La Eneida - IES Emilio Alarcos

Transcripción

La Eneida - IES Emilio Alarcos
La Eneida Introducción
Virgilioysuépoca
La biografía de Virgilio nos ha llegado bien documentada a través de múltiples testimonios, no sólo por el gran interés que su obra suscitó a lo largo de los siglos, sino también porque fue uno de los pocos autores que disfrutó en vida de la admiración de sus contemporáneos. Publius Vergilius Maro nació el 15 de octubre del año 70 a.C. en la Galia Cisalpina, cerca de Mantua, en una aldea llamada Andes. Por tanto, no era un romano sino un itálico del norte. Su padre era un campesino acomodado, lo cual le permitió una formación letrada que le llevó de Milán a Roma. Todo ello transcurría en unos años en los que Italia se veía sacudida por las guerras civiles. En Roma el joven Virgilio conocerá a la élite de la sociedad que se preparaba para la carrera política o bien adquiría normas de elocuencia: al círculo poético liderado por Catulo, al joven Octavio, futuro emperador de Roma, y a Galo, un poeta que se habría de convertir en su mejor amigo. La personalidad tímida y retraída de Virgilio y su poca salud (pues padecía frecuentemente del estómago y del pecho) le hicieron alejarse de Roma en busca del clima benigno de Nápoles, en la región de Campania. Desde allí irá viendo la luz su producción poética: en primer lugar diez poemas de contenido pastoril conocidos como las Églogas o las Bucólicas (42‐39); después un poema en cuatro libros, las Geórgicas (37‐30 a.C.), en los que no se ensalza ya la naturaleza sino su modificación por parte del hombre; y finalmente la Eneida (39‐19 a.C.), un poema épico en doce cantos cuya redacción le ocupó hasta el final de sus días. A los 51 años de edad decidió ir a Grecia a conocer algunos de los paisajes que describía en su epopeya mientras la revisaba. En Megara (una pequeña ciudad próxima a Atenas) se encontró con Augusto, que regresaba de Oriente, y juntos volvieron a Italia. Pero cayó gravemente enfermo y tuvo que detenerse en Brindisi, donde murió el 21 de septiembre del 19 a.C. Sus restos fueron trasladados a Nápoles y allí, sobre su tumba, se grabó un epitafio en dos versos que él mismo había compuesto: Mantua me engendró; Calabria me raptó; me retiene ahora Parthenope1. He cantado los pastos, los campos y a los generales. En ellos condensó Virgilio la importancia del espacio en su recorrido vital y en su producción poética, así como el objeto de su obra: los pastos (Églogas), los campos (Geórgicas) y los generales (Eneida), una creación excepcional que sacrificaba lo personal en beneficio de los planes de Augusto, que pretendía reconstruir los valores nacionales. 1
Parthenope, antiguo nombre de Nápoles, (vid. glosario mitológico). 2 La Eneida La Eneida abejas, la resonancia de los vientos,...), el uso de arcaísmos y helenismos para dejar sentir los ecos homéricos, y todo tipo de figuras retóricas armónicamente organizadas. El poeta se vio obligado a contar una historia que abarcaba muchos siglos (desde el s. XII a.C., fecha que se atribuye a la destrucción de Troya, hasta el siglo de Augusto) y para ello adoptó un punto de vista novedoso, contemplando la historia desde el final: para él todo es pasado, mientras que Eneas y sus compañeros miran hacia el futuro. Técnicamente Virgilio resuelve con gran maestría este reto, pues la acción del poema transcurre en un año, desde la tormenta en Sicilia hasta el asentamiento en el Lacio. Pero esta temporalidad se va dilatando: hacia atrás, con el relato de las aventuras transcurridas en siete años que Eneas contará a petición de Dido; hacia delante con las referencias a la fundación de Roma. De esta manera Virgilio ve a través de otro, simulando una objetividad máxima, y al mismo tiempo intenta transmitir el impacto que la destrucción de Troya provocó entre los que la sufrieron. La Italia de Virgilio LaEneida
Animado por el propio Emperador, Virgilio empezó a escribir la Eneida en el año 30 a.C. tras la victoria de Augusto en Accio, y aún no la había concluido cuando en el año 19 le sobrevino la muerte. Se trata de un poema épico de unos 9.896 versos escritos en el mismo patrón métrico que las obras homéricas (el hexámetro dactílico) y distribuidos en doce cantos o partes. Narra la huida de Troya y las aventuras de Eneas hasta llegar al Lacio, donde tiene que luchar con diversos enemigos para lograr establecer la nueva Troya, según el mandato de los dioses. Pero más allá de esta simple trama se deja sentir una honda significación política: se ocupa, por connotación, de la historia de Roma y del pueblo romano. Eneas contrae matrimonio con tres princesas de sangre real en tres lugares distintos: en Troya con Creusa, en Cartago con Dido y en Italia con Lavinia, de modo que se ve investido príncipe de tres mundos: Oriente, África y Occidente. Virgilio no tuvo libertad para escoger su tema (Roma y Augusto) pero sí el material para desarrollarlo, y ello se lo proporcionó el legado homérico. Aun así no debe juzgarse la Eneida por el alejamiento de sus modelos, bien al contrario, Virgilio aceptó la convención de asumir la obra poética transmitida por tradición como punto de partida; su originalidad consistió en ser capaz de fabricar un nuevo producto poético con aquellos materiales. Desde un punto de vista formal, hay en el poema dos partes bien diferenciadas: los seis primeros capítulos parecen hechos a imagen de la Odisea (libro de viajes), y los seis restantes parecen imitar la Ilíada (libro de contiendas bélicas). Mientras que desde el punto de vista de los personajes podría dividirse en tres secciones: los cuatro primeros cantos giran en torno a la princesa Dido, los cuatro centrales sobre Eneas y los cuatro últimos sobre Turno, enemigo latino de Eneas. El personaje central, el troyano Eneas, se aproxima más al modelo de héroe homérico representado por Héctor que al de Aquiles o el propio Ulises, pues a las virtudes guerreras añade la conciencia del deber, la abnegación y el sometimiento a la voluntad divina, cualidades todas ellas que Virgilio resumía con el término pietas. Además Eneas es paradigma de clemencia, dignidad y una profunda humanitas, lo cual supone una mayor humanización del héroe y del género épico. En cuanto a la técnica narrativa destaca la abundancia de comparaciones efectistas así como muchas imágenes tomadas de la naturaleza (el zumbido de las InfluenciadelaEneidaenlaliteraturaposterior
Sin duda la Eneida ha sido la obra de la literatura latina que mayor influencia ha ejercido en la literatura universal. Al igual que su autor, disfrutó del reconocimiento de sus contemporáneos hasta el punto de que se convirtió en el texto escolar más utilizado. Se copió una y mil veces en los distintos monasterios del Medievo y, siguiendo su ejemplo, se llegaron a escribir los grandes poemas épicos europeos como el Alexandreis de Gautier de Chátillon (origen del Libro de Alexandre). Además Dante 3 El viaje de Eneas 4 La Eneida La Eneida inmortalizó a Virgilio en su Divina Comedia convirtiéndolo en un personaje de ficción que le sirvió de guía en su particular descenso a los Infiernos. El Renacimiento conocerá la proliferación de grandes poemas épicos en las diferentes lenguas europeas: Os Lusiadas de Luis de Camôens, Jerusalem Liberada de Torcuato Tasso, La Araucana de Alonso de Ercilla, The Lost Paradise de John Milton..., todos ellos herederos directos de la obra virgiliana, temática y estilísticamente. Añadamos finalmente que bajo su influjo las diferentes lenguas se enriquecieron y ampliaron sus registros expresivos. Nuestraedición
Adaptar una obra de estas características y hacerla accesible a un público poco habituado al formato épico ha requerido no pocas licencias por nuestra parte. En primer lugar hemos partido de un hecho histórico: Virgilio murió sin concluir la Eneida y pidió que ésta fuera destruida. Augusto, sin respetar su última voluntad, encargó a Plocio Tuca y Lucio Vario (dos amigos de Virgilio), que revisaran el poema y lo publicaran sin ningún añadido a los versos incompletos, efectuando aquellas supresiones que a su juicio podría haber realizado el propio autor. En esta tarea invirtieron aproximadamente un año, de manera que en torno al 17 a.C. Tuca y Vario tuvieron preparado el trabajo para satisfacción de su Emperador. Así pues, hemos tomado esta circunstancia como punto de partida de nuestro capítulo cero: Un encargo póstumo. La conversación entre los dos amigos y editores de la Eneida pretende centrar algunas circunstancias de la vida y la obra de Virgilio, y exponer en traducción directa los primeros once versos del poema donde el autor resume la trama argumental. Para el resto hemos mantenido la división en doce partes, recordando la original, hemos aligerado los pasajes de descripción bélica y de secuencias que no eran esenciales para la comprensión de la línea argumental central. Con respecto al vocabulario, hemos respetado el registro arcaizante cuando la escena lo requería y resultaba significativo para la acción, pero en lo posible hemos decidido actualizar el léxico y simplificar los giros en beneficio de la comprensión. En algunas ocasiones, hemos añadido alguna información de carácter mitológico que ayudara a comprender la situación argumental, pues las apariciones divinas eran numerosísimas y esto, o bien obliga a frecuentes consultas en un diccionario mitológico, o bien entorpece la comprensión. No obstante hemos optado también por añadir un pequeño glosario de términos mitológicos y geográficos para facilitar la lectura. Esta adaptación novelada de la Eneida pretende ser un primer paso en el acercamiento al texto de Virgilio; perseguimos además suscitar la curiosidad de los lectores para leer el poema original. En el camino podemos deleitarnos con excelentes traducciones, algunas respetuosas con el verso, otras con el tono arcaizante, todas ellas herederas de una sólida tradición filológica. 5 6 La Eneida La Eneida La Eneida
Virgilio
Unencargopóstumo
La luz del sol lamía apenas las columnas y recortaba su silueta en el foro. La tarde avanzaba y se empezaban a encender las pequeñas lamparillas de aceite en los hogares. En el estudio de la casa de Lucio Vario las candelas alumbraban algo más que una simple estancia, pues una gran empresa estaba a punto de ver la luz. VARIO: «Creo, querido Tuca, que debemos dejar ya el estilo y las tabletas, pues la obra de nuestro amigo no admite ya más revisión. ¡Cuántas veces debió él mismo comprobar cada uno de los versos! ¡Y cuántos años dedicados a tal proyecto!». TUCA: «En efecto, parece ser que no consideró suficientes los once años que dedicó a elaborar su Eneida, sino que había decidido revisarla conociendo en propia persona los paisajes que describía en su poema. Ése y no otro fue el motivo de su desgraciado viaje a Grecia». V.: «¿Recuerdas cuando le visitamos en Brindisi? Su mal estado de salud le obligó a regresar a la península, pero las fiebres no le dejaron ir más allá de esa ciudad portuaria. Y en su delirio no cesaba de repetir su última voluntad: que quemaran su Eneida. Siempre que recuerdo aquellos últimos días me asaltan aún las dudas de hacia qué lado debía inclinarse mi voluntad». T.: «Ciertamente la nuestra ha sido una dura tarea de difícil elección, pues nuestro afecto por Augusto y por Roma no es menor que el que ambos sentíamos por Virgilio. La grandeza y la trascendencia de ese poema están fuera de toda duda, pero reconozco que el encargo que el emperador nos hizo de pulir y publicarla obra de nuestro amigo puso a prueba mis más íntimas convicciones». V.: «Hay quienes critican a Virgilio por haber dedicado a Augusto el poema, y parecen olvidar que Roma vivió un periodo excesivamente largo de guerras civiles y que Augusto resultó ser su gran vencedor. Virgilio pasó toda su juventud en medio de guerras, sufrió las secuelas de la revolución de Catilina, vivió el desastre del primer triunvirato, la guerra civil del 49 al 45 a. C., la posterior dictadura, el asesinato de César, el segundo triunvirato, y finalmente el duelo por el poder entre Marco Antonio y Octavio y la victoria de este último en la batalla de Accio en el año 31 a.C. ¡Cómo no iba a saludar con agrado el advenimiento de la paz al mundo romano! »Pero también hay quienes critican su falta de originalidad frente a Homero. Y olvidan que la forma es eterna y que no es de nadie. Que el verdadero artista es aquel que embellece lo prestado y busca el asombro poético. Aquél que es capaz de susurrarnos con nuevos acentos nuestros temores más viejos y nuestras más arraigadas esperanzas». Eneas llevando a su padre. (Detalle)
El incendio del Borgo, 1514‐15. Rafael. Estancias Vaticanas T.: «Así es, amigo mío. ¿Recuerdas las palabras que Platón ponía en boca de su maestro Sócrates? Él decía que las ideas y los argumentos son como semillas inmortales que hay que dejar plantadas para que la posteridad las haga germinar de nuevo. Y con esa generosidad y humildad es con la que hay que leer a Homero desde Virgilio». 8 7 La Eneida La Eneida V.: «Yo creo que Virgilio sí fue consciente de su misión. Muchos poetas antes que él habían intentado un ambicioso canto a Roma y a sus ideales. Él sabía que iba a rivalizar con ellos e incluso con los griegos, y no dudo que en muchos momentos debió sentir una cierta angustia por la responsabilidad». CapítuloI
T.: «Tal vez, querido Vario, y no menor que la nuestra ahora que nos vemos en la obligación de dar a conocer la obra póstuma de nuestro amigo. Cuanto más leo y releo sus versos más admiración siento por su proporción y su capacidad de síntesis. Y como muestra valgan los once primeros versos de su Eneida: Existió en la antigüedad una lejana ciudad, situada en África frente a las costas de Italia y la desembocadura del río Tíber, de grandes riquezas y muy temida por su afán guerrero. Su nombre era Cartago2 y la fundaron colonos venidos de la ciudad de Tiro3. Se decía que la diosa Juno la protegía más que a cualquier otra ciudad, y que la prefería incluso a la propia isla de Samos, en la que había nacido. Fue en Cartago donde estuvieron sus armas y su carro, y ya por entonces la diosa intentaba conseguir que fuese ésta la capital de todos los pueblos. "Canto las proezas y al héroe que, fugitivo por decisión del destino, llegó el primero desde la costa de Troya a Italia y a las riberas de Lavinio. Zarandeado por tierra y por mar durante mucho tiempo por la crueldad de los dioses, en especial por la cólera siempre viva de la rencorosa Juno, sufrió muchas desgracias en la guerra hasta fundar una ciudad e introducir sus dioses en el Lacio. De allí nacieron la raza latina, los padres de Alba y los muros de la altiva Roma. "Musa, recuérdame las causas, por qué ofensa a la divinidad o por qué motivo la reina de los dioses empujó a sufrir tantas desgracias y a afrontar tantos sufrimientos a un hombre que se distinguía por su piedad. ¿Acaso los dioses albergan tanta ira?" T.: «En ellos Virgilio resume todo el plan de la obra: la huida de Troya, las peripecias de Eneas por tierra y mar, y las guerras de la remota historia itálica. »¡Oh, musas, guiad nuestra impericia e insuflad poéticos sones a nuestros remiendos! Para que las gentes de todos los rincones puedan disfrutar de este poema a través de los tiempos». LacóleradeJuno
Pero había oído que una raza de sangre troyana había de derribar las fortalezas tirias4, pues así lo hilaban las Parcas. Y Juno, la hija de Saturno, temía estas cosas y recordaba la antigua guerra en la que griegos y troyanos se enfrentaron durante diez largos años. Todo empezó cuando Paris, uno de los hijos de Príamo, rey de Troya, resultó elegido como juez de una disputa entre tres diosas: Juno, Venus y Minerva, enfrentadas por saber cuál de ellas era la destinataria de un envenenado regalo de Éride, la diosa de la discordia. Ésta, enojada por haber sido excluida de las bodas de la ninfa Tetis y de Peleo, rey de los mirmidones, había dejado una manzana de oro con una inscripción que decía: "para la más bella". Cada diosa prometió al joven príncipe una recompensa en caso de resultar elegida, y así Minerva le había de proporcionar sabiduría, Juno riquezas, honor y poder, y Venus le prometió una mujer tan bella como ella. Paris acabó decantándose por la diosa Venus y con ello obtuvo a cambio el amor de Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta. Pero también provocó la ira de los griegos, que dirigieron sus naves contra Troya para recuperar a Helena y el honor perdido, y al mismo tiempo la desgracia de los troyanos, víctimas del asedio y la destrucción, y por último la cólera de Juno y Minerva al sentirse rechazadas, quienes se convirtieron a partir de entonces en divinidades adversas a los intereses troyanos. Esta afrenta le quemaba en el corazón a Juno, la esposa de Júpiter, y por ello alejaba de las costas del Lacio a los troyanos supervivientes, dejándolos a merced de las olas del mar, pues hacía ya muchos años que erraban por los mares impelidos por los designios divinos. Y dando vueltas a tales pensamientos en su corazón, la diosa llegó a Eolia, patria de las tormentas, un lugar lleno de devastadores vendavales. Allí el rey Eolo retiene en una gran cueva y somete a prisión a los bravos vientos y a las sonoras tempestades que, furiosas, rugen en el interior de su cárcel llenando la montaña de gran estruendo. El omnipotente Júpiter así lo decidió y les asignó un rey que supiese gobernarlos para que su ímpetu descontrolado no arrastrara consigo mares, tierras y cielo. Entonces Juno suplicándole dijo: 2
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9 Ciudad del norte de Africa, fue fundada por los fenicios o tirios. Ciudad fenicia, de donde procedía Dido, también llamada Sidón. Relacionado con la ciudad fenicia de Tiro o de Cartago. 10 La Eneida La Eneida —«Eolo, has de saber que un pueblo enemigo mío navega por el mar Tirreno, llevando a Italia Troya y sus Penates vencidos. Desencadena la fuerza de los vientos destruye sus naves, dispérsalos y esparce sus cuerpos por el mar. Si así lo haces, te daré por esposa a Deiopea, la más hermosa de las ninfas. Eolo respondió: —«Tus deseos son órdenes para mí» Y dicho esto empujó con la punta de su lanza el hueco monte y salieron los vientos como un ejército en marcha: el Euro, el Noto y el Áfrico se tendieron sobre el mar y empujaron enormes olas en dirección a la costa. A continuación se escuchan los gritos de los hombres, una noche oscura se extiende sobre el mar y todo amenaza con una segura muerte. Mientras Eneas se lamentaba de no haber sucumbido en los campos de Troya, la tempestad golpea de frente su nave y levanta las olas hasta el cielo. Se rompen los remos, la proa gira y ofrece a las olas su flanco. Una montaña de agua se abate sobre ellos y las naves desaparecen devoradas por un impetuoso torbellino. Flotando entre las olas se pueden ver las armas de los héroes, las tablas y los tesoros de Troya. Entretanto Neptuno, alertado por el murmullo que surge del mar, asoma su sereno rostro por encima del agua. Ve la flota de Eneas dispersa por el mar y a los troyanos a merced de las olas y del cielo. Al punto, adivinando en todo ello la furia y las tretas de su hermana Juno, convoca a los vientos y les dice así: ¿Cómo os atrevéis a perturbar cielo y tierra y a levantar esas olas sin mi permiso? Marchaos rápidamente y decid a vuestro rey que no es a él sino a mí a quien se le ha dado el dominio sobre el mar y el terrible tridente. Así habló, y al instante calma las aguas embravecidas, ahuyenta las nubes y hace salir el sol. Cimótoe, una de las nereidas, y Tritón, hijo de Neptuno, sacan las naves de entre las rocas, y el propio dios las levanta con su tridente, calma las aguas y se desliza con su carro por encima de las olas. Los compañeros de Eneas, agotados, intentan alcanzar la orilla y se dirigen a las costas de Libia. En un lugar apartado hay una profunda bahía en la que una isla forma un puerto. Encima, un grupo de árboles mecen sus hojas al viento y el bosque desde arriba extiende su siniestra sombra. Enfrente hay una cueva y en su interior aguas tranquilas y asientos de roca viva: es la morada de las Ninfas. Allí se refugió Eneas con las únicas siete naves que pudo recuperar de su flota. Mientras sus hombres toman posesión de la playa y se procuran alimentos, Eneas sube a lo alto de una roca y otea el horizonte por ver si divisa algunos de sus compañeros extraviados. Pero en lugar de naves descubre un rebaño de ciervos que corretea por la orilla. Con sus propias armas consigue derribar a siete de ellos, tantos como naves poseía. Después regresa al puerto y reparte entre sus hombres el botín junto con el vino que les quedaba, e intenta reconfortarlos con estas palabras: —«¡Compañeros que habéis sufrido peores desgracias! Un dios pondrá fin también a éstas. Os habéis acercado a las rocas que hace resonar la temible Escila; habéis conocido los peñascos de los Cíclopes: recuperad vuestro ánimo y no tengáis miedo. A pesar de los peligros nos dirigimos al Lacio, donde los dioses nos prometen una sede tranquila. Allí haremos resurgir el reino de Troya. Tened valor y preparaos para tiempos mejores». Con estas palabras de aliento intentaba infundir esperanza y esconder el dolor de su corazón. Y ya casi había terminado, cuando Júpiter contemplando desde lo alto del cielo el mar, la tierra, las costas y los vastos pueblos, se detuvo a mirar el reino de Libia. En ese momento Venus, triste y llorosa, se dirigió a él y le dijo: —«iOh tú, que gobiernas a hombres y dioses y los atemorizas con el rayo! ¿Qué falta tan grande ha cometido contra ti mi hijo Eneas?5 ¿Qué han podido hacer los troyanos, para que, después de haber sufrido ya tantas desgracias, todo el orbe les cierre la entrada a Italia? ¿Por qué has cambiado de opinión, cuando me habías prometido que de la sangre de Teucro habrían de nacer los romanos, conductores de pueblos, quienes dominarían las tierras y el mar? »Yo me consolaba de la caída y ruina de Troya esperando para éstos mejores designios. Y en cambio ahora les persigue la misma suerte. ¿Cómo acabarán, gran rey?6 Antenor7, tras huir de los aqueos, pudo entrar en el golfo de Iliria. Allí fundó la ciudad de Patavio y estableció la sede de los teucros8, dio nombre a su pueblo y depositó las armas de Troya. Ahora descansa tranquilamente en paz. Pero nosotros, tus descendientes troyanos, a quienes prometes un lugar en el cielo, después de perder las naves somos abandonados por la cólera de una sola deidad y se nos expulsa de las costas de Italia. ¿Acaso es ésta la recompensa a nuestra piedad? ¿Así nos devuelves el poder?». El padre de hombres y dioses, sonriendo con la misma expresión con la que apacigua el cielo y las tempestades, besó a su hija y le dijo: —«No tengas miedo Citerea9, los destinos de los tuyos se mantienen inmutables; verás la ciudad y las murallas de Lavinio, y encumbrarás al magnánimo Eneas; no he cambiado de opinión. Él librará una importante guerra en Italia, someterá a pueblos feroces e impondrá a los hombres leyes y murallas durante tres años. Su pequeño hijo lulo Ascanio gobernará durante treinta años, trasladará su reino a Lavinio y fortificará Alba Longa. Desde ese momento los descendientes de Héctor reinarán en esta ciudad durante trescientos años, hasta que una joven sacerdotisa, Ilia, hija de un rey, fecundada por el dios Marte, dé a luz a dos gemelos: Rómulo y Remo. El primero de ellos, orgulloso de la rojiza piel de su loba nodriza, gobernará, levantará las murallas de 5
Eneas, caudillo de los troyanos supervivientes a la guerra y fundador de la futura Roma, era hijo de la diosa Venus y del troyano Anquises. 6
Júpiter, soberano de Olimpo. 7
Antenor, rey de Tracia, fue un gran aliado de los troyanos. 8
Los troyanos reciben también el nombre de teucros porque su primer rey se llamaba Teucro. 9
