marina alemana y fue anclado en Gotenhafen (Gdynia) para ser
usado como habitación para cerca de mil marineros en entrenamiento,
que después irían a tripular submarinos.
La última misión del Wilhelm Gustloff, ya en plena Operación
Hannibal, sería la evacuación de refugiados civiles y de personal
militar para abandonar Prusia Oriental con destino al puerto de Kiel,
en el norte de Alemania. El manifiesto de pasajeros para ese viaje
reportaba un total de 6,050 personas, pero esa cifra no incluía a un
número, grande pero indeterminado, de civiles que abordaron el barco
precipitada y desordenadamente, sin que se les pudiera registrar ni
identificar debidamente. Algunos años después y tras exhaustiva
busca de evidencias, se pudo estimar que la nave llevaba una
tripulación de 173 marinos, y el pasaje incluía 918 oficiales, unos en
servicio y otros sin comisión, 373 asistentes navales femeninas, 162
soldados heridos y 8,956 civiles, entre los cuales estaban cerca de 4
mil niños. El total sumaba 10,582, entre tripulación y pasajeros.
El barco zarpó de Gotenhafen por la noche del 30 de enero de
1945. Iba acompañado por otro barco, el Hansa y eran escoltados
ambos por dos lanchas torpederas. Apenas partiendo, el Hansa y una
de las torpederas tuvieron problemas mecánicos y tuvieron que
desistir de la travesía, por lo que quedó como única escolta la lancha
torpedera Löwe (León). El Wilhelm Gustloff llevaba a bordo cuatro
capitanes, tres civiles y uno militar, y como no estaba claro quien
debía asumir el mando, reinaba la confusión. Los cuatro marinos
estaban bien conscientes del peligro de ser interceptados por alguna
nave rusa y de ser torpedeados, pero no lograban ponerse de acuerdo
sobre la mejor manera de protegerse. El comandante militar Wilhelm
Zahn opinaba que lo conveniente era mantenerse cerca de la costa en
aguas poco profundas y navegar sin luces, para no ser detectados,
pero el comandante Friedrich Petersen, uno de los civiles, impuso su
160
Pinceladas de la Historia II
criterio de adentrase en aguas más profundas. Al poco tiempo se
recibió un mensaje de radio diciendo que un convoy de barreminas
alemanes estaba acercándose, por lo que se decidió encender las
luces de navegación, rojo a babor y verde a estribor, para evitar una
posible colisión en la oscuridad. Nunca se consiguió precisar el origen
de ese misterioso mensaje de radio, o siquiera si el mensaje existió. El
caso es que no había ningún convoy barreminas alemán en las
cercanías.
El Wilhelm Gustloff, ya pintado de gris como cualquier navío militar, en
el puerto de Gotenhafen, en Prusia Oriental, rodeado por la
muchedumbre que ansiaba embarcarse.
Bajo las aguas, el submarino ruso S-13 que comandaba el capitán
Alexander Marinesko, ya había localizado al Wilhelm Gustloff y lo
tenía bajo la mira. Cuando estuvo listo, el S-13 disparó tres torpedos
hacia el lado de babor del barco alemán, cuando éste se hallaba a
unos 30 kilómetros de la costa. Eran cerca de las 9 de la noche. Los
tres proyectiles hicieron blanco. Después se supo que el primero
llevaba pegado un cartel que decía “por la Patria” e hizo impacto cerca
de la proa. El segundo, con un letrero “por el pueblo soviético” pegó
de lleno en la mitad del navío. El tercer torpedo, “por Leningrado”, hizo
161
Roberto Gómez-Portugal M.
blanco justo en el cuarto de máquinas y con ello cortó de golpe el
suministro eléctrico del barco alemán. El S-13 pretendía disparar un
cuarto torpedo, con un letrero “por Stalin”, pero el proyectil se atoró y
tuvo que ser desactivado. El Wilhelm Gustloff, herido de muerte,
escoró hacia babor y pronto empezó a hundirse por la proa.
La bahía de Gdansk, hoy Polonia, y el puerto de Gotenhafen
(Gdynia) desde donde zarpó el Wilhelm Gustloff. Las líneas
punteadas señalan la ruta costera que pretendía seguir el capitán
Wilhelm Zahn y la ruta de aguas profundas, que el navío siguió
ante la insistencia del capitán Friedrich Petersen, lo que permitió
que el submarino ruso los torpedeara. Se muestra también cómo
las fuerzas rusas (flechas rojas) tenían cercados a los alemanes.
A bordo, el caos fue inmediato y el pánico se adueñó de los
pasajeros, que comenzaron a correr en todas direcciones, sin orden ni
concierto, buscando cómo salvarse, disputándose un chaleco
salvavidas, una lancha, cualquier objeto que ofreciera flotación. El
agua en el mar Báltico en el mes de enero suele estar a unos 3 ó 4
grados Celsius, pero ésa noche era particularmente fría y soplaba un
viento helado. Se reporta que había incluso pequeños témpanos
flotando sobre las aguas. La mortandad fue enorme y por todas las
causas: muchos murieron por la explosión y fuego que causaron los
torpedos, muchos más, atropellados y aplastados por la
muchedumbre desesperada que buscaba una salida. Hubo quienes ni
siquiera pudieron salir de los salones interiores en que se hallaban
162
Pinceladas de la Historia II
para subir a cubierta. Pero la mayor cantidad de muertes se debieron
a lo helado de las aguas, que mataron en pocos minutos y
calladamente a miles de náufragos. En menos de 40 minutos desde el
impacto de los torpedos, el Wilhelm Gustloff yacía sobre su costado
de babor, a 44 metros de profundidad.
Las lanchas y barcos alemanes que pudieron ser notificados, se
apresuraron a ayudar a los sobrevivientes, que sólo podrían resistir
unos minutos en las heladas aguas antes de morir por hipotermia. La
lancha torpedera Löwe recogió a 472 náufragos y otras
embarcaciones recogieron a más, sumando 1,252 los que
sobrevivieron al ataque del submarino ruso. Pero la cantidad de
muertos fue elevadísima; se estimó en 9,343, muchos de ellos niños.
Curiosamente, los cuatro capitanes a bordo estuvieron entre los que
se salvaron, y el gobierno alemán inició una investigación formal en
contra del capitán Wilhelm Zahn, responsabilizándolo de la tragedia,
pero como Alemania estaba ya a pocos meses de perder la guerra, la
investigación nunca prosperó.
Muchas voces se alzaron cuando se conoció el número de muertos
y la indignación ante el número de victimas infantiles fue grande. Hubo
quien calificó el hecho como un crimen de guerra. Pero estrictamente
no lo fue. El Wilhelm Gustloff había dejado de ser un barco hospital y
ya no gozaba de la inmunidad que protege a ese tipo de navíos. Ya no
estaba pintado de blanco con una raya verde como los barcos
hospital, sino de gris, como cualquier otra nave militar. Incluso tenía
instaladas dos ametralladoras de calibre medio, que no le hubieran
servido para nada.
Lo que sí es innegable, es que nunca se perdieron más vidas en
ninguna otra tragedia marítima, que en el hundimiento del Wilhelm
Gustloff. Ni aún sumando el número de víctimas por el hundimiento
del Titanic en 1914 (1,522) con las que murieron al irse a pique el
Lusitania (1,198), torpedeado en 1915 por los alemanes, nos
acercaríamos al número de los que murieron al hundirse el Wilhelm
Gustloff. Tendríamos que sumar los muertos en tres naufragios más,
pero hablando ya de acciones de guerra, como fue el hundimiento del
acorazado alemán Bismarck (2,100) en 1941 por los ingleses, los que
163
Roberto Gómez-Portugal M.
murieron en el USS Arizona (1,117) en Pearl Harbor en 1941 y los que
perecieron en el acorazado japonés Yamato (2,475), hundido por los
estadounidenses en el Pacífico, en 1945, para siquiera estar cerca, en
número de víctimas, de la cifra de los que perecieron cuando los rusos
torpedearon el Wilhelm Gustloff.
Para saber más:
• History’s Greatest Naval Disasters -John Ries. Journal of Historical Review
• The Cruelest Night -Christopher Dobson, John Miller and Ronald Payne
• Im Krebsgang -Günter Grass
• Nacht fiel über Gotenhafen -Película 1959
164
Pinceladas de la Historia II
Veintitrés puñaladas
Cuando Julio César cruzó con sus tropas el río Rubicón,
considerado la frontera entre Galia e Italia, sabía que se estaba
convirtiendo –él y todos sus seguidores- en proscritos fuera de la ley.
Pero no le quedaba alternativa, pues había agotado las tentativas de
negociación y el Senado había dotado a Pompeyo de poderes
especiales para combatir a César.
Con la celeridad y decisión que le caracterizaban, Julio César se
apoderó de varias ciudades en la costa adriática, mientras su
incondicional Marco Antonio atravesó los Apeninos para tomar la
ciudad de Aretio. Cuando las noticias de la acelerada y triunfante
campaña de César llegaron a Roma, de inmediato cundió el pánico y
el mismo Senado ordenó a los magistrados abandonar Roma,
declarando traidor a quien en ella se quedara. Los asustados
senadores llegaron a pensar en lo impensable: ¡instalarse fuera de
Roma por primera vez en su historia! Al abandonar Roma el Senado
decepcionó a la población y la hizo sentirse traicionada, con lo que
vertió su confianza hacia el único líder que de verdad parecía serlo:
Julio César. Las grandes mansiones de los nobles y de los políticos,
tras ser abandonadas, fueron presa de la furia de la plebe. La
república, sus instituciones, sus magistrados y funcionarios, parecían
haber desaparecido.
Pompeyo, dando Roma por perdida, huyó hacia el sur y trató de
concentrar su tropas en Brundisium, (hoy Bríndisi) dando órdenes que
eran cada vez menos obedecidas, como cuando le ordenó a Lucio
Domicio Enobardo trasladarse al sur con sus fuerzas. Domicio
Enobardo, que odiaba tanto a Pompeyo como a César, desobedeció
la orden pero decidió enfrentarse al avance de César en la ciudad de
Corfinium, un sitio clave no sólo por su ubicación en un cruce de
caminos, sino por haber sido el lugar donde los rebeldes de Cayo
Mario –tío de César- se habían atrincherado durante su rebelión
cuarenta años antes. Los hombres de Domicio se identificaban más
con las ideas populares de aquel gran líder del pasado y ahora con su
sobrino, que con los representantes de una república que se
desmoronaba. César sitió la población y Corfinium se rindió a los
165
Roberto Gómez-Portugal M.
pocos días, y Domicio fue llevado por sus propios soldados ante
César, esperando que lo ejecutara. Pero César le perdonó la vida y
expresó sus propósitos: no habría persecución, ni listas de proscritos,
ni matanzas y sus enemigos serían perdonados sencillamente si se
rendían. La popularidad de César crecía como la espuma.
Pompeyo, con su ejército y rodeado de un gran número de
senadores asustados, se refugió en Brundisium, con la intención de
cruzar el Adriático hacia Grecia y de allí al oriente. Logró reunir una
flota para trasladar a la mitad de su ejército a Grecia, mientras él
esperaba con el resto de sus tropas, a que regresaran los barcos. En
cuanto César llegó a Brundisium, sitió la ciudad y trató de cerrar la
salida del puerto mediante la construcción de un rompeolas. Mientras
lo construían, las fuerzas de César se veían acosadas por las de
Pompeyo, quienes desde unas torres lanzaban proyectiles y flechas a
los sitiadores y retrasaban la construcción de la barrera. Entretanto, la
flota de Pompeyo regresó y logró adentrarse en el puerto. A pesar de
los esfuerzos de César, Pompeyo y sus hombres lograron escabullirse
por el estrecho paso que aún quedaba en el puerto y huir hacia
Grecia.
César decidió regresar a Roma donde fue recibido fríamente por los
senadores que aún quedaban allí. Nombró a Marco Antonio jefe de
sus legiones en Italia y como los senadores y funcionarios se negaban
a entregarle recursos de la ciudad, César forzó las puertas del templo
de Saturno y se adueñó del tesoro público. Durante dos semanas
permaneció en Roma organizando sus fuerzas y planeando las
acciones que iba a tomar. Nombró a Marco Lépido pretor de la ciudad,
ignorando la autoridad del Senado, que hubiera tenido que hacer o al
menos sancionar el nombramiento. Mandó tropas a Cerdeña y a
Sicilia para asegurar la continuidad de los suministros de trigo y se
dispuso a marchar a Hispania, donde había varias legiones fieles a
Pompeyo. Éste, que había pasado largas temporadas en Hispania,
había dejado allí muchos amigos, lo mismo que oficiales fieles a su
causa.
En su paso hacia Hispania, César llegó a Massilia –la actual
Marsella- ahora controlada por Domicio Enobardo, el mismo a quien
166
Pinceladas de la Historia II
César había perdonado en Corfinium. Domicio, de nuevo, cerró las
puertas de la ciudad e impidió la entrada de César quien de inmediato
puso sitio a la ciudad. A pesar de lo bien pertrechados que estaba los
de Massilia, César ordenó a sus fuerzas construir máquinas de guerra
y finalmente logró que la ciudad se rindiera. A pesar de las traiciones,
César volvió a ser clemente con los vencidos. Las legiones que había
mandado de avanzada a Hispania mientras él sitiaba Massilia,
lograron contener los avances de las tropas pompeyanas y cuando
César llegó a Hispania con el resto de sus hombres tras la caída de
Massilia, logró la derrota total y definitiva de las fuerzas fieles a
Pompeyo en Ilerda, donde hoy se ubica Lérida, en el norte de España.
Quizá asombrado por las noticias de los triunfos de César en
Hispania, el Senado –o lo que quedaba de él- lo nombró dictador, de
lo que éste se enteró cuando aún estaba en Massilia. César entonces
regresó a Roma, donde estuvo un tiempo y dictó algunas leyes, al
mismo tiempo que organizaba sus fuerzas para seguir en su
persecución de Pompeyo. Concentró sus tropas en Brundisium y
aunque tenía 12 legiones y más de mil jinetes, sólo tuvo barcos
suficientes para partir con 7 legiones y 500 caballos, dejando el resto
allí, esperando el regreso de navíos.
Por su parte, la armada
pompeyana, al mando de
Marco Bíbulo, tenía cerca
de 300 navíos, repartidos
por el sur del Adriático y
atento a los diferentes
puntos en donde las
fuerzas
cesarianas
pudieran desembarcar. No
El actor Kenneth Cranham personifica a
Pompeyo el Grande en la magnífica serie
obstante, César, con una
Rome, producida por la BBC en 2005.
parte de sus fuerzas, logró
bajar a tierra en un sitio no
vigilado y desde allí comenzó a adueñarse de plazas costeras
cercanas y de puertos donde pudieran desembarcar el resto de sus
legiones. El juego estratégico continuó, Bíbulo tratando de bloquear el
paso y las naves cesarianas tratando de escabullirse. Aunque Bíbulo
167
Roberto Gómez-Portugal M.
logró apresar algunos navíos, César se encaminó al norte,
persiguiendo a Pompeyo que iba hacia Macedonia donde esperaba
reclutar más fuerzas.
