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la cultura en
MEXICO
en la cultura
26 de Marzo
i m re!
1987
Su emento
.,.NO.1303
MexlcoD.f.
2 HOMENAJES'
AL
FLACO.
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TAIBO 11 :
Stan laurel
en Parral
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De una vez y para siempre
Electricistas !
Una novela policiaca corta de
LA HISTORIA
. QUE
MANUEL VAZQUEZ
MONTALBAN:
"23 de Febrero"
'( En dos partes)
Emiliano Pérez Cruz:
NUNCA
EXISTIO
El cine según Televisa
Tirso Ríos Fitoquímico
..
ss
Con la historia que a continuación van a leer se
inicia la novela Cuatro manos, un proyecto conjunto de PIT Il y el novelista policiaco uruguayo
Daniel Chavarría. Publicamos sólo el primer capitulo, porque el segundo nos llevaría muy lejos
de Parral el día que mataron a Villa,.nosl1evaría
a una oscura oficina en Langley, Virginia, sede
de la CIA, donde funciona el "shit department".
¿Qué sigue después? Por ahora, conformémonos
con este homenaje al Flaco.
119 de julio de 1923, a las cinco y media
de la tarde, el hombre avanzó sobre el
puente internacional que separaba El Paso, Texas, de Ciudad Juárez, Chihuahua. Comenzaba a hacer calor. Unas carretas que transportaban alambre de púas hacia México habían
llenado el aire de tierra suelta. El aduanero mexicano, desde la garita, contempló superficialmente al hombre flaco, vestido de gris, con un bombín y una astrosa maleta negra, que avanzaba
hacia él. Luego volvió la vista hacia los papeles
que tenía enfrente.
.
El flaco desgarbado, caminando entre nubes
de algodón, llegó hasta el escritorio del aduanero
mexicano y depositó la maleta frente a él. El
aduanero, que había tenido una monumental
bronca con su mujer aquella mañana, no andaba
de humor, y alzó la vista para observar al gringo.
El rostro le resultaba conocido. ¿Alguien que pasaba la frontera con frecuencia? No, no era eso.
Cara pálida, orejas separadas, boca que pedía a
gritos una sonrisa que no salía, ojos pequeños. El
gringo flaco ni siquiera lo miró. El aduanero
abrió la maleta: ocho botellas de ginebra holandesa prolijamente acomodadas; nada más; ni calzoncillos, ni un vil par de calcetines. El pinche
gringo loco ese se iba a poner un buen pedo. ¿Por
qué no se lo ponía en su casa el muy culero? El
aduanero de repente descubrió en el gringo a un
colega en el mal de amores. Otro güey al que
traía pendejo su vieja, y sintió crecer dentro de él
una amplia y desbordante solidaridad. Cerró la
maleta y marcó en ella con tiza la señal de paso
libre.
El gringo, tomó la maleta y entró en México
sin haber pronunciado una sola palabra.
El aduanero lo vio alejarse por las polvorientas
calles de Ciudad ]uárez. Repentinamente le vino
a la cabeza el nombre: Stan Laurel, el que salía
en las películas, el comediante.
Stan vagó por la ciudad erráticamente hasta ir
a dar a la estación del tren.
-¿Adónde?- preguntó el vendedor de boletos.
-Seutl., anywhere.
-¿Qué tan al sur lo quiere, amigo?
Stan alzó los hombros.
Stan alzó nuevamente los hombros.
-Sale usted a las ocho de la noche y llega a las
siete de la mañana.
Stan se dejó caer con el boleto en la mano en
una banca de metal pintada de verde en las afueras de la estación de Ciudad Juárez y se quedó
mirando hacia dentro de sí mismo.
Las cosas con Mae no podían seguir así. Se estaban destruyendo. Un poco cada día. Cada hora
se hacían pequeñas heridas y hurgaban en ellas
para producir dolor. No demasiado, no para matar de un golpe. Un poco, el suficiente. Mae piensa que la estás tirando por la borda, dejando
atrás .para seguir tu carrera. Veinticinco
películas de un rollo en un año. Después de tantas horas huyendo de conserjes de hoteles que
reclaman el pago, noches de sJ..leño con el estómago vacío, borracheras tristes y fracasos, la huida,
cada cual a su suerte. Pero no es eso. John tiene
E
Stan
Laurel
en
Parral
Paco Ignacio Taibo II
razón. Ella es una actriz de carácter, no una comediante, y no puedes seguir empujándola en tu
camino, ella tiene que encoqtrar el suyo, o los dos
se van a hundir, volver ~ nuevo a las giras
teatrales en pueblos perdidos del medio oeste.
Stan llora. No sabe si es por el polvo que lo ro·
dea o por Mae Dahlberg, esa mujer de la que está
y no está enamorado, cantante, bailarina, trapecista aficionada de circo, australiana, con la que
se casó hace cuatro años en Nueva York.
A las siete y media de la mañana del 20 de julio
de 1923 Stan Laurel cruzó la Plaza ]uárez de
Parral y entró al Hotel Neptuno. Consiguió por'
dos pesos una habitación. Entró al cuarto: una
cama con cabecera de hierro, un escritorio mi·
núsculo contra la ventana, una alfombra raída
en el suelo. Colocó su maleta sobre el escritorio y
la abrió. El sol entraba por la ventana. Tomó las
botellas de Bohls y las dispuso en una ordenada
fila. Abrió la primera. Bajo la ventana un hom·
bre se secaba el sudor con un paliacate, una y
otra vez. Era un extraño gesto, más bien una señal. Stan llevó la botella a los labios y de un sólo
trago se bebió la cuarta parte del contenido. Sao
cudió la cabeza, carraspeó. Un reflejo metálico
del sol al final de la calle lo distrajo. Observó con
cuidado. La calle que pasaba frente al hotel ter·
minaba en dos casas apoyadas co tra el río. De
ahí venía el reflejo. ¿Un fusil? Varios. Había
hombres armados en las ventanas de esas casas.
¿Qué estaba pasando?
Un automóvil dodge brothers en el que viajan
siete hombres, pasó ante la puerta del hotel. La
señal del hombre del paliacate rojo fue vista por
los nueve emboscados que se encuentran cubiertos tras las puertas y ventanas de las casas números 7 y 9 de la calle Cabino Barreda. Los hombres
estaban armados con rifles 30-30, 30-40 y winchesters, automáticos, y con pistolas calibre 45.
Cuando el auto llegó a unos 20 metros de las casas, las puertas y ventanas se abrieron y comenzó
a llover plomo. La primera descarga de balas explosivas destrozó el parabrisas y mató instantáneamente a Rosalío, quien viajaba fuera del automovil colgando de la ventana; el coronel Trillo, sentado al lado del chofer, se retorció
horriblemente y quedó con el cuerpo colgando.
Los emboscados descargaron sus rifles. El chofer
herido por múltiples balazos soltó el volante y el
automóvil fue a estrellarse contra un árbol a escasos metros de la casa desde la que hacían fuego.
Cuando descargaron los rifles, continuaron disparando con las pistolas. Desde el asiento trasero
del automóvil se respondió timidamente el fuego,
uno de los emboscados cayó muerto desde una
ventana. Dos de los hombres que viajaban en el
asiento trasero lograron huir en medio de la granizada de balas, ambos iban heridos, uno moriría
una semana más tarde, el otro perdería el brazo.
En menos de un minuto sobre el automóvil habían sido disparadas 200 balas. De repente, el silencio. Nadie se movió en el interior del carro.
Tres de los emboscados se acercaron y descargaron sus automáticas contra los cuerpos inertes.
Los asesinos, sin prisa, sacaron sus caballos y
montaron. Un hombre se acercó y les entregó 300
pesos por cabeza. Abandonarían Parral tranquilamente.
Stan, desde la ven~ los ojos inmensamente
abiertos y enrojecidos, no pudo moverse.
Un niño se acercó al automóvil y contempló a
los muertos.
•
-¡Mataron a Pancho Villal- gritó.
Stan llevó la botella de ginebra a la boca y bebió, bebió hasta dejarla vacía. Eran las ocho y
dos minutos de la mañana del 20 de julio de
1923.
Ante la
tumba
deStanley
Hasta los 21 años. Osvaldo Soriano no había
leído ningún libro. El primero que cayó a sus manos, casualmente, como producto del préstamó
del novio de una prima, 'fue Soy leyenda, de Richard Matheson. Quedó tan deslumbrado con su
lectura que, tras devorarlo, fue a solicitar otros
títulos. Los que sig~ieron: Hacedor de estrellas,
de Olaf Stapleton y Manuscrito encontrado en
Zaragoza, de Jan Potocki.
Nueve años después, cuando ya contaba con
una apreciable trayectoria periodística, se lanzó
al ruedo editorial con su novela Triste, solitario y
final. Tenía treinta años.
Aquella obra, originaria de 1973, habría de
contar hasta el presente con gran número de traducciones -entre ellas, por citar sólo algunas, al
polaco, portugués, alemán, francés e italiano-,
y ha recibido auspiciosa acogida en cada uno de
los países en que se editó. Curiosa, extraña, sugestiva, con un ritmo realmente apasionante y
aprisionante, la novela de Soriano se constituye
en un cálido y emotivo homenaje a la novela negra y, por otra parte, en una irónica reflexión
sobre los mitos del cine. Todo ello en una excepcional mezcla en cuyo relato se dan simbólicamente la mano el Cordo y el Flaco con el detective Philip Marlowe, de Raymond Chandler.
Raymond Chandler ha sido, precisamente,
una de las influencias confesadas por este escritor
argentino. Junto a él, el Cortázar de Historias de
cronopios, el Bioy Casares de Perjuro de la nieve,
Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant. A todos
ellos les debe, según manifestó en alguna oportunidad, parte de la orientación de su quehacer literario.
Un quehacer que no se ha detenido en su título
inicial, la reconfortante muestra imaginativa
contenida en Triste, solitario y final, sino que se
ha ido ampliando a partir de mediados de la década de los 70 (justamente cuando debió exiliarse
en Bruselas y París, en los años de dictadura militar argentina), merced al lanzamiento de No habrá más penas ni olvido y Cuarteles de invierno,
mismas que han sido trasladadas al campo cinematográfico. Hacia finales de 1986, la lista de sus
novelas se ha visto ampliada con la aparición en
su país natal de A sus plantas rendido un león, rápidamente ubicado en los primeros lugares de
venta.
A más de trece años de su aparición en la capital sudamericana, ofrecemos un texto poco divulgado y que lleva la firma del mismo Soriano. Dado a conocer en la desaparecida revista Cuestionario, en su número 19 de noviembre de 1974, su
contenido guarda relación con el viaje que el mismo escritor efectuara a la ciudad de Los Angeles
con el exclusivo propósito de visitar las tumbas de
Stan Laurel y Oliver Hardy, protagonistas y parte sustancial de la trama de su primer libro.
Con esa misma carga contenida en la novela
-por un lado, el bando de Phillip Marlowe, el
propio Soriano, El Gordo y El Flaco, unidos para
luchar contra John Wayne, Chaplin y el establishment norteamericano-, el escritor despliega su oficio periodístico para relatar aquella experiencia y, por otra parte, recrear una de las escenas más bellas y tiernas del libro: el momento
en que Soriano -en su doble calidad de autor y
personaje- visita la tumba del mismo Stan Laurel.
El texto de Soriano sirve para constatar la duplicación de una escena que ya había vivido en su
Mauricio Ciechanower.
propia ficción.
Osvaldo Soriano
ra de noche cuando el Jumbo empezó a
sobrevolar el aeropuerto de Los Angeles,
en California. La máquina parecía acariciar el pisó de luces de la ciudad más extensa del
mundo. Hacía casi veinte horas que volábamos y
yo no había podido dormir ni ~n solo minuto; sin
embargo, creo que nunca estuve más despierto.
Era demasiada la ansiedad que se concentraba en
mis ojos, desesperados por asegurarse de que eso
que brillaba allí abajo era LOs Angeles.
Fue hace un año, pero nunca voy a despren- _
derme de algunas sensaciones, imposibles de narrar ante una máquina de escribir. Hacía cuatro
meses que se había publicado en- Buenos Aires
Triste, solitario y final, cuya acción transcurría
en esa tierra que yo sólo había conocido a través
de las novelas de Raymond Chandler y de los filmes de Laurel y Hardy.
El diario donde trabajaba entonces, me había
enviado a Turquía e Italia y de regreso quise conocer los boulevares de Hollywood, saber si eran
como los había imaginado, entre las cuatro paredes de un departamento de la calle Mario Bravo,
en Buenos Aires.
Allí estaba, mirando por la ventanilla mientras
el Jet de Panarnerican carreteaba por la pista. 4a
noche cerrada..me impedía ver más que algunós
carteles luminosos, al fondo del aeropuerto. No'
tenía la menor idea 'de cómo moverme en los Estados Unidos sin hablar una palabra de inglés.
Junto a mí venía un señor demasiado norteamericano, que hablaba un español bastante bueno y
al que había dado algunas clases de lunfardo argentino durante el largo viaje, a cambio de que él
le explicara a cada rato a la azafata que yo quería
una almohada o pollo con arroz. "Así que usted
escribió una novela", me decía el señor, casi
asombrado de que en la Argentina se hiciera literatura.
Le dije al taxista que me llevara al DOwntown
(centro de la ciudad) a un hotel que me recomendaron los muchachos de Aerolíneas Argentinas.
Era un tipo joven, rubio, que habló durante todo
el trayecto sin hacer caso cuando yo le repetía
que no entendía ni medio de lo que decía. Mientras él largaba su monólogo, yo miraba ávidamente por la ventanilla. Dentro mío luchaba el
tipo deslumbrado por una ciudad en la que habían caminado Rodolfo Valentino, Chaplin, Dashiell Hammett, y el otro, cuyo desprecio por esa
sociedad era tan fuerte como el amor por sus mitos.
Cuando llegué al hotel y me desparramé sobre
una enorme cama, frente a dos televisores que
irradiaban color, pensé en lo que vería cuando al
día siguiente la luz me descubriera la ciudad.
Tenía el teléfono de un amigo argentino. Intenté llamar pero no entendía cómo cuernos funcionaba ese aparato, pese a que el botones colombiano me había explicado apresuradamente. Lo
dejé para la mañana.