Sobrenombre de la diosa Venus. 11 12 La Eneida La Eneida Marte en Roma y bautizará a los romanos con su nombre. A ellos yo no les pondré límites: les he dado un imperio sin fin. Es más, la cruel Juno cambiará sus planes y favorecerá a los romanos. Ésta es mi voluntad: »Un tiempo vendrá en el que nacerá un César troyano de noble origen, que extenderá su poder hasta el Océano y su fama hasta los astros: Julio, nombre heredado del gran lulo. También será recibido en el cielo cargado con los despojos conquistados a Oriente. Se le invocará con súplicas. Y una vez finalizadas las guerras, se apaciguarán las generaciones. Se dictarán leyes con la supervisión de la diosa Vesta, la Fe, y los gemelos Rómulo y Remo. Las puertas del templo de la Guerra se cerrarán para siempre. El impío Furor, sentado dentro sobre sus armas y con las manos atadas a la espalda por cien nudos de bronce, bramará estrepitosamente con su boca ensangrentada». Tras decir esto, envía a Mercurio, el mensajero de los dioses, para que la nueva Cartago ofrezca hospitalidad a los teucros y para que la reina Dido no los expulse de sus fronteras por desconocer la voluntad divina. Con sus alas cruza el cielo y llega rápidamente a las costas de Libia. Cumpliendo las órdenes del dios supremo consigue que los cartagineses no sean hostiles y que la reina Dido se muestre benévola con ellos. Por su parte Eneas decidió explorar aquellos lugares. Ocultó su flota en un recodo del bosque y él, acompañado por Acates, echa a andar con dos lanzas de largo hierro en la mano. En medio del bosque le salió al encuentro su madre, la diosa Venus, con el aspecto de una doncella y con las armas de una joven espartana; como una cazadora, con un arco colgado de sus hombros y sus cabellos al viento. CapítuloII
Lahospitalidadcartaginesa
Eneas y su compañero Acates, asombrados al verla, se detuvieron; ella les habló así: —«¡Jóvenes! ¿Por casualidad os habéis encontrado con alguna de mis hermanas, ataviada con una piel de lince y armada con un carcaj, persiguiendo y acosando con sus gritos a un jabalí?». A la pregunta de la bella Venus, su hijo respondió: —«No he visto a ninguna de tus hermanas ni tampoco he escuchado sus gritos, pero ¿quién me lo pregunta?, no sé cómo nombrarte, pues tu aspecto no parece mortal, y el sonido de tu voz no se asemeja al del ser humano. Estoy persuadido de que eres de linaje divino, tal vez una ninfa, o, ¿por qué no?, la propia hermana de Apolo. Quienquiera que seas, protégenos y mitiga las fatalidades que estamos sufriendo. Infórmanos, pues empujados por vientos huracanados y por ingentes olas vamos errantes de un sitio a otro; desconocemos el lugar en el que nos encontramos, a qué costas hemos sido arrastrados, y qué tipo de gentes habitan estos lugares. Agradecidos, inmolaremos muchas víctimas en tu honor». —«No soy merecedora de tales consideraciones —replicó Venus—; mi atuendo es el propio de las doncellas de Tiro que, aficionadas al ejercicio de la caza, cuelgan sobre sus hombros un arco ligero y calzan coturnos de color púrpura que les cubren hasta las pantorrillas. Lo que estáis contemplando es un reino púnico10, el de los tirios, del linaje de Agenor11, pero situado dentro de los límites de los libios12, raza ruda y belicosa. Quien ejerce el poder es la reina Dido que, por miedo a su hermano, tuvo que abandonar Tiro, su ciudad natal. Larga es su historia y largas son también las penalidades que ha tenido que soportar; pero te narraré únicamente los detalles más relevantes y dignos de mención. »Dido estaba casada con Siqueo, el hombre más rico de Fenicia13, por quien sentía un gran amor. En Tiro reinaba en aquella época su hermano Pigmalión, un hombre muy cruel y ambicioso; un día, éste encontró a Siqueo orando ante el altar de los dioses Lares y al verlo desprevenido, sin tener en cuenta los sentimientos de su hermana y cegado únicamente por la posesión de las riquezas de su cuñado, lo asesinó. Durante mucho tiempo el crimen quedó encubierto y el impío, inventando muchos pretextos, engañó con vanas esperanzas a la infeliz amante. Hasta que, una noche, durante el sueño, a ella se le apareció la propia sombra de su marido, que aún permanecía insepulto, y, con el rostro desencajado por su gran palidez, le mostró el 10
Reino situado en el norte de África, sinónimo de cartaginés. Primer rey de Tiro, (vid. glosario mitológico). Pueblo del norte de África (vid en el glosario geográfico Libia). 13
Vid. glosario geográfico. 11
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13 14 La Eneida La Eneida ensangrentado altar y su pecho traspasado por la espada, y le desveló el crimen que en aquella casa se había cometido. Le aconseja que sin demora huya y se aleje de su patria, y, para facilitarle tal empresa, le revela la existencia y el emplazamiento de viejos tesoros escondidos con una incalculable cantidad de oro y plata. »Dido se siente trastornada ante semejante situación; pero siguiendo los consejos de Siqueo prepara la huida y busca personas que la respalden. Se unen a ella aquellos que sienten odio exacerbado hacia el tirano y los que le profesan un gran temor. Rápidamente se apoderan de unas naves y las llenan con todo el oro y la plata. Las riquezas anheladas por el avaro Pigmalión se hacen a la mar y es una mujer la encargada de llevar a buen fin semejante proyecto. Llegaron a esos lugares donde ahora verás construirse las grandes murallas y la ciudadela de la nueva Cartago, y les permitieron adquirir únicamente la extensión de terreno que se pudiera cubrir con una piel de toro. Con astucia Dido cortó esa piel en finísimas tiras y con ellas trazó el perímetro de la ciudad; por esa razón recibió el nombre de Byrsa, que significa "piel". »Pero, bueno, decidme quiénes sois, de dónde venís y adónde os dirigís». Eneas suspiró y con voz visceral respondió a estas preguntas: —«Diosa, si yo te contase desde el principio todas las desventuras que nos han acaecido y tú tuvieses tiempo de escucharme, antes de que hubiera podido terminar, Véspero, el lucero de la tarde, cerraría las puertas del Olimpo, y pondría fin al día. Nosotros procedemos de la antigua Troya, nombre que probablemente haya llegado a tus oídos, y, arrastrados a través de diversos mares, una tempestad, por casualidad, nos ha arrojado a las costas de Libia. Yo soy el piadoso Eneas, el que llevo en mis naves los Penates arrebatados de las manos enemigas, cuya fama ha llegado hasta las estrellas. Busco en Italia mi patria, de donde procede mi estirpe, la de Dárdano, hijo del supremo Júpiter y fundador del pueblo troyano. Inicié la travesía en el mar frigio con veinte naves, y, teniendo por guía a mi madre, la diosa Venus, seguía los avatares del destino; hoy tan sólo han quedado siete, las demás han naufragado presas de las grandes olas desencadenadas por la fuerza del Euro. Ahora, apátrida y desposeído de todo, recorro los desiertos de Libia, expulsado ya de Europa y Asia». Venus no pudo soportar por más tiempo sus lamentaciones y en medio de su dolor le interrumpió: —»Quienquiera que seas, no temas, no sufres el odio de los dioses inmortales ni has sido tampoco abandonado por ellos, pues, ya ves que te han permitido llegar hasta la ciudad de los tirios, donde tus males verás menguados; prosigue el camino y sin demora dirígete al palacio de la reina, pues sé que tus naves desaparecidas en la tormenta están a salvo, gracias a que los vientos del norte, los Aquilones, cambiaron de dirección, si es que aprendí bien de mis padres la ciencia de los augurios; mira a lo alto, ¿ves? hay un grupo de doce cisnes revoloteando en el cielo, ahora están felices, pues vuelven de nuevo a estar juntos después de que Júpiter, tomando la forma de águila, bajara desde su etérea morada y los dispersara por todo el firmamento. ¡Observa cómo celebran su encuentro con alegres aleteos, ¡cómo dibujan círculos en el aire y cómo cantan a plena voz! Lo mismo sucede con sus naves y tus compañeros, pues o bien se encuentran en el puerto, o bien con las velas todas desplegadas están ya entrando en él. ¡Anda, no te entretengas!, sigue el camino en el que te encuentras y darás con la ciudad de los tirios». Cuando terminó de hablar, se dio la vuelta; al instante, su cuello adquiere un brillo rosado, sus cabellos dorados emanan el olor divino de la ambrosía y los pliegues de su vestido caen suavemente hasta los pies, y, al empezar a andar, se aprecia enseguida el porte de su naturaleza divina. Eneas reconoce en ella a su madre y trata de darle alcance con sus palabras: —»¿Por qué tú también te ensañas con tu hijo14 y te burlas de él con falsas apariencias? ¿Por qué no puedo tocarte con mis manos, ni hablarte, ni escuchar tu propia voz sin engaños?». Con tales palabras la increpa mientras se encamina hacia la ciudad. Venus lanza sobre ellos una espesa niebla que los envuelve como si de una nube se tratara, de esta manera les protege para que durante el camino nadie pudiera verlos ni tocarlos, o causarles algún retraso, o preguntarles las razones de su llegada. Ella surcando los aires regresó a la isla de Chipre, a su ciudad preferida, Pafos, y contenta volvió a visitar su morada. Entretanto Eneas y Acates dirigieron sus pasos por donde el camino les señalaba. Llegaron a lo alto de una colina, desde la que se dominaba la ciudad y se contemplaban las murallas que se alzaban enfrente. Eneas quedó fascinado por los enormes edificios que no hace mucho eran rústicas chozas, le maravillan las puertas, el pavimento de las calles y el trasiego de las gentes. Los tirios se entregan al trabajo con gran ahínco: unos prolongan los muros, construyen la ciudadela y, haciendo rodar pesadas rocas con sus manos, las suben; otros escogen un lugar para levantar su casa y lo limitan con un surco. Se establecen las leyes, se eligen los magistrados y un senado intachable. En toda la ciudad el trajín es intenso, se asemeja a la actividad que desarrollan las abejas durante el verano. Y, al contemplar las regias construcciones de la ciudad, exclama Eneas: »¡Afortunados aquellos que ya están levantando sus muros!». De repente, avanzan él y su compañero Acates en medio de los tirios, se entremezclan con la multitud y nadie se da cuenta de su presencia, invisibles por la nube que les encubre. En medio de la ciudad crece un frondoso bosque que los cartagineses habían convertido en un lugar sagrado, pues, cuando ellos, arrastrados por las olas y los torbellinos, llegaron a estas costas, fue en ese lugar donde hallaron la primera señal que la regia Juno les había revelado, la cabeza de un enardecido caballo, símbolo de que aquella nación sería durante siglos poderosa en la guerra y opulenta en bienes. Allí la reina Dido estaba edificando un templo consagrado a Juno, grandioso por las numerosas ofrendas de los mortales y además por la incesante presencia de la propia diosa. Unas espléndidas escalinatas conducían hasta los umbrales, construidos en bronce, y de este magnífico metal eran también las vigas en las que se apoyaban y 14
Eneas se refiere a sí mismo pues, como se ha dicho antes, era hijo de Venus y Anquises. 15 16 La Eneida La Eneida todas las puertas. En este bosque, una repentina visión mitiga su gran temor y, por primera vez, Eneas se atreve a esperar la salvación y a concebir un prometedor futuro; pues, mientras al pie del templo esperaba a la reina Dido y admiraba los trabajos que en el templo y en la ciudad se estaban realizando, se percató de la decoración de las paredes: en ellas el artista había realizado magníficas pinturas que representaban en orden cronológico las batallas de Troya y la dilatada guerra que, al parecer, ya era conocida por todo el orbe. Allí puede ver a los atridas, Menelao y Agamenón, a Príamo y a Aquiles, cruel para ambos bandos; por un instante se detiene y, sin poder contener las lágrimas, exclama: —.Acates, ¿qué lugar del mundo no está al corriente de nuestras desdichas? Ahí puedes ver a Príamo, el glorioso rey de Troya; esta pintura es la recompensa a sus bellas acciones y el llanto por su infortunio; las desgracias humanas llegan al corazón de los hombres; no temas, pues estoy seguro de que esta popularidad nos proporcionará la salvación». Esto le dijo y durante mucho tiempo siguió alentando su espíritu con aquellas pinturas, mientras su rostro permanecía humedecido por incontrolables lágrimas; por un lado veía a los griegos luchando en torno a Pérgamo, ciudadela de Troya, por aquel tiempo invulnerable; por otro lado a los suyos, los frigios, huyendo ante el acoso del arrogante Aquiles subido en su carro y con el penacho del casco ondeando al viento. A continuación, con los ojos nublados por las lágrimas, contempla cómo las blancas tiendas del rey Reso, amigo del pueblo troyano, quedaron teñidas por la gran matanza. Durante la noche el hijo de Tideo, el valiente Diomedes, se lleva al bando griego los fogosos caballos del tracio Reso antes de que pudieran comer de los pastos troyanos y beber en las aguas del río Janto, pues se decía que, si lo hacían, Troya jamás podría ser tomada. Mientras el dardanio16 Eneas contempla admirado las imágenes allí representadas y no aparta la vista de ellas absorto en los recuerdos que le despiertan, llega al templo acompañada por un numeroso grupo de jóvenes la reina Dido, radiante e igual de deslumbrante que la diosa Diana cuando sale a recrearse en medio de sus compañeras, las ninfas de las montañas. La reina rodeada de sus guardias, sube hasta un elevado trono que hay en los umbrales del templo, donde acostumbra a administrar justicia, dictar leyes para sus súbditos y a distribuir el trabajo por igual. De repente se produce un gran revuelo, Eneas se vuelve y en medio de una expectante multitud contempla a Anteo, a Sergesto, al valiente Cloanto y a otros teucros17 desaparecidos en medio de la tempestad. Tanto él como su compañero Acates se han quedado perplejos, sienten alegría pero al mismo tiempo también temor; quieren estrecharles entre sus brazos pero, desconocedores de las circunstancias actuales, deciden permanecer ocultos, invisibles por la nube que les encubre, a la espera de ver cómo se desarrollan los acontecimientos, de averiguar cuál ha sido la suerte de sus compañeros, en qué costas han dejado sus naves y qué vienen a hacer. Después aparece Troilo, el menor de los hijos de Príamo, del que se vaticinaba que salvaría Troya si llegaba a cumplir veinte años, pero antes de llegar a esta edad fue muerto por Aquiles en una lucha desigual, pues perdió las armas y tuvo que huir; en la huida cayó del carro y, sujeto todavía a las riendas, fue arrastrado por sus caballos, dejando a su paso el rastro de su huella. Ahora el artista representa a las mujeres de Ilión15, quienes con los cabellos desordenados y golpeándose el pecho se dirigen al templo de la hostil Minerva, llevando humildemente como ofrenda un peplo, manto con el que ellas acostumbraban a vestir a sus tres diosas favoritas, pero la diosa con la cabeza vuelta mantenía los ojos fijos en el suelo. En otra pintura aparece Héctor arrastrado por Aquiles alrededor de las murallas de Troya; entonces Eneas, al contemplar los despojos de su amigo y al suplicante Príamo tender sus manos desarmadas hacia el vencedor, no pudo contenerse y exhaló un prolongado gemido. Se reconoció también a él mismo entremezclado con los caudillos griegos y al sobrino de Príamo, el rey Memnón, que, desde Etiopía había venido en ayuda de los troyanos. Allí aparece también la furibunda Pentesilea al frente de una gran tropa de amazonas, con su único pecho al descubierto sujetado por debajo por un cinturón de oro, una joven guerrera que sin miedo se atrevía a enfrentarse a valerosos hombres armados. 16
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Nombre que también recibe la ciudad de Troya. Nombre que reciben también los troyanos, pues Dárdano era considerado el fundador de la raza troyana. 17
Vid. Nota número 8. 17 18 La Eneida La Eneida CapítuloIII
Así habló Moneo, mientras todos los demás dárdanos asentían con un leve gesto de aprobación. Entonces Dido con el rostro ligeramente inclinado respondió brevemente: LosplanesdeVenus
Una gran multitud de tirios se agrupa en torno a estos troyanos que en medio del griterío se dirigen hasta el templo donde se encontraba Dido, para implorar de ella benevolencia. Llegados ante la reina y obteniendo el permiso para exponer sus requerimientos, Moneo, que era el mayor, empezó a hablar tranquilamente: —«¡Reina!, a quien Júpiter permitió fundar una nueva ciudad y moderar a unos pueblos bravíos con el apoyo de las leyes, nosotros, miserables troyanos arrastrados por los vientos a través de todos los mares, imploramos tu ayuda: no permitas que nuestras naves sean presa de las llamas, perdona a un pueblo piadoso y conoce bien nuestra situación. No venimos a destruir a los Penates libios, ni a llevarnos vuestras riquezas; en nuestro ánimo no hay deseo de lucha ni cabe tanta arrogancia en hombres que han sido vencidos. »Nos dirigimos a un lugar que los griegos llaman Hesperia por Héspero, el lucero que cada día al atardecer vislumbran a occidente; hace mucho tiempo esa tierra, muy poderosa en armas y de suelo muy fértil, fue habitada por colonos enotrios, procedentes de la región griega de la Arcadia; ahora sus descendientes la llaman Italia por el nombre de su antiguo rey Ítalo. Ese era nuestro camino, cuando, de repente, hizo su entrada en el cielo la constelación Orión que, tempestuosa como siempre, levantó un gran oleaje, nos arrojó a ocultos abismos y con la ayuda de los vientos del sur, los Austros, nos dispersó en medio de grandes olas y por entre arrecifes inaccesibles. Unos pocos hemos podido llegar nadando hasta vuestras costas. »Pero ¿qué raza de hombres es ésta? o ¿qué patria tan bárbara permite que seamos tratados tan duramente que, en lugar de darnos hospitalidad, se nos amenaza con la guerra y se nos impide poner el pie en la orilla? Si menospreciáis el linaje de los hombres y las armas de los mortales, tened en cuenta al menos a los dioses que no se olvidan de las buenas ni de las malas acciones. »Nuestro rey era Eneas. No hubo otro hombre más generoso ni más piadoso, ni más audaz en la guerra. Si el destino quiere que aún respire la brisa del éter y no descanse en las crueles sombras, no te arrepentirás de haber sido la primera en mostrar generosidad para con nosotros; también tenemos en las regiones de Sicilia al noble Acestes, nacido de sangre troyana. «Permítenos sacar a la playa nuestras naves maltrechas por los vientos y repararlas con madera de tus bosques para que, después de encontrar a nuestros compañeros y a nuestro rey, si no han perecido, naveguemos contentos a Italia y al Lacio; pero, si por el contrario se nos ha arrebatado toda salvación, y a ti, padre protector de los teucros, te guarda en sus profundidades el mar de Libia y no nos queda ni tan siquiera la esperanza de lulo, regresaremos por lo menos a Sicilia, de donde salimos, y allí nos presentaremos ante el rey Acestes». —«Teucros, alejad el miedo de vuestro corazón, abandonad las preocupaciones. Las duras circunstancias y la reciente creación de mi reino me obligan a tomar tales medidas y a proteger los límites de mis fronteras. ¿Quién no ha oído hablar del pueblo de los Enéadas? ¿Quién no conoce la ciudad de Troya, sus proezas, sus héroes o el incendio que puso fin a tan gran guerra? Nosotros, los púnicos, no tenemos corazones tan insensibles, ni el Sol engancha sus caballos tan lejos de la ciudad Tiria. Ya queráis ir a la gran Hesperia y a aquellos campos donde Saturno había ostentado el mando durante la Edad de Oro, ya a los confines del monte Érix en Sicilia donde reina Acestes, podéis contar con mi ayuda para la partida, os proporcionaré los recursos que preciséis. Pero si por el contrario, determináis queda‐ros en este reino con los mismos derechos que mis súbditos, esta ciudad que estoy construyendo es vuestra; sacad las naves a la orilla, yo trataré por igual a troyanos y a los tirios y no haré ningún tipo de discriminación. ¡Y ojalá que vuestro rey Eneas en persona llegue a estas mismas costas empujado por el Noto, ese viento favorable que al mediodía sopla desde el sur! Yo enviaré a mis mejores hombres para que recorran la costa y busquen en los lugares más alejados de Libia, por si arrojado por las olas anda perdido por algún bosque o ciudad». El valiente Acates y el honorable Eneas se sienten animados por las palabras de Dido y ansían salir del interior de la nube. De los dos es Acates el primero que se decide a hablar: —«¡Hijo de una diosa! ¿Qué piensas hacer ahora? Ves que todo parece seguro, has vuelto a encontrar nuestras naves y a nuestros compañeros. Solamente falta uno, al que nosotros mismos vimos hundirse en las profundidades del mar; todo lo demás se ha cumplido tal como tu madre, la diosa Venus, nos había vaticinado». Apenas había terminado de hablar cuando la nube que los envolvía se disipó y se perdió entre el inmenso cielo. Bajo la clara luz apareció Eneas, su rostro y todo su cuerpo destellaban como si de un dios se tratara, porque su propia madre lo había dotado de una hermosa cabellera, del purpúreo resplandor de la juventud y de una bella mirada. Entonces se dirigió a la reina, ante las atónitas miradas de todos los allí presentes por su repentina aparición, y le dijo: —«Yo soy el que buscáis, el troyano Eneas, liberado del embate de las olas de Libia. ¡Oh Dido!, tú sola te has compadecido de las inefables desgracias de Troya y nos has abierto tu ciudad y tu patria a nosotros, los supervivientes de los dánaos18, exhaustos por tantas adversidades acaecidas por tierra y por mar y despojados además de todo recurso. Ni nosotros ni cuantos dárdanos19 se hallan dispersos por el mundo podremos mostrarte la gratitud que mereces. ¡Que los dioses, si es que hay alguna divinidad que tenga en consideración a los piadosos, si todavía la justicia y la 18
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19 Nombre que reciben también los griegos. Igual que dardanio o troyano. 20 La Eneida La Eneida conciencia del bien tienen algún valor, te concedan una digna recompensa! Yo, allí donde me lleve mi destino, celebraré siempre tu nombre y nunca dejaré de elogiarte." Así habló y tendió la mano derecha a su amigo Ilianeo y la izquierda a Seresto, después a tantos otros, al fuerte Oías y al audaz Cloanto». La sidonia20 Dido, impresionada primero por su aspecto, y después por las grandes desgracias del héroe, le habló con estas palabras: —«¡Hijo de una diosa! ¿Qué infortunios te persiguen? ¿Qué fuerza te ha empujado a estas costas inhospitalarias? ¿Eres tú aquel Eneas a quien la dulce Venus concibió del dardanio Anquises allí en tierras frigias junto a las orillas del río Simois? Yo recuerdo cuando a Sidón vino un día Teucro21 en busca de la ayuda de mi padre el rey Belo, al ser expulsado de Salamina, su tierra natal, por haber regresado de Troya sin su hermano Áyax, el mejor guerrero griego después de Ulises. Desde entonces conocía la destrucción de Troya, tu nombre y el de vuestros adversarios, los reyes Pelasgos. El propio Teucro, a pesar de ser enemigo, hacía un gran elogio de vosotros, los teucros, y pretendía descender de vuestra antigua estirpe. »Vamos, jóvenes, venid a nuestras casas. Yo he corrido también una fortuna semejante a la vuestra, pero, finalmente, después de pasar muchas penalidades, he podido asentarme en esta tierra. Pasar infortunios me ha enseñado a socorrer a los desgraciados». Cuando termina de hablar, conduce a Eneas a su palacio y al mismo tiempo da la orden de que en los templos se ofrezcan sacrificios a los dioses. Entretanto envía a los compañeros de Eneas que estaban en la playa veinte toros, cien enormes cerdos de erizado lomo y cien gordos corderos con sus madres, regalos para la celebración de un día de fiesta. Se decora con gran esplendor el suntuoso interior del palacio; en el centro se prepara el banquete; allí se pueden ver tapices de una magnífica púrpura muy bien trabajados, y sobre las mesas hay abundantes utensilios de plata que llevan cincelados en oro los hechos sobresalientes de los antepasados de la reina, una larga serie de acontecimientos y de héroes que comprenden la historia de aquella nación. En esto Eneas, como su amor de padre no le permitía tener reposo, envía al rápido Acates a la naves para que le cuente a su hijo Ascanio todas las novedades y vuelva con él a la ciudad; además le manda traer algunos presentes que han podido salvar de la destruida Troya: un manto bordado con figuras de oro, un velo con una cenefa de rojizo acanto, adorno de la argiva22 Helena, un maravilloso regalo que había recibido de su madre Leda y que ella había sacado de Micenas cuando, unida en adúltero matrimonio con el troyano Paris, se dirigió a Pérgamo23; además el cetro que en otro tiempo había llevado Ilione, la mayor de las hijas de Príamo, también un collar de perlas y una corona de oro y piedras preciosas. Rápidamente se dirige Acates hacia las naves con todos estos encargos. 20
De la ciudad fenicia de Sidón o Tiro. Vid. el glosario mitológico pues llevan el mismo nombre dos personajes. Se da el nombre de argivos a los habitantes de la región de la Argólida y por extensión a todos los griegos. 23
Se refiere a Troya. 21
