Libro de Juanito Urda - El Centenillo es otra historia
Transcripción
Libro de Juanito Urda - El Centenillo es otra historia
A mis hijos, Nacidos todos en ese pequeño pueblo, pero muy grande en el alma de todos los que en él pasamos la mayor parte de nuestra vida, y al que ellos tuvieron que dejar siendo aún niños. A mi padre, Que me enseñó a cazar. AGRADECIMIENTO A Anita Rusillo, querida y entrañable amiga, por animarme en varias ocasiones a que escribiese acerca de EL CENTENILLO, dado el cariño que perdura en ella, tanto hacia el Pueblo como para con nuestra Virgen y a Sierra Morena, a quienes ha dedicado una poesía que se incluye en la página siguiente. MI SIERRA MORENA En las sierras de Jaén existe una hermosa sierra, y…… ¿sabéis como se llama?…, ¡se llama Sierra Morena!. Donde moran los venados, van saltando por las piedras, van bebiendo en los arroyos el agua fina de la sierra. En lo alto de las rocas, en las agrestes peñas, se alza el gran Santuario de La Virgen de La Cabeza, de esa virgen tan morena tostada por el sol de la alta Andalucía a quien todos los jiennenses veneramos, adornada por las flores de toda la serranía. Entre tomillos y romeros, entre olivos y jarales, entre brezos y poleo, entre fandangos y verdiales, las mujeres de esta tierra son claveles que se abren a este sol de Andalucía, envidiadas en todo el mundo por su gracia y gallardía. Son morenas, ojos negros, pelo negro de azabache en las que destacan sus mejillas cual gotitas de sangre, son airosas al andar con sus cuerpos cimbreantes, son como toros bravos de la serranía grande, bonitas, sultanas, moras como la sierra bravía, desafían a todo el mundo con su gracia y gallardía. Jaén, con El Centenillo que es mi tierra, con ella mi Virgencita, ante quien las mozas gallardas van a invocar aquello que necesitan. por algo Jaén, te llaman tierra de María Santísima, eres tierra del "ronquio", de hombres de sangre brava y de mujeres bonitas. Bonito nombre María, junto al Santo Rostro de Cristo, Jaén te quiere y te admira, eres lo más bonito de toda Andalucía. Todo Jaén te quiere, todo Jaén te admira. Anita Rusillo López PRÓLOGO Hace tiempo, me surgió la idea de escribir algo sobre EL CENTENILLO, ese precioso pueblo enclavado en el corazón de Sierra Morena, donde transcurrieron los mejores años de mi vida, los más recordados de niño, adolescente, de adulto, lugar donde murieron mis padres y nacieron mis cuatro hijos, hasta el día en que, debido al cierre definitivo de las minas de plomo, todos los habitantes que componíamos su población, como una gran familia, tuvimos que abandonar, dispersándonos a lo largo y ancho de casi toda la geografía de España, cada familia con su prole, hacia donde Dios nos quiso ir orientando. Yo, con la mía me aposenté en Jaén capital, al menos no muy lejos, me consolé, ya que se me hubiera hecho mucho más "cuesta arriba" tener que haberme desplazado a otra ciudad más lejana, desde donde no hubiese tenido posibilidades de visitar frecuentemente nuestro pueblo, sus sierras, y las pocas personas que, en principio allí quedaron, a las que tanto cariño les tengo y guardo tan gratos recuerdos de todas ellas. Unas veces por apatía, otras por indecisión, y en fin por otros muchos motivos, fui dejando el ponerme a escribir, pasando los años, hasta que hoy, alentado una vez más por una de mis grandes amistades, a quien profeso un gran cariño, comienzo con esta tarea en la que trataré de no caer en repeticiones o redundancias de narrar hechos o anécdotas que otros paisanos amigos ya han dejado plasmados a lo largo del tiempo transcurrido. En mi memoria: -- BIOGRAFÍA DE UNA MINA. - Juan García Sánchez, -- EL CENTENILLO, UN PUEBLO ANDALUZ Y MINERO - Luís García Sánchez. -- ALGO DE MI VIDA, Y PARTE DE LA HISTORIA DE EL CENTENILLO. - Juan Jiménez Hita. A todos ellos mi reconocimiento y felicitación. Por tanto, no mucho puedo contar sobre mi admirado Centenillo, que no se haya hecho ya, debido sobre todo a que la vida cotidiana en un núcleo de población pequeña, era prácticamente la misma para todos, con la singularidad del trabajo o dedicación distintos de cada uno de mis paisanos. Dedicaré lo poco que pueda escribir, a modo de narraciones, más bien recordando algunas cosas de mi infancia, de hechos que me han ocurrido o en los que he participado en nuestro pueblo y su entorno y.....¿cómo no?, algo diré también sobre ÉL, nuestro Centenillo. Sé que no tengo dotes de escritor, pero creo que es muy bonito aprender como se pueda, echando mano de todos los medios que uno tenga a su alcance; las estructuras mentales no se basan en poder exhibir un diploma o título de tal o cual Universidad, o pertenecer al selecto grupo de pensadores de "ultra no sé qué". Uno aprende donde puede, uno es Juan Palomo: "yo me lo guiso....., yo me lo como". Esto es lo que yo pienso que es, mas o menos el autodidacta por definición, y de eso, de autodidacta, sin más pretensiones, y no de otra cosa es de lo que trataré de ejercer a lo largo de estas líneas. I - EL PUEBLO EL PUEBLO Y SU VIDA COTIDIANA En Centenillo la vida transcurría alegre, había cordialidad y armonía entre sus vecinos, este pueblo aunque pequeño, tenia grandeza, no existía el paro, todos teníamos nuestra casita, más o menos espaciosa, con más o menos comodidades, pero había un techo donde cobijarnos, sus casas, siempre tan blancas, sus calles limpias. En Centenillo todo era diferente. El personal en edad laboral, cada uno a sus ocupaciones y, terminada la jornada de trabajo se formaban las tertulias, en grupos allí en "la corredera", algunos paseaban, otros iban al casino, a jugar con sus amigos alguna partida de cartas o dominó mientras tomaban un café o un "chato" de vino; había quien tenia un pequeño huerto, al que dedicaban cualquier rato libre del que dispusieran, viendo eso sí, recompensados después su dedicación y esfuerzos con el estar abastecidos para unos cuantos meses de verduras, patatas, frutas, etc. Los menores en edad escolar, cuando "Lillo el tuerto" hacia sonar la campana, emprendían la marcha con sus portalibros o cartera bajo el brazo, para acudir a sus clases, siendo obligatoria la asistencia a las mismas, razón por la cual en Centenillo no existían analfabetos. Terminadas las obligaciones escolares, cada uno se dedicaba a jugar con su entretenimiento o afición favorita, siempre estaban de moda el juego de las bolas -se usaban las de níquel, de todos los tamaños procedentes de rodamientos en desuso, el juego de los "santos", -querían ser cromos, que se coleccionaban, hechos a base de recortar el anverso y el revés de las cajetillas de cerillas-, se jugaba con los "aros", con los trompos, al "pañuelo", etc., y los mayorcitos se entretenían jugando a "fútbol", "la pita", a tenis, y a los toros, que era el que más me gustaba a mi. Unos soñando con imitar a Zarra y Zamora, y otros a Domingo Ortega o Vicente Barrera. También la juventud femenina tenia sus juegos preferidos como la comba, "la rayuela", el diábolo, y otros varios que practicaban a su antojo por cualquier calle o rincón del pueblo sin preocupaciones de tráfico, y casi sin molestar a nadie. La mayoría de estos juegos hoy día están desaparecidos, se ha cambiado su práctica por la de otros mas arriesgados, molestos y más caros. Así transcurría, a grandes rasgos la vida cotidiana en El Centenillo. LAS FIESTAS En Centenillo, cada año por las mismas fechas se celebraban unas fiestas con participación de grupos escolares, y otras destinadas a grupos de obreros pertenecientes a los distintos departamentos, fiestas que organizaba y patrocinaba la Dirección de la Empresa . Las fiestas de los escolares se componían de varios concursos, tales como: carreras de relevo, salto de altura, carreras de cien metros, carrera de sacos, y la carrera de "bidones", siendo las dos últimas las más difíciles y divertidas. La carrera de sacos consistía en recorrer cien metros con los pies metidos en un saco que había que ir sujetando con las manos por su boca, a la altura de la cintura. En la otra, la de "bidones", había que correr en grupos de cuatro hasta llegar a donde había una especie de portería de fútbol del larguero de la cual pendían cuatro bidones sin fondo, cubiertos en su tapa por papel de seda, introducirse cada uno en el correspondiente bidón y arrancar corriendo cosa harto difícil debido al balanceo de los bidones- hasta unos cincuenta metros donde había una red tendida en el suelo, bajo la cual había que pasar, o mejor dicho arrastrarse, superado lo cual, a unos pocos metros se encontraban otros bidones. ¡Era toda una odisea poder llegar hasta la meta!. En la fiesta de "los obreros", como le llamábamos, había "tiro de cuerda", lanzamiento de jabalina, de "bola", carrera de relevo, y la principal: la carrera de "La Avetarda". Esta tenia su inicio en la mina de plomo de ese nombre, distante de la meta unos tres kilómetros; recuerdo que casi todos los años el primer premio lo conseguía la misma persona, un peón minero conocido por "El Cartagena" a modo de apodo, al parecer por su procedencia, y el segundo premio, también durante años fue casi siempre para otro minero al que apodaban "Rabioso", por tener un genio algo irascible, aunque era buena persona. El último en llegar a meta, era -también casi siempre- "El Rano". ¡Que fe tenia el hombre!, Pero él no se desanimaba, cada año participaba. En el tiro de "La Cuerda", el equipo ganador solía ser el de Juan Briones, hombre tan "forzudo" como noble. La nota más pintoresca la ponía una carrera de "burros", caso insólito, los tres primeros premios los ganaban los tres últimos en llegar. Para esto tenían los jinetes que cambiar de "cabalgadura", de esta forma fustigaban a la misma, para dejar la suya atrás. Todo estaba muy bien organizado, y los habitantes del pueblo vivíamos esos días con júbilo y alegría, tanto mayores como pequeños. Ahora, cuando de tarde en tarde veo los Juegos Olímpicos, me acuerdo de los que celebrábamos en El Centenillo, como si hubiesen sido en miniatura. FIESTA DEL ÁRBOL Esta fiesta, celebrada por los grupos escolares tenia, o quería tener un fin educativo e instructivo: el de amar a las plantas. En los días de celebración, los niños y niñas de los colegios, asistíamos a esta fiesta. En una zona determinada cada año, una brigada de obreros enviada por la empresa minera se había encargado de excavar unos hoyos en la tierra, y preparado unas matas de árbol para plantarlas en los mismos. Los alumnos, en grupos de seis por plantón y hoyo, nos esmerábamos en plantar nuestro árbol procurando quedase en la posición correcta, y teníamos la obligación de regarlo y cuidar de su crecimiento hasta lograr que fuera el que mejor llegase a buen fin. Terminada la faena, éramos obsequiados con una merienda, consistente en un bollo de pan, dos onzas de chocolate y una naranja. Cada día hacíamos una visita a nuestro árbol, y nos íbamos turnando para regarlo. Por este motivo -en la actualidad-, hay por El Centenillo y sus alrededores muchos árboles que fueron plantados por los niños del pueblo. Era una fiesta muy bonita que nos enseñaba a querer y cuidar a plantas y árboles, fiesta que en la actualidad se celebra en muchos otros lugares de nuestro país, pero que hace sesenta o setenta años, me parece que solo se hacia en El Centenillo. FIESTAS PATRONALES Las Fiestas Patronales de El Centenillo se celebraban el 8 de Diciembre, La Purísima, y el 3 de Mayo, día de El Cristo de La Misericordia. El día 4 de Diciembre era Santa Bárbara, patrona de los mineros, y por lo tanto también patrona de todo el pueblo. Como es lógico, en estos días se celebraba La Santa Misa, y por la tarde tenían lugar las procesiones con la imagen al caso, recorriendo las principales calles con el orden y devoción que siempre mostraron los vecinos de El Centenillo. La más sonada de estas celebraciones era la de Santa Bárbara; digo la más sonada, ya que al anochecer del día 3 comenzaban a oírse los petardos que los mineros habían preparado con dinamita, auténticos "bombazos", que dejaban pequeñas las "tracas de Valencia", petardos que iban adornando todos los actos festivos de la noche y duraban hasta las 24 horas del día siguiente. Tenia la empresa por costumbre agasajar con una comida de hermandad a todos sus obreros. La procesión comenzaba a primeras horas de la noche del día de Santa Bárbara, a la que todos los mineros acompañaban con sus "carburos" encendidos, recorriendo por las minas el pozo central, el de Santo Tomás, bendiciéndolos y orando ante los mismos. Pasado el día festivo, la empresa se encargaba de reponer los muchos cristales de las viviendas que se habían roto por lo fuerte de las detonaciones de los petardos. EL CARNAVAL La fiesta más popular y esperada por todos los vecinos con regocijo y alegría era la del "Carnaval", fiesta para mayores y pequeños. Pocos de unos y de otros quedaríamos sin vestirnos de máscara, aunque fuese por un solo día, para desmadrarnos durante unas horas, eran días de jolgorio y diversión. Estoy seguro que tan pronto terminaba el último día de celebración, todos los habitantes, cada uno a medida de sus posibilidades -que en aquellos tiempos eran mas bien escasas- nos disponíamos al ahorro pensando en los Carnavales del año próximo. El día transcurría sin faltar máscaras por cualquier lugar del pueblo, pero aumentaba sobremanera al caer la tarde , con las "murgas" y "comparsas" que daban alegría y colorido a la fiesta. En el salón del cine de invierno se celebraba el día con el "Racataplán", un baile popular con orquesta, con cerveza, vino, y con sus máscaras. Todo era festividad y diversión, diversión sana y sin maldad. Los bailes por la noche en el Casino eran muy concurridos, hasta los matrimonios ya maduros revivían su juventud cuando sonaban los acordes de un pasodoble, se olvidaban de su edad, y disfrutaban mezclados con los mas jóvenes. Eran bailes que duraban hasta altas horas de la noche, terminando con el clásico café o chocolate con churros, antes de irse a la cama. Los matrimonios que asistían al baile y tenían hijos en edades entre los 9 y 14 años, podían dejarlos en el salón del piso bajo del mismo casino, de esta forma no molestaban, ni eran molestados. En este salón también disponíamos de nuestra música. Un piano "manubrio" de los típicos de las verbenas madrileñas, propiedad de Pepe Díaz, y que era manejado hábilmente, -al estilo de ¨tócala otra vez, Sam¨ por Antero Cuellar Simón. En prevención de alguna avería que pudiese acaecer en dicho organillo, y al efecto de que no se interrumpiera el baile siempre estaba preparado y dispuesto con su acordeón Santiago "el bailarín" que hacia las delicias de todos los concurrentes, y alternando con el organillo, de vez en cuando nos preguntaba: ¿que pieza queréis que toque?, - como nos daba igual- terminaba diciendo: "os voy a tocar un pasodoble..….., …………..¡polka!. Creo que ni siquiera él sabia lo que tocaba, pero lograba el efecto que se proponía; hacia sonar su viejo acordeón, y nosotros.........a bailar. Eso si, cuando estaba inspirado, o "subido de calorías" no había quien lo parase, no dejaba de tocar el buen hombre como no fuera para enjuagarse la boca, cosa que hacia con harta frecuencia, ya que entre pieza y pieza y en los intermedios, aprovechaba para meterse un "colodro del de Valdepeñas" que era su preferido, sin importarle la hora, tarde, noche o madrugada. Nuestros padres nos hacían visitas de vez en cuando, para ver como marchaba la cosa, para ello solo tenían que bajar unas escaleras. También algunas veces llegaba un camarero portando un par de bandejas de dulces que enviaban los padres de alguno de los asistentes para que nos los repartiésemos entre todos. De esta manera, tanto los padres como los hijos lo pasábamos, como hoy dicen "bomba". El entierro de la sardina se celebraba el miércoles de ceniza, estando formada la comitiva, en su gran mayoría por los "feligreses del dios Baco", Cuyo estandarte era una sardina arenque pinchada en un palo, y el ataúd repleto de comida y buen tintorro para mejor distraer las penas. En resumen que eran unas fiestas que en muy pocos lugares se celebrarían con tanta alegría y jolgorio como en aquellos años lo hacíamos en El Centenillo. EL DÍA DE SAN MARCOS Esta onomástica, que se celebraba el día 25 de Abril en el pueblo, pese a que era un día laborable, teníamos la costumbre de festejarlo en el campo. Era tradicional la preparación de los hornazos, a base de una torta como de manteca, queriendo ser entre pan y bollo de leche, que se coronaba por un huevo cocido, sujeto por dos trencillas cruzadas, hechas de la misma masa del bollo. El huevo podía ponerse pintado de distintos colores, para mayor vistosidad. La marcha al campo se hacia a media mañana por parte de una o varias familias, que a falta del cabeza de familia escogían algún lugar agradable y cercano, donde al mediodía pudiese agregárseles, para estar todos juntos en la comida. A tal efecto, la empresa minera solía dar "tempranera" a sus trabajadores. Los lugares preferidos solían ser "la Tejeruela", "Ministivel" y el cerro de depósito. Uno de los artilugios imprescindibles que había que llevar al campo era el "mecedor", una tabla rasa como asiento que enganchada de sus extremos por sendas cuerdas, se colgaba de una buena rama de encina o alcornoque asegurando el entretenimiento y distracción de los pequeños, y ¿porqué no?, también de muchos mayores, que pasábamos buenos ratos columpiándonos; eso si, para evitar disputas y lloriqueos, había que establecer turnos y que no se colara nadie. Comoquiera que, en esa época del año el campo está precioso, en todo su esplendor, el solo hecho de encontrarnos en plena sierra ya justificaba celebrar ese día en la naturaleza, con la seguridad de que lo pasaríamos bien. EXPLORADORES La tropa de exploradores fue constituida y patrocinada por la empresa, teniendo como jefe de tropa a D. Samuel Calamita Marcial. Yo ingresé como "lobato", que era la denominación que se daba a los mas pequeños, hasta tanto se alcanzaba la edad para poder llamarse explorador, categoría que llegué a obtener, pero por poco tiempo, dado que al comienzo de la guerra civil la institución fue disuelta. Realizábamos excursiones los fines de semana, casi todas al campo, y en verano al "río grande". Cada viernes, en la ventana de la oficina de D. Samuel Calamita se exponía el programa de la próxima excursión a realizar, había que depositar 60 céntimos para ir con todos los gastos incluidos. La concentración tenía lugar en el campo de los rosales, y cuando era la hora fijada, estando todos reunidos, cada uno con su patrulla, el "cornetín de órdenes" Evaristo Delfa Lucas tocaba a formar, tras lo cual la tropa se ponía en marcha al compás del redoble de su buena banda de tambores, cornetas y bifanos, desfilando a paso marcial y llenos de ilusión. Así cruzábamos el pueblo, bajo la atenta mirada de vecinos y familiares; a la salida se rompían filas yéndonos todos a discreción hasta el lugar que había sido fijado para la acampada. Lo primero que se hacia era formar en círculo, e izar bandera en el centro. ¡era emocionante!, en pleno campo escuchar el himno de los exploradores bajo los acordes de las bandas de tambores y cornetas. Después jugábamos o nos bañábamos bajo la atenta vigilancia de los instructores, quienes sobre todo a los "lobatos", no nos dejaban meter en el agua si no estaban ellos presentes. Así transcurría la mañana hasta la hora de la comida, que casi siempre consistía en paella de