Miguel Ángel de Rus - Noticias de Ediciones Irreverentes

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Miguel Ángel de Rus - Noticias de Ediciones Irreverentes
Miguel Ángel de Rus
Ediciones
Irreverentes
2ª edición
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MIGUEL ÁNGEL DE RUS
PERLAS DEL PENSAMIENTO MISÓGINO
Colección Rara Avis
Ediciones Irreverentes
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Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial
de esta obra por cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su contenido por cualquier método,
salvo permiso expreso del editor.
© Miguel Ángel de Rus
De la edición: © Ediciones Irreverentes
2ª edición, diciembre de 2009
Ediciones Irreverentes S.L.
http://www.edicionesirreverentes.com
[email protected]
ISBN: 978-84-96959-55-2
Depósito legal:
Diseño de la colección: Absurda Fábula
Ilustraciones de: Francisco de Goya, Jean-Léon Gérôme, Aubrey Breadsley,
Olaf Gulbransson, I. Troidze, Henry Fuseli, Cilla.
Imprime: Publidisa
Impreso en España.
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Despreciar a los demás, no apreciarse a sí mismo.
Ramón del Valle Inclán. Sonata de estío.
Haine de soi, mépris des autres.
Houellebecq. Rester vivant.
No podría asegurar que leer atrofie la vagina. No encuentro fundamentos lógicos para aconsejar a la mujer que permanezca inculta y que
se dedique únicamente a su peinado y al cuidado de los hijos. No
creo que las mujeres que leen sean peligrosas para el varón. Y de
ningún modo he dado en pensar jamás que la mujer que se dedica a
escribir sea un marimacho o una lesbiana en potencia. Puede serlo,
si es su gusto, pero no se ha demostrado que tenga nada que ver en
ello su amor por la cultura. Pero estas son ideas que parecen no coincidir con las de muchos escritores –hombres y mujeres– que a lo
largo de los siglos han plasmado en el papel ideas que pueden considerarse insultantes hacia las mujeres, o al menos, que parecen despreciar su inteligencia, sus sentimientos o su función en la sociedad.
A lo largo de varias décadas dedicadas a la lectura, entre otros placeres, he encontrado textos de autores brillantes, inteligentes, divertidos, lúcidos, que al escribir sobre la mujer afilan sus armas ideológicas y su lenguaje para mostrar a las hembras de la especie como
seres inferiores, o al menos, con alguna tara. Y lo más llamativo, es
que entre esos escritores hay una parte nada desdeñable de mujeres,
y mujeres cultas.
En esos momentos de placer solitario he encontrado y guardado frases sobre las mujeres que en la actualidad serían consideradas
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como producto de la misoginia, aunque no lo sean en todos los
casos; el humor, la ironía, la reflexión sobre los propios problemas,
el sano ejercicio de la crítica se mezclan en estas frases con las ideas
de aquellos que odian o desprecian a las mujeres. Estas frases que he
ido encontrando, y que ofrezco en un vocabulario misógino, son como
perlas aparecidas tras una búsqueda larga y paciente. Algunas llevan
a la risa, otras al enfado, y las hay que inducen a la reflexión. Aunque
este vocabulario pueda tener una buena parte de ideas verdaderamente misóginas, no pretendo hacer ni una apología de estas ideas ni
censurarlas. Bastantes censuras se han padecido a lo largo de la historia humana y seguimos padeciendo como para entrar en el oficio
de censor. Sólo pretendo ponerlas al alcance del lector y colaborar en
el proceso de toma de sus propias conclusiones. En el caso de que
decida ir más allá de la propia lectura.
Reconozco que una buena parte de estas frases me han provocado la risa o a la sonrisa, y que no pocas de ellas me han parecido
insultantes o hirientes. De estas últimas he intentado no cargar la
mano y evitar algunas reiterativas y poco edificantes. En todo caso,
este vocabulario misógino podría ser recopilado de otro modo: mostrando las frases insultantes o despectivas escritas sobre los hombres.
Sin duda, el volumen que saldría necesitaría para ser impreso demasiado papel. Aunque a veces no se ha comprendido o respetado a las
mujeres en la literatura, los hombres no han salido mejor parados.
Sin duda, en ambos casos, los críticos han tenido su parte de
razón.
Se ha escrito sobre el libro Las mujeres, que leen, son peligrosas, de
Stefan Bollmann, algo acerca de las mujeres que me parece completamente cierto: «Relegadas tradicionalmente a un papel secundario y
a menudo pasivo en la sociedad, las mujeres encontraron muy pronto en la lectura una manera de romper las estrecheces de su mundo.
La puerta abierta al conocimiento, la imaginación, el acceso a otro
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mundo, un mundo de libertad e independencia, les ha permitido
desarrollarse». Es significativo que ese mundo que se abría a las
mujeres haya estado plagado de tantas ironías aceradas. Habría sido
interesante saber qué pensaba algún autor misógino al descubrir que
la mayor parte de sus lectores eran mujeres.
Si hacemos caso a lo que refleja el diccionario de la Real Academia de la Lengua, la misoginia es «aversión u odio a las mujeres.»
En el sentido estricto que recogen los sabios padres del lenguaje
muchos de los conceptos que he recogido deberían quedar fuera.
Pero el concepto de misoginia que se mueve desde el feminismo es
bastante más amplio y a él he pretendido acercarme al hacer esta
selección. No porque comparta las ideas del feminismo –del que me
siento tan lejano como del machismo– sino porque su punto de vista ha de ser tomado en consideración como reflejo de los sentimientos, gustos e ideas de una parte nada desdeñable de la sociedad.
Resulta curioso que al establecer unas bases de un vocabulario
misógino los conceptos que se dan de un modo más abundante son
los de puta o aborto. Ello nos lleva a pensar que en gran medida el
hombre, y también el hombre que escribe, siguen considerando a la
mujer en su papel reproductivo o en su relación con el goce sexual.
En todo caso, la misoginia –o como cada cual decida que debe
llamarse este pensamiento poco halagador para la mujer– no es un
fenómeno actual. Los humanos no somos ni mejores ni peores que
nuestros antepasados.