Me comuniqué con Andrés. Mandó a un amigo
chileno a buscarme. Andrés iIttJ ve, su mujer, vivían en un hermoso chalet elrtas colinas de San
Fernando. Mientras el Chevrolet subía y bajaba
entre un bosque verde, por una carretera que de
pronto se enfrentaba abruptamente con un mar
casi verde, el tono cantarín de mi compañero chileno sonaba como impostado.
"Santa Mónica", me dijo. Ví, de pronto, el
Ocean Hotel, donde Laurel había pasado los últimos días de su vida y una emoción digna de una
abuela impresionable me dejó la lengua frenada.
Empecé a revivir su vieja cara llena de arrugas,
su traje barato, su mirada apagada por las luces
de Hollywood. Decidí que iría a visitar su tumba.
Secretamente, desde que salí de Buenos Aires,
pensaba acercarme al viejo Stan. Pero tenía miedo;no estaba seguro de que élcorres¡50ndiera ami
amor, no sabía si la historia había ido demasiado
E
lejos enturbiada por un detective duro y solitario.
Por la tarde comenzó a llover. Andrés miró por
la ventana y se acordó de que en varios pasajes de
mi novela también llovía.
Sabía que Laurel estaba sepultado en el Forest
Lawn Memorial Park, pero me sorprendí al enterarme de que allí había tres cementerios. ¿Cómo
saber dónde encontrar al Flaco? Andrés me dijo
que preguntara a la telefonista. Simplemente que
marcara el ocho y hablara en español.
Tengo mi idea sobre el eficientismo capitalista.
Marqué el ocho y le disparé a la mujer que atendió una pregunta tan insólita como "¿podría decirme dónde queda la tumba de Stan Laurel?"
En dos minutos me lo averiguó y hasta me díjo
con quién debía encontrarme antes, pues estaba
prohibidOo dar información sobre el lugar donde
se halla la sepultura.
Me quedé tan sorprendido como un chico frente a un juguete nuevo. "El servicio cuesta sesenta
dólares, así que debe ser bueno", me dijo Andrés.
Dije que sí, pero me quedé con ganas de llamar
otra vez y preguntar dónde podía comprar un
elefante amarillo.
Lloviznaba cuando Ive me llevó hasta el ce- .
menterio. Antes pasamos por las desoladas calles
de Bel Air y Beverly Hills. Frente a una mansión
amarilla esperaba un Rolls Royce, más espléndido por las gotas que caían sobre su pintura gris.
Tuve la sensación de que en algún momento aparecerían James Stewart o Cary Grant, pero el silencio no se quebró nunca. Atravesamos una bóveda de árboles viejos, que seguramente habrán
visto otros esplendores y salimos a una carretera
elevada; las nubes parecían pintadas por un utilero de mal gusto.
Cuando nos detuvimos frente a la estatua de
Washington, yo sabía que debía subir una escalinata, caminar por un sendero de mosaicos hacia
la derecha y no distraerme.
Forest Lawn, en Glendale, es un enorme parque, frío y desolado. El césped ondula sobre las
faldas de las C8linas, quebrarlo por calles donde
de vez en cuando pasan autoS' lentos y curiosos.
No hay allí tumbas al estilo de las que nosotros
conocemos. El lugar donde descansa cada muerto está señalado simplemente por un número. Eso
sí: había un mar de pequeñas banderas norteamericanas, de esas que los chicos llevan en sus
manos durante los festejos del 4 de julio. Nada de
flores, sólo banderas. Pensé que allí estaban enterrados todos los héroes que alguna vez glorificaron John Ford y John Wayne; pero no: sólo algunos generales y después muchos números
acompañados de barras y estrellas.
Pensé que si Stan tenía sobre él una bandera
norteamericana, yo lo libraría de ella.
Tenía- un tallo de rosas vivas, entrelazadas a
una enredadera que trepaba por una pared, alrededor de la placa que le había dejado Dick van
Dyke; sobre el césped, quizá exactamente a la altura de su cara, florecían dos margaritas africanas. Más allá, el número de la sepultura: el 12.
Me paré frente a Stan. La lluvia se hacía más
empecinada y las colinas desaparecían entre la
niebla. Estuve allí dos horas o más. No podría
contar ahora, un año después de ese encuentro,
todo lo que pasó dentro de mí.
Le dejé mi libro junto a las flores. El agua empezó a mojarlo enseguida. Sentí que ningún otro
acto me había acercado más intensamente a ese
hombre al que tanto admiro. Hubiera querido
que aún viviera para poder abrazarlo. Lamenté
haber llegado tarde, o que nuestras generaciones
fueran tan desgraciadamente dispares.
Nadie supo decirme dónde estaba sepultado el
gordo Ollie. Ni la telefonista. Algunos conjeturaron que descansaba en Georgia, donde había nacido. Poco después regresé a Buenos Aires. Aquellos días en Los Angeles fueron los más hermosos
de mi Vida.
3,
LA MARCHA
t
ELECTRICISTA,
MUCHAS MARCHAS
Cerardo de la Torre
ntre los grupos electricistas que se
reunieron el 3 de marzo en el Monumento
a la Revolución, abundaban las camisas
rojas, los pantalones negros, colores no sólo de las
banderas de huelga que desde días antes adornaban las instalaciones de la empresa, sino también
del escudo del Sindicato Mexicano de Electricistas.
Desde poco antes de la hora señalada fluía la
gente hacia la explanada y a las cuatro en punto
ya se había congregado una multitud. Obreras y
obreros de rostros adustos. Vecinos de colonias
distantes y miserables que arrastraban a sus hijos.
Estudiantes, ceuistas de rostros alegres que, con
mantas y pancartas, desembarcaban de autobuses tomados. Solitarios que curioseaban o, mostrando desconcierto, buscaban dónde ubicarse.
Fotógrafos, reporteros garabateando notas,
agentes policiacos que a pesar de las sonrisas de
plástico no lograban ocultar su condición.
La huelga -el 23 % de aumento salarial de
emergencia- en juegohabíaestalladoel viernes 27
de febrero a las doce del día, dos horas después de
que el gobierno impusiera la requisa de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. Ese mismo día
se convocó a la marcha.
Poco después de las cuatro los grupos comenzaron a avanzar hacia el Zócalo, encabezados por
decenas de miles de trabajadores electricistas
entre los que se mezclaban ralos contingentes de
colonos, damnificados del temblor y sindicatos
pequeños.
"Este puño sí se veles el puño del SME".
En las banquetas, a lo largo de avenida Juárez
y la calle de Madero -tiempo de la memoria: en
esa calle, en e161, durante una de las marchas en
defensa de la Revolución Cubana, nos encerraron, nos atacaron con los potentes chorros de las
mangueras contra incendio, nos gasearon, fuimos tundidos por las macanas y los garrotes de la
policía-, señpras y señores, jóvenes y viejos,
contemplaban el paso de los manifestantes. Sin
entusiasmo al principio, después alzando tímidamente escasos puños y al final con euforia, sumándose a las consignas coreadas a pulmón pleno. En el cruce con Isabel la Católica, una rubia
cuarentona -güera de rancho, dijo Bianca Susana-, suéter morado, elevaba una pancarta:
"Las amas de casa del primer cuadro estamos con
ustedes".
.
Los primeros grupos comenzaron a ingresar al
E
38
Zócalo a eso de las cinco. En la desembocadura
de MaderQ.los recibía una manta de los trabajadores democráticos del Metro y un grito que se
repetía al paso de cada contingente: "SME, escucha, el Metro está en tu lucha". Los electricistas que llegaban fueron arrimándose al costado
derecho de la plaza. Allí, desde un templete, se
daba noticia de las organizaciones que participaban y se leían telegramas solidarios.
tiempo de la memoria: el 58, el 59. A los
mítines y manifestaciones de los ferrocarrileros
vallejistas se sumaban choferes de autobúses, telegrafistas, maestros, petroleros y una presencia
mínima de los estudiantes. Hubo que esperar casi
diez años. Pero se rememoraba ahora la batalla
del Caballito -piedras contra gases lacrimógenos- en el cruce de Juárez, Bucareli, Rosales,
Paseo de la Reforma, y la estratégica retirada por
la antigua avenida del Ejido.
-¡Culeeerosl ¡Culeeerosl
El grito banda se había colado en la manifestación y Bianca no entendía a quién iba dirigido.
-A los que nomás estamos aquj de mirones. A
quién ha de ser.
A las seis de la tarde se encendió el alumbrado
público -Huelga con requisa no es huelga. ¡Pinche huelgal-. Seguían llegando electricistas a la
Plaza de la Constitución, que para entonces se
hallaba llena a medias. Camisas rojas, pantalones negros. Una manta definitoria: "No a la deuda externa. Sí a una política económica para la
clase jodida".
Eso de clase jodida sonaba a disparate, y aquí
los marxistas puros -no los puros marxistas- se
arracimaron en torno al concepto de clase. El
proletariado es clase, pero no lo es el campesinado, y erróneo es hablar de clases medias. ¿La jodidez expresa una condición de clase? ¿Podríamos elevarla a categoria marxista? Pues a saber si
es clase, y allí se la hallen con sus categorías, pero
lo que no tiene pierde es que de un lado estamos
los jodidos y del otro los que joden. ¿Y dónde vamos a colocar a los que ni joden ni están jodidos?
O se los dejamos al tiempo o a su decisión, pero lo
más seguro es que se acerquen a la jodidez. A menos que le peguen a los pronósticos.
.
Uno de suéter azul, trepado en el semáforo allí
en la desembocadura, echaba miradas a la plaza
y, según lo que veía, indicaba a los encargados
del tráfico, unos cuantos comisionados de orden,
hacia dónde debían dirigir a los contingentes.
Ahora por el centro, ahora hacia el costado izquierdo. Y los comisionados empujaban y sudaban para abrir esa masa compacta que taponaba
la entrada al Zócalo. En esos vaivenes, Bianca
Susana sintió que una mano cavernaria se le posaba en las nalgas y liberó un par..~e taconazos.
-No hay que ser. Hasta)lJas manifestaciones
hay que traer calzones de fterro. Seguro que son
americanistas.
tiempo de la memoria: igual llenábamos el Zócalo en el 68. Una masa poderosa de estudiantes
se desplazaba entonces por estas calles. Y entre
ellos, almas perdidas, erraban algunos ferrocarrileros, telefonistas, vendedores ambulantes y
aquel medio millar de petroleros de la última
manifestación, un 13 de septiembre. Después de .
los discursos -y desde antes, desde que tanta palabra comenzaba a hostigar-, los muchachos se
sentaban en círculos en la plaza y allí mismo comenzaba ll\ cariñosa indagación. Y tú, ¿de qué
escuela eres? Politécnico, chapinguero, universitario, normalista, y uno que sin achicarse decía
estudio en la Ibero. Y en ocasiones esas miradas
feas porque no se tenía tipo de estudiante y se recelaba del posible guarura. ¿Y ustedes qué? Ps so-
mos petroleros, de la refi, y aquí andamos nomás, PQrque ps son chingaderas, ¿no? Vinieron
después las concentraciones en Tlatelolco.
-(Camínenlel ¡Rapiditol -los comisionados
usaban el gañote, y con ademanes en los que asomaba la gana de empujar, apresuraban a los ma-·
nifestantes, porque todavía viene mucha gente,
la cola de la columna ni siquiera ha llegado a la
Alameda.
Faltaba un cuarto para las siete cuando entraron las últimas partidas electricistas.
"El switch abajol en defensa del trabajo' .
Tras ellos aparecieron, con mantas espectaculares, los trabajadores de la Casa de Moneda. Y
en seguidita el Sindicato 19 de Septiembre.
-¡Las costurerasl
Desfilaban aquell.as hermosas mujere.<> _on los
puños en alto, los niños de brazos, los chamacos
que portaban pancartas en solidaridad con la requisada huelga electricista.
Venía después un grupo pobre de damnificados que, en vez de manta, elevaba una lámina,
muro arrancado a las espantosas viviendas de
emergencia.
Siteuno, bajo cuyo estandarte marchaban periodistas del Uno y jornaleros.
Detrás un nutrido grupo de gente del petr6leo,
la Sección 34, sin Chimales, olvidados del azcapozalquense paro ·del 68, que aprovechando la
ausencia de la Quina, se permitían exigir democracia sindical.
-¡SUS cuernosl -dijo un viejo que en seguida
se alejó echando mentadas de madre. Comentó
Bianca que debía de ser uno de esos petroleros jubilados, adalides de la Expropiación, que se sabían traicionados y no acababan de tragarse la
amargura.
Pasaron los trabajadores universitarios: "SMEI
Stunam, unidos vencerán". Pero ya no se les creía
porque no mostraban convicción. Fue el Stunam
el más fuerte sindicato armado por la izquierda
partidista en los últimos lustros, pero su credibilidad se perdió en la negociación, en el tejemaneje
cotidiano que, sin llevarlos al Congreso del Trabajo, los castró.
Pero detrás venían los muchachos. Se habían
quedado rezagados unos cincuenta metros, y desde allí arrancaron en estampi<1a. Otra vez decenas de miles de muchachos que tomaban el Zócalo, que azotaban el piso y el aire y los corazones
de toda la gente allí reunida. Esos muchachos locos que al fin, tras tantos años de derrota y decepción, nos habían regalado una victoria.
-¡Ceul ¡Ceul ¡Ceul ¡Ceul ¡Ceul
Pasaban con los puños en alto repitiendo sin
pausa el monosílabo. Pero no fueron los puños ni
los gritos los que resucitaron la emoción, sino ese
paso firme, bien plantado, esos rostros que reflejaban la posibilidad del triQMo y que obligaron a
toda aquella masa que los esPeraba a levantar los
puños y a gritar, repetidamente, sin descanso,
¡Ceul ¡Ceul ¡Ceul ¡Ceul
"Electricista, tu hijo está en el Ceu".
Estos muchachos que ahora ocupaban, una
vez más, la Plaza de la Constitución, no eran distintos, ni siquiera eran otrós, de aquellos que en
septiembre del 85, en las labores de rescate y salvamento, se ganaran los calificativos de heroicos
y generosos. Eran son los mismos, y de pronto,
semanas antes de la marcfia, durante la huelga
estudiantil universitaria, recibieron y asumieron
los más infamantes adjetivos. Ocupaban de nuevo el Zócalo, y su generosidad, en mal momento
despreciada por los envejecidos jóvenes del 58,
del 61, del 68, se expresaba en una frase contundente: "A la solidaridad, respondemos con soli-
daridad". Solidaridad con la clase jodida. Y nada
más.