Tras sufrir el acoso de las fuerzas pompeyanas, finalmente Marco
Antonio logró cruzar el Adriático con 4 legiones y unos 500 jinetes
para apoyar a César. Pompeyo intentaba evitar que las dos fuerzas
cesarianas se unieran, pues lo superaban en número de efectivos y
con mucha habilidad capturó la flota de su rival en Oricus y la
incendió, dejando así a César varado y sin navíos para regresar a
Italia. A César no le quedó más que enfrentarse a su oponente, pero
Pompeyo, sabiamente, rehuyó el combate hasta encontrar
condiciones favorables en Dyrrachium y allí le infligió una derrota a
César. Éste, sin flota y privado de suministros tuvo que huir hacia el
sur para poder abastecerse y reagruparse. Dos grandes genios
militares se enfrentaban. Ambos repartían sus fuerzas por la zona
esperando encontrar las mejores condiciones para vencer a su
enemigo, pero ambos, siendo auténticos patriotas, deseaban poder
vencer a su oponente con el menor derramamiento de sangre romana.
Los dos ejércitos se enfrentaron finalmente en Farsalia, el 8 de
agosto del año 48 antes de Cristo. La caballería pompeyana atacó a la
de César pero cayó en una estratagema preparada y tuvo que
dispersarse. Entonces Pompeyo abandonó el campo de batalla y eso
afectó gravemente la moral de sus tropas, que fueron rodeadas por la
caballería de César mientras huían hacia el campamento pompeyano.
César reagrupó sus efectivos y emprendió el asalto final al
campamento, donde se habían refugiado más de cuatro legiones,
además de soldados tracios y otros irregulares, todos los cuales
acabaron rindiéndose incondicionalmente.
Tras la derrota, Pompeyo huyó hacia la costa del Egeo y después
de reunirse con su esposa Cornelia en Mitilene, zarpó con una
pequeña flota hacia Egipto, donde pensaba pedir ayuda y refuerzos al
faraón Ptolomeo XIII, un chiquillo de apenas doce años. Al llegar a la
costa egipcia, una barca se acercó al navío de Pompeyo y lo invitó a
abordarla para llevarlo hasta la orilla donde se encontraba el faraón.
Pompeyo dejó a su mujer en el navío y se fue en la barca a
168
Pinceladas de la Historia II
encontrarse con Ptolomeo, pero justo al desembarcar en la playa, un
excenturión romano llamado Aquila lo recibió y en vez del abrazo que
esperaba Pompeyo, lo atravesó con su espada y lo apuñaló varias
veces, decapitándolo después y dejando su cuerpo abandonado en la
orilla, mientras Cornelia y su comitiva contemplaban, impotentes, la
escena desde el barco.
Algún tiempo después César llegó a Egipto con cuatro mil
soldados, en busca de Pompeyo y fue recibido por el eunuco Potino,
primer ministro del faraón, quien, como ofrenda de bienvenida le
presentó la cabeza de Pompeyo. El faraón niño de Egipto estaba
enzarzado en una guerra contra su hermana Cleopatra y sus
consejeros pensaron que presentándole a César la cabeza de su
oponente ganarían su buena voluntad y su apoyo. Pero fue todo lo
contrario. César estalló en cólera contra los asesinos de su antiguo
amigo y derramó muchas lágrimas por Pompeyo. Después, se instaló
con su gente en el palacio real de Alejandría y prácticamente se
adueñó del gobierno de Egipto, ordenando y haciendo a su antojo.
Exigió grandes cantidades de dinero, que le fueron entregadas y
tranquilamente anunció que él dirimiría la guerra entre Ptolomeo y
Cleopatra, para lo cual los citó a su presencia. Ptolomeo se presentó
ante César pero Cleopatra no pudo hacerlo porque había quedado
aislada por el ejército de su hermano. No obstante, varios días
después, un comerciante siciliano se presentó ante César y puso a
sus pies una alfombra enrollada, de la que emergió, al desplegarla,
una joven y bella mujer. Era Cleopatra, que casi de inmediato sedujo
al romano y lo convenció de apoyar su causa.
Por su parte, Ptolomeo comenzó a organizar a la población para
rebelarse, resentidos como estaban los habitantes por las exigencias
de dinero que había hecho César y por la prepotencia con que se
había adueñado del palacio y del gobierno. Ptolomeo asedió el
complejo palaciego donde se refugiaba César con sus soldados y
ahora con su hermana. César intentó calmar la situación declarando a
Ptolomeo y Cleopatra como monarcas conjuntos, pero eso no fue
suficiente, pues la revuelta de Ptolomeo continuó durante cinco
meses. Finalmente, César recibió refuerzos de Roma y pudo
adueñarse del control del puerto y de la ciudad. Mientras Ptolomeo
169
Roberto Gómez-Portugal M.
huía, cayó a las aguas del Nilo y el peso de su lujosa armadura de oro
hizo que se ahogara, con lo que dejó a su hermana sin rival para el
trono de Egipto. César hizo ejecutar al eunuco Potino y se enteró de
que Cleopatra estaba embarazada, al tiempo que el romano quedaba
cada vez más y más cautivado por la belleza e inteligencia de la joven
reina egipcia.
Cleopatra, la joven reina de Egipto, sedujo a Julio César no sólo por su belleza sino
también por su inteligencia. El hijo de ambos recibió el nombre de Ptolomeo Filópator
Filómetor César, aunque es mejor conocido
por el apodo que le impusieron los habitantes
de Alejandría, Cesarión. La fecha de su
nacimiento no está clara pero se supone que
nació en junio del año 47 a.C. y fue llevado
por Cleopatra y por César a Roma. Tras el
asesinato del dictador, ambos regresan a
Egipto y su madre se alía con Marco Antonio,
quien compite con Octavio por el poder y
mando de Roma. Por si hubiera alguna duda,
Marco Antonio proclama a Cleopatra reina de
Egipto, Chipre y Libia, y ambos declaran a
Cesarión corregente, con el título de
Cabeza de Cesarión, esculpida
Ptolomeo XV, subordinado sólo a su madre y
en granito y que fue encontrada
lo proclaman hijo y heredero de César, aún
bajo las aguas en el puerto de
cuando éste nunca lo había reconocido. Fue
Alejandría, Egipto.
precisamente esta proclama la que produjo la
ruptura definitiva entre Octavio y Marco
Antonio, pues Octavio fundaba su poder y sus ambiciones en el hecho de ser el hijo
adoptivo de César, y precisamente por ello reclamaba el apoyo del pueblo romano y
la lealtad del ejército. Octavio y sus tropas se enfrentaron a las de Marco Antonio y
Cleopatra. La batalla decisiva fue un encuentro naval en Accio, frente al golfo de
Ambracia, en Grecia, donde Octavio derrotó de manera definitiva a sus rivales y tras
lo cual tanto Marco Antonio como la reina egipcia se suicidaron. Octavio se adueñó
entonces de Egipto –corría el año 30 a.C.- y lo convirtió en una mera dependencia
de Roma, a la vez que se alzaba como el gobernante absoluto e incuestionable de
Roma. Cleopatra había intentado proteger a su hijo enviándolo al puerto de
Berenice, en el mar Rojo, desde donde habría de embarcarse para huir a India. Pero
antes de zarpar, uno de sus consejeros recomendó a Cesarión que era mejor volver
a Alejandría y confiar en la magnanimidad de Octavio. ¡Terrible error! Octavio no
podía dejar con vida a quien competiría con él como hijo y heredero de César, así
que lo hizo asesinar de inmediato.
170
Pinceladas de la Historia II
Las noticas que llegaban no eran buenas, incluso eran alarmantes.
Farnaces, rey de Ponto, aprovechó el desorden de Roma para
expandir sus dominios e invadir Colchis y parte de Armenia y en
Roma misma, el gobierno de Marco Antonio era impopular y sus
enemigos, encabezados por Catón, estaban organizando un ejército.
Pero César estaba embelesado con los encantos de su nueva amante
y durante más de dos meses ignoró las noticias y se dedicó a
pasársela bien, navegando con Cleopatra por el Nilo. Finalmente se
decidió a marchar con sus tropas hacia Ponto y enfrentarse a
Farnaces, a quien venció totalmente y con su acostumbrada celeridad
en Capadocia. César, que entre sus muchas habilidades tenía la de
saber promoverse a sí mismo, se aseguró de que las noticias de esta
victoria resonaran en Roma, confirmando con ello sus habilidades
militares por encima de las hazañas de Pompeyo y de cualquier otro.
Para ello pronunció e hizo circular la frase veni, vidi, vici -vine, ví y
vencí.
Entretanto, sus enemigos políticos Metelo Escipión y Catón habían
organizado un poderoso ejército en Africa e incluso contaban con el
apoyo del rey de Numidia. César, que había regresado a Roma,
permaneció allí corto tiempo, pues tuvo que ir a combatir esta nueva
amenaza. Desembarcó en Hadrumeto (Túnez) y tuvo algunos
pequeños enfrentamientos con sus rivales, pero pospuso la batalla
directa porque esperaba recibir refuerzos. Cuando los tuvo, se
enfrentó a sus enemigos en la ciudad de Tapso y les impuso una
terrible derrota que terminó en carnicería. Cuando Catón, que estaba
en la cercana Útica, supo de la tremenda derrota, se suicidó, pues su
orgullo no aceptaba la posibilidad de ser ni apresado ni perdonado por
César. El victorioso general permaneció varios meses más en Africa,
pacificando la zona e incorporó a Numidia como
provincia de Roma.
Cuando por fin regresó a Roma, sus victorias
habían dado a César un prestigio y un poder
enormes. El Senado, lleno de asombro y hasta
de miedo, decidió nombrarlo dictador una vez
más por un período de diez años, que era un
plazo sin precedentes. Se le concedió celebrar
171
Roberto Gómez-Portugal M.
no un triunfo 3, sino cuatro, organizando cuatro impresionantes y
magníficos desfiles con prisioneros, carros de guerra, e incluso la
representación de batallas, todo lo cual dejaba pasmados y
boquiabiertos a los que lo presenciaban.
A pesar de tantos éxitos, al año siguiente se desató una rebelión en
Hispania, encabezada por los hijos de Pompeyo, quienes
aprovecharon la fuerte influencia de su padre en esa provincia y
lograron reunir un ejército de trece legiones, utilizando los restos de
las tropas de Africa y otros grupos de seguidores de la memoria del
gran militar. Los hermanos Cneo Pompeyo y Sexto Pompeyo, hijos de
Pompeyo (el Grande) y Tito Labieno (otro fiel seguidor del finado),
tomaron control de casi toda la Hispania Ulterior, al grado que los
legados de César en esa provincia prefirieron no hacerles frente y
esperar la llegada de éste. César llegó a Hispania en diciembre y
durante el invierno hubo sitios y escaramuzas, pero fue hasta la
primavera en que Cneo Pompeyo decidió presentar batalla. Se
enfrentaron en los llanos de Munda, cerca de Osuna, en el sur de la
península y las tropas cesarianas se llevaron la victoria. Tito Labieno
quedó muerto en el campo de batalla. Poco después, en una batalla
naval cerca de Cartagena, las naves de César destruyeron los navíos
pompeyanos, impidiendo con ello su huida por mar. Acto seguido,
César tomó la ciudad de Córdoba, en donde se ocultaba Cneo
Pompeyo y, contrariamente a su habitual clemencia, César ordenó la
muerte de todos los defensores, por ocultar a su enemigo. Cneo
Pompeyo también fue ejecutado pero su hermano Sexto logró
escapar.
César regresó a Roma envuelto en un aura de triunfo indescriptible
que lo hacía parecer casi divino. Tomó unilateralmente una serie de
medidas como conceder la ciudadanía romana a los habitantes de
muchas ciudades de las provincias, lo cual escandalizó a los
tradicionalistas. También aumento el número de senadores de 300 a
900, con lo cual restaba poder e influencia a los optimates, la clase
dirigente, pues entre los nuevos senadores habría muchos
3
El triunfo era una espectacular ceremonia que se celebraba en la antigua Roma para
agasajar al general o comandante militar que hubiera regresado victorioso con su ejército
de alguna campaña en tierras extranjeras.
172
Pinceladas de la Historia II
ciudadanos de las provincias. Mandó construir caminos, puentes,
acueductos y grandes obras de urbanismo. Dictó nuevas leyes y
repartió tierras y pensiones entre los miembros del ejército,
recompensándolos
generosamente. Incluso introdujo un nuevo
calendario, diseñado por el astrónomo egipcio Sosígenes, con lo cual
se corregía en gran parte el desfasamiento con las estaciones que el
calendario entonces en uso había permitido. El nuevo añadía a los
365 días un día más cada cuatro años, corrigiendo así casi
completamente el defecto del anterior. Este calendario, llamado
juliano en honor a Julio César, estuvo en uso en occidente hasta
1582, cuando fue reemplazado por el calendario gregoriano, pero en
algunos países de Europa del este, como Rusia, estuvo en uso hasta
principios del siglo XX.
Mapa de Roma y de los reinos y naciones cercanos, en la época de Julio
César.
El poder de César era enorme y su orgullo y engreimiento crecieron
también. Empezó a vestirse con una toga púrpura, como lo hacían los
antiguos reyes de Roma y ordenó o permitió que se erigieran estatuas
suyas por doquier y se mandó hacer un trono de oro en el que se
sentaba cuando iba al Senado o en otras ceremonias públicas. Sin
tener el título, César ya era y actuaba como un monarca; el poder que
173
Roberto Gómez-Portugal M.
se había concentrado en él era total. El Senado había aceptado que
todos los actos de César fueran automáticamente sancionados, con lo
cual se convertía en una asamblea consultiva que sólo aprobaba las
resoluciones del gobernante. Por su parte, César podía ignorar
completamente cualquier resolución o iniciativa del Senado, sin tener
siquiera que dar explicaciones. Se reservaba el derecho de disponer a
su antojo de los recursos del Estado y era él y sólo él quien decidía
los nombramientos de funcionarios y magistrados, lo mismo que las
listas de candidatos a cualquier puesto. De hecho, todo funcionario
público, al asumir sus funciones, debía jurar que jamás se opondría a
ninguna medida emanada de la voluntad de César. Se hizo conceder
las facultades de tribuno de la plebe, lo que incluía la tribunicia
potestas, que le daba la facultad de aplicar la pena capital a
cualquiera que interfiriese con sus acciones. La tradición republicana
de Roma era muy fuerte y muchos empezaron a sentir que el poder
de César era peligroso y que en cualquier momento se convertiría en
rey. Quizá en las provincias eso habría sido aceptado fácilmente, pues
muchas eran antiguos reinos, pero en Roma, la idea de tener un rey
era abominable.