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Pero Citerea entreteje en su mente nuevos artificios y nuevos proyectos. Finalmente decide que su hijo Cupido, poderoso dios que con sus flechas consigue doblegar al amor incluso a los propios dioses, cambie su aspecto por el del dulce Ascanio y vaya en su lugar. Así, al entregarle los regalos a la reina, le inyecte hasta los huesos el fuego del amor y de este modo consiga despertar en ella una gran pasión por Eneas. Pues la diosa desconfía de este palacio y de los falaces tirios; además, al llegar la noche, le inquietan sobremanera las artimañas de la atroz Juno. Llama pues, al alado Amor y le habla con estas palabras: —«Hijo, a ti que eres mi fuerza y todo mi poder, a ti que eres el único que desprecias los rayos del supremo Júpiter, recurro y te pido ayuda. Sabes que tu hermano Eneas ha sido llevado de mar en mar por el odio de la cruel Juno; tú siempre te has afligido por mi dolor. Ahora la fenicia Dido con dulces palabras lo retiene, pero temo a dónde le llevará esta hospitalidad ofrecida en los dominios de Juno; en una situación tan crítica ella no bajará la guardia. Por esto estoy pensando en adueñarme antes con mis ardides del corazón de Dido para que sus sentimientos no cambien por la influencia de ninguna divinidad, e, igual que yo, se sienta dominada por el amor hacia Eneas. »Escucha la manera que he ideado para llevar a cabo mi plan: a requerimiento de su padre el pequeño Ascanio, mi mayor preocupación, se dirige a la ciudad de Sidón para llevarle a la reina unos regalos que han quedado a salvo del mar y del incendio de Troya. Yo lo adormeceré y después, para que no pueda desbaratar mis planes, lo ocultaré en algún lugar sagrado, ya sobre las alturas de Citera, isla en la que nací, ya en !dalia, ciudad de la isla de Chipre donde se me rinde culto. Durante una sola noche tú asume el aspecto de Ascanio, tú que eres niño toma la apariencia de ese otro niño que tan bien conoces; de manera que, cuando Dido en el frenesí del banquete, te coja en su regazo, cuando te abrace y te dé dulces besos inyéctale un fuego secreto y la engañas con el veneno del amor». Cupido, obedeciendo a lo que su madre le había dicho, se despoja de sus alas y se complace en imitar el modo de andar de lulo24. Mientras tanto, Venus impregna de una plácida quietud los miembros de Ascanio y, acurrucado en su regazo, la diosa lo conduce hasta los profundos bosques de (dalia, donde la delicada mejorana, exhalando su perfume, lo envuelve con sus flores y su sombra. Cupido obedece a su madre y alegre, dejándose conducir por Acates, lleva a los tirios los regios regalos. Cuando llega, la reina está ya sentada en un lecho de oro, cubierto de magníficos tapices y ocupa el centro de la mesa; el venerable Eneas y la juventud troyana se reúnen y se colocan sobre los lechos de púrpura. Los sirvientes vierten agua sobre las manos, distribuyen el pan de las canastillas y traen finos manteles. Dentro hay cincuenta siervas cuyo cometido es disponer con esmero los platos en largas filas y quemar perfumes en el altar de los penates. Además hay otras cien y otros tantos criados de la misma edad que colman las mesas de manjares y llenan las copas. También acuden al animado salón un gran número de tirios, a los que se les invita a recostarse en los bordados lechos. Se admiran los regalos de Eneas y Nombre por el que también se conoce a Ascanio, el hijo de Eneas: lulo Ascanio. 24
21 22 La Eneida La Eneida también causa fascinación lulo, los ojos brillantes del dios, sus fingidas palabras, el velo y el vestido bordado de hojas de acanto de color anaranjado; la infeliz fenicia que no puede saciar su corazón en aquella contemplación, se embelesa contemplando al niño y los regalos. Éste, una vez que abrazó a Eneas, se colgó de su cuello y se sació del gran amor de su supuesto padre, se dirigió a la reina; ésta clava en él su vista y toda su alma, y de vez en cuando, sin saber la infeliz qué poderoso dios se sienta en su regazo, lo estrecha contra su pecho. Pero él, acordándose al instante del encargo de su madre Venus Acidalia, empieza a borrar poco a poco de la mente de la reina el recuerdo de Siqueo e intenta despertar un vivo amor en su espíritu tanto tiempo apaciguado y en aquel corazón que estaba desacostumbrado a amar. En cuanto se acaba el banquete y se retiran las mesas, colocan grandes cráteras de vino coronadas con guirnaldas; un gran bullicio se oye en el palacio y las voces de los invitados resuenan por los amplios atrios; de los artesonados dorados penden brillantes lámparas y las antorchas vencen a la noche con el resplandor de sus llamas. Entonces la reina pide la pesada copa de oro y gemas que Belo y todos sus descendientes usaban en semejantes acontecimientos, y la llena de vino; en ese instante la reina, en medio de un profundo silencio que se hace en el palacio, dice: —«Júpiter, porque a ti te debemos las leyes de la hospitalidad, haz que éste sea un día feliz para los tirios y para los que salieron de Troya y que nuestros descendientes lo recuerden siempre. ¡Que Baco portador de alegría y la bondadosa Juno nos asistan! ¡Y vosotros, tirios, celebrad este banquete con agrado!» Añadió y, después de realizar la libación de los dioses, se acerca la copa mojando en ella ligeramente los labios; luego se la entrega a Bitias y poco a poco se la pasan unos a otros. El africano Yopas tañe la cítara, entonando canciones que le enseñó el titán Atlas. Los tirios y troyanos aplauden repetidamente. La infeliz Dido que poco a poco iba sorbiendo el amor, consumía la noche en amena conversación con Eneas, preguntándole sobre Príamo y Héctor, con qué armas había llegado Memnón, el hijo de la Aurora, cuántos caballos había robado Diomedes al rey Reso y cuán grande era el valor de Aquiles. »Vamos, cuéntanos más detalles —le dice— y explícanos desde el principio las intrigas de vuestros enemigos los dánaos25, las desgracias de los tuyos y tus extravíos de un lugar a otro, pues ya hace siete años que vas vagando por las tierras y los mares». CapítuloIV
Elengañodelosgriegos
«Fue entonces cuando al frente de un numeroso grupo desciende de la ciudadela enfurecido Laocoonte, el sacerdote de Neptuno, gritando desde lejos: "¡Desventurados ciudadanos! ¿Qué locura os domina? ¿Acaso creéis que se han retirado los enemigos? ¿Ya no recordáis la astucia de Ulises? Desconfiad del caballo, troyanos, pues en él se oculta alguna trampa. Temo a los dánaos, incluso cuando traen regalos". «Al decir esto arrojó con todas sus fuerzas una enorme lanza al curvo vientre de la bestia. Quedó clavada, vibrando, y resonaron al golpe las profundas cavidades, que emitieron un gemido. De no haber sido por los hados o por la obnubilación de nuestras mentes hubiéramos ensangrentado entonces las espadas en el escondite de los argivos, y aún estaría en pie Troya, la alta ciudadela de Príamo. «Pero en ese momento unos pastores dardanios conducen ante el rey en medio de grandes gritos a un joven griego con las manos atadas a la espalda. Había salido espontáneamente al paso de los pastores en el cañaveral para llevar a cabo la estratagema y abrir Troya a los aqueos. Estaba resuelto a conseguirlo o sucumbir en una muerte inevitable. De todas partes afluye la juventud frigia deseosa de verlo y burlarse del prisionero. «Cuando turbado e inerme se detuvo en medio de nosotros exclamó: "¿Qué tierra, qué mar pueden recibirme? ¿Qué esperanza le queda a un infeliz como yo para el que no hay asilo entre los dánaos y cuya sangre reclaman ahora también los dardanios?" «Aquel lamento cambió los ánimos y frenó todo intento de cólera: "Cuéntanos quién eres y cómo te ganaste el odio de tu pueblo, y entonces quizá tengamos piedad de ti", dijo el viejo Príamo mientras hacía una señal para que lo pusiéramos en pie. "Contaré toda la verdad, suceda lo que suceda", dijo Sinón, que así se llamaba el prisionero. "Yo era compañero de Palamedes, a quien los pelasgos26 acusaron falsamente de traición, a pesar de ser inocente, y le enviaron a la muerte porque era opuesto a la guerra. Esto me llenó de ira y como un insensato no oculté mi deseo de venganza. Desde entonces, Ulises difundió calumnias sobre mí, hasta que Calcas, el adivino... —y aquí se interrumpió— Pero, ¿para qué os cuento todo esto si no me vais a creer? Matadme ya, eso quiere Ulises, y los atridas, Agamenón y Menelao, os recompensarán". »Esto avivó aún más la curiosidad de los troyanos que no sospechamos tanta perfidia y doblez en los pelasgos. Así que entre sollozos y convulsiones nos contó que los griegos habían consultado el oráculo antes de partir de regreso y que éste les había mandado sacrificar a uno de los suyos para tener los vientos favorables y el mar en 25
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Idem a griegos, pelasgos y argivos. 23 Idem a griegos, argivos, dánaos y aqueos. 24 La Eneida La Eneida calma. Pidieron a Calcas que eligiera a la víctima. Y Calcas lo eligió a él. Lo ataron y lo mantuvieron preso mientras construían el caballo de madera que era una ofrenda de paz a Minerva en desagravio porque Ulises y Diomedes habían robado de su templo el Paladio, la pequeña efigie de la diosa. Ahora mismo estaría muerto si no se las hubiera ingeniado para escapar y esconderse entre los juncos de una laguna cenagosa hasta que zarparon las naves aqueas. «Sinón contó su historia con tal poder de convicción que los teucros le creímos cuando explicó que por indicación de Calcas construyeron el caballo con proporciones colosales para que no pudiera pasar por las puertas de Troya, pues si nuestras manos atacaban la ofrenda a Minerva, una gran calamidad se cernería sobre el imperio de Príamo. Y en cambio si lo subíamos a la ciudad con nuestras manos, Troya sería invulnerable. »Los troyanos, felices como estaban de que aquel enorme caballo no representara ninguna amenaza, fueron cautivados por las insidiosas afirmaciones del perjuro Sinón. Los engaños y las fingidas lágrimas consiguieron lo que ni Aquiles ni diez años de guerra, ni mil navíos pudieron conquistar. »Otro espectáculo más imponente y pavoroso sobrecoge entonces a los troyanos. Dos gigantescas serpientes gemelas llegan desde Ténedos por la superficie de las aguas hasta la costa. Rasgan las marinas brumas matinales irguiéndose sobre las olas y elevando sus cabezas coronadas con crestas del color de Ia sangre. Los inmensos dorsos se arquean en sinuosos repliegues, dando tremendos coletazos que hacen rugir las olas, y dejan una estela de espuma como la de una galera de treinta remos. Huíamos, pálidos, en todas direcciones. Ellas, reptando sobre la playa, con los ojos ardientes silbaban y hacían restallar como látigos sus lenguas bífidas en las mandíbulas. Se dirigen, sin el menor titubeo, sobre los dos hijos de Laocoonte. Se enroscan sobre sus menudos cuerpos que desgarran de inmediato. Se abalanzan luego sobre el padre que acudía raudo en su auxilio. Le sujetan con sus enormes anillos de los que él en vano trata de librarse. Dos veces le ciñen por la cintura y por el cuello haciendo crujir sus huesos, hasta que el infortunado lanza un aullido que parece rasgar el cielo y exhala en silencio el último aliento de vida. Finalmente las dos serpientes se escapan deslizándose hacia la ciudadela para ocultarse a los pies de la diosa entre las grietas del templo. »Los atemorizados troyanos argumentan que Laocoonte ha sufrido ese castigo por haberse atrevido a arrojar su lanza a la ofrenda de madera. Todos gritan a la vez que se debe conducir al santuario el simulacro del caballo e implorar la protección de la diosa. «Abrimos una brecha en la muralla para dar acceso a la gran imagen. Todos participan. Unos ajustan unas ruedas a los pies del caballo y le echan sólidas sogas al cuello. A su alrededor van cantando himnos niños y doncellas, felices de tocar las cuerdas con sus manos. Cuatro veces resonaron en su interior las armas al atravesar las torres de las puertas y al subir las empinadas callejuelas. No obstante, proseguimos sin pensar en nada, ciegos en nuestra locura hasta colocar el maldito monstruo en la sagrada ciudadela. »La misma Casandra, hija de Príamo, que tenía el don de la adivinación, gritó que aquel caballo sería la ruina de Troya, pero, una vez más, nadie la creyó. Festivas guirnaldas adornan los templos, el vino jubiloso y el cansancio adormecen nuestros cuerpos, la luna creciente reclama a la callada oscuridad. »A una señal luminosa de las naves griegas, el pérfido Sinón pone furtivamente en libertad a los dánaos abriendo su escondrijo de madera. Entre ellos, Ulises, Neoptólemo, Macaón, Menelao y Epeo, el propio constructor de la engañosa máquina, se deslizan en silencio por una soga, invaden la ciudad sepultada en el sueño, pasan a cuchillo a los centinelas y, abriendo las puertas, reciben a todos sus compañeros». El pesar embargó a Eneas al rememorar estos hechos. La reina Dido, mirándolo embelesada recoge cada palabra que desgrana su relato y contempla con afán protector los ojos tristes del troyano. —.Era la hora del primer sueño, regalo de los dioses que se difunde dulcemente en los sentidos. y en sueños se me aparece Héctor, tal como lo vi después de muerto, lleno de sangre y polvo, con las múltiples heridas que recibió en torno a los patrios muros, negro su cuerpo por haber sido arrastrado velozmente por los caballos, e hinchados sus pies por las correas que los sujetaban. ¡Qué diferente de aquel Héctor que regresaba revestido con las armas de Aquiles, arrebatadas como despojos a Patroclo! Con hondos gemidos exclama: "¡Huye, Eneas!, y escapa de estas llamas. El enemigo ocupa las murallas. Troya te encomienda sus objetos sagrados y sus Penates27. Tómalos por compañeros de tus destinos. Vete a buscar para ellos los altísimos muros que, después de andar errantes largo tiempo por el mar, por fin levantaréis". Así dijo, y me trae del santuario en sus manos a Vesta, las vendas y el fuego eterno. «Entretanto se oye cada vez más próximo el griterío y el estruendo de las armas. Me despierto sobresaltado y subo a lo alto de la casa con los oídos bien atentos. «Como cuando la llama empujada por los enfurecidos vientos va sobre la mies, o como cuando un rápido torrente se precipita desde las montañas y arrasa los campos sembrados y los árboles en su impetuoso curso; igual que el pastor inmóvil sobre la cima de una roca se extraña del ruido que llega a sus oídos sin conocer la causa, así se me hicieron patentes entonces los engaños de los dánaos. Ya se ha derrumbado la vasta mansión de Deífobo, presa de Vulcano. «Las aguas del mar brillan a lo lejos con el incendio. Se eleva un clamor de guerra y sonar de trompetas. Fuera de mí tomo las armas sin saber qué uso hacer de ellas. El furor y la cólera empujan mi mente y no abrigo otro pensamiento que hallar una gloriosa muerte en el combate. 27
Dioses romanos protectores del hogar, que son venerados en el seno de la familia. Entre ellos se inclu¬yen los Lares, Manes y Lémures (vid. también glosario mitológico). 25 26 La Eneida La Eneida «De pronto aparece Panto, hijo de Otis, sacerdote del santuario de Apolo. Lleva en la mano los objetos sagrados y los dioses Penates. Orco28 a multitud de dánaos. Unos huyen a las naves, otros escalan de nuevo el enorme caballo y se esconden en sus cavidades». "Ha llegado el último día y la última hora de los troyanos" —me dice entre sollozos—, "los dánaos dominan la ciudad incendiada. El caballo, erguido en medio de la muralla, vomita amenazador hombres armados, y Sinón, victorioso, propaga los incendios entre insultos. Por doquier aparecen y brillan las puntas de las espadas dispuestas a causar la muerte". «Impelido por las palabras de Panto y por un poder divino, me arrojo en medio de las llamas y de la batalla, a donde me llaman la triste Furia, el tumulto y el clamor que sube hasta los astros. Se me juntan varios aguerridos troyanos como compañeros, entre ellos el joven Corebo, que había llegado casualmente a Troya por aquellos días, locamente enamorado de Casandra, la profetisa hija de Príamo. «Cuando los vi reunidos, resueltos al combate, les animé en estos términos: "Los dioses, por quienes este imperio subsistía, se han marchado todos, abandonando los templos y los altares. Sólo hay una salvación para los vencidos: no esperar salvación alguna". «A continuación, como lobos rapaces que, arrojados de sus guaridas por el aguijón del hambre, vagan rabiosos en la oscuridad, nos lanzamos a través de los dardos, a través de los enemigos, a una muerte segura. La oscura noche nos envuelve en su cóncava sombra. «¿Quién podrá expresar con palabras el estrago y el duelo de aquella noche? ¿Quién podrá encontrar bastantes lágrimas para aquella desventura? Se desploma la antigua ciudad y su pasado. Yacen sin vida a un lado y otro innumerables cuerpos de teucros y dánaos, a lo largo de las calles, en las casas, en el umbral sagrado de los templos. Por doquier terror, por doquier el espectro multiplicado de la muerte. «El primero con quien topamos es Androgeo, acompañado de una escolta de dánaos, que nos toma por una tropa aliada. Cuando se dio cuenta de que había ido a parar en medio del enemigo, lleno de estupor calla y trata de retroceder. Como un caminante que ha pisado sin verla una serpiente oculta en una zarza espinosa y bruscamente asustado huye del reptil, que levanta amenazante la cabeza e hincha el escamado cuello, así escapaba Androgeo espantado al vernos. Los rodeamos con un cerco de armas y presos del pánico los abatimos. La fortuna nos sonríe en nuestro primer enfrentamiento. «Exaltado y animado por este primer éxito, exclama Corebo: "Compañeros, la fortuna nos señala el camino favorable: Cambiemos de escudos y pongámonos las insignias de los dánaos. Engaño o valor, ¿qué importa contra el enemigo?" «Armados con los recientes despojos, avanzamos mezclados entre los dánaos al amparo de la oscuridad de la noche. Trabamos incesantes combates y enviamos al 28
Nombre con el que los romanos llamaban también al reino de los muertos. 27 28 La Eneida La Eneida CapítuloV
territorios de Asia. Sobre la playa yace un tronco corpulento, una cabeza separada de los hombros, un cuerpo sin nombre. Elnacimientodeunhéroe
—«Cuando los dioses son contrarios no cabe esperar nada —prosigue Eneas—. En aquel instante sacaban a la fuerza del templo a Casandra maniatada, con los cabellos en desorden y los ojos inflamados en cólera levantados hacia el cielo. Corebo, enfurecido, se lanza dispuesto a morir en medio de los enemigos. Le seguimos todos, y los nuestros, confundidos por el aspecto de nuestras armas, nos arrojan una nube de dardos. A la vez los dánaos caen sobre nosotros al ver que intentábamos arrebatarles a la joven. De todas partes acuden griegos a la refriega. Pronto nos vemos abrumados por el número. Allí cayó el primero Corebo y allí ‐hubiera perecido yo también si el destino lo hubiese querido. «De pronto nos llama un clamor al palacio de Príamo. Allí contemplamos una descomunal batalla. Vemos a Marte en toda su pujanza. Los troyanos se defienden arrojando sobre los asaltantes piedras y ornamentos del palacio. Siento el deseo de acudir en ayuda del palacio del rey. Por una puerta secreta y un corredor privado subo a la terraza más alta. Allí arrancamos los sólidos cimientos de una torre y la empujamos contra los atacantes. Se inclina, se derrumba con estrépito aplastando a los dánaos. Pero otros ocupan su lugar. Pirro, el hijo del pelida29 Aquiles, lidera a los que invaden el palacio, resplandeciendo con el fulgor de sus armas de bronce. «El interior del palacio es una confusión de llantos y tumultos desesperados. Las habitaciones más retiradas resuenan con alaridos de mujeres. Las madres corren despavoridas por las espaciosas salas. Pirro ataca con el brío de su padre; ni barreras ni guardias logran detenerlo. Un río que ha desbordado las riberas y roto los diques con su impetuosa corriente y anega enfurecido los sembrados es menos violento. «Cuando el viejo Príamo vio al enemigo en medio de su casa, se puso sobre sus hombros temblorosos la pesada armadura. Hécuba y sus hijas en apretado grupo parecían palomas impelidas por una negra tempestad. Hécuba atrajo hacia sí a su marido y le hizo sentar junto al sagrado altar. Allí llegó herido Polites, uno de sus hijos, perseguido por Pirro. Ante ellos expiró ahogado en sangre. Príamo no pudo reprimir entonces su dolor y su cólera. Y le dijo a Pirro: "Por haberme obligado a presenciar la muerte de mi hijo, concédanme los dioses pagarte la recompensa que tu delito merece. Aquiles, de quien dices ser hijo, no se portó así conmigo, sino que respetó los derechos del suplicante y me devolvió el cuerpo exánime de mi hijo Héctor para que fuera sepultado". «Tras decir esto el anciano disparó sin fuerza un dardo que fue repelido por el escudo del pelida. Éste arrastró al pie del altar al viejo que iba resbalando en la sangre de su hijo, le agarró del cabello con la mano izquierda, empuñó con la diestra la espada y la hundió en su costado hasta la empuñadura. Así murió entre el incendio y las ruinas el hombre que fuera en otro tiempo soberbio dominador de tantos pueblos y «Estaba, pues, solo cuando diviso a la entrada del templo de Vesta a Helena, oculta con sigilo. Allí se había refugiado temerosa de la irritación de los teucros, de la venganza de los dánaos y del resentimiento de su esposo abandonado. Se enciende en cólera mi alma y la ira me empuja a vengar mi patria en ruinas y a castigar los crímenes. Me iba a dejar llevar por el furor de no ser porque se me apareció esplendorosa mi madre, rodeada en la noche de una luz resplandeciente. Me detiene con su diestra y me dice: "¿Por qué te enfureces con Helena? No han sido ella ni Paris los que han destruido la riqueza y la gloria de Troya sino la inclemencia de los dioses. Voy a disipar la nube que ahora oscurece tu vista mortal. Contempla en esas nubes de polvo y humo a Neptuno sacudiendo con su tridente los cimientos de la ciudad. Aquí es la implacable Juno la primera en ocupar las puertas Esceas y en llamar, furiosa, a las naves. Allí en lo alto de la fortaleza, la tritonia Palas refulge con su escudo que lleva la imagen de la Gorgona cruel. El propio Júpiter anima a los dánaos y les da fuerzas. Emprende, hijo, la huida; desiste de tus esfuerzos. Que yo no te abandonaré jamás y te dejaré a salvo en el palacio de tu padre". »Una vez llegué allí, mi padre se niega a sobrevivir a la caída de Troya y a soportar el destierro. Pero un prodigio, un trueno y una estrella desprendida del cielo que atravesó las sombras, nos señaló el camino, y le convencieron de que los dioses protegían nuestro destino. Accedió entonces a que lo llevara sobre mis hombros con los objetos sagrados y los patrios Penates30. Mi pequeño hijo lulo se agarra a mi diestra y mi esposa Creusa nos sigue de lejos. »Mientras corría por desviados senderos y me apartaba de los caminos conocidos me fue arrebatada Creusa, a quien no he vuelto a ver aunque regresé a Troya en su busca. En vano grité afligido su nombre por las calles. Mientras la buscaba, se apareció ante mis ojos un triste fantasma: era la sombra de la propia Creusa. "No permite Júpiter que me lleves de aquí como compañera" —me dijo—. "Largo destierro te espera hasta que llegues a la tierra de Hesperia, donde el Tíber fluye con mansa corriente entre fértiles campos. Allí te están reservados prósperos sucesos, un reino y una esposa real. No llores por mí, y no dejes de amar a nuestro hijo". «Tres veces intenté en vano abrazarme a su cuello y retenerla, pero se escapó de mis manos como un viento sutil y un sueño fugaz. 29
«En aquel momento por primera vez me invadió un cruel horror. Me vino a la mente la imagen de mi querido padre, de la misma edad que el rey, de mi esposa Creusa, desamparada junto al pequeño lulo, de mi casa saqueada. Me vuelvo y observo cuántos compañeros me rodean. Todos han desertado, muertos de cansancio: se arrojan desde lo alto al suelo o a las llamas. 30