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Salomé con la cabeza de Juan el Bautista, de Aubrey Breadsley
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TRES MIL AÑOS DE MUJERES MALAS
La mujer considerada como ser perverso, como fuente de problemas
para el varón, como algo incomprensible y origen de comentarios
jocosos y en ocasiones llenos de malicia, no es una moda moderna;
existe en la literatura desde hace tres milenios. Tenemos un primer
ejemplo de gran interés literario en la Iliada y la Odisea.
La Iliada es el poema escrito más antiguo de la literatura occidental, creado –según la mayoría de los expertos– en el S VIII a.C. Así
pues, hace tres mil años una mujer, Helena de Troya, se convierte en
la primera mala oficial de la historia de la literatura.
El príncipe troyano Paris se enamora en la corte de Esparta de
Helena, esposa de Menelao y por poder de Venus, (o lo que es lo
mismo, de sus hormonas enfebrecidas, de su pasión amorosa) la
mujer abandona su casa y huye a Troya con Paris. El rey de Esparta,
Menelao, furioso, decide emprender la guerra contra los troyanos. Esta
mujer, cuya ligereza de sentimientos y de pensamientos descrita por
Homero lleva a tantas muertes, ha pasado a la historia como causante de una guerra. Muy probablemente, lo narrado sea en gran
medida mucho más una verdad poética que una verdad histórica.
Así pues, se puede considerar a la perversa Helena, incluso siendo personaje histórico, un personaje de ficción.
Pero el poeta ciego también nos muestra hace tres milenios
otras mujeres pérfidas, antecedentes de muchas mujeres malas a lo
largo de la historia de la literatura; en la vuelta del astuto Odiseo –o
Ulises– a casa, se encuentra en la isla de Eolo con el palacio de Circe, la hechicera. No se puede decir que Homero tratara de un modo
despectivo o poco respetuoso a las mujeres, ya que varoniles dioses
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y monstruos habían atacado al héroe y sus maldades no son en absoluto menores, pero es cierto que nos muestra una nueva mujer de
pésimas intenciones, Circe, quien lleva a Odiseo a pasar por el país
de los muertos. La maldad de Circe proviene de sus amores por
Odiseo no correspondidos, al igual que previamente le sucediera a
Calipso, quien retuvo al héroe en su isla y a quien prometió la inmortalidad a cambio de su amor y su compañía.
Tras Helena, Circe y Calipso, Odiseo se encuentra con otras
mujeres perversas; las sirenas, cuyo atractivo canto hacía perder el
dominio de sí mismos a los marinos. El único modo de no perderse
por aquellas hembras era taponarse los oídos con cera o ser atado al
mástil del barco. Posteriormente el héroe ha de encontrarse con
Escila, una joven convertida en monstruo marino de varias cabezas.
Homero, uno de los padres de nuestra cultura, no parece mostrar
ninguna inclinación contraria a las mujeres, pero tampoco oculta las
maldades que pueden cometer. Crea modelos de mujeres reprobables
que han pervivido y servido de modelo a los escritores posteriores.
Debido a que durante los últimos tres mil años han sido principalmente hombres los que han escrito y publicado sus obras y los que
han logrado la difusión de sus ideas, es normal que los conceptos que
hemos recibido provengan principalmente de mentes de hombres, lo
cual implica que hemos heredado una visión de la mujer –de la hembra– según sus formas del ver el mundo, según sus circunstancias personales y, muy importante, según sus propios desengaños.
Hay literatura con contenidos que en expresión moderna podrían considerarse misóginos (aunque no siempre lo sean) desde que
Homero comenzó a dictar sus primeras frases. La hay en la cultura
griega clásica y en la cultura latina. Pero el odio, la crítica o el desprecio hacia la mujer parece ser más duro en la era cristiana.
La mujer en la Grecia clásica se encuentra en una situación de
inferioridad política y legal, aunque socialmente –a pesar de las diver10
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gencias de opinión de los expertos–, parece creíble que las mujeres
eran respetadas y gozaban de libertad, independientemente de que la
mujer formara parte de la propiedad familiar. Su papel en la sociedad,
a pesar de esto, debería ser importante, ya que podían transmitir la
herencia familiar. Por otra parte, estaba prohibido el matrimonio
entre hermanos de madre, pero no entre hermanos padre, lo que
muestra la importancia al papel de la mujer como engendradora y por
lo tanto como transmisora de la unión familiar.
La mujer romana estaba bajo la protección del pater familias,
aunque podía ser mater familias y tener dominio sobre los descendientes y los esclavos. La participación femenina en sus respectivas mitologías es tanto positiva como negativa, pero las mujeres de ambas
mitologías suelen destacar por un vivo interés, por sus rasgos positivos, heroicos en ocasiones. Sufridoras de las veleidades de los dioses (masculinos) aparecen especialmente como fuerzas creadoras. Las
mujeres representan la belleza, papel que en el juicio de Paris toman
Atenea, Afrodita y Hera, y gracias a las musas tenemos las artes.
Quizá el personaje de las culturas clásicas de carácter negativo que
ha llegado con más fuerza a nuestros tiempos sea el de una mujer real:
Messalina, hija del cónsul Marco Valerio Mesala Barbado y tercera
esposa del emperador Claudio. Su nombre ha quedado como sinónimo de puta debido a las múltiples infidelidades que cometió con
miembros de la nobleza romana, soldados, oradores, gladiadores y
actores. Esta mujer libidinosa y depravada (no siempre ambos términos han de ir unidos) fue convertida en personaje por el grandísimo
escritor Juvenal, quien describió cómo se prostituyó en el barrio de
Subura bajo el nombre de Lycisca. Messalina retó al gremio de prostitutas de Roma a ver quién era capaz de atender a más clientes en una
noche y venció a la prostituta más famosa que había en Roma, la
siciliana Escila. Al parecer, la emperatriz ramera fornicó con doscientos hombres aquella noche. Supera su fama (mala) en el tiempo
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a la de Livia, tercera esposa de Augusto, quien tenía su especialidad
en el asesinato. Ambos fueron retratadas magistralmente por Robert
Graves en su novela Yo, Claudio.
A pesar de malas famas como la de ambas mujeres, son casos aislados y la crítica se centra más en el comportamiento de la persona
que en juicios de valor sobre el conjunto de las mujeres de la época.