Había habido incluso intentos de poner una corona sobre la cabeza
de César o sobre una de sus estatuas durante diversos actos o
ceremonias, y siempre César había desdeñado el honor y rechazado
la corona, arrojándola a distancia, o diciendo que mejor la colocaran a
los pies de la estatua de Júpiter, pero muchos estiman que eran actos
para sondear la disposición del pueblo a aceptar su nombramiento
como rey. Empezó a circular el rumor de que, durante la próxima
sesión del Senado, a celebrarse el 15 de marzo, Lucio Aurelio Cotta,
distinguido personaje que había sido pretor e incluso cónsul y que,
casualmente, era tío de Julio César, iba a proponer que se le
confiriera el título de rey. Quizá fueron esos rumores los que orillaron
a Cayo Casio Longino y a otros senadores de la facción optimate a
pasar a la acción y planear el asesinato de César en el propio
Senado. Longino decidió hablar con Marco Junio Bruto. Ambos
estaban de acuerdo en que la existencia de la república estaba en
riesgo pero no coincidían en cómo proceder. Bruto habló de oponerse
a la aprobación de cualquier nombramiento e incluso de quitarse la
vida como protesta, pero Longino lo convenció de que no era así
174
Pinceladas de la Historia II
como evitarían el ocaso de la república. La adhesión de Marco Junio
Bruto al plan de Longino hizo que se sumaran otros colaboradores
valiosos, entre ellos Décimo Junio Bruto Albino, que era primo lejano
de Julio César y en quien éste tenía plena confianza. En total se
estima que los conjurados eran alrededor de sesenta, aunque sólo 23
tomarían parte activa en el atentado. Se inclinaron por la idea de
matar a César en el Senado, pues aunque un acto así era
considerado sacrilegio, el perpetrarlo allí lo elevaría como una acción
salvadora de la Patria. Seguramente las motivaciones de los
conspiradores no eran todas tan elevadas como las de Longino, de
salvar a la república. Había muchos resentimientos contra César,
envidias, rencor de muchos partidarios del gran Pompeyo, odio
ancestral de los familiares y seguidores de Catón y ambición frustrada
de otros que creían no poder alcanzar los puestos que merecían
porque todo lo acaparaba César. Incluso había quienes, habiendo
sido perdonados por él después de vencerlos, se sentían más
agraviados que agradecidos.
Llegado el día, un grupo de los senadores complotados, convocó a
César al Senado con el argumento de presentarle una petición. Marco
Antonio, que había sido
informado
de
modo
impreciso de lo que se
fraguaba, intentó detener a
César en las escaleras
mismas del Senado, pero el
grupo de conspiradores lo
interceptó y se llevó a
César a un saloncito anexo
donde le entregaron la
petición. César se disponía a leerla cuando Tulio Timber, uno de los
que se la habían entregado, lo jaloneó de la toga, a lo que César
reaccionó indignado, pues su persona era intocable. Entonces Servilio
Casca sacó una daga y le asestó a César un corte en el cuello. Éste
se volvió y le clavó a Casca el punzón de escritura que tenía en la
mano, arma endeble que no le serviría de nada, mientras le decía
“¿Qué haces, Casca, maldito?” Entonces Casca gritó, en griego,
“¡Ayuda, hermanos!” ante lo cual se abalanzaron todos sobre el
175
Roberto Gómez-Portugal M.
dictador, apuñaleándolo. César intentó acercarse a la salida,
buscando auxilio, pero tropezó y cayó. Los agresores siguieron
acuchillándolo en las escaleras del pórtico y allí quedó su cadáver, a
los pies de la estatua de Pompeyo. Le dieron 23 puñaladas.
Se dice que las últimas palabras de César, fueron para su pariente
Décimo Junio Bruto Albino, a quien César quería como un hijo.
Suetonio afirma que César exclamó: "Tu quoque, Brute, fili mi" (¡Tú
también, Bruto, hijo mío!). Pero Plutarco asegura que no dijo nada,
sino que simplemente se cubrió la cabeza con su toga cuando vio a
Bruto entre sus atacantes.
Los asesinos dejaron allí el cuerpo de César y luego lo recogieron
tres esclavos que lo llevaron a su casa en una litera. De allí lo sacó
Marco Antonio para exhibirlo ante el pueblo en el foro, quedando la
gente conmocionada ante la visión del cadáver. Allí pronunció Marco
Antonio su famoso discurso: "¡Amigos, romanos, compatriotas,
préstenme sus oídos! ¡Vengo a enterrar a César, no a ensalzarlo!”.
Después, los soldados de la decimotercera legión, la más cercana a
César, encendieron una pira para incinerar el cuerpo de su querido
jefe. El pueblo de Roma, enardecido, alimentó la hoguera arrojando a
ella todo lo que encontraron a mano.
176
Pinceladas de la Historia II
La muerte de César trajo como consecuencia inmediata la creación
de un triunvirato formado por su hijo adoptivo César Octavio, por su
fiel seguidor Marco Antonio y por Marco Emilio Lépido, quienes se
enfrentaron a las fuerzas de los asesinos de César, encabezadas por
Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino. Pero la consecuencia más
importante sería la guerra que se desató después entre Marco Antonio
y César Octavio, con los románticos episodios de Marco Antonio y
Cleopatra pero en donde a final de cuentas el triunfador es Octavio,
que se convierte en César Augusto y da inicio a la llamada Roma de
los Césares.
Para saber más:
• Vida de César -Suetonio
• César -Plutarco
• Historia de Roma -Indro Montanelli
• Guerra de las Galias -Cayo Julio César
• The Emperors of Rome -David Potter
177
Roberto Gómez-Portugal M.
El coronel desobediente
México, un país del que muchas páginas de su historia fueron
protagonizadas por hombres de a caballo, no figuraba entre las
naciones con equipos ecuestres sobresalientes ni habituados a
triunfar en las competencias hípicas del mundo. No obstante, en el
Colegio Militar, cuna de aguiluchos, algunos destacaban. Entre ellos,
Humberto Mariles Cortés, un cadete llegado de Chihuahua, que
pronto sobresalió como jinete de salto. Su excelencia a caballo lo llevó
a formar parte del equipo mexicano que fue a los Juegos
Centroamericanos y del Caribe en 1935 y conquistó la medalla de oro,
mientras que otro militar mexicano, Ramiro Palafox, se trajo el oro
individual. Al año siguiente, el presidente Lázaro Cárdenas mandó a
Mariles, acompañado por Palafox, como observadores a la olimpiada
de Berlín. A su regreso, Mariles presentó sus conclusiones al
presidente: en México había calidad en jinetes y caballos como para
competir en los altos niveles de la equitación mundial. Lo que se
necesitaba era un gran trabajo de selección y entrenamiento, un
estricto programa de actividades, incluyendo competencias nacionales
e internacionales y, claro, un apoyo financiero sin titubeos. El
Presidente de la República aprobó el plan y comprometió el apoyo.
Mariles se puso a trabajar, a seleccionar caballos y jinetes, a
entrenar sin descanso. En los criaderos y en la caballada del ejército
fue hallando a Azteca, Águila Blanca y Resorte, éste último que se
reservó para él mismo. Luego, a organizar y coordinar competencias,
como el primer Gran Concurso Internacional, que se disputó en el
Estadio Nacional en 1938 y donde Mariles mismo resulta ganador. A
buscar más caballos, mejores. Y jinetes: ya destacan Uriza, Campero,
Saucedo, Valdés. El equipo gana premios importantes en Estados
Unidos y en Canadá.
Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial hace que el mundo
deje olvidado el deporte por un tiempo. Los Juegos Olímpicos de 1940
y 1944 nunca se celebrarían. No importa; Mariles seguía trabajando y
forjando lentamente un equipo ecuestre de calidad mundial. En 1945
acabó la pesadilla; Alemania y Japón se rinden. La guerra ha
terminado. Inglaterra anuncia en 1946 que Londres organizará los
178
Pinceladas de la Historia II
Juegos Olímpicos de 1948, reviviendo su compromiso que había
adquirido de hacerlos en 1944 y que la guerra impidió.
Mariles está feliz; ahora podrán competir en Europa. Dos
presidentes le han favorecido: Cárdenas y Ávila Camacho; ambos
exmilitares, amantes de los caballos. Él acuerda directamente con
ellos y eso molesta a muchos. Ahora está en el poder un presidente
civil:
Miguel
Alemán.
En un rancho de los Altos de Jalisco
Mariles es un hombre de
llamado Las Trancas, nació, en 1938 un
acción, que no acepta el no
potrillo alazán tostado al que bautizaron
por respuesta. Por su
como “Arete”, pues tenía una hendidura, un
corte natural en la oreja izquierda. El coronel
carácter y para lograr lo que
Rocha Garibay lo compró en cuatrocientos
ha logrado, ha tenido que
pesos y se lo llevó al trigésimo regimiento,
herir
muchas
donde los oficiales empezaron a montar y a
susceptibilidades,
dejar
entrenar al caballito. Buen saltador y dócil,
algunos
resentimientos.
el caballo ganó varias competencias y fue
comprado por el ingeniero Juan Barragán en
Pero eso no importa. Él y su
ocho mil pesos. Pasado cierto tiempo, el
equipo han trabajado duro,
caballo pasa a manos de Casimiro Jean,
creen estar listos para
presidente del Club Hípico Francés y buen
ganar; están seguros. Antes
amigo de Mariles. Pero al caballo le surge
de la Olimpiada, asistirán a
un problema en un ojo y va perdiendo la
visión, al grado que los veterinarios tienen
una serie de concursos en
que sacárselo. Ya tuerto, el caballo parece
Italia, Suiza y Francia, como
tener poca utilidad, hasta que un día –ya es
fogueo. Todo está previsto,
enero de 1948- Mariles visita el Club Hípico
organizado, hasta pagado.
Francés y se encuentra con Arete. No
Los caballos saldrán hacia
sabemos por qué, se sintió atraído y quiso
montarlo, creándose casi de inmediato una
Galveston en pocos días y
identificación entre ambos. Mariles tenía en
de allí los embarcarán a
Resorte –su montura de entonces- a un
Europa.
buen colaborador. Muy rápido en la pista,
aunque algo inseguro en los saltos. Mariles
descubre en Arete a un saltador potente,
tranquilo, seguro, si bien no tan rápido como
Resorte. Aunque falta muy poco tiempo para
el viaje que van a emprender a Europa,
Mariles, decide quedarse con Arete y
entrenarlo. Casimiro Jean se lo cede,
reticente, ante la insistencia de Ávila
Camacho.
Recibe entonces una
llamada por teléfono. Se le
informa que el presidente
Miguel Alemán lo cita
perentoriamente.
Cuando
Mariles se presenta ante el
mandatario,
éste
va
directamente al grano. Le
179
Roberto Gómez-Portugal M.
dice con voz inexpresiva:
-Sabe
usted, teniente coronel… que el viaje se cancela.
Asombrado por la noticia, y visiblemente molesto, pregunta Mariles:
- ¿Pero, por qué, señor presidente?
Lacónico, enigmático, (¡Quién sabe qué comentarios tendenciosos
han llegado a sus oídos!), el presidente responde:
- ¡No pueden ganar...!
- No pueden ganar con esas carretas de
caballos, con ese tuerto...
A Mariles le duele y le ofende que el
presidente se refiera así a su amado
caballo. Quisiera responder con violencia a
lo que considera un insulto, pero su
condición de militar y la investidura de su
interlocutor se lo impiden. Aún así, intenta
protestar:
-Con todo respeto, señor presidente,
pero…
De modo terminante, el presidente exclama:
-¡Es todo, teniente coronel!
Mariles hace el saludo militar y pide permiso para retirarse. Ha
terminado la entrevista.
Está desconcertado y furioso; no puede permitir que doce años de
trabajo se vayan a la basura. El equipo está listo, preparado para el
triunfo, los caballos, en su mejor momento. Nunca habrá otra
oportunidad mejor.
Medita un poco y decide recurrir al expresidente Ávila Camacho,
180
Pinceladas de la Historia II
que siempre ha tenido para Mariles una cordialidad afectuosa. Le
explica las cosas y le pide que interceda ante el presidente Miguel
Alemán. Ávila Camacho llama por teléfono y acuerda reunirse con
Alemán ese fin de semana. Mariles le agradece y se retira, pero sigue
meditando. Es apenas martes, y considera muy difícil que el
presidente Alemán dé marcha atrás en su decisión, por mucho que se
lo pida el expresidente. Entonces toma una arriesgada determinación:
salir de inmediato. Se reúne con su grupo, organiza las últimas cosas
y ordena que los transportes con los caballos se pongan en marcha.
El equipo se solidariza con él totalmente, pero Mariles les subraya una
cosa: la decisión es suya y sólo suya será la responsabilidad. Son
Rubén Uriza, Raúl Campero, Alberto Valdés, Víctor Manuel Saucedo,
Joaquín Solano Chagoya, apoyados por su veterinario Federico “el
Pollo” Franco. Y claro, Humberto Mariles. Todos son militares y, por lo
mismo, su desobediencia es muy grave y los puede llevar a todos a la
cárcel.
El grupo parte hacia el puerto de Galveston en Texas, en donde
Mariles organiza frenéticamente la partida de los caballos por barco
hacia Europa. No hay marcha atrás; de ahí hasta Italia. Una vez en
Roma, el embajador de México Antonio Armendáriz se entrevista con
Mariles. La reunión es amable; se conocen desde hace tiempo. Con
calidez, el embajador le dice:
-Don Humberto, perdóneme usted, pero es mejor que regresen a
México de inmediato. Hay una orden de aprehensión contra usted…
se le acusa de desacato, de peculado, de deserción ¡y no sé qué tanto
más! Por favor, regrese, se lo ruego.
Mariles responde a la calidez del diplomático con una amarga
sonrisa, pero dice:
-No, señor embajador. Eso no es posible. Lo siento mucho. Mire,
mejor hablamos mañana.
Y se despide.
181
Roberto Gómez-Portugal M.
Al siguiente día dará comienzo el Concorso Ippico Internazionale,
una de las competencia ecuestres de más tradición en Europa, y el
“Pollo” Franco hace todo lo que puede para dejar listos para la
competencia a los caballos mexicanos, medio muertos por el largo
viaje.
Voy a dejar que la historia la cuente uno de sus protagonistas.
Jean de Thonel, marqués d’Orgeix,
nació en 1921 en Cap d’Ail, en el sur de
Francia y fue un personaje notable y
queridísimo en la equitación del siglo XX.
Gran jinete, competidor implacable, era el
“amo de los desempates” por su habilidad
para acortar el tiempo en los recorridos.
Perdió ante los mexicanos en Londres 1948
y tuvo que conformarse con la medalla de
bronce. Pero d’Orgeix fue siempre un
verdadero caballero. He aquí cómo describe
d’Orgeix la competencia en Piazza di Siena,
Roma, apenas semanas antes de la
Olimpiada de Londres.