Pelida quiere decir "hijo de Peleo". 29 Vid. nota 27. 30 La Eneida La Eneida »Cuando regreso junto a mi padre y mi hijo, encuentro sorprendido que se les había juntado un considerable número de nuevos compañeros: habían llegado dispuestos a seguirme a cualquier país al que quisiera llevarlos por el mar. El lucero de la mañana se estaba levantando sobre las altas cimas del Ida y nos traía el día. »A numerosas costas hemos arribado desde entonces. En Delos el oráculo de Febo Apolo nos animó a buscar a nuestra antigua madre, la primera tierra que produjo el linaje de nuestros padres, porque ella nos acogería en su fecundo regazo. Ninguno de nosotros sabía con certeza a qué tierra quería el dios que encaminásemos nuestros pasos errantes. Tan sólo mi padre, evocando la memoria de los antiguos varones, interpretó que la tierra de la que procedía nuestro insigne antepasado Teucro era la isla de Creta. Allí, como en Troya, hay también un monte de nombre Ida, cuna del gran Júpiter y de nuestro linaje. Allí debíamos encaminarnos. Y allí empezamos a construir la nueva ciudad. Pero tras un año de horrible peste y enfermedad, me pareció que las sagradas efigies de los dioses frigios me hablaron de la región que los griegos llaman Hesperia y sus habitantes Italia. De esas tierras ausonias proceden Dárdano y el linaje troyano. Allí debíamos dirigirnos. Temibles peligros hemos superado desde entonces surcando los mares. Con estas palabras inflamó aquel corazón ya abrasado por el amor, dio esperanzas a aquel ánimo indeciso y acalló la voz del temor. Pasan los días y la hermosa Dido vaga como una incauta cierva herida a quien el pastor traspasó desde lejos sin saberlo con su flecha y le dejó hincado el hierro. Así recorre ella la ciudad llevando clavado el dardo letal. A veces conduce a Eneas a las murallas para mostrarle las obras de la ciudad, empieza a hablarle y no puede acabar las frases. A veces, al caer la tarde, le agasaja con nuevos festines, quiere volver a oír el relato del desastre de Troya y se queda pendiente de los labios del narrador. Luego, por la noche, cuando ya se han separado, gime de verse sola. Ausente lo ve, ausente lo oye. Abraza a Ascanio, creyendo ver en él la imagen de su padre, por si puede así engañar un insensato amor. La ciudad va cayendo en el abandono: los jóvenes no se ejercitan en las armas ni trabajan en los puertos ni en las fortificaciones. Están interrumpidas las obras y ya no se levantan las torres y los muros en construcción. »En la última escala, antes de llegar a vuestras playas, reina Dido, perdí a mi padre, liberado en vano de tantos peligros». En este punto de su relato cesó Eneas su historia. Entretanto la reina, herida de amor, se consume en oculto fuego. La imagen de Eneas y el recuerdo de sus palabras se han alojado en su pecho. Amor31 no da tregua al descanso. Cuando la aurora ahuyenta las húmedas sombras, Dido, delirante, habla a su hermana en estos términos: —«Ana, hermana mía, ¿qué desvelos me tienen en vilo? ¿Qué nuevo huésped se aloja en nuestra morada y en nuestro corazón? ¡Qué gallarda presencia la suya! ¡Cuán valiente, cuán generoso y esforzado! Si la muerte de mi marido no hubiese ya burlado mi primer amor... Sólo éste desde entonces ha agitado mis sentidos y hecho titubear mi antigua resolución de no volverme a unir con lazo conyugal. Preferiría que se abrieran para mí los abismos de la tierra y de la profunda noche de la muerte, antes que incumplir mis promesas. Pero reconozco los vestigios de la pasión y tengo temor». Un raudal de llanto anegó su pecho. Ana le responde: —«Hermana querida, ¿has de consumir tu juventud en soledad y perpetúa tristeza? ¿Nunca has de conocer los dulces hijos ni los regalos de Venus? ¿Crees que las cenizas y los manes de los muertos se preocupan de tal fidelidad? En buena hora no doblegaron tu ánimo los anteriores pretendientes, porque creo en verdad que el viento ha impelido a estas costas las naves troyanas bajo el auspicio favorable de los dioses. ¡Qué ciudad, hermana, qué reinos, qué imperio verás surgir con estas bodas! ¡Qué próspero será este enlace para la gloria cartaginesa! Tú, únicamente implora a los dioses, atiende a los cuidados de la hospitalidad y discurre pretextos para tener a Eneas y a los suyos mientras la borrasca revuelve los mares y están rotas sus naves». 31
Se refiere a Cupido, hijo de Venus, dios del amor y del deseo. 31 32 La Eneida La Eneida CapítuloVI
Elpactodelasdiosas
Cuando Juno, hija de Saturno y querida esposa de Júpiter, advirtió que Dido se encontraba dominada por tal frenesí y que posponía la gloria a su pasión, se dirigió a Venus con estas palabras: —«Tú y tu hijo habéis obtenido en verdad ilustre gloria y magníficos despojos al vencer a una indefensa mujer con una treta tramada por dos divinidades. Y no me pasa desapercibida la verdad pues sé que tú temes nuestras murallas y recelas también de las casas de la altiva Cartago. Pero ¿cuál será el límite? ¿adónde llegaremos con tan gran rivalidad? ¿Por qué no pactamos una paz eterna y la sellamos con un matrimonio? Ya has conseguido todo lo que deseabas: Dido arde de amor y la pasión corre por sus venas. Así pues, hagamos de éste un solo pueblo y gobernémoslo con iguales auspicios; que ella pueda entregarse a un marido frigio y poner bajo tu mano a los tirios como dote». Venus, como se dio cuenta de que Juno estaba ocultando sus verdaderos propósitos y que lo que realmente deseaba era desviar a las costas de Libia el poder de Italia, le respondió así: ¿Quién rechazaría tal proposición o preferiría mantener contigo una guerra? Sólo falta que la fortuna favorezca tus planes, pues los destinos me inquietan y no sé si Júpiter quiere que los tirios y los que han huido de Troya formen una sola ciudad o que ambos pueblos se mezclen y se alíen. Tú eres su esposa, a ti te corresponde doblegar su ánimo con ruegos. Vete, yo te seguiré». Entonces Juno le contestó: —«Yo me cuidaré de esto. Ahora escúchame, voy a indicarte brevemente cómo se puede llevar a cabo esta unión que urge. Eneas y la infeliz Dido se disponen a ir mañana de caza al bosque tan pronto como el titán Sol rasgue con sus rayos las sombras de la tierra. Yo, mientras los jinetes van de un lado a otro y los rastreadores colocan las redes, desataré una tempestad cargada de agua y de granizo. En medio de la oscuridad de la tormenta la comitiva huirá despavorida; Dido y el jefe troyano irán a refugiarse en una misma cueva. Yo estaré allí y, si tengo tu consentimiento, los uniré en sagradas nupcias, e Himeneo, el dios que preside los matrimonios, consagrará la unión». Sin oponer resistencia Venus aceptó la propuesta y se rio de las artimañas empleadas por Juno. Mientras tanto la roja Aurora, ascendiendo, dejó el océano. Y en cuanto surgieron los primeros destellos de luz, una selecta juventud equipada con redes de ancha malla, con trampas de caza y con lanzas de afiladas puntas salió por las puertas; los jinetes masilios y los perros de fino olfato les siguen impetuosos. Junto a las puertas del palacio los nobles de Cartago esperan a la reina que tarda en salir de sus aposentos, y su caballo con arreos de púrpura y oro está impaciente y, fogoso, muerde el espumeante freno. Por fin aparece la reina en medio de un numeroso cortejo; va ataviada con una clámide sidonia decorada con una cenefa bordada; sobre su hombro cuelga un carcaj de oro, lleva los cabellos recogidos con una redecilla de oro y su vestido de púrpura es sujetado por un broche. Van también con la reina los frigios y el pequeño lulo con semblante alegre. El mismo Eneas, más hermoso que ningún otro, acude y se agrega al grupo. Marcha con la misma ligereza y belleza que Apolo, cuando en su natal isla de Delos se pasea por las cumbres del monte Cinto con sus cabellos ondulantes ceñidos por una corona d hojas y sus flechas resonando a su espalda. Cuando llegan a los altos montes y a los agrestes parajes intransitables, contemplan cabras salvajes que bajan corriendo desde las cumbres arrojándose desde lo alto de los riscos, y manadas de ciervos que cruzan corriendo el llano y abandonan los montes, dejando a su paso una espesa nube de polvo. En medio de los valles el pequeño Ascanio disfruta con su fogoso caballo, siguiendo a unos y adelantando a otros, y desea vivamente que surja un fiero jabalí o que baje del monte‐un dorado león. Entretanto el cielo empezó a llenarse de ruidosos truenos y una intensa lluvia acompañada de granizo le siguió; los tirios, la juventud troyana y el dardanio nieto de Venus, dispersados por el miedo, van en busca de diversos refugios. Dido y el jefe troyano llegan huyendo a una misma cueva. La diosa de la Tierra la primera y Juno, protectora de los matrimonios, dan la señal. Brillaron los relámpagos y se inflamó el cielo, cómplice de estas nupcias, y sobre las altas cumbres las ninfas entonaron el canto nupcial. Aquél fue el día en que comenzaron las desdichas de Dido y el origen de su muerte. Ya no se preocupa de las apariencias ni de su buen nombre, ni considera prohibido este amor, lo llama matrimonio, y con este nombre encubre su falta. De inmediato la Fama, con la rapidez del viento, recorre las grandes ciudades de Libia y, más veloz que cualquier plaga, empequeñecida al principio por miedo, con la marcha aumenta sus fuerzas. Según dicen es hija de la Tierra, la cual, irritada con los dioses, la alumbró después de los titanes Encédalo y Ceo, con unos pies muy ligeros y unas rápidas alas; es un monstruo horrible, de gran tamaño, en su cuerpo lleva tantos ojos como plumas, y tantas bocas sonoras y tantos oídos como plumas y ojos. Vuela de noche y no entrega jamás al sueño sus pupilas; durante el día permanece vigilante sobre las techumbres de las casas o sobre altas torres. Ésta, gozosa, anuncia hechos acaecidos y por suceder: que había llegado Eneas, de estirpe troyana, con quien la hermosa Dido había dignado unirse; que ahora pasaban el largo invierno entre placeres, olvidándose de los reinos y esclavos de su pasión. Estas cosas va difundiendo la horrible diosa por boca de las gentes. Se desvía y se dirige al palacio del rey Yarbas, que en otro tiempo había pretendido el amor de Dido, inflamando su espíritu con estas noticias y aumentando en consecuencia su ira. Yarbas, hijo de Hamón y de una ninfa raptada del país de los garamantes, había erigido a Júpiter en sus vastos territorios cien templos inmensos y cien altares, en los cuales ardía siempre el fuego sagrado en honor de los dioses; el suelo estaba siempre bañado por la sangre de los sacrificios y el umbral adornado con numerosos guirnaldas de flores. Entonces, fuera de sí por la amarga noticia, rogó a Júpiter diciendo: "¡Omnipotente Júpiter! A quien el pueblo moro, recostado en sus lechos durante los 33 34 La Eneida La Eneida festines, ofrece libaciones de vino ¿ves lo que está ocurriendo? ¿Será que tememos en vano cuando vibran tus rayos? Esa mujer que llegó errante a nuestras tierras y me compró el derecho a fundar una pequeña ciudad, esa mujer a quien yo di la tierra y el dominio de aquellas costas, rechazó mi alianza y ahora recibe en su reino a Eneas como señor, ahora este otro Paris disfruta de su conquista, mientras yo llevo inútilmente mis ofrendas a tus templos y honro tu pretendido poder." El omnipotente Júpiter, al escuchar sus plegarias, volvió los ojos hacia los muros de la reina y hacia los amantes que se habían olvidado de su mejor renombre. Entonces requiere la presencia de Mercurio, el mensajero de los dioses, y le dice: »Hijo, llama a los Céfiros, los dulces vientos del oeste, y, volando, ve a hablar al jefe dárdano que, descuidando las ciudades que le otorgan los hados, permanece aún en la tiria Cartago. Dile que él no está comportándose como el héroe que me prometió su hermosísima madre, que para eso no lo liberé por dos veces de las armas de los griegos, sino que me prometió que regiría la insigne y belicosa Italia, cuna de grandes imperios, que habría de perpetuar el noble linaje de Teucro y que sometería a todo el orbe bajo sus leyes. Si no le atraen tan grandes cosas ni ambiciona su propia gloria, ¿puede, como padre, privar a Ascanio de los dominios romanos? ¿En qué piensa? ¿Con qué esperanza permanece entre enemigos? ¿Por qué no se preocupa de su descendencia ausonia32 y de las tierras lavinias33? ¡Que se haga de inmediato a la mar! Esta es mi voluntad; tú, como mensajero, transmítesela». heredero lulo a quien los dioses le reservan el reino de Italia y la tierra romana». Una vez dijo esto el Cilenio35 se despojó de su apariencia mortal y, sin esperar la respuesta de Eneas, se desvaneció ante su vista como un tenue vapor. Ante semejante aparición Eneas enmudeció, sus cabellos se erizaron de horror y la voz se le quedó detenida en la garganta. Asombrado por este extraordinario aviso y por la orden de los dioses, arde en deseos de huir y abandonar estas gratas tierras. ¡Ay! ¿Qué hacer? ¿Con qué palabras osará dirigirse a la apasionada reina? ¿Cómo comenzará a hablarle? La duda divide su espíritu que se debate entre mil pensamientos. Después de una larga meditación esta idea le parece la mejor: llama a Mnesteo, a Segesto y al valiente Seresto y les manda que en secreto organicen la flota, que reúnan a los compañeros en la costa, que preparen las armas y disimulen la causa de estos nuevos preparativos; mientras tanto, puesto que la bondadosa Dido no sabe nada ni espera que un amor tan profundo se rompa, él intentará buscar la ocasión más adecuada y las palabras más favorables para darle esta noticia. Todos, contentos, obedecen sus órdenes y realizan lo que se les ha mandado. Cuando el omnipotente terminó, Mercurio, raudo, se dispuso a cumplir su cometido; en los pies se colocó talares de oro, que con sus alas le llevan por los aires, cruzando mares y tierras con la rapidez del viento; luego empuñó el caduceo, su especial bastón alado con el que sacaba del Orco las pálidas ánimas y a otras enviaba al siniestro Tártaro34. Ya en el aire divisó la cumbre y las empinadas vertientes de la cordillera del Atlas. Allí Mercurio el Cilenio se detuvo por un momento suspendido sobre sus alas, pero enseguida, lanzándose con todo su cuerpo en dirección a las olas, dejó las altas cumbres y voló entre la tierra y el cielo con dirección al arenoso litoral de Libia. Apenas toca con sus pies alados las chozas de Cartago ve a Eneas que levantaba murallas y construía nuevas casas. Tenía una espada con empuñadura de jaspe verde y de sus hombros colgaba un manto de púrpura tiria; la rica Dido le había hecho estos regalos y ella misma había bordado las telas con fino hilo de oro. Inmediatamente el dios se dirige a él y le dice: »¿Ahora colocas los cimientos de la soberbia Cartago y, para complacer a tu esposa, levantas una bella ciudad? ¡Ay, te has olvidado de tu reino y de tus intereses! El propio rey de los dioses que rige el cielo y la tierra me envía hasta ti desde el claro Olimpo. Él mismo me ha ordenado traerte estos mandatos a través de las rápidas brisas: ¿qué piensas? ¿Con qué esperanza pasas el tiempo en las costas de Libia? Si ningún honor de tan grandes hazañas te conmueve y no quieres lograr tu propia gloria, mira a Ascanio, que ya va creciendo; piensa en las esperanzas de tu 32
Aunque Ausonia era una región de la península Itálica, en el lenguaje poético este nombre se aplica a toda Italia. 33
Relacionado con la ciudad de Lavinio que se encuentra en el Lacio y fue fundada por Eneas. 34
La región más profunda del mundo, situada debajo de los infiernos, pero poco a poco se fue confun¬diendo con los infiernos mismos. 35
35 Sobrenombre de Mercurio. 36 La Eneida La Eneida CapítuloVII
LadecisióndeDido
¿Quién puede engañar a una mujer enamorada? La reina presiente el engaño, y es la primera en percatarse de los movimientos que se preparaban, sintiendo miedo aun cuando todo está en calma. La mismísima Fama, impía y cruel, fue la que le comunicó en medio de su delirio que los troyanos estaban armando las naves y que preparaban su partida. Ella, enfurecida y fuera de sí, corre por toda la ciudad como una bacante durante las orgías trienales nocturnas que en honor a Baco se celebran en el monte Citerón. Finalmente, tomando la iniciativa, interpela a Eneas con estas palabras: —«‐¿Esperas aún, traidor, poder disimular tan gran delito y abandonar en secreto mi tierra? ¿No te detiene nuestro amor, ni nuestro matrimonio, ni la cruel muerte con la que Dido va a perecer? Aún más, ¡cruel! ¿Aparejas la flota en las constelaciones de invierno y te dispones a ir por alta mar en medio de los vientos del norte, los Aquilones? Si tú no fueras en busca de campos extranjeros y mansiones desconocidas, si la antigua Troya estuviera en pie, ¿irías a buscarla en medio de borrascosos mares? ¿Es de mí de quien huyes? Yo te suplico por estas lágrimas, por tu diestra (pues, mísera de mí, no me queda otra cosa), por nuestra unión, por nuestro incipiente matrimonio, si en algo te fui útil, si alguna felicidad te he dado, que te compadezcas de este reino mío que se derrumba y, si todavía hay lugar para las súplicas, te ruego que abandones esa idea. Por tu causa me odian los pueblos de Libia y los tiranos de los númidas y me he hecho odiosa a los tirios, por ti he destruido mi pudor y mi reputación anterior, con la que bastaba para ensalzarme hasta las estrellas. ¿En manos de quién me vas a abandonar ahora que estoy a punto de perecer?, ¿qué me detiene?, ¿acaso que mi hermano Pigmalión destruya mis murallas o que el gétulo Yarbas me lleve detenida? Si al menos, antes de tu huida, yo hubiese tenido un hijo tuyo, si en mi palacio jugase un pequeño Eneas cuyo rostro me recordara a ti, yo no me creería enteramente traicionada y abandonada». Todo esto había dicho Dido, pero Eneas, subyugado por las órdenes de Júpiter, mantenía inmóviles los ojos y se esforzaba por ocultar su dolor. Por fin le responde con breves palabras: «Yo, reina, no negaré nunca que he recibido de ti muchos favores, ni, mientras me quede un soplo de vida, me cansaré de acordarme de ti, Elisa36, reina de Cartago. No diré mucho en mi defensa, pero no te imagines que yo intenté ocultarte mi huida con un ardid, aunque tampoco te prometí nunca las antorchas nupciales, ni llegué a este compromiso. Si los hados me hubieran permitido llevar la vida de acuerdo con mis deseos sin intervención ajena, ante todo yo habitaría en Troya, honrando los queridos restos de los míos, las altas fortalezas de Príamo permanecerían en pie y con mi mano hubiese construido una nueva Pérgamo para los vencidos. Pero Apolo me ordenó dirigirme a Italia, y allí también me han ordenado dirigirme los oráculos licios; allí está mi amor, allí está mi patria. Si los muros de Cartago y la contemplación de una ciudad de Libia te retienen a ti que eres fenicia, ¿qué razón hay para que no veas con buenos ojos que los teucros se establezcan por fin en la tierra de Ausonia? Es justo que 36
Nombre de la reina Dido. nosotros busquemos un reino extranjero. Cuantas veces la noche cubre la tierra con sus húmedas sombras, cuantas veces se alzan los brillantes astros, la pálida imagen de mi padre Anquises me avisa y me atemoriza durante el sueño; me mueve mi pequeño Ascanio y el daño que le estoy causando al privarle del reino de Hesperia y de las tierras que le reservan los hados. Además de esto, ahora Mercurio, el mensajero de los dioses, enviado por Júpiter en persona (te lo juro por nuestras vidas), me ha traído a través de los veloces vientos sus mandatos; yo mismo he visto con mis propios ojos al dios, envuelto en luz, entrar en tus muros y con mis oídos escuché su voz; deja de agudizar con tus lamentaciones tu dolor y el mío; no voy a Italia por mi propia voluntad>. Mientras hablaba, Dido mantenía el rostro vuelto, mirando de un lado a otro, contemplaba a Eneas en silencio de arriba abajo, e, irritada, le contestó así: .Ni tu madre es una diosa, ni Dárdano es el fundador de tu linaje, pérfido, sino que el Cáucaso en sus escarpados roquedales es el que te ha engendrado y te amamantaron las tigresas de Hircania. ¿Por qué disimulo o para qué mayores ultrajes me reservo? ¿Acaso se conmovió con mi llanto? ¿Volvió sus ojos hacia mí? ¿Acaso, vencido, ha derramado lágrimas o se ha compadecido de su amante? ¿Qué puedo preferir a esto? Ni la gran Juno ni el padre saturnio, Júpiter, pueden contemplar con buenos ojos estas cosas. La buena fe ya no existe. Le recogí cuando él había naufragado, mísero y necesitado de todo, e insensata le permití participar en mi reino; salvé su flota perdida y libré a sus compañeros de la muerte. ¡Ay, las furias se apoderan de mí! Primero era el augur Apolo, o el oráculo de Licia, ahora es el intérprete de los dioses, enviado por el mismo Júpiter, quien le trae por los aires terribles órdenes. Como si éste fuera el trabajo que realizan los dioses, como si tales preocupaciones turbaran su descanso. No te detengo ni quiero contradecir tus palabras; vete, ve a buscar Italia a favor de los vientos, busca esos reinos a través del mar. Espero que si los justos dioses tienen algún poder, encuentres el castigo en medio de los escollos y tengas que invocar el nombre de Dido muchas veces. Ausente, te seguiré con mis antorchas fúnebres y cuando la fría muerte haya separado el alma de mis miembros, mi sombra se te aparecerá en todas partes. Serás castigado, malvado. Yo me enteraré y en la profunda mansión de los Manes37 esta noticia llegará hasta mí». Una vez terminó de hablar, se alejó, antes de que Eneas tuviera tiempo de responderle, dejándole sumido en un profundo temor. El piadoso Eneas desea mitigar el dolor de la infeliz y con sus palabras apartar de ella la preocupación, pero cumpliendo la voluntad de los dioses vuelve de nuevo a las naves. Entonces los teucros se afanan más en sus tareas. ¡Qué sentimientos experimentaba Dido al contemplar esta actividad! Y, para no morir en vano sin haberlo intentado de nuevo, llama a su hermana Ana para que acuda ante Eneas con nuevas súplicas: "Ana, hazme un favor, pues a ti también te confiaba sus pensamientos; ve y, suplicante, habla con este soberbio enemigo; dile que yo no juré con los dánaos en el puerto de Aúlide destruir el pueblo troyano, ni envié mis naves a Pérgamo, ni ultrajé la tumba de su padre, entonces ¿por qué cierra sus crueles oídos? ¿Adónde corre? Que haga este último regalo a su desdichada amante: que retrase su partida hasta que las condiciones del tiempo sean favorables. Ya no le pido 37