Eran las siete y media de la noche cuando se escuchó música y canto. El Sutin, los nucleares,
que entraron entonando la Internacional.
tiempo de la memoria: la marcha del Suterm,
Galván y los electricistas democráticos. La vuelta
a la Alameda y el regreso al Monumento a la Revolución -entonces el Zócalo era inaccesible-,
y allí, la internacional, ese himno que llama a los
pobreS aluchar por los pobres del mundo. Por la
clase jodida, pues.
La marcha concluyó con la llegada de los partidos políticos. PST, Co~iéión"de'Izquierda, que
engloba {llos que ya sabemós. Un escritor de cine
miraba a todos lados y parecía decirle a su compañera que de todo eso habría que hacer un buen
guión. Seguro que las emociones no se recogen
tan fácilmente.
Nunca se llenó el Zócalo, porque había que irse a Río de la Loza, a la sede de la Junta Federal
de Conciliación y Arbitraje, a apoyar a los compañeros que discutían, que negociaban.
Bianca Susana estaba ronca de tanto gritar y
dijo que se le antojah¡(una cerveza, helada, como cachete de muerto. No muy lejos, en Venustiano Carranza y Gante, se halla La Luz, cantina
así bautizada en los años treinta porque se hallaba frente al viejo 1 dificio -hoy Somex- de la
Compañía de Luz.
Allí en La Luz, a la luz de unas cervezas, se dijo:
.
-En el 58 andábamos los obreros, en el 68 los
estudiantes. Pero ahora sí como que ya entendimos. Estamos todos junti~os.
Y eso tiene, o debe tener, más importancia que
la declaración de inextstencia de la huelgá electricista que al día siguiente hicieron las autoridades.
-Hasta tengo ganas de tomarme un tequila,
Bianca.
39
Manuel Vázquez Montalbán
Manuel Vázquez Montalbán, creador de la
nueva novela policiaca española con Tatuaje en
1974, ha recorrido un largo camino tomado de la
mano de Pepe Carvalho, su personaje favorito.
A La soledad del manager, Los mares del sur,
Asesinato en el Comité Central, Los pájaros de
Isangkok, La Rosa de Alejandría y El balneario,
han seguido una serie de novelas cortas que
fueron publicadas con gran éxito en España como suplemento veraniego de una revista nacional.
Aquel 23 de febrero, con la tremenda resonancia del fallido golpe del corone! Tejero en el título, fue una de estas novelas.
Una novela corta
23 DE FEBRERO
Primera de dos Partes
-Estamos investigando un caso que se las
trae. Los franceses han robado los planos secretos
de la Olimpiada de Barcelona y el alcalde nos ha
pedido ayuda, desesperadamente. Mi jefe se pasa
el día de reunión en reunión con jerifaltes...
¡Hombre, jefel De usted estaba hablando con es·
ta señorita.
Carvalho suele mirar a las mujeres de arriba
abajo, a medio camino entre la moral igualitaria
de la juventud que le obligaba a mirarlas a la cara de tú a tú y de las concesiones machistas que se
ha ido haciendo a sí mismo a medida que envejecía. Pero esta mujer sin duda merece una mirada
de abajo arriba.
-¿Es tu prima, Biscuter?
-¿Mi prima? ¿Desde cu'ndo tengo yo una
prima?
La mujer sonríe como un boxeador que espera
a su adversario en el tercer asalto como un golpe
definitivo. Obedece dócilmente cuando Carvalho le incita a sentarse y fuerza a Bisc,uter a irse
camino de la cocina.
-Usted dirá. Pero si no dice nada me es igual.
Yo estoy bien así.
Se desconoce a sí mismo. Hacía tiempo que
I
iscuter subía trabajosamente las escaleras
que conducían al despacho de su patrón el
detective Carvalho. Mucha cesta para tan.
poco cuerpo fetoide y de pronto una mano que se
va del asa de la cesta para irse hacia la frente y
golpearla tras un: ¡Mecachisl de evidencia.
-¡Me he olvidado los puerrosl .
y sigue subiendo la escale~a ~n 'Biscuter refunfuñante.
-Hasta la sal de apio he comprado y luego me
dejo los puerros. ¿Cómo se puede hacer u~a vichysois sin puerros? Y es que no se puede tener tantas cosas en la cabeza.
. La cabeza de Biscuter era un elemento esencial
en el afanoso subir de la escalera, como un adelantado y balanceante vigía del cuerpecillo y fue
ese vigía quien primero advirtió el formidable
par de piernas femeninas cruzadas bajo la cúpula
de una breve minifalda y adheridas a un cuerpo
de muchacha sentada en los escalones. La mujer
contempla a Biscuter con curiosidad.
-¿Carvalho?
-No. Biscuter. El jefe no tardará en llegar. Yo
B
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he ido a hacer la compra.
-¿Es usted su mayordomo?
Biscuter carraspea y culmina la ascensión a
una mayor velocidad, como si la cesta le pe sara
menos.
-Soy, digámoslo así, su hombre de confianza.
La muchacha se mira a Biscuter de arriba abajo y dice como para sí:
-Debe ser un hombre muy confiado.
Biscuter no tiene manos para seguir llevando lo
que lleva, abrir la puerta y ofrecer galantemente
la primera plaza a la dama. ~in saber cómo, en
cuestión de segundos, las bolsas han pasado a las
manos de la muchacha, él está abriendo la puerta
desde la sensación de que algo que está ocurriendo no debería ocurrir y finalmente entra él primero seguido de ella que apenas puede con todo
lo que lleva a cuestas.
-Si me ayuda todo irá mejor.
Biscuter por fin ha comprendido la razón de su
secreta inquietud y vuelve a no tener ni manos ni
palabras suficientes para disculparse y al mismo
tiempo liberar de la pesada carga a la desconocida. No tarda el fetillo en recuperar el sentido de
la orientación y con él, maneras de secretario general de aquel reino. Comprensivo con las necesi·
dades de tiempo libre de la mujer, se ofrece para
anotar su caso. La llegada de Carvalho es imprevisible. El jefe tuvo ayer un día infernal.
una mujer no le provocaba una congestión pulmonar.
-No quisiera entretenerle. Le supongo m~y
,atareado tratando de recuperar los planos de los
fIlanceses.
,~¿Biscuter le ha contado lo de los franceses?
H¡:,. tenido usted suerte. Ultimamente ha renovado el repertorio de encargos imaginarios. Unas
veces cuenta lo de los planos olímpicos y otra lo
de las joyas de Isabel Preysler.
-Esta segunda no me la sé.
-Según Biscuter, Isabel Preysler ha sido objeto de robo de sus joyas y me ha encargado que las
busque. ¿Qué se le ha perdido a usted?
-Mi abuelo.
Lo ha dicho de sopetón llevada por el tono frívolo y jugetón del diálogo pero inmediatamente
se arrepiente, baja la cabeza, reconstruye el dramatismo interior de su vivencia.
-Mi abuelo ha muerto.
-Le acompaño en el sentimiento. ¿De qué?
- De un ataque eardiaco. Según el forense.
II
nte dos tazas de suizo y un impOrtante repertorio de croissants y magdalenas, un
hombre y una mujer llegan fácilmente a
intimar, aunque probablemente el suizo no sea
un alimento afrodisiaco y los croissants sugieren
excesivamente la imagen lúdica de infancia y domingos por la mañana.
-Si el forense ha dicho que era un ataque cardíaco, no hay duda.
Carvalho hablaba sin mirar el rostro de la muchacha, pero sí miraba las piernas escapadas como tentáculos de la breve falda de napa plateada. Prefería las piernas. La cara parecía pintada
al óleo, tal vez para cubrir la desarmada inocencia de unas facciones de niña.
-Sí, es lógico. Mi abuelo ha sufrido mucho en
la vida. Era militar republicano. Se exilió en
1939 y dejó a mi abuela con dos hijos. Volvió
clandestinamente en 1946 y vivió escondido hasta que se entregó en 1952 creyendo que no le pasaría nada. Salío de la cárcel en 1960. En fin.
Una vida deshecha. Mi abuela murió sin verle en
libertad. Sus hijos nunca se lo han perdonado.
Siempre le han acusado de haber preferido sus
A
ideas políticas a sus obligaciones familiares. Pero
no era un viejo triste. Era un viejo que amaba la
vida y tenía el corazón de un toro.
-Los toros también mueren de ataques cardíacos.
-Hay cosas que no encajan, señor Carvalho.
Yo solía visitarle con frecuencia y cuando no
podía porque estaba de viaje le telefoneaba.
Aunque fuera de Bangok O Beyrut.
-¿Se dedica usted al tráfico de drogas o al de
blancas?
-Soy agente de tour operatur.
-¿Qué cosas no encajan?
-Curiosamente esto ha sucedido coincidiendo
con un viaje mío más largo que los habituales..
Estamos preparando una oferta turística muy
importante desde el norte de Australia, un lugar
maravilloso y casi desconocido. He estado un mes
fuera de Espama y a mi vuelta encuentro a mi
abuelo muerto. Llamé dos veces por teléfono desde Camberra, puedo demostrarlo con las facturas del hotel y se me contestó que no podía ponerse. Una vez porque estaba fuera, en una finca de
mi tía Jacinta. La otra porque estaba enfermo.
-Dos circunstancias muy verosímiles en un
hombre de casi ochenta años.
- Nada verosímiles. Mi tía Jacinta no le traga y
sólo se toma la molestia de invitarle a la comida
de Navidad porque invita a toda la familia. En
cuanto a lo de no poderse poner porque está enfermo. .. ¿Quién no puede hablar por teléfono
cuando está enfermo? Y más llamándole desde la
otra parte del mundo.
-Quería usted mucho a su abuelo.
-Es uno de los pocos hombres a los que he admirado.
-¿Separada del marido?
-Virgen.
-Vamos, es usted feminista.
-Quizá. En cualquier caso he tenido la desgracia de ser hija de un imbécil acobardado y
nieta de
hombre maravilloso.
-¿Su padre vive?
-Vegeta.
-¿Qué dice de la muerte de su abuelo?
-Lo mismo que mi tía Jacinta. Son tal para
cual.
-Pero aparte de las débiles suspicacias por lo
de la invitación de su tía y por no ponerse al teléfono. ¿Qué otras pruebas hay?
-Esto.
La muchacha le tendió un .reloj de bolsillo de
oro sobre el que parecía haber caído toda la vejez
del tiempo. Carvalho lo ab
y sobre la esfera
apareció un papelito doblado.
-Lea lo que pone ahí.
Carvalho desplegó el papelillo y se acercó a los
ojos de una breve escritura convulsa.
~Esta vez podrán conmigo, Teresa. Pero tú podrás con ellos. La Historia te ~rtenece•.
-Teresa soy yo.
-Lo tengo presente.
-Mi abuelo siempre me había prometido este
reloj, entre otras cosas, joyas buenas de la abuela
y todo eso. Yo sólo he reclamado el reloj y me lo
han dado. Lo he abierto y ha aparecido esto.
-No es un papel tan viejo como el reloj, sino
relativamente nuevo.
-¿Lo ve?
-¿Qué interpretación hace usted del texto?
-Habla de algo que le amenaza. Puede ser
una amenaza familiar o política. Lo digo por la
última frase.
-Supongo que su abuelo no estaba metido en
política.
-Hasta el gorro. Pertenecía a un partido de
esos que aún quieren proclamar la República.
-¿Tenía dinero?
-El no. Pero mi abuela era muy rica y aún
queda bastante. Ahora heredarán mi tía y mi
padre. Buena falta les hace. Mi padre ya no tiene
ni para renovar la cuota del Golf del Prat.
-Un padre golfista, qué interesante.
-No veo qué interés puede tener el golf. A mí
me aburre. soberanamente.
-Sólo el golf puede aburrir soberanamente.
Ahí está el secreto encanto de este deporte.
III
o peor que le puede ocurrir a un ser humano es ir por la vida pensando que no ha
reunido méritos suficientes para ser socio
de un club de golf. En el caso de Carvalho, junto
a la sospecha de que jamás le dajarían entrar en
un club de golf, alimentaba también la de que
nunca podría atravesar el dintel de la puerta del
club de tenis. Tal vez por eso exageró la rudeza
con la que exigió ser conducido inmediatamente
ante Don Felipe Alvarez de Enterria. El recep-
L
41
-¿Vive su hermana siempre en el campo?
-No. Pero consideramos que mi padre, con su
bronquitis y lo que cuelga, donde estaba mejor
era en el campo. Es una casa muy bien acondicionada situada en San Miguel de Croilles, en el
Ampurdán.
- ¿Podría verla?
-¿Por gusto o por obligaci6n?
La cólera de Don Felipe le hacía contemplar la
cabeza de Carvalho como si fuera una pelota de
golf. "Hay que adjuntar alguna fotografía", le
coment6 Carvalho amablemente a manera de
despedida.
-Comprenda que he de realizar un informe
completo, lo más completo posible.
-A mí me la trae floja su informe.
El tono de la voz ha sido educado en esta ocasi6n, hay que reconocerlo.
-Pero quizás no los beneficios que puedan derivarse de la póliza suscrita por su padre.
-¿Cuánto?
-Veinticinco millones.
El palo de golf detiene su caída vertiginosa y se
queda a un palmo de la pelota. Es el momento
justo para que Don Felipe levante la cabeza y
trate de construir una frase que disimule el nerviosismo de la voz.
cionista le recorri6 con una mirada valorativa y
el resultado del examen no fue bueno. Carvalho
no llevaba corbata, ni fuIard y evidentemente la
chaqueta marr6n no casaba con el pantal6n marengo, no demasiado bien planchado. No obstante el recepcionista era un profesional y localiz6 en
el plano a Don Felipe.
-Está jugando en la pista A Oeste. Puede ir
caminando,- pero si quiere le transportaremos en
un carrito.
En situaciones normales, Carvalho habría
apostado decididamente por sus propias piernas,
pero esta vez pidi6 el carrito, lamentándolo en
cuanto el artefacto se puso en marcha conducido
por un jovenzuelo vestido de verde, para hacer
juego con el césped. Carvalho, durante todo el
recorrido tuvo la sensaci6n de ir montado en un
auto de atracciones de Disneylandia y descendi6
del bólido en inferioridad de copdiciones ante la
estatura displicente y dubitativa de Don Felipe.