En absoluto lo descrito sobre Messalina y Livia puede considerarse
influido por pensamiento misógino alguno. Diferente visión se tiene de la mujer en la literatura griega y romana que en la literatura
occidental tras la imposición de la fe cristiana.
En el mundo occidental, durante dos milenios, la imagen de la
mujer es heredera de las diversas religiones nacidas del cristianismo.
En todas ellas los jefes espirituales eran hombres, los oficiantes eran
hombres, y la inmensa mayoría de quienes escribieron qué se debía
pensar eran hombres; el fenómeno de la santa –de la mujer– que
plasma sus opiniones por escrito es relativamente reciente. Así pues
la mujer es la culpable de que la raza humana perdiera el Paraíso y
tuviera que ganar el pan con el sudor de su frente. No es de extrañar
que los machos de la especie la odien y que el Dios de los cristianos la condenara, en pago eterno por su maldad, a parir con dolor.
De hecho, en el Libro cristiano, la mujer aparece de un modo destacado en tres ocasiones; cuando logra que el hombre –macho– se
condene; cuando su vientre es receptáculo del hijo de Dios que debe
redimirnos de nuestros pecados y como prostituta.
Pero en el cristianismo no sólo tenemos las muestra de perversidad de Eva y de la mujer pública María Magdalena, al fin convertida. Hay un claro ejemplo de maldad femenina en Salomé, la princesa idumea hija de Herodías y de Herodes Filipo, culpable de la muerte
de Juan el Bautista. Según se cuenta en el Nuevo Testamento, su
madre, la mujer de Herodes Filipo, se casó con el hermanastro de éste,
Herodes Antipas, lo cual llevó a que hubieran grandes críticas entre
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el pueblo y a la guerra con los nabateos. Entre las críticas populares
por su falta de moral destacó la de Juan el Bautista, quien fue apresado por orden de Herodes. Según se cuenta, Salomé, mujer de grandísima belleza, bailó para su padrastro, quien entusiasmado le propuso concederle el premio que ella deseara. Salomé pidió la cabeza del
Bautista, que le fue entregada en bandeja de plata. El nombre propio
de la vil Salomé no se menciona en el Nuevo Testamento, sino que
nos ha llegado gracias a la obra Antigüedades judías, de Flavio Josefo.
Salomé aparece como un claro ejemplo de indignidad.
Sin duda estas influencias tienen parte de la responsabilidad de
que los escritores durante siglos hayan denostado a la mujer, pero hay
muchas otras razones para encontrar en el todo o en partes de algunas obras frases que no concuerdan con la visión que de la mujer
se quiere imponer en nuestra época.
Antes de entrar en ellas, sería conveniente dejar una duda plasmada para volver a encontrarla poco a poco en estas páginas: ¿Siempre que el escritor hace una valoración que no sea positiva sobre
una mujer ha de ser forzosamente misógino?
La moda de opinión es considerarle misógino, pero no hay que
olvidar que las apreciaciones no positivas pueden tener varias razones; un fondo efectivamente misógino, frases o ideas utilizadas con
fines humorísticos, ideas innegables salvo desde una postura feminista beligerante, frases o ideas que surgen como parte necesaria de
un personaje o de una trama, o ideas que son las modas de opinión en el tiempo en que el autor escribe y que imperan sobre las
conciencias. Esas opiniones se consideran pasadas de moda e insultantes, pero quienes así las tratan no parecen recordar que a nuestras propias ideas les sucederá lo mismo en un futuro muy cercano,
y que las libertades sexuales de la mujer, su relación con el hombre,
su situación de igualdad llevada a cabo más por la imposición de las
leyes que por el avance normal de la sociedad, en un futuro ten13
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drán una consideración muy distinta a la actual, aunque no podamos
saber cuál.
Sin duda habrá épocas en las que la actual consideración social
de la mujer como grupo sea tomada como opresiva, otras en que a la
mujer del siglo XXI se la considere un ejemplo de libertinaje, y puede que finalmente, estas cuestiones de la guerra de los sexos no sean más
que reliquias curiosas de un pasado entretenido o, quién sabe,
bochornoso.
Lo cierto es que cada una de nuestras opiniones, cada vez más,
nos transciende, y cuanto sentimos o decimos no es parte de nuestro
derecho a pensar, de nuestra libertad, sino algo que parece influir a
todo el mundo y que nos lleva a sentirnos cohibidos. Como afirmaba Baudrillard, «Nuestra propia esfera privada ya no es una escena en
la que se interprete una dramaturgia del sujeto atrapado tanto por
sus objetos como por su imagen, nosotros ya no existimos como
dramaturgos o como actores, sino como terminales de múltiples
redes» 1. Esta idea, que puede tener muchas interpretaciones, nos
recuerda que nuestras ideas y actos se interrelacionan con el todo, y
en el período histórico en que se escriben estas líneas, se impone la
autocensura con el fin de que nadie pueda sentirse molestado. Esta
forma de asumir la realidad lleva a una idea falsa: que cualquier frase
que moleste a un grupo de personas conlleva que su autor entre en un
grupo de desprestigiados sociales. Si la frase no agradable trata de las
mujeres, su autor pasa a ser misógino; si trata de los homosexuales, se
es homófobo; si trata de un grupo de extranjeros, el autor es xenófobo, y si se pretende demostrar las maldades de la economía de mercado y la globalización, el autor pasa a ser tachado de comunista.
Todos estos adjetivos pasan a ser peyorativos por decisión de los
grupos sociales que no quieren ser juzgados, salvo para ser felicitados.
1- Jean Baudrillard. Anagrama. El otro por sí mismo. Barcelona 1994.
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La mayor parte de los textos que podrían recibir el apelativo de
«misógino» pertenecen a otras épocas –aunque sea sólo unos pocos,
muy pocos años–, en las que el autor podía ser censurado por gobiernos y leyes, pero se exigía a sí mismo ser libre y escribir en libertad.