Se refiere aquí a los infiernos. 37 38 La Eneida La Eneida que renuncie al reino, sino un descanso, una tregua para que la fortuna me enseñe a soportar el dolor". La desgraciada hermana lleva estos lamentos a Eneas, pero él no se conmueve ante ninguna súplica, los destinos se oponen y un dios ha cerrado los oídos del héroe. Entonces ante su fatal destino la infeliz Dido invoca a la muerte. Y, para que esta idea de abandonar la luz se acrecentara en ella, los hados intervienen, pues, al depositar las ofrendas sobre los altares, ve que el agua sagrada se torna negra y que el vino derramado se convierte en sangre; además durante la noche en su palacio ante la capilla consagrada a su esposo Siqueo oía cómo éste la llamaba; asimismo, numerosas predicciones de antiguos adivinos la aterraban con terribles presagios; también durante el sueño el propio Eneas con feroz aspecto la empujaba en su locura. Cuando vencida por el dolor pierde la razón y decide morir, determina hacerlo de manera encubierta para no atormentar más a su querida hermana. Entonces la llama y le dice: »Hermana, he encontrado el camino que me devolverá o me librará de mi amor. Pues me han hablado de una sacerdotisa, guardiana junto a un terrible dragón del templo de las Hespérides, en cuyo jardín crecen las manzanas de oro que la Tierra regaló a Juno como regalo de boda, la cual afirma que con sus conjuros puede liberar los corazones o introducir en ellos duras preocupaciones. Conforme ha ordenado tu hermana, haz levantar en secreto una pira en el interior del palacio, que coloquen sobre ella las armas de Eneas, todos sus vestidos y el lecho conyugal que me trajo todos estos males; todos los recuerdos de este hombre malvado deben ser destruidos». Dicho esto, guardó silencio, y al instante una gran palidez invadió su rostro. Pero, como Ana no sospecha que bajo este sacrificio su hermana oculta sus propios funerales, prepara todo lo que le ha ordenado. Cuando estuvo ya levantada la pira en el interior del palacio, la reina cubrió el lugar con guirnaldas y con follaje fúnebre, también colocó sobre el lecho las pertenencias de Eneas; después la sacerdotisa invocó muchas veces a los dioses, a Erebo, el de las tinieblas infernales, al Caos, el vacío primordial, y a Hécate, uno de los tres rostros de la virgen Diana; además derramó agua para simular las fuentes del infernal Averno. La propia Dido, con un pie descalzo y la túnica sin ceñir, presenta en los altares con sus purificadas manos la harina sagrada, y, próxima a morir, toma por testigo a los dioses y a los astros, implorando justicia de algún numen vengador de los amantes burlados. Era de noche y por toda la tierra los cuerpos fatigados gozaban del plácido sueño. Pero la infortunada fenicia no podía conciliarlo y se debatía entre mil ideas; unas veces pensaba que podía seguir a la flota de Ilión38, como esclava a las órdenes de los teucros, o, ¿por qué no?, acompañada de sus tirios; otras su pensamiento tomaba un nuevo rumbo y le aconsejaba morir, ya que no se le permitía, como a las bestias salvajes, vivir una vida fuera del matrimonio ni conocer tal pasión sin perder el honor; además le atormentaba no haber guardado la lealtad prometida a las cenizas de Siqueo. Todas estas reflexiones le llevaron a considerar que mejor era morir y, así, apartar el dolor con la espada. Tan pronto como la Aurora empezaba a bañar con nueva luz la tierra, la reina ve desde lo alto de su palacio que la flota se alejaba con todas las velas desplegadas y que en el litoral no quedaba ningún navío ni remero; fuera de sí, golpeándose con la mano el pecho exclamó: «Júpiter, ¿se irá éste? ¿se burlará de mi reino? ¿nadie le perseguirá con las armas y destruirá sus naves? Vamos, perseguidlos, disparad dardos. ¿Qué digo? Desdichada Dido, ¿ahora te conmueven las hazañas del malvado? Yo tendría que haber incendiado sus navíos y haber dado muerte al padre y al hijo con todo su linaje. Sol, tú que todo lo iluminas con tus rayos, y tú Juno, mediadora y testigo de estas desgracias, y tú Hécate, a quien en la noche se llama a gritos en las encrucijadas de las ciudades, y vosotras Furias, vengadoras, y dioses de Elisa39 que muere, escuchad mis súplicas; si es preciso que Eneas llegue a tierra porque así lo quieren los hados, que al menos sea embestido en una guerra por las armas de un pueblo audaz, que sea arrojado de sus fronteras, apartado de lulo, obligado a implorar ayuda, y que vea los indignos funerales de los suyos; que después de sujetarse a una paz vergonzosa él no pueda gozar de su reino, sino que caiga antes de tiempo y quede sin sepultura en medio de la arena. Y a vosotros tirios, os suplico que persigáis con vuestro odio toda su estirpe, que luchen nuestras gentes y sus descendientes». Después de hablar, buscando acabar cuanto antes con su sufrimiento, llama a la nodriza de Siqueo (pues las cenizas de la suya se habían quedado en su antigua patria) y le dice: «Querida nodriza, haz venir a mi hermana Ana, dile que se apresure y traiga las ofrendas expiatorias pertinentes, pues deseo terminar el sacrificio a Júpiter Estigio, cuyos preparativos he iniciado según el rito, para acabar con mis penas y entregar a las llamas la pira del dardanio». Dicho esto la anciana se apresura a cumplir su encargo, mientras Dido penetra en el interior del palacio y, furibunda, sube los altos escalones de la pira, desenvaina la espada del dardanio y, después de contemplar las vestiduras de Ilión, se echa sobre el lecho y pronuncia sus últimas palabras: «Dulces vestidos, mientras me lo permitieron los hados, recibid mi vida y libradme de mis sufrimientos. He vivido y he seguido el camino que la fortuna me ha trazado, he fundado una ciudad, he vengado a mi marido castigando a mi hermano, y hubiera sido feliz si las naves dardanias no hubiesen tocado nuestras costas». Y, besando su lecho, añadió: «Moriré sin ser vengada, pero moriré. Que el cruel dardanio desde alta mar contemple estos fuegos y se lleve el presagio de mi muerte». Mientras hacía tales plegarias, las esclavas la ven desplomarse bajo la espada, cubriéndolo todo con sangre. Un clamor se eleva hasta los altos atrios; la Fama, estremecida, recorre la ciudad como una bacante. Su hermana lo oye y, consternada, se precipita por medio de la multitud y llama a gritos a 38
Entretanto Eneas, decidido a marchar, se entregaba al sueño en lo alto de la popa. Y en sueños volvió a ver la imagen de Mercurio que le decía que no debía conciliar el sueño, pues muchos peligros había a su alrededor; ahora que los vientos eran favorables debía huir precipitadamente, pues Dido, dispuesta a morir, maquinaba en su pecho venganzas; que si esperaba a la Aurora el mar se agitaría bajo sus navíos y el litoral ardería en llamas. Entonces Eneas, aterrado por la aparición, se despierta y hostiga a sus hombres dándoles prisa. Todos corren y se precipitan, abandonan rápidamente el litoral, el agua desaparece bajo las velas y con los remos barren las azuladas aguas. 39
Vid. nota 15. 39 Idem a Dido. 40 La Eneida La Eneida la moribunda: «Hermana, ¿era esto lo que planeabas?, ¿por qué me engañaste?, ¿por qué me despreciaste como compañera en tu muerte?, ¡ojalá a ambas se nos hubiera llevado la misma herida y la misma hora!». Hablando así había subido los elevados peldaños de la pira; Dido intentaba levantar sus pesados ojos, pero de nuevo se desvanecía, por tres veces se levantó apoyándose en el codo, pero por tres veces cayó; con sus ojos extraviados buscaba el cielo. La poderosa Juno, compadeciéndose de su prolongado sufrimiento envió desde el Olimpo a Iris para que cortase aquella vida. Pues, como no moría ni por decisión del destino, ni por haber merecido la muerte, sino que la infortunada perecía antes del día señalado, Proserpina aún no había arrancado de su cabeza el dorado cabello y aún no había condenado su cabeza al Orco Estigio. Iris, pues, desciende, y deteniéndose sobre su cabeza dice: «Por orden de Juno llevo esta ofrenda al dios de los infiernos y te desligo de este cuerpo». Y con su mano derecha le corta el cabello. Al instante, todo el calor de Dido se disipa y su vida se desvanece en el aire. Mientras tanto Eneas, seguro y sin vacilar, se encontraba ya con sus naves en plena travesía, contemplando las murallas de Cartago que en esos momentos resplandecían con las llamas de la pira de la infortunada Elisa. Ningún troyano conocía la causa que había provocado este gran incendio pero, sabiendo lo que sufre un gran amor profanado y lo que puede hacer una mujer en su delirio, se introduce en el corazón de los teucros un triste presentimiento. Cuando las naves alcanzaron alta mar y ya no se veía más que agua, una oscura nube se detuvo sobre las naves troyanas, las aguas se estremecen y el cielo se llena de borrascas y tinieblas. Palinuro, el piloto de la nave, desde lo alto de la popa intenta dominar la situación, pero, dándose cuenta de que es muy complicado, dice lo siguiente: «Magnánimo Eneas, aunque me lo prometiera Júpiter en persona, no esperaría alcanzar Italia con este cielo. Los vientos han cambiado de dirección y el aire se espesa formando una gran nube. No podemos resistir y hacer frente a esto. Ya que la Fortuna se muestra superior, sigamos el rumbo que nos marca; creo que no estamos lejos de las fraternales playas de Érix, donde se encuentra el templo de Venus, y de los puertos de Sicilia, si la observación de los astros no me engaña». Después de reflexionar el piadoso Eneas responde: «Sí, ya hace rato que me he dado cuenta de que luchas en vano contra los vientos. Cambia el rumbo de tus velas y dirígete a la tierra que guarda al dardanio Acestes y que alberga los restos de mi padre Anquises». En cuanto dice esto se dirigen hacia las costas sicilianas y los favorables céfiros hinchan sus velas, llevándolos rápidamente a buen puerto. El rey Acestes se sorprende gratamente de la llegada de Eneas y les ofrece todo cuanto necesitan para reponerse de sus fatigas. CapítuloVIII
LavisitaalaSibila
A la mañana siguiente, apenas había despuntado el día, reúne a sus compañeros y les dice: «Nobles dardánidas40, ha transcurrido ya un año desde que depositamos en esta tierra los restos de mi divino padre y le consagramos altares fúnebres. Yo cada año, donde quiera que me encuentre, siempre colmaré los altares con las ofrendas que le son debidas y cumpliré mis votos y las solemnes procesiones rituales. Ahora, además, creo que por deseo de los dioses nos encontramos precisamente donde se encuentran las cenizas de mi padre; venid, pues, y ofrezcámosle todos un digno homenaje; pidamos vientos favorables y que permita que, una vez yo haya fundado mi ciudad, celebre todos los años estos sacrificios en los templos a él dedicados. Además cuando la novena aurora haya traído a los mortales su luz, liberando al mundo de las tinieblas, yo convocaré unos juegos: primero unas regatas entre las naves rápidas; después una carrera a pie y todo tipo de pruebas para que puedan participar los que confían en su fuerza, los que son diestros con la jabalina o con ligeras saetas y también los que se atreven a entablar combates con el duro cesto41. Que se presenten todos y aspiren a la recompensa de una merecida victoria. Ahora guardad todos silencio y cubrid vuestras sienes con hojas». Cuando Aurora trae la luz al noveno día, desde un montículo una trompeta anuncia el comienzo de los juegos en honor de Anquises. Desde los pueblos vecinos acude un gran gentío, unos dispuestos a ver a los hombres de Eneas, otros a tomar parte en la competición. Comienza la regata entre las rápidas naves; después de muchas vicisitudes el troyano Cloanto se declara vencedor y, según la costumbre, Eneas corona sus sienes con verdes ramas de laurel. Finalizada esta competición, el piadoso Eneas, acompañado de una gran multitud, se dirige a un prado de césped rodeado de colinas, en cuyo centro había un lugar que se asemejaba a las gradas de un circo; allí anima con recompensas a aquellos que quieran participar en la carrera de velocidad; acuden de todas partes tanto teucros como sicilianos. Después fueron muchos los que quisieron competir con la veloz saeta. La carrera de caballos con la que Ascanio quiso honrar a su abuelo ponía fin a las fiestas celebradas en honor de Anquises. Entonces se trocó la fortuna de favorable en adversa para los troyanos. Mientras se solemnizaban con variados juegos las honras en el sepulcro de Anquises, Juno meditando muchos planes y no saciado aún su antiguo rencor, envió a Iris desde el cielo hacia la flota troyana. Acelerando la carrera por su arco de mil colores42 desciende sin ser vista por nadie y, experta en fraudes, se desliza entre las mujeres troyanas, toma el aspecto de la anciana Béroe y dice: 40
Idem a troyanos. El "cesto" era un tipo de guante con nudillos de plomo y correas de cuero. A Iris, mensajera de los dioses y en especial de Juno, se la representa con alas y con un ligero velo que con la luz del sol toma todos los colores, de ahí el Arco Iris. 41
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41 42 La Eneida La Eneida —«¡Desventurado pueblo!, ¿qué final te reserva la fortuna? Ya va a cumplirse el séptimo verano desde la destrucción de Troya y ¡cuántos mares, tierras y playas inhóspitas hemos recorrido como juguetes de las olas, persiguiendo una Italia que se escapa! Aquí reinó Érix, hermano de Eneas, y ahora Acestes nos da hospitalidad, ¿quién nos impide levantar aquí murallas y fundar una ciudad? ¡Ay, patria y Penates salvados en vano del enemigo! ¿Ninguna muralla llevará nunca el nombre de Troya? Venid conmigo, pues, y quememos las infaustas naves. En sueños he visto la imagen de la profetisa Casandra dándome unas teas encendidas y diciéndome: Buscad aquí Troya; aquí está vuestra morada. Que no haya, pues, demora ante tantos prodigios. Aquí tenemos cuatro altares de Neptuno; el propio dios nos datas y coraje». «Hijo de una diosa, vayamos por donde nos lleva y nos trae el destino; sea cual sea la fortuna se debe superar con constancia. Confíale a Acestes, que es también de estirpe divina, los que sobran de las naves perdidas y los que ya se han cansado de tu gran empresa: ancianos, matronas hastiadas del mar y los que temen los peligros. Ordena que se edifique en esta tierra una ciudad de nombre Acesta». Al decir esto, coge con ímpetu el fuego y haciéndolo chispear en los aires lo arroja a las naves. Atónitas quedaron las troyanas en su mente y su corazón. Y Pirgo, la de más edad, exclama: «Esa no es Béroe; yo misma la dejé hace poco enferma lamentándose de no acudir a tributar a Anquises los honores merecidos». Dudosas e indecisas se quedaron las matronas al principio, pero entonces se alzó por los aires la diosa moviendo las alas. A la vista de tal prodigio prorrumpen en unánimes clamores y arrebatan el fuego del templo. Se enfurece Vulcano, como un corcel desbocado con las riendas sueltas, y el incendio devora los bancos, los remos y las pintadas popas de madera de abeto. —«Hijo mío, vengo por mandato de Júpiter, que se ha apiadado de ti desde el alto cielo. Obedece los consejos del anciano Nautes: lleva a Italia jóvenes escogidos, los corazones más esforzados, pues en el Lacio tendrás que luchar contra un pueblo duro y salvaje. Pero antes desciende a las moradas infernales de Dite43, y en el profundo Averno44 ven a mi encuentro. Pues no me retiene el impío Tártaro, mansión de las tristes sombras, sino que habito en el ameno recinto de los piadosos: los Campos Elíseos. Allí te guiará la casta Sibila tras ofrecer un gran sacrificio de negros animales, entonces conocerás toda tu descendencia y las ciudades que te están destinadas». Eumelo lleva la noticia del incendio al sepulcro de Anquises y al teatro. Todos ven revolotear las cenizas en una negra nube. Ascanio es el primero que se dirige desde la carrera ecuestre al agitado campamento sin que lo puedan retener sus maestros. —«¿Qué es esta nueva locura?» —dice—, «¿qué pretendéis ahora desventuradas ciudadanas? ¡No estáis quemando las naves enemigas ni el campamento argivo, sino vuestras esperanzas!» Se apresuran también en llegar Eneas y la tropa de los teucros. Ellas escapan de miedo por diversas playas y buscan los bosques y las cóncavas rocas. Arrepentidas y pesarosas reconocen a los suyos y sacuden de su pecho las sugerencias de Juno. Pero mientras tanto las llamas no pierden su indómita violencia. Bajo la mojada madera vive la estopa vomitando densa humareda, y un pesado vapor devora las quillas y penetra en todo el cuerpo de las naves. Nada pueden ni el esfuerzo de los héroes ni el agua derramada. Entonces el piadoso Eneas arranca su túnica de los hombros e implora el auxilio de los dioses tendiendo a ellos las manos: —«Júpiter omnipotente, si no aborreces a los troyanos, si todavía la antigua piedad contempla las fatigas de los hombres, haz que las llamas dejen la flota ahora, padre, o lanza sobre ella y sobre mí tu rayo, si es lo que merezco y aplástanos aquí mismo con tu diestra». Apenas había dicho esto cuando una negra tempestad descarga con inusual furia un torrente de lluvia. Las naves se llenan y rebosan de agua, se empapan las maderas medio quemadas y todos los barcos, menos cuatro, se salvan de la destrucción. Indeciso estaba Eneas entre quedarse en los campos de Sicilia, olvidando su‐
destino, o dirigirse a las costas de Italia. Entonces el viejo Nautes, a quien la tritonia Palas le hizo insigne en su arte, le explicó lo que presagiaba la ira de los dioses o lo que exigía el orden de los hados, con estas palabras: Esa noche, mientras Eneas se debatía en tomar una decisión, se le apareció la imagen de su padre Anquises hablándole de esta manera: Enseguida convoca Eneas a Acestes y a sus compañeros y les comunica la suprema voluntad de Júpiter, los preceptos de su padre y su resolución de seguirlos. Todos aprueban y a todo asiente Acestes. Se designa a los que consienten en quedarse, ánimas nada codiciosas de gloria, y los demás ponen a punto los lindes de la ciudad, mientras Eneas sortea los solares de las casas. Acestes designa con gozo el recinto del foro y da leyes a los ancianos convocados. Luego se erige a Venus (dalia un templo en la cumbre del monte Érix y se destinan al sepulcro de Anquises un sacerdote y un extenso bosque sagrado. Tras nueve días de festines, ofrendas y sacrificios, los vientos propicios invitan a los troyanos a hacerse de nuevo a la mar. Grandes gemidos y abrazos demoran el momento de la partida. El bondadoso Eneas los consuela con palabras amigas. Ordena que todas las naves por orden suelten sus amarras, y él con la frente ceñida por una corona de olivo, en pie sobre la proa de su nave, con una copa en la mano arroja a las olas las entrañas de las víctimas y el vino de las libaciones. Les empuja un viento de popa, mientras los compañeros compiten en herir al mar con los remos y surcan las aguas. Entretanto Venus, agobiada por sus preocupaciones, se dirige a Neptuno y expone sus quejas: »La insaciable ira de Juno me obliga a rebajarme a todo tipo de súplicas. Ni el tiempo ni la piedad la aplacan, no se doblega a la soberana voluntad de Júpiter ni a la fuerza de los hados. No le basta haber borrado de la faz de la tierra la ciudad de los frigios, todavía persigue las cenizas y los huesos de la destruida Troya. Dígnate, yo te lo ruego, concederles una navegación feliz y que arriben al Tíber, si es que te pido cosas concedidas por la suerte y si en efecto las Parcas les reservan esas murallas». Así le respondió el hijo de Saturno, el domador de los profundos mares: »Justo es, Citerea, que confíes en mis reinos de donde procede tu origen. Ahuyenta 43
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43 Sobrenombre del dios Plutón (vid. glosario mitológico). Lago de Campania, cerca de Nápoles, considerado como la entrada a los Infiernos. 44 La Eneida La Eneida todo temor. Llegará seguro al puerto del Averno y sólo una vida de los suyos se sacrificará por el bien de muchos...». muerte, y va y vuelve por este camino tantas veces, y Teseo, y Alcides. También yo soy del linaje del supremo Júpiter.. En efecto, Palinuro, uno de los timoneles de las naves de Eneas, fue invadido por un invencible sopor, obra de algún dios que le precipitó a las olas y en vano llamó repetidas veces a sus compañeros dormidos. Y así le contestó la Sibila a Eneas que permanecía abrazado al altar: «Fácil es la bajada al Averno; día y noche está abierta la puerta del negro Dite, pero lo difícil es retroceder y volver a la luz de la tierra. Pocos, y del linaje de los dioses, a quienes Júpiter fue propicio, o a quienes su virtud se lo permitió, lo han logrado. Todo el centro del Averno está poblado de selva que rodea el Cocito48 con su negra corriente. Pero si tanto afán tienes de cruzar dos veces la laguna Estigia y de ver dos veces el negro Tártaro, oye lo que has de hacer. Bajo la sombra de un árbol se oculta una rama, cuyas hojas y tallo son de oro y que está consagrado a la Juno infernal. Todo el bosque lo oculta, pero sólo le está permitido penetrar en las entrañas de la tierra a quien haya desgajado del árbol la rama dorada. Es el tributo que tiene dispuesto la hermosa Proserpina. Cuando lo encuentres, alarga tu mano, porque si los hados te lo permiten él se desprenderá por sí sólo y brotará otro que se cubrirá también con hojas de oro; pero de lo contrario, no hay fuerzas, ni tan siquiera el duro hierro, que puedan arrancarlo. Además, tú ignoras que el cuerpo de un amigo tuyo yace insepulto. Ante todo, entrega sus despojos a su última morada, cúbrelos con un sepulcro e inmola algunas ovejas de negra lana. Haz así las expiaciones necesarias para poder visitar los reinos inaccesibles a las Finalmente la escuadra arriba a las playas de Cumas. Mientras los compañeros preparan el campamento, Eneas se encamina a la recóndita y gran caverna de la Sibila, a quien Apolo infunde inteligencia y ánimo y le revela el futuro. En cuanto llegaron al umbral, la virgen les informa que es el momento de consultar los hados, pues el dios se acerca. Al punto se le cambió el semblante, perdió el color y se le erizaron los cabellos. Jadeando y sin aliento se le hincha el pecho, parece que su voz no resuena como la de los demás mortales, porque la inspira Apolo. Eneas le dirige esta plegaria: —«¡Oh! Febo Apolo, siempre misericordioso con los grandes trabajos de Troya. Ya, al fin, pisamos las costas de Italia, que siempre huían de nosotros. ¡Ay! Ojalá que hasta aquí sólo nos haya seguido la fortuna troyana. Justo es que vosotros, dioses y diosas enemigos de Ilión y de su gloria, perdonéis ya a la nación de Pérgamo. Y tú, santa sacerdotisa, concede a los teucros y a sus errantes dioses que logren por fin tomar asiento en el Lacio. No pido reinos que no me estén prometidos por los hados. Entonces erigiré un templo todo de mármol a Febo45 y a Trivia46, y tú también tendrás en mi reino un magnífico santuario en el que guardaré tus oráculos. Sólo te ruego que no confíes tus predicciones a hojas que se revuelvan como un juguete de los vientos. Anúncialas tú misma». La Sibila se revuelve entonces como una bacante procurando sacudir de su pecho el poderoso espíritu del dios. Se abren, por fin, por sí solas las cien puertas del templo y los aires elevan las respuestas de la Sibila: —«Al fin te libraste de los grandes peligros del mar, pero otros mayores te aguardan en tierra. Sí que llegarán los descendientes de Dárdano a los reinos de Lavinio; no te preocupes por eso; pero también desearán algún día no haber llegado a ellos. Veo guerras, horribles guerras y al Tíber con olas de espumosa sangre. Ya tiene el Lacio otro Aquiles, hijo también de una diosa. También estará presente aquí Juno, siempre enemiga de los troyanos. Suplicando irás a las ciudades de Italia a pedir auxilio en tus desastres. Volverás a tener una esposa extranjera, pero tú no sucumbas a la desgracia. Al contrario, ve con ánimo hasta donde te lo permita la fortuna. Una ciudad griega, por extraño que te parezca, te presentará el primer camino de salvación». Cuando cesó el arrebato de la virgen, Eneas le dijo: «Ya tenía previstas esas desventuras. Una sola cosa te pido, pues es sabido que aquí está la entrada al infierno, la tenebrosa laguna que forma el desbordado Aqueronte; permite que acuda a la presencia de mi amado padre; enséñame el camino y ábreme las sagradas puertas. Compadécete de nosotros, pues también Orfeo pudo evocar los Manes47 de su esposa con el auxilio de su lira; incluso Pólux rescató a su hermano, alternando con él la 45
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Entristecido sale Eneas de la cueva, y al llegar a la playa ve a los troyanos reunidos en torno al cadáver de Miseno, hijo de Eolo, experto en animar a los guerreros con el clarín y la trompeta, a quien tal vez Tritón sumergió entre las peñas en las espumosas olas. Sin interrumpir su llanto se apresura a cumplir el mandato de la Sibila y a formar con árboles el altar del sepulcro y la pira. Mientras, unos ponen el agua en la lumbre en calderas de bronce y lavan y perfuman el frío cadáver entre grandes lamentos; luego lo colocan sobre la hoguera con sus vestidos de color púrpura. Otros, apartando la mirada, prenden fuego a la pira. Todo arde al momento: el incienso, las entrañas de las víctimas, y el aceite derramado sobre ellas. Cuando el fuego lo consumió todo, lavaron con vino los huesos, candentes todavía y guardaron las 'reliquias en una urna de bronce. Con un ramo de olivo el oficiante roció tres veces a los compañeros con agua purificadora y pronunció las últimas oraciones. Al pie del monte, Eneas mandó erigir un monumento en su honor y allí depositaron sus armas, su remo y su clarín. Mientras estaban en el espacioso monte, dos palomas, aves de Venus, se posaron en la hierba cerca de Eneas y después remontaron el vuelo hasta posarse en la copa de un árbol en el que Eneas vislumbró el resplandor del oro entre las ramas, semejante al muérdago que verdea con hojas nuevas. Lo arranca impaciente y lo lleva a la cueva de la Sibila. Había cerca de allí una profunda caverna, defendida por un negro lago y por la oscuridad de los bosques, que ningún ave podía sobrevolar, porque exhalaba fétidos vapores que infestaban el aire. Por ello los griegos le dieron al sitio el nombre de Aorno, "sin aves"49. Allí llevó Eneas en primer lugar cuatro novillos negros sobre cuya Sobrenombre de Apolo. Se refiere a Diana. (vid glosario mitológico). El espíritu de su esposa. 48
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45 Uno de los ríos que rodea los Infiernos. Para los romanos Averno, (vid nota 37). 46 La Eneida La Eneida testuz derramó la sacerdotisa el vino de las libaciones y les cortó unas cerdas que arrojó al fuego como primeras ofrendas, invocando a Hécate, de gran poder en el cielo y en el Erebo. Otros degüellan las víctimas y recogen en una copa la tibia sangre. El propio Eneas inmola con su espada una cordera de negro vellón y una vaca estéril para Proserpina. Pone sobre las llamas todas las entrañas de los novillos rociándolas con abundante aceite. Al alba, empezó a mugir la tierra bajo sus pies, temblaron los bosques y grandes aullidos de perros en las sombras anunciaron la llegada de la diosa. —«Lejos de aquí, profanos» —exclama la profetisa—, «salid de este bosque, y tú, Eneas, avanza y desenvaina la espada. Es el momento de mostrar entereza y valor». Se introduce en la boca de la cueva y Eneas la sigue. ¡Oh dioses Caos y Flegetonte, que tenéis poder sobre las almas, sombras silenciosas! ¡Morada de la noche y el silencio! Permitidme contar las cosas que he oído. Que vuestro numen me conceda descubrir los misterios sepultados en el fondo de la tierra. CapítuloIX