arroz, muy bien cocinada bajo la dirección de D. Casimiro Rodríguez, que era tan buen cocinero como persona. En nuestras excursiones siempre nos acompañaba Salvador "el tonto"; así le llamábamos en el pueblo, aunque de tonto tenía poco, sí que era una persona distraída y decía que había sido legionario, por lo que puede que esa etapa de su vida le hubiese marcado y dejado secuelas; era corpulento, fuerte y bonachón, y en el pueblo se dedicaba a hacer recados que unos y otros le encomendaban, por lo que era bien acogido y apreciado por todos. Tenía Salvador buenos apetitos. Para la condumia se había confeccionado un plato con una de las latas en las que venía el atún en "porciones" de 5 kgs, a la que había incorporado un asa de alambre, y se ponía a comer hasta que le veía el fondo. Al acabar lo recomponía y dejaba preparado para la cena. Como era diligente ayudaba a recopilar leña, fregar las paellas y a cuanto hacia falta, por lo que era apreciado por toda la tropa. La excursión más larga que tengo memoria de haber hecho a pié, fue la que hicimos al Hoyo de Mestanza por caminos que mas bien eran veredas de cabras, a través de plena sierra. Salimos de El Centenillo después del mediodía, y tras seis horas de camino llegamos casi anochecido al Hoyo, donde por la confianza de que era un pueblo pequeño y no había peligro de que nos perdiésemos, nos dieron suelta a nuestra voluntad. Pero por pequeño, tampoco había ni una triste tienda donde poder comprar alguna "chuchería", únicamente había en alguna casas cestas con frutas procedentes de los huertos de sus propietarios, que estaban dispuestas para vender, con melocotones, peras, ciruelas, etc. Pero aquella buena gente no nos la vendían, sino que nos las regalaban. Nos alojaron en las escuelas del pueblo, donde pasamos la noche. A la mañana siguiente emprendimos el regreso. A la salida del pueblo prepararon el desayuno: café, decían que con churros, pero los churros no los vimos por ningún sitio. Si que veíamos a un señor provisto de una máquina de las que se usan para hacerlos -por cierto tenía que ser amigo o pariente de Enrique Crivillé,- ya que no hacía mas que dar vueltas y vueltas, y éste señor con su máquina en la mano, pero de churros nada de nada. Todos los fines de semana hacíamos alguna excursión por los alrededores de El Centenillo, el río, el peñón del toro, las tres hermanas, y tantos sitios pintorescos y bonitos, que no nos cansábamos de recorrer y explorar. EXCURSIÓN A SEVILLA La excursión mas trascendente e importante que llevé a cabo con los exploradores, fue a Sevilla en el año 1.929, con motivo de la exposición, que en realidad no fue sino el primer antecedente de aquella otra segunda "Expo" de Sevilla en 1.992. La estancia duró 10 días, y la aportación económica que tuvimos que hacer cada lobato fue de 35 ptas., -viaje incluido-. Para este evento nos fue sustituida la clásica camisa que solíamos llevar, por otra blanca. Fue un viaje muy bonito, era además mi primer viaje en tren, y.........tan lejos; visitar y ver tantas cosas y tan bonitas, ¡era como un sueño!. El campamento con sus tiendas de campaña se instaló en una amplia explanada que había frente al hotel Alfonso XII. A pesar del tiempo transcurrido recuerdo muchas cosas, y una de ellas es la siguiente: Como es lógico, despertábamos curiosidad en la gente, ya que no tenían costumbre de ver exploradores, y no faltaban mirones junto al campamento. Como no podía ausentarse nadie del mismo, y un grupo de nosotros habían recaudado algún dinero para comprar un balón y jugar al fútbol en los ratos de ocio, entregaron lo recaudado a uno de los mirones, para que hiciese el favor de comprarlo, -¡bendita inocencia! - como es natural cuando pasados los 10 días, emprendimos el regreso, al mirón-comprador no le habíamos vuelto a ver el pelo. Otro caso que tengo fresco en mi memoria, es el siguiente: Cerca de nuestro campamento había un bar en cuya terraza se encontraba una mujer de piel negra amamantando a su bebé, nosotros contemplábamos el cuadro, quizá por la curiosidad de no tener costumbre de ver personas de esa raza, el caso fue que nuestro buen amigo Pepe Faba, siempre tan ocurrente y de habitual buen humor, dijo: - Ese niño estará mamando café- y creo lo decía de buena fe. Tenía yo como recuerdo de esa excursión, una fotografía, en la cual estaba yo, en medio de Evaristo Delfa y Pepe Ruiz, ignoro donde fue a parar. Sí que conservo una insignia con la flor de lis en el centro y bordeando el círculo pone el lema del explorador: SIEMPRE ADELANTE. DÍAS DE CAMPO De vez en cuando, a medida que el trabajo, las oportunidades de juntarnos y el buen tiempo nos lo permitía, organizábamos salidas al campo para pasar el día; solíamos hacerlo mi esposa y yo con nuestros grandes amigos Julián Liceran y su esposa Anita Rusillo, Salvador López y Remedios, y José Reyes y Carmen, acompañados de toda la "chiquillería". En primavera nuestro lugar favorito era Ministivel, bajo las sombras del encinar que hay junto al pozo del mismo nombre. En aquellos años la lluvia era abundante y el campo parecía una alfombra de flores. Nuestra primera tarea era, después de preparar el mecedor, para tener entretenidos a los menores, recolectar la leña para proporcionarnos unas buenas brasas para ir haciendo la comida. Entre pelar patatas, preparar el aperitivo -tiento va y tiento viene a la bota- iba avanzando la mañana. Si era verano, nuestro hato lo poníamos en el río, al que cariñosamente llamábamos "río de la bomba". Allí había oportunidad de refrescarnos también por fuera, las mujeres -eso si- hasta las rodillas. Después de una buena comida se imponía una buena siesta, y así lo hacíamos, o al menos lo intentábamos al amparo de las sombras de adelfas, chaparros y alcornoques, porque moscas y mosquitos no dejaban de hacernos frecuentes visitas para incordiar. Después nos dábamos otro baño hasta la hora de prepararnos para el regreso a casa, ya caída la tarde. Eso era lo malo, -el regreso- más de dos kilómetros cuesta arriba cargados con los pertrechos y con calor sofocante, deseando llegar a casa para poder refrescarnos y descansar. Había buena armonía, compañerismo y fraternidad con aquellos estupendos amigos, y pasábamos unos días francamente buenos cuando nos juntábamos. UN DÍA DE CAMPO QUE PUDO TERMINAR EN TRAGEDIA Habíamos acordado pasar un día de campo en la finca de Nava el Saach, con Agustín Lominchar, a la sazón encargado y guardia de la misma. Como éramos cinco matrimonios y algunos niños, dispuso para trasladarnos todos el tractor que tenían, cuyo conductor era "Jaki". Posteriormente le surgió otro compromiso, el de Eutinio Romero, que con su familia iban también a pasar el día en "La Tejeruela", y venían en el mismo vehículo. Llegó la fecha señalada, el día de nuestro Señor del año l.960. El remolque del tractor iba repleto de mayores y niños, Julián Liceran junto al chofer subido en una aleta del guardabarros del tractor, y yo en la opuesta. Al llegar cerca del Tejar, pasada la curva de Santo Tomás, en un repecho que hay, fue el conductor a cambiar de marcha, pero no le encajo bien, y el tractor con su remolque comenzó a recular hasta que en la cuneta volcó el remolque, "esturreando" a todos sus ocupantes, y cayendo sobre ellos la caja del mismo a modo de tapadera. La confusión fue enorme, mujeres y niños salían a gatas como podían de debajo del cajón; fueron momentos angustiosos hasta que pudimos comprobar que no había ocurrido nada grave. Únicamente Remedios, la esposa de Salvador, tenia una pequeña herida en la cabeza que sangraba aparatosamente; al verla en tal estado, Carmen -esposa de José Reyes- se desmayó, y alguien dijo: "el coñac", ¡dadle un poco!, pero con el revoltijo de viandas, utensilios y botellas que se había formado, unido al consiguiente nerviosismo, Anita Rusillo echó mano de una botella, y le dio a beber. Inmediatamente surtió el efecto que se apetecía, pues la desvanecida nos "espurreó" a todos con el trago que se había tomado, diciendo: pero ¿qué cojones me dais?, ¡si esto es vinagre!. Como gracias a Dios no ocurrió nada más grave, gracias también a la pericia de Jaki el chofer que dirigió el remolque hacia la cuneta derecha empinada hacia arriba, evitando que lo hiciera a la izquierda, donde había un terraplén bastante profundo, y que de haber volcado para aquel lado, las consecuencias hubiesen sido otras mucho peores. Con lo ocurrido, digo, sirvió para que pasáramos el día , ya todas las familias juntas en la Tejeruela riéndonos de lo sucedido y celebrando haber salido ilesos de lo que pudo haber sido una auténtica tragedia. Era el día del Señor, y Él.................., estuvo con nosotros. LA GANADERÍA En los meses de Octubre a Noviembre llegaban a diferentes fincas de los alrededores grandes rebaños de ganado lanar, en donde permanecían hasta mediados del mes de Mayo. En su mayoría procedían de Teruel, Cuenca y Guadalajara. Durante su permanencia en la sierra daban alegría, vida y colorido al paisaje que formaban el pastor, las ovejas diseminadas, el sonido de sus cencerros, el balar de los corderos y el potente ladrido de los mastines. Estos ganaderos llevaban una vida bastante sacrificada, siendo quizá lo peor el estar separados de sus familias durante seis largos meses. Como vivienda construían un chozo, digamos principal, y luego otro más reducido junto a la majada, para el pastor que hacia la guardia de noche para con la ayuda de los perros pastores, -mastines en su gran mayoría evitar que los lobos hicieran algún desastre entre los rebaños. Este chozo del pastor era tan pequeño que solo a "gatas" podía entrarse en el mismo. Como el ganado tenían que cambiarlo de ubicación cada dos tres días para que el ganado no pisara barro y estiércol, también había que mudar, o construir otro pequeño chozo. Desde su origen hasta llegar a aquellas fincas tardaban 20 o 25 días, yendo por veredas reales con el hato sobre sus caballerías, durmiendo en los lugares a los que podían llegar con luz del día para continuar su marcha al amanecer del día siguiente. Desde hace tiempo la Sierra está y se la ve mas sola. Llegó un momento en que la mayoría de los ganaderos no han podido seguir yendo allí con sus rebaños debido a que casi todas las fincas pasaron a ser cotos de caza. En estas fincas durante todo el año -excepto los días de montería solo habita el guarda, y algunos de ellos después de la jornada se marchan al pueblo a pasar la noche, volviendo al día siguiente. Hoy día son contados los ganaderos que hay en estas grandes extensiones de terreno de los alrededores de El Centenillo, y casi todos están dedicados a reses de lidia. LOS RANCHEROS En varias de las fincas del entorno del pueblo vivían algunas familias a quienes el dueño había autorizado. Su mayor dedicación era limpiarlas de monte, y utilizaban éste para hacer leña, picón y carbón. Tenían construida su vivienda -denominada "rancho"- en sitio próximo a donde hubiese agua. Solían tener un pequeño huerto que cultivaban, sus gallinas, alguna que otra cabra y un par de caballos, mulas o burros que les servían para transportar sus mercancías yendo y viniendo al pueblo. En invierno lo pasaban mal, con lluvia o nieve por aquellos caminos de herradura, tras sus jumentos, mal calzados, aguantando las inclemencias del tiempo, todo el camino hasta llegar al pueblo para intentar vender o cambiar sus mercaderías, que en algunos casos ya tenían encargadas, pero en otros casos no, y se veían obligados a recorrer las calles, voceando hasta encontrar comprador. Después el regreso cargados con las vituallas adquiridas con el importe de las ventas que habían hecho, para poder seguir subsistiendo, y...........poco más. ¡Cuantas fatigas pasaron estas criaturas!. Eran personas queridas en el pueblo, por los muchos años que llevaban viviendo en contacto y relación con sus vecinos. A uno de estos matrimonios de rancheros, les sucedió una vez, que tenían una niña de mes y pico de edad acostada en su cuna dentro del chozo, la madre estaba lavando ropa cerca del mismo, y el padre en los alrededores haciendo leña. Sintió la madre llorar a la criatura y cuando se disponía a entra en el chozo, vio que del mismo salía un lobo llevando a la niña en la boca; corrió gritando tras el animal que no soltó a su presa hasta que atraído por el griterío acudió el esposo que pudo conseguir por fin que el lobo la dejara a pocos metros. Afortunadamente la niña no sufrió daño alguno, gracias sobre todo a que por aquellos años solían envolver a los bebés con mucha ropa, y no dio tiempo a que la fiera pudiese volver a morder, pues seguro que ya hubiese sido de irreparables consecuencias. RANCHEROS DISEMINADOS EN DIFERENTES FINCAS CERCANAS A Finca EL CENTENILLO Cascajoso: " Los Hermanicos, Candelas, Paniagua, Gaspar. Nava El Saach: " Ruseños. " " " Los Merguizos, La Conce, La Pascuala. El Callandico, La Rosalia, Los El Perrete, Paquillo el del lunar. " Vergara. " " Los Selladores: " Los Llanos : "VENI" EL El Tío Quintín, Matabuchas, El Cuadrao, La Juana. El Moreno. CERVATILLO "Veni" fue el nombre que pusimos en casa a un cervatillo capturado por Alfonso Marcos, (El tío Callandico) quien un día apareció en El Centenillo con él para rifarlo, correspondiendo el número agraciado a una papeleta que mi padre había adquirido. Veni tenia pocos días, por lo que hubo que comprar dos cabras para que lo amamantasen, las cuales apacentaban entre una piara que poseía la Abastecedora, alojándose en los corrales del matadero. Todas las tardes, a la hora de regresar el ganado, lo llevábamos para éste menester, los primeros días no había otra manera que ir tirando de él, con ayuda de una de mis hermanas, y yo detrás empujándole, pero pronto aprendió donde tenia su sustento, salía con su gracioso trotar, adelantándonos y llegando antes que nosotros, encontrándolo esperando nuestra llegada en la puerta de los corrales. Llegamos a encariñarnos con el cervatillo toda la familia, era limpio y vivaracho, a mi padre le iba detrás como si fuera un perrillo faldero. Le gustaba pasar la mayor parte del día acostado frente a los eucaliptos que había - y aún hay - frente a casa; si veía llegar un perro o algo que no le agradase, se venia para casa, y si encontraba la puerta cerrada, sabia llamar dando unos "manotazos". Un día desapareció y no podíamos localizarlo, nadie lo veía por parte alguna, y cosa rara, ni siquiera se presentó a la hora que solía comer, lo que nos hizo pensar en lo peor. Era el mes de Julio y después de cenar teníamos por costumbre sentarnos en la puerta de casa para tomar un poco el fresco; en esta situación estábamos, haciendo comentarios sobre lo que le podía haber ocurrido, serian ya casi las once- con las esperanzas perdidas de poder volverlo a ver, cuando de pronto oímos el repiquetear de su cencerrilla, asomando Veni por la parte posterior de la casa, fue acercándose a cada uno de los miembros de la familia que allí estábamos, dándonos con su húmedo hocico, como si quisiera pedirnos perdón por su ausencia, causándonos la consiguiente alegría de saberlo recuperado y volverlo a tener entre nosotros. Veni crecía, jugaba con todos, pero era conmigo, quizá por ser el más pequeño de los hermanos, con quien más se entretenía, y era yo quien más golosinas y caricias le dispensaba. Suponemos que en sus andanzas de ese día estuviera por la parte del cerro del depósito, dado el lugar por donde regresó, recorriendo el monte con la esperanza de encontrar a alguno de su especie. No volvió a ausentarse, continuando en casa hasta casi cumplir los dos años. Un día estaba yo jugando frente a casa, y cuando estaba agachado, me sorprendió por la espalda, dándome manotazos en los hombros y uno de ellos en la cabeza, haciéndome una pequeña brecha. Era jugando, pero sus juegos se iban haciendo algo peligrosos por la envergadura de ciervo adulto que iba adquiriendo. Por este motivo y otro más convincente, el de que un día no muy lejano seria imposible ya tenerle en casa, fue lo que hizo a mi padre tomar la decisión de desprendernos de él, con el disgusto de todos y el suyo propio. Lo regaló a un ingeniero de minas que se había encaprichado del cervatillo hacia tiempo, para llevárselo a una finca que poesía en Alicante. Procuraron llevárselo en horas que yo estuviese en el colegio, así que cuando volví a casa y me enteré de su marcha y de que no volvería a verlo, me costó muchas lágrimas y tardé tiempo en entender los razonamiento que me hacían; a los seis años de edad no comprendía estas cosas, solo sabia que había perdido un amigo. A pesar del tiempo transcurrido, cuando hace solo unos das me envió mi hermana por correo la única foto que me hicieron con Veni, foto que hace muchos años que no veía, no pude evitar que asomaran unas lágrimas a mis ojos. Estoy seguro de que en aquellos días de nuestra separación también a mi amigo Veni le aflorarían lágrimas en los ojos pues está comprobado por un gran número de personas que somos cazadores que, ............los ciervos también lloran. " MILAGROS " Con el nombre de Milagros "bautizamos" a una cervatilla de pocos días a la que el guarda de la finca de "El Poyuelo" salvó milagrosamente de ser devorada por los lobos. Una tarde en la que Francisco el guarda, hacia su recorrido habitual por la sierra, escuchó unos bramidos desesperados de ciervo; apresuradamente encaminó sus pasos hacia el lugar cercano, encontrándose con la escena de que tres lobos estaban atacando a una cierva. Comenzó a dar voces y gritos, haciendo huir a los lobos, y cuando llegó al lugar que estaba la cierva, la encontró ya agonizante. Al darse cuenta, por el tamaño de sus ubres, de que estaba criando, sabia que su retoño no podía estar lejos, por lo que se puso a buscarla, encontrándola acostada entre unos lentiscos. La llevó al cortijo, y la cuidó y alimentó con leche de sus cabras durante unos días, en que llegó D. Emilio de la Casa, a la sazón arrendatario de la caza en la finca, y se la trajo a Jaén; aquí continuamos alimentándola con biberones hasta que tuvo tiempo de empezar a comer alfalfa, zanahorias y cebada. Cuando tenia 10 meses volvimos a llevarla a la finca, dejándola en el mismo lugar donde fue recogida y su madre había perdido la vida. Fue marcada antes de proceder a soltarla, para poder distinguirla de las demás ciervas. Continuó viéndola el guarda por un periodo de más de dos años. Al cabo de este tiempo, nada mas se supo de "Milagros". Teníamos la esperanza de que algún día pudiésemos volver a verla, pero ese día no llegó. ¡Han transcurrido muchos años!. II MI AFICIÓN - LOS TOROS TAURINA Mi ilusión desde niño siempre fue la de ser torero, mi afición taurina surgió un día en el que me llevó mi padre a un tentadero en la finca de "El Puntal". A El Puntal venia cada año el matador de toros Vicente Barrera, quien junto con Domingo Ortega eran en aquella época las dos grandes figuras de nuestra fiesta nacional. Tenia yo unos ocho años, y quedé admirado y entusiasmado por todas las faenas que se llevaban a cabo en un tentadero, y ver actuar a una figura excepcional como era Vicente Barrera, impulsaron mi afición con una gran ilusión. A partir de ese día mis juegos se centraron en los toros; formamos una cuadrilla compuesta por Rafaelito Rodriguez, Felix Román. José Luque y yo. Al salir del colegio, mientras que otros chiquillos jugaban al fútbol, al tenis, o a la pita, según sus aficiones, nosotros: ¡a los toros!. Uno hacia de astado provisto de un palo corto en cada mano, mientras otro