En todo caso, no hay que olvidar, y se verá más adelante, que una
parte de los textos considerados misóginos han sido escritos por
mujeres, lo que lleva a pensar que o bien las autores se dejaron influir
y dominar por las ideas de su época, o que quizá lo que hicieron fue
llevar a cabo un análisis de sus propios errores, y de los errores que
consideraban generales entre las mujeres para intentar dar una visión
objetiva, realista y que tuviera una finalidad educativa o de mejora de
la conducta de otras mujeres. De hecho, la actual visión que una
buena parte de las mujeres tiene de sí mismas, como participantes de
un movimiento de liberación, de luchadoras en la conquista de derechos, es reciente, aunque ya hubiera sufragistas hace un siglo. Agnès
Michaux, en su Dictionnaire Misogyne reconocía que «cuando se pronuncia la sacrosanta fórmula ‘Liberación de la mujer’ uno cree escuchar a antiguos combatientes del Camino de las damas o a los mártires del maquis. Las abuelitas luchando en la resistencia…» 2
Aunque en esta obra se recoja un amplio vocabulario que en la
actualidad sería considerado misógino no se pretende hacer ni una
apología de estas ideas ni una censura, sino ponerlas al alcance del
hipotético lector para que saque sus propias conclusiones.
2- Agnès Michaux. Dictionnaire Misogyne. Éditions Jean-Claude Lattès. 1993.
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LA CRÍTICA A LA MUJER, UNA CONSTANTE HISTÓRICA
Al buscar textos sobre las críticas padecidas por la mujer a lo largo de
la historia de la literatura y el pensamiento, encontré en internet un
interesante estudio sobre la forma en que se ha valorado a la mujer a
través de los tiempos 3. La autora afirmaba que «La misoginia, esto es,
la aversión o descalificación de la mujer, es un tópico que se pierde en
la remota antigüedad. La mujer, ya en la literatura homérica, debía ser
sumisa, obediente y siempre plegada a las exigencias del padre, marido o hermano e, incluso, hijos. Su mundo natural era el hogar y sus
tareas las propias del ámbito doméstico. La mujer, para los clásicos,
debía ser resignada, hacendosa y ni hablar de su participación en la vida
social. Eso era poco menos que una quimera, un ámbito totalmente
masculino que a la mujer ni siquiera debía preocupar.» El estudio a
pesar de su interés adolecía de un pequeño problema, consideraba
misóginos a los autores que, simplemente, tenían las creencias dominantes en la época.
Creo que se comete la misma injusticia que cuando se juzga a
quienes vivieron un determinado período histórico por valores que
en sus épocas eran desconocidos. Expresado por medio de un ejemplo; Isabel la Católica es considerada por algunas personas como
retrógrada por defender los valores dominantes de su tiempo y por
oponerse a las religiones y los ritos de los pueblos que vivían en
América, pero esas mismas personas olvidan que se opuso a la esclavitud, mientras que anglosajones y holandeses se enriquecían con
ellas, o que bajo su reinado se impulsó la creación de hospitales y
3- Anabel Sáiz Ripio. Brujas, casquivanas, perezosas y coquetas. La misoginia en la
literatura española.
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escuelas en América, se expandió la agricultura y la ganadería y se sentaron las bases para acabar con el ccanibalismo. No se la puede juzgar con valores actuales. Quizá pedir en otros tiempos que la mujer
se dedicara a su hogar no sea misoginia; posiblemente tengamos la
memoria corta, pues la incorporación de la mujer de forma masiva a
la vida profesional comienza a darse en la primera guerra mundial y
recordemos que no se consideraba un logro, sino una desgracia.
En este estudio se afirma que los escritores españoles de otras
épocas consideran a las mujeres «veleidosas, coquetas, casquivanas,
torpes, viciosas, hipócritas, curiosas sin límite...; en fin, cualidades
que no son precisamente virtudes. Claro que, no debemos olvidar que
esta es sólo una cara de la verdad porque, al lado de esta misoginia
hiriente, florece, desde siempre, una corriente opuesta, de alabanza
a la mujer –a veces rayando la exageración– que complementa muy
bien el aspecto que estamos tratando en estas líneas, aunque, por
esa vez, dejaremos las alabanzas y seguiremos en la misoginia.»
La aseveración es incuestionable; denuncia y veneración se mezclan igual que se mezclan amor y odio. La autora marca un comienzo para su estudio, sobre la supuesta misoginia «en 1253, don Fadrique, hermano de Alfonso X el Sabio, tradujo el Sendebar o Libro de los
engannos e asayamientos de las mujeres. Se trata de un texto oriental, en
la línea del Calila e Dimna e, incluso, de Las mil y una noches. En el
Sendebar se ponen en evidencia los defectos de las mujeres ya que, precisamente, es una mujer, la madrastra del príncipe, quien lo acusa
ante el rey de seducción –de manera falsa–, aunque, como no iba a ser
de otra forma, se acaba descubriendo la verdad y el castigo para esta
mujer es terrible. El Arcipreste de Hita no puede ser acusado de
misoginia, todo hay que decirlo, ya que defiende y alaba a las mujeres en varios momentos; pero no escapa, burla burlando, a la corriente misógina. Juan Ruiz emplea la ironía más sutil en esos momentos.
Precisamente, cuando pondera a la mujer pequeña lo hace en aras de
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La coquetería en Hasta la muerte, de Francisco de Goya
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su estatura. Parece decir que «de lo malo lo menor». También Juan
Ruiz destaca la habilidad de la mujer a la hora de engañar al marido,
es el ejemplo del pobre Pitas Payas. Don Juan Manuel, el gran prosista del S. XIV, también defiende a la mujer o, al menos, pretende ser
ecuánime con ella y no la critica de manera gratuita, pero no evita
algún guiño a la corriente que estamos tratando, véase sino el cuento dedicado a la Mujer brava, antecedente claro de La fierecilla domada de Shakespeare. El Arcipreste Talavera, en El Corbacho, no pierde
el tiempo y se centra en reprobar a las mujeres, a todas y por todo. En
la primera parte (Se reprende el loco amor) se presenta a las mujeres
como culpables de que el hombre se sujete al loco amor y en la
segunda (Vicios de las mujeres) se centra directamente en fustigar lo
que él considera vicios –eso sí, sin perder el humor–: coquetería,
vanidad, estupidez, parloteo inútil, avaricia...»
En este punto, y reconociendo el valor del estudio, es obligatorio mostrar la tendencia a sentirse ofendido que existe en la sociedad
contemporánea; cualquier grupo capaz de hacer lobby no puede ser
valorado más que positivamente, o quien lo juzgue será denostado.