- Vengo por el asunto de su padre. Ya se lo comenté por teléfono.
-No veo ninguna necesidad de investigar. Mi
padre está muerto y enterrado.
-Digamos que investigo porque su padre tenía una póliza de seguros y hay que hacer una investigaci6n protocolaria. Adjuntar fotografías,
informes, una lata.
Don Felipe, como le llamaba el cadeie cada
vez que le daba la pelota o el palo, seguía con la
atenci6n fija en la lunita erosionada y amarilla
que estaba a punto de lanzar a un tonto vuelo sobre el océano verde.
-Mi hermana. Mi hermana. Eso mi hermana.
Don Felipe parecía Luis XX en el caso de que
hubiera habido un Luis XX reinante en Francia.
Carvalho resisti6 cuatro hoyos de monosílabos e
impaciencias porque la bola y el palo no tenían
su dia, no estaban a la altura de las esperanzas de
Don Felipe. Aprovech6 un descanso para beberse
un «destomillador. y pasarse un pañuelo reparador de sudores.
-Hay algo que no nos convence en esa muerte.
Parte del «destornillador. estuvo a punto de
salir por las narinas del curtido golfista.
-¿Qué qUiere decir con eso de que no les convence? ¿Hay muertes que convencen y otras que
no convencen?
-Parece ser que su padre muri6 fuera de la
ciudad, en una casa de campo.
-En la casa de mi hermana Jacinta. Ya no tenía edad para vivir solo y Dolores, la asistenta, es
casi tan vieja como él. Retiramos a Dolores.. Está
viviendo como una señora en una residencia de
ancianos y nos llevamos a mi padre a casa de Jacinta.
-A mí el dinero no me interesa. Hable con mi
hermana. Es ella la que sabe lo que hay que hacer.
IV
abía visto mujeres así en aquella ola de
películas alemanas que empez6 a llegar a
España en los años cincuenta. Solían parecer mujeres entre los cincuenta y los sesenta,
dueñas de su casa y de algunas casas y vidas ajenas, cúbicas, siempre vestidas para recibir al burgomaestre y con el morro endurecido por los afeitados de cincuenta años de coquetería y lleno de
verrugas. Doña Jacinta examin6 a Carvalho clasificándole en la categoría de electricistas o fontaneros redimidos por el Bachillerato Superior,
pero que nunda tendrían la distinci6n necesaria
para que ella los pudiera recibir como iguales.
-No me entretenga mucho porque tengo un
montón de cosas que haalI'.
-En la Compañía me llaman Pepe el rápido.
Lamento las molestias que les estoy causando.
Procuraré ser lo mú breve posible.
-Si usted DO .lo procura, .lo prOf;:wué)JO. No
se preocupe. Yo no tengo pelos en la lengua.
Tampoco Doña Jacinta Alvarez de Enterrias
tenía la amabilidad como cualidad predominan-
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Aunque hay un lapso en la paginación,
no falta ningún texto.
te. Durante toda la entrevista, Carvalho intuyó
se jugaba la orden de ser arrojado a la calle
por los lacayos, aunque presumía que el único lacayo al alcance de Doña Jacinta era la casi niña
filipina que le había abierto la Puerta e introducido en un salón lleno de cuadros de Ramón Casas,
dos pianos de cola y frascos con lo que a Carvalho
le parecieron trufas en aguardiante y que al parecer eran cálculos renales que el abuelo de Doña
Jacinta había extraído de los riñones más ilustres
del país,
-Ese-de ahí era el presidente Maciá, cuando
aún no era separatista, cuando aún era coronel.
Mi abuelo no se metía en política. Era más responsable que mi padre.
Este comentario pertenecía a la fase amable de
la conversación. Luego, cuando Carvalho empezó a poner en duda las circunstancias de la muerte del anciano militar republicano, Doña Jacinta
se convirtió en una airada tiple cómica de zar·
zuela con los brazos en jarras. ¿Extraño, eh?
¿Con que el viejo aún va a fastidiamos después
de muerto? ¿No ha podido ni siquiera morirse
normalmente? Hermanos coléricos, pensó Car·
valho mientras cabeceaba pesaroso por las molestias que estaba causando. Pero cuando decidió
que la cólera de Doña Jacinta excedía los límites
de lo tolerable, pegó un puñetazo en el brazo del
sillón.
-Bueno, corte el rollo. O investigo o no hay
seguro. Con que menos oratoria y al grano. Quiero entrar en los lugares donde vivía su padre y
sobre todo en el lugar que murió. Si no le gusta se
diri
tas señas, pregunta por este señor y le
<!rce
prefiere perder los millones de pesetas y
r en paz la memoria de su padre.
-No se ponga así. Hablemos como personas.
Mi hermano me ha avisado sObre la póliza de se-
guro, la he buscado por todas partes y no la he
encontrado.
-Busque bien.
-¿Usted no trae consigo un resguardo o una
copia?
- Yo trabajo en un servicio paralelo de la
Compañía. Las pó~ las llevan los agentes.
Uame 'usted a la central.
-¿Cómo se llama la compañía?
-Aseguradora Universal S.A.
Carvalho necesitaba dos días de tiempo antes
dE; que se descubriera la superchería. Un ami·
go de Teresa h"bía quedadO al pie de un teléfono
dispuesto a dejarse matar ~tes de aceptar que no
era el recepcionista de Aseguradora Universal
S.A. e imbuido de que el número de la póliza
suscrita por el señor Alvarez de Enterrias era el
cincuenta y cuatro mil doscientos sesenta y tres.
La póliza tendría quP. cofPOreizarse en un momento y otro, pero para entonces las brevas ya
podrían estar maduras o bien la higera se caería
con todo su peso sobre las espaldas de Carvalho.
-Quien a buen árbol se arrima, buen árbol le
cae encima.
Era el refrán más sabio que había conseguido
memorizar.
v
leva ya una hora Biscuter en su minúscula
cocina laboratorio, dispuesto a terminar
el guiso antes de que Car;valho levante el
vuelo con unas alas que esta mañana parecen
más jóvenes que otras veces. Biscuter ha acabado
por distinguir entre las investigaciones profesionales y rutinarias, de aquellas en que Carvalho pone parte de su piel y si es necesario su
sangre. A Carvalho le excitan los casos de ancianos. se trata quizá de una solidaridad preventiva
o de una premonición de estado. Además, ha
charlado por teléfono con Teresa y hay una cita
pendiente en el estudio del falso recepcionista de
Aseguradora Universal S.A.
-Si denuncian la superchería, su amigo lo va
a pasar muy mal.
-No se preocupe. El estudio es de su padre,
un señor muy importante de esta ciudad. De esos
a los que nunca les pasa nada. Y el teléfono va a
su nombre.
sobre
Carvalho consulta una guía de la ciu
la mesa de su despacho. Hasta al1f le llega. grito
de Biscuter desde la cocina situada a
camino entre el despacho y el water:
-Por fin, jefe. La vichysois. Cuando no me.olvido los puerros me olvido la sal de apio.
Apan!"e Biseuter triunfal. ron un ~ ~
lleno de la sopa blanca.
-Bien fresquita y con el perejil recién cortado.
L
Carvalho parece ensimismado, pero reacciona
.al tiempo que dice:
-Lo siento, Biscuter, pero tengo que salir.
-Pero si está en su punto.
Carvalho olisquea la sopa. La prueba con una
cuchara de madera que-le tiende Biscuter.
-Le falta pimienta blanca.
Se lleva Biscuter las manos a la cabeza.
-¡Ya decía yol ¿Tardará mucho, jefe?
-Me voy de monjas. No olvides la pimienta
blanca.
Pero antes de las monjas está la cita con Teresa
y el cómplice, un jovenzuelo delgado y azulado
que respira, y sin duda alguna vive, con dificultad, pero que desempeña entusiasmado su papel
conspiratorio.
-Primero ha llamado la tía y he recitado la
comedia tal como habíamos convenido. Luego
ha llamado el abogado y le he pasado a Teresa,
como si fuera la secretaria del gerente.
-y yo le he dicho que el señor gerente no podrá recibirle hasta dentro de tres días porque está
en Suiza negociando unos avales. ¿He hecho
bien?
-Excelente la elección de Suiza. Es uno de los
países más seguros del mundo.
-Si quiere le cuento una anécdQta suiza.
"
-Son mis preferidas.
-Yo viví un tiempo en Ginebra cuando salí
del internado. Trabajaba como intérprete y traauctora en las oficinas de la Unesco. Cada mañana sacaba mi bolsa de la basura y poco a poco me
fui dando cuenta de que los vecinos me miraban
con un cierto disguto. No creo que mi basura sea
más olorosa que la de ellos y sus bolsas también
estaban al1f a la espera del servicio de. recogida.
47
Hasta que un día me harté y me encaré con mi
vecina. ¿Qué pasa contigo.. tía? Resulta que estaban molestas porque todas sus bolsas eran negras
y la mía granate. ¿Increíble, no? Tampoco me
había salido de la regla del todo. En Suiza sólo
fabrican bolsas de basura en dos colores, negro y
~anate.
Carvalho le propuso continuar explicando historias suizas en el transcurso del almuerzo, pero
ella opuso un compromiso previo con el telefonista. El muchacho tragó saliva aliviado y Carvalho
dej6 a Teresa en sus manos temblorosas de enfermo.
VI
or el claustro monacal avanza a pasos cortos una monja que se adivina joven a medida que se acerca a Carvalho. La monja
queda en silencio ante Carvalho y el detective se
le ocurre un...
-Ave María Purísima.
...que pone desconcierto en los ojos hermosos y
plácidos de la religiosa. Desconcierto y silencio.
-En mis tiempos se saludaba así a las monjas
y ellas contestaban Sin pecado concebida.
A la monja le viene la risa y se tapa la boca con
una mano. Se le corta la lógica y lanza al vuelo la
mirada para no tener que aguantar la de Carvalho.
-Perdone, pero me ha sorprendido. Ya no se
usa.
.
Carvalho se encoge de hombros, como aceptando la fatalidad del paso del tiempo. La monja
da media vuelta y Carvalho la sigue por el claustro. Saca la muchacha un pesado llavero de algún pliegue de sus faldones y abre un port6n que
les conduce a un sal6n lleno de nada y algunos
cuadros viejos y otro port6n a otro salón con el
casi nada de una austera larga mesa y otro port6n
a un salón no menos desnudo. Y mientras abre
paso al detective, la monja le insta:
-No la canse. Dolores es muy viejecita y ya le
quedan pocas palabras. Sólo oye lo que quiere y
pocas veces contesta.
Y Dolores está allí, en una silla de ruedas que
parece un pequeño insecto impotente en el centro
de un sal6n a todas luces excesivo. Es una viejecilla con poco y blanco cabello, semiderrumbada
en la silla, pero que aún aguantauna mirada viva y
nerviosa como sus labios temblorosos e iluminados por una saliva incontenible.
-La vienen a ver, señora Dolores. ¿Ve que
bueno es este señor?
Se encog~ de hombros Dolores.
-¿Y qué bueno -es Dios Nuestro Señor que se
acuerda de usted y le envía visitas?
P
48
Vuelve a encogerse de hombros la vieja que-observa con sus ojillos a Carvalho.
-Le viene a hablar de Don Ricardo, que Dios
tenga en su gloria, de su señor.
Los ojos de Dolores se agudizan, son estiletes
clavados en la cara del detective, pero sus hombl'Os se encogen, porque han de encogerse, porque no tiene una ya edad para expresar de otra
manera que todo le importa un caraja, piensa
Carvalho, al que se le escapa una sonrisa de
~mplicidad con la vieja. Y ella se sabe protagonista, cierra l.9s ojillos, finge dormir.
-Es más pilla. Ahora hace ver que duerme,
pero ¿verdad que no duerme señora Dolores?
Y la monja le hace cosquillas y la señora Dolores se ríe como una niña, pero sin abrir los ojos.
La monja le hace un gesto de impotencia cómplire a Carvalho.
-La conozco. No tiene el dfa. No quiere decir
nada.
CarvaIbo se inclina, su rostro está a la altura
del de la vieja durmiente.
-¿No me quiere decir nada de Don Ricardo?
Y ahora Dolores lloriquea y le dice a la monja:
- Yo soy buena, hermanita. Yo me porto bien.
No quiero que me hagan nada.
-¿Y quién le va a hacer algo, mujer? ¡Qué cosas tienel
De nuevo hay astucia en el rostro de la vieja.
Carvalho le susurra:
-Don Ricardo.
La vieja contesta.
-Un santo.·
Carvalho vuelve a susurrar.
-Sus hijos. Doña Jacinta.
Y la vieja sin pensárselo dos veces contesta.
-Una mala puta.
Y da por terminada la audiencia porque finge
dormir y hasta ronca. La monja se ha llevado
una mano a la cara.
-¡Que mal habladal La voy a castigar, señora
Dolores. No le daré la ensaimada que le he prometido.
Y la vieja durmiente se encoge de hombros sin
dejar de dormir. La monja invita a Carvalho a
salir, le da la espalda, le marca el camino de
regreso mientras primero comenta:
-Es una ingrata. Con el bien que le han hecho Doña Jacinta y su hermano. Es la edad. Dicen lo primero que les viene a la cabeza.
Luego, en la penúltima vuelta, arrugado el joven entrecejo:
-Me ha dicho la superiora que le pidiera que
recordara a Doña Jacinta que hace tres meses que
no envía la pensión de la señora Dolores. No es
la cultura en
MEXICO
en la cultura
Suplenlcnto de Sienlpre!
,
Dir«tor GenertJl: J05é Pagés Llergo.
Dirmor: Paco Ignacio Taibo n
Jefe th retlacrlón: Geranio de la Torre
Dúeño: Beatriz Mira
Redacrión: Francisco Pérez Arce.
Mauricio Ciechanower. Rogelio
Vizcaíno. Emitiano PéIft Cruz. Luis
Hernández. Cosme Omelas. Jorge
Belarmino Fernández Tomás. Jesús
Anaya Rosique, Andrés Ruiz. Orlando
Ortiz. Víctor Ronquillo. Juan Manuel
Payán. Héctor R. de la Vega. Carlos
Puig. Angel Vahierra. Pilar Vázquez.