le daba los pases con un trozo de tela sujeta por un palo, turnándonos en los quehaceres de toro y torero. Cada año me enteraba de cuando había tentadero en El Puntal porque en la víspera, llegaban de la finca varios empleados para esperar la llegada de Barrera al pueblo, y las caballerías que llevaban las dejaban amarradas en los eucaliptos frente a la casa donde yo vivía. Así que no se me escapaba una. El Puntal era propiedad en aquellos tiempos de D. José María López Cobo, quien también era dueño de la famosa ganadería de toros bravos "Coquilla". La finca tenia una plaza muy bien acondicionada para las faenas de tentadero y herradero. Cuando llegaban los toreros, colocaban los utensilios y pertrechos en las caballerías, ya que el coche en que viajaban hasta el pueblo, -un Hispano Suiza amarillo, matrícula de Valencia, tierra de Vicente- lo dejaban en el almacén de la empresa, debido a que el carril hasta la finca era intransitable para cuatro ruedas. Solía llegar Vicente, acompañado por un peón y su picador, Andrés Garrido, ("El Gordo de Linares") hombre enterado de su oficio y con muy buen humor. Cuando una vaca se paraba ante el caballo y se ponía a tirar tierra para atrás con las pezuñas, decía: ¡mira!, ésta es comunista, fíjate como reparte el terreno. Si le daba un picotazo con la vara y salía huida, le cantaba aquella estrofa, -entonces de moda-, que decía .......anda y que te ondulen con la per...ma...nen. Tuve la oportunidad de ir aprendiendo muchas cosas sobre los toros y el mundo de los toreros viendo las tientas de veinte o treinta vacas, con las entradas que hacían a los caballos, la manera de comportarse cada res, sus virtudes y defectos que comentaban entre toreros y ganadero. A partir de esos días siempre estaba al tanto de donde y cuando había herradero o tentadero -según la época-, que tenían lugar en las distintas plazas de las fincas de los contornos, como la mencionada de El Puntal, Los Alarcones, Balbueno, Pascual Ibañez, Los Monasterios y en Las Vermaras. En la actualidad hay en activo un buen matador de toros que también es valenciano y se llama igual: Vicente Barrera, nieto del torero que yo conocí cuando comenzaba mi interés por los toros. La profesión de torero siempre es dura y difícil, pero más lo era en la época pasada. El primer paso que había que dar era ausentarse del hogar familiar, y estar dispuesto a enfrentarse a cualquier vicisitud que se presentara; deambular de un sitio para otro, comiendo y durmiendo donde se podía, averiguando donde había tientas para encaminar los pasos hacia el lugar -andando por supuesto-, conseguir con suerte que te dejasen entrar al tentadero, y lo más difícil que te concedieran dar un capotazo a alguna de las vaquillas. Siempre con la esperanza de que el ganadero, o alguno de los toreros o invitados se fijaran en algún rasgo positivo del "maletilla en ciernes", y se brindaran a ayudarle en el comienzo de su carrera. Hecho que en muy rara ocasión ocurría. Esta era la forja de no pocos soñadores de fama a la que algunos -los menos- llegan, quedando en la cuneta la gran mayoría. Hoy día, afortunadamente con las Escuelas Taurinas que promocionan novilladas a sus alumnos, poniéndolos al principio de su carrera -que no es poco-, los maletillas casi han desaparecido, todo depende de las facultades y también de la suerte que a cada uno pueda depararle la vida. En mi caso tuve la ocasión de asistir a los herraderos y tentaderos que tenían lugar en las plazas de las fincas de los alrededores de El Centenillo, debido a la amistad que tenia mi padre con los propietarios de las mismas, y siempre me avisaban cuando había alguna actividad taurina, la que fuese. Pero las circunstancias no vinieron favorables, surgió la guerra civil, cogiéndome en la edad crucial, posteriormente cuatro años de servicio militar, y en fin una serie de adversidades que interrumpieron mis ilusiones, o mejor dicho la posibilidad de llevarlas a cabo. Me conformo pensando que en mi destino no estaría escrito el ser un famoso matador de toros. La primera corrida que presencié fue en la feria de La Carolina, con los matadores Luis Fuentes Bejarano, su hermano Manuel y un tercero del que no recuerdo su nombre. Mi afición iba en aumento. Había una revista taurina que se llamaba "El Clarín", que la recibía "Pepe el Camarero", y al que yo se la compraba deleitándome con sus crónicas y fotografias. Hasta que llegó el día en que tuve la oportunidad de poder torear una becerra. En aquellos tiempos habían por los alrededores del pueblo seis fincas en las que disponían de plaza de toros para llevar a cabo tientas y herraderos con reses bravas, y eran: El Puntal, Los Alarcones, Balbueno, Pascual Ibañez, Los Monasterios y Las Vermaras. LA PRIMERA BECERRA Fue en la finca de Navalonguilla, tenia yo doce años y me enteré de que se iba a celebrar un "Herradero", así que acompañado por Rafaelito Rodríguez me presenté en la mencionada finca. Esta no tenia plaza apropiada para llevar a cabo estas faenas, solo disponía de un corral para el encierro del ganado, con una acentuada inclinación y piso en mal estado, y allí se encontraban encerradas las reses que ese día habían de ser marcadas. En el centro del mismo se encendieron dos grandes fogatas para tener a punto los hierros de marcaje. Las reses, a medida que iban siendo marcadas, salían directamente al campo. El personal asistente y presente en esta faena fueron: D. Rafael Cámara -Administrador de la finca-, Vicente -el guarda- y su esposa Julia, Jerónimo -guarda a la sazón de la finca de "Iñestares"-, sus hijos Antonio y Jerónimo y cuatro vaqueros más. Como todos conocían mis aficiones taurinas, y por eso había ido, me prometieron que la última becerra la dejarían para que yo la pudiera torear, y así lo hicieron. Pedí a Julia un saco en el que introduje un palo, a modo de "estaquillador", y de esta guisa improvisé una especie de muleta. Cuando llegó el momento, la becerra sola en el corral daba vueltas buscando la salida; abrieron el portón, entré yo, y no me dio tiempo ni a colocarme, se vino hacia mi como un rayo, y sufrí mi primer "revolcón". Se retiró correteando, mientras yo, estando ya preparado y más o menos repuesto, le llamaba la atención, se vino al instante y pude darle unos cuantos pases, me dio un segundo revolcón la condenada, pero como no había burladeros ni quien me la quitase de encima, no tuve más remedio que seguir dándole pases, pues era mi única defensa. Cuando la Presidencia lo creyó conveniente, abrieron el portón, y .............creo que toro y "torero" salimos al mismo tiempo del corral. Tras el lance, todos me felicitaron animándome para que continuase con mi afición, a ver si podía salir alguna figura como torero de El Centenillo. Nos invitaron a comer con ellos y pasamos el resto del día divertidos. Al fin había visto cumplida mi ilusión de poder torear. Hice amistad con Pedro Camacho -"Perico"-, hijo de Leonardo Camacho, tenia dos años más que yo, mucha afición a los toros y un enorme valor, como pude comprobar en varias ocasiones; era persona noble, sencilla y formal a quien llegué a tomar gran afecto. En su compañía llevé a cabo diferentes salidas y correrías por tentaderos y herraderos. Compramos el comercio de Anita Godoy la tela para que nos hicieran un capote a cada uno, cosa que hizo el sastre Salvador Guillen. Mi capote lo guardaba yo en un baúl que había en el patio de casa de mis padres, baúl que contenía prendas y utensilios para el deporte de la caza, y algunas otras que se usaban de tarde en tarde. Cuando había que salir a realizar alguna "faena", mi amigo Pedro se situaba detrás de la tapia de casa, y yo desde el patio le lanzaba el capote. De esta manera, y para no intranquilizarlos, mi familia estaba ignorante de que yo marchaba de toros; a la vuelta, ya sin la ayuda de Pedro, lo hacia a la inversa, yo mismo lo lanzaba desde la calle al patio. Pero un día.......................... tiré el capote, entré a casa, bajé al patio, y allí estaba mi madre con el capote en sus manos -estaba lavando ropa y el "chivato" fue a caerle encima. ¡la corrida fue después!. De esta forma y con nuestra afición transcurría el tiempo, soñando y manteniendo la ilusión por ser torero. Surgió la guerra civil y durante esos tres años quedaron inactivas esas faenas de tientas, las ganaderías se juntaban unas con otras, y precisamente en esa edad, la propicia para haber podido lograr nuestros sueños, fue cuando sobrevino el paro forzoso para nuestra afición. Ahora, después de transcurrir tantos años, yo puedo escribir estas memorias, y al ir haciéndolo unos relatos me provocan alegría, otros tristeza o nostalgia, recordando lo que quise y no pudo ser, pero siempre dando gracias a nuestro Señor por haberme dado larga vida. Mi buen amigo Pedro marchó a la guerra, de donde nunca volvió, quedando truncados sus deseos de triunfo, sus sueños e ilusiones y lo que es peor............, su vida en no sé cual campo de batalla. ¡Descansa en Paz, querido Pedro!. EL PRIMER NOVILLO La vida continua y con ella mi afición, consiguiendo por fin, tras muchas vicisitudes, poder torear en público y matar mi primer novillo. Fue el día 18 de Julio del año 1.939. Había terminado la guerra civil, y se hacían proyectos para conmemorar dicha fecha. La iglesia de El Centenillo tenia un pequeño campanario en su castillete, y había ideado el párroco D. Diego Rodriguez Navarrete construir una torre campanario adosada al costado derecho de la misma. Todos los albañiles de la empresa y un gran número de ayudantes se ofrecieron para efectuar los trabajos necesarios, fuera de su jornada laboral. Me surgió la idea de que se podía ayudar a sufragar los gastos de los materiales necesarios para llevar a cabo la obra, organizando una novillada, y al mismo tiempo se resaltaban los festejos. Contacté con el hermano de D. Diego, Luis Rodriguez Navarrete, que era buen aficionado a los toros, para que intercediera con la influencia de su hermano, ante la Dirección de la empresa, a construir la plaza en el campo de fútbol del pueblo, facilitando los materiales y su transporte, ya que para la mano de obra había cantidad de voluntarios que colaboraban altruístamente. De esta guisa pudo realizarse la construcción de la plaza -capítulo principal- y comenzar a formalizarse la organización del festival. En lo referente al ganado, nos encargamos Luis y yo de gestionarlo; para lo cual nos pusimos al habla con Alejandro Mondariz, que era el mayoral de D. Rufo Serrano, y conseguimos la promesa de traer unas vacas para su lidia y un eral para ser muerto a estoque. Quedamos citados un día determinado, en la plaza de Pascual Ibañez para elegir las reses prometidas, y llegada la fecha, nos desplazamos Luis y yo provistos de merienda y una bota con cinco litros de buen vino, del que vendía Evaldo Crespo, y que hicieron las delicias del día, sobre todo para uno de los vaqueros que la "cogió cantarina", y a nuestro regreso se quedó bajo un "aliso" tarareando el "cara al sol". Por fin amaneció el día del festival -tan ansiado por mi-. La noche anterior se había celebrado una gran verbena, terminando con el encierro del ganado en las primeras horas del día. Yo no pude verlo, tenia que estar descansado y me fui a dormir sobre las tres de la madrugada. A las 4 de la tarde comenzó el espectáculo con gran asistencia de público, prácticamente todos los habitantes del pueblo había acudido a la plaza. La lidia de las vaquillas se inició con la escapada de la primera que saltó las vallas y salió corriendo por la esquina de la casa de la huerta; las dos restantes dieron buen juego, y solo se les dieron unos capotazos. El novillo salió muy bueno, en el tercio de banderillas, D. Tomás Pastor, -maestro nacional- al ir a poner su "par", tiró los palos antes de llegar al bicho, dando media vuelta y corriendo hacia las gradas, donde se colocó con ayuda del novillo, y de donde no volvió a bajar. A la hora de matar tuve la suerte de darle una estocada en todo lo alto, cayendo al momento el animal, se reincorporó y lo descabellé en el primer intento, con lo que la ovación que recibí fue unánime y mi alegría inmensa. ¡Había matado mi primer novillo!. Me concedieron las dos orejas, paseándome en hombros por toda la plaza. Hubo otro momento de emoción para mi cuando mi padre me abrazó, también afectado, y me advirtió: {esto que has hecho es difícil, que no te sirva para ilusionarte,.........es una carrera muy dura}. Yo también era consciente de que eso no podía hacerse siempre, pero esa tarde y en esos momentos, ¿quien podía apearme de mis ilusiones?. Terminado el festejo, la empresa dispensó a todo el que quiso participar una merienda bien regada con vino de Valdepeñas. Por la noche, en el salón de cine tuvo lugar una conferencia en la que intervino D. Juan A. González Comino, -médico y alcalde- en su alocución ensalzó mi intervención de esa tarde, colaborando así a darle más realce a la fiesta, y a mi a emocionarme aún más. La verbena continuó con sus bailes y alegría hasta altas horas de la noche. En resumen, que fue un gran día de júbilo y alegría, y no solo por los festejos, había un motivo mucho más significativo...........¡Habia terminado la guerra, y llegado la tan ansiada paz!. NOVILLADA EN LA CAROLINA En el mes de Octubre del mismo año volví a torear en una novillada en La Carolina. D. Germán Pousibet Figueroa, -médico en El Centenillo- era ese año Hermano Mayor de la Cofradía de San Juan de la Cruz, patrón de La Carolina. Se organizó una novillada a beneficio de dicha Cofradía, y D. Germán me incluyó en el cartel. Fue nocturna, comenzó a las 10 de la noche, tras los bailes y una gran verbena en los jardines adyacentes a la plaza. El festejo taurino resultó bonito, con la plaza engalanada y un lleno total. Los toros eran de D. Celso Pellón y salieron bravos y con trapío; el propio Celso llevó a efecto en el primer novillo la figura de "Don Tancredo", escuchando fuertes aplausos. Como nota de humor, al final de la verbena tuvo lugar un concurso de feos, saliendo ganador -como no podía ser menos- nuestro convecino y buen amigo Manolo Lucas. Al término de los festejos regresamos al Centenillo en la camioneta de Faustino, que había ido a ver la novillada junto a un buen número de aficionados y amigos, y conducida por su hijo Antonio. NOVILLADA EN ESPELUY El día 9 de Mayo de 1.940, con motivo de las fiestas de San Gregorio, patrón de Espeluy, se celebró una novillada en la que también participé. Había llegado la tarde anterior, y me alojé en casa de unos familiares; después de cenar me di una vuelta por el recinto ferial, observando la animación que había en la verbena, y a las 11 de la noche acompañe a dos concejales hasta la estación de Renfe -distante unos 4 kilómetros- al objeto de recibir a otro novillero que llegaba en tren procedente de Sevilla . Ya de regreso, charlamos un rato y nos fuimos a dormir para estar descansados al día siguiente. Aunque yo bien poco pude dormir, pues entre nervios y excitación, cuando ya casi me vencía el sueño, desfiló la banda de música con su alegre pasacalles, tocando diana, y terminé de despabilarme. Asistí a misa, y antes de darme cuenta, -el tiempo transcurría muy deprisa- dieron las seis de la tarde, la hora de los toros. El lleno era completo, la corrida estaba amenizada por una banda militar de música. Los novillos salieron buenos, a mi me tocó en suerte el tercero de la tarde, un poco corretón y distraído, dando lugar -con ayuda por mi parte desde luego- a que escuchase dos avisos; pero esto no impidió que me concediesen una oreja. En el Diario Ideal de Granada salió publicada la reseña que se transcribe en la página siguiente. RESEÑA DE LA NOVILLADA Espeluy.- Se ha celebrado en Espeluy la tradicional feria de San Gregorio. El primer día de la feria hubo una gran fiesta religiosa, por la tarde, a las cuatro salió la Procesión con el Santo Patrón, y a las seis se celebró una bonita novillada con ganado de Don Juan Salas. Los novillos salieron buenos y de espadas actuaron: Bautista Minguez, de Sevilla. Rufino Rufaito, de Andújar. Juanito Urda, de El Centenillo. Los tres estuvieron bien, en especial Rufaito de Andujar que cortó dos orejas y un rabo, Bautista y Urda cortaron una oreja cada uno; Urda escuchó dos avisos. Se destacaron en la dirección de la lidia los toreros Paz Dominguez y Minguez, ambos de Córdoba. Para el segundo día de feria hay anunciado un partido de fútbol entre el Atlético de Espeluy y el Deportivo Ferroviario. Las calles de la localidad se encuentran todas engalanadas, habiendo levantado el vecindario Arcos Triunfales. Hay gran concurrencia de forasteros. NOVILLADA TRÁGICA Así iban transcurriendo mis correrías por el mundo taurino, hasta que se interrumpieron por tener que incorporarme al Servicio Militar, cuya duración - a causa de la Segunda Guerra Mundial - se prolongó durante 42 meses. Durante mi permanencia en el Ejército, y aunque mis ánimos nunca me abandonaban, solo pude torear una vez; fue el día 29 de Junio de 1.942, festividad de San Pedro y San Pablo. Estando destinado en Larache (Marruecos) hice amistad con varios aficionados, algunos de los cuales ya habían toreado también. Había un bar en el que se reunía la peña "Manolete", Juanito, joven malagueño, hijo del dueño del bar era buen aficionado a los toros -aunque solo como espectador-. Un día estando en la peña, me propusieron tomar parte en un festival. A pocos kilómetros de Larache hay un poblado llamado Lady, donde todos sus habitantes eran trabajadores de una Compañía Agropecuaria dirigida por el Ingeniero D. Gomendio, y daba la casualidad que el día principal de las fiestas coincidía con el cumpleaños de una hija de D. Gomendio, celebrándolo por todo lo alto. El festival consistía en capear unas vacas, y al final un novillo para ser muerto a estoque, en esta ocasión por un novillero sevillano que cumplía el servicio militar en un batallón de trabajo. La capea de las vacas transcurrió sin novedad, pero.......