Los juicios que se hacen a las mujeres en estos textos no son misóginos, pero se les califica así en función de los valores de la época desde los que se juzgan (sin posibilidad de defensa de sus autores).
Hemos caído en la trampa de la tentación de la inocencia, como
con maestría lo ha definido Pascal Bruckner. Ya no se puede escribir
sobre una mujer –salvo alabándola– sin ser misógino. «Cuanto más
se acercan continentes, culturas, los medios de comunicación, el
comercio y los intercambios, más agobiante se vuelve la presión de
todos sobre cada cual». 4 Ni siquiera los muertos pueden opinar, si su
forma de ver la vida es distinta a la imperante en nuestra época.
Afortunadamente para ellos, la obra de los clásicos suele ser desco4- Pascal Bruckner. La tentación de la inocencia. Anagrama. Barcelona 1996.
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nocida por la muchedumbre, que los estudia de pasada, sin conocer su obra, y que no dudaría en quitarles prestigio, nombre y recuerdo si conociera en verdad sus textos, como le sucedería al propio
Alfonso X el Sabio, por haber afirmado «¿Qué es la mujer? Confundimiento del hombre, bestia que nunca se harta, cuidado que
nunca tiene fin, guerra que nunca queda, peligro del hombres que no
tiene en sí mesura». 5
Sobre la visión que se tenía de la mujer en el Renacimiento afirma Anabel Sáiz Ripoll «los moralistas de la época, los erasmistas,
dedicaron andanadas críticas a la mujer a la que no juzgaban capaz ni
de pensar.» Eso se plantea Luis Vives, que no duda en denostar el vicio
de la charlatanería femenina: «Veloz es el pensamiento de la mujer y
tornadizo por lo común, y vagoroso y andariego, y no sé bien a dónde le trae su propia lubricada ligereza...» (Luis Vives: De la mujer
cristiana, Obras completas, ed. Lorenzo Riber, Madrid, 1947, I, pág.
993.) Y, por supuesto, la mujer no debía dedicarse a la enseñanza:
«Puesto que la mujer es un ser flaco es seguro que en su juicio y muy
expuesto al engaño, según mostró Eva..., que por muy poco se dejó
embobar por el demonio, no conviene que enseñe, no sea que...,
persuadida de una opinión falsa, con su autoridad de maestra influya en sus oyentes y arrastre fácilmente a los otros a su propio error...»
(Luis Vives, Idem, pág. 991 y ss). Fray Antonio de Guevara sigue
arremetiendo y, como duda de la honra femenina, defiende que «es
mejor que tenga vergüenza, así una callará la otra.» 6
Como se constata, las visiones negativas sobre la mujer tienen en
gran parte un origen religioso. Desde Eva, poco puede esperarse de
la mujer. Sin embargo en el Renacimiento la mujer tiene un papel
social mucho más destacado que en otros tiempos. El S.XVI es la
5- Alfonso X el Sabio.Primera Crónica General.
6- Anabel Sáiz Ripio. Brujas, casquivanas, perezosas y coquetas. La misoginia en la
literatura española.
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época de la mística, en la que destacan Santa Teresa de Ávila y San
Juan de la Cruz. Las mujeres cercanas al poder tienen más privilegios
que en otras épocas; podría citarse a la emperatriz Isabel, la esposa
amada del Emperador, a Germana de Foix, Virreina de Valencia, o
María de Hungría que ejerció su autoridad en los Países Bajos. No
menos importancia tuvieron la duquesa de Alba, Isabel de Freyre o
la princesa de Éboli.
Anna Caballé, que hace un amplio y eficaz repaso a los escritores españoles, incide en el origen del descrédito femenino en las
palabras y los intereses de la Iglesia católica, «Digámoslo sin rodeos, por más que duela: la mujer ha sido a lo largo de la historia la principal enemiga de la Iglesia católica, pues ambas se han disputado
al varón como realización de su destino (matrimonio o sacerdocio,
y el hincapié en esa adversativa es esencial). Me temo que es un
hecho clave para explicar la fuerza de la misoginia en un país como
España, donde el catolicismo ha tenido un peso enorme en todas las
órdenes de la vida. Desde luego que no habrá sido fácil para la Iglesia enfrentarse al poderoso deseo sexual masculino y convencer a los
varones en pleno vigor de su libido a que renunciaran a la satisfacción carnal por un compromiso eclesiástico contraído de por vida.
(…) Es evidente que la sola existencia de la mujer, la mera existencia, digo, socava el principio de castidad impuesto por la Iglesia
católica a sus sacerdotes (…) De manera que astutamente ha fomentado su demonización –la mujer es la forma del pecado– convirtiéndola en un tabú». 7
El argumento parece razonable, pero no es justo apuntar a los
escritores españoles como particularmente misóginos, y en todo
caso, no se les puede considerar la vanguardia misógina de la República de las Letras. La crítica a las mujeres se da más o menos por igual
en idiomas y culturas de cerca y de lejos.
7- Anna Caballé. Una breve historia de la misoginia. Lumen. Barcelona 2006.
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En el barroco se mantenía la fuerza de la Iglesia y el desprestigio
de ciertos comportamientos femeninos, pero se cambiaba el centro
de atención, si bien en la Edad Media y el Renacimiento lo que se criticaban eran defectos femeninos como la curiosidad, los tratos con el
demonio, la astucia o la maldad para con el marido, en el Barroco se
nota una novedosa espiritualidad y un nuevo concepto del mundo, que
lleva al escritor a criticar vicios de demuestran escaso interés en el alma,
como la coquetería, la vanidad, y el extremo cuidado femenino del
aspecto exterior, deseosas las mujeres de la época de parecer lo que
no eran. Los escritores del Barroco español, quizá los más importantes del mundo occidental, serían duramente condenados en estos
tiempos de censura extraoficial si fueran leídos con detenimiento.
Su buen nombre, su gloria, el respecto comúnmente profesado hacia
ellos y su obra, quedarían en franco peligro de ser leídos con una
mínima atención por las defensoras del feminismo militante.
Pocas mujeres hechas a la idea de estar conquistando su parte
del mundo perdonarían a Lope de Vega que hiciera decir en La dama
boba a Otavio «de una casada son partes perfectas virtud y honestidad».