“Piazza di Siena, Roma, 1948. Por fin llega el día de la Copa de
Naciones. El reglamento internacional dispone que al menos dos de
los obstáculos deben ser “verticales” de 1.60 m. Siempre se ha
considerado que un muro con barras es equivalente a un vertical.
Pero el Coronel Mariles hace de ello un drama y la discusión dura más
de una hora. Muchos de nosotros (los europeos) opinamos que hay
que rechazar la exigencia que hace un pequeño equipo del otro lado
del Atlántico, recién llegado por primera vez a Europa. Sin embargo,
se concede razón a los mexicanos, aunque el ambiente queda tenso.
El equipo de México gana, totalizando 23 puntos y ¾. Acabamos (los
franceses) en segundo lugar, por arriba de los italianos, irlandeses y
suizos. La victoria de los mexicanos, después del escándalo que
hicieron, deja un resentimiento entre los europeos.”
“Al día siguiente, este rencor flota en el ambiente, durante la
182
Pinceladas de la Historia II
Prueba de Potencia. Los franceses quedamos eliminados en la
segunda vuelta y yo me siento, como espectador, muy cerca de los
dos obstáculos más grandes que quedan. Siguen en la contienda tres
o cuatro mexicanos, incluyendo a Mariles con sus dos caballos, lo
mismo que varios europeos, entre ellos Piero d’Inzeo, a quien los
franceses queremos ver ganar. Al cuarto o quinto desempate, sólo
Mariles queda sin cometer faltas, con sus dos caballos. Ya ganó, ni
hablar, pero persiste el resentimiento. Esperamos la proclamación de
los resultados y nos sorprende escuchar el micrófono anunciando que
habrá un nuevo desempate, con los obstáculos más elevados.
Asombro general, especialmente de Mariles. Se piden explicaciones.
En efecto, el reglamento dice que dos caballos sin falta deben
desempatar, aunque los monte el mismo jinete. Claro que Mariles
puede retirarse con uno de sus caballos, pero entonces ese binomio
quedaría descalificado y eso lo privaría del segundo lugar. Ésta es la
respuesta del jurado italiano a la queja de los mexicanos del día
anterior: una interpretación del reglamento al pié de la letra.”
“Todo mundo observa a Mariles con risitas y sonrisas irónicas. Él,
escucha las instrucciones del intérprete y con una leve sonrisa, pide
que le traigan sus dos caballos a la pista. Los dos obstáculos tienen
cerca de 2.05 m de altura. Mariles monta su primer caballo y sale al
galope reunido, muy corto, típico de la “monta a la mexicana”. Pasa
por la tribuna para dar una vuelta a toda la pista de la Piazza di Siena.
Lleva las riendas en la mano izquierda y gira ligeramente el cuerpo a
la derecha, haciendo con mucha elegancia el saludo militar hacia el
público. Se acerca imperturbable a la línea de los dos obstáculos y
parece no mirarlos. La estupefacción crece cuando el jinete, a unos
doce metros del obstáculo de 2.05 metros, sigue volteando hacia el
público. Entonces se gira con naturalidad y dando tres trancos muy
cortos, su caballo salta como una bala, pasa sin falta y se detiene a
menos de seis metros, con ese alto tan característico de los
mexicanos que logran no con las riendas, sino con la acción de las
piernas. Mariles sigue galopando despacito, saludando de nuevo al
público y salta el otro obstáculo de la misma manera. Luego, se pasa
a su segundo caballo sin que sus pies toquen el suelo y repite
exactamente la misma hazaña.”
183
Roberto Gómez-Portugal M.
“Ha quedado de nuevo sin faltas con sus dos caballos y si se sigue
aplicando el reglamento a la letra, tendría que volver a desempatar.
¡Pero ya ganó!”
“Todos, competidores, jueces, público, le damos una gran ovación;
acaba de regalarnos un maravilloso espectáculo hípico y, sobre todo,
ha respondido con una sonrisa y gran elegancia a la pequeña
venganza –técnicamente correcta- del jurado italiano. Ese día, Mariles
se ganó el respeto de Europa. Las asperezas del día anterior
quedaron olvidadas y se volvió nuestro compañero en toda la
extensión de la palabra.”
N.B. Relato ligeramente abreviado por RGP
El equipo ecuestre de un país de allende el mar, medio
desconocido y hasta menospreciado por los europeos, se convierte en
noticia de primera plana en los diarios italianos. El papa Pío XII recibe
a los caballistas mexicanos el 10 de mayo de 1948 y los felicita
calurosamente. De allí, a competir en Suiza y después en Francia,
donde la cosecha de preseas continúa. Las noticias atraviesan el
Atlántico y van suavizando el enojo del presidente mexicano.
Estamos ya en Londres. El 29 de julio su Majestad el rey Jorge VI
inaugura los XIV Juegos Olímpicos y las actividades se van
desarrollando, llenas de entusiasmo, de colorido, de alegría, que tanta
falta hacen a todos después de las penurias de la guerra. Las
competencias ecuestres no están entre las primeras fechas y para los
jinetes mexicanos la espera es difícil de soportar. Pero por fin el 8 de
agosto el sol brilla para ellos. Mariles, Campero y Solano Chagoya se
llevan la medalla de bronce por equipos en la Prueba de Tres Días,
como se llama comúnmente al Concurso Completo de Equitación. La
prueba es muy dura y se verifica en tres días consecutivos, cubriendo
las disciplinas de adiestramiento, recorrido con obstáculos rústicos a
campo traviesa y finalmente, salto de obstáculos en pista. La prueba
es agotadora tanto para caballos como para jinetes. Los mexicanos
son superados sólo por los estadounidenses y los suecos. Están
satisfechos, pero han venido por más.
El 14 de agosto la Olimpíada está por terminar. La última prueba
184
Pinceladas de la Historia II
antes de la ceremonia de clausura es la de salto de obstáculos, la
tradicional Gran Copa de las Naciones. Se premia a los tres primeros
lugares individuales y por equipos. Es quizá la prueba más vistosa y
emocionante de los juegos y para el público inglés, tan amante de los
caballos, es sin duda la más importante. El estadio de Wembley está a
reventar, cerca de 80 mil espectadores.
El recorrido es duro, muy difícil.
Consta de 16 obstáculos, pero con
19 saltos en total, pues hay un
doble y un triple y una ría, es decir,
un foso con agua, de casi 5 metros
de ancho. Pero es la combinación
de obstáculos, y las distancias entre
ellos, -por no hablar de la altura y
anchura de las vallas- lo que añade
grados de dificultad muy grande. El
sorteo decide el orden de entrada
de cada país y el jefe de cada
equipo decide el orden de los
suyos. A los mexicanos les toca al
final.
“Siempre el caballo ha logrado
un lugar muy distinguido,
y entre los brutos ha sido
el más noble que se ha hallado.
Los reyes no han desdeñado
hasta el establo bajar,
y allí las crines trenzar
al corcel en que montaban,
porque en él, tal vez confiaban,
gloria y honor alcanzar.”
Estas hermosas líneas son la
primera estrofa de un largo poema
escrito alrededor de 1860 por un
ranchero o charro del Bajío, Luis
G. Inclán.En él, Inclán recuerda y
relata la vida y hazañas de su
querido caballo “Chamberín”, con
quien el hombre compartió más de
27 años, beneficiándose de su
lealtad y sus servicios, incluyendo
el de haberle salvado la vida
varias veces. Los que amamos a
los caballos, lo entendemos.
La prueba empieza, son 44
competidores. Los franceses son
los favoritos; luego Italia, España.
¿Y México? Han pasado más de 20
jinetes y el francés d’Orgeix va en
primer lugar, empatado con el
coronel Wing, de los Estados Unidos; ambos con 8 faltas, pues cada
derribe significa 4 puntos malos. La pista no está nada fácil; muchos
de los súper-favoritos han quedado eliminados, como el capitán
francés Maupeou, o el propio teniente d’Inzeo. Otros de los grandes
campeones, como el capitán Fresson de Francia o el conde Bettoni,
un veterano de las pistas, terminan con malos resultados. El mexicano
Alberto Valdés pasa con 20 puntos malos; su caballo, Chihuahua,
derriba cinco vallas. México va en tercer lugar por equipos, atrás de
Suecia y de Gran Bretaña. Le toca a Rubén Uriza, montando Hatuey,
185
Roberto Gómez-Portugal M.
quien termina con sólo 8 faltas, demostrando que está entre los
mejores y que su caballo, aunque pequeño, es un verdadero guerrero.
La competencia es cerrada; el comandante Cruz, de España, lleva
sólo 12 puntos y hay varios otros jinetes con 16 faltas. Como ha
habido eliminaciones, al quedar fuera un jinete, ocurre lo mismo con
todo su equipo, quedando en la pelea sólo como individuales sus
otros integrantes. Es el caso de d’Orgeix. México ahora va a la cabeza
por equipos.
El
último
jinete
de
la
competencia es Humberto Mariles.
Tiene elementos en su favor y en
su contra. El sol ha ido cayendo y
ahora
se
proyectan
largas
sombras
sobre
algunos
obstáculos. Arete, con su único ojo
bueno, va a tener que esforzarse
al máximo para medir bien las
distancias, pero la pierna firme de
Mariles no lo dejará equivocarse.
El piso está muy maltratado por el
Pintura de Arete hecha por el
fuerte galopar de tantos caballos.
retratista ecuestre M. D. Robles
Hay sitios donde la tierra se ha
vuelto lodo y, aunque han echado arena, los caballos se sienten
inseguros al pisar y rehúsan. En el obstáculo número cinco le ha
pasado eso a varios. Pero Mariles se ha estado fijando en todo y
precisamente el hecho de ser el último jinete le permite evaluar bien la
situación. Sabe que tiene que vencer a Wing, a d’Orgeix y a su propio
compañero Uriza y para eso hay que no cometer faltas. Pero le
preocupa la ría. Arete no es bueno para los obstáculos de agua y para
librarlo, va a tener que alargar mucho el tranco, corriendo el riesgo de
llegar con exceso de velocidad al muro, que es el último salto. Mariles
define su estrategia y entra a la pista. Hay 82 mil personas que
retienen el aliento mientras el mexicano saluda militarmente al público
y comienza su recorrido. Parece no tener prisa, con ese galope
tranquilo que despliega Arete, como flotando sin esfuerzo. Se eleva
sobre los obstáculos con gracia, casi con delicadeza. Por eso doña
Alicia, la esposa de Mariles, le apoda “el elevador” al caballo, porque
186
Pinceladas de la Historia II
se alza como de la nada y libra el obstáculo sin aparente esfuerzo.
Entra y sale del número cinco, ese corral con dos saltos que tantos
problemas ha dado a otros. Algún aplauso se oye, pero es acallado
por el público mismo, que no quiere distraer, ni distraerse. Pasa el
oxer sin falta, y después el triple. Queda sólo la traicionera ría y el
imponente muro final. Mariles alarga el tranco de su caballo y parece
que ha librado la ría, pues no se ve salpicar el agua, pero el Juez de
Pista no tarda en alzar una banderita blanca para anunciar que Arete
tocó la franja que limita el extremo del obstáculo. Son cuatro puntos
malos. Mariles ni se entera. Sigue galopando tranquilo y Arete vuela
sobre el imponente muro de ladrillo simulado. Con cuatro faltas ha
asegurado el triunfo. Pero a los pocos segundos, una impertinente voz
anuncia por el micrófono que el jinete se ha excedido en el tiempo. Le
penalizan con 2 ½ puntos más. ¡No importa! ¡Mariles ha ganado el oro
para México!
El Tte. Col. Humberto Mariles, saltando con Arete el imponente muro,
obstáculo final de su recorrido en la Olimpiada de Londres 1948.
Sin embargo la competencia no ha terminado. Uriza, Wing y
d’Orgeix tendrán que desempatar por el segundo y tercer lugares. El
recorrido será sobre sólo seis obstáculos y se decidirá por tiempo, en
187
Roberto Gómez-Portugal M.
igualdad de faltas. Tanto Wing como d’Orgeix derriban un mismo
obstáculo, un “desviador”, donde Sucre de Pomme y Democrat,
cometen cuatro faltas. Entre ellos se decide el tercer lugar por tiempo,
siendo d’Orgeix el que gana el bronce. Uriza ya ha ganado la plata,
pasando “limpio” Hatuey sobre los seis obstáculos.
La felicidad no se detiene allí. Los mexicanos también han ganado
la medalla de oro por equipos. El equipo de México tuvo un total de 34
¼ faltas, seguido por el de España con 56 ½ y el de Gran Bretaña con
67.
Mariles y Arete quedaron inmortalizados en bronce en esta hermosa escultura
en tamaño natural, erigida en los jardines del Centro Deportivo Olímpico
Mexicano. Es obra del escultor –y caballista- Rubén Rodríguez Monterde.
Bajo el transparente cielo londinense, el verde, blanco y rojo de la
bandera mexicana ondeó en lo más alto y se escucharon las notas del
Himno Nacional Mexicano, mientras el presidente del Comité Olímpico
Internacional, Sigfried Edstrom, entregaba las medallas a los
triunfadores.
188
Pinceladas de la Historia II
Horas más tarde, cuando los
caballistas mexicanos celebraban
su triunfo rodeados de amigos en el
exclusivo Preston Manor, alguien se
acercó corriendo y le dijo a Mariles
al oído:
-Ven al teléfono, ¡pronto!... ¡Te
llama el señor presidente!
El militar escuchó palabras de
felicitación y de perdón de parte del
presidente de México. Mariles se
había ganado, para él, para su
equipo y para México, un lugar de
honor en la historia del deporte
ecuestre.
Historia detrás de la gloria
El embajador de México en
lnglaterra había advertido a Mariles
que de participar estaría desafiando
las órdenes del presidente Miguel
Alemán, que había prohibido la
participación del equipo en los
Juegos Olímpicos. Pero el embajador
se cuadró ante Mariles -que era
general-, y como el dinero salía del
bolsillo del jinete, se mantuvo en
silencio. La orden de un presidente
que según los políticos "no se mueve
la hoja de un árbol sin su mandato",
fue desafiada.
Solamente así me explico por qué
al llegar a Pachuca, Hidalgo, de
donde llegarían a la capital mexicana
por la vía del tren, no existía euforia
ninguna. Por esa razón, me quedé
sólo con todos ellos en el recorrido,
y volé a mi redacción de "Excélsior",
para hacer toda una sección
deportiva en honor de los héroes de
Wembley, y de la Olimpiada.
No había otros periodistas, no
había ese frenesí por la noticia, ni
porque eran las primeras medallas de
oro de nuestra historia.