Armando Castellanos.
que vayamos a echarla. Pero los tratos son los tratos.
VII
uena el despertador y el brazo desnudo de
Carvalho sale de entre las mantas en busca
de su garganta estridente. Más que apretar
el botón de paro, la mano parece querer ~tran­
gular el despertador. ¿Qué hora es? Pregunta una
voz femenina de entre las sábanas.
-Las ocho.
-¿Las ocho?
Hay indignación y brusca alzada en el cuerpo
de Charo que emerge desnudo hasta la cintura.
-¿Tú crees que son horas de ir por el mundo?
-Me voy de excursión.
Hay indignación, perplejidad, desorientación
en la cara amanecida y en las tetas igualmente
amanecidas de Charo.
-No estoy en mi casa.
-No. Estás en la mía.
Dice Carvalho camino de la ducha.
-Nos metemos en la cama a las cuatro y te levantas a las ocho. Estás loco.
Se zambulle Charo entre las sábanas. Al rato
asoma un ojo y grita:
-No olvides la cantimplora.
Los hermanos Alvarez de Enterría le esperaban delante de la Pedrera. Carvalho les vio discutir a lo lejos y pasó por alto la cara de perro indignado consigo mismo con que le recibieron.
Había sido imposición de ellos hacer en un mismo
día la visita del piso urbano de Don Ricardo y de
la residencia campestre donde había muerto.
Don Felipe no podía perderse un torneo internacional que empezaba al día siguiente en el club
de golf de Sant Cugat y Doña Jacinta pretextó
ocupaciones metaftsicas sobre cuya concreción
Carvalho no se atrevió a indagar. El piso urbano
de Don Ricardo estaba en la Rambla de Catalunya, en una escalera importante donde el modernismo había dejado una joven diosa con la cabellera floral sirviendo de marco a los escalones
que llevaban a un ascensor, diríase que hecho en
ocasión de alguna visita del zar de todas las Rusias a Barcelona. El ascensor subía corresponsable con su antigüedad y les llevó a un piso donde podían vivir cómodamente dos familias, con
un tanto por ciento estadístico muy bajo de posibilidades de encontrarse una vez al año en el
vestíbulo. Pero sólo eran habitables tres o cuatro
habitaciones, las que daban a un patio interior de
Ensanche, característico horizonte de trastiendas
de familias respetables, retícula de celosías, cenadores, invernaderos acristalados. macetones de
azulejos al servicio de palmas de un verde interiorizado, rejerías historiadas fingiendo ser balcón o límite entre patios y vegetaciones de inmenso jardín colectivo, romántico, abandonado,
aislado en una ciudad que ya no era lo que había
sido. Estaban impacientes los hermanos ante el
entregado contemplar de Carvalho y como los
S
madre y Carvalho merodeó el piso, abrió cajones, puertas, hasta revisó el sostenedor del papel
higiéníco de un baño de paredes altas y tragaluz
abierto a la inmutabUidad de una arenosa fachada de patio interior.
-¿Han retirado alguna cosa?
-No. Ni la ropa siquiera. La habrá visto usted
colgada. Apenas si se hizo ropa. Era muy pulcro
y conservaba trajes de antes de la guerra, como
hasta 1939 siempre fue vestido de militar.
Don Felipe quiso ponerse nostálgico.
-Tenía muy buena planta.
-Para lo que le sirvió.
Por lo que parece, usted señora, considera que
las guerras siempre hay que ganarlas.
-Al menos no hay que perderlas.
y echó la cabeza atrás retadora, una cabeza
patatal llena de verrugas desorientadoras de l.
orografía del rostro.
carraspeos no les sirvieron, lue Dofta Jacinta la
que preguntó por su parálisis.
-Siempre me conmueve el espectáculo de estos interiores de las manzanas del Ensanche.
-Conmuévase otro día, que hoy tenemos una
agenda muy apretada.
-¿Por qué eligió su padre vivir en la zona que
daba al patio interior?
- y yo qué sé. Tal vez porque era más tranquila y no le llegaba el ruido de la calle. O igual se
sentía seguro, mú escondido. Era un viejo muerto de miedo.
Una de tres: o a Dofta Jacinta no le gustaban
los viejos o no le gustaban los viejos con miedo o
no le gustaba ningún otro poblador del universo
que no fuera ella. Carvalho se inclinó por la tercera posibUidad y recorrió seguido por Dofta Jacinta las tres habitaciones que habían presenciado los últimos años del etopo». Un dormitorio
con una cama de matrimonio art decó y un armario inglés sobrio como un coclctaU party presbiteriano. Un estudio donde sólo había libros y una
ancha pero liviana mesa de pino sobre los trípodes sin pintar ni barnizar, el cuarto de baño envejecido y súbitamente sucio de tristeza y olvido,
una cocina en la que se había cocinado poco en
los últimos diez años, el que había sido cuarto de
Dolores, no mucho mejor que el que le correspondería en el convento. La biblioteca reunía
ejemplares en su mayor parte encuadernados, sin
más concesiones a la modernidad que los fUósofos
de entreguerras, Ortega y Gasset y Bertrand Russell incluidos. Cuatro o cinco trajes en los armarios. Viejas camisas en los cajones. Media docena
de calcetines largos, de liguero. Corbatas anchas.
Tres pares de tirantes.
-Perdió la vida y la vista entre tanto libro.
- Tenía la cabeza llena de letras.
-Menos leer y más vivir.
-La pobr~ mamá fue una márfu.
-Hasta sabía hablar en latín y leía libros en
griego.
Los dos hermanos se despachaban a su gusto,
en un doble soliloquio que recordaba los cantos
cruzados de los distintos pelSon.jes de las-óperas"
y las zarzuelas. A Carvalho le molestaban
aquellos ruidos de fondo, empeftado en meterse
en lo que quedaba de la atmósfera residual pero
íntima de Ricardo Alvarez de Enterrias.
-¿Esto es cuanto dejó?
-También había un reloj que se empeftó en
que fuera a parar a mi sobrina.
-¿Tienen ustedes una sobrina?
-Este tiene una hija. De lo que no estoy tan
segura es de que sea sobrina mía.
-Realmente no era un potentado.
-A pesar de ser un hombre de posibles, vivia
muy modestamente. Eso hay que reconocérselo.
-Mejor para los herederos.
-Si mi madre hubiera vivido más tiempo,
más habríamos heredado. Ella sí valía.
-Mamá era un lince.
-Una ardUla.
Dejó que los dos hermanos se pusieran de
acuerdo sobre la clase de animal que era la
VIII
ran dos lerdos impacientes, inútilmente
impacientes. Carvalho no se explicaba l.
sensación de prisa que comunicaban, la
prisa por la prisa, la ansiedad por comprobar que
no tenían nada qué hacer, nada qué pensar, nada
qué imaginar. Emitieron toda clase de indirectas
para que Carvalho acabara cuanto antes de su
inspección y cuando se convencieron de que eran
inútUes se desentendieron de él. Ella sacó una baraja española de un excesivo bolso de excesiva
piel de cocodrUo y se puso a hacer solitarios. El
conectó un viejo televisor en blanco y negro que
estaba en la cocina y se sentó para contemplar
alelado el hormigueo de las líneas y los puntos luminosos, empefiados en encontrar una imposible
salida más allá de los límites de la pantalla. Carvalho recorrió las habitaciones vacías. En una de
ellas aún pendían algunas fotografías amarillas
enganchadas con chichetas sobre el revestimiento
de papel: una foto del entierro de Franco, Einstein, Roosevelt con su mujer, Manuel Azañ. en
un mitín en una plaza de toros de Valencia, ~
gún contaba en el dorso. Ni un rincón sin examinar, ni una huella sugerente. Se imponía la lectura global de una vida destinada al goce de las mejores arqueologías de una juventud: los recuerdos
de la esperanza republicana y de la guerra civU
los más importantes. Cuando Carvalho volvió a
la zona habitada, Don Felipe se había dormido
en su silla y la mujer componía el gesto precipitadamente, como si continuara entregada a sus solitarios. Carvalho había advertido un seguimiento constante, saftudo, como la sombra del ama de
llaves de- Rebeca sobre-lo& pa6S de-" pobre- Joan
Fontaine.
-Por mí podemos marcharnos.
- Ya era hora. De aquí a San Miguel de
Cruilles al menos tenemos una hora y media de
E
~
Hobo un breve forcejeo sobre el coche a emplear para el traslado a San Miguel de Cruilles. Carvalho impuso su coche para estar en condiciones
de elegir restaurante y no someterse al previsible
mal gusto de los dos hermanos.
-Podríamos pararnos a comer en la autopista.
- ¿Se alimenta usted acaso con gasolina?
-No. Pero me da igual comer cualquier cosa.
- Y a mí también.
- Pueden comer unos hermosos bocadillos de
pan con pan y una película de jamón que sabe a
pienso compuesto. Los hacen muy buenos en las
cafeterías de las autopistas. Yo comeré tranquUamente en La Marqueta de La Bisbal: caracoles
con cabra y bacalao al Roquefort.
-¿Qué porquerías son ésas? ¿Caracol con cabra?
-La cabra es una especie de centollo casi vacío que en la costa del Ampurdán se emplea para
dar sabor.
-¿Bacalao al Roq"úefort? ¿Tiene gusanos el
bacalao?
-Es una buena idea, se la sugeriré a Savalls,
el propietario del restaurant. Es un hombre imaginativo.
-¡Qué horrorl ¿Bacalao al Roquefort?
Dejó a los hermanos aparcados ante una copa
de Drambuie la una y un carajillo de ron al otro,
para irse a comer al figón de Savalls. Media hora
después salió de La Marqueta reconfortado de alma y. de cuerpo y bien informado sobre la leyenda de Doña Jacinta y su difunto esposo, juez de
anodina memoria que no tuvo tiempo de restaurar la vieja masía de San Miguel para gozarla, ni .
siquiera in articulo mortis, porque murió atropellado por una Ducati 750 ce cuando cruzaba la
calle hacia el ejemplar de El Correo' Catalán de
todas las mañanas. Objetivo desgraciado porque
El- Correo Catalán de aquel· día, veinte de noviembre de 1975, salió a la calle sin enterarse de
que Franco ya había muerto, siendo el único diario del mundo que no dio la noticia a su hora.
-Pobrecito. Lo había oído por la radio y quiso asegurarse.
Explicó Doña Jacinta, al tiempo que el coche
de Carvalho se detenía ante el portalón de metal
verde de la finca. Abrió Don Felipe entre jadeos
borbónicos y Carvalho metió el coche por un senderillo de piedras planas emergentes de un alfombrado prado bien recortado. El senderillo le
llevó ante la puerta de una masía evidentemente
restaurada, con la faz semicubierta por una poderosa bungavilla en hibernación. Una vez dentro, Carvalho recorrió la casa mortificada por
una restauración que había colocado living donde había cuadra y estudio para estudiar nada en
el aftilIo de la paja. Don Nicolás había muerto
sobre aquella cama Thonet y tal vez su última
mirada se posó sobre un musiquero que servía de
estantería para escasos libros, sin duda compradQS a peso en una liquidación verg.onzante de El
Corte Inglés.
-¿Qué hay detrás?
- Una pequefta habitación que mi marido hizo construir disimulada por el armario. Allí guardábamos los electrodomésticos qu.e nos pueden
robar o los cuadros cuando termina la temporada
de veraneo. La casa queda muy solitaria y la mujer de la limpieza. durante el año sólo viene dos
días por semana desde el pueblo de alIado.
Apartó Carvalhe, el armario y se hizo abrir la
puerta de la habitación por un molesto Luis XX.
arruinado por la digestión de un bocadUlo de
salclÍichón gran liquidación de fin de temporada.
Una pequeiía estancia sin ventanas Uuminada
por una bombilla cenital. Carvalho recorrió la
pared maquinalmente con la yema de los dedos y
de pronto sus ojos cayeron sobre una inscripción
1,lecha con 1tDa punta. met6lica, tal vez con 11'1
punta de un llavín. «Esta vez podrán conmigo»-
I
¡
CULMINARA LA PROXIMA SEMANA
49
EL CINE SEGUN
TELEVISA
trella ascendente de Televicine es un hecho irreversible. Tres de sus ocho producciones fueron los
fenómenos de taquilla. Dos se ubican en el esquema juvenil (Fiebre de amor y Estos locos, locos
estudiantes); la otra recupera el género de barrio
(Adiós ....guni11a, adiós).
Jóvenes y superproducciones
El Eterno Retorno
fl la Pantalla Chica
pacidad del cine estatal para volver a ofrecer un
proyecto generacional y ante las crónicas infamias fílmicas de las "familias sagradas", Televicine se convirtió en una propuesta recuperable para los padres de familia.
Además, aprovechó una coyuntura favorable
cuando estalló la moda de los niños cantantes y/o
cómicos. Televicine recogió los frutos que Televisa sembró y "lo juvenil" -una temática abandonada desde las épocas de gloria de César Costa,
Angélica María, Alberto Vázquez y Enrique
Guzmán- resurgió como Ave Fénix.
Gerardo Salcedo Romero
elevisa incursionó en el terreno fílmico
cuando se inició el reflujo y el estancemiento de la producción estatal. Entre
1978 y 1981, la empresa televisiva organiza sus
dos brazos armados en el cine. En el campo de la
.producción nace Televicine y posteriormente
aparece Videocine, que aglutina los trabajos de
la distribución. Su pequeña y constante labor obtuvo un fruto definitivo en 1986: sus peliculas
fueron las más taquilleras y se convierte en la
empresa que mayor número de cintas estrenó, casi ellO por ciento.
T
TRADICIONES
La entrada de Televisa no significó una ruptura, su presencia sirvió para reforzar la existencia
del cine "familiar" y de los géneros preferidos se-gún el comportamiento de la taquilla. Tenía a los
cómicos -los había formado-, quienes sólo
alargaron a una hora media sus peculiares esfuerzos; se recuperó el cine de barrio; las tímidas
propuestas de "avanzada" se convirtieron en trabajos artesanales de suspenso; yen menor medida
se continúa impulsando a la tragedia ranchera.
Televicine se encontraba lejos de encargarle a
una generación joven la realización de sus proyectos, no se preocupaba por el cine de autor y sí
promovía sus creaciones como el Chavo del ocho,
Cepillín y Lucia Méndez. La nueva empresa contaba con un enorme aparato publicitario, habia
amalgamado a un público cautivo de la programación televisiva y, sobre todo, las "estrellas" se
construían (y se sIgnen fabricando) en los estudios de Chapultepec o de San Angel. El proyecto
cinematográfico no difiere del proyecto televisivo. Son hermanos siameses.