No pocas feminista militantes reprocharían a Pedro Calderón de la
Barca haber puesto en boca de Diego, en No hay burlas con el amor las
palabras «Sepa una mujer hilar, coser y echar un remiendo, que no ha
menester saber, gramática, ni hacer versos». Baltasar Gracián considerado por toda persona leída un ejemplo de prudencia y –según
han comentado ellos mismos– guía espiritual de algún político de
talla, escribió «decía bien que las hermosas son diablos con cara de
mujeres y las feas son mujeres con caras de diablos». 8 Su bien merecido prestigio intelectual quizá quedara menoscabado entre las más
pundonorosas de las mujeres actuales. Aunque a alguno, como Francisco de Quevedo, la fama de misógino le precede por atreverse a
8- Baltasar Gracián.El criticón.
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decir su verdad: «Había muchas mujeres tras éstos besándoles las
ropas, que en besar algunas son peores que Judas, porque él besó,
aunque con ánimo traidor, la cara del Justo Hijo de Dios (…) y ellas
besan los vestidos de otros tan malos como Judas. Lo atribuyó, más
que a devoción, a golosina en el besar.» 9 «Mujer que dura un mes se
vuelve plaga; aun con los diablos fue dichoso Orfeo, pues perdió a la
mujer que tuvo en paga». 10 Ahora bien, su obra es de una valía tan
colosal, ensombreció de tal modo toda la literatura de su tiempo, e
incluso hoy resulta tan incuestionable que Anabel Sáiz Ripoll no
duda en afirmar de un modo brillante «Francisco de Quevedo no es
sólo un escritor procaz e ingenioso, sino que, a menudo, alcanza
pasajes de un alto lirismo y de una dimensión humana no superada.
Quevedo vive preocupado por su época y angustiado ante un futuro
poco cierto; de ahí su amargura y su soledad. Quevedo destaca como
prosista y como poeta, aunque aquí nos detendremos en su faceta de
poeta, ya que los poemas, al ser textos cerrados, nos permiten un
mejor análisis. Destacan por su riqueza temática, por su esfuerzo por
intensificar y sugerir; por la mezcla de lo culto y pícaro y pos sus
recursos lingüísticos. Quevedo como nadie maneja el idioma, emplea
nuevos términos, caricaturas, expresiones populares, hipérboles... Es
un artífice del lenguaje. La temática de sus poemas es amplia: moral,
política, amorosa, angustiada, picaresca, irónica, satírica... Aquí nos fijamos en su poesía misógina en la que ataca, sin piedad, a las mujeres.
Es un artista de la sátira, aunque cabe advertir que no es sólo la mujer
la atacada, sino toda una galería de personajes, de defectos, de tipos,
de clases sociales, de un sinfín de temas y de aspectos con los Quevedo no tuvo clemencia. Y es que Francisco de Quevedo hace un duro
sarcasmo del mundo y representa muy bien el espíritu barroco, tran9- Francisco de Quevedo. Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios
y engaños en todos losoficios y estados del mundo.
10- Francisco de Quevedo. Hastío de un casado al tercer día.
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sido por el desengaño y la amargura y dispuesto a criticar duramente para enmendar vicios y defectos. Aunque acaso no sea tan misógino en realidad, porque ¿quién que no haya amado nunca puede escribir ese espléndido soneto Amor poderoso más allá de la muerte?». 11 El
acertado comentario coloca el debate en su punto justo; no se es
misógino por criticar los defectos de las mujeres; lo sería el autor
que sólo reparara en ellos y los atacara con una acritud no usada para
los hombres, la sociedad, los poderosos, los reyes, la Iglesia; pero
quien denuncia con pluma certera los defectos humanos, no por
mostrar los de las mujeres ha de ser motejado de misógino.
Más dura con el gran Francisco de Quevedo es Anna Caballé,
quien no duda en afirmar del genio madrileño que en su obra «el
desprecio a la mujer alcanza todos los tonos posibles. En su premática de las cotorreras, antecedente de los «chispeantes» libros de Cela
sobre las prostitutas, el ingenio verbal del poeta se dispara al hablar
de las busconas: damas de alquiler, sufridoras del trabajo, mujeres
al trote, recatonas del sexo, mullidoras del deleite, jornaleras de cópulas, hembras mortales, ninfas del toma y daca… A las mujeres cultas
las llamará hembrilatinas, polillas graduadas, damas jerigonzas, con
más nominativos que galanes, ponzoñas graduadas… Quevedo se
ensañará con todas: es su tema predilecto».12 Si bien Caballé ha escrito un libro muy bien documentado, riguroso en la citas, es triste
comprobar el ensañamiento que comete con Francisco de Quevedo
–hace lo mismo que reprocha al escritor– y olvida que el genial Quevedo arremetió contra maridos, contra cornudos consentidores, contra nobles, incluso contra la grandeza de los reyes –algo para lo que
sólo él tenía la grandeza de espíritu suficiente– cuando en un magistral e inmortal poema recuerda al rey que es sólo polvo, como se
11- Anabel Sáiz Ripio. Brujas, casquivanas, perezosas y coquetas. La misoginia en la
literatura española.
12- Anna Caballé. Una breve historia de la misoginia. Lumen. Barcelona 2006.
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demuestra al abrir una tumba y encontrar los restos mortales de un
rey anterior, del que sólo se puede deducir su grandeza por haber sido
enterrado con corona. No se puede despachar con un simple adjetivo al genio; criticó a las mujeres, pero no porque fuera misógino,
sino porque la mediocridad y fealdad del mundo le resultaba insoportable, porque los maquillajes con los que se ocultaba la mentira humana le resultaban deleznables.
El S.XVIII supone un cierto cambio en la forma de tratar a las
mujeres en la sociedad y la literatura, cambio que proviene más de los
sectores liberales que de los conservadores. La mujer, debido muy probablemente a la influencia de las modas de pensamiento de Francia, está considerada desde un punto de vista erótico, sensual; en la
sociedad se imponen los grandes escotes y la relajación de costumbres, llegando hasta su más profunda perversión, como extraordinariamente expone en Las relaciones peligrosas (o Las amistades peligrosas,
según se prefiera) Choderlos de Laclos. Esta emancipación, liberalización de costumbres, o como se prefiera llamar, tiene mucho que ver
con la gran decadencia que sufría la institución monárquica y muchas
de aquellas libertades acabaron en el mismo lugar que la cabeza de los
reyes, en el cesto que se depositaba a los pies de la guillotina.