Labajadaalosinfiernos
Avanzaban solos en la oscuridad por los desiertos reinos de Dite50. En las primera gargantas del Orco tienen sus guaridas el Luto y los Afanes de venganza; allí habitan también las pálidas Enfermedades y la triste Vejez, el Miedo y el Hambre, mala consejera, y la vergonzosa Pobreza, figuras terribles a la vista, y la Fatiga y la Muerte, y su hermano el Sueño. Y enfrente la mortífera Guerra, los lechos de hierro de las Euménides y de la insensata Discordia, enlazando sus cabellos de víboras con cintas ensangrentadas. En el centro extiende sus viejas ramas un inmenso olmo donde se dice que habitan los sueños vanos, agazapados bajo sus hojas. Viven allí otras muchas fieras monstruosas: los Centauros, las biformes Escilas, y Briareo el de los cien brazos, y la hidra de Lerna de espantoso silbido, las Harpías y la figura de la sombra de tres cuerpos. Eneas, preso de un súbito terror, ofrece el filo de su espada a los que se acercan. Pero la sacerdotisa le advierte que sólo son fantasmas y que en vano lucharía contra sus sombras. De allí arranca el camino que conduce a las olas del cenagoso Aqueronte, que perpetuamente hierve y eructa toda la arena en el Cocito. Guarda esta agua y los ríos un horrendo barquero, Caronte, cuya suciedad espanta; le cuelga una desaliñada barba blanca, de sus ojos brotan llamas, una sórdida capa pende por un nudo de sus hombros. Él mismo maneja su herrumbrosa barca con una pértiga, maniobra las velas y transporta en ella a los muertos, viejo ya, pero con la recia y lozana vejez de un dios. Hacia las orillas se precipitaba una multitud de hombres y mujeres, jóvenes, niños y muchachos, sombras tan numerosas como las hojas que caen en las selvas con los primeros fríos del otoño. O como las aves que en bandadas cruzan el mar en invierno dirigiéndose hacia tierras más calurosas. Apiñados en la orilla todos quieren pasar los primeros y tienden con afán las manos, pero el adusto barquero Caronte acepta a uno y a otro y rechaza a los demás. Eneas, turbado por la escena, pregunta a la Sibila qué buscan esas almas y con qué criterio son seleccionadas para cruzar las aguas. La anciana sacerdotisa le responde: – «Estás ante las aguas profundas del Cocito y la laguna Estigia, por la que temen jurar en vano incluso los dioses. Toda esta multitud es la gente sin sepultura. Caronte se lleva sólo a los sepultados y a los que, de no estarlo, vagan cien años por estas playas hasta ser admitidos». Se detiene Eneas al ver al piloto Palinuro y le dice afligido: «¿Quién de los dioses te sumergió en las aguas del mar e invalidó el augurio de Apolo de que llegarías incólume a la tierra Ausonia? ¿Qué fe hay que tener entonces en las promesas divinas?» 50
47 Vid. nota 43. 48 La Eneida La Eneida — No –respondió Palinuro–, no te engañó el oráculo de Apolo, ni me sepultó un dios en el mar. Arrancado el timón con violencia por azar caí al mar agarrado a él y temí más por el destino de tu nave sin piloto ni timón que por mi vida. Tres borrascosas noches me arrastró el Noto por el mar hasta que divisé las costas de Italia desde lo alto de una ola. Nadé hacia allí y llegué con vida, pero un pueblo cruel me atacó con sus armas, y las olas y los vientos me sacuden ahora en el litoral. Líbrame de estos males, ponme tierra encima, o tiéndeme ahora tu mano y llévame contigo por las olas para que al menos en la muerte descanse en un lugar tranquilo». Le dijo entonces la vidente: «¿De dónde te viene ese insensato deseo? ¿Vas a ver sin ser enterrado las aguas estigias y pasar sin que se te ordene al otro lado? Desiste de torcer los hados con tus ruegos. Pero guarda en la memoria estas palabras como consuelo de tu cruel desventura: Todos los pueblos cercanos aplacarán tu espíritu, depositando tus huesos bajo un túmulo, instituirán sacrificios y darán por siempre al lugar el nombre de Palinuro». Estas palabras calmaron su afán y su triste corazón. Eneas y la Sibila prosiguen su camino. El barquero Caronte al verlos les ataja enojado el paso: «Quienquiera que seas tú, que te encaminas armado hacia mi río, dime a qué vienes y no pases de ahí». Le respondió la sacerdotisa: «No traen las armas violencia. Eneas de Troya, famoso por su piedad y sus armas, desciende a las sombras del Erebo en busca de su padre. Si no te conmueve tan piadoso intento, reconoce al menos este ramo». Y sacó la rama dorada que llevaba bajo el manto, con lo que al punto desapareció el enojo de Caronte. Se acercó a la orilla haciendo que las sombras dejaran sitio al fondo de la barca para recibir allí a los dos pasajeros. Crujió la sutil barca bajo su peso y empezó a hacer agua. Pero al fin desembarcó en la orilla opuesta a la Sibila y al guerrero. Enfrente, tendido en su cueva, el enorme Cerbero hace resonar los triples ladridos de sus tres fauces. Al ver la Sibila que se le iban erizando las serpientes de su cuello, le arroja una torta soporífera amasada con miel y frutos medicinales. La devora con rabiosa hambre y al punto se deja caer dormido, ocupando toda la cueva con su mole. Eneas sigue adelante y pasa rápidamente la ribera del río que nadie cruza dos veces. Empezaron a oírse entonces voces y llantos de niños a quienes un destino cruel les llevó a una prematura muerte. Sus almas ocupaban aquellos primeros umbrales, y junto a ellos están los condenados a muerte por sentencia injusta. Les asigna esos lugares un tribunal de jueces presidido por Minos. Cerca de allí están los desdichados que, cansados de ver la luz del día, se quitaron la vida con su propia mano. ¡Cuánto darían ahora por soportar en la tierra la pobreza y las duras fatigas! No lejos de allí se extienden hacia todas partes las llanuras del llanto, donde senderos escondidos rodean una selva de mirtos que oculta a los que consumió su vida el cruel amor y que ni aún en la muerte olvidan sus penas. Allí entre Fedra, Pasifae, Laodamia y Ceneo, mozo un día y hoy mujer de nuevo, restituida su antigua figura por obra del destino. Eneas ve vagando por la gran selva a la fenicia Dido. Al punto rompió a llorar y le dijo: —«Infeliz Dido, ¿era cierta, pues, la noticia de que habías muerto y de que te traspasaste el pecho con una espada? ¿Fui yo, entonces, la causa de tu muerte? Juro ‐
por los astros, los dioses y por la fe que haya en lo más profundo de la tierra que contra mi deseo me alejé de tus costas. La voluntad de los dioses que ahora me trae a estas sombras me forzó a abandonarte y nunca pude imaginar que mi partida te causaría un dolor tan grande. Detente y no te apartes de mi vista. ¿De quién huyes? Esta es la última vez que los hados me permiten hablarte». Pero la sombra de Dido no se conmovió por sus palabras ni por sus llantos, y se aleja a refugiarse precipitadamente en un bosque sombrío donde atiende a su primer esposo Siqueo, y éste le corresponde. Continúan su camino hasta los últimos campos donde moran los manes de los guerreros ilustres. Los troyanos se apiñan a los lados de Eneas. Los soldados griegos en cambio al ver al héroe huyen temblorosos. Allí vio Eneas a Deífobo, hijo de Príamo, llagado todo el cuerpo, cruelmente mutiladas la cara y ambas manos, arrancadas las orejas y cortada la nariz. Apenas lo reconoció le pregunta por su triste final. El hijo de Príamo le cuenta la traición de Helena que abrió las puertas de su casa a Menelao, y se interesa por los motivos que llevan a Eneas a visitar esos parajes. Pero la Sibila les advierte de que la noche se aproxima y ya han llegado al lugar en el que el camino se escinde en dos partes: la de la derecha, que se dirige al palacio de Plutón, es la senda que lleva a los campos Elíseos; la de la izquierda conduce al impío Tártaro, donde los malos sufren su castigo. Mira entonces Eneas hacia la izquierda y ve al pie de una roca una gran fortaleza de triple muralla rodeada por el Flegetonte, el río de fuego del Tártaro que arrastra resonantes piedras. Enfrente queda una puerta que ninguna fuerza podría derribar. Se alza una torre de hierro y Tisífone, una de las tres Furias, sentada y revestida con un manto del color de la sangre, guarda insomne la entrada de día y de noche. Se escuchan gemidos, azotes, el rechinar del hierro y el ruido de cadenas arrastradas. Eneas, aterrado por el estrépito pregunta: ¿Qué crímenes se castigan aquí? ¿Con qué pena se les atormenta? ¿Quién eleva tantos lamentos?» Y así le contestó la sacerdotisa: —«Ningún inocente puede penetrar en el umbral de los criminales; pero cuando Hécate me destinó a la custodia de los bosques infernales, ella misma me mostró los castigos de los dioses y me condujo por estos sitios. Gobierna estos duros lugares Radamantis de Cnosos, indaga y castiga los fraudes y obliga a los hombres a confesar las culpas cometidas. En cuanto pronuncia su sentencia, la vengadora Tisífone azota con el látigo e insulta a los culpados. Dentro vive una hidra más horrible todavía, de cincuenta negras fauces. Luego el Tártaro mismo se abre al abismo y se extiende el doble de lo que dista el Olimpo hasta la tierra. Allí en lo más hondo del abismo se revuelven los Titanes, antiguos hijos de la Tierra, abatidos por el rayo de Júpiter. Allí están los dos hijos de Aloeo, enormes gigantes que intentaron rasgar con sus manos el cielo y arrojar a Júpiter de su trono. Allí también el insensato Salmoneo que padecía horribles castigos por haber querido imitar con los cascos de sus caballos los truenos de Júpiter, reclamando para sí los honores debidos a los dioses. Está también Ticio; un buitre está sobre su gran pecho y le roe y devora las entrañas que renacen para padecer sin un momento de tregua. Allí habitan los que odiaron a sus hermanos mientras vivían, o hirieron a su padre o engañaron a sus clientes, y en número más abundante los que atesoraron riquezas para ellos solos, los que murieron por ser adúlteros y los que promovieron impías guerras o traicionaron a sus señores. Todos ellos, allí encerrados, aguardan su castigo. No intentes saber cuál; unos hacen rodar peñascos, otros cuelgan atados a los radios de una rueda. Todos osaron maldades 49 50 La Eneida La Eneida horribles y las llevaron a cabo. Ni aunque tuviera cien lenguas y bocas y una voz de hierro podría expresar todas las formas de sus crímenes ni enumerar los nombres de los castigos». Llegaron entretanto a las puertas del palacio de Plutón. Eneas se rocía el cuerpo con agua fresca y cuelga la rama dorada en el dintel del umbral. Llegan entonces a los vergeles de los bosques afortunados, moradas de la felicidad. El aire es más puro y hay sol y estrellas. Unos se divierten con ejercicios atléticos, otros danzan en coro y entonan versos. Allí están los que recibieron heridas luchando por la patria, los sacerdotes que tuvieron una vida casta, los vates piadosos que cantaron versos dignos de Febo, los que perfeccionaron la vida con las artes que inventaron y los que por sus méritos viven en la memoria de los hombres. Todos llevan blancas cintas en torno a su cabeza. La Sibila le pregunta a Museo por el lugar donde reside Anquises. Éste les informa de que nadie tiene allí morada fija, unas veces van por bosques, otras por arroyos o prados, pero desde una colina les muestra unas campiñas en las que iban a encontrarlo. En efecto, allí Anquises observaba unas almas destinadas a ir a la tierra y ser el futuro linaje de sus descendientes. En cuanto vio a Eneas se dirigió hacia él, le tendió alegre las manos y llorando le dijo: «Al fin has venido y tu piedad filial ha superado este arduo camino. ¡Cuántos peligros has tenido que afrontar!». Eneas intenta tres veces abrazarlo, pero es en vano. Su imagen ligera se escapa de sus manos como un soplo de viento o un sueño. En eso ve Eneas innumerables pueblos y gentes vagando junto a un río como las abejas en los prados se posan en verano sobre las flores y se apiñan alrededor de las blancas azucenas llenando con sus zumbidos toda la campiña. Pregunta a su padre quiénes son y él le dice: «Estas almas, destinadas por el hado a animar otros cuerpos, están bebiendo en las tranquilas aguas del Leteo el completo olvido de su vida pasada. Hace mucho tiempo que quería que las vieras y hablarte de ellas, para que te regocijaras conmigo de haber llegado a Italia». Se extrañó Eneas de que las almas se reencarnaran de nuevo con anhelo y su padre le reveló cada cosa por su orden: ‐Desde el principio del mundo un mismo espíritu interior alienta el cielo, la tierra, las líquidas llanuras, el luminoso globo de la luna, el sol y las estrellas. Ese espíritu, difundido por los miembros, mueve la materia y se mezcla con el gran conjunto de todas las cosas. De él proceden la estirpe de los hombres, los animales de la tierra, las aves y los monstruos del mar. Esas emanaciones del alma universal conservan su vigor de fuego y su origen celeste mientras no están cautivas en cuerpos mortales con terrenas ataduras, y por eso temen y desean, sufren y gozan. Por eso no ven la luz del cielo encerradas en las tinieblas de una cárcel ciega. Ni aun cuando en su último día las abandona la vida, no por ello desaparecen del todo las miserias carnales que su larga unión con el cuerpo ha infiltrado en ellas; por eso se las prueba con penas y castigos y expían con súplicas las antiguas culpas. Unas, suspendidas en el espacio, están expuestas a los vientos; otras lavan en el abismo sus manchas y otras se purifican en el fuego. a su etérea esencia y al puro fuego de su primitivo origen. Después de mil años, un dios las convoca en muchedumbre junto al río Leteo para que retornen a la tierra olvidadas del pasado, con un renacido deseo de volver a habitar cuerpos humanos. Voy a revelarte ahora la gloria que aguarda a los descendientes de Dárdano, la progenie que perpetuará nuestro nombre en Italia: »¿Ves ese joven que se apoya en su lanza?, es el que ocupa el lugar más cercano a la luz del día, el primero de nuestra progenie con mezcla de sangre ítala: Silvio, de nombre albano, hijo póstumo tuyo, que en edad avanzada tendrás de tu esposa Lavinia. Ella lo criará en las selvas como rey y padre de reyes, por quien nuestro linaje dominará en Alba Longa. Junto a él están Procas, Capis, Numitor y Silvio Eneas. ¡Qué jóvenes! ¡Qué fuerzas demuestran! Ellos levantarán ciudades que hoy son sólo tierras sin nombre. De nuestra sangre será Rómulo, hijo de Marte y de !lía. Bajo sus auspicios la ínclita Roma extenderá su imperio por todo el orbe y levantará su espíritu hasta el Olimpo. Siete colinas tendrá en su recinto, feliz con su prole de varones. »Vuelve hacia aquí tus ojos, mira esta nación, tus romanos. Ese es César y toda la progenie de lulo Ascanio que ha de nacer bajo el gran eje del cielo. Éste es, éste es el hombre que tantas veces te fue prometido: César Augusto, de estirpe divina, que de nuevo hará surgir los siglos de oro en el Lacio, en los campos en que en otro tiempo reinó Saturno. Llevará su imperio más allá de los garamantes y los indios: más allá de donde brillan las estrellas, fuera de los caminos del año y del sol, donde Atlas, portador del cielo, hace girar sobre sus hombros la esfera tachonada de astros relucientes. Ante su llegada se horrorizan ya ahora con los oráculos de los dioses los reinos caspios, la tierra Escitia y las siete bocas del Nilo. ¿Y aún dudamos en extender el valor con hazañas, o el miedo nos impide establecernos en la tierra de Ausonia? «Allí reconozco la cana cabellera y blanca barba del rey que dará las primeras leyes a Roma. Le sucederá Tulo que romperá el ocio de la paz y armará a sus pueblos. De cerca le sigue el arrogante Anco, que incluso aquí se ufana demasiado con el favor popular. ¿Quieres ver a los reyes Tarquinios y el alma soberbia del vengador Bruto y las restauradas fasces?51 ÉI52 será el primero en recibir la autoridad de cónsul y las terribles hachas, y en nombre de la hermosa libertad condenará al suplicio a sus hijos por promover nuevas guerras. ¡Desdichado!, sea cual sea el juicio que de ello se forme la posteridad: vencerá su amor a la patria y un desmedido deseo de gloria. Mira también, más a lo lejos, a los Decios, a los Drusos y a Torcuato con su hacha ensangrentada, y a Camilo, que regresa con las enseñas recuperadas al enemigo. »Esas dos almas que ves brillar con armas semejantes, ¡cuántas guerras moverán entre sí! El suegro bajará sus huestes de los Alpes y de la roca de Moneco, el yerno frente a él con las tropas de Oriente53. ¡No, hijos míos, no acostumbréis vuestros años a guerras tan espantosas, ni volváis vuestras fuerzas contra las entrañas de la patria! ¡Y tú el primero, ten compasión de ella y no empuñes jamás semejantes armas! 51
Todos los manes padecemos algún castigo, tras lo cual se nos envía a los espaciosos Campos Elíseos. Pocos los alcanzan después de que un larguísimo período, cumplido el orden de los tiempos, borra todas las manchas y deja el alma reducida sólo 52
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César. 51 Fasces: haz. Insignia de cónsul. Se refiere a L. I. Brutus, primer cónsul de Roma en el 509 a. C. Se refiere a César y Pompeyo, suegro y yerno, pues este último estaba casado con Julia, hija de 52 La Eneida La Eneida »Ése someterá Corinto y llevará su carro victorioso al alto Capitolio, aquel conquistará Argos, Mecenas y a un descendiente de Aquiles, vengando así a los antepasados de Troya a los profanados templos de Minerva. ¿Quién podrá olvidarse de ti, Catón, y de ti, Cosso? ¿Quién dejará de nombrar al linaje de los Gracos y a los dos Escipiones, rayos de la guerra, terror de Libia, y a ti, Fabricio, poderoso en tu pobreza, o a ti, Máximo, que ganando tiempo conseguirás salvar la república. »Otros sacarán figuras vivas del bronce y del mármol, pronunciarán mejor sus discursos, medirán con el compás los caminos del cielo y anunciarán la salida de los astros: Tú, romano, atiende a gobernar los pueblos; ésas serán tus artes, y también imponer condiciones de paz, perdonar a los vencidos y derribar a los soberbios. »Mira cómo se adelanta Marcelo por encima de los héroes. Ése sostendrá algún día la fortuna de Roma en medio de una gran revuelta. Arrollará a los cartagineses y al galo rebelde, y colgará en el templo de Quirino el tercer trofeo. Pero ese gallardo joven que le acompaña apenas vivirá en la tierra. ¡Cuántos gemidos se levantarán por él en Roma, qué funerales! Ningún joven de raza troyana levantará tan alto las esperanzas de sus abuelos latinos ni la tierra de Rómulo se ufanará tanto de ninguno de sus hijos; jamás enemigo alguno se le hubiera opuesto impunemente a pie o a caballo. Dadme lirios a manos llenas que he de cubrirlos de flores púrpura y colmar su alma al menos con este vano homenaje». Después de alentar el ánimo de Eneas con el deseo de su futura gloria, le cuenta las guerras que está destinado a pasar y le muestra de qué modo podrá evitar y resistir los trabajos que le aguardan. Hay dos puertas del sueño, una de cuerno, por la que salen fácilmente las visiones verdaderas; la otra de blanco marfil por la que envían los manes los falsos sueños. Por ella despide Anquises a la Sibila y a Eneas, que se dirige a las naves. Él y sus compañeros llegan a la orilla del puerto de Cayeta, donde anclan sus naves. CapítuloX
Preparativosdeguerra
Neptuno hinchó sus velas con vientos favorables y los llevó lejos del estrecho donde la cruel Circe, con sus conocimientos de poderosas hierbas, transforma la figura humana de los visitantes en semblante y cuerpo de fieras. Ya se sonrosaba el mar con los primeros rayos del sol, y la dorada aurora desde el alto éter resplandecía en su carro, tirado por dos caballos de color rosa, cuando Eneas descubre desde la nave un espacioso bosque por el que desemboca el caudaloso Tíber, amarillo por la abundante arena. Allí las aves revolotean con gorjeos y allí entra alegre la expedición por el río. Dame ahora tu auxilio, oh Erato, para contar los reyes y los remotos sucesos del Lacio. Inspira, oh musa, al poeta. Gobernaba en larga paz a los laurentinos el anciano rey Latino, hijo de Fauno y descendiente de Saturno, primer fundador de su linaje. Este rey sólo tenía una hija y la pretendían multitud de príncipes, sobre todo Turno, a quien la esposa del rey deseaba como yerno. Pero algunos extraños prodigios que parecían aplazar la boda llevaron al rey a consultar el oráculo, y éste le aconsejó no dar su consentimiento a una boda con un esposo latino, pues iba a llegar un extranjero con cuya alianza llegaría hasta las estrellas la gloria de sus descendientes. Eneas, lulo y los troyanos al desembarcar en el bosque dispusieron una comida de frutas silvestres sobre unas tortas de flor puestas sobre la hierba. Al terminar, como el hambre aún les acuciaba, empezaron a comer las tortas utilizadas como mesas. Y ese fue el indicio de que aquella era la tierra prometida para ellos, pues se cumplía el vaticinio de su padre Anquises: «Cuando el hambre te fuerce a devorar también las mesas, habrán acabado las fatigas y se ha de fundar y fortificar la primera población«. Eneas envía al rey cien emisarios coronados de ramos de olivo y con regalos para pedirle paz para los troyanos. Mientras, él señala en la hierba con una zanja el reducido circuito de las murallas y, a modo de campamento, rodea sus primeras viviendas con almenas y empalizadas. El rey Latino los recibió en un espacioso templo de cien columnas en la parte más alta de la ciudad. En su vestíbulo estaban por orden las efigies de los ascendientes talladas en madera de cedro: Ítalo, el primero que plantó la vid; el viejo Saturno; Jano de las dos caras, y los demás reyes. Allí colgaban además multitud de armas, carros, segures, penachos, escudos y espolones de naves arrebatadas a los enemigos. Moneo como portavoz de los troyanos expuso la situación que había llevado hasta allí a su pueblo, así como el vínculo de su antepasado Dárdano con ellos. El rey acepta la alianza que proponen y les habla del oráculo sobre la llegada del extranjero. Les manda de vuelta con veloces caballos y un carro de dos corceles para que Eneas acuda ante él. 53 54 La Eneida La Eneida Pero en esto Juno divisa en lontananza el júbilo de Eneas y los troyanos. Decide, furiosa, que aunque no pueda arrebatarle a Eneas el imperio del Lacio, ni impedir que Lavinia, la hija del rey Latino, sea de Eneas, exterminará a fuerza de guerra los pueblos de ambos reyes: el suegro y el yerno. Evoca entonces a la gorgona Alecto, cuyo corazón sólo se complace en tristes guerras, iras, traiciones y crímenes. Alecto, al ser invocada, se dirige a la morada del rey Latino y le arroja una de las serpientes de su cabello a la reina Amata. Se desliza la víbora entre sus ropas y le destila el veneno de las furias. La reina intenta hacer cambiar de resolución a Latino pero, en vista de la inutilidad de sus intentos, huye a las selvas y esconde en ellas a su hija, para evitar el enlace con el troyano. Invoca a Baco empuñando el tirso como una ménade54 Vuela la fama de este suceso y las demás madres son arrastradas también por las furias a abandonar sus casas y soltar sus cabelleras. Amata, aguijoneada con los estímulos de Baco, agita una tea encendida en medio de sus alaridos y las invita a celebrar orgías. Alecto, al ver desbaratados de esa parte los planes del rey Latino, se dirige entonces a la ciudad de los rútulos55 y enciende la ira de Turno. Éste declara a sus principales guerreros que va a marchar contra el rey Latino, manda tomar las armas, fortificar Italia y arrojar de sus confines al enemigo. Alecto vuela entonces al campamento de los teucros y hace que lulo dé muerte al ciervo de Silvia, hija de Tirreo el mayoral del rey Latino. La Gorgona da el sonido de alarma entre los pastores y éstos acuden con improvisadas armas. La juventud troyana acude también en auxilio de Ascanio y se inicia el combate. Aún quería Alecto suscitar rumores que sublevaran a los pueblos vecinos, pero Juno, sabedora de que Júpiter no consentiría que la Gorgona vagara libre por más tiempo, la envía de nuevo a los infiernos. La propia Juno persevera en dar la última mano a la guerra. Llega Turno en medio del furioso y sangriento tumulto y aumenta la confusión con sus quejas. Acuden entonces las madres poseídas de furor báquico que vagaban por las selvas celebrando orgías. Todos piden la guerra y asedian el palacio. El rey resiste semejante a una roca en el mar, pero finalmente se encierra en su palacio y abandona las riendas del gobierno, impotente para mantener la paz. Es Juno la que empuja con su propia mano las puertas del templo de la guerra custodiadas por Jano. Arde Italia en bélico furor; todos buscan armas; todos olvidan su amor a la reja y al arado; la hoz se trueca en arma; todos vuelven a forjar en la fragua las espadas de sus padres. Guerreros de múltiples pueblos y linajes de Ausonia56 se preparan para combatir junto a Turno. Incluso desde la nación volsca57 llega al frente de sus huestes la guerrera Camila. Toda la juventud, todas las madres acuden de las casas y los campos para admirar su bizarría. 54