La consolidación de la empresa, bajo las manos de Fernando de Fuentes hijo, aprovechó la
avalancha feroz de ficheras, cantinas, burdeles y
la progresiva degradación de la calidad formal
del trabajo narrativo. También influyó la inca-
y
SO
1986
La moda de Lucerito, Luis Miguel, Tatiana,
etc., encontró ub rápido y popular eco entre el
público que se desmaya en el foro donde se maquila Siempre en Domingo. Y un programa de la
televisión se transformó en la piedra angular de
la emergente ··cultura juvenil": Cachún-cachúnra-ra. Como premio a su rating, Televicine, produjo una costosa cinta con el elenco de los cachunes. La exhibición de 1986 amplió su abanico temático con el éxito de El rey de la vecindad y
Adiós Lagunilla, adiós y lo cerró con Maleficios,
Enviados del infierno y Encuentros con la muerte. Esas fueron las líneas básicas de una propuesta hecha para la taquilla.
Películas mú taquilleras en el DF y área
metro potitana en 1986
•
Películas
Millones de pesos
Fiebre de amor
Los verduleros
El día de los albañiles 11
Adiós Lagunilla, adiós
&tos locos, locos estudiantes.
Cachún-cachún-ra-ra
254.5
235.0
234.6
225.2
174.8
La película extranjera más taquillera fue
Rocky IV (537 millones de pesos).
De las diez películas -extranjeras y
mexicanas- más taquilleras de 1986, seis
fueron distribuidas por Videocine.
Fuente: Departamento de Estadística de la
Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica.
Con esos antecedentes, el esfuerzo de Televicine llevaba las de ganar. La TV y sus secuelas cinematográficas se habían impuesto al grueso del
público. Los datos de 1986 confirman que la 0\'$-;
El cine de Televicine que se exhibió en 1986
confirma las constantes de su proyecto inicial: calidad formal superior al resto del cine comercial,
el aprovechamiento total del cine para ··familias"
y la invención -vía TV- de una serie de cantantes que irrumpen en la pantalla grande dentro
de una avalancha publicitaria. El cine es el último eslabón de una cadena que enlaza a la industria discográfica, la radio y la televisión.
La calidad formal de Televicine en la confección de las películas no es un alivio para el degradado cine nacional. La temática de las cintas juveniles es pobre, son viejas historias de amor condimentadas con cinco o seis canciones de éxito.
Fiebre de amor puede funcionar como el modelo de las vivencias juveniles según Televicine.
Lucerito y Luis Miguel se conocen, se enamoran,
después de experimentar algunos sinsabores logran realizar su amor, en el momento máximo de
la felicidad sentimental Lucerito se enferma y sufre una prolongada agonía. ¿Se acuerdan de Love Story?
El otro rasgo fundamental de Televicine se encuentra en su concepción de la superproducción.
La primera escena de Estos locos, locos, estudiantes es una coreografía faraónica que ocupa el
estacionamiento de los Estudios Churubusco. Para filmar El Maleficio 11, Raúl Araiza, el equipo
de filmación y Ernesto Alonso se pasearon por
Venecia y Nueva York. En el caso de los proyectos modestos, el presupuesto lo consume el salario
de las "estrellas" contratadas. De hecho, el eje
fundamental de las cintas reside en las cartas
fuertes que entrañan los actores con prestigio.
Las superproducciones son un hecho raro en la
industria filmica mexicana y no aseguran mejores
resultados. Como siempre, las limitaciones del
guión (y la concepción misma del quehacer cinematográfico) impiden un resultado digno e inteli·
gente. Los locos estudiantes se disuelve narrativamente en la estructura de los sketches. El Maleficio jamás lograba representar visualmente la
sordidez mencionada en los diálogos; al estilo de
las telenovelas, tqdo se resuelve de un modo platicado. En Televicine la realización es el eterno
retorno al medio que originó al proyecto: la tele- .
visión.
En el cine de barrio -Lagunillas y vecindades- todo es viejo, los méritos de Alejandro Calindo no han sido rebasados. En este género encontramos la petrificación de los personajes, el
mismo lenguaje y los mismos dilemas morales
que Calindo retr~taba en la ··edad de oro". Esos
melodramas son la tradición y Televicine, por supuesto, la respeta.
Infiltraciones
El éxito de Televicine comienza a ser el marco
de referencia de las otras casas productoras. Chiquidrácula y Pedrito Fernández fueron contratados por otros productores privados, para aprovechar su impacto comercial y la recurrencia del fenómeno comienza a repetirse cotidianamente.
1986 fue el año de ·relevisa. Su discurso camienza a ser hegemónico en el ambiente fílmico;
con el paso del tiempo todo el cine comercial se
definirá en función de los proyectos de Televicineo Una nueva tradición fílmica marca nuestro
porvenir inminente y el panorama no es alentador. (Próxima entrega La búsqueda).
El cuadro que hay que ver
Tirso Ríos,
Fitoquímico
RETRATO HABLADO
Sealtiel Alatriste
EL DESENCANTO Y LA LOCURA
or su rostro transcurre la desilusi6n, pero aún asf, uno intuye que, por primera vez, ella está descubriendo la rea1Jdad.
Curioso destino, saber, al momento del abandono, toda la
fuerza y sentido de la hiatorla; saber, en ese instante, que se ha vivido en la mentira. La pin~ura nos muestra a Carlota, la Emperatriz Mexicana, muy prob.blemente al momento de dejar el
pala. ¿En dónde ha vivido todos estos aAos? ¿Qué es México,
quiénes los Mexicanos?, ¿Qué jugarreta le depar6 el destino y por
qué ella se ha prestado al enjuague de Napoleón I1I? Las respuestas están ahf, pasan por sus OjOl, y al espectador que la contempla
en e! Castlllo de Chapultepec, le rorprende igualmente encontrarse oon esta Carlota, envejecida, desencantada, y, sin embarlO,
bella; e! medio cuerpo, er¡uldo, habla de su orgullo de eut&; la
mirada entrecerrada, la firmeza oon la que rostiene la maleta, el
gorrito de viaje que cubre su cabello, de la nostalgia que la abate;
parece que a1¡ulen la ha llamaJo OOn un ¡rito, PU88 te vuelve
robre el hombro para encontrarse precisamente oon aquello de lo
que ClICapa: Se está acabando la aventura dCllCabellada de querer
conquistar a un pueblo, y al mismo tiempo, entre 101 eIOOIDbroc
del auefto de Carlota, eltt naciendo e! primer proYecto nacional
mexicano. ¿Qué es lo que ~ oon tal desencanto que no acluye el
coraje? Para el pintor, 88 evidente que la Emperatriz es e! centro
de su atenci6n, pero para el espectador, oonvertido inesperada.
mente en creador de las intenciones que se adivinan en 101 ojOl de
Carlota, la ateDcl6n se enfoca al dilema de la historia; un verde
pistache, que atesora todo e! fondo de la pintura, en e! que se mitiga e! desencanto y la locura, parece Ier el ÚJÚOO punto donde se
unen pintor y espectador.
No deja de ser rorpreoclente que en una exposición ooncebida
para mostrar el esplendor del Palacio de Chapultepec y su hiatorIa, esta pintura DOS da a entender e! desencanto a esta historia y
ese esplendor: viejo, ariat6cralf, a oontra pelo OOn nuestra pobre.
za padecida. Ante _ rostro abatido por la tristeza, todo
-planos, armu, otru pinturu, uniformes, la exhibici6n
enter&- lan¡uldece, y el espectador no tiene más que solidarizarte oon Carlota, si por IOlidaridad se entiende comprensl6n, deslumbram1ento, seduccl60 ante el reboltijo emocional que envuelve todo el cuadro.
CurlOllUDeDte, la pintura no está firmada -uno tendería a
pensar que es de Germán Cedovius, o de uno de sus d1sclpulol-;
más curlOIO aúo 88 que no est6iDc1ulda en el Caülogo de la exposlci6n; moobldmo más curioso es que, en la vitrina que esti
enfrente, se encuentra un pequelio daguerrotipo del que la pintura está tomada. Entre ambu Carlotas, la de la pintura y la del
da¡uerrotipo, hay un parenteloo de ligno emocional pero iDvertido: lo que en el retrato es asombro, en la pintura es desconcierto,
lo que en e! retrato es miedo, en la pintura es descubrlmiento; el
pintor, sea quien sea, se ha apoderado de una Carlota a rajatabla,
la ha desnudado de infantilismo, y nOlla entrega cruda, delc:>lada, sin mAs opci6n que la demencia, pues ahf, cuando sabe que la
realidad la ha vencido, a Carlota no le quedará mAs alternativa
que e! escape a la locura.
De no saber que es Carlota, el espectador podrfa pensar que
se trata de Ana lCarenlna, ~n el andén, sabiendo que en un Instan·
te se suic dará en lu ruedu del ferrocarril. TodOllOllignOl uociados a su rostro -la maleta, el abanico, el chal para roportar el
frfo- hablan del adiós; e! Instante en que es captado su rostro,
nos dicen de la sorpresa, del hallazgo, del asalto de la realidad.
Adiós y sobresalto se hermanan en un sl¡no: el del ensueft.o derrotado, todo, entonces, una vez comprendido -asociado a Carlota
o a lCarenina- murmurará de! desconcierto, de la .inraz6n,de la
derrota. ¿Cómo acudir a la vida, si de ésta ya no queda mis que
un Incendio, si sus ulderos han sido debutados por una histQria
de violencia, horror y muerte? El Impacto es tan fuerte, tan Inten·
sa la emoci6n de la que la mujer es poselda, que es In~tf1 tratar de
evocar en ella algún rostro que mitigue la tristeza. PerD nuimporta, en realidad, de quién se trate, pues e! retrato et su propio mi·
to: la mujer ilusionada con la fantasla; es, vista asl, una versión de
IElgenia, en Aullde, ante la hoguera. ¿Qué tendrá la ilusi6n p4ensa uno, que en pos de ella tanto se embarga? ¿Qué tendrá la realí·
dad para esta mujer, que ante 10 imperio DO hay ale¡rfa que pero
viva? El verde del fondo, entonces, del que parecla emanar la ••
peranza, muestra el verdadero dilema del mito: la ilusión slemp~
es arrasada por la soberbia del propio Conquistador; IfipniA
muere por e! envalentonamiento de su padre; Carlota huirá hada
la locura por e! abandono de Napoleón m, y el obstinadO
patriotismo de los Juarlstas. En ellas -Carlota, Ifigenla,
KareDÍna- DO quedará mis que la resi¡naclón al sacrlficlo.
La Emperatriz se vuelve y, en su adiós, comprende la violen·
cla de México, su ma¡la, su bechiceria, y para ella, lO1a, la maldad de toda realidad. Al espectador le rorprende -DO puede dejar de sorprenderle- que él, en ese momento, esté ocupando e!
lugar de la violeocla, la fuente del desencanto; que sea él en quien
esos ojOl -mitad furia, mitad desih&Si6n se ~ 00Il reuaJ.
P
Retrato an6nimo de Carlota, en el Cutillo de Chapultepec,
dentro de la exposici6n "Historia de UD CutiUo"
Emiliano Pérez Cruz
o es que deseáramos salir:
¿para qué enseñarle los dientes al viento helado de la
noche? Además, elementos de la
policía montada efectuaban su
rondfn -pasaron por Filomeno Mata hacia Tacuba. frente al Café
París-o Pero faltaban escasos minutos para alcanzar la última corrida
del metro. Ni modo: a la calle, a la
mala onda gélida, a los desmontados
apañando mencanos achispados que
bajaban de Garibaldi hacia el metro
Bellas Artes. lA correrl Quemando
llantas al parejo del doctor Tirso
Ríos Castillo traspusimos el torniquete y abordamos el tren. IVaaámonosl
Tirso Ríos nació en la ciudad de
México en 1930 y es doctor en Qtúmica; obtuvo el grado en la respectiva facultad de la UNAM en 1964 y
desde 1967 es investigador titular de
tiempo completo en el Instituto de
Qtúmica de la misma institución;
pertenece al Sistema Nacional de Investigadores de más alta calificación.
Por él. especialista en Fitoqtúmica, nos enteramos que esta rama de
la qtúmica orgánica estudia las plantas: sus propiedades, desarrollo, la
importancia de su aprovechamiento
en la industria quúnico farmacéutica...
N
,'L
a naturaleza, en el hombre, se expande y se retracta. El hombre, este simio desnaturalizado...", escribió el
biólogo francés Jean Rostand. Fugaz. pasa el recuerdo de la policÚl.
Luego, en la soledad del trayecto Pino Suárez-Pantitlán. uno evoca el
diálogo sostenido con el doctor Ríos:
entusiasta animador -a costa de su
bolsillo- de aquella Revista mexicana de Química (1970-1972); director
de casi un centenar de tesis; distinguido con premios nacionales e internacionales (el premio a su tesis de
licenciatura, elegida la mejor en
1956).
y de la evocación resulta que la
Fitoquúnica -ligada a la genética,
a la botánica, a la bioIog{a y la
ecología, entre otras ramas cientffica5- apenas si tiene en nuestro país
poco más de centenar y medio de es'peclalistas en activo (otros hMlen babajo de gabinete, planifican...). La
Asociación Latinoamericana de Fi- '.
toquímica cuenta con cien miem-
bros. Bueno, si, pero ¿qué importancia tiene esta especialidad para el d~
sarrollo del país, con ese nombre tan
raro?
El doctor Tirso Ríos al habla: "La
Fitoqufmica y sus practicantes hacen
que México tenga un mayor conocimiento de sus recursos naturales; en
lo que a las plantas se refiere, claro.
Del estudio de sus caracteristicas y
propiedades quúnicas podemos pasar al desarrollo de nuevas especies,
de nuevos procesos qufmicos; al
aprovechamiento industrial de las
sustancias que de ella se obtengan".
En cuanto a plantas, dijo este
hombre que se cala los anteojos para
ver de cerca como si se enfrentara a
una obra de arte, México es excepcional: "El país contiene una gran
variedad de climas y regiones, con
gran diversidad de especies de la familia botánica: tenemos plantas del
desierto, bosques, selvas, plantas de
las llanuras costeras... Cada una de
ellas brinda elementos cuya composición diversifica su utilidad".