Al mismo tiempo que Nicolás Edme Restif de la Bretonne dejaba escritos soberbios pasajes de literatura erótica y una obra sobre la
regulación de la prostitución, y que en España defendían a la mujer
en textos que se pueden considerar atrevidos autores como Leandro
Fernández de Moratín o Cadalso, había autores que no dudaban en
censurar con dureza las modas de pensamiento y el comportamiento femenino, como se puede ver en las obras de Iriarte, Vicente
García de la Huerta o Félix Samaniego. Se persiste en la crítica a los
defectos eternos de las mujeres: coquetería, inestabilidad emocional e
intelectual, vanidad, superficialidad… Y si bien en el S.XIX se intenta dar una visión científica de la mujer –de las mujeres– compren25
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derla, asumir el nuevo papel social que está tomando, no se puede
olvidar que las principales heroínas literarias del siglo no son en ningún modo ejemplares; ni las infieles madame Bovary de Flaubert,
Regenta de Clarín, y Anna Karenina de Tolstoi; ni la olvidadiza Mercedes retratada en El Conde de Montecristo por Dumas, ni la superficial
Roxanne de quien se enamora el gran Cyrano de Bergerac creado
por Edmond Rostand.
De hecho, aunque poco conocida por la inmensa mayoría de los
lectores, la mujer perfecta de la literatura del S.XIX no es una mujer,
sino una máquina con formas femeninas pero alma (si convenimos
en llamarla así) científica e intelectual inventada por Edison: Hadaly,
el magnífico personaje creado por Villiers de L’Isle Adam en La Eva
futura. En todo caso, parece ser que el destino (o el dios en el que
crea cada cual) no está dispuesto a permitir al hombre que encuentre
a una mujer perfecta, incluso si esa mujer es un robot, ya que en la
novela del lúcido y desencantado Villiers de L’Îsle Adam, el barco en
que viaja la mujer-muñeca, esa Hadaly que podría enamorar a cualquier
hombre exigente, naufraga en mitad de una terrible tormenta.
La idea de Villiers fue retomada todavía en el S.XIX por Ernest
Edgard Kellett, quien en el relato El nuevo Frankenstein, publicado en
Pearson’s en 1899, describe cómo el científico Arthur Moore creaba una mujer perfecta, más bella que las mujeres reales y con sus mismas capacidades de relación social. Una mujer que enamoró a dos
caballeros y prometió casarse con ambos el mismo día. También
esta mujer artificial morirá, apuñalada por uno de ellos, y con su
muerte, acabará la vida del científico.
Hay un cierto escepticismo sobre la posibilidad de encontrar
una mujer sin tachas. Aunque estos mismo autores muestran un
buen número de varones llenos de defectos y de culpas. Las críticas no parecen ir directamente contra la mujer, sino contra la debilidad humana.
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MUJER Y BRUJA
No es sólo en España, y tampoco principalmente en España, donde
la Iglesia Católica desata su odio contra la mujer.
La consideración de la mujer como posible bruja, como digna de
ser perseguida por llevar a la sociedad a las manos del demonio, viene de mucho antes del Siglo de Oro español. El infame Papa Inocencio III convirtió a la mujer en centro de odios en su cruzada contra
el catarismo. Los cátaros, asentados en el Languedoc –lo que ahora
es el sur de Francia–, la región más culta y brillante del mundo de su
época, donde florecía la poesía, los trovadores, los juglares y las Cortes de Amor, fueron perseguidos a sangre y fuego por la Iglesia Católica, hasta su exterminio. El principal argumento usado contra ellos
es el de la brujería, y la primeras personas que pagaron por ello fueron mujeres, quemadas el 29 de mayo de 1239 en Montwimer, Francia, (unas 180 brujas), en Toulouse en el año 1275 (Angela de la Barthe), o en el año 1279 en la ciudad de York, Inglaterra, en la que
John de Kereslawe mató a una supuesta bruja que había entrado en
su casa; el clérigo del pueblo quemó su cuerpo. 13
13- No sería justo afirmar que sólo se perseguía a la brujas, en octubre de
1307 fueron asesinados bajo tortura treinta y seis Caballeros Templarios en Francia,
siguiendo las órdenes del Papa Católico Bonifacio VIII. El día 12 de mayo de 1310
fueron quemados en Francia cincuenta y cuatro Caballeros Templarios. El día 18 de
marzo de 1314, se asesinó mediante fuego a treinta y nueve Caballeros Templarios. Cuatro dáas mas tarde, el 22 de marzo de 1314, fue también asesinado en la
hoguera Jacques De Molay, quien fuera el gran Maestro de los Templarios. El Santo Padre católico estaba dispuesto a asesinar a cuantas personas no estrictamente
ortodoxas encontrara. En los actuales tiempos, en que se acusa al fanatismo religioso musulmán, habría que recordar la negrísima historia de la Iglesia Católica.
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ALEMANAS
Cuando uno ha visto muchas mujeres alemanas, incluso una vaca os
resulta placentera.
Paul Claudel. Journal.
Grandes pies, grandes brazos, grandes orejas, he ahí tres cosas que
invariablemente encontraremos en toda mujer alemana, sea del norte o del sur.
J. Gran-Carteret. La femme en Allemagne.
Las mujeres alemanas comen mucho y demasiado a menudo. Así se
ponen de corpulentas…
Anne Fay. Music Study in Germany.
La francesa pisa suavemente, la alemana marcha al modo militar, y
donde ella pone el pie, no vuelven a nacer las flores.
Marc Henry. Au pays des maîtres chanteurs.
ALIANZA
Las costumbres de fin de siglo –se refiere al XIX– nos han enseñado
que los hombres bien educados se quitan su Legión de Honor antes
de entrar en un burdel. Pero jamás he encontrado una mujer que se
quite su alianza de bodas antes de meterse en la cama de su amante.
Armand Salacrou. Souvenirs.
ALMA
El secreto del alma de las mujeres consiste en carecer de ella en
absoluto.
Enrique Jardiel Poncela.
La mujer no sabe separar el cuerpo del alma.
Charles Baudelaire. Mon coeur mis à nu.