¡Ay!, a la hora de lidiar al "novillo-toro" y morucho, por añadidura, de esos que solo miran a los pies. Ocurrió que a la hora de darle un pase de muleta, cogió al novillero, lanzándolo al aire y huyendo, sin volver a echarle cuentas, pero ya había sido bastante, pues la cornada le pilló en la ingle, rompiéndole la femoral. Inmediatamente fue trasladado al Hospital Militar de Larache donde fue intervenido quirúrgicamente, pero sin buen resultado, ya que falleció 55 horas después. Como quiera que yo actuaba de "sobresaliente", me tocó coger los "trastos" para ver de darle pasaporte al astado, pero me ocurrió igual, me cogió con un cuerno por la parte media del muslo izquierdo -de lo cual guardo un recuerdo indeleble a modo de cicatriz-, me volteó, y al final afortunadamente solo pasé dos meses en cama, tratando de restablecerme. El festival terminó con el apuntillamiento del muy traicionero y asesino animal. Testigo del entierro del compañero, fue nuestro paisano y amigo Eloy Liceran, que hacia el servicio militar en Alcazarquivir, y por esas fechas se encontraba en Larache, a donde los llevaban por turnos a pasar unos días en la playa. Juanito, hijo del dueño del bar nos acompañó ese día, haciendo fotos con su cámara, de las cuales conservo algunas, y entre ellas una del toro "Traicionero". Del novillero solo sé lo que he mencionado, que era de un pueblo de Sevilla y que se llamaba Juan, ya que nos habíamos conocido esa tarde en la corrida. Fue operado por el Capitán Médico Cirujano Don Francisco Javier Locertales, quien después ejerció como prestigioso cirujano en Sevilla, aunque ya lo era por aquellos días. Durante los dos meses que permanecí hospitalizado, estuve bastante fastidiado, pues no había ni los medios ni los adelantos de hoy día, sobre todo el de mayor importancia, -quizá- los antibióticos. La atención médica y el cuido eran extraordinarios, de todas las Hermanitas, sobre todo Sor María, quien lo hacia como si yo fuese su hijo. Es triste verse tan alejado de los seres queridos en esas circunstancias, cuando uno lo está pasando tan mal que no sabe si sobrevivirá, tristeza aliviada tan solo por las visitas de algún compañero o amigo. Durante el tiempo que permanecí en cama no podía escribir a mi familia, ni tampoco a mi novia -hoy mi esposa María-; tenia quien lo hiciese por mi, pero ¿Qué pensarían al ver mis cartas escritas por otra persona?, así que me decia.....a ver si mañana soy capaz y escribo, pero pasaban los días, yo no podía y a punto estuvo de irse a pique mi noviazgo por no contestar sus cartas. Al ser dado de alta me concedieron dos meses más de convalecencia, por supuesto me fui al Centenillo, como pude, con mi cojera, donde todos estaban ignorantes de lo sucedido, pero yo cojeaba, y eso si era evidente. Al día siguiente de llegar, Fulgencio, -guarda del mercado de abastos- me preguntó qué me había pasado, y yo me sinceré explicándole lo ocurrido; me dijo: pues tu padre está mosqueado tal vez pensando en la procedencia de la dolencia que te hace cojear. Así que esa misma noche al meterme en la cama llamé a mi padre y le enseñe la herida, contándole de donde provenía. Estoy seguro de que él -mi padre- y yo, dormimos más tranquilos esa noche. Después de ser licenciado del ejército, ya con 25 años cumplidos, y además contraje matrimonio a los pocos meses, solamente volví a torear en dos ocasiones. Organizaron en El Centenillo una novillada para lidiar tres vaquillas y matar un novillo, por un hermano del Ingeniero de las minas D.José Luis Gonzalez Brotons, este hermano aficionado a los toros y estudiante de medicina era el encargado de torear y estoquear al animal, actuando yo como sobresaliente. En otra ocasión fue en Pascual Ibañez, en un tentadero que celebró D. Jacobo Marzuchelli. Estas fueron mis dos últimas actuaciones taurinas, aunque posteriormente fui a algunas tientas, pero solo como espectador. En uno de estos tentaderos, que llevó a cabo D. Samuel Flores en su finca de Los Alarcones surgió una anécdota. Acompañado por Francisco Ruiz Arador (Carpintero) y su hijo Paco nos desplazamos a la mencionada finca para presenciar el tentadero que iba a tener lugar al día siguiente. Serian sobre las diez de la noche, después de cenar, cuando llegó D. Samuel, acompañado por un novillero de Albacete, apodado "Rosita" a quien protegía y dos amigos más. Después de dar los saludos de rigor al guarda -Baldomero Gallego- y familia, sin reparar en los forasteros que allí estábamos, le dijo al guarda: ¡hombre, tengo unas ganas de comer pollo con tomate!, tras esta diplomática solicitud se marcharon para alojarse en su casa, colindante a la del guarda. ¿Qué hizo Baldomero?, pues sin pensarlo dos veces, dirigirse al gallinero, trincar uno de los mejores pollos -que a esas horas estaría en lo mejor de sus sueños-, sacrificarlo y prepararlo "tomateado" acorde a los deseos de su jefe, para darle así satisfacción. ¡Natural!. D. Samuel me conocía, había estado en un par de ocasiones en su tentadero, pero esa noche no reparó en mi, y solamente saludó a sus subordinados. A la mañana siguiente, ya camino de la plaza, le saludé, y me dijo: ¡hombre!, me alegro mucho de verte, hace tiempo que no nos vemos, sé que estabas cumpliendo el servicio militar y he preguntado varias veces a Baldomero por ti, pero.........se quedó mirándome fijamente y me dice: ¡es la primera vez que veo un torero con bigote!. Ya en la plaza me invitó a sentarme a su lado donde permanecí hasta el final de las faenas de la tienta, y pude comprobar el control detallado y minucioso con el que D. Samuel llevaba el historial de su ganadería. Después de este día, solamente volví a verlo en una montería que al final fue suspendida por la lluvia torrencial que caía, en la finca de Selladores. III - MI LA CAZA AFICIÓN A veces me pregunto qué clase de hombre habría sido yo si, desde mi infancia no hubiese conocido la caza. Probablemente distinto, con toda seguridad menos humano. El hombre, y sobre todo el adolescente, que empuña una escopeta por primera vez, casi nunca ve en ésta algo más que un juguete, no se da cuenta de que le confiere cierto poder, ni de que adquiere con "licencia" un derecho de vida o muerte sobre los seres que corren o vuelan. En general, pasada la excitación de los primeros días, o incluso años, toman conciencia de lo que pudiéramos llamar sus deberes. A mi entender, la caza es una disciplina múltiple. Ante todo física, pues hay que saber andar, correr y estar en condiciones de perseguir al animal buscado. Pero también síquica, de saber esperar, de intuir las querencias, los recorridos, entendiendo e integrándose en la naturaleza. Solo la combinación de ambas cualidades puede situar al cazador en posición óptima de conseguir resultados practicando su afición, sin que estos sean lo más importante, ni mucho menos. Al verdadero cazador, el simple hecho del ejercicio de salir a cazar le divierte y satisface, aunque no "mate" nada más que el tiempo. He aquí por qué me gusta la caza, siempre digo que sin ella, habría sido menos comprensivo, menos sólido en éste viejo cuerpo que aún responde a lo que le ordeno, sin duda gracias a Dios y a los cuarenta y cuatro años que recorrí esas sierras, unas veces a pié, otras a caballo, contemplando sus bellos paisajes con aromas de romeros, jaras, mejoranas, y tantos otros, que en su conjunto huelen a gloria. Entre tantos lugares preciosos de la sierra, hay uno que para mi sobresale de los demás: la Hoz de Carvajal, siempre que he pasado por allí me he detenido a contemplarlo, extasiándome de su inmensidad y belleza sin igual. Cuando cesó la actividad en las minas de El Centenillo, fuimos varios los paisanos que con nuestras familias nos trasladamos a vivir en Jaén, adquiriendo vivienda en la misma calle de "Valencia", después de lo malo, teníamos el consuelo de vernos cada día. Nos reuníamos cada noche en el Bar "Pareja", formando nuestra tertulia, prácticamente igual que hacíamos en el pueblo, y esto era un alivio que mitigaba nuestra añoranza. Hoy hace ya treinta y seis años que resido en Jaén, a lo largo de los cuales he vuelto al Centenillo en innumerables ocasiones, y he podido seguir practicando el ejercicio de la caza por aquellos parajes, junto con mis buenos amigos Salvador Martínez, Miguelito Hita, Juanito Bravo, Juan Acedo, Agustín Ruiz "El Chato", maestros de sierra y estupendos cazadores. Tuve la suerte de que el dueño de la empresa en la que me puse a trabajar en Jaén, D. Emilio de la Casa, era gran aficionado y organizaba monterías. Se estableció entre ambos -aparte de la relación laboral-, un intercambio entre conocimiento de lugares, personas tratamiento y cuidado veterinario de ganado, etc., de una parte, y el poder asistir a monterías, batidas etc. de forma gratuita -imposible de no ser así-, por otra. En aquella época, y por un periodo de 18 años, tenia arrendada en sociedad con D. Clemente Castillo, la finca "Magaña", en el término de Santa Elena, lindante con Río Choto y Molinillos del Viso, y durante 12 años la finca denominada "El Poyuelo". Ambas eran fincas extensas, con caza abundante, y como digo explotadas cinegéticamente como negocio, de forma que rindiese lo máximo posible, dentro de lo que las normas legales permitían. No había montería que se celebrase en estas fincas a las que yo no asistiera con derecho a puesto. Mi misión antes y después de la montería consistía en pagar a todo el personal auxiliar como podenqueros, postores, peones de caballerías, transportistas, etc., que habían sido contratados para el evento. MIS PRIMEROS ESCARCEOS CINEGETICOS. Se da la paradoja de que con 12 años de edad, en la finca "Navalonguilla" fue la primera vez que tuve ocasión de torear en un Herradero una becerra. En la misma finca a los 14 años, tuve mi "bautismo de caza" al cobrar mi primera pieza, consistente en una liebre. Antes, con 7 años, ya solía acompañar a mi padre en sus cacerías. Montado a la grupa del caballo, agarrado a su cintura, salíamos camino de la sierra. Mi padre me enseñó todo lo relacionado con la caza, las armas y el campo, dándome toda clase de consejos y lecciones que él consideraba útiles, y que yo iba "mamando" día a día. Desde como apagar un cigarrillo en el monte sin peligro de pegar fuego, hasta como cargar y descargar la escopeta anulando la posibilidad de accidente, pasando por los más mínimos detalles y precauciones para evitar en lo posible tener un disgusto. Cuando tenia 12 años, un amigo de mi padre. Pepe Comín me regaló una escopeta de las llamadas de avancarga, con un cañón, del calibre 20. Mi padre no quería que hiciese uso de ella, pues solía dar fuego por la llamada "chimenea", y podía provocar algún accidente, así que como pude se la cambié a Pepito Bravo por otra de 12 milímetros, de fuego central, más segura y apropiada para mi edad. Al principio solo podía coger la escopeta acompañado de mi padre, pasado algún tiempo ya me dejaba salir con mis amigos Diego Rodriguez Parra, su hermano Aladino, y José Luque. Nuestros "cotos" preferidos eran Ministivel y el Cerrillo del Plomo -éste último con más frecuencia-. Recuerdo una mañana estando en el Cerrillo, de donde muy cerca tenia su vivienda "La Rita", y nosotros tiro va y tiro viene....... salió Rita a la puerta de su casa gritándonos. ¡Que me vais a matar a los pavos!. El cerrillo en aquella época estaba muy poblado de arboleda de la más variada especie, eucaliptos, encinas, acebuches y lentiscos, y en esta frondosidad tenían su hábitat distintos tipos de aves, que eran nuestro objetivo. Esta frondosidad se vio notablemente mermada durante la guerra civil, tiempo en que se llevó a cabo una intensa tala de árboles, debido a la escasez del carbón. En otra ocasión, una tarde del mes de Octubre, y en compañía de los mismos amigos de correrías, llegamos a la cañada de Navalonguilla, donde había una majada de pastores; al pasar cerca de la misma salió del chozo una mujer que al vernos, sin mediar palabra, comenzó a llorar dando gritos y gesticulando nerviosamente. Nos quedamos sorprendidos de su actitud, le hablamos, pero ella no dejaba de dar gritos y hacer aspavientos, y pensamos: ¡esta mujer debe de estar loca!, alejándonos lo más posible del lugar, sin comprender lo que ocurría. Pasado algún tiempo -unos meses-, comentándolo con Julia -esposa del guarda de la finca-, me dice: ¿entonces eras tú uno de los del grupo?, asentí y me dijo que al vernos, aquella mujer creyó que podíamos llevarnos su ganado y esa había sido la causa de su comportamiento. La verdad es que el susto había sido para todos. Corría el año 1.934, y por aquellas fechas estaba la situación un poco revuelta. MI PRIMERA RES "Yo escribo solamente lo que he hecho, lo que he visto y lo que he visto hacer." -Juan de MateosCarta dedicatoria de la Obra: Origen y dignidad de la caza, al Conde Duque de Olivares. El día 8 de Febrero de 1.959, en una de las más apreciadas manchas venatorias de Nava el Saach, maté mi primera res de montería, un venado por cierto. Era una mañana suave y blanda del segundo mes del año, había llovido durante toda la noche y la sierra olía a gloria. El puesto estaba situado en un collado a las faldas del cerro de "los bolos", pegado a Navarrubia, dando la espalda a Río Pinto. Dominaba gran extensión de terreno, y habrían transcurrido un par de horas de montería cuando una ladra lejana me puso en guardia. Al poco dos venados se aproximan en loca carrera -como dos exhalaciones-, con ese sonido inconfundible que nos corta la respiración y nos sube el corazón a la boca. Cuando estaban más cerca vi que uno de ellos era un "vareto". Al llegar a unos ochenta metros de mi, se frenaron de golpe, mirando en dirección a donde yo me encontraba -sin duda se cargaron de aire-, no podían verme, tenia buena pantalla de monte, y la escopeta encarada. Por un momento pensé -se van a volver-, le disparé al venado y se desplomó fulminado, con las cuatro patas abiertas, solo hizo unos movimientos con la cabeza; el vareto dio unas vueltas alrededor del ciervo herido, y enseguida salió huyendo. Habían transcurrido unos segundos. Aproximadamente una hora después llegó la pareja de la Guardia Civil a caballo - Luna y Carbonel, del Centenillo-, que prestaban sus servicios en la montería, y me acompañaron a celebrar el lance con unos tragos de vino de mi bota. ¡había matado mi primera res!. Desde aquella fecha, y con afición tal, que juzgo difícil de superar, no he cesado de practicar la caza mayor en sus diferentes variedades. Desde la gran montería en cotos donde se abatían más de cien reses en un día, Como Nava el Saach, Carvajal, Selladores, Magaña, El Poyuelo, etc., hasta montear el terreno libre con mis buenos amigos Juan Marcos Aliaga, Julián Ortiz Carmona, Alfonso Zarco, y tantos otros, buenos compañeros, maestros de la caza, comiendo y durmiendo como Dios nos daba a entender, y la verdad es que pasando penalidades .-en muchas de las ocasiones-, que dábamos por bien sufridas con tal de poder practicar nuestro bello deporte............¿arte?, de la caza. CONEJOS Y RANAS EN "EL PINTO" En época de verano, ya mediados el mes de Agosto, tenían por costumbre organizar un trasnoche en el Río Pinto mi padre, acompañado de sus amigos Eloy Concha, D. Diego Picón, Juan Sarmiento, Pedro Marcos y Salvador Moya; en esta ocasión en la que yo acompañaba a mi padre, iban invitados también Juan Bravo y sus hijos Juan y Pepito, éste último unos años mayor que yo. La noche del sábado nos distraíamos un rato en cazar ranas, para el domingo preparar sus ancas con tomate frito, que dicen es un plato exquisito. -yo no llegué a comerlas-. Esta caza nocturna la hacían con unos utensilios preparados por Eloy Concha que consistían en un trozo de unos 20 cm. cuadrados de tela de las cintas transportadoras del lavadero mecánico, clavadas en un mango de madera, a modo de raqueta. Con el artilugio en la mano derecha y un carburo en la izquierda, se metían en el agua hasta las rodillas, y las ranas eran sorprendidas en sus cánticos -posadas sobre las piedras-, deslumbradas por la luz del carburo, y de un "raquetazo", ¡zas!, al cubo que porta el ayudante. Al día siguiente por la mañana salían un rato de caza, y regreso al campamento para preparar el condumio -las consabidas ancas de rana y unas buenas patatas con conejo-. La noche del sábado, al amparo del buen tiempo reinante se pasa al raso, con las estrellas por techo, tumbados sobre una manta en la cama improvisada sobre unos haces de monte para suavizar las durezas del suelo, y teniendo otra manta a mano para cubrirse del relente de la madrugada a la orilla del rio. Fue en esta excursión la primera vez que tuve ocasión de escuchar el aullido de los lobos. Llevaríamos una hora acostados, cuando tuvimos que abandonar apresuradamente nuestro lecho, pues las caballerías que se encontraban trabadas pastando cerca, se nos venían encima. Los animales habían olfateado a los lobos y venían buscando protección junto a nosotros. No tardó mucho en comenzar el concierto lobuno -había varios-, y estuvieron aullando hasta la madrugada, también ellos olfatearían al hombre, al que suelen guardar distancia. Fue una noche entretenida, tanto que.............apenas pudimos dormir. LA LUNA Y EL JABALÍ. Juan Marcos fue mi maestro en esta modalidad de caza nocturna al jabalí en noches de luna llena. Frecuenté su compañía en numerosas ocasiones, y mucho de lo poco que sé al respecto, lo aprendí de él. En las esperas en noches de luna, las horas interminables, el frío o el sueño invencible, no tienen importancia para el verdadero aficionado. En el chanteo nocturno al jabalí, hay que saber andar por el campo -de noche-, como las alimañas, barruntar por donde puede andar la partida de cochinos, localizarlos por el ruido que forman al hozar, masticar, o por algún tenue sonido en el silencio de la noche, que al cazador experto le delatan su presencia; hay que aproximarse lentamente, sin producir ruido alguno, tapándose el aire, e irlos siguiendo en su trajinar nocturno, hasta encontrar la clara de monte donde vislumbrar su figura, perfilada por nuestros aliados "rayos lunares", y entonces, ya sobreseguro, meterles el consabido metrallazo. Tan importante como ir acercándose a ellos en dirección contraria a la que lleve el aire, para que no puedan olfatearnos, es saber moverse sin hacer ruido. Es una cualidad que solo se alcanza con el hábito continuado de andar por la sierra. Yo he podido comprobarlo en mis primeras salidas; el veterano Juan delante, yo detrás intentando aproximarnos a la piara de cochinos. El no movía una china, no partía, -ni rozaba- una rama, y yo por los mismos pasos, como un patoso, formando mas jaleo que una apisonadora. Es un arte el saber "pisar" en la sierra. Aparte de todo esto, siempre íbamos -en aquellos años más- con temor a tener posibles encuentros inesperados y desagradables. El jabalí tiene ese atractivo especial que produce una posibilidad de peligro, porque se trata de un animal fiero, cosa que no sucede con los demás de nuestra caza mayor. Es indudable que, herido, y si es grande, la prudencia aconseja ciertas precauciones para andar a su alrededor. Tanto el macho como la hembra, pero muy especialmente el primero, al ser herido y -por lo tantodetenido en su carrera, atacan a cuanto se les aproxima. En resumen, que de los animales que cazamos, es el único feo, brutal y violento que frecuentemente hace derramar sangre y entraña peligro. Quizá por ello nunca sentimos, después de darle muerte, ese amago de pena o remordimiento, que a veces nos invade cuando se trata de un venado. Para el montero, creo no existe lance comparable al de un "macareno", herido o no, aculado y partiendo el aire y los perros a cuchilladas, con sus ojillos inyectados en sangre, perversos y de expresión brutal, en cuya espalda las cerdas se erizan mientras sus mandíbulas castañetean violentamente. Comportamiento por otra parte de sobras justificado, ya que están defendiendo ni más ni menos que su "pellica". MI PRIMERA CACERÍA NOCTURNA AL JABALÍ Se practica esta caza en noches de luna, más o menos llena, pues de lo contrario seria imposible andar por el campo a esas horas, de la forma que hay que hacerlo. Incluso con la tenue luz de la luna es bastante temerario. El silencio y la soledad de la noche siempre son aliados en la sierra, y se aprovechan pensando sobre todo en sucesos y lances imprevisibles. Estos con un poco de suerte no tardarán en producirse. Tenia muy buena amistad con Juan Marcos Aliaga, hijo de Alfonso Marcos - "El Callandico", vivía cerca de casa y raro el día que no nos juntábamos para charlar largos ratos sobre el tema de la caza. Su experiencia en esta modalidad de caza era notoria, por haberse criado en plena sierra, y practicarla casi diariamente. En varias ocasiones me había dicho: ¡tienes que venirte un día conmigo!, y ese día llegó. Salimos una tarde del pueblo sobre las cinco, acompañados por otro buen amigo y maestro en estas lides -también crecido en la misma