Las redacciones rumían si entraban
al desafío que Mariles saltó con la
misma habilidad que el muro
rojo". (sic)
Para saber más
• Mes victoires, ma défaite -Jean d’Orgeix
• Breve reseña sobre el desarrollo del Gran
Premio de las Naciones -Juan M. Romero
Texto del artículo que Ángel
Blanch
Fernández
escribió en La Afición
• Jumping Competition at the 1948 London
el
día
que
el equipo ecuestre
Olympic Games for the Chronicle of the Horse
regresó
a México
-Thomas Clyde
• Medallistas olímpicos mexicanos 1932-2004 Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte
• Rebel on Horseback -Alice Higgins. Artículo en Sports Illustrated
• Apuntes de la Sra Alicia V. de Mariles
• Innumerables conversaciones personales con el Gral. Humberto Mariles, con quien tuve el
privilegio de convivir y que fue mi maestro de equitación, lo mismo que con casi todos los
demás protagonistas de esta historia.
189
Roberto Gómez-Portugal M.
Unser Kini
Con sólo 18 años, Ludwig se vio inesperadamente elevado al trono
cuando su padre, el rey Maximiliano II de Baviera murió tras una
repentina y breve enfermedad. El difunto rey tenía una difícil y distante
relación con su hijo y poco se había ocupado de preparar a Ludwig
para asumir el trono. Con su madre la relación era aún peor, y Ludwig
se refería a ella despectivamente como "la consorte de mi
predecesor". La única relación familiar más o menos funcional había
sido con su abuelo. El nuevo rey era un chico guapo y alto -medía
1,92 m- y había crecido acostumbrado a hacer su voluntad con muy
pocas restricciones. Desde la adolescencia había manifestado un
espíritu romántico; adoraba la poesía y le fascinaban las sagas
germánicas, llenas de héroes, de mitos y de idealismo. Desde chico
compartía sus sueños románticos con su prima, la duquesa Elisabeth
de Baviera, quien más tarde se convertiría en emperatriz de Austria al
casarse con el emperador Francisco José y mantuvo con ella una
estrecha amistad. Se escribían frecuentemente y en sus cartas ella lo
llamaba Águila y él a ella Paloma.
Congruente con las pasiones románticas y ese amor por la
mitología germánica, Ludwig desarrolló
una gran admiración por el compositor
Richard
Wagner.
Cuando,
aún
adolescente, vio la ópera Lohengrin y
poco después Tannhäuser, quedó
cautivado por Wagner. Al poco tiempo
de ascender al trono, Ludwig concedió
al compositor una larga audiencia en el
palacio real de Munich y a partir de
entonces el rey se convirtió en su
mecenas y en su más apasionado
seguidor. Wagner, mujeriego y de vida
desordenada,
andaba
siempre
huyendo de los acreedores pero a
partir de entonces encontró en Ludwig
alguien que pagara sus cuentas. Más
aún, la afición de Ludwig por las obras
190
Pinceladas de la Historia II
de Wagner se combinaría con otra de sus pasiones: la de construir
castillos o palacios, en los cuales creó salones decorados
expresamente con motivos y personajes de las obras wagnerianas y
como escenarios para ellas.
Otra característica del extravagante comportamiento de Ludwig era
que vivía de noche y dormía de día. Se levantaba mucho después del
mediodía, tomaba su "desayuno" ya por la tarde y a partir de allí se
desarrollaban sus actividades. No era raro que saliera a largas
cabalgatas durante la noche y en invierno, disfrutaba salir a pasear en
un trineo tirado por caballos. Durante sus paseos, Ludwig gustaba de
hablar y tener contacto con el pueblo y se comportaba siempre
afectuoso, simpático y generoso, por lo que gozaba de mucha
popularidad entre sus súbditos que incluso se referían a él
afectuosamente como unser Kini en dialecto bávaro, lo que podría
traducirse como “nuestro reyecito”. Sus malos modos los guardaba
para sus funcionarios y sirvientes a quienes insultaba, escupía e
incluso mandaba azotar a menudo. Ni siquiera sus ministros se
libraban de esos malos tratos. Además, la falta de interés de Ludwig
llegaba al extremo de negarse a participar en ceremonias y funciones
oficiales en donde su presencia como rey era inexcusable. Sus
ministros y funcionarios tenían que esforzarse en localizarlo en el
campo, a la orilla de algún lago, en el bosque o en la cumbre de
alguna montaña para llevarle documentos que debía firmar. Se
negaba a ir a Munich y rehuía cualquier reunión social y más tarde le
dio por exigir que se hicieran representaciones exclusivas para él
(Separatvorstellungen) en los teatros de la corte. Durante más de diez
años se montaron óperas de Wagner, espectáculos de ballet y obras
de teatro, a las que sólo asistía el rey, con uno o dos invitados.
¿¡Cómo voy a dejar volar mi fantasía en el teatro cuando la gente
sólo está mirándome con sus anteojos para la ópera, pendientes de
cada uno de mis gestos!? ¡Yo quiero ver la función, no ser un
espectáculo para los demás!
A pesar de que había pocas dudas sobre la homosexualidad de
Ludwig, el reino exigía que el rey se casara y tuviera un heredero,
máxime cuando el hermano menor de Ludwig, Otto, había sido
191
Roberto Gómez-Portugal M.
declarado mentalmente incompetente. Cediendo a las presiones, el
rey se comprometió a desposar a la duquesa Sofía Carlota de
Baviera, hermana menor de su adorada prima Elisabeth. Ludwig y
Sofía se conocían desde niños y a todos pareció que hacían una
pareja perfecta. El compromiso se hizo público en enero de 1867 y se
fijó la fecha de la boda. Incluso se
tramitó la requerida dispensa papal
pues los futuros contrayentes estaban
emparentados, ya que la madre de
Sofía, la duquesa Ludowika, era media
hermana del abuelo de Ludwig. Los
preparativos estaban en marcha y todo
parecía miel sobre hojuelas; Ludwig
llamaba románticamente Elsa a su
novia y él firmaba sus misivas como
Heinrich, tomando prestados esos
nombres de la mítica historia de
Lohengrin.
Pero Ludwig pospuso varias veces la fecha fijada para la boda,
hasta que el 7 de octubre anunció que el compromiso quedaba
cancelado. Poco importó que ya se hubieran hecho retratos y pinturas
de Sofía como reina y que estuviera listo el lujoso carruaje nupcial que
había costado una suma inmensa de dinero. El escándalo fue
mayúsculo, no sólo entre la familia de Sofía sino entre toda la nobleza
germana. Hasta Elisabeth, que adoraba a Ludwig, censuró su
comportamiento y dijo alegrarse de que su hermana no terminara
casándose con un hombre que actuaba de tal manera. Recuperada
del trauma y del escándalo, Sofía se casó poco después con
Fernando, duque de Alençon. Ludwig no se casaría nunca; antes al
contrario, sus relaciones con hombres se hicieron más evidentes.
Estrechas amistades que podrían considerarse amoríos tuvo con el
maestro de equitación Richard Hornig, con el actor húngaro Josef
Kainz y con un joven cortesano llamado Alfons Weber. Sin embargo,
Ludwig vivía atormentado por el remordimiento, pues su catolicismo le
dictaba que la homosexualidad era un pecado y las anotaciones que
aparecen en su diario atestiguan su lucha contra su inclinación sexual.
192
Pinceladas de la Historia II
A partir de 1866 las presiones políticas entre los Estados
germánicos se hicieron muy intensas. Baviera alineaba sus simpatías
con Austria pero terminó perdiendo ante Prusia y tuvo que firmar un
tratado con ésta que la arrastraría a participar en la guerra contra
Francia. Aunque Baviera quedó nominalmente del lado ganador, era
Prusia quien dominaba la escena y Bismarck obligó a los Estados
germánicos a unirse, para formar lo que sería el Imperio Alemán, a la
cabeza del cual quedaría el rey de Prusia, Guillermo I, que, por cierto,
era tío de Ludwig. Como Ludwig tenía problemas crónicos de dinero,
se dejó convencer por Bismarck, a cambio de una bonita suma, para
escribir a su tío el rey de Prusia una carta apoyando la creación del
Imperio Alemán y proponiéndolo a él, Guillermo I, como emperador. El
habilidoso canciller prusiano, Otto von Bismarck, acabó redactando
las bases de lo que sería el Imperio Alemán como mejor le convenía a
Prusia y Baviera dejó de ser un reino independiente para convertirse
en sólo un estado más del Imperio Alemán. Ludwig intentó protestar
negándose a asistir a la ceremonia en Versalles en donde Guillermo I
quedaría investido como emperador, pero de poco le sirvió. Logró, sin
embargo que Baviera conservase su título de "reino" dentro del
Imperio Alemán y algunos otros privilegios (Reservatrechte) como el
de tener su propio ejército, que sólo en caso de guerra quedaría bajo
el mando prusiano. Bismarck doblegó la voluntad de Ludwig con
dinero, pagándole 300,000 marcos anuales, además de un pago
inicial de un millón de marcos.
El temperamento excéntrico de Ludwig encontró otra forma de
expresión en su afán de construir hermosos y exóticos palacios.
Cuando visitó el palacio de Versalles se enamoró literalmente de esa
espléndida joya de arquitectura, e igual se fascinó al visitar otros
castillos y palacios. Comentaba maravillado cómo los franceses
habían sabido glorificar su cultura mediante la arquitectura, la música
y el arte y lo pobre que era Baviera en esos aspectos. De tal manera
que emprendió la construcción de varios proyectos, como el castillo de
Neuschwanstein, en la cumbre de un montaña cerca de Füssen, no
lejos de Hohenschwangau, donde Ludwig había pasado su infancia.
Aunque para denominarlo se usó la palabra Schloss, que significa
castillo, se trata realmente de un palacio, una hermosísima mansión
de cuento de hadas, con altos torreones desde donde se dominan las
193
Roberto Gómez-Portugal M.
cumbres alpinas y cuyas líneas, delicadas y etéreas, lo hacen parecer
una mansión entre las nubes. El costo de construirlo, decorarlo y
equiparlo también fue algo que se elevó a las alturas.
El maravilloso castillo de Neuschwanstein (la nueva roca del
cisne) costó a Ludwig la fabulosa suma de 6,180,047 marcos y
contribuyó a llevar al rey a la ruina, pero hoy es uno de los sitios
turísticos más visitados de Baviera y de Alemania entera. La
inversión ciertamente valió la pena.
Poco después emprendió la construcción de Linderhof, en el pueblo
de Ettal, otra joya arquitectónica en la que gran parte del costo se fue
en construir la Gruta de Venus, una cueva con estanques, luces y
figuras que verdaderamente transportan a quien la contempla al reino
de las hadas. De hecho, Ludwig la concibió como escenario para el
primer acto de la ópera Tannhäuser, de Wagner, y la equipó con alta
tecnología para su época, pues se instalaron 24 dínamos o
generadores, que permitían la iluminación eléctrica y en colores
cambiantes.
194
Pinceladas de la Historia II
Aprovechando un coto de caza de su padre, Maximiliano II de Baviera,
Ludwig construyó el palacio de Linderhof, otra de las joyas arquitectónicas
que dejó para la posteridad. El palacio, en estilo rococó, tiene espléndidos
jardines y una cascada que termina en una fuente dedicada al dios Neptuno,
además de la célebre gruta de Venus.
Construir la extraordinaria Gruta de Venus significó un gasto enorme, pero al
rey le gustaba navegar en su pequeño estanque interior, iluminado con luz
eléctrica.
195
Roberto Gómez-Portugal M.
Tiempo más tarde, decidió construir una réplica del palacio de
Versalles, algo que sirviera para evocar su admiración por Luis XIV de
Francia, el Rey Sol. Para
ello
escogió
la
Herreninseln, una isla en
el lago Chiemsee, en el
sureste de Baviera, muy
cerca ya de la frontera
con Austria. Sólo se
alcanzó a construir la
parte
central
del
proyecto, pues a Ludwig
se le acabó el dinero y
algunas
salas
ya
construidas se quedaron
sin poder ser decoradas. Aún así, el palacio de Herrenchiemsee
posee una Galería de los Espejos que reproduce rigurosamente la
que existe en Versalles hasta en el último detalle, con la excepción
que es un par de metros más larga.
El palacio que Ludwig construyó en Herreninseln, intentó replicar
Versalles, como homenaje a su adorado Luis XIV de Francia. Todos
los temas de decoración evocan no a Ludwig ni a Baviera, sino al Rey
Sol y a Francia.
Los
16,579,674
marcos gastados
en su construcción
no alcanzaron para
terminarlo.
Ludwig
tenía
otros
proyectos
que se quedaron
sólo en planos y
bocetos, como el
castillo
que
pensaba construir
en Falkenstein, en
196
La Galería de los Espejos en Herrenchiemsee es
igualmente majestuosa que su original en Versalles.
Pinceladas de la Historia II
el valle del Allgäu y al que dedicó muchísimas horas trabajando con
su arquitecto Christian Jank. Los bocetos y las anotaciones del rey
indican que planeaba evocar en él la hermosa fachada del
ayuntamiento de la ciudad de Lieja, en Bélgica. También pensaba
construir un palacio de estilo bizantino en Graswangtal y un palacio de
verano de estilo chino cerca del lago Plansee.
Para 1885 Ludwig se había gastado millonadas en sus palacios, en
su excéntrica forma de vivir y tenía deudas de más de 14 millones de
marcos. Aunque financiaba sus proyectos con su propio dinero y no
con recursos del Estado, eso no evitó que Baviera tuviera grandes
problemas, pues el rey no se ocupaba de gobernar. Peor aún, actuaba
de manera cada vez más extraña. Como no había quedado nada feliz
con el tratado que se vio obligado a firmar para el nacimiento del
Imperio Alemán y como sentía que había sido engañado por
Bismarck, empezó a forjar planes aviesos. Planeó la creación de una
policía secreta llamada die Koalition que le rendiría cuentas
directamente y sólo a él. Como para Ludwig Prusia era “el enemigo”
urdió un plan para secuestrar al príncipe heredero Federico Guillermo
y tenerlo como prisionero. Por fortuna, como Ludwig no brillaba por su
talento para organizar ni para ejecutar sus ideas, la famosa Koalition
no pasó de ser un tigre de papel. Como Baviera ya no era un reino
verdaderamente independiente, también concibió la idea de canjear
su reino por otro, donde él pudiera gobernar como monarca
verdaderamente absoluto. Entre los probables, pensaba en las Islas
Canarias, o la isla de Chipre, que pertenecía a Grecia. Incluso
hablaba de comprar el Principado de Mónaco o alguna región de
Afganistán. Obviamente, nunca llegaron a hacerse gestiones oficiales.
Como necesitaba dinero en grandes sumas, ordenó a sus servidores
que gestionaran créditos ante los gobiernos de Austria, Suecia e
incluso Persia y el Imperio Otomano. Todos declinaron
diplomáticamente, como ya lo habían hecho todos los banqueros de
Europa. Entonces, pensó en usar a su servicio secreto para organizar
robos a los bancos de París y de Frankfurt para conseguir el dinero
que le negaban. Naturalmente, no pasó nada.
197
Roberto Gómez-Portugal M.