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Me pregunto si a un hombre le puede interesar el alma de una mujer
que tiene las piernas demasiado cortas.
Henry de Montherlant. Carnets.
Un gran filósofo situaba el alma de los hombres en la glándula pineal. Si pretendiéramos localizar el alma de las mujeres… yo sé bien
dónde la encontraría.
Denis Diderot. Les bijoux Indiscrets.
ALTAR
Sitio donde antiguamente el sacerdote arrancaba, con fines adivinatorios, el intestino de la víctima sacrificial y cocinaba su carne para los
dioses. En la actualidad, el término se usa raramente, salvo para aludir al sacrificio de su tranquilidad y su libertad que realizan dos tontos de sexo opuesto.
Ambrose Bierce. Diccionario del diablo
AMA DE CASA
En un día promedio un ama de casa gasta energía suficiente para
superar la fuerza de gravedad y mover una cuchara en equilibrio en el
borde de un vaso hasta unos cinco centímetros hacia arriba.
Stephen Baker. Cómo vivir con una mujer neurótica
AMANTE
Ser que comienza siendo un poeta y acaba convirtiéndose en un ginecólogo.
Cioran. Syllogismes de l’amertume.
La más grande venganza que podéis llevar a cabo contra el amante de
vuestra mujer, es dársela para siempre.
Sacha Guitry. La Pèlerine écossaise.
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Lo difícil para una mujer no es encontrar el primer amante, sino
encontrar el último.
Edmond Jaloux.
El hombre y la mujer han nacido para amarse, pero no para vivir juntos. Los amantes célebres de la historia vivieron siempre separados.
Noel Clarasó.
Una mujer que os ama es un ángel; una mujer que tiene dos amantes,
es un monstruo; una mujer que tiene tres amantes, es una mujer.
Victor Hugo. Tas de pierres.
Se nos prohíbe pasar la noche con la mujer de los amigos. Bien;
entonces ¿con quién la pasamos?
Lucien Guitry.
Una amante estraga tanto como una mujer cuando no se tiene más que
una.
Lord Byron.
Casarse con una amante es como hacer carne picada de una pierna de
cordero.
Jean-Louis Commerson. Les pensées d’un emballeur.
AMAR
Es conveniente enamorarse al menos una vez en la vida. De esa forma, se os quitarán las ganas de volver a hacerlo.
Yvan Audouard. Les pensées.
¿Para qué amar a las mujeres vivas, de carne y hueso? Mejor era soñar,
seguir soñando.
Leopoldo Alas, Clarín. La Regenta
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IMPURA
Doce veces impura, doce edades impura, doce universos impura.
Impura por toda la eternidad, y cómo volver a casa, al colegio, al
refectorio de las monjas o al cuarto de labor de mamá. Todo ha sido
así en España y en el mundo, y si a la mujer se la rodea de flores, si se
le dice todo con flores es porque hay un convencimiento secreto de
que la mujer huele mal.
Francisco Umbral. Carta abierta a una chica progre.
INGLESA
La mujer inglesa no tiene senos. Y a pesar de todo el puding que ellas
tragan diariamente, lo único que consiguen es acumular kilos.
Philippe Val. La grosse Bertha.
La inglesa es perezosa. Su tipo no es bello. Son las amazonas que
provocaron horror a las legiones romanas hace dos mil años.
Filadelf Gorilla. L’homme, singe dégénéré.
Ya sabéis que la palabra miss en Inglaterra significa mujer: Pero no hay
que olvidar que también significa que falta algo, que algo se ha perdido.
Hervé Lauwick. Les femmes vues de près.
Observad el modo de andar de las inglesas; no se encuentra en ningún país del mundo más bellos patos.
Friedich Nietzsche. Más allá del bien y del mal.
Todas las inglesas hacen pensar en las cosas menos elegantes y las
menos atractivas.
Soffici, Itinerario inglese.
Las mujeres inglesas no andan, marchan como los soldados; son
todas demasiado grandes, el pie inmenso.
Jules Vallès. La rue à Londres.
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Cuando una mujer inglesa se viste no es una mujer, es una catedral. No
se piensa en seducirla, sino en demolerla.
A.Vignola. Toutes les femmes.
INSTINTO
En las mujeres, el instinto equivale a la perspicacia de los grandes
hombres.
Honoré de Balzac.
INVENTO
No podría comparar a mi mujer mejor que definiéndola como un
invento francés; soy yo el que la ha descubierto, son otros los que
disfrutan de ella.
Henri Duvernois. La lune de fiel.
ISABEL II DE BORBÓN
La Isabel tiene más bigote que el felpudo de palacio. Te da un beso y
te cepilla la caspa del abrigo.
Guillermo Fesser y Juan Luis Cano. Grandes disgustos de la Historia de
España.
ITALIANA
Las mujeres italianas están más a gusto en su país cuando los hombres
lo han abandonado. Pudiera ser: por lo menos pueden descansar
durante unas semanas de la pesadez de sus compatriotas y recibir a los
extranjeros con los brazos abiertos.
Ramón de España. Europa mon amour.
Las mujeres italianas tienen el sexo en la cara.
Stendhal. Le Voyage en Italie.
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PERVERSIDAD
Una mujer sólo comunicará la perversidad de un corazón a otra
mujer.
Mme. De Staël. Corinne.
PERFIDIA
Todas las mujeres son pérfidas, artificiosas, vanidosas, curiosas y
depravadas.
Alfred de Musset. On ne badine pas avec l’amour.
La perfidia y la traición son las cualidades de las que las mujeres hacen
un uso más habitual.
Madame de Sévigné. Correspondance.
Con la perfidia de las mujeres se consigue curar los celos.
Jean de la Bruyere
PERLAS
Es en las mujeres, no en las ostras, donde se encuentran las perlas.
Barbey d’Aurevilly. Pénsées détachées.
PEOR
Lo peor que hay en el mundo son los hombres y las mujeres.
Enrique Jardiel Poncela. La mujer como elemento indispensable para la
respiración.
PÉRFIDA
¡Oh, qué ser más pérfido es la mujer! Hasta ahora nadie sabía de
quién estaba enamorada la mujer. Yo fui el primero en descubrirlo. La
mujer está enamorada del demonio.
Gogol. Noche de mayo.
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