sierra-, Julián Ortiz Carmona. Llegamos a eso de la siete al lugar elegido; Julián se marchó a la parte opuesta. acordando al separarnos el lugar y la hora donde volveríamos a reunirnos para el regreso- Como yo era novato en esta modalidad de caza, me quedé acompañando a Juan-. Sucedió que al llegar a una pedriza en el centro de una mancha, me dice: vamos a sentarnos y fumarnos un cigarro. Así lo hicimos, pegados a la raya del monte, conversando lo imprescindible, en voz muy baja, el oído atento, con el sol queriendo ocultarse tras los cerros cercanos. Habría pasado una media hora cuando un rumor de monte nos alertó. ¡Los jabalíes!, no tires hasta que yo lo haga, me dijo. Enseguida, una piara de jabalíes que cruza, Juan dispara y un jabalí que rueda pedriza abajo, pasando casi junto a nuestros piés. Otro disparo y otro jabalí que cae abatido agitando el monte con aparatosidad, hasta que quedó inmóvil. En unos segundos había matado dos jabalíes. Reunimos las dos piezas y puso Juan su pañuelo sobre una de ellas, y encima una piedra para que no lo llevase el aire, a continuación me pide el mío, colocándolo de igual manera sobre el otro cochino. a lo que yo le pregunto ¿Qué objeto tiene esto?, y me respondió que como teníamos que alejarnos para encontrarnos con Julián, si llegaba alguna alimaña, no se atrevería a meterles mano, al percibir el olfato de personas. Subimos dando vista al lugar donde el compañero debía encontrase, y en efecto, alertado por los disparos, no tardó en vernos y acercarse a nosotros. Acordamos fuese Julián al pueblo, para traer un burro con el que poder transportar los cochinos, cosa que realizó, tardando unas cuatro horas en ir y volver; los cargamos y llegamos al pueblo sobre la una de la madrugada. Así fue mi primer lance de caza nocturna al jabalí –que luego repetiría en innumerables ocasiones-, y aunque en esta noche no llegué a disparar, disfruté lo suficiente como para “empicarme”, y acompañar a mi amigo Juán muchas veces. Tuvimos la suerte de que la piara de cochinos se presentó antes de que fuese noche cerrada, ya que con la sola luz de la luna, la segunda pieza no habría sido lo suficiente visible como para poderle disparar entre el monte. Otras veces, los jabalíes entran bien de madrugada, o incluso faltan a la cita y no se presentan. NOCHES DE ESPERA.................., ESPERANDO Una tarde llegamos a Navalagallina, por el camino de las tres hermanas, con el propósito de hacer una espera por separado, cada uno en un chortal. me indicó donde tenia que situarme, y el lugar donde estaría Juan, para cuando se fuesen perdiendo los claros del día, abandonara mi puesto y, avisándole previamente con un silbido -hasta que me respondiese-, me reuniera con él. Así lo hicimos, cada uno a nuestro puesto. Llegué donde me indicó, era un claro de unos 20 metros de largo por 12 de ancho, con una fuente en uno de sus extremos, y con pasto verde por alrededor. Me acomodé, y a esperar a ver si había suerte. Habría transcurrido más de una hora, cuando percibí ruido de pisadas, delatadas por el crujir de las hojas secas del monte, unos pasos cautelosos, pasos que percibía unas veces a mi derecha, y otras a mi izquierda, pero por más que yo estaba atento e inmóvil, al claro no llegaba a entrar nada. De esta forma transcurrió más de una hora, con la consiguiente tensión de esperar a ver de un momento a otro que era lo que producía aquellos sonidos de hojas aplastadas por andar tan sigiloso. Pero me quedé con la duda, el sol quería ocultarse, y yo tenia que reunirme con Juan según lo convenido, antes de que se hiciese noche cerrada. Me aleje del lugar con la intriga y pensando ¿Qué podía ser aquello?. Llegué cerca de donde mi compañero se encontraba, y le hice la señal convenida - a la que me respondió -, reuniéndome con él para quedarnos juntos el resto de la espera. Al cabo de más o menos una hora, entró sin previo aviso un jabalí, disparándole Juan, tras lo cual no lo vimos más, ni sentimos ruido de bregar de monte, que era muy alto y cerrado. Como a esas horas, con la sola luz de la luna, era imposible seguir el posible rastro del animal, nos retiramos a casa, y ya al día siguiente fue Merino a registrar por los alrededores, sin llegar a encontrar huella alguna de sangre. El tiro no le había dado. Han transcurrido muchos años, pero cuando lo recuerdo, sigo preguntándome ¿Qué seria aquello?. Aquellos pasos reservados eran producidos por "algo" de envergadura, que me veía, o me olfateaba, y todo era dar vueltas, sin atreverse a entrar a la fuente. Pienso que, de tratarse de un animal, esos pasos solo podían ser producidos por un lobo, y de muy buen tamaño; ningún otro animal en nuestra sierra camina con esa cautela, a excepción del lince u otro felino, pero ninguno con el peso suficiente para producir aquellos sonidos de hojarasca que yo oía. ...........................¿Seria una persona?. Era una tarde del día víspera de todos los santos, salimos por el camino cuerda del águila hacia Madroñeros, coronamos el cerro de las cuestas hasta llegar al barranco que viene de Navalagallina hacia el pantano. En este lugar nos encontrábamos -ya de noche-, cuando oímos el rodar de unas piedras frente a nosotros. En la creencia de que serian los jabalíes, nos pusimos en marcha cerro arriba, hacia un alcornocar que hay en la cima del mismo, tardando en llegar una media hora, y permaneciendo otra hora escuchando, sin volver a percibir el menor sonido o indicio de los marranos, lo que nos llevó a pensar, que mientras nosotros subíamos el cerro, los jabalíes se habrían marchado huyendo, o buscando otro lugar. Continuamos nuestro caminar hacia Navalagallina, pasando por lo derruidos chozos del Merguizo, hasta llegar al pico del monte, donde permanecimos, sin llegar a entrar en el raso, pero no escuchábamos rumor alguno de reses, a pesar de ser zona muy querenciosa para estas especies. Estando en tal actitud de escucha, distanciados unos tres metros uno del otro, solo moviendo la cabeza a izquierda y derecha, esperando oír algo, me pareció ver la luz de la punta de un cigarro, cuando se le da una "chupada", fue tan solo un segundo, y me acerqué a Juan para decírselo, a lo que me contestó: -eso es que te hacen "candilicos" los ojos por el sueño-. No quedé convencido, y a partir de ese instante no apartaba la vista de ese punto donde había visto una lucecilla: eran unas rocas que había enfrente a unos doscientos metros, y aunque no podían verse en la noche, yo conocía el lugar, y sabia que las piedras estaban allí. Así quedó la cosa, sin más comentarios, me propuso dar unas vueltas por las torrecillas, y le dije: mira que yo a las nueve tengo que estar en el trabajo, y algo tengo que dormir, tu en cambio podrás descansar. Lo comprendió y decidimos regresar al pueblo, encaminándonos por la vereda del peñón del toro que pasaba a pocos metros de donde nos encontrábamos.- Llegamos al pueblo sobre las dos de la madrugada, y cada uno a su casa, a dormir. Al mediodía llegó mi amigo Juan a la farmacia, donde yo estaba trabajando, y me dice: ¿sabes que tenias razón?, lo que viste, efectivamente era la luz de un cigarro. ¿como lo sabes?, le pregunté. Mi hermano José María ha venido esta mañana y me ha dicho que ayer tarde estuvieron los "maquis" en el chozo de mis padres, aparte del susto, se llevaron lo que encontraron para comer, con la advertencia de que no se diera cuenta a la guardia civil en cuatro horas. A lo que mi hermano hizo caso omiso, y al poco rato fue al destacamento de la guardia civil en Nava el Saach a denunciar lo sucedido. En ese momento salieron grupos de guardias para hacer apostaderos por la sierra, y José María, como buen conocedor de la misma acompañó al grupo que precisamente estaba apostado en las piedras donde a mi me pareció ver la luz de un cigarro. Conclusión: los maquis estuvieron el chozo por la tarde, y declinando el día salieron de regreso a su escondrijo, que -por lo que luego se supotenían en los Molinillos del Viso, tomando un camino que pasaba por la mina del "Carrizo", el cual atraviesa una pedriza que está junto al alcornocar: y el rodar de piedras que nosotros oímos fue debido al paso de ellos. De manera que la providencia estuvo de nuestra parte esa noche, ya que de haber ido a dar la vuelta que pensó Juan, por las torrecillas -para lo cual teníamos que atravesar el raso-, con la guardia civil apostados a unos cien metros, y nosotros armados, no quiero ni imaginar lo que hubiese sucedido. Pero nada bueno. Acompañado en esta ocasión por Inocencio Ortiz Carmona, salimos una tarde hacia El Cantosal, lugar donde había un sembrado que suponíamos era tomado con asiduidad por los cochinos. Cuando llegamos faltaría poco más de una hora para la puesta del sol, al que reemplazaría la luna, que se encontraba en fase de plenilunio. Observando el lugar, vimos que, efectivamente había rastros de entrada de los jabalíes, por lo que decidimos hacerles un aguardo, cada uno situado en un paso distinto. Me dejó Inocencio en mi puesto, subido a una encina cerca del sembrado, y él se dirigió a otro lugar cercano, advirtiéndome que le esperase en mi puesto. Pasado un rato, percibí un rumor, miré por entre las ramas del árbol y pude ver cinco hombres armados, que venían en dirección a donde yo me encontraba. Contuve la respiración, mientras llegaban hasta pararse a unos diez metros de mi, y hablaban, cuchicheando en voz tan baja, que no pude entender palabra de lo que decían. Yo pensaba, ........... si reparan en mi, bajaré, pero si no,......... aquí quieto. No llegaron a verme, y pronto reanudaron su marcha. Pasaron pocos minutos, cuando veo llegar a mi compañero, que caminaba con toda la cautela del mundo, y me dice: ¿has visto algo?, le conté lo sucedido, resultando que también a él le habían pasado cerca, observándolos sin ser visto. Decidimos alejarnos de aquel lugar, dejando la caza para mejor ocasión, pues no sabíamos si podían ser los maquis, o la guardia civil; de cualquiera de las maneras, era peligroso andar por aquellos parajes. Regresamos al pueblo, ya sin pararnos para nada, y con todas las precauciones -que eran pocas-, para evitar tener otro encuentro desagradable. En otra ocasión, acompañado por Rafaelito Zarco, planeamos hacer una espera de reses en el chortal que hay en el cerro de los bolos, dando vista al llano de Navarrubia. Era por la tarde, y al llegar al chozo de pastores que allí había. continuamos por el camino junto a los chozos hundidos, que pasa por la parte alta de la fuente. Unos cincuenta metros antes de llegar a donde nos dirigíamos Rafaelito -que iba delante-, se asomó hacia abajo, y me dice: ¡hay varias personas!, miré yo también, y vi efectivamente alrededor de ocho o diez hombres, unos sentados, otros en pié, armados, pero no en actitud de ir de caza, por lo menos, no de animales, parecían estar haciendo un descanso en el camino que llevasen, para reemprenderlo a la llegada de la noche. Nosotros retrocedimos prudentemente, y con el mayor sigilo que pudimos nos volvimos al Centenillo, quitándonos de en medio. ...................¿Quienes serian?. MI PRIMER JABALÍ Una tarde del mes de Marzo, salí sobre las cinco, acompañado como casi siempre en estas correrías, por Juan Marcos, caminamos por la era de los ladrillos, cruzando el río, y desembocando en el barranco "Lises", donde paramos haciendo hora, hasta que declinase el día, dando tiempo a que los jabalíes -como hacen todas las reses de caza mayor-, abandonaran su encame para trajinar por la noche en busca de su sustento. Cuando empezaba a anochecer, emprendimos nuestro camino, barranco arriba. Como siempre atentos al menor sonido, andando muy despacio y haciendo frecuentes y largas paradas, oteando y observando nuestro alrededor, a la espera de percibir cualquier indicio que delatase la presencia más o menos próxima de reses en las cercanías. Estábamos llegando casi al final del barranco, cuando me dice Juan: ¡Ahí están!. Efectivamente, también yo pude oír un ligero ruido de piedras y monte. Continuamos muy despacio, desviándonos ligeramente dando un rodeo, para evitar el riesgo de echarles el aire y que pudieran olfatearnos. Al poco, los teníamos muy cerca, y me dice: -advirtiéndome como siempre haciaquédate aquí, y ten mucho cuidado a donde diriges los tiros. Dicho esto empezó a caminar hacia los marranos, pasó un rato -que a mi se me hizo eterno- , esperando oír el disparo de un momento a otro, dado que tenia que estar -pensaba yo- casi enmedio de los jabalíes por lo cerca que yo percibía el trasiego de los bichos. El lugar donde yo me encontraba era un pequeño collado -no tenia otro campo de tiro-, y estaba dispuesto, en tensión y con la escopeta a punto. Sonó el escopetazo y vi un jabalí cruzando como un meteoro, disparé y pude ver que cayó fulminado. Tuve la suerte de acertarle en un punto vital, y el animal no pudo seguir dando ni un solo paso. Al momento sentí toser a mi compañero, que me advertía así de su llegada, y me preguntó: ¿tu también has tirado?, y le digo señalando: mira donde está. -Yo también he matado otro-, me respondió. Fuimos a donde se encontraba el que yo tiré, mi alegría era inmensa, era mi primer jabalí tirado y cobrado, y ¡de que forma!. Recogimos el suyo, los reunimos, y nos sentamos a fumarnos un cigarro, y meditar la forma de llevarlos hasta el pueblo, a la par que saboreábamos y disfrutábamos del momento, sobre todo yo, que por mucho que uno acertase a describir, solo quien ha pasado por un trance similar puede comprender lo profundo y pleno que puede llegar a ser. Le propuse ir a por una caballería al pueblo, mientras él me esperaba allí, y me dice: ya sabes que el dueño de la caballería, aunque se le pague, luego lo acabará contando a alguien -lo decía por experiencia-. ........Será mejor que los llevemos poco a poco; y a ello nos dispusimos. Atándoles las cuatro extremidades juntas, y con la cabeza volteada hacia nuestra espalda, nos echamos los bichos al hombro -cada uno el suyo-, y de esta manera emprendimos nuestro regreso, al principio barranco abajo, hasta llegar al río, y como no podíamos saltarlo con la carga que llevábamos, nos quitamos los pantalones, y lo cruzamos andando. Después vino lo bueno; quien lea esta peripecia, y conozca el lugar, puede hacerse una idea de las penalidades que pasamos desde el río, cerro arriba, por un camino de cabras, hasta llegar a la vuelta grande del depósito. Cada pocos pasos teníamos que tirarlos al suelo, sentarnos encima de ellos y descansar un poco, tratando de recuperar el resuello, así hasta llegar al camino de la vuelta, que ya, en llano, hacía nuestra carga más llevadera. Serian las tres de la madrugada cuando llegamos al pueblo, tardando bien poco y sin discusiones -como es natural-, en repartir la caza. No cabía duda alguna: cada uno con su marrano, ¡a casa!. MONTEROS Y REHALAS Los monteros del Centenillo tenían mucha solera y eran poseedores de los mejores perros. Una condición imprescindible de cada socio, era la de aportar un perro, y así en conjunto formaban su propia rehala. Rehalas pintorescas, cuyos perros andan sueltos todo el año, pero eficaces y muy picados con las reses. En la mañana de los días que se celebraban monterías, los podenqueros Benito Navas y Juan Uroz -"Matalabicha"-, una hora antes de la reunión tañían sus caracolas en la plaza de la Corredera, y los perros -conocedores de su obligación, acudían alborozados a la llamada; se formaba la rehala y..............en marcha hacia la sierra. ¡Qué recuerdos inolvidables y que buenos ratos proporcionaron a nuestros padres. Aquellos monteros no se parecían casi en nada a muchos de los de hoy, de delanteras relucientes y el cuero recién estrenado. Mientras era época hábil de caza, todos los domingos organizaban su montería, y aunque por entonces no era muy abundante la caza mayor, siempre conseguían abatir alguna res. Yo era un niño, y recuerdo que los días de montería, junto a otros hijos de monteros y algunos agregados, nos reuníamos en la puerta de Andrés Alarcón, esperando que regresaran, pues en el patio de esta casa tenían por costumbre dejar las piezas cobradas y hacer las particiones al día siguiente. Volvían ya de noche, haciendo el camino con las caballerías y tardaban dos o tres horas, en trayectos que hoy con vehículos, no llega a quince minutos. Por la noche en casa, mi padre solía contarme las incidencias que habían acaecido en la montería, que yo escuchaba con mucha atención. Recuerdo que un día me contó como José Bosquet fue a rematar un cochino que ya había herido a varios perros, el marrano al verle, saltó el cerco de los perros y se vino a por él; éste, que estaba atento, le apuntó con serenidad, y le descerrajó un tiro en la frente que dejó al jabalí muerto a sus piés. Lances como este he conocido varios, tiempo después, a lo largo de mi vida cinegética sin concederle mayor importancia, pero escuchado de mi padre, a la edad de ocho o nueve años, a mi se me antojaba un episodio heroico. En las monterías hay momentos y suceden vicisitudes, que aunque la suerte no nos depare la ocasión de disparar un solo tiro, representan para el verdadero aficionado motivo de interés, diversión y recuerdos inolvidables -la esencia en sí de la caza-. Es el paisaje, el aislamiento, la actitud personal, el olor de las jaras que nos evoca al jabalí, es cuando se contempla un amanecer, o el atardecer escuchando los melodiosos y perennes cantos de la sierra. Durante los últimos años que viví en El Centenillo, solo he conocido dos rehalas, una era de Carmelo Gonzalez Vergara, buen cazador y aficionado, así como -al menos- dos de sus hijos. Esta rehala la pude observar en una montería en Carvajal, finca propiedad entonces del Marqués de la Fuente del Moral, de Alcaudete. Estaba formada por muy buenos perros, magistralmente dirigidos por Carmelo y uno de sus hijos, y proporcionaban óptimos resultados en las batidas del monte y en piezas abatidas. La otra era propie dad de Antonio Martínez, por todos conocido cariñosamente como "Nenillo". Se hizo con unos perros preciosos, todos jóvenes y fuertes. Esta rehala pude verla trabajar en una montería que se dio en El Patrocinio, cuyo dueño era D. Gabriel Asensio. Era una de las primeras monterías que hacían y daba gusto ver cazar aquellos perros. Recordando al "Nenillo" me viene a la memoria un día que salió de caza menor, junto a sus habituales compañeros de correrías, y uno de los perros se puso a latir de "parada" frente a unas zarzas. En la creencia de que podía haber alguna res, cambiaron por balas la munición de las armas, cuando vieron salir corriendo un lobo, disparándole y matándolo "Nenillo" de un certero balazo. Resultó ser un magnífico ejemplar, tanto que su cabeza puede contemplarse en lugar de honor de la casa de Nava el Saach, con una merecida medalla de oro alrededor de su cuello. MONTERÍA " REAL " EN MAGAÑA Encontrándose los Reyes de Nepal de visita en España, manifestaron sus deseos de conocer nuestras monterías. El gobierno solicitó a ICONA de Jaén le recomendase alguna de las monterías autorizadas para un día determinado, en el que sus majestades tuviesen libre y pudieran asistir. La elegida fue "Magaña", magnífica finca de caza mayor en donde llegaron a cobrarse hasta 110 reses en un solo día de caza. Tenían arrendada la caza, y organizaban las monterías D. Emilio de la Casa y D. Clemente Castillo. El día señalado, amaneció lloviendo bastante fuerte, lo que no impidió que el personal que tenia que participar en la montería, hiciera su presentación a la hora que se había marcado para la reunión. Pese a que continuaba lloviendo, se llevó a cabo el sorteo de los puestos, con la esperanza de que amainase un poco, pero ocurrió todo lo contrario, cada vez llovía más fuerte, hasta el punto de tener que tomar la decisión de suspenderla. Monteros y todo el personal auxiliar, se marcharon, quedando en la finca solo unas veinte personas. Entre ellas estaban los Reyes de Nepal con sus escoltas e intérprete, el Gobernador Civil de Jaén, Emilio de la Casa, Clemente Castillo, Paco Berbell, Francisco Ros Casares con tres amigos también valencianos, un servidor y algunos más que no recuerdo. Estaba también Higinio, como fotógrafo oficial -de Jaén- para dejar debida constancia documental del evento. Decidieron obsequiar a sus majestades y al resto de invitados, cocinando una magnífica paella, bajo la dirección culinaria -¿quien mejor para la ocasión?