El rey se había vuelto insoportable. Comía desaforadamente y de
ser un hombre alto y esbelto, pasó a estar bastante gordo. Trataba
peor que nunca a sus servidores,
los escupía y a algunos llegó
hasta a morderlos. Amenazó con
despedir a todo su gabinete de
ministros y sustituirlos con
servidores más fieles. Pero sus
ministros
decidieron
actuar
antes, por lo que se inició un
proceso para declararlo loco e
incapaz de gobernar. Los
ministros pidieron al tío del rey,
el príncipe Luitpold, que aceptara
ocupar el puesto de Ludwig 4.
Luitpold estuvo de acuerdo,
Yo mismo tomé esta foto del retrato
siempre
y
cuando
se
que Ludwig guardaba entre sus
determinara que en efecto el rey
efectos personales. Se trata de su
estaba loco y sin capacidad de
adorada prima Elisabeth de Baviera
recuperación. Entre enero y
que, al casarse con el Emperador
marzo de 1886, los ministros
Francisco José, se convirtió en
emperatriz de Austria y fue conocida
coludidos integraron un reporte
como Sissy. Ludwig mantuvo siempre
médico (Ärtzliches Gutachten) en
con ella una afectuosa amistad y un
donde
se
afirmaba
la
intenso intercambio de cartas.
incapacidad de Ludwig para
gobernar. El artífice de este
reporte médico fue el conde von Holnstein, quien se dedicó a reunir
entre los sirvientes una lista de relatos, quejas y chismes sobre las
actividades y el comportamiento del rey. Se hizo una larga relación de
su enfermizo rechazo a todo contacto social, de su negativa a
encargarse de los asuntos de gobierno, de su permanente estado de
ensoñación, de su manía de cenar al aire libre, a media noche y en
pleno invierno, además de su trato violento y abusivo. Una vez
integrado el informe, lo hicieron llegar a Otto von Bismarck, quien
como Canciller del Imperio Alemán era una autoridad a tomar en
4
No se podía nombrar rey a Luitpold pues el heredero legítimo era Otto, hermano menor
de Ludwig. Pero Otto estaba impedido para ejercer sus funciones pues sufría de
paranoia. Por eso, se nombraría a Luitpold Prinzregent, o Príncipe Regente.
198
Pinceladas de la Historia II
cuenta. Bismarck dudó de la veracidad del informe y comentó que
seguramente eran sólo chismes. Incluso sugirió, aunque con poco
interés, que tal vez el asunto debía presentarse ante el parlamento de
Baviera, pero no hizo nada por detener a los que buscaban derrocar a
Ludwig. Los conspiradores lograron que cuatro médicos psiquiatras
firmaran el reporte médico. El más importante entre ellos era el Dr.
Bernhard von Gudden, director del manicomio de Munich. Los otros
fueron el Dr. von Grashey, quien era yerno de von Gudden, el Dr.
Hagen y el Dr. Max Hubrich. Afirmaban que el rey padecía de
paranoia y que por ello estaba incapacitado para gobernar y que,
además, no se recuperaría nunca. Hay que señalar que de los cuatro
médicos, ninguno lo había sometido nunca a un examen o análisis
profesional. Tres de ellos ni siquiera lo conocían en persona, sólo von
Gudden le fue presentado al rey una vez y de eso habían transcurrido
ya doce años. La opinión del médico personal de Ludwig, el Dr. Max
Joseph Schleiss von Löwenfeld no fue tomada en cuenta.
Con el documento firmado por los cuatro médicos, el conde von
Holnstein y el doctor von Gudden se presentaron en Neuschwanstein
a la cabeza de una comisión oficial para presentar el documento y
apresar al rey el 10 de junio de 1886. El cochero del rey, Fritz
Osterholzer, se enteró de que la comisión venía en camino y puso a
Ludwig sobre aviso. El rey llamó a la policía local para que vinieran a
protegerlo y cuando llegó la comisión, la policía los recibió a punta de
pistola. Se armó un cierto alboroto, y el rey ordenó arrestar a los
comisionados, pero después de varias horas los liberó. Ese mismo
día, el gobierno de Baviera proclamó al tío Luitpold como Príncipe
Regente. Los cercanos al rey le aconsejaron que se presentara en
Munich y que buscara el apoyo del pueblo pero Ludwig los desoyó.
Prefirió redactar un texto corto que habría de publicarse al día
siguiente, 11 de junio, en un periódico de Bamberg, apelando
vagamente a “todo bávaro leal a oponerse a los traidores propósitos
en contra del rey y de la Patria”. El gobierno confiscó casi todos los
ejemplares del periódico y el manifiesto del rey no llegó a verlo casi
nadie. Incluso ahora lo publicado en el periódico de Bamberg es un
documento poco conocido. Ante la inacción de Ludwig, sus pocos
seguidores, que se habían reunido a las puertas de Neuschwanstein,
se dispersaron y la policía local que lo había protegido fue cambiada
199
Roberto Gómez-Portugal M.
por un destacamento enviado por el gobierno, que bloqueó todas las
puertas del castillo. En la madrugada del 12 de junio llegó una
segunda comisión y esta vez el rey fue detenido y llevado a un
carruaje que lo esperaba.
Ludwig se encaró con el Dr von Gudden y le preguntó:
¿Cómo puede Ud declararme loco si nunca me ha reconocido ni
examinado?
No hace falta –le respondió von Gudden. -La evidencia documental
es enorme y bien fundamentada. ¡Es abrumadora!
El carruaje condujo a Ludwig al castillo de Berg, a las orillas del
lago Starnberg, que entonces era conocido como Würmsee. Al día
siguiente el depuesto rey fue llevado no a misa, como hubiera sido
normal en la católica Baviera por ser domingo de Pentecostés, sino a
dar un paseo en un parque junto al lago, acompañado por von
Gudden y dos sirvientes. Más tarde, cerca de las seis de la tarde,
Ludwig quiso dar un segundo paseo con von Gudden, pero esta vez
salieron sin acompañantes. Se
esperaba verlos regresar cerca
de las ocho para la cena, pero
como pasó el tiempo sin que
volvieran, se organizó una
partida
de
búsqueda
con
antorchas y linternas, bajo una
intensa lluvia. Finalmente un
barquero llamado Jakob Lidl,
acompañado por el médico
asistente Müller y el empleado
del castillo Huber, encontraron
los cadáveres del rey y del doctor
en aguas muy poco profundas y
cerca de la orilla. El cuerpo del
doctor von Gudden mostraba
golpes en la cabeza y huellas de
estrangulamiento en torno al
200
Pinceladas de la Historia II
cuello, por lo que algunos opinaron que Ludwig lo había estrangulado,
o que tal vez el médico había luchado con él, tratando de impedir que
el rey se arrojara al agua. En cuanto a la muerte del rey, la versión
oficial fue de suicidio por ahogamiento aunque la autopsia evidenció
que no había agua en sus pulmones. Esa fue la versión que se
sostuvo durante décadas, aunque nadie quedaba convencido.
El cadáver del depuesto rey fue velado con toda la pompa
correspondiente a su rango en la Residenz, es decir, el palacio real,
de Munich, vestido con el uniforme y las insignias de Gran Maestre de
la Orden de San Hubertus. Sus manos, desnudas de guantes,
descansaba la izquierda sobre su espada, mientras que la derecha
sostenía sobre el pecho un ramillete de blancos jazmines que
personalmente recogió y preparó para él su adorada prima Elisabeth,
emperatriz de Austria. El ataúd de caoba fue colocado dentro de otro
sarcófago de zinc, que fue sellado herméticamente antes de ser
depositado en la cripta de la Iglesia de San Miguel, en el centro de
Munich. Sin embargo, siguiendo una extraña tradición, el corazón del
rey se depositó en una urna de plata que fue llevada a la
Gnadenkapelle, es decir, la Capilla de la Misericordia en Altötting, y
allí fue colocada junto a las urnas que contienen los respectivos
corazones de su padre y de su abuelo.
Muchos años después, se dieron a conocer anotaciones del
barquero Lidl que fueron encontradas en su casa después de su
muerte. En esos apuntes, Lidl afirma que él estaba esperando al rey,
oculto con su barca entre los arbustos, para llevarlo a través del lago
hasta donde sus leales lo esperaban para ayudarlo a escapar. Según
las notas de Lidl, cuando el rey ponía un pie dentro de la barca para
subir a ella, sonó un disparo y Ludwig se desplomó sobre el barquito y
después cayó al agua. Lidl añade que, tras la muerte del rey, hubo
gente que le hizo jurar que nunca divulgaría ciertas cosas, ni a su
mujer, ni al sacerdote en confesión, ni a nadie y que a cambio, ni a él
ni a su familia les faltaría jamás nada. Lidl guardó silencio hasta su
muerte ocurrida en 1933, pero sus anotaciones hablaron por él. La
autopsia practicada sobre el cadáver de Ludwig no reporta ninguna
herida de bala, pero eso no es de extrañar si en efecto hubo una
conspiración orquestada por gente del gobierno. Por otra parte, la
201
Roberto Gómez-Portugal M.
condesa Josefine von Wrba-Kaunitz, parienta lejana del difunto rey,
sorprendió un día a sus invitados a tomar el té, cuando sacó un viejo
abrigo gris con un hoyo de bala en la espalda y les aseguró que era el
que llevaba el rey Ludwig II cuando fue encontrado su cadáver en las
aguas del lago Starnberg.
Oktberfest
La Oktoberfest que
se celebra en Munich
en los meses de
septiembre y octubre
es la fiesta popular
más
grande
de
Alemania, con más
de seis millones de
visitantes cada año y
es también una de las más antiguas. Su origen fue el festejo que se organizó en
1810 para celebrar la boda del entonces príncipe Ludwig, que después sería
Ludwig I de Baviera, con las princesa Teresa de Saxe-Hildburghausen, amables
contrayentes que invitaron al pueblo de Munich a participar en la celebración. La
fiesta fue un gran éxito y los muniquenses decidieron repetirla al año siguiente, y
así cada año. Hoy la Oktoberfest ha cumplido más de doscientos años de
celebrarse, excepto durante los años de guerra y de condiciones
verdaderamente excepcionales. La Oktoberfest es, en realidad, la fiesta de la
cerveza, que es la bebida tradicional y
representativa de Baviera. Los tarros de cerveza
que se consumen durante los 16 ó 18 días que
dura la celebración se cuentan en millones y el
record se alcanzó en 2011 con 7.5 millones de
litros. Se consumen también enormes cantidades
de pollos rostizados, de pinchos de macarela
ahumada, pero sobre todo de salchichas de todo
tipo. Hay desfiles de hermosos caballos
percherones que tiran de los carros usados
antiguamente para transportar los barriles de
cerveza, hay juegos de feria, música, bailes,
concursos, pero sobre todo, cerveza. ¡Y no
cualquier cerveza! La
que se sirve allí debe
haber sido producida de acuerdo con la
Reinheitsgebot, la ley de pureza de la cerveza que
data de 1516 y ¡claro! haber sido producida dentro de
los límites de la ciudad de Munich. La gente se
enorgullece de vestirse ese día con Trachten, la ropa
202
Pinceladas de la Historia II
típica y tradicional de Baviera, que puede constar de Lederhosen, los
pantalones cortos de cuero que llevan los hombres o los coloridos Dirndl que
visten las mujeres. También existen versiones más elegantes que no dejan de
ser tradicionales. Lo curioso es que el recuerdo de Ludwig I, el príncipe cuya
fiesta de bodas dio origen a la Oktoberfest, parece haber quedado olvidado,
pues los carteles que se ven por todas partes no reproducen su imagen, sino la
de su nieto, Ludwig II. Ese apasionado rey, constructor de palacios, el que
despilfarró dinero hasta la bancarrota, ese excéntrico a quien unos recuerdan
como loco y a quien otros llaman Märchenkönig, o rey de cuento de hadas; ése
sigue siendo el rey más querido y más cercano al corazón de los bávaros.
Para saber más:
• Der tragische König -Erika Brunner
• Ludwig II -Oliver Hilmes
• Die letzten Wittelsbacher -Herbert Eulenberg
• Der Sarkophag -Peter Glowasz
• Ludwig II King of Bavaria: Myth and Truth -Wolfgang Till
203
Roberto Gómez-Portugal M.
El final
La ilusión con que Maximilano y Carlota llegaron a México en mayo
de 1864 se había ido desgastando y enturbiando, al igual que el
apoyo de los conservadores que habían ido a invitarlo y a convencerlo
de emprender la loca aventura de convertirse en emperador de un
país que ni siquiera conocía. De igual manera, el emperador de
Francia Napoleón III, quien había sido la fuerza inspiradora de toda
esta idea de instalar a un monarca europeo controlado por Francia en
México, se fue dando cuenta del berenjenal en que se había metido.
México no era Argelia ni Indochina y nadie hubiera esperado que
Juárez, ese indio oaxaqueño que se creía presidente fuera tan
persistente y difícil de vencer. Maximiliano resultó demasiado “liberal”
para los conservadores y la iglesia, pues se negó a revocar la libertad
de cultos y a devolverles los bienes que las Leyes de Reforma les
habían expropiado. Francia tampoco veía que Maximiliano tuviera los
intereses franceses entre sus prioridades; más bien se preocupaba
por mejorar las condiciones de vida de los mexicanos pobres,
reduciendo las horas de la jornada laboral y regulando el trabajo de
los niños. Los conservadores le fueron quitando su apoyo y Napoleón
ordenó el retiro de sus tropas en México, aún faltando a los
compromisos adquiridos. Para colmo, los Estados Unidos habían
salido de su Guerra de Secesión y se dieron cuenta de que la
intromisión de Francia en México no podía traerles nada bueno, así
que se decidieron por fin a dar a Juárez el apoyo que desde años
atrás les venía pidiendo. Era ya 1867 y Maximiliano se había quedado
solo. Ante esta situación, los consejeros del emperador le
recomendaban abdicar y regresar a Europa. Incluso el comandante
militar de las fuerzas francesas, general Aquiles Bazaine, cuando ya
se iba le ofreció una vez más al emperador que se embarcara y dejara
México bajo la protección del ejército francés. Maximiliano se negó.
El ejército imperial mexicano ya sólo controlaba las ciudades de
México, Puebla, Veracruz y Querétaro. Las fuerzas liberales de
Juárez, que en su peor momento había tenido que refugiarse en el
último rincón del territorio nacional, en Paso del Norte, Chihuahua,
poco a poco habían ido reconquistando el terreno perdido. Porfirio
Díaz avanzaba hacia Puebla mientras que los jefes juaristas
204
Pinceladas de la Historia II
Escobedo, Corona y Riva Palacio, marchaban sobre Querétaro, donde
se concentraban la mayor parte de las tropas aún fieles a Maximiliano,
muy inferiores en número a los ejércitos juaristas, si bien mejor
capacitadas para combatir que las de Juárez, integradas en gran parte
por indígenas y campesinos sin entrenamiento ni experiencia. Los
generales leales al imperio -Miramón, Mejía, Márquez y otros- se
sentían muy superiores al enemigo a la hora de enfrentarse en el
campo de batalla.