En algunos plÚSes las plantas
que tienen propiedades curativas para los males que aquejan al hombre,
son producidas para el comercio; en
otras crecen silvestres. Pero en
nuestros p.afses latinoamericanos
-anotó el doctor Ríos Castillo-,
hay quienes las compran en bruto,
más o menos las limpian y expenden
al consumidor para que ingiera su
dosis. En México casi ni eso hemos
podido hacer; de ahí la importancia
de que los especialistas conozcamos
las propiedades de las plantas y determinemos su utilización.
ero el Fondo Monetario Internacional y el pago de la deu
externa. y la depauperización
de grandes capas de la población lMtinoamericana. entre otras pestes
que azotan al continente, ¿aún dejan
algo para que los fitoqtúmicos laboren, se dediquen a la necesaria investigación?
"En América Latina pasamos una
malfsima época", acepta Tirso Ríos
(quien ha publicado más de cien trabajos en revistas mexicanas y del
extranjero). y añade: "A la crisis
económit'.P agregamos nuestra dependencia fecftOlógiea e inteleettarl,
la fuga de cerebros... ' Los paises pequeños alguna ayuda ruciben de instituciones internacionaJes, de uni51
P
versidades extranjeras que patrocinan el desarrollo de programas de investigación científica. Claro que no
en todos".
Ennumera: Bolivia, por ejemplo,
está terriblemente mal en la investigaci6n fitoquímica, que ell Perú es
elemental, casi tan inexistente como
en Ecuador. En Centroamérica, la
problemática socioecon6mica y la
guerra hacen difícil la investigaci6n
científica. en Costa Rica algunos
fitoquímicos aún pueden trabajar
porque reciben apoyo de entidades
norteamericanas y europeas interesadas en algunas especies de la regi6n comercialmente explotables.
Pese a las dificultades financieras,
Venezuela, Argentina, Colombia,
Chile, Brasil y México "ponen su
granito de arena dando a conocer la
composici6n y utilizaci6n de sus riquezas vegetales", se alegra Tirso.
La cercanía con Estados Unidos
algo deja. ligados científica y tecnológicamente a ate país, los científicos mexicanos aún tienen acceso a
sustancias, procesos y aparatos sofisticados que se reflejan en el desarrollo de la fitoquímica nacional.
Algunos estudiantes logran obtener becas para especializarse en el
extranjero y al volver a su país, por
lo general, permanecen ligados a sus
centros de formaci6n o desarrollan
programas ligados a los planes de desarrollo del país donde se especializaron; desapegados de la situaci6n econ6mica, poütica y social; acostumbrados a trabajar en condiciones
infinitamente superiores a las que en
su país privan, continúan estrechamente unidos a la investigaci6n de
los países desarrollados donde se
educaron.
¿Podía ser de otra manera; existe
un mercado de trabajo para los egresados de 1.a ....~ialidad en Fitoquímica? La respuesta de Tirso es: no.
"En México, donde escasea el trabajo normal, no hay posibilidades -en
general- de er.1pleo para quienes (a
simple vista) practican investigaciones 'sofisticadas' que parecieran
no importar para el desarrollo del
país -aunque sabemos que la investigaci6n científica incrementa las
posibilidades de desarrollo industrial
y comercial".
tros fueron los dias -Iay Perogrullol- en los que Tirso
Ríos estudió: a los 17 años
egres6 de la Escuela Nacional Preparatoria; le gustaban las canciones de
los tríos de moda; la juventud bailó
bIues, swing y el mambo de Dámaso
Pérez Prado fue el ritmo estudiantil
por excelencia -recuerda el doctor
miembro de la Asociaci6n Latinoamericana de Fitoquímica- "y aunque no lo practiqué ¡cómo lo gocél"
En Ciencias Químicas los estudiantes organizaban marimbeadas y
todo mundo podía llegar a bailar
-dos, tres horas- al influjo de las
maderas que cantan con voz de mujer. Testigo de la aparición del
chachachá del maestro Enrique
Jorrín y de la evoluci6n del rock,
Tirso se declara fanático de la música afroantillana, "que como dijera
Pancho Cataneo, también es
cultura".
Es cultura. ¡Es-cul-tu-ral Una soberbia rubia ,acapara las miradas en
el Café París. Y da pie a la pregunta
y Ríos Castillo corrobora: "También
como estudiante las mujeres eran la
gran tentaci6n". Luego se hizo ciné-filo de hueso colorado, actividad que
alternaba con los estudios y el trabajo.
-Supongo que antes, como ahora, eran contados los estudiantes de
Química y más aún de la especialidad en Fitoquímica, que coadyuvan
a un mayor y racional aprovechamiento de nuestros recursos vegetales.
-En todo el país -calcula Tirso
Ríos-, no creo que lleguen a 50 los
estudiantes de Fitoquímica. Esto significa que al no tener gente preparada, no podemos esperar muchos
cambios, mejoría, desarrollo en general. Los egresados pueden ingresar
a las agroindustrias, a la extracci6n
de aceites esenciales, de celulosa, a la
química farmacéutica; pero el campo laboral es muy cerrado puesto
que las trasnacionales recurren a sus
casas matrices para la elaboración de
nuevos productos, para la mejoría de
éstos; el egresado, ante la carencia
de ofertas de trabajo, se dedica a la
docencia tanto en provincia como en
el defe; esto no es malo: ayudará a
formar otros elementos, hasta que se
O
sature la masa crítica: qUlza para
cuando eso suceda haya fuentes de
trabajo donde participen a plenitud.
Las recientes movilizaciones estudiantiles nos mostraron a estudiantes
de la Facultad de Ciencias altamente
politizados, conocedores de nuestra
problemática social. Tirso Ríos considera que debe haber un equilibrio
entre la actividad poütica y la científica:
"Que la primera no entorpezca la
preparaci6n del estudiante y que ésta no le reste sensibilidad para ver los
problemas que aquejan a los mexicanos. Amante de la literatura -amigo de escritores-, le citamos un
párrafo de Alfonso Reyes y lo hace
suyo: "Mientras mejores sean las
obras, tanto mejor para México. El
verdadero problema es de calidad,
porque la- calidad sólo es voluntaria
hasta cierto punto. Muen ese cierto
punto en donde tenemos que apurar.....
-Tenemos que elevar -el nivel
académico en la UNAM, en la Facultad de Química; siento que ha
quedado un poco de lado la profundizaci6n en el conocimiento científico; hay que revisar los planes de estudio, porque no basta con incorporarse a la industria s610 con la licenciatura: hacen falta maestrías y doctorados; qué bueno que los estudiantes del CEU estén preparados.
sí como hay especies animales
en extinción, así la llamada
civilizaci6n ha devastado zonas cuya flora hubiera rendido más
frut.os si hubiesen sido explotados racionalmente. Pero, advierte Tirso
Ríos, "hay que considerar quiénes y
cómo están devastando selvas y bosques: si hacemos un juicio ligero,
culpamos al campesino que recurri6
a un árbol para hacer leña, venderla
y sobrevivir; pero olvidamos que hay
talamontes que llegan con máquinas
y rapan un cerro, se llevan la riqueza
maderera, exterminan especies visibles que la naturaleza tard6 miles
de años en desarrollar.
"Entonces tenemos que, por el escaso número de especialistas en
Fitoquímica, y a pesar de los avances
en el estudio de los vegetales, desaparecen esos laboratorios vivientes y
A
no los estudiamos, no los clasificamos, no aprovechamos las sustancias
que contenían. Tenemos el caso de la
región del Amazonas, pulm6n del
mundo que está siendo destruido, y
en México tenemos que después de la
desecaci6n de los lagos el clima de la
capital se alter6, desaparecieron especies vegetales, y aún nos falta llegar a un conocimiento total de las
plantas que hay en el país. Hace falta mayor responsabilidad, concientización.
"Porque las especies animales son
más visibles se protesta -enhorabuena- por la agresi6n de que son
objeto, pero con una planta (y qué
bueno que ya hay grupos ecologistas
aquí) todo mundo abusa: trozan las
ramas de los árboles, los queman, pisotean las yerbas". Tirso Ríos se·
congratula de que en la UNAM ya
existan proyectos interdisciplinarios,
para evitar duplicidad en la investigaci6n científica: "Si las instituciones nacionales e internacionales
que apoyan el desarrollo de la ciencia están en crisis, no hay dinero para financiar proyectos, pues no es
justo que los escasos recursos lleguen
a desperdiciarse por la falta de interrelaci6n, de comunicación. No es
justo, y menos en un país subdesarrollado como el nuestro. Lajnterdisciplinariedad ayuda, por el simple hecho de que ocho, diez ojos, ven
mejor que dos".
¡A
Yojitos pajaritosl Estación
terminal Pantitlán. Tirso
Ríos ya debe haber llegado
a Taxqueña, confundido entre la
muchedumbre que retoma a su hogar, porque el estereotipo, la caricatura que del científico nos hemos
hecho, no va con la personalidad de
Tirso, quien dijo: "A lOs científicos
nos han puesto calvos, con anteojos
de fondo de botella, olvidadizos, sin
mujer ni hijos ni necesidades económicas, siempre con bata blanca y"'rodeados por instrumentos de loquera;
el estereotipo no concibe que gustemos de una copa de vino o de un café
con los cuates; ya se sabe que hay
quienes se van detrás de unas piernas
bonitas por todo el mundo. Tomarle
gusto a la vida no hace menos científico ál que lo es"·
Una historia
de la Ibero:
LAS QUE
NO SALEN·'
EN VOGUE
eis de marzo. A menos de 48 horas del Día
Internacional de la Mujer, sindicalizadas y
sindicalistas de los sectores administrativo,
académico y de servicio de la Universidad Iberoamericana, se reunieron a platicar de esas cosas
de ser mujer, ser empleada ocho horas al dia con
horario discontinuo, algunos hijos, un compañero, la ciudad de México, la Universidad que se va
de sur a poniente en unos meses.
S
María:
Las mujeres venimos a trabajar aquí a la Universidad como cualquier hombre. Como que olvidamos que muchas de nosotras tenemos también obligaciones domésticas, que la mayoría de
las veces no compartimos con ellos. Todas tenemos familia y casa. Y sin embargo, al llegar al
trabajo parece que lo ocultamos y lo negamos.
Desde el Comité Ejecutivo del Sindicato vemos,
por ejemplo, que prácticamente no hay solución
a problemas que usualmente tenemos que resolver las mujeres, como el de quién cuida de nuestros hijos cuando venimos a trabajar. Apenas hoy
empieza a preocupar el hecho de que no tenemos
guardería. Ha tenido que ocurrir la vfspera del
cambio de instalaciones hasta Santa Fe para que
esto suceda.
Luz:
Las mujeres no estamos habituadas a hacer
frente común. El que dentro de unos meses vayamos a tener que ir a trabajar a Santa Fe es una
coyuntura interesante para empezar a tener una
voz colectiva. Nosotras podemos decidir el tipo
de atención que querramos para los niños, las
características de su acceso.
Marta:
Yo recuerdo cuando entré a trabajar a esta
Universidad, que entre los trámites que tema que
real.izar estaba el de entrevistarme con una psicóloga. Entonces mis tres hijos estaban chiquitos: el
mayor tenia cuatro años y el rÍtenor unos ocho
meses. La psicóloga me preguntó si no tenia problemas (emocionales o algo asi, supongo), por dejar a mis hijos y venir a trabajar. Yo respondf que
por supuesto que no, aunque evidentemente los
tenía. (No iba a correr el riesgo de que no me
contrataran) .
María:
Si nos fijamos, el mercado de trabajo de esta
sociedad está pensado para tiempos completos, y
generalmente horarios discontinuos; para quien
no tiene problemas en términos de hijos o en el
ámbito doméstico. Está pensado para un ser asexuado, sin familia, que pueda dar todo su tiempo
a la institución. En este sentido, la institución ve
como una amenaza la maternidad.
Erika:
Algunas de nosotras vemos el trabajo como una
evasión de nuestros problemas familiares. No es
que ocultemos lo que nos pasa; es que mientras
estamos trabajando no queremos acordamos de
las desveladas por el hijo que todavía se despierta
en la noche, o de la ropa que hay que lavar.
Tere:
Tenemos una desventaja laboral seria. Muchas
veces, cuando hay una candidatura para algún
puesto, prefieren a los hombres aunque una tenga igual o mayor capacidad y experiencia.
Luz:
En una escuela donde daba yo clases una compañera se embarazó y no la dejaron seguir dando
clases, que porque era un mal ejemplo para las
alumnas. ¡Un mal ejemplol ¡Imagfnensel
Marta:
También hay una presión social para los
hombres que quieren, porque se dan cuenta de.,t
que es importante, compartir responsabilidades •
en casa. Cuando una se pone de acuerdo con "Su
pareja para dividirse el trabajo doméstico, tesulta que se ve mal que el hombre falte a su trabajo
por cuidar a un hijo enfermo, sobre todo si tiene
una mujer.
Gabriela:
Yo he tenido problemas con mi esposo porque
a veces le da porque no quiere que yo vaya a trabajar.
Creo que muchas veces las mujeres educan mal
a sus hijos. Todo se los dan en la mano. Ellos crecen y no buscan una esposa, sino una sirvienta.
Mi papá, con un chiflido ordenaba a mi mamá
que le llevara la toalla, las pantuflas, la camiseta. Yo criticaba mucho que mi mamá se dejara
tratar así. Pero me casé y empecé a hacer lo mismo: mi esposo se aqostumbró a que yo le boleara
los zapatos y cuando 10 dejé de hacer se enojó
mucho.
Carla:
Mi papá llegaba a la casa y ordenaba
comida... y comida especial, y allí estaba mamá
en friega, prepara y prepara para los chilpayates
y para mi papá. Sin embargo, mi mamá nunca se
atrevió a hablar de lo cansada que estaba de su situación, yo creo que ni siquiera se le ocurrió.
Por cierto, hoy en la tarde estaba con una chava que hablaba por teléfono para pedir permiso
al marido para quedarse al festejo, y el marido
que no la deja. Cuelga y nos pregunta a las que
estábamos alli:
-¿Ustedes no tienen marido?
-No.