-, del tan buen valenciano, como cocinero demostró ser Francisco Ros Casares. Hasta que llegase la hora de la comida, los invitados hacían honor a los reyes en el salón, sentados frente a una buena lumbre, tomando unas copas en animada charla, y viendo como afuera llovía torrencialmente. A mi me tocó hacer de "pinche", y ayudar al "cocinero en funciones" valenciano en su labor. Así pude aprender, y vi con curiosidad como uno de los ingredientes que ponen al arroz, eran caracoles de los llamados "cabrillas", que el Sr, Ros, cogía de uno en uno, y cada vez que en el paellero se hacían burbujas, iba echándolos en las mismas. Habríamos lanzado unos diez de aquellos caracoles, cuando se presentaron los Reyes, acompañados del intérprete para ver la preparación de la comida. Este les iba explicando el proceso de preparación de la paella; cuando reparó la reina en la cazuela que contenía las cabrillas, le habló al intérprete señalando con el índice a los bichos, e inmediatamente comunicó al "pinche" que no echase aquello en el arroz. Volvieron al salón, y Ros fue retirando minuciosamente, con la rasera los caracoles que ya estaban dentro, tirándolos a la lumbre. La Reina no había reparado en los que ya se estaban cociendo, si lo hubiera hecho, creo que nadie habría comido paella aquel día . El arroz salió estupendo, elogiando todos al cocinero por su exquisito sabor y preparación. Como la lluvia no cesó en todo el día, no pudieron ni dar una vuelta por el exterior para conocer la finca. Los Reyes de Nepal son -o eran-, bajitos, contrastando con sus escoltas de gran talla y corpulentos. Estos iban armados de fusiles y machetes. La Reina lucia un precioso diamante incrustado en su frente. Pasada la media tarde, sus majestades y comitiva emprendieron el regreso a Madrid, donde permanecieron unos cuantos días más. Ya desde su país enviaron sendas tarjetas a Emilio y a Clemente, manifestándoles su agradecimiento por todas las atenciones recibidas, y el buen recuerdo que guardaban de ese día, en el que, a pesar de no haber podido celebrarse la cacería, vieron su preparación y tuvieron ocasión de contemplar esos preciosos paisajes de nuestra Sierra Morena. Desde entonces, al lugar que le habían asignado en la montería a sus majestades, le llaman "el puesto del rey". LA BERREA Esta modalidad de caza solamente la he practicado en una ocasión, en la que Emilio de la Casa dio permiso para abatir un ciervo en la finca del Poyuelo. Acompañado por mi buen amigo D. Miguel Berges, titular de la autorización, salimos de Jaén una tarde del mes de Setiembre, con el propósito de pernoctar esa noche en la finca, y marchar a la sierra antes del amanecer con el objeto de abatir algún ciervo. Faltaría como un kilómetro para llegar a la casa de la finca, cuando nos encontramos con el guarda de la misma; le presenté a Miguel, y le mostramos la autorización que nos habilitaba para cazar. Mientras charlábamos se oía bramar un ciervo a poca distancia. Poco tardó el guarda en localizarlo con los prismáticos, diciéndonos: está echado; efectivamente, miramos hacia donde nos indicaba y vimos el ciervo como a unos quinientos metros. Decidimos probar suerte, y caminamos con cautela tratando de acercarnos lo máximo posible al animal. Mientras lo hacíamos, quedó tapado por el monte y desniveles del terreno, hasta que volvimos a verle, levantado ya, a una distancia aproximada de cien metros. Se encaró Miguel el rifle, apuntándole y disparó, errando el tiro; el ciervo emprendió veloz carrera, al galope y enmontado, volvió a dispararle dos veces más, pero igualmente sin suerte. Declinaba la tarde, y nos dirigimos al coche, acompañándonos el guarda hasta la casa de invitados. Después de cenar pasamos largo rato en amena charla, hasta que el guarda se marchó a su casa a dormir, quedando citados para las cinco de la mañana. Una hora antes del amanecer nos dirigimos los tres hacia un collado, donde nos sentamos a esperar los claros del día, disfrutando de oír berrear los ciervos en celo, bramidos que nos llegaban de todas direcciones. Al poco tiempo pudimos vislumbrar, a lo lejos, un grupo de ciervas y tres machos, con sus potentes rugidos haciéndose la corte. A esa hora precisa del amanecer la caza -en general-, desde el perdigón al jabalí, se mueven en el campo con una confianza y una falta de temor que enseguida llama la atención al aficionado que tenga cierta costumbre de la sierra y sea medianamente observador. Ello es lógico, en el admirable instinto de los animales, acostumbrados a sufrir la persecución del hombre en las horas del día. Esperando ver con más claridad, percibimos el pezuñeo de una cochina con su partida de guarrillos, pasando junto a nosotros, confiados y con paso presuroso hacia su encame. Decidimos iniciar nuestra aproximación al grupo que teníamos a la vista, pero no nos dieron tiempo a ponernos a distancia de tiro, algún revoque de aire debió llegarles y echaron a correr. Continuamos nuestro rececho, teniendo Miguel ocasión -no muy buena-, de tirar un venado entre el monte, pero sin resultado. Alrededor de las doce llegamos al lugar donde el guarda había dicho a su hijo mayor que estuviese con las caballerías para el regreso a casa; cosa que agradecimos, ya que anduvimos durante toda la mañana y la vuelta al cortijo era siempre cuesta arriba. Nos encontrábamos en los agradables menesteres de preparar el aperitivo cuando oímos el bramido de un ciervo muy cerca. Salimos a la puerta, y a simple vista pudimos localizarlo, estaba en un collado, como a unos trescientos metros. Le dice el guarda a Berges: ¡vamos a ver si hay suerte!. Se montaron en el coche del guarda -yo preferí quedarme-, y al poco oí un disparo. Yo pensé que lo había matado, al ser un solo tiro, en zona clara y de monte bajo. Llegaron enseguida, y se lamentaban de la mala suerte, aunque diciendo que creian haber herido al animal, y que había que ir a rastrearlo......por si acaso. Nos montamos -esta vez los tres- en el coche de Miguel, y enseguida pude ver el ciervo muerto cerca del carril, exclamando ¡pero si está muerto!, echándose los dos a reir. Entendí entonces la broma, en la que efectivamente, caí, por las personas serias de las que provenía -aunque no, desde luego faltos de sentido del humor-, y se trataba entonces de cargar el animal en el coche, y seguir camino ya directamente de regreso a Jaén. Nuestro objetivo era cobrar un ciervo, teniendo oportunidad de hacerlo al poco rato de llegar a la finca, lo que se podría haber considerado como éxito total, pero no tanto, porque de haber sido así, en unas cuatro horas habríamos vuelto a Jaén, y nos hubiésemos pri vado de escuchar durante la noche la berrea, de contemplar el precioso amanecer de la sierra y pasar toda la mañana de rececho, ansiando la ocasión de ponernos a tiro de un buen ejemplar. Al final el resultado fue el que se apetecía, abatir la pieza, y además habíamos disfrutado de la sierra,..........¡Que no es poco!. La caza no es un deporte de carniceros, no se trata de cifrar el interés únicamente en matar, a ser posible con rapidez y comodidad, limitándonos solo al acto de oprimir el gatillo de nuestro rifle o escopeta, aunque por desgracia sí existan este tipo de aficionados. UN PAR DE LOBOS Y UN BALAZO INESPERADOS POCO COMÚN Había terminado la montería en la finca de Magaña, y llegué al cortijo aún con sol. Al poco iban retirándose los monteros, postores, los podenqueros con sus rehalas, caballerías y demás elementos del conjunto. Sentado en uno de los poyetes de la entrada, me quedé fuera un buen rato, solo, escuchando el rumor del atardecer en esa hora en que los reflejos del sol poniente van desapareciendo detrás de la mancha fronteriza, tomando una tonalidad violeta transparente. Con el cambio del día a la noche surgen lentamente en la sierra los susurros y la fragancia de la hora nocturna, tan distinta de las del día; silencio y quietud, interrumpido de vez en cuando, tan solo por el tintineo de la cencerrilla de algún perro perdido, que aspeado y hambriento, Dios sabe de que umbría llega, a reunirse con los de su rehala. Se hizo de noche y me metí dentro, en donde estaban Emilio, Clemente y el guarda, comentando las incidencias, éxitos e infortunios del día. Estaban planeando ir a recoger un ciervo que Emilio tiró en el Collado de la Venta, y que los encargados de acarrear las reses abatidas no pudieron hacer, por ser ya noche cerrada. Se dispuso que dormiríamos esa noche en la finca, para ir a recoger el venado a primera hora de la mañana siguiente y cargarlo en el Land-Rover, operación que efectuamos en poco más de una hora. Cuando emprendíamos nuestro regreso a Jaén, ocurrió uno de tantos y variopintos lances que de tarde en tarde -siempre de forma inesperada-, acaecen cuando se practica la caza. Era una mañana del mes de Diciembre de 1.971, habríamos recorrido unos dos kilómetros, e íbamos charlando distraídos, cuando Emilio -que conducía- comenzó a proferir exclamaciones de imposible reproducción en esta líneas. El motivo no era para menos, pues tranquilamente, a unos cien metros del vehículo en que viajábamos, dos lobos cruzaban lentamente el carril, y con el mayor desenfado -como si no hubieran roto un plato en su vida-, se detenían quedando parados frente a nosotros. Y Emilio de la Casa....¡frenazo!...¡patinazo!; ¡a ver, mi rifle............, dame mis balas!. A todo lo cual habían pasado más de sesenta segundos; y los lobos permanecían quietos, contemplando extrañados la agitada y ruidosa escena. Uno de ellos inició pausadamente la retirada, y el otro sin moverse. Por fin Emilio consiguió desenfundar el rifle, meterle algunas balas y apresuradamente, disparar sobre el animal que quedaba a la vista. Claramente acusó el bicho uno de los disparos que -según apreciamos, le había dado en el arranque del brazo derecho. Giró sobre su cuarto trasero, y como si no "llevara" nada, emprendió rapidísima huida, cruzando otra vez el carril e internándose de nuevo en el monte, mientras le "saludaban" nuevos balazos -esta vez- de Emilio y Clemente. Cuando fuimos a registrar donde se encontraba al primer disparo, vimos la sangre, y comenzamos a rastrearla sin perder tiempo. El reguero colorado era evidente, y lo seguimos hasta que recorrido medio kilómetro, vemos con asombro y desencanto como el lobo seguía corriendo monte arriba, hacia lo más alto, frente a nosotros. Visto lo cual se acordó regresar al cortijo y que nos acompañase el guarda, con una perra que tenia -de raza indefinida, con la piel que escasamente cubría sus huesos, pero que era verdaderamente notable y eficaz en seguir rastros; no le faltaba al animalito más que hablar latín. Nos situamos, ya con la perra, nuevamente en el lugar de la sangre. Emilio y Clemente se quedaron en el carril, soltamos al sabueso, que comenzó a rastrear monte arriba, con el guarda y yo siguiéndola, y nos condujo hasta una pedriza que coronaba la ladera, donde dimos con el lobo que estaba ya agonizante, y al que Juan Ramón se apresuró a rematar. Dificultoso fue el trasladarlo hasta el carril, con los malos pasos que había, el monte muy alto y cerrado, cargando a cuestas unos cuarenta kilos -de lobo-, teníamos que irnos alternando. Estos hechos que relato, siendo como son rigurosamente ciertos, no dejan de ser excepcionales: primero por la hora tan intempestiva en que los encontramos en pleno carril, y la actuación desconcertante de estos -siendo un animal tan listo y de tantos recursos-, y segundo porque, gravemente herido por un balazo de rifle de gran calibre, no solamente huyó lejos, sino que lo hizo buscando el camino más duro y farragoso de los que tenia a su alcance, ascendiendo monte arriba. Sobre todo teniendo en cuenta que cualquier animal herido en el tercio delantero, tiende siempre a descender en su huida. Teníamos previsto llegar a casa para la hora de comer, lógicamente se nos hizo tarde y paramos en Almuradiel a tal efecto, llegando a Jaén bien entrada la tarde. Pero el ciervo,,,,,,,,,,,y el lobo..... ¡también viajaron!. CASCAJOSO Durante ocho años, un grupo de cinco amigos tuvimos arrendada la caza en la finca "Cascajoso"; el grupo lo componíamos Julián Licerán, Enrique Lucas, Salvador Lopez, Richard Hasseldenn, y yo. La familia de Bernardo Morales -responsable principal de la finca-, nos tenia cedido generosamente el alojamiento en su casa. Gracias a esta buena familia pasamos innumerables días de esparcimiento en aquellos bellos parajes. Nos daba igual que lloviese o hiciese calor, cada sábado preparábamos nuestros pertrechos, y después de comer poníamos rumbo a la finca, sin que nada, ni nadie pudiera detenernos. El domingo salíamos a cazar hasta el mediodía, y por mal que se diese, siempre caía al menos un conejo, con lo que ya teníamos suficiente para que Julián -cocinero extraordinario-, se luciese haciendo unas patatas con conejo, que eran una delicia. El solo hecho de encontrarnos en plena naturaleza, desplazados de la monotonía habitual, del quehacer diario, era bastante para encontrarnos como en la gloria. Durante los meses de verano, ansiaba la llegada del sábado, para poder dormir al raso, en la era. Daba gusto, en esas noches calurosas, encontrase tendido sobre una manta, encima de la paja, recibiendo la brisa del río, hasta el punto de tener que arroparnos, pasada la medianoche, durmiendo a pierna suelta, hasta que los primeros destellos del sol nos despertaban. Los cinco amigos nos llevábamos estupendamente, había compañerismo y fraternidad entre nosotros, y juntos lo pasábamos bien a nuestra manera, sin hacer daño a nadie. En una de estas excursiones, conocimos a un joven que era del Viso del Marqués; tendría unos veinte años, y su padre había arrendado un trozo de la finca, que dedicaba a sembrar trigo y cebada. A este joven le oí en cierta ocasión cantar la canción "camino verde", y la verdad es que lo hacia bastante bien. Otra parte de la finca la tenia arrendada un ganadero, para que pastasen las cabras y ovejas que poseía. Agricultor y ganadero andaban siempre a la greña, y en continua disputa, pues el del ganado solía meter a los animales en la siembra hasta de madrugada, causando Un día en el que el joven agricultor regresaba del Viso, por camino de sierra, al llegar a la finca se encontró una vez más al ganado en la siembra, lo que recriminó al ganadero. La respuesta de éste fue dirigirse hacia él, en actitud agresiva, esgrimiendo una hoz. El joven -que traía su escopeta-, le conminó a que se detuviese, cosa que el otro no hizo, disparando e hiriéndole gravemente. Fue trasladado al hospital de El Centenillo, sobre un mulo, envuelto en una manta, entre dos sacos de paja, falleciendo al poco de llegar. El autor del disparo fue seguidamente a entregarse a la guardia civil del pueblo. Tengo entendido que a la celebración del juicio no acudió nadie que declarase a favor del fallecido. No permaneció mucho tiempo en la cárcel, pues tenia a su favor, si no como eximente, si como gran atenuante del hecho, el haber actuado de aquella manera en su propia defensa. Siempre que escucho la canción de "camino verde", me viene a la memoria la imagen de aquel muchacho, a quien los continuos abusos, y el tener que defender su vida, le obligaron a cometer un crimen. A esta finca de Cascajoso estuvieron viniendo durante unos años a cazar el pájaro de perdiz con reclamo -"el cuco"-, Lorenzo Rentero, D. Alfonso Valenzuela y mi primo Juan de Urda, de Espeluy. Desde mediados de febrero, y hasta el día de San José permanecían en la finca, cobrando la caza que podían, que puede no fuese mucha, pero lo pasaban "bomba". Yo les acompañaba los días que podía, entre semana, y los sábados íbamos los cinco amigos y mi cuñado Juan José Huertas. Este último, un día que se dirigía al coto, llegando al chozo del "Perrete", decidió hacer una espera a los conejos, y se apostó parapetado tras los paredones. Su sorpresa fue cuando vio entrar un lobo; con mucho sigilo pudo cambiar la munición de la escopeta y dispararle, dejando el animal un reguero de sangre, que no pudo rastrear porque ya era tarde y no había buena visibilidad. Cuando nos contó lo ocurrido, decidimos ir a la mañana siguiente, y enseguida encontramos muerto al presunto lobo, a unos doscientos metros del disparo, resultando ser una hembra. Pasábamos unos días felices y alegres, todas personas abiertas, contándonos anécdotas más o menos exageradas, sobre todo Bernardo -el anfitrión-, era el más locuaz , tan bonachón como exagerado en sus relatos, de hechos y sucesos de toda índole que le habían acaecido a lo largo de una vida entera en la sierra. Recuerdo como un día, quizá mas caldeado por el "vinillo" que nos obsequiábamos al calor de la lumbre, que atemperado por el rigor de dar veracidad a su relato, nos contaba como le había tenido que disparar a un ciervo, sacando los plomos de un cartucho de munición del diez -ya que iba de conejos-, y dado que no llevaba balas, puso en lugar de los plomillos, una bellota que fue lo primero que encontró a mano. Según él, le dio un tiro y el venado se marchó corriendo. Desde entonces había vuelto a ver al animal en algunas ocasiones, reconociéndolo porque le había crecido un alcornoque a la altura de la paletilla. Bueno, tras escuchar la historia, no es de extrañar que los demás contáramos también alguna por el estilo. ¡A ver quien la echaba más gorda!. LA CAZA DEL PÁJARO DE PERDIZ CON RECLAMO Los cuatro últimos años de nuestra vida en El Centenillo, cuando era la época de esta modalidad de caza, la estuve practicando en compañía asidua de Salvador Martínez Camacho y su primo Salvador Mesas, en la finca de "Barranquillos". Como suele ocurrir cazando el cuco, perdices tirábamos pocas, pero pasábamos una semana entera disfrutando de la sierra y de ese deporte que tanto nos gusta. Julián -el guarda-, también lo pasaba estupendamente con nosotros; ya por esa época solo se encontraban en el coto él y su hijo Francisco, y le gustaba nuestra compañía y tener con quien charlar, sobre todo siendo amigos. Si amanecía un día desapacible, Julián nos decía: ¡no salgáis, el día está malísimo!......podemos hacer el puesto del "cura". Este consistía en preparar un aperitivo y tomárnoslo sentados frente a un buen fuego, charlando amenamente y dejando transcurrir el tiempo. Denominaba Julián puesto del cura a esta manera de actuar, ya que unos años atrás había ido a la finca a cazar, también el pájaro de perdiz, un sacerdote, aficionado de avanzada edad, y como casi todos los días que permaneció allí estuvo lloviendo, este era el único "puesto" que pudo hacer el hombre. El