Maximiliano decidió abandonar la ciudad de México y trasladarse a
Querétaro, para supervisar e incluso dirigir personalmente las
operaciones militares. El trayecto lo emprendió acompañado del
general Márquez, quien comandaba la columna que protegería al
emperador y al llegar a Querétaro se instalaron en el Convento de la
Cruz, una especie de ciudadela con casas de maciza construcción,
desde donde se dominaba buena parte de la ciudad. Querétaro era
una plaza difícil de defender para un ejército reducido en número,
pues es una población extensa y las colinas se hallan bastante
dispersas, pero los conservadores siempre la habían considerado
como uno de sus baluartes. El emperador fue recibido con gran
entusiasmo, no sólo por los generales y sus tropas, sino por la
población misma, que tenía cierta inclinación hacia los conservadores.
Además, la personalidad de Maximiliano, siempre digno, elegante,
amable y caballeroso, le granjeaba la simpatía de quienes se le
acercaban.
Sin embargo, militarmente la situación era muy desfavorable, no
sólo por la inferioridad numérica de las tropas sino por la discordia que
reinaba entre los generales del imperio. Miramón, que había sido
incluso presidente de la república bajo el régimen conservador, se
sentía en un nivel sólo inferior al del emperador y miraba con
desprecio a Mejía, un indio de la Sierra Gorda que, sin embargo,
poseía mucho más talento y experiencia militar que su colega.
Márquez, por su parte, era astuto, calculador, intrigante; un tipo
verdaderamente sin escrúpulos. Quizá el general Méndez era el más
sencillo y leal como soldado; un conservador convencido. Estaba
también, aunque con menor rango, el coronel López, un tipo con
aspecto de europeo, rostro agradable y finos modales quien, con
205
Roberto Gómez-Portugal M.
habilidad de trepador social, se había ganado la simpatía del
emperador desde hacía tiempo, e incluso la del adusto general
francés Bazaine.
Desde su llegada a Querétaro,
Maximiliano se había reservado
para él el mando supremo y nombró
a Márquez a la cabeza de su estado
mayor. A Miramón le dio el mando
de la infantería y la caballería la
asignó a Mejía, dejando a Méndez
al mando de las fuerzas de reserva.
El 24 de febrero se celebró un
consejo de guerra, que es lo que
suelen hacer los militares cuando el
jefe no está muy seguro de cómo
deben actuar, y Maximiliano no lo
estaba. Miramón aconsejaba un
ataque enérgico y decidido, en tanto
que Márquez proponía esperar y
concentrar las fuerzas imperiales
que estaban en otras plazas, para
después caer sobre el enemigo con
un golpe mortal. Encima, la
situación financiera era desastrosa,
pues el Ministerio de Finanzas del gobierno imperial apenas si les
había mandado dinero, porque no lo tenía.
Por su parte, los ejércitos de Escobedo y de Corona, que aún
estaban separados, se acercaban a Querétaro. Escobedo había sido
arriero, por lo que tenía un excelente conocimiento del territorio de
casi todo el país, aunque militarmente era considerado algo indeciso.
El general Corona, en cambio, tenía fama de militar enérgico y
decidido. Ambos había recibido órdenes de Juárez, desde San Luis
Potosí, de proceder con toda decisión y sin consideraciones contra las
fuerzas que aún le quedaban al pretendido emperador. La indecisión y
vacilaciones de Maximiliano y los suyos permitieron que las fuerzas
juaristas se reunieran en torno a Querétaro, rodeando la ciudad con
206
Pinceladas de la Historia II
unos 25 mil hombres. Estaban mal equipados, muchos vestían sólo el
típico calzón de manta, camisa y huaraches de los campesinos
mexicanos y estaban armados con machetes por lo que las tropas
sitiadoras sólo formaban una débil barrera que era fácil de romper en
muchos puntos. Por ello, para desanimar a los defensores a buscar
comunicación fuera del cerco, los juaristas adoptaron la implacable
norma de destrozarle el cráneo a culatazos a todo aquel que
agarraban queriendo pasar para ir a México u otros puntos y lo
colgaban de los pies del árbol más próximo, para escarmiento de
quienes lo vieran. El espectáculo intimidó ciertamente a la población e
incluso a los soldados imperiales.
El primer ataque que lanzó Escobedo no fue nada exitoso y costó
muchas bajas entre los juaristas, que se retiraron bastante
desmoralizados. Si Maximiliano hubiera aprovechado el momento
lanzando un contraataque tal vez hubiera logrado lo imposible.
Durante este enfrentamiento sobresalió la valentía de un aventurero
de origen prusiano que ostentaba el grado de coronel, el príncipe Felix
de Salm-Salm. Este hombre, que había luchado del lado de la Unión
en la Guerra de Secesión estadounidense, se había ganado la
confianza y simpatía del emperador y había logrado colarse al círculo
de sus íntimos. Era el único oficial europeo que acompañaba a
Maximiliano en Querétaro. En un nuevo consejo de guerra, Salm-Salm
propuso atacar de inmediato a los juaristas, pero su opinión fue
rechazada. En cambio, el emperador y sus generales decidieron
seguir esperando recursos y refuerzos que nunca llegarían, mientras
crecían las intrigas y disputas entre los jefes militares. Márquez
convenció al emperador de que alguien debía ir a México a exigir a los
ministros del gobierno que consiguieran recursos y enviaran refuerzos
a Querétaro y que ese alguien debía ser el propio Márquez y se puso
en marcha llevándose consigo a 1,200 elementos de caballería, que
mucha falta hacían a los sitiados en Querétaro.
Los días pasaban en la inacción y Maximiliano a veces se
ausentaba de las juntas “para no impedir la libertad de las decisiones”,
con lo cual literalmente puso su suerte en manos de los demás. En los
combates y escaramuzas que se producían, Maximiliano se hacía
presente en los puntos donde más fuerte era el fuego enemigo. En su
207
Roberto Gómez-Portugal M.
afán de mostrar valentía parecía estar buscando la muerte, pero
nunca fue alcanzado por las balas. Mientras los imperiales se
debilitaban y, deducidas las bajas, quedaban ya sólo siete mil
efectivos, los juaristas recibían refuerzos y sus filas llegaron a sumar
40 mil hombres. La mala alimentación, la enorme tensión y las
insalubres condiciones hicieron mella en la salud del emperador, que
cayó enfermo de fiebre y de disentería. Salm-Salm, convertido en su
compañero inseparable, buscaba infundirle ánimos e insistía en que
debía huir de Querétaro, a lo que Maximiliano se rehusaba
reiteradamente. En cambio, acompañado de Salm-Salm y del coronel
López, que también se había convertido en su sombra, el Habsburgo
se esforzaba en acercarse a hablar con los soldados, preguntándoles
si habían recibido su comida, si tenían parque, lo cual emocionaba a
muchos de ellos, poco acostumbrados a que sus comandantes se
interesaran directamente en lo que pasaba en las líneas de batalla.
Ya era el mes de abril y los refuerzos con que debería regresar el
general Márquez no llegaban, los víveres y las municiones se hacían
cada vez más escasos y las disputas entre los generales Miramón y
Méndez se hacían más agrias, acusándose mutuamente de traidores
e ineptos. Maximiliano decidió que enviaría a Salm-Salm a México a
presionar a Márquez y a volver con las tropas y la caballería, pero tras
varias tentativas fallidas de romper el cerco, Salm-Salm tuvo que
abandonar el plan de salir de Querétaro. Por su parte, Maximiliano
seguía abrigando la peregrina idea de que podría alcanzarse una
solución mediante negociaciones con Juárez y con los jefes liberales.
Márquez salió de México y dirigió sus fuerzas hacia Puebla, que
estaba siendo atacada por las tropas liberales comandadas por
Porfirio Díaz. Pero Díaz logró ocupar la ciudad antes de que llegara
Márquez y luego dirigió a sus hombres contra las fuerzas de éste, a
las que dispersó casi por completo. En la debandada, la mayor parte
de los soldados cambiaron su fidelidad para salvar la vida y se
sumaron a las tropas de Díaz, por lo que Márquez logró escapar
seguido sólo de algunos jinetes y llegar a México, donde ya todo
mundo consideraba perdida la causa del imperio.
En Europa ya se tenían noticias del sitio de Querétaro y crecía la
preocupación por la persona del emperador. Empezaron a hacerse
208
Pinceladas de la Historia II
gestiones y a ejercer presión sobre Juárez para que, al conquistar
Querétaro, la vida del emperador fuese respetada. El Secretario de
Estado estadounidense, William Seward le escribió pidiéndole que en
la victoria, tratase al emperador como las naciones civilizadas deben
hacerlo con un prisionero de guerra. Juárez contestó muy cortésmente
pero de manera evasiva y sin comprometerse a nada.
Por fin el 27 de abril Miramón decidió intentar un gran ataque para
romper el cerco de los sitiadores y tuvo un éxito sorprendente. Logró
quitarle a los liberales 21
cañones y les hizo muchas
bajas y muchos prisioneros.
Escobedo se vio en aprietos
para buscar refuerzos y
recomponerse, pero Miramón,
torpemente, no aprovechó el
desarreglo de los liberales
continuando el ataque y se
conformó
con
replegarse.
Salm-Salm seguía haciendo
planes para que Maximiliano
escapara, protegido por una
nutrida
escolta,
pero
el
emperador seguía diciendo
que su honor militar lo obligaba Escudo de Armas del Segundo Imperio
a mantenerse al lado de sus Mexicano (1864-1867). En el centro el
fuerzas leales e incluso águila mexicana de perfil devorando a
comenzó
a
redactar
un una serpiente sobre un nopal que nace
documento que lo justificase de una peña en el agua. Está rodeado
por la Orden del Águila Mexicana y
ante el juicio de la Historia. sostenido por dos grifos de la Casa de
Estaba cansado de la larga y Habsburgo. Por atrás le sostienen una
estéril lucha, tenía los nervios espada y un cetro coronado por una flor
destrozados y ansiaba que una de lis. Todo es culminado por una
bala piadosa pusiera fin a su Corona Imperial adornada con águilas al
estilo napoleónico y coronada por una
vida, por lo que se exponía al flor de lis. Debajo, el lema oficial del
fuego enemigo de manera imperio: "Equidad en la Justicia".
alocada y tonta. La situación
Autor: Ludovicus Ferdinandus.
era desesperada y en todo
209
Roberto Gómez-Portugal M.
Querétaro cundía el desánimo. Incluso los soldados y oficiales
franceses que quedaban en el ejército imperial intentaron ser
aceptados por el general Escobedo en sus filas, pero éste los rechazó
de manera tajante.
El coronel López alimentaba en Maximiliano la esperanza de llegar
a un arreglo con los juaristas y mantenía con el emperador
cuchicheos y conversaciones confidenciales. La noche del 15 de
mayo, López acudió al cuartel general de Escobedo a negociar con él.
Se dice que Escobedo mezcló amenazas y promesas para lograr que
López traicionara a su emperador, haciéndole creer que si López
entregaba el Convento de la Cruz y se pasaba al bando liberal,
Escobedo dejaría escapar a Maximiliano. López estuvo conforme y en
el Convento de la Cruz hizo que los centinelas se alejaran de sus
puestos y que algunos cañones fueran movidos de sus
emplazamientos. A las tres de la madrugada, Escobedo dio la orden
de atacar el convento y la ciudad y conquistó su objetivo por sorpresa
y con el mínimo esfuerzo. Poco más tarde, el propio López entró
bruscamente a la habitación de Salm-Salm, gritando que el enemigo
estaba dentro de los muros del convento. Igual aviso recibió don José
Blasio, secretario del emperador quien fue a despertar a Maximiliano.
Éste había pasado muy mala noche, con un fuerte cólico que su
médico, el doctor Basch, le había atendido lo mejor posible. El
emperador se levantó confuso y pálido y se vistió. Salm-Salm lo
alcanzó cuando bajaba la escalera y trató de esconderlo, pero unos
soldados juaristas les cerraron el paso. Apareció de pronto el coronel
López junto con el coronel juarista Gallardo, quien apartó a los
soldados y dejó pasar al emperador. Era evidente que Gallardo
cumplía la promesa de Escobedo de dejar que Maximiliano se
escabullera, pero éste, lejos de hacerlo, preguntaba por Miramón y
por Mejía, para decirles que reunieran a sus tropas y huyeran. En el
momento de mayor peligro, Maximiliano se negaba a esconderse y
huyó hacia el Cerro de las Campanas, donde se reunió con Mejía.
Miramón había sido herido y se refugió en una casa cercana. Allí
estuvieron un tiempo, mientras en la ciudad comenzaban a sonar las
campanas, señalando la victoria de los juaristas. Maximiliano todavía
preguntó a Mejía si ya no había salida y ante la respuesta de su leal
general, mandó izar una bandera blanca y envió un emisario a decir a
210
Pinceladas de la Historia II
Escobedo que se rendía. Al cabo de un rato se acercó el general
Echegaray y le dijo “Vuestra Majestad es mi prisionero”. Cuando
estuvo frente al general Escobedo, se quitó el sable de la cintura y lo
entregó al juarista quien, durante unos segundos parecía no saber
qué hacer con el arma. Entraron luego a una tienda de campaña y
Maximiliano le dijo a Escobedo que sólo deseaba abandonar el país y
que lo llevaran a cualquier puerto. Pedía también que se tratara bien a
su gente, pues habían sido leales y valientes. Escobedo se limitó a
decir que transmitiría sus deseos al gobierno liberal. Ordenó entonces
al general Riva Palacio que llevara a Maximiliano al Convento de La
Cruz, cosa que el general hizo con todo tacto y caballerosidad.
Querétaro había caído tras 71 días de sitio y el emperador y sus
principales hombres se hallaban prisioneros. Por si las dudas,
Escobedo hizo circular la voz de que todos los oficiales imperiales se
entregasen dentro de las siguientes 24 horas o de lo contrario serían
fusilados en el momento y lugar en que se les detuviera. Tal fue el
caso del general Méndez, quien se ocultó y al ser descubierto días
después, fue fusilado sin más trámite.
Procedente de San Luis llegó a Querétaro Agnes –llamémosla
Inés- de Salm-Salm, la esposa del edecán de Maximiliano. Esta
valiente y decidida mujer lograba colarse en todas partes y consiguió
que Escobedo le dejara ver a su esposo e incluso al emperador. La
verdad es que en esos primeros días de cautiverio, el ex-emperador
era tratado con mucha consideración y deferencia, pues Escobedo no
quería cometer ningún error en el manejo de su augusto prisionero
sino dejarle a Juárez toda la responsabilidad sobre el destino de
Maximiliano. No obstante, Escobedo se entrevistó un par de veces
con él y en esas conversaciones Maximiliano le rogó reiteradamente
que lo dejara abandonar el país con todos sus oficiales y soldados
europeos, a cambio de lo cual él se comprometía a abdicar y prometía
solemnemente no mezclarse nunca más en los asuntos de México.