Las ménades bacantes eran mujeres que seguían al dios Baco; se las representaba empuñando un tirso, una especie de bastón con la imagen del dios, y poseídas por el delirio. 55
Uno de los pueblos que habitaban el Lacio. 56
Vid. nota 32. 57
Los volscos eran un pueblo de la región del Lacio, en el centro de la península itálica. Tristes pensamientos de guerra perturban el ánimo de Eneas. Una noche en que se tendió junto a la ribera del río, se le apareció el mismo dios Tíber con la figura de un anciano que salía de las aguas, y le habló así: —«Hijo del linaje de los dioses, aquí tienes morada segura, no desistas. Encontrarás bajo las encinas de la ribera una corpulenta cerda blanca amamantando a treinta lechones blancos como ella, ése es el sitio en el que has de edificar tu ciudad. Pasados treinta años Ascanio edificará la ciudad de Alba, cuyo nombre, que significa "blanca", recordará el encuentro que te he mencionado. El vaticinio es seguro, y segura será la victoria si alcanzas alianza con Evandro, rey de los árcades, descendientes de Palante, que están en continua rivalidad con la nación latina. Levántate y aplaca con preces y súplicas la ira de Juno. Una vez venzas, me tributarás honores con sacrificios». Siguiendo su consejo, Eneas con la primera luz del día cogiendo agua del río con sus manos hizo promesa de tributarle siempre ofrendas. Al punto se cumplió el vaticinio del encuentro de la cerda blanca y de sus crías. Eneas las inmoló en ofrenda a Juno y emprende camino río arriba con dos birremes hacia las tierras de Evandro. Lo encontró haciendo sacrificios en el campo y tras darse a conocer le expuso su deseo de alianza. Evandro la aceptó y como amigos participaron todos juntos del festín campestre. El rey les explicó el origen de aquella fiesta: —«Allí arriba entre las rocas había una espaciosa caverna donde el horrible monstruo Caco, medio hombre, medio fiera, hijo de Vulcano, mataba a sus víctimas. Después de muchas súplicas acudió en nuestro auxilio el divino Alcides, hijo de Júpiter, también conocido como Hércules, pastoreando los enormes bueyes de Gerión. Caco sustrajo del rebaño cuatro toros y cuatro becerras, y para que sus pisadas no dieran indicios del robo, se los llevó a la cueva tirándolos de la cola. Pero los mugidos desde la caverna lo delataron y Hércules, enfurecido, embistió en vano tres veces el peñón. Empujó entonces con toda su fuerza una roca que tapaba la parte trasera de la cueva. La hizo estremecer y la arrancó de cuajo haciéndola caer al precipicio. Retumbó el cielo, estallaron las riberas desmenuzadas y el río retrocedió aterrado. Quedó al descubierto el antro; el monstruo sobrecogido por la repentina luz empezó a lanzar rugidos más espantosos que de costumbre, mientras Hércules le arrojaba toda clase de armas, troncos de árboles y piedras. El monstruo empezó a lanzar bocanadas de humo y llamas por sus fauces, pero Alcides lo agarra con sus robustos brazos y lo comprime hasta hacerle saltar los ojos de sus órbitas y arrojar sangre por la boca. El héroe recuperó los bueyes y la gente acudía a contemplar el cadáver del monstruo». Continuaba el ritual con cánticos en honor a Hércules, celebrando sus trabajos: la muerte de los dos centauros y del monstruo de Creta, el león de Nemea, su victoria sobre el can Cerbero, Tifeo, y la hidra de Lerna. En el camino de regreso el rey Evandro, fundador de la ciudadela romana, le contó los orígenes de aquel asentamiento: —«Faunos y ninfas indígenas habitaban antiguamente estos bosques poblados por una raza de hombres nacidos de los duros troncos de los robles, sin costumbres ni cultura antigua. No sabían producir cultivos ni almacenarlos, se alimentaban tan sólo de los frutos de los árboles y la caza. Saturno fue el primero que vino del Olimpo, destronado y proscrito, huyendo de las armas de Júpiter. Él empezó a civilizar a aquella 55 56 La Eneida La Eneida raza indómita que vivía errante por los montes, y les dio leyes, y puso el nombre de "Lacio" a estas playas, en memoria de haber encontrado en ellas un asilo seguro donde ocultarse. Los años del reinado de Saturno se conocen como la edad de oro, pues regía sus pueblos en plácida paz. Hasta que poco a poco llegó una edad inferior a la que siguieron el furor de la guerra y el ansia de poseer. Entonces vinieron huestes ausonias y tribus sicanas, y muchas veces cambió de nombre esta tierra de Saturno; la dominaron sucesivos reyes, y entre ellos el bravo Tíber de gran caudal, por el que con el tiempo los ítalos le pusieron su nombre al antiguo río Álbula». Prosiguieron el camino y le muestra a Eneas el altar y la puerta que los romanos denominan Carmental en honor de la ninfa Carmenta. Luego llegaron al bosque donde Rómulo abrió el refugio Lupercal, que significa "del lobo", igual que los árcades tienen el nombre de Liceo con el mismo significado. Desde allí le lleva a la roca Tarpeya y al futuro Capitolio. En sus bosques creen que mora el mismo Júpiter. Más allá ven dos ciudades derruidas, una fundada por Jano, llamada Janículo, la otra por Saturno y de nombre Saturnia. Se encaminan entonces a la humilde ciudad de Evandro. En lo que luego será el foro romano se veían andar sueltos los rebaños; las vacas mugían en donde se alzan luego las magníficas Carenas. El rey acoge a Eneas como huésped en su reducida morada. Por la noche Venus, preocupada por el levantamiento de los laurentinos, inflama con palabras y caricias el amor de su esposo Vulcano para conseguir de él que forje una armadura para Eneas. Después del primer sueño se dirige el dios Vulcano a Vulcania, la isla situada entre Sicilia y Lípari donde tiene en sus profundas y humeantes cuevas la fragua en la que trabajan los cíclopes. A éstos les insta Vulcano a dejar sus trabajos para emprender de inmediato la forja de las armas. Mientras tanto Evandro y Eneas se levantan con el alba. El rey le explica su situación entre sus vecinos los rútulos liderados por Turno y los etruscos. Le aconseja aliarse con éstos últimos, pues Etruria58 entera se sublevaría contra los rútulos, pero les detiene un vaticinio que les advierte de que el cielo no concede a ningún ítalo someter a la poderosa nación de los rútulos: deben buscar capitanes extranjeros. Han solicitado por ello la alianza con Evandro, pero su avanzada edad no le permite acometer esa empresa, y su hijo por ser de madre sabina ya no es extranjero. Evandro confía en que Eneas sea el extranjero designado por los dioses. Eneas meditaba estos consejos cuando un relámpago estalló en el cielo. Todos se espantaron, pero Eneas comprende que se cumplen con ello las promesas de su madre. Le comunica a Evandro que acepta la decisión de capitanear las tropas y dirigirse a la guerra. Celebran los sacrificios rituales y Eneas elige a sus soldados más valerosos. Los restantes se embarcan de nuevo para informar a Ascanio de los prósperos sucesos de su padre. Evandro se despide amorosamente de su hijo Palante solicitando a los dioses seguir con vida tan sólo si ha de volver a ver a su hijo de vuelta y estrecharlo entre sus 58
Región de la península itálica, al norte del Lacio. brazos. Las madres árcades redoblan sus votos a los dioses con el miedo que acrecienta el cercano peligro; la imagen de Marte se les aparece más terrible. Sale por fin la caballería por las puertas de la ciudad, marchando entre los primeros Eneas y Acates. Les siguen los troyanos. En el centro del escuadrón se distingue Palante con su vistosa clámide y sus brillantes armas. Las madres, temblorosas, siguen con los ojos la nube de polvo y el resplandor metálico de las armas. No lejos del bosque que los pelasgos consagraron a Silvano (el dios de los campos y de los ganados) Eneas y su escogida juventud guerrera pasaron a descansar. Entonces Venus se aparece resplandeciente sobre las etéreas nubes, trayendo a su hijo el don prometido, que éste contempla admirado. En el escudo había representado Vulcano toda la historia de Italia y los triunfos de los romanos, la futura descendencia de Ascanio y las grandes batallas. Allí se veía a la loba amamantando a los dos mellizos. No lejos de allí el rapto de las sabinas y la guerra entre la gente de Rómulo y el viejo Tacio y los austeros curites. Más allá una cuadriga desgarraba a Mecio por orden de Tulo. Allá estaba Porsena amenazador. En pie sobre la roca Tarpeya Manlio defendía el templo y el Capitolio. Un blanco ánade anunciaba con su canto que los galos estaban en las puertas de Roma. Se distinguían por sus dorados cabellos y sus indumentarias bélicas. Allá se veían cincelados los saltadores salios, los lupercos desnudos, los flámines con sus penachos de lana. Lejos de allí estaban representadas las mansiones del Tártaro y los castigos de los crímenes. Allí estaba Catilina, suspendido de un escollo y temblando ante las furias. En sitio seguro se veían los varones piadosos y Catón dictándoles leyes. Entre las imágenes se extendía el mar surcado por delfines de plata. En medio se apreciaban dos escuadras y la batalla de Accio. De un lado se ve a César Augusto capitaneando a los ítalos y a Agripa que se ciñe las sienes con la corona rostral. En el bando opuesto Antonio con bárbara tropa, vencedor de los pueblos de la Aurora y de los de las costas del mar Rojo, trae las fuerzas del Oriente y le sigue su esposa egipcia, Cleopatra. Se ve esculpido lo más recio de la batalla. Todo linaje de monstruosas divinidades junto con Anubis luchan contra Neptuno, Venus y Minerva. Marte, ciego de ira, las furias, la Discordia y Belona están también presentes. Y Apolo, protector del Lacio, dispara su arco. La reina, pálida ya por su próxima muerte, huye en medio del estrago frente a la imagen del Nilo. César llega con triple triunfo a las murallas de Roma, hierven las calles en gritos de alborozo, juegos, aplausos, coros y sacrificios. César examina las ofrendas de los pueblos y ante él desfilan las naciones vencidas, tan diferentes en trajes y armas como en lenguas: los nómadas, los morinos, habitantes de los últimos rincones de la tierra, los africanos, los léleges, los carios y los gelonos, armados de saetas. Allá se ve el Eufrates, el Rhin y el Araxes. Todo lo contempla maravillado Eneas ignorando su significado. Con gozo se ciñe al hombro el tahalí que sujeta la fama y el destino de sus descendientes. 57 58 La Eneida La Eneida CapítuloXI
ElAsedio
Y mientras tanto Juno envía desde el cielo a Iris para que alerte al valiente Turno: «Eneas ha abandonado la ciudad, a sus compañeros y sus naves, y se dirige al reino Palatino y al palacio de Evandro. ¿Por qué dudas? No pierdas el tiempo y ataca su campamento». Así habló y con sus alas se eleva y describe bajo las nubes un gran arco. El joven al reconocerla emprendió su marcha con todo el ejército. Los teucros se refugiaban tras las puertas y llenaban las murallas, pues así lo había ordenado Eneas. Turno, montado en un caballo tracio de manchas blancas y ataviado con un casco de oro de rojo penacho, se presenta ante los muros de la ciudad con una veintena de sus hombres y arroja una jabalina a los aires en señal de combate. Pero los teucros no le hacen frente con las armas, sino que se limitan a defender el campamento. Así pues decidió atacar las naves para hacerles salir de la fortificación. Rápidamente se apoderan del fuego de las hogueras y las llamas de Vulcano ascienden hasta los astros mezcladas con cenizas. Pero sorprendentemente las naves no ardían. Este prodigio se explicaba por una antigua leyenda que decía que, cuando Eneas empezó a construir su flota en el monte Ida, la propia madre de los dioses, Berecintia (también conocida como Cibeles) le pidió a Júpiter que las naves de Eneas no fueran quebrantadas por ningún viaje, pues ella misma le había cedido los pinos de su bosque sagrado para construirlas. Júpiter le respondió: «Madre, ¿pretendes que naves construidas por manos mortales tengan naturaleza inmortal y que Eneas recorra seguro los inciertos peligros del mar? Eso no es posible. Sólo cuando hayan terminado su viaje, a aquellas que se salven de las olas las despojaré de su forma y mandaré que se transformen en diosas del vasto mar, como las nereidas Noto y Galatea, que con su pecho cortan el espumoso mar». Las Parcas habían hilado ya los hilos del tiempo señalado, cuando el ataque de Turno animó a la Madre a apartar de las sagradas naves el fuego. Se oyó entonces una voz en el cielo que decía: «¡Marchad, diosas del mar, vuestra madre os lo ordena!» Y rápidamente las naves rompen sus amarras y se dirigen como delfines a las profundidades del mar. Al instante salen a la superficie otras tantas doncellas. Pero este espectáculo no mermó la confianza del valiente Turno y, decidido, increpaba a los suyos diciéndoles: «Estos prodigios son contrarios a los troyanos. Los mares son intransitables para ellos y no les queda ya esperanza de huida: la mitad del mundo les ha sido arrebatada y la tierra está en nuestras manos. No necesito para combatir a los teucros las armas de Vulcano, ni mil naves; que no teman las tinieblas, ni el robo del Paladio; no nos ocultaremos en el oscuro vientre de un caballo. Pienso rodear sus muros con fuego a plena luz del día». Los troyanos, observando esto desde lo alto de la empalizada, rápidamente convocan un consejo paran decidir qué debían hacer o quién iría a comunicárselo a Eneas. Y al punto dos jóvenes resueltos, Niso y Euríalo, se ofrecen para ir a buscar al rey. Y aunque su decisión y su valor fue mucho y consiguieron penetrar en el campamento rútulo y provocar una matanza, la suerte quiso que al abandonar el lugar fuesen sorprendidos por un escuadrón enemigo de unos trescientos jinetes comandados por Volcente. La lucha fue dura y ambos jóvenes murieron en el intento no sin provocar también la muerte del jefe rútulo. Y ya la Aurora, abandonando el lecho de Titono, su esposo, bañaba las tierras con una nueva luz, cuando salió el sol. Turno llama a la lucha a los guerreros y, levantando dos lanzas, clava en ellas las cabezas de Niso y Euríalo. Los troyanos, al contemplar los rostros de los dos amigos chorreando negra sangre, se sintieron profundamente conmovidos. Sonó la broncínea trompeta, se oyó un fuerte griterío y el cielo rugió. Los volscos formaron en posición de tortuga alzando sus escudos y se dispusieron a ocupar los fosos y a arrancar las vallas. Los teucros, acostumbrados a defender los muros en una larga guerra, disparaban dardos contra ellos y dejaban caer enormes rocas. Se cuenta que entonces por primera vez disparó en la guerra su rápida flecha Ascanio y que con su propia mano derribó a Numano, guerrero rútulo casado con la hermana menor de Turno, que le provocaba con estas palabras: «¿No os avergüenza, frigios, estar retenidos de nuevo dentro de un vallado y anteponer muros a la muerte? ¡Estos son quienes pretenden mediante una guerra unirse a nuestras mujeres! ¿Qué dios o qué locura os ha empujado a Italia? No están aquí los atridas, ni Ulises, el de engañosas palabras: nosotros somos una raza de dura estirpe. A vosotros os gustan los vestidos teñidos con azafrán y púrpura, os agrada bailar, vuestras túnicas tienen mangas y vuestras mitras lazos. ¡Oh frigias, dejad las armas para los hombres y renunciad al hierro!». Ascanio no pudo soportar tales ofensas, ajustó una flecha en su arco, suplicó a Júpiter y disparó. La flecha alcanzó la cabeza de su adversario y atravesó sus sienes con el hierro. En ese mismo momento Apolo contemplaba la escena desde arriba, sentado sobre una nube, y dirigió estas palabras a Ascanio: ¡Bravo por tu valor, muchacho, así se asciende a los astros, hijo y padre de dioses! Troya se te queda pequeña». Los jefes troyanos, obedeciendo órdenes de Apolo, contienen a Ascanio y corren ellos mismos al combate. Al instante se origina una dura batalla. Pándaro y Bitias abren las puertas y desafían al enemigo a entrar en las murallas; y los rútulos y el propio Turno lleno de cólera corren hacia las puertas y arremeten de lleno contra el enemigo, provocando una enorme matanza. Pándaro, al ver en el suelo el cuerpo de su propio hermano, cerró la puerta dejando fuera a muchos de los suyos y dentro al propio rey de los rútulos, como si de un tigre en medio del ganado se tratase. Pándaro le arrojó una jabalina, pero Juno desvió el golpe y ésta se clavó en la puerta. Y entonces Turno levantó su espada y con el hierro parte por el medio la frente de su enemigo. Los troyanos huían presos del horror. Y si el vencedor hubiese roto los cerrojos y hubiese dejado entrar a sus compañeros, aquel hubiese sido el final de la guerra y del pueblo troyano. Pero el furor le cegó y le empujaba hacia los enemigos. Los teucros le acosaban pero, al igual que un león acorralado por cazadores no puede ni atacar ni volver la espalda, así se encontraba Turno. Y aunque Juno estuvo tentada de darle fuerzas para seguir luchando, cedió a las órdenes de Júpiter. Su casco retumbaba con 59 60 La Eneida La Eneida los dardos y las piedras, y su escudo no podía ya defenderle de los golpes; el sudor le recorría el cuerpo y el jadeo sacudía sus cansados miembros. Finalmente, de un salto se zambulle en el río, que le lleva de regreso junto a sus compañeros contento por la hazaña. Mientras tanto en el Olimpo el padre de los dioses y rey de los hombres convoca una asamblea y dice así: «Habitantes del cielo ¿Por qué os enfrentáis así? Yo había prohibido que Italia combatiera a los teucros. ¿Qué ha llevado a unos y otros a enfrentarse? Ya llegará el momento de luchar, cuando la fiera Cartago atraviese los Alpes y amenace las ciudades romanas. Ahora serenaos y haced las paces». A estas palabras de Júpiter respondió Venus diciendo: «Oh padre, ¿Ves cómo Marte ayuda a Turno y a los rútulos? Otra vez el enemigo amenaza los muros de la nueva Troya. Si los troyanos se han dirigido a Italia sin tu permiso, no les ayudes; pero si lo hicieron siguiendo los vaticinios de los dioses superiores y los Manes59, ¿Por qué ahora establecer nuevos destinos? No me conmueve la promesa de un imperio. Si tu esposa no concede ninguna región a los teucros, te suplico padre que me permitas salvar a mi nieto Ascanio de la guerra. ¿De qué les ha servido a los teucros haber escapado de la destrucción de la guerra y haber superado tantos peligros? Mejor hubiese sido que se hubiesen asentado sobre las cenizas del solar donde estuvo Troya». Entonces Juno, llevada por una gran ira, contestó: «¿Por qué me obligas a romper mi silencio y a contar con mis propias palabras el dolor que oculto? ¿Qué dios o qué hombre obligó a Eneas a emprender esta guerra o a enfrentarse al rey Latino? Tú puedes arrancar a Eneas de las manos de los griegos y puedes convertir sus naves en otras tantas ninfas; entonces, ¿es acaso un crimen que nosotros ayudemos a los rútulos? Eneas está ausente y no sabe nada: que siga así. ¿Quién enfrentó a troyanos contra aqueos? ¿Cuál fue el motivo de que Europa y Asia se enfrentaran? Y ¿quién rompió los pactos con un rapto? ¿Acaso el adúltero dardanio saqueó Esparta con mi ayuda, o le di yo los dardos, o hice intervenir a Cupido? Entonces tenías que haberte preocupado de los tuyos y no ahora. Ya es tarde, te quejas injustamente y provocas enfrentamientos innecesarios». Tras las palabras de Juno tomó la palabra el padre omnipotente: «Escuchad lo que voy a decir. Puesto que el pacto entre ausonios y teucros no es posible y vuestra disputa no tiene fin, yo no mostraré ninguna preferencia por la suerte de cualquiera de estos rivales. ¡Que cada cual asuma el destino y los sufrimientos que provoque! Júpiter será soberano para todos por igual. Los destinos encontrarán su camino». a la popa y le habló así: «Eneas, nosotras somos los pinos del sagrado monte Ida, ahora ninfas, antes tu flota. Cuando el rútulo intentaba destruirnos, rompimos las amarras y vinimos a buscarte. Nuestra Madre nos convirtió en divinidades marinas. En estos momentos tu hijo Ascanio se encuentra cercado por los latinos. Date prisa, ordena a tus aliados atacar y tú empuña el escudo que Vulcano el ignipotente te regaló. Si haces caso a mis palabras muchos rútulos encontrarán mañana la muerte». El troyano hijo de Anquises atónito no comprendía nada, pero el presagio le elevó el ánimo. Y cuando desde lo alto de la popa divisa el campamento troyano, levanta con la izquierda su brillante escudo, y el clamor de los dardánidas se eleva hasta el cielo. Turno rápidamente se dirige hacia la orilla con los suyos para intentar repeler a los que pretendían desembarcar. Se desencadena entonces una encarnizada lucha y, mientras caían valientemente por ambos bandos, Juno se dirige a su esposo Júpiter para implorar por la vida de Turno, y el rey del Olimpo le contestó: .Si lo que pides es un aplazamiento de su muerte, llévatelo mediante una huida». Al instante la diosa creó con una nube hueca una sombra parecida a Eneas, la viste con armas troyanas, copia el escudo y le presta palabras vacías y el mismo caminar del troyano. La imagen provoca la ira de Turno, quien le persigue con la espada desenvainada hasta llegar al puente de una embarcación. Una vez dentro, la Saturnia61 rompe amarras y conduce a Turno hasta la ciudad de su padre Dauno. Entretanto, el cruel e impío Mecencio que, al ser depuesto como rey por los etruscos, fue acogido por Turno, exacerbado por Júpiter, entra en combate y ataca a los teucros ya casi vencedores. Acuden contra él las tropas de los tirrenos, aliadas de troyanos, pero él, como una roca, va aniquilando uno por uno a todo el que se le acerca; nadie tiene el valor de acudir con su espada desenvainada y le atacan desde lejos con armas arrojadizas. Él, imperturbable, rechaza las jabalinas. El terrible Marte empieza a repartir por igual el dolor y las matanzas entre ambos bandos, ni unos ni otros piensan en la retirada. Eneas se dispone a enfrentarse a Mecencio que le aguarda inalterable; la fortuna no acompaña al tirreno que cae herido el primero; su hijo Lauso acude en su ayuda pero muere en el intento; Mecencio, más exaltado todavía, acude raudo, pero, derribado del caballo, siente la espada de Eneas en su cuello. Frente a esta situación, el tirreno levanta los ojos y hace una última súplica: «sólo te pido una cosa, si es que los enemigos vencidos tienen alguna gracia, que permitas que la tierra cubra mi cuerpo, pues sé que me rodean crueles odios de los míos, defiéndeme de su furor y permíteme reposar en el sepulcro en compañía de mi hijo». Después de decir esto se clava la espada en su cuello y muere. Por su parte Eneas, una vez concertada la alianza con el pueblo lidio60, regresaba por mar comandando su propia nave y acompañado de una flota de unas treinta embarcaciones venidas de numerosas ciudades de Italia. Y allí en medio de la noche manejaba el timón y vigilaba las velas. Entonces, en medio del mar le salen al encuentro las ninfas, que en otro tiempo habían sido sus naves y ahora eran divinidades por mediación de Cibeles. De entre ellas Cimodocea se cogió con la diestra 59
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Dioses menores, protectores del hogar; eran las almas de los muertos divinizadas. Perteneciente a una región del Asia Menor, corresponde al territorio de la actual Turquía. 61
61 La hija de Saturno, Juno. 62 La Eneida La Eneida CapítuloXII
Laestirpelatina