último año que fuimos a Barranquillos, y para hacer honor a puesto de tan digno nombre, llevó Salvador Mesas una arroba del vino que usaban para la Consagración en las misas. Por cierto, que era buenísimo; tanto es así, que aún habiendo hecho el puesto normal en el campo, el final del día era hacer también "el del cura". Así pasábamos la velada hasta altas horas de la madrugada. La caza de la perdiz con reclamo hembra, nunca me ha gustado, todo lo contrario que le ocurría a mis buenos amigos Salvador Martínez, a su padre y a "Dori" que tenían gran entusiasmo en practicarla. Con este motivo hicimos excursiones durante varios años, de al menos un trasnoche, y pernoctábamos en los siete hermanos. En una de estas salidas nos sorprendió una descomunal tormenta, que nos obligó a parar y permanecer dentro del coche durante toda la noche. Sin embargo el día amaneció espléndido, y la caza se dio bastante bien. El año siguiente fuimos al mismo campamento, con la diferencia de que hacia una noche espléndida, y pudimos dormir sobre una manta, teniendo las estrellas como único techo. Cuando amaneció, después de tomar café, nos dividimos en dos grupos -por parejas-, para cazar zonas distintas. Luis se fue con su sobrino, y yo con Salvador. El lugar que eligió Salvador era el más distante, y lo hizo por dos motivos: para que su padre, que ya tenia cierta edad, anduviese lo menos posible, y porque había reses bravas por aquella zona. Llegados a un punto, me aconsejó Salvador que me quedase allí, que era buen sitio; así lo hice, continuando él a un puesto más alejado, acordando que yo le esperaría en aquel lugar hasta que regresara. Hice mi puesto, y al poco rato, entre que es una caza que me gusta poco, que la perdiz no respondía, que me había olvidado el sombrero en el coche y que el sol se ponía pegajoso, decidí salirme del puesto y esperar a Salvador bajo la sombra de unos chaparros que habían dentro de la valla de alambre de espino, colocada como cerca para el ganado. Para esto tuve que saltar la valla, llevando la jaula con la perdiz y la escopeta. Levaría allí como quince minutos, cuando pensé que como era la época de la "chilla" del conejo, podía probar suerte, a ver si mataba alguno. Busqué una clara en el monte, que había muy cercana, monté la escopeta y empecé a imitar los sonidos que hacen los conejos cuando están en celo y "chillan", para llamarse entre si. Estaba entusiasmado en este menester, cuando oigo un gran tropel en el monte a mis espaldas, vuelvo la mirada en esa dirección y veo una vaca que viene hacia mi en loca carrera. El escape inmediato que se me ocurrió fue dar la vuelta a unos chaparros, y saltar la alambrada que estaba a unos cinco metros; así lo hice, agachándome detrás de unas jaras, desde donde pude ver a la vaca junto al matorral donde yo la había burlado, mirando en todas direcciones, hasta que se volvió y la perdí de vista. Cuando llegó Salvador -pasada una hora-, le conté lo ocurrido, y como yo tenia que volver a saltar la alambrada para recuperar la perdiz, comenzamos a tirar piedras y dar voces, hasta que vimos salir a la vaca, acompañada de una cría, alejándose de aquel lugar. Entonces comprendimos que la vaca tenia acostado a su retoño en los chaparros próximos a donde yo comencé a "chillar", y el animal venia corriendo a protegerle. Mi preocupación fue -a toro, o mejor dicho a vaca pasada-, después, al darme cuenta de que todo este trasiego lo había llevado a cabo con la escopeta montada y sin el seguro puesto, lo que podía haber costado un disgusto. Por suerte no ocurrió nada y todo quedó en una simple anécdota, que ¡ojalá! hubiera podido ser filmada por alguna cámara para inmortalizar la escena. ARROZ AL TERRUÑO En compañía de los amigos Salvador López Juárez, los hermanos Emilio y Rafaelito Zarco, un vigilante de las minas -cuyo nombre no recuerdo-, y teniendo como invitado de honor a Martín, el director de la banda de música del pueblo -que tenia deseos de ver como era eso de la caza-, salimos la víspera del día de todos los santos, con el objeto de encontrarnos temprano en el cazadero. El coto: "Barranquillos", lugar: Barranco el Cañijar, estancia: bajo las estrellas. La noche era gélida, como suele ser por esas fechas. Por lo que preparamos leña en abundancia para encender una buena fogata, y estar toda la noche dándonos la vuelta hacia la misma, ora de frente, ora de espaldas. De esta manera, conversando y tomando café transcurrió esa fría y larga noche, esperando el amanecer para comenzar nuestra cacería. Esta se dio regular, al menos conseguimos lo suficiente para dar cuerpo a la paella. A unos trescientos metros de nosotros, había otro pelotón de cazadores, paisanos y amigos que también habían pasado la noche en el lugar. Pero ellos iban mejor preparados, pues habían colocado la lona de un camión sobre los paredones de un chozo derruido, formando así una especie de amplia tienda de campaña, y estuvieron más resguardados de las inclemencias de la noche. En este otro grupo recuerdo se encontraban José Segura, Máximino Jiménez, Juan Acedo -el "paisa"-, sus hijos Juani y Toni, Manolo Hita, su hermano Juan, y el "Nenillo", entre otros. Estábamos sentados en el suelo, alrededor de la paellera, dispuestos a dar buena cuenta del condumio, cuando recibimos la visita de algunos de nuestros vecinos, los más jóvenes venían a comentar las incidencias de la mañana de caza, y obsequiarnos con unos tragos de vino. Tras ellos se vinieron sus perros, uno de los cuales se enzarzó de pelea con otro de los nuestros, saltando por encima de nuestras cabezas, y de la sartén, tropezando y dándole la vuelta entera, con lo que quedó todo el arroz en el suelo, y la paellera encima, a modo de tapa, dándole además un golpe en las narices al vigilante, que empezó a sangrar por las "napias". A la vista de lo ocurrido, nuestros visitantes nos ofrecieron comer con ellos, pero agradeciéndolo, no aceptamos, pues nuestra paella aún podía aprovecharse, eso si, sin hundir mucho la cuchara, ya que como único recipiente tenia la tierra del suelo. Pero no estaba malo el arroz, no. JAÉN Y MIS AMIGOS Al venirme a vivir a Jaén, la caza menor solía practicarla en compañía de mi amigo Antonio Acedo, llamado cariñosamente por los amigos "Toni". Íbamos los sábados por la tarde un rato, y el domingo hasta mediodía, recorriendo todos los terrenos colindantes a Jaén, que por aquellos años eran zona libre, sin acotar. En la temporada de caza del pájaro de perdiz, nos desplazábamos el sábado por la tarde Salvador Martínez y yo al Centenillo, y pasábamos la noche en el cortijo que fue de su abuelo, y que entonces pertenecía a su tío Antonio Martínez. De este modo pasaron algunos años, hasta que un día Salvador compró una casa en el pueblo, y pudimos planear las idas con más asiduidad, sin perdernos la menor ocasión que tuviésemos de pasar un día de caza. Para cazar el "cuco", hubo varios años que nos íbamos junto con nuestras esposas y pasábamos un mes entero en su casa, saliendo a la sierra cada día. Hacíamos el puesto de la mañana y el de la tarde; por la noche nos juntábamos en el bar, con nuestros amigos, los hermanos Juan y Miguel Hita, Juanito Bravo, Juan Acedo, Agustín Ruiz -"el chato", Pedro Martínez y alguno más, pasando ratos muy agradables. Relatando y escuchando por enésima vez historias y lances acaecidos, que aunque sabemos de memoria, cada vez que se repiten, parece que se oigan o cuenten con distinto y renovado sabor. También hice varias excursiones a Ministivel, en compañía de mi amigo Fulgencio Martínez Tomás, salidas que duraban de diez a quince días, con sus noches en aquel paraje privilegiado de la sierra. El objetivo principal que llevábamos era pasar unos días en el campo, al que tanto cariño tenemos, y acompañar al amigo José Zarco, que estaba solo, con su ganado en la finca. Alguna noche, si hacia buen tiempo, salíamos de espera a los jabalíes. Como siempre, era quizá el rato mas agradable, a la noche cuando después de cenar, charlábamos y el amigo Zarco nos contaba sus peripecias con el ganado y los lobos, o cualquier otra que se le viniera a la memoria. Con Fulgencio me reencontré en Jaén, después de cuarenta años sin verle. Cuando él ingresó en la guardia civil, su primer destino fue en el puesto de El Centenillo, donde permaneció varios años, granjeándose el aprecio de los vecinos por su carácter y actitud. Allí, siendo jóvenes nos conocimos, y con el paso de los años, hemos tenido ocasión de reanudar una buena amistad. Yo le digo de vez en cuando que huele a pimentón -por ser murciano-, y el me contesta: ¡pero del bueno!. En Jaén creó una empresa de transportes, después de licenciarse de la guardia civil. Siente gran cariño por El Centenillo y guarda muy buenos recuerdos de los años que allí vivió. Han transcurrido algunos años. Mi buen amigo Salvador Martínez, se marchó para siempre, quedándome el grato y cariñoso recuerdo de nuestras andanzas, y de tantos y tantos ratos buenos como hemos pasado juntos, tanto en el campo, practicando la caza, como en el trato diario personal y de amistad, con él y con su esposa Lola. Siempre que tengo oportunidad de ir al Centenillo, lo hago con alegría, aunque solo sea dar una vuelta, y respirar un poco de aquel aire puro, enseguida me pongo a evocar los momentos inolvidables de toda una vida. Mis dos hijos que residen fuera de Jaén, cuando vienen a visitarnos, siempre hacen una escapada al pueblo, y por supuesto me gusta acompañarlos. Y a ellos que les acompañe, porque saben que ese día, seguro que pasaré un rato feliz. Hace mucho tiempo -más de quince años-, conocí a José Chica Luque, propietario de un establecimiento de alimentación, cercano a mi domicilio, buen aficionado a la caza, con especial predilección a la del pájaro de perdiz con reclamo. Una tarde me invitó a que le acompañase al coto de Mancha Real, del que él era socio, y mientras me lo enseñaba, pude comprobar que había suficiente caza, y bien cuidada, como para poder divertirse. Conseguí, tras muchas pegas y recomendaciones -pues no era nada fácil-, hacerme socio yo también del mismo coto, y de esta manera, desde entonces íbamos siempre juntos a la caza, bien de conejos, o de perdices, según la temporada. Pepe, hombre de carácter afable, mañoso, socarrón, incansable en el trabajo, siempre tenia alguna actividad pendiente por hacer. Contribuyó mucho a la hora de mi jubilación, a que yo no me encontrase deprimido, ni cayese en ese estado de desánimo que muchas personas sufren al jubilarse y pasar a la situación de inactividad laboral, que por otra parte, también es de descanso, y que nos hemos ganado a pulso. Propietario de un olivar en Fuensanta de Martos y de una parcela en el término de La Guardia -donde construyó una bonita casa-, siempre que hacia visitas a las mismas, así como en sus desplazamientos por diferentes pueblos de la provincia, lo hacia en mi compañía, y de esta forma transcurría el tiempo, sin dar lugar nunca al aburrimiento. Muchas fueron nuestras cacerías y las peripecias pasadas, a lo largo de tantos años, incluyendo atascos del coche en zonas de barrizal, viéndonos negros para sacarlo de allí. A lo largo de la relación se convirtió, en uno de los predilectos, dentro del círculo de mis buenos amigos, haciendo extensible esta amistad a toda su familia, a la que aprecio sobremanera. Pepe desconocía la modalidad de caza mayor en montería, y juntos tuvimos ocasión de ir a varias batidas de jabalíes organizadas en las sierras de Cambil y Mancha Real. En época de berrea, fuimos a Selladores, acompañándonos su padre y su hijo, quedando maravillados de ver tantos ciervos, escuchar sus bramidos y contemplar los bellos parajes de nuestra sierra -distinta en realidad de la que hay por los alrededores de Jaén-, por lo que volvimos a repetir la excursión durante al menos un par de años. Estábamos una mañana en el coto de Mancha Real, acompañados de su hijo, que a la sazón, tendría unos catorce años, y con motivo de que vieran cazar pájaros con liria -que no lo habían hecho nunca-, pusimos unos espartos impregnados, en un aguadero. Transcurrió la mañana, y cuando su hijo y yo nos disponíamos a retirar los espartos y regresar a Jaén, nos dice Pepe: mientras haceis eso, voy a dar una vuelta........vuelvo enseguida. Cogió su escopeta y se alejó, escuchando un disparo a los pocos minutos. Transcurrió un tiempo más que prudencial para que hubiese vuelto y comencé a intranquilizarme, aunque sin hacer ningún comentario a su hijo, para no preocuparlo a él también -aunque después me confesó que también lo estaba-. Pasaron casi dos horas, el amigo Pepe sin volver, y ya estaba dispuesto a salir en su busca -por si había tenido algún mal percance-, cuando le vemos aparecer, tan tranquilo. Como es lógico mi primera sensación fue de sosiego y calma, pero de tanto nerviosismo contenido por el rato de preocupación, afloró quizá un sentimiento de desquite -casi venganza-, que fue lo que me hizo decirle cuando llegaba a unos doscientos metros de donde estábamos: ¡Pepe....!, se han llevado el coche. ¿Como?...., me respondió; volví a repetírselo, y la calma se le torno en puro nervio y velocidad. Salió corriendo hasta llegar a nuestra altura, y al ver el coche en su sitio, me dice: ¡hombre, Juan!, no me gaste esas bromas. Su hijo y yo apenas podíamos contener la risa. Para mi, una de las mejores cualidades de Pepe consistía en que no era rencoroso, tenia don de captación y elocuencia, siendo muy agradable su compañía. Es curioso; pese a tratarnos a diario, durante muchos años, y existiendo como digo una buena y sincera amistad, nunca conseguí que Pepe me hablase de tu. Al principio le instaba a que me tutease, pero al final lo dejé por imposible. Todas las tardes, tanto en tiempo hábil de caza, como si había veda, nos juntábamos un grupo de amigos -cazadores-, en su establecimiento, echando un rato agradable con nuestras tertulias. Desde que se marchó -para siempre-, en ocasiones transcurren meses enteros, en los que el resto del círculo de amigos no nos vemos, y cuando coincidimos, siempre recordamos a nuestro buen amigo, evocando con añoranza aquellas reuniones pasadas en su compañía. Seis son los buenos amigos y compañeros que se ha marchado, para no volver. Hace muchos años, cuando yo "estudiaba" tercero de caza mayor, se fue mi profesor, compañero de fatigas y tirador excepcional, Juan Marcos Aliaga -hijo del "Tío Callandico"-, bastantes años después, Julián Licerán, Richard Hasseldenn, Juan Acedo -"Juani"-, Salvador Martínez Camacho, y más recientemente -una mañana de Abril-, por sorpresa, mi amigo Pepe. Hay un proverbio o creencia india, de que cuando algún miembro de la tribu fallece, dicen sus hermanos que se fue a cazar a las grandes praderas. Me pregunto yo: ¿no pudiera ocurrir que Dios, nuestro Señor, nos reuniese a todos algún día para continuar cazando en las grandes serranías?. Tengo otro buen amigo: Manolo Soriano. dueño de rehalas y gran conocedor de la caza mayor, vive en Jaén, pero es natural de Cambil, pueblo donde tiene sus perros y en cuya sierra abunda el jabalí. Se suelen dar varias batidas cada año, cobrándose buenos ejemplares, y este hombre, afable y dicharachero, tiene la gentileza de invitarme a algunas de sus monterías. Con Daniel Romero, de quien me precio ser su amigo, también hemos efectuado algunas excursiones en la temporada de berrea de los ciervos, por el pantano del Jándula -"la lancha"-, el Encinarejo, y todos aquellos parajes colindantes de belleza singular, disfrutando de muy buenos momentos, simplemente observando la naturaleza. El padre de Daniel, que también se llamaba así, fue guarda durante muchos años de las fincas que agrupaba Nava el Saach -propiedad entonces de D. Jacobo Marchuzelli-; vivía con su familia en la casa de la "Avetarda", y eran apreciados por toda la gente del pueblo. El hijo ingresó en el Patrimonio Forestal del Estado, ocupando la guardería de fincas tales como Barreros, Fontanarejo, Contadero-Selladores, entre otras, siendo gran conocedor de la sierra en toda su extensión. Durante estos últimos años, en ocasiones me invitan a jornadas de caza menor en una finca del término de Viso del Marqués, denominada "la Gaspara". Está en la zona que más caza he visto a lo largo de todas mis andaduras por las muchas que he recorrido, llegando a cobrarse más de cien piezas entre conejos, liebres y perdices, en menos de cuatro horas, abatidas por -como mucho-, catorce cazadores, que es el número de socios -todos amigos-, que la tienen arrendada. Eso si, miman y conservan la caza, con buen control y normas rigurosas, que es la única manera de conservar las especies, y divertirse practicando este bonito deporte. No es de extrañar que a esta tierra le llamen: El paraíso de la caza. RELATOS Mis dos hijos varones, Juan y Julián, siguiendo la tradición, también han sido buenos aficionados. Me acompañaron en varias monterías, aunque por separado -debido a la diferencia de edad-, y ambos tuvieron la suerte de ver abatir alguna res. Juan se desplazó a Barcelona, por su trabajo, y poco puede practicar la caza, pero es buen tirador; cuando viene por Jaén con vacaciones, si está abierta la veda, salimos algún día. En una ocasión, cazando con hurón en Espeluy -que salen como centellas de la madriguera-, le vi matar dos a larga distancia; otro día en el coto de Mancha Real, mató tres de cuatro que tiró, en el monte y a más velocidad de la permitida, con los perros tras ellos. Como anécdota, en una de las monterías que me acompañó a Magaña -contaría con unos doce años-, el entonces Ministro de la Gobernación, que asistía invitado, D. Camilo Alonso Vega, cuando le vio de corta edad con sus bártulos de caza, le saludó con curiosidad diciéndole: ¡hombre, montero!, ¿con quien vienes?. Julián es otro buen tirador, tenia catorce años, cuando mató su primer venado, en la finca el Poyuelo, y lo hicieron "novio", teniendo como padrino de la "ceremonia" al torero de Linares José Fuentes. Emilio de la Casa le extendió su certificado de montero, firmado por los podenqueros como testigos; figurando entre los mismos Pedro Cantudo, cazador y podenquero sin igual, conocido en toda Sierra Morena. Posteriormente, Julián dejó la caza, aficionándose al tiro de precisión, modalidad en la que a los 17 años quedó subcampeón nacional, a solo un punto del primero en La Granja (Segovia). Continua practicándolo en la actualidad, consiguiendo trofeos en casi todas las competiciones -desde provinciales a nacionales-, en las que participa. EL LOBO Y EL CERVATILLO Hay una finca denominada Los Llanos -en Selladores-, propiedad en la época de la que hablo, de D. Gabriel Conejero, cuyo arrendatario Juan "el Moreno", al que me unía una buena amistad, tenia por costumbre hacer un par de "aguardos" a los jabalíes, en tiempo que las siembras están granadas, y las reses -sobre todo los marranos-, las visitan cada noche. Aprovechando un lleno de luna, acompañado de mi cuñado Juan José Huertas y de Juan Marcos (hijo de "Alfonsillo") -mi profesor-; hacia allí emprendimos camino un sábado a la tarde, contentos e ilusionados, pensando en como jugarles el lance a uno de estos cerdosos, y abatirlo. La llegada al cortijo seria a eso de las siete de la tarde, y después de comer un bocadillo, antes de la puesta del sol, salíamos para elegir nuestro aguardo, cada uno donde suponíamos que era el sitio más idóneo para esperar la llegada del jabalí. Se vino conmigo el hijo del Moreno, y nos ocultamos en la salida del sembrado. Después