Escobedo fue muy reservado y se limitó a decir que trasmitiría esta
información al presidente Juárez y así lo hizo. En respuesta, Juárez
ordenó que la vigilancia sobre el ex-emperador y los otros prisioneros
fuera mucho más estricta, por lo que se les trasladó al Convento de
Las Capuchinas donde las condiciones y el trato se hicieron mucho
más severos. Miramón y Mejía ocuparon celdas adyacentes e iguales
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Roberto Gómez-Portugal M.
a la de Maximiliano, amuebladas austeramente con un catre, un
crucifijo, una mesa y dos candelabros. Además, Juárez ordenaba que
se abriera un proceso de guerra sumario para juzgar al ex-monarca y
a los generales Mejía y Miramón. El coronel López era el único oficial
imperial que no había sido detenido y se movía con libertad por todas
partes, por lo que solicitó una entrevista con Maximiliano. El
emperador se negó a recibirlo. No quería volver a ver a aquel traidor,
a quien había distinguido inusualmente haciéndolo su “compadre”,
pues el Habsburgo era padrino de bautizo del hijo de López.
Maximiliano escribió a Juárez un telegrama, pidiendo al presidente
una entrevista personal así como tiempo para traer de México a quien
le defendiera en el proceso. Juárez le concedió el plazo pero se negó
a la entrevista. El ex-emperador eligió al embajador de Prusia, barón
de Magnus, y al barón de Lago, un noble austríaco, como sus
defensores y les rogó vinieran de México a Querétaro, a donde
llegaron el 3 de junio. Conscientes de que el proceso sólo podía
desembocar en una sentencia de muerte, los dos barones fueron a
San Luis a ver a Juárez para rogarle clemencia. Todo fue en vano,
pero mientras tanto, la princesa de Salm-Salm se esforzaba por salvar
al emperador organizando una fuga, para lo cual era necesario
sobornar a los coroneles Villanueva y Palacios, encargados de la
vigilancia del emperador. Como ni siquiera tenían dinero que ofrecer,
al coronel Villanueva le prometieron un pago mediante una letra de
cambio firmada por el emperador y avalada por el barón de Lago.
Faltaba convencer a Palacios. Inés de Salm-Salm le pidió que la
acompañara a su casa y allí quiso inducirlo en el complot,
prometiéndole el pago de cien mil pesos. Como el coronel era
evasivo, Inés le pregunto “¿Qué? ¿no le basta esta cantidad, coronel?
Entonces, ¡aquí estoy yo!” y comenzó a desnudarse. El coronel
Palacio, presa de la mayor turbación se fue hacia la puerta, que la
princesa había cerrado con llave, por lo que el coronel le exigió abrirla,
diciéndole que si no lo hacía, saltaría por la ventana. La princesa
buscó calmarlo y le rogó que no dijera nada sobre el complot. El
coronel se marchó sin dar respuesta ninguna. Por su parte, el barón
de Lago seguía intentando negociar la fuga, aunque se estaba dando
cuenta de que el proceder incierto de los coroneles mexicanos
212
Pinceladas de la Historia II
indicaba que no habría arreglo y probablemente les estaban tendiendo
una trampa.
Se fijó para el 12 de junio el comienzo del juicio contra Maximiliano,
Miramón y Mejía a efectuarse en el teatro municipal. Cuando lo supo
el ex-emperador, se negó rotundamente a subir a un escenario y
protagonizar un espectáculo teatral con público sentado en las
butacas y dijo que sólo a rastras lo subirían allí. Dado el débil estado
de salud de Maximiliano y la enérgica negativa, se decidió que él no
asistiera, pero que los dos generales serían forzados a estar
presentes. El jurado quedó integrado por seis jóvenes capitanes y un
teniente coronel como presidente. El
abogado defensor del ex-emperador
sería el general Martínez de la Torre.
Eran trece las acusaciones contra el
Habsburgo, entre ellas el haber
atentado contra la paz, la libertad y la
independencia de México, de haber
usurpado la soberanía y de haber
dispuesto con violencia de la vida, los
derechos y los intereses de los
mexicanos, de haber alargado la
guerra civil tras la partida de los
franceses y de haber ocasionado
enormes desgracias para el país.
Maximiliano
ofreció
escasas
Elizabeth
Winona
respuestas a los interrogatorios, Agnes
Leclerc
había
nacido
en
aduciendo que se trataba de
Vermont, Estados Unidos y era
cuestiones políticas y que el tribunal hija del general Leclerc, del
no era competente para juzgarlo. Es ejército estadounidense. Poco
claro que la muerte del ex-emperador se sabe de su niñez y juventud,
ya
estaba
decidida, sólo que fue artista de un circo
independientemente
del
proceso y actriz. En Washington
conoció a Félix de Salm-Salm,
judicial emprendido. En su momento, un prusiano de la pequeña
en el consejo de guerra, tres nobleza con quien se casó y
miembros votaron por la pena de pasó a ser conocida como
muerte y tres por el destierro Princesa de Salm-Salm.
perpetuo. El teniente coronel que
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Roberto Gómez-Portugal M.
presidía el jurado se pronunció por la pena de muerte, disolviendo el
empate.
Pero el juicio de Maximiliano se había convertido en un asunto de
la mayor importancia. El presidente Juárez estaba convencido de la
necesidad de dar al mundo un mensaje bien claro: que nadie podía
intervenir impunemente en los destinos de México. No obstante,
algunos opinaban que el mensaje podía trasmitirse sin quitar la vida al
ex-emperador, sino indultándolo y exiliándolo. Juárez temía, sobre
todo, la reprobación de sus compatriotas si se mostraba clemente.
Temía, además, que el terco emperador intentara reconquistar su
corona si se le dejaba con vida. No dejaba de ser un noble europeo
con gran capacidad de convocar apoyos. La lluvia de mensajes
presionando a Juárez arreciaba. El rey de Prusia se decía dispuesto a
garantizar, en unión de los demás Estados de Europa, la
independencia y libertad de México, añadiendo que conseguiría
también esa garantía de los Estados Unidos. Giuseppe Garibaldi,
héroe de la libertad en Europa y en América, felicitaba a la nación
mexicana en su lucha por la libertad y pedía el indulto de Maximiliano.
En San Luis, más de 200 mujeres de todas las clases sociales
rogaban clemencia a Juárez y Concha Lombardo, la esposa de
Miramón, se plantó a los pies del presidente, sollozando y
acompañada de sus dos hijitos. Juárez permaneció impasible. La
incansable Inés de Salm-Salm regresó a San Luis y logró ser recibida
por don Benito. Ella misma relata en su diario cómo se plantó a los
pies del oaxaqueño y con labios temblorosos, suplicó por la vida del
emperador. Juárez, conmovido, la obligó a levantarse y le dijo:
"Me causa verdadero dolor, señora, el verla así de rodillas; mas
aunque todos los reyes y todas las reinas estuviesen en vuestro lugar,
no podría perdonarle la vida. No soy yo quien se la quito; es el pueblo
y la ley que piden su muerte; si yo no hiciese la voluntad del pueblo,
entonces éste le quitaría la vida á él, y aún pediría la mía también”.
Don Benito, compasivo, dijo a la señora que la vida de su marido
no corría peligro pues, aunque preso, era reo de una causa menor.
Inés de Salm-Salm no cejaba en su intento por salvar a Maximiliano, y
ella misma nos lo cuenta así: "¡Oh! exclamé desesperada, si ha de
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Pinceladas de la Historia II
correr sangre, entonces tomad mi vida, la vida de una mujer inútil; y
perdonad la de un hombre que puede hacer aún mucho bien en otro
país.” Pero Juárez permanecía inmutable; la sentencia habría de
cumplirse.
Ya no había esperanza alguna y Maximiliano así lo entendía. A
pesar de su frágil salud, se dedicó con entereza a hacer sus últimos
preparativos: repartió algunos de los pocos objetos que aún le
quedaban y se puso a escribir varias cartas y a hacer sus últimas
disposiciones testamentarias, incluyendo instrucciones sobre el
embalsamamiento de su cadáver y sobre su transporte a Europa.
Pidió también que para la ejecución eligiesen buenos tiradores, que
evitasen darle en la cara, pero que hiciesen blanco de un modo
seguro y firme, “pues no está bien que un emperador se revuelque en
el suelo en las convulsiones de la muerte". La ejecución de la
sentencia estaba fijada para el 16 de junio a las tres de la tarde.
Las largas horas de ese día las pasó Maximiliano tranquilo,
compartiendo su encierro con sus compañeros de infortunio, los
generales Tomás Mejía y Miguel Miramón. En un determinado
momento, Miramón comentó que él estaba preso por no haberle
hecho caso a su esposa. Maximiliano, que estaba echado sobre un
camastro, se irguió y dijo: “Y yo, estoy preso por haberle hecho caso a
la mía”. Sonaron las tres en el reloj de la torre pero nadie vino a
buscar a los prisioneros. Nadie decía nada, pero la espera era
angustiosa. Sólo el frecuente acariciarse la barba, revelaba el
nerviosismo del ex-emperador. A eso de las cuatro abrió la puerta el
general Palacios, llevando en la mano un telegrama del gobierno de
San Luis. Por unos segundos brilló la esperanza de un indulto, pero se
trataba sólo de un aplazamiento por tres días, lo cual constituía en
realidad una tortura adicional, pues generaba toda clase de
especulaciones optimistas. El embajador de Prusia, barón de Magnus,
aprovechó el incidente para enviar a Juárez un telegrama rogando,
suplicando que ya no se ejecutara la sentencia y diciendo que su
soberano el rey de Prusia y todas las casas reales de Europa se lo
agradecerían. El propio Maximiliano escribió a Juárez pidiéndole el
indulto de los generales Miramón y Mejía y que fuera él el único
ajusticiado. Si el aplazamiento de la sentencia había sido la expresión
215
Roberto Gómez-Portugal M.
de la vacilación del indio oaxaqueño, su voluntad permaneció
inconmovible y ordenó a su ministro Lerdo contestar las cartas con su
negativa.
La emperatriz Carlota, quien desde
hacía tiempo estaba en Europa y había
ido recorriendo las cortes europeas y
hasta el Vaticano, buscando apoyo y
ayuda para Maximiliano, empezó a dar
muestras de inestabilidad mental ante
las reiteradas y frustrantes negativas
que recibía. Cuando visitó Roma ya su
locura era manifiesta, obsesionada con
que la querían envenenar, por lo que
bebía agua de las fuentes públicas y
llegó a meter los dedos en la taza de
chocolate del papa, diciendo que sólo
podía confiar en él. Finalmente fue
declarada loca y recluida primero en el
castillo de Miramar de donde había
salido con su marido hacia México y
después en el castillo de Bouchout, en
Bélgica, donde permanecería hasta su
muerte en 1927, sesenta años después
del fusilamiento de Maximiliano
216
La sentencia debía cumplirse
el 19 de junio de 1867, esta vez
por la mañana. Llegado el
momento, Maximiliano se dirigió
a los dos generales y les dijo
“¿Están
ustedes
listos,
señores?
Yo
ya
estoy
dispuesto” y los abrazó a
ambos.
Miramón
estaba
tranquilo, pero Mejía, abrumado
por el recuerdo de su joven
esposa que recién había tenido
un bebé, apenas podía tenerse
en pié. Los condenados fueron
llevados en carruaje al Cerro de
las Campanas, lugar previsto
para la ejecución. Los rodeaba
un grupo de soldados de
infantería y de caballería y
detrás iba el pelotón de
ejecución. Todos guardaban
silencio
pero
el
toque
desgarrador lo daba la esposa
de Mejía que, sollozando y con
el niño de pecho en brazos,
corría detrás del coche que
llevaba a su marido, mientras
los soldados buscaban, sin
demasiada
convicción,
impedírselo.
Cuando llegaron a lo alto de la
colina, las tropas se colocaron
formando tres lados de un
Pinceladas de la Historia II
cuadrado. El cuarto lo cerraba un muro de adobe y allí fueron
colocados los condenados. Maximiliano cedió su lugar de honor, al
centro, al general Miramón. De Mejía, que había tenido que ser
prácticamente arrastrado, se despidió con amables palabras. Después
dio una moneda de oro a cada uno de los soldados que dispararían
sobre él y les pidió que apuntaran bien. Eran tres grupos de ejecución,
armados con rifles Springfield de un solo tiro. Contra lo que se cree, el
pelotón no dispararía sobre los tres sentenciados, sino que cada
grupo de siete tiradores habría de fusilar a cada reo
consecutivamente. El ex-emperador sería el primero. Se secó el sudor
con un pañuelo y se lo dio, junto con el sombrero, a alguien que
estaba cerca. Entonces dijo en español y con voz clara "Voy a morir
por una causa justa, la de la
Independencia y la libertad de
México. Que mi sangre selle las
desgracias de mi nueva patria. ¡Viva
México!" El oficial al mando del
pelotón dio la señal y los soldados
dispararon. Maximiliano cayó al
suelo, estremeciéndose con vida
todavía. El oficial señaló con el sable
un punto sobre el pecho del caído y
un soldado de nombre Aureliano
Blanquet 5
se
adelantó
para
descargar un tiro de gracia,
poniendo fin a la vida del Habsburgo.
Después vino el turno de Miramón,
quien con entereza y fuerte voz
rechazó los cargos de traidor y dio
un viva a México y otro al
El cadáver de Maximiliano fue
embalsamado y colocado en
emperador. Después Mejía, que sólo
este ataúd para ser trasladado a
pudo articular con voz débil un "Viva
Austria, donde fue enterrado al
México, viva el emperador" antes de
año siguiente.
ser alcanzado por las balas.
5
Aureliano Blanquet, ya convertido en general, habría de formar parte del grupo de
militares traidores que, apoyando a Victoriano Huerta, propiciaron la caída del presidente
Francisco I. Madero en 1913. Fue Blanquet quien personalmente tomó prisionero a
Madero el 18 de febrero de ese año.
217
Roberto Gómez-Portugal M.
Ya sólo faltaba el desmantelamiento de todo los que había sido el
imperio.
Los
partidarios
de
Maximiliano
desaparecieron
convenientemente, especialmente el general Márquez quien supo
esconderse en seguridad, reapareciendo tiempo después en La
Habana, Cuba.
El cadáver del ex-emperador fue llevado a Austria por el Almirante
Wilhem von Tegetthoff en la fragata Novara, fondeada en el puerto de
Veracruz, la misma que en 1864, había traído de Europa a
Maximiliano y Carlota para dar comienzo a su loca aventura.
Para saber más:
• Apuntes del diario de la princesa Inés de Salm-Salm
• Maximiliano y Carlota -Egon Caesar Conte Corti
• Memorias manuscritas de Concepción Lombardo de Miramón -Colección del Centro de Estudios
de Historia de México.
• Carlota, la emperatriz que gobernó -F. Ibarra de Anda
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Pinceladas de la Historia II
La presente es una edición
privada realizada en impresión
digital por COPI-TECA
México, DF, 2014.
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