-¡Felicidadesl
Gabriela:
Bueno, yo estoy aqui porque mi marido no está
ahora en México. Si no, no habria podido venir.
María:
En mi departamento hacemos trabajo promocional con un grupo de mujeres que están organizadas desde hace muchos años en un movimiento
popular. Ellas tienen asamblea todas las semanas
y trabajan mucho en este movimiento. Y sin embargo, yo las he oido decir orgullosas:
-A mí no tienen nada que reclamarme mi
marido y mis hijos. Siempre, antes de salir, hago
la casa y la comida para todos.
Cocinamos para el galán, nos arreglamos para
el galán. Sólo en el trabajo fuera de casa aprendemos a hacer cosas para nosotras mismas. Vivimos en función de otros. El trabajo fuera de casa,
parece mentira, nos permite cierta independencia. Incluso podemos ocultar que nos subieron el
sueldo.
Gabriela:
Al principio, cuando dejé de bolearle los zapatos a mi marido, tenía miedo de que todos pensaran que no cumpHa con mis obligaciones. Yo empecé a boleárselos por gusto. A veces uno hace casas porque tiene tiempo, o por gusto, o por amor,
y luego resulta que eso se vuelve obligación.
María:
No hay que olvidar que las mujeres, al hacer
las pequeñas acciones cotidianas, adquirimos
mucho control sobre ellas, es decir, poder. Hay
mujeres que no quieren dejar su papel y compartirlo porque no quieren perder poder. No quieren
dejar de ser las amas, aunque sea de casa.
Me pregunto cómo pasar del chisme y el cotorreo privado a la acción colectiva, al frente camún. También estaba pensando que es diferente
el caso de las trabajadoras administrativas. El espacio secretarial, especialmente, es un espacio
hoy ocupado por mujeres. Por cierto, el año pasado, precisamente al organizar el Dia de la Mujer,
preguntábamos a las compañeras (luego hicimos
una exposición con sus respuestas) qué les gustaría en la vida. Una de ellas respondió:
-Dictarle una carta a mi jefe.
Erika:
Las mujeres generalmente actuamos en función de otro. Como que tenemos mucho esa idea
de que el sentido de nuestra vida es el hombre.
Queta:
Hace unas semanas decidf arreglar mi departamento. Y les conté a unos amigos que habia puesto alfombra. ¡Creyeron que me iba a casarl
-No, no, no me voy a casar
-¿Entonces por qué alfombras?
-Porque tengo ganas de tener mi casa bonita.
Maricruz:
.
Cuando una tiene una pareja, es importante
compartir los trabajos domésticos y el cuidado de
los hijos. Yo, afortunadamente, puedo decir que
mi esposo me ayuda mucho y los dos compartimos el cuidado de las niñas, el sueldo, el trabajo
en casa. Pero no puedo hablar de eso en mi trabajo con las compañeras, porque les da envidia y se
burlan.
Sofía:
Es distinto compartir que ayudar. Como están
las cosas, es importante que por lo menos ayude
el compañero, pero si nos quedamos allfo .. A mi
esa palabra ayudar me molesta mucho, porque la
casa y los hijos son de los dos. Si los trastes están
sucios, alli están, Y yo no le voy a decir a mi compañero que tiene que lavar los trastes. Yo estoy
cambiando pañales. Alguien tiene que lavar los
trastes... A él le toca. Creo que el problema es
que debemos aprender a respetamos a nosotras
mismas. El hombre no es tan tirano, pero tiene
resuelta su existencia en casa. Si planteas y haces
patentes los problemas domésticos en lo cotidiano, muy bien. Si lo regañas, ya la amolaste.
Creo que las mujeres tenemos sobre los hombres
la ventaja de que tenemos posibilidades de. viYil:.
más cosas; que somos más fuertes, que tenemos
más pequeños afectos. Hay que aprender a compartir también eso con ellos. Y de buena forma,
porque si no, se van.
Rosana:
Yo me pregunto hasta dónde vale la pena el
sacrificio de las mujeres. Que te mates' por él y le
des todo, y luego te cambie por una más joven.
María:
¿Cómo aprender a respetarse? Socialmente somos un sexo débil. Y las hijas y los hijos ven que
sus madres somos vituperadas constantemente.
Desde el "manejas como vieja" hasta las formas
de lenguaje que nos excluyen o nos agreden. Un
cambio entonces, un cambio verdadero, tiene
que ser colectivo: de ambos sexos; de hijos, hijas y
padres. Porque no se trata de peleamos con los
hombres y quedarnos solas, sino de vivir nuestras
relaciones de pareja, nuestra maternidad, nuestro cuerpo, de distinta forma. Y eso se dice fácil
pero....
53
KESEY
SIGUE
SIENDO
KE SEY
bién vocal de la Iniciativa pro Mariguana de
Oregón, una propuesta al congreso local que si
obtiene la mayoría en noviembre de este año, legalizaría los plantíos personales de mariguana.
- Todo este movimiento antidroga es parte del
intento de hacernos a todos calcadamente iguales
de costa a costa -dice Kesey-. Por su naturaleza el fascismo se opone a la diferencia. Y cuanto
más popular es la administración Reagan, más
fascista se vuelve.
Odia lo que ve como una transformación en las
El sicodélico autobús pintado de arcoiris, que
actitudes norteamericanas de tolerancia y comel novelistay una_cohorte de tragadores de ácido
.prensió~que marcaron los años 60.
(los Meny Prank~ters) utilizaron para recorrer la
~ ~
.
--El pueblo norteamericano ha perdido el sen~ta oeste de los Estados Unidos hace dos déca- ._ "'~'¿~:-"::':":'~
--;--:'
_
tido de justicia, que solía tener -se lamenta
das, aún se encuentra al lado del establo. Sí el' ~
Kesey-. Realmente, más que haberlo perdido, .
Instituto Smithsoniano ha estado llamando a KeMarc Cooper
sey dos veces por semana, rogándole que done la
se lo ha quitado el gran-gobierno, los grandescamioneta al museo más importante de los Estanegocios, la gran-iglesia y un nuevo factor, las
dos Unidos. Pero, no, Kesey no se ha retirado, ni
grandes-cadenas-de-comunicación. Miren nada
el patio del granero: ranas, gatos, tortugas, patos
más el caso Khadafy. Ha sido vendido al público
nada por el estilo. Tomando las palabras de los
y cuatro llamas. peruanas que comen hierba-. Y
norteamericano de la misma manera que se venposters que presentan su ambulante show de
los escritores sienten muchas veces, y tienen rade la cocacola. La diferencia es que se supone
multimedia, lectura y concierto, Kesey todavía es
que la cocacola te tiene que gustar y los libios no.
zón, que su trabajo es retocado para ser llevado a
"Kesey:·declamando, recitando, rocanroleando y
Tienes que odiar todo lo que sea diferente.
la pantalla, es como un hijo capado. De manera
leyendo".
Este áspero y polémico personaje, también
que eso me hizo pensar: ¿Por qué no ir directaConsiderado alguna vez como el hippie númemente
a
las
fuentes
y
escribir
un
libro
que
SEA
un aspecto poco conocido de actividades lotiene
ro uno de los Estados Unidos, sus dos novelas esuna
película,
no
un
libro
que
se
CONVIERTA
en
cales.
Ayuda a manejar una lechería que ha sido
critas en los años 60, Alguien voló sobre el nido
una
película?
de su familia durante años. Se ha heel
negocio
de Cucú ya vece. una gran úka, inspiraron a una
Como un paso más hacia esa meta, Kesey está
cho un traje blanco y comprado un sombrero Pageneración completa y vendieron más de 60 mifilmando en video sus giras a lo largo de toda la
namá del mismo color para dar un discurso en la
llones de ejemplares a lo largo del planeta. Con
nación
leyendo
fragmentos
de
Caja
de
Demoescuela
pública de Eugene donde ha pedido una
ellas se hicieron películas de éxito que fueron visnios. Sus extravagantes actuaciones se desarroovación para los maestros. Vive con su esposa de
tas por millones. Y ahora, tras 22 años de ausenllan ante enormes audiencias y son apoyadas por
30 años, su hijo de 25 Zane, y su hermana Sunshicia en el mundo literario, Kesey ha irrumpido
músicos, efectos de sonido, cambios de vestuario
ne, una profesora asistente en la Universidad de
ruidosamente en la escena con su tercera obra,
y
la
utilización
de
un
insólito
aparato
llamado:
Oregón.
Caja d~demonios. Y también ha regresado el Ke"la máqftina de los truenos", que podrá haber siKesey se vio profundamente afectado por la
sey alu~inante, irreverente. y rebelde ("loco", sedo
robado del Mago de Oz y que parece ser parte
muerte de su hijo de 21 años, Jed, en un accidengún las palabras del propio Kesey), que fue celede una motocicleta cruzada con un órgano, sin
te en 1984, cuando el autobús en el que viajaba
brado y ~etratado en la novela-documento de
ser nada de eso.
para asistir con el equipo de lucha de la universiTom Wolfe, Gaseosa de ácido eléctrico aúcarElaborada a partir de la carrocería de un thun- , dad a un encuentro, chocó. Tras enterrar a su hi1972).
derbird 1962 y pintada con el estilo familiar del
jo el"! una pequeña colina tras el hogar familiar,
Estoy ardiendo con ideas nuevas -dice Kesey
de
cuerdas
de
arpa,
camioncito
Day-glo,
erizada
Kesey escribió un enfurecipo y catártico ensayo
sobre los graznidos de un gigantesco loro, en su
claxons
de
bicicleta,
trompetas,
sintetizadores
en
el que fustigaba a la administración Reagan
sala cocina-o Y obtengo tantas respuestas nega"la
máquina
del
trueno"
humea,
topor
gastar millones de dólares en la carrera arelectrónicos,
tivas que sé que estoy en lo justo. Sé que estoy
mamentista mientras recortaba programas eduse, escupe y se convierte en el centro melódico de
acercándome a algo.
las lecturas de Kesey.
cativos y de seguridad en las carreteras. Por la
En lo que anda Kesey, lo que reconoce le obsede
naKesey
parece
seguir
obteniendo
placer
memoria de un hijo que vio morir en el altar de
siona, es su concepto de una videonovela. Aclara:
dar contra la corriente. En el mismo momento
las
prioridades nacionales abandonadas, Kesey se
-Greo profundamente en la literatura, pero
que la administración Reagan declara la guerra a
adhirió
a un tipo de activismo más allá de sus
¿quién dice que la literatura es sólo palabra imla droga, Kesey, que solía regalar LSD antes de
escritos. Y el autor está haciendo buena su propresa? Mi siguiente "libro" va a ser un videotape,
que fuera prohibida (y que aún habla de ella comesa:
porque tienes que encontrar a los lectores, y los
mo
el
"sacramento"),
utiliza
sus
lecturas
para
in-Faye y yo estamos preparados para particilectores, hoy, están en la televisión.
vitar a las audiencias a que envíen muestras de
par activamente en el movimiento Santuario pa-¿Y qué sucede con los agentes, los editores,
orina a Nancy Reagan para protestar contra las
ra los centroamericanos. Parece que es la única
los colegas? Kesey se ríe.
pruebas de consumo de droga. Se ha vuelto tamopción
correcta.
-Eso es como decirle a Cutenberg: "Oh, no
Impávido
frente a la noción popular de que el
inventes esa máquina, vas a dejar sin empleo a
activismo de la generación de los años'60 ha lletodos esos pobres monjes".
gado al punto cero.. Kesey afirma que es parte de
Caja de demonios, en sí misma, fue un paso
una persistente, perseverante minoría, que "pueadelante hacia esa nueva forma que Kesey está
de que no sepa lo que es bueno, pero sabe muy
tratando de inventar. Una colección de ensayos,
. claramente lo que es justo". Dice que sólo es un
cuentos folclóricos, poemas, canciones, anécdoproblema de tiempo el que se produzca un renatas carcelarias y sketches autobiográficos suavecimiento
político y cultural que cubra de nubes
mente dramatizados. Kesey habla de su libro co"el
barato
machismo y anti-intelectualismo de la
mo "una caja en la que hay un montón de mateera Reagan". Con el típico aplomo Kesey, afirrial que no forma exactamente una novela, no es
ma:
verdaderamente periodismo, no es realmente
- Uevaremos esto adelante hasta convertirlo
una autobiografía".
en una nación -hace una pausa, y con un guiño
Kesey, de heCho, había tratado inicialmente
malicioso en sus ojos claros, añade un poco de
de publicar el libro como un montón de hojas
sabiduría ranchera-o La crema siempre sube a
dentro de una caja de zapatos que podían ser
la superficie, y luego se hunde.
leídas de múltiples maneras y en diferentes órdeVe a sus compañeros del alma de los 60 como
nes. Los expertos en mercadotecnia lo obligaron
vanguardia regenerativa. Confía en que el
esa
a abandonar la idea, pero permaneció fiel a su
de los 60 renacerá y dice:
espíritu
proyecto original al no unir los fragmentos de la
-Es
como
una hermandad primitiva. No tehistoria con una trama unificadora, personajes, o
nemos que ir a los mítines y anunciar todas las cobreves pasajes de transición. Y los riesgos de la insas que estamos haciendo. Pero todos estamos
novación parecen estan rindiendo dividendos.
combatiendo el monstruo lo mejor que podemos
Un crítico de Los Angeles reaccionó de una ma)' dondequiera que este~os. Dejemos que la
nera significativa y que parece generalizarse en
prensa hable todo lo que quiera de las defecciolas reseñas ante Caja de Demonios al llamarla:
de la generación yippie. No me preocupa.
nes
"inteligente... lúcida... fuerte... excitante".
Pienso
que una vez que eres parte del asunto, ya
~ Los escritores en nuestros días tienen que
nunca podrás abandonarlo.
vender sus historias al cine para vivir de ellasmusita Kesey mientras observa a los animales en
(Traducción PIT Il).
P
leasant DiU, Oregón. La granja de 10 acres
de Ken Kesey, a 18 kUómetros al este de
Eugene, tiene tractores, caballos, un granero rojo, una manada de vacas, e incluso un par
de perros fieles. Kesey, ahora con 50 años, con el
pelo blanco, envejeciendo, pero conservando la
estampa de osito Teddy que surge del luchador
que ha sido, ofrece la perfecta estampa de un ca~:l.ero,. abuelo y granjero. Pero no se dejen enga-
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