de unas tres horas de espera, de pronto, y sin haber oído ningún ruido previo, saltó un jabalí por encima de mi acompañante, tirándolo al suelo de espaldas; me volví como pude, y precipitadamente pude dispararle un solo tiro, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Por la mañana, cuando llegaron las claras del día, volvimos al lugar, y registrándolo encontramos unos rastros de sangre, que fuimos siguiendo hasta ver que se internaban en terrenos del Contadero -estábamos casi en la linde-, por lo que desistimos de seguir nuestra búsqueda, ya que aquella finca era zona privada. En otra de esas noches de espera, ya sobre las dos de la madrugada, oí unos extraños ruidos. Sonaban como gritos desesperados de algún pájaro, pero ¿qué pájaro?; no conocía ningún ave nocturna o diurna que emitiese ese sonido. Volví a escucharlos tres veces más en unos minutos, después silencio. El resto de la noche, lo pasé sin más incidencias, y sin dejar de pensar qué ave, animal, o lo que fuese, habría sido causante de aquella rara "bulla". De regreso al cortijo pregunté a mis compañeros, y me dijeron que ellos no habían oído nada. Tan solo, al cabo de los años, y por pura coincidencia, logré salir de mi intriga y pude descifrar el origen de aquello que oí. En uno de los fines de semana, que fuimos el grupo de amigos -que teníamos arrendada la caza- a "Cascajoso", llegando al raso de Navalagallina estaban unos vaqueros -que habían pasado la noche en aquel lugar-, y conversando con ellos, estaba la suegra de José Tabasco Moreno, guarda de las fincas de Nava el Saach. Le preguntamos por él, y nos dijo que había salido muy temprano a dar una vuelta por el terreno. Continuamos nuestro camino, y a unos doscientos metros, llegando al principio del barranco del "perrete", escuchamos unos raros sonidos. ¿Qué es eso?, nos preguntamos todos, sin que ninguno supiésemos de que se trataba. Nada podíamos ver, puesto que provenían del monte cerrado. A pesar del tiempo transcurrido -años como digo-, a mi no se me había ido de la memoria lo escuchado la noche de espera en la finca de Los Llanos, y enseguida los relacioné, eran los mismos, extraños y desconocidos sonidos. Estuvimos unos minutos parados, volviendo a percibirlos un par de veces más, hasta que llegó otra vez..........el silencio. Yo pensé: ¡ya van dos!. Después de estar cazando, por la tarde al regresar al cortijo, los vaqueros se habían marchado, pero si estaba esperándonos Tabasco -el guarda-, pues su suegra le había contado el encuentro de la mañana. Nos dice: ¿como no han visto al lobo esta mañana?, ¿qué lobo?, respondimos, sin saber a qué se refería. Pero, ¡si han tenido que estar a unos veinte metros de él!. Y nos contó que los vaqueros y su suegra también habían oído lo mismo que nosotros, y ellos -conocedores de lo que se trataba-, fueron al lugar y vieron un cervatillo recién muerto por un lobo que salió huyendo ante la presencia humana. Solo entonces se disipó la incógnita de qué era, lo que escuche aquella noche. Desgarradores y lastimeros gemidos de un joven ciervo, moribundo en el ataque de un lobo que estaba acabando con su vida. Es un sonido que no se olvida nunca, aunque se oyese solo una vez a lo largo de la vida. UN AGUARDO EN LOS RASTROJOS En el transcurso de los años en los que los llamados "maquis", andaban por nuestras sierras, los "Rancheros", que estaban diseminados por todo el campo, tenían prohibida la posesión de armas de fuego, en prevención de que los fugitivos se las arrebatasen. Es curioso, como casi todos estos caseríos eran denominados por el nombre o apodo de la esposa del ranchero, a modo de matriarcado, aunque ignoro los verdaderos fundamentos de esta costumbre. Pues bien, el rancho de "la Juana" -esposa de Gabriel Duque-, estaba ubicado en terrenos de "La Colonia", y sufrió visitas en varias ocasiones (que efectuaban siempre de noche) de estos bandoleros, llevándose provisiones y todo tipo de enseres que ellos presumían podían necesitar. Me avisó Gabriel que me preparase, porque los jabalíes le entraban todas las noches a la siembra, que estaba ya, a punto de la siega, y que cuando esta terminase, dejaría una carga de la misma, para que una noche de luna fuera a hacer un aguardo. Y llegó ese día. Fui con Juan José Huertas, era sábado y después de una merienda-cena en el cortijo, nos dirigimos al lugar apropiado, poniéndose mi cuñado donde estaba la carga de paja, y yo me acomodé tras una mata de "torovizco", en una de las salidas del rastrojo. Estaba conmigo un hijo de Apolonio Romero, novio de la hija de Juana, que se encontraba ayudando en la recolección, y tenia curiosidad por conocer este tipo de caza. Al cabo de media hora de ese silencio, que unido a la incertidumbre de no saber si entrará o no la pieza, siempre emocionan al cazador; cuando sobre una pequeña loma que había en el centro de los rastrojos, apareció la figura de un buen ejemplar de guarro. Yo diría que era un macho, por su tamaño, y porque venia solo, separado de las hembras, como acostumbran a hacer, estando más atentos y percatándose enseguida del menor atisbo de riesgo para ellos. El jabalí permanecía inmóvil, como una estatua, destacada su silueta por la luz de la luna en el pajizo fondo de la era. Así estuvo bastante tiempo, observando a distancia, a mi izquierda y en dirección a donde estaba puesto Juan José. En esa situación pude oír el rumor del pezuñeo de una piara de cochinas, que en unos segundos se me pusieron a la vista y a tiro. Disparé apuntando a una de ellas, quedando una nube de polvo frente a mi. Aún así pude vislumbrar como se formaban dos estelas distintas, una grande corriendo en dirección a donde estaba el macho, y otra menor, en dirección opuesta hacia abajo, por lo que supuse le había alcanzado. Nos alejamos del puesto, hacia el cortijo, y al llegar a la altura del escondite de mi cuñado, le silbé, se reunió con nosotros, y me dice: -¡cuñao, te has tirao una "cagada", he oído silbar la bala!-. Le contesté, que si la había oído silbar, era porque la bala habría atravesado al animal, pero que estaba casi seguro de haberle dado, porque corrió hacia abajo y en sentido contrario de los otros bichos, señal infalible de sentirse herido. Nos fuimos al cortijo, a esperar fuese de día para rastrear, pues nos había advertido Juana que no anduviésemos dando vueltas de noche, porque tanto los maquis, como la guardia civil podían acercarse por allí, no tuviésemos que lamentar algún percance desagradable. Nos acostamos un rato, en espera de que amaneciese, pero yo no pude conciliar el sueño. Al alba, fuimos hasta el lugar del disparo, viendo la sangre enseguida, continuamos el rastreo, hasta que a unos cincuenta metros de la entrada del monte encontramos a la cochina muerta. Mi cuñado me abrazó diciéndome, ¡perdona por lo de ayer, pero como oí silbar la bala!. La explicación era que al no encontrar hueso, el proyectil entró y salió, pasando al animal. La cargamos en un mulo, y se vino Juana con nosotros al pueblo, donde previo reconocimiento veterinario de la carne -por lo de la "triquinosis"-, hicimos tres partes, llevándose la mujer la suya al "rancho". Mi cuñado Juan José era para mi como un hermano mayor, le quería y respetaba. Cacé muchos días en su compañía, cuando formaba parte del grupo de "la zorra cana", que era como apodaban cariñosamente a Eloy Concha. UN DISPARO ............, POTENTE VOZ FUERTES DE UN GRUÑIDOS Y LA PODENQUERO Con ocasión de celebrarse una montería en la finca de Magaña, y encontrándose de vacaciones en casa, mi hija Loli con su esposo e hijos, fue mi yerno Felipe quien dijo de llevarme para que pudiera asistir a la misma, acompañándonos mi hijo Juan. El día era espléndido, soleado y sin aire, el puesto situado sobre unas piedras, no muy altas, y al frente una solana con monte muy fuerte, dividida en parte por una pedriza. Nos aposentamos los tres, con nuestros pertrechos detrás de las rocas, y llevaríamos allí como un cuarto de hora, cuando, a distancia percibí un chasquido en el monte. Advertí a Felipe y a Juan que estuviesen quietos y en silencio, pues sabia que ese sonido provenía de una res. A buen seguro, de las veteranas en estas lides, que cuando oyen el ruido de los coches al llegar al cortijo, aunque se encuentren lejos; el ladrido de algún perro de la rehala, el relincho o rebuzno de alguna caballería, les dice: ¡ya están aquí estos!, y procuran salir "zorreadas" de la mancha antes de que suelten los perros y comience la fiesta. Suelen ser los mejores ejemplares, tan difíciles de abatir; en este caso un jabalí. Al cabo de, aproximadamente una hora, todo seguía en silencio, pero yo sabia que el animal estaba allí. De algo se percataría, que cuando llegaron algunos perros a su altura, le hizo desenmascarase, y salir disparado hacia la cuerda, viéndolo entonces cruzar la pedriza, a distancia suficiente para no intentar el disparo Transcurría la montería sin más incidencias, cuando sobre las tres de la tarde, oímos ladrar a los perros, viéndolos enseguida como perseguían a un cochino que venia corriendo por la derecha, en dirección a donde nosotros nos encontrábamos. Cuando iba a unos cincuenta metros, cruzando frente al puesto, le disparé, y cayó fulminado al instante, dando fuertes y lastimosos gruñidos. Fue entonces, cuando a lo lejos, en lo alto de unas piedras pudimos ver a un podenquero que decía con potente voz: ¡Bien matado ese marrano, coño!. Y es que el buen montero sabe que a las reses hay que dejarlas "cumplir". Tener el suficiente aguante e instinto para saber la distancia idónea, alcanzada la cual, la pieza va a tender a alejarse de nosotros, aunque no sepa de nuestra presencia. Y ahí, en ese momento es cuando hay que matarlo. Ni antes, ni después. Nos acercamos a donde estaba de patas, con muy poca vida ya, rematándolo Felipe con el cuchillo, para evitarle sufrimientos. Esta es una de las pocas monterías de las que tengo alguna foto de la pieza abatida, pues hubo ocasión de hacerlas al ir acompañado. ¡buena compañía, y qué bien lo pasamos!. EL HUMOR DE RAJATELAS Nuestro amigo Pepe el Comerciante, al que con todo cariño llamábamos "Rajatelas", era persona con un extraordinario sentido del humor, afable y simpático, de las que a uno le gusta tener por amigo. Un día fuimos a Selladores junto con Salvador López y Julián Licerán. Era un fin de semana, a mediados del mes de Mayo. Por aquella época estaba en pleno apogeo lo de la "repoblación forestal", y en aquella finca había un gran número de jornaleros -mujeres y hombres-, que pernoctaban, alojados en sus distintos barracones. Algunos de ellos, gustaban de la afición por la música, y tenían bandurrias, guitarras, acordeón, formando una orquesta que gustaba escuchar. Esa noche organizaron un baile, cosa que hacían casi todos los sábados, al que fuimos invitados por medio del guarda forestal de la finca, José del Valle, transcurriendo este con alegría y orden, pues era buena gente. Se le ocurrió a nuestro amigo "Rajatelas", sacar a bailar a la mujer menos agraciada físicamente, delgada y desgarbada -quizá la de más edad de entre las asistentes-, y más lisa que la espalda de una guitarra; a quien sus compañeras, seguramente por su estampa, llamaban "la espetitá". Mientras bailaban, tocó Pepe en la espalda de su pareja un nudo, y le dice: ¿esto que es?, a lo que ella le contesta: el broche del sostén. Y entonces, con su habitual desenfado y buen humor, le pregunta : Y tu eso, ¿para que lo quieres.....................? Al día siguiente -domingo-, y por estar en el mes de las flores, fue él, precisamente el elegido, para que le cantaran "Los Mayos", una ceremonia que tienen por costumbre en la mancha y que resulta muy bonita. Era digno de ver a nuestro amigo aguantando estoicamente los ritos de la ceremonia, con flores por todo su cuerpo, y racimos de uvas por la cabeza. Parecía el dios "Baco". Pero él a todo consentía y daba su parabién. Quedamos invitados para volver otro fin de semana. Rajatelas no pudo, o no quiso venir; pero sí nos dio un encargo. Nos dice: les prometí a las muchachas llevarles perfume, como obsequio para todas ellas, por lo tanto entregádselo en mi nombre. Y nos dio un frasco de litro de colonia de marca. Cumplimos, entregando el regalo a las mujeres, que nos dieron las gracias para Pepe. Pasado algún tiempo, y con el ánimo de sembrar discordia entre nuestros matrimonios, cuando alguna de nuestras esposas iba al comercio que regentaba, el muy "zorreras", les decía: -mira, María, Anita, o Remedios............. sé que es olvido, pero tu marido tiene aquí una cuentecilla pendiente, es poca cosa-.........Y eso, ¿de qué es?. -Nada, que se llevaron un frasco de colonia para pagarlo entre los tres, y creo que no se acuerdan-. La que lió, ¡fue floja!. Tanto Julián como yo, por mucho que explicábamos la verdad, y tratábamos de razonar con nuestras mujeres, no había forma. Peor parado salió Salvador, que creo estuvo más de un año durmiendo separado de Remedios. ¡Así las gastaba el compañero!. Con Alfonsillo y "Rajatelas", terminada una montería en Balbueno Un 28 de Diciembre -festividad de los santos inocentes-, a la hora de la comida del medio día, vino a casa el "Botones" del Casino, con el recado de que me llamaban por conferencia desde Baños de la Encina, interrumpí la comida, y con la mayor celeridad, me dirijo a la centralita del teléfono, y le pregunto a Angelita Zarco: ¿Quien me llama?, respondiéndome que no me había llamado nadie. Comprendí que era una inocentada. Al pasar de regreso a casa, vi a Rajatelas apoyado de bruces en una de las ventanas del casino, suponiendo en ese momento -sin equivocarme-, quién era el autor de la burla, pues le vi muy sonriente, recreándose en su broma. Pasados unos días, previa propina al Botones que me dio el recado, pude confirmar mi sospecha. Había sido él. Y se la guardé para el año siguiente. Envié al Ordenanza de las oficinas, José Camacho, con el recado a Pepe, de que el Director Don Alain, quería verle. Hice lo que él. Estar pendiente para mejor saborear mi "venganza". Enseguida lo vi pasar, con su andar elegante y erguido, ajustándose el nudo de la corbata. Llamó a la puerta del despacho del Director. ¿Se puede?....... ¡Sí!. Tras el saludo de rigor, un silencio. D. Alain esperaba que hablase Pepe, y Pepe que lo hiciese D. Alain. Por fin preguntó el Director: ¿qué desea?......Yo ............ no, como me ha mandado llamar........... Yo no le he llamado para nada. Perdone, D. Alain, ¡ya me han dado la inocentada!. Pues, ¡espabílese!, le respondió. El resultado fue que salió de allí más corrido que una mona. Donde las dán...........las toman. En otra ocasión, a mediados del mes de Junio, salimos a cazar conejos, en la modalidad de "chanteo", eligiendo el Río Pinto, poco más abajo de la desembocadura del Barranco Tapias, dejando las vituallas que llevábamos bajo las sombras de unos alisos, junto a la orilla del río. Al poco rato de aposentarnos, llegó un vaquero montado a caballo, preguntándonos si habíamos visto algún toro. Ante nuestra negativa, nos advirtió que tuviésemos cuidado, ya que cuando se llevaron el ganado, se quedó un toro bravo en la finca; habían venido con los cabestros para recuperarlo, y al ser uno solo, guardaba mucho peligro. Le dimos las gracias por su aviso, y se alejó. La mañana transcurrido normal, cazando con precaución -por lo del toro- y matando algunos conejos para la comida. Mientras la cocinábamos, y tomábamos algunos aperitivos, llegó la pareja de la guardia civil. Les invitamos a comer y aceptaron. Después de la comida, sentados en el suelo formando un círculo, conversábamos animadamente, y yo procuré ponerme de acuerdo con los asistentes (Agustín Ruiz "el chato", Emilio Zarco y su hermano Rafael) -incluidos los guardias-, para gastarle una broma a Rajatelas. Estando todos conformes, me escabullí, y cogí un palo en cada mano (a modo de cuernos), con los que me dirigí por la espalda de mi amigo, apoyándoselos en su costado, a la par que todos los del corro, se levantaban y gritaban........¡el toro!. El "embromado fue el único que no se levantó del suelo. Creyéndose empitonado por detrás, ¡se desmayó!. Tuvimos que reanimarlo con palmadas, y echándole agua fría por la cara. Cuando volvió en sí, lo primero que dijo fue: ¿Donde está el toro?. Estando en la finca "Barreros", una víspera del día de los "Reyes Magos", después de comer charlábamos cordialmente con el guarda Daniel Romero, cuando de improviso, entró en la casa Rajatelas, a lomos de un burro, con unos calzoncillos como único atuendo, la cara tiznada de negro y una especie de corona en la cabeza, confeccionada con ramas de tomillo y romero, diciendo: Buenas tardes, señores, ¡soy el Rey Baltasar!, mientras he ido a dejar unos regalos a la casa del Puntal, se me han despistado mis compañeros. Perdonen que me presente de esta forma, pero me he tropezado con unos carboneros que estaban muy mal de ropa, y les he dejado las mías. ¡Querido amigo Pepe, descansa en paz!. FINCAS Navamartina El Puntal Barreros Carvajal Cascajoso Nava el Sach EN LAS QUE HE MONTEADO El Patrocinio Selladores El Contadero Vallejones Los Monasterios Valbueno Los Alarcones La Inglesita Magaña Iniestares Fuencaliente El Lentisquillo El Poyuelo Las Tapias La Mimosa EPILOGO Y aquí termina cuanto sé, recuerdo y puedo narrar sobre la caza -en todas sus modalidades-, deporte en el que dudo haya podido nadie superar mi afición, y en el que he encontrado -dentro de lo que cabe-, compensación por la noche, a un da de contrariedades, aflicciones o amarguras, que tan a menudo y sin conmiseración nos repara la vida. Anhelando llegue "mañana", cuando voy a encontrarme en el puesto de perdiz, aunque solo escuche el canto del pájaro que hay en la jaula, compitiendo con los del campo. Donde para el verdadero aficionado transcurren las horas con más rapidez de lo que quisiera, aunque la mayoría de las veces -en contra de lo que erróneamente creen quienes desconocen esta modalidad de caza-, el disfrute no está en disparar. O de que llegue "mañana", y ocupar un collado, donde pueda escuchar los latidos de la rehala, o la caracola del podenquero. Deporte gracias al cual, y gracias a Dios, encontrándome ya en el tercer viraje de la vida, conservo la salud y las facultades físicas que, para practicarlo como yo lo entiendo, se exige del cazador. Conservo mi diario de caza -documento precioso para mi-, y algunos trofeos. Diario y trofeos que harían sonreír banalmente al profano, insustanciales para ellos, y sin embargo ¡Que no representan para mi!. Recuerdos de horas pasadas con abrumadora rapidez, unas amistades entrañables, amaneceres y puestas de sol y el viejo canto de la sierra. Y algún da, cuando baje de ella por última vez...........una honda melancolía. He querido poner punto final a mi trabajo, encontrándome físicamente en los parajes y ambientes que lo inspiraron, en los que viví y aprendí cuanto acabo de relatar. Subido al Cerro Lorente - o Cerro del Mirador -, al aire libre y con la Sierra enfrente.........., detrás..............., y a ambos lados de mi. En uno de esos lugares maravillosos de nuestro Centenillo, al que todos sus hijos llevamos metidos en el alma. La tarde se muere. Allá abajo -en lo hondo-, en el cortijo de Ministivel se sienten las cencerras de la majada que se dispone al reposo. Late un martín, y su bronco ladrido repercute, rebotando en los rumores del Cerro los Bolos y Peñón Jurado, hasta apagarse a lo largo de toda la serranía. JUAN DE URDA PEREZ