Al amanecer Eneas, aunque está impaciente por inhumar los cuerpos de sus compañeros, cumple primero como vencedor sus votos a los dioses. Coloca sobre un túmulo una encina y la reviste con las brillantes armas de Mecencio como trofeo al poderoso Marte. Entonces, rodeado por un gran numero de aliados, les exhorta con estas palabras: «Guerreros, la parte más importante de nuestra empresa se ha llevado ya a cabo, alejad pues todo temor por lo que nos resta por hacer. Estos son los despojos de un rey soberbio. Ahora debemos marchar contra los muros del rey latino. Preparad vuestros espíritus para el combate y confiad en el desenlace de la guerra. Pero antes entreguemos a la tierra los cuerpos insepultos de nuestros compañeros (único homenaje en las profundidades del Aqueronte) y rindámosles los honores supremos». Sin apenas contener las lágrimas termina de hablar y se encamina a su morada donde se encuentra el cadáver de Palante, velado por un numeroso grupo. Cuando Eneas contempla su pálido rostro, sollozando dice: «No me ha permitido la Fortuna devolverte a tu hogar paterno después de haber alcanzado el triunfo; no es esto lo que yo le prometí a tu padre cuando me advirtió que iba a combatir contra una nación ruda y fuerte. ¡Ay desdichado padre que va a ver el funeral de su propio hijo! Pero, Evandro, no verás en él heridas vergonzosas recibidas en la huida. ¡Qué gran persona pierde Ausonia y qué poderosa ayuda pierdes tú, lulo!». Cuando terminó este lamento, ordenó que fueran elegidos de entre todo el ejército mil guerreros para que llevaran con todos sus honores el cuerpo de Palante ante su anciano padre. Mientras tanto, acuden legados de la ciudad latina implorando que les devolviesen los cuerpos de los suyos que yacían por la campiña para poder inhumarlos en un túmulo. El bondadoso Eneas les responde con estas palabras: «Latinos, ¿qué indigna fortuna os ha implicado en una guerra tan dura y os ha hecho renunciar a la amistad que os ofrecía? Vosotros me pedís la paz para los muertos, pero yo también quisiera concederla a los vivos. Vuestro rey abandonó nuestra alianza y se confió a las armas de Turno. Hubiera sido más justo que Turno afrontara la muerte y, si tenía la intención de expulsar a los teucros, se enfrentara sólo con‐migo; hubiera sobrevivido el que tuviera el favor de los dioses. Pero ahora, vamos, id y prended fuego a las piras de vuestros míseros ciudadanos». El anciano Drances62 y todos los que le acompañaban se quedaron perplejos y de inmediato se mostraron favorables a concertar nuevas alianzas. Acordaron una tregua de doce días, durante la cual los teucros y los latinos se mezclaron impunemente, levantando innumerables piras y sepultando los cadáveres de sus propios héroes. En medio de todos estos movimientos, regresan entristecidos los legados que habían sido enviados por el rey Latino a la ciudad de Diomedes63 para obtener su alianza, pues a pesar de su gran esfuerzo no han conseguido nada, ni han servido tampoco los valiosos presentes. Diomedes les ha dicho que desde que regresaron de la guerra de Troya él y todos los que violaron con el hierro los campos de Ilión han sufrido por el mundo terribles suplicios y el castigo de todos sus delitos, que ya no quiere ninguna guerra con los teucros y que por propia experiencia les aconseja que hagan un pacto en las condiciones que Eneas les ofrezca y que no lleguen a enfrentarse con él. Cuando el rey Latino64 escuchó lo que habían dicho, invocando a los dioses, habló desde lo alto de su trono: «Estamos haciendo una guerra absurda contra una raza de dioses y contra guerreros invencibles. No voy a culpar a nadie de esta situación; se ha luchado valientemente, pero ahora tenemos al enemigo en nuestras puertas. Aunque mi mente está indecisa, he decidido ofrecer a los teucros, a cambio de su amistad, una antigua posesión que tengo junto al río Toscano, para que se establezcan allí, si tan grande es su deseo de levantar en estas tierras sus murallas. Pero, si tienen intención de alcanzar otras fronteras, les ayudaremos a construir cuantas naves precisen para el viaje. Elijamos a cien embajadores de las más nobles familias para que les ofrezcan estas propuestas». Al acabar el rey intervino Drances que era de la opinión de establecer la paz con los teucros y, aun contando con la oposición de la reina, sellarla con un digno himeneo entre Lavinia, hija del rey Latino, y Eneas. Pero ante estas propuestas el rey de los rútulos, Turno, se irrita y lo acusa de ser muy diestro en palabras pero no en armas. En eso llega un mensajero con la noticia de que en orden de batalla descienden desde el Tíber por toda la campiña los teucros y el ejército tirreno. Turno aprovecha la ocasión e, impetuoso, empieza a dar órdenes y se ciñe precipitadamente las armas para el combate. Sale a su encuentro Camila seguida por el ejército de los Volscos y le dice: «Deja que yo con mi mano intente los primeros peligros de la guerra, tú permanece con la infantería detrás de los muros y guarda las murallas». A estas palabras Turno le respondió: «Oh virgen, orgullo de Italia, ¿cómo agradecer tu incondicional ayuda? Pero, ya que tu espíritu está por encima de todo, comparte conmigo los trabajos. Yo prepararé a Eneas una emboscada en el bosque. Tú haz frente a la caballería tirrena». Entretanto, en las mansiones celestes Diana, la hija de Latona, llama a la ligera Opis, una de las ninfas de su séquito, y le dice estas tristes palabras: «Ya hace mucho tiempo que Métabo, rey de los volscos, fue expulsado de su reino por su tiránico poder; en su huida se llevó consigo a su hija Camila que, por entonces, era muy pequeña; perseguido por los suyos, fue cercado junto a las crecidas aguas del río Amaseno; no viendo otra alternativa se dispuso a cruzar el río a nado, pero, temiendo que su hija se ahogara, la sujetó a una jabalina e, invocándome, me la ofreció; yo me apiadé de ella y la llevé sana y salva a la otra orilla. A partir de entonces su vida transcurrió entre los bosques y las bestias salvajes. Desde muy pequeña su padre la 63
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Era un anciano latino, enemigo acérrimo de Turno, gran orador y consejero poderoso en las asambleas, pero no muy buen guerrero. 64
63 Esta ciudad era Argiripa, situada en el interior de la región de Apulia al sureste de la península itálica. Rey de Laurento en el Lacio, (vid. glosario mitológico). 64 La Eneida La Eneida armó con la aguda jabalina y suspendió sobre su espalda un arco y flechas. Muchas madres quisieron tenerla como nuera, pero ella satisfecha únicamente conmigo, cultivaba castamente su eterno amor a las armas y a la virginidad. Ahora ella, Camila, más querida para mí que ninguna otra, avanza hacia un terrible combate y en vano ciñe nuestras armas. Yo hubiera querido que no tomase parte en esta contienda, pero, puesto que los hados así lo quisieron, desciende tú, ninfa, y arroja una de mis vengadoras flechas para que, el que viole con una herida ese cuerpo que me está consagrado, pague también con su sangre. Después yo transportaré hasta su patria su cuerpo y sus armas para que tengan reposo bajo tierra». Rápidamente Opis obedece las palabras de la Trivia Diana65. Mientras tanto el ejército troyano, los jefes etruscos y todas las tropas de caballería agrupadas en escuadrones iguales se aproximan a los muros. También aparecen en la parte opuesta Mesapo y los rápidos latinos, Coras, con su hermano y el escuadrón de la virgen Camila. Al instante por todas partes se extiende la oscura sangre; los guerreros combatiendo con la espada pierden la vida y buscan gloriosa muerte. En medio de esta matanza al etrusco Arrunte se le presenta la ocasión de lanzar un dardo contra Camila; suplica la ayuda de los dioses del Olimpo para derribarla y volver después sano y salvo a su tierra. Febo Apolo le concedió la mitad de su deseo y permitió que el otro se desvaneciera por los aires. Así pues la jabalina del etrusco se clavó en el desnudo pecho de la doncella. Camila gravemente herida intenta arrancar la jabalina, pero la sangre fluye abundantemente de su herida; ya moribunda se desploma, pero antes de morir encarga a su fiel compañera Acca que le lleve a Turno las últimas noticias. Cuando Opis, fiel guardiana de Diana, vio desde lejos que la doncella Camila caía mortalmente herida, gimió y con las flechas que le diera la diosa, acabó con la vida de Arrunte; su cuerpo como era voluntad divina, quedó abandonado en el anónimo polvo de los campos. Turno furioso por la terrible noticia que le lleva Acca, abandona la posición que ocupaba en las colinas. Apenas había llegado a la llanura cuando aparece Eneas. Ambos se dirigen a la ciudad con todas sus fuerzas y hubiesen entablado al instante la lucha si con el declinar del día no hubiera llegado ya la noche. Cuando Turno, el hijo de Dauno, ve que todos sus aliados desfallecen y que con sus miradas le reclaman que mantenga su promesa y se enfrente él solo a Eneas, con vehemencia le expone al rey Latino que él luchará sin vacilación y que vengará con el hierro el común ultraje, pero que, si no vence, entregue a Lavinia como esposa al enemigo troyano. Latino, intentando resolver la situación sin verter más sangre, le dice: «Tú ya posees el reino de tu padre Dauno y numerosas plazas fuertes que has conquistado. En el Lacio hay otras jóvenes solteras de noble linaje; los dioses no me permitían unir a mi hija con ninguno de sus antiguos pretendientes, pero yo, por mi aprecio y el que te profesa mi esposa, privé a mi hija de Eneas, después de habérsela prometido y 65
En los Infiernos se asimila a Hécate o Trivia, como diosa de las tres vías o caminos de la vida del más allá. empuñé las armas contra él. Desde entonces ya ves qué azares me persiguen. Ya que estoy dispuesto a aceptar a los teucros, ¿por qué no evitar tu muerte?». Pero la violencia de Turno no se doblega ante estas palabras y se mantiene firme en su resolución. La reina Amata, asustada por la nueva suerte de la lucha, trata de contener al impetuoso Turno y, sollozando, le dice: «Si sientes algún afecto por mí, no participes en esta lucha. Yo abandonaré la luz al mismo tiempo que tú, y no quiero ver a Eneas como yerno». Estas últimas palabras hacen derramar las lágrimas en el rostro de su hija Lavinia. El amor turba a Turno que clava en ella su mirada, aumentando su ardor por el combate. Al instante llama a uno de los suyos para que anuncie a Eneas que, tan pronto como la Aurora enrojezca, ellos dos solos, sin sus ejércitos, se enfrentarán y en el campo de batalla conquistarán la mano de Lavinia. Las condiciones satisfacen mucho al jefe de los troyanos, quien, a pesar del miedo de sus compañeros y de su querido lulo, acepta, recordando a todos los suyos los oráculos. A la mañana siguiente Juno, contemplando al pie de los muros de la gran ciudad a los dos ejércitos, llama a Yuturna, hermana de Turno, a quien Júpiter en pago por haberle arrebatado su virginidad le otorgó la inmortalidad, y le dice: «Ninfa, gloria de los ríos, bien sabes que mientras la Fortuna y las Parcas se inclinaban a favor del Lacio, yo protegí a Turno y tus murallas; ahora yo ya no puedo hacer nada más, pero quizás tú corras mejor suerte. Ve, arranca a tu hermano de la muerte, o enciende la guerra y rompe el pacto concluido. Yo patrocinaré tu audacia». Estas palabras dejaron a Yuturna indecisa y a la vez preocupada por ayudar a su querido hermano. Entretanto acuden los reyes y en sendos discursos ratifican lo ya pactado. En el momento en que Turno avanza silenciosamente, aumenta el murmullo entre las filas de los rútulos. Su hermana aprovecha la ocasión y, tomando la apariencia del noble sabino Camertes, incita a todos para que se lancen al combate y rompan el pacto; además envía desde lo alto del cielo un prodigio cuyo presagio turba aún más sus indecisas mentes; al instante, todos súbitamente se alzan contra los troyanos. El piadoso Eneas, tendiendo sus inermes manos, intentaba contener a los suyos. Pero, en ese momento, alguien arroja una flecha que hiere a Eneas. Turno, cuando vio que el jefe troyano se retiraba del combate y que los suyos estaban turbados, se lanza a la lucha, enviando a la muerte a todo el que se le ponía por delante. Mientras, Eneas es llevado ante el anciano Yápige a quien el mismo Apolo había enseñado las artes de la curación; pero en vano trata de mover el dardo y de sacar el hierro con sus fuertes pinzas. Entonces Venus, abatida por el dolor de su hijo, recoge unos tallos curativos del monte Ida e impregna con ellos el agua de una brillante vasija; el anciano Yápige por casualidad baña la herida con esta agua y, de pronto, desaparece todo el dolor del cuerpo de Eneas, la sangre se detiene y la flecha se desliza. Desde un montículo Turno ve venir al jefe de los dardánidas que de nuevo hace frente al enemigo seguido de todo su ejército. El clamor se eleva hasta el cielo y los rútulos retroceden aterrorizados. Eneas considera indigno atacar a los que se retiran y busca solamente a Turno. Yuturna, atisbando el peligro, toma el aspecto del auriga de su hermano y ella misma conduce el carro, alejando al joven rútulo del combate. Eneas 65 66 La Eneida La Eneida sigue las huellas de su enemigo y lo llama a grandes voces. Entonces su hermosísima madre introduce en la mente de éste la idea de aproximarse a los muros de la ciudad y turbar a los latinos con una súbita desgracia. Así lo hace y sus dardos oscurecen el cielo. La reina Amata, cuando ve desde su palacio que el enemigo se acerca, que el fuego vuela hasta los techos y que por ninguna parte aparecen los escuadrones de los rútulos, cree que Turno ha perecido y, no pudiendo soportarlo, se priva de la vida. La noticia se extiende por toda la ciudad y la multitud se abandona al furor y a las lamentaciones. lleva el tahalí y el brillante cinturón de Palante, esto le irrita y enciende más su cólera, clavando sin compasión la espada en el pecho del enemigo. Los miembros de Turno se relajan con el frío de la muerte, y su alma indignada huye con un gemido a la mansión de las sombras. El clamor llega hasta los oídos de Turno que, apartado por su hermana, lucha al otro extremo de la llanura; hasta él acude uno de los suyos implorando ayuda. Entonces reconoce la intervención de Yuturna y, dejando a su hermana entristecida, con rápida carrera irrumpe en medio de los escuadrones. Grita y llama a Eneas para que entre ellos se decida el combate. En cuanto el venerable troyano lo oyó, abandonó los muros y se dispuso a enfrentarse a su adversario. Ya todos contemplan cómo se enfrentan entre sí los dos héroes nacidos en los dos extremos del mundo. La tierra gime con los golpes de sus escudos cuando chocan. Turno, pensando que puede hacerlo impunemente, se lanza y con la espada en alto asesta un golpe, pero, como había cogido en su impaciencia la espada de su auriga y no la que le forjara Vulcano para su padre Dauro, la pérfida espada se rompe y abandona al héroe, a quien no le queda más que la huida. Entretanto el dios todopoderoso del Olimpo se dirige a Juno: «¿Cuándo llegará el final, esposa? Tú bien sabes que los hados favorecen a Eneas, ¿Qué maquinas, pues? ¿Acaso que la espada arrebatada le sea devuelta a Turno y aumentar así la fuerza de los vencidos? Cede ya por fin, no atices el ánimo de Yuturna. Te prohíbo intentar nada más, ya es suficiente». La diosa Saturnia le respondió: «Ciertamente porque sé que es tu deseo, poderoso Júpiter, he abandonado contra mi voluntad a Turno y estas tierras; tan sólo aconsejé a Yuturna para que ayudara a su desgraciado hermano y aprobé que intentase mayores audacias en favor de su vida; lo juro por la fuente del Éstige, única superstición que se les permite a los dioses superiores. Ahora cedo y abandono. Pero te pido un último favor que, cuando establezcan la paz con un feliz matrimonio, cuando fijen las condiciones de su alianza, no permitas que los Latinos indígenas cambien su viejo nombre, ni que se hagan troyanos, ni que estos hombres cambien su lengua y muden su vestido; que haya un Lacio, que haya a través de los siglos reyes alba‐nos y que haya una estirpe romana poderosa por el valor ítalo; Troya ha perecido, deja que lo haga también su nombre». Júpiter le respondió: «Te concedo lo que deseas; yo haré a todos latinos, con una sola lengua y a esta raza que surgirá de la mezcla de las dos sangres, la verás avanzar, gracias a su piedad, por encima de todas las naciones y ningún otro pueblo te tributará honores tan grandes». Todo esto complació a la Saturnia Juno. Entonces el padre de los dioses aparta a Yuturna del combate. Eneas viendo que Turno retrocede lo increpa, éste trata de abrirse camino con todo su valor, pero la divinidad no lo permite. Mientras él vacila, Eneas blande el dardo fatal y lo lanza desde lejos con toda su fuerza. La jabalina vuela y se clava en el muslo de Turno, derribándolo. Él, ya en el suelo, levanta las manos suplicando que le devuelva junto a los suyos. Ya dudaba Eneas cuando, de pronto, se da cuenta de que en sus hombros 67 68 La Eneida La Eneida Epílogo
Con la derrota de Turno, el rey de los rútulos, se había consumado el destino de Eneas; por fin él y sus hombres habían llegado a la desembocadura del Tíber, el lugar señalado por los sagrados augurios como la tierra prometida. TUCA: «El final de Turno está lleno de nobleza, ¿no crees, Varo? Eneas y su adversario enfrentados en un doble drama personal, Turno reclamando la muerte y aceptando su derrota, y por su parte Eneas, aun compadeciéndose del hombre, obligado por el destino a dar muerte a su enemigo. Parece un final más propio del drama que de la épica». VARO: «Desde luego. Eneas tuvo que sortear en su viaje todo tipo de pruebas: perdió su patria troyana y en ella a su esposa Creusa, la madre de su único hijo lulo Ascanio; tuvo que renunciar al gran amor de Dido en Cartago por seguir el mandato de los dioses; bajó con la Sibila al reino de Plutón para encontrar respuestas. Y por fin, al llegar a la prometida tierra del Lacio, cabía esperar que el poeta diera merecida tregua al héroe en brazos de un nuevo amor». T.: «Eso es ya parte de la leyenda popular que cuenta que Latino, rey del Lacio, otorgó la mano de su hija Lavinia en matrimonio a Eneas para sellar su unión definitiva y que juntos fundaron la ciudad de Lavinio a orillas del Tíber. ocasión inmejorable para recordar los poemas homéricos y, a través de él, revivir las aventuras de los héroes de Troya. En Homero Eneas era ya valiente, pero sobre todo era descrito como un héroe sabio: daba buenos consejos, respetaba a los dioses y por ello se convirtió en su protegido. Y no olvides, por otra parte, lo importante que era para Augusto satisfacer las ansias del pueblo romano por unirse, al menos en sus orígenes, al pueblo griego. No cabe duda de que la leyenda de Eneas le brindaba una ocasión inmejorable». T.: «Vistas así las cosas, parece todavía más justificado ese protagonismo de Turno que, aunque no fue el único enemigo de Eneas en el Lacio, sí fue el más importante, pues era el pretendiente de Lavinia, y Eneas vino a impedir su unión. De modo que la lucha por una mujer nos devuelve de nuevo a Homero, y encontramos en Lavinia el reflejo de Helena de Esparta o de Penélope de Ítaca. »Siempre admiré en nuestro amigo su sabio verso, su ritmo ágil y su pausada palabra. Pero nunca como ahora, saboreando cada rincón de su universo creativo, puliendo estos versos que se hunden en el tiempo remoto de lo imaginario, he sentido tanto la generosidad de su talento. ¡Ojalá se hayan abierto para él los Campos Elíseos, y para su obra la callada gratitud de quienes devuelvan a la vida con cada nueva lectura a su Eneida!». »Recuerdo cuántas veces de pequeño le pedía a mi maestro que me volviera a contar aquella historia. Como niño me preocupaba la suerte del pequeño lulo, ¿qué habría sido de él? Y cada vez mi maestro me volvía a repetir que a la muerte de Eneas, su hijo lulo Ascanio fundó otra ciudad de nombre Alba Longa que llegó a ser gobernada por una dinastía de doce reyes». V.: «Es cierto, pero el que nos sorprendía más a todos era Amulio, el último de ellos, que destronó a su hermano Numitor para hacerse con el poder. El maestro oscurecía su voz cuando nos contaba que había obligado a su sobrina Rea Silvia a convertirse en sacerdotisa de Vesta, para evitar que tuviera descendencia. Pero para nuestra tranquilidad, no era ése el destino que los hados reservaban a la muchacha. Parece ser que sus encantos eran tan irresistibles que ni el cautiverio, ni sus votos de castidad, impidieron que Marte, dios de la guerra, se uniera con ella y engendrara dos gemelos: Rómulo y Remo. La amenaza que éstos suponían para el rey Amulio hizo que fueran encerrados en una cesta y arrojados al río Tíber por expresa orden del rey». T.: «Esta historia contenía muchos elementos fantásticos que hacían las delicias de los más pequeños, como cuando hacía su aparición la loba que recogía a los pequeños. A menudo me pregunto por qué Virgilio no prefirió a Rómulo como héroe de su poema, puesto que es a él a quien la tradición reconoce como fundador de la primitiva Roma. Desde luego Rómulo era más popular que Eneas, todo el mundo ha visitado en alguna ocasión su cabaña en el monte Palatino». V.: «Hombre, yo creo que, entre otras razones, debió de pesar fuertemente en Virgilio el hecho de que Eneas aparecía ya citado en la llíada. Hablar de él suponía una 69 70 La Eneida La Eneida GlosarioMitológico
Elíseos: Campos donde viven las almas purificadas en los Infiernos. Eneas: Hijo de Venus y Anquises, de la familia real troyana. Caudillo de los troyanos supervivientes a la guerra. Fundador de la futura Roma. Eolo: Señor de los vientos. Habitaba en Eolia, isla identificada con Strómboli o Lipari, al norte de Sicilia, en el mar Tirreno. Erato: Una de las nueve Musas, hijas de Júpiter y Mnemosine. Preside la poesía lírica, sobre todo la amorosa. Éride Personificación de la discordia. Erinias: Nombre de las Furias, divinidades infernales. Escila: Monstruo marino que habitaba en el estrecho de Mesina. Tiene forma de mujer en la parte superior, pero de su parte inferior surgen seis feroces canes que devoran a cuantos transitan a su alcance. Euménides: Nombre eufemístico dado a las Furias. Euríalo: Compañero de Eneas, celebre por su amistad con Niso. Euro: Viento del este Evandro Rey de origen arcadio que se instaló junto al Tíber en la colina del Palatino. Contribuyó a civilizar a los rudos habitantes del país. Es aliado de Eneas. Fauno: Padre del rey Latino, adorado como un dios por los laurentinos. Febo: Sobrenombre de Apolo Flegetonte: Río de fuego que corría a través de los Infiernos. Furias: Vid. Erinias. Galatea: Nereida que desempeñó un gran papel en las leyendas de Sicilia. Fue amada por Acis y por el cíclope Polifemo. Ha sido cantada por los poeta bucólicos e invocada con frecuencia por los navegantes. Gorgonas: Monstruos fabulosos con los cabellos llenos de serpientes. Tenían el poder de petrificar con la mirada. Harpías: Tres genios alados representados con cabezas femeninas. Son raptoras de niños y de almas. Hécate: ver Diana. Héctor: Hijo primogénito de Príamo y Hécuba, los reyes de Troya. Esposo de Andrómaca. Es el principal héroe troyano. Responsable de la muerte de Patroclo, fue muerto por Aquiles. Hécuba: Esposa de Príamo, el rey de Troya. Madre de Héctor, Paris y Creusa, entre otros. Helena: Hija de Júpiter y la mortal Leda. Esposa de Menelao, el rey de Esparta. Su extraordinaria belleza despertaba pasiones. Huyó junto con Paris y propició la guerra de Troya. Hércules: Uno de los héroes mitológicos más populares de la antigüedad. Hijo de Júpiter y de Alcmena. Amamantado por Hera, succionó tan fuerte la leche que se derramó formando la Vía Láctea. Perseguido por Juno, fue obligado a realizar doce memorables trabajos, consistentes casi siempre en dar muerte a algún monstruo, y contribuir con ello a salvar a la humanidad. Ilia: También llamada Rea Silvia. Hija de Númitor, rey de Alba Longa. Era sacerdotisa de Vesta. Tuvo con el dios Marte los gemelos Rómulo y Remo. Ilíone: hija mayor del rey Príamo. Acates: Compañero inseparable y consejero de Eneas. Acca: Compañera de Camila. Acestes: Rey siciliano de origen troyano. Africo: Es el ábrego, viento del sudoeste. Agamenón: Rey de Micenas, hermano de Menelao, rey de Esparta y esposo de Helena. Ambos hermanos son los atridas, hijos de Atreo. Lideraba a griegos en la expedición contra Troya, y a su regreso murió a manos de su esposa Clitemnestra y su amante Egisto. Agenor: Primer rey de Tiro o de Sidón. Era padre de Cadmo y Europa. Padre o hermano de Belo, el progenitor de Dido. Alcides: Sobrenombre de Hércules, por ser nieto de Alceo. Alecto: Una de las Furias o Erinas. Amata: Esposa del rey Latino y madre de Lavinia. Ana: Hermana de Dido. Anquises: Padre de Eneas por su unión con Afrodita. Antenor: Rey de Tracia, había ido en ayuda de los troyanos; salvado de la destrucción de Troya, pudo entrar en el golfo de Iliria donde fundó la ciudad de Patavio Apolo: Hijo de Júpiter y de Latona. Hermano de Diana. Dios de múltiples funciones, entre ellas la razón y la luz solar. Lidera a las musas y patrocina las artes. Era llamado también Febo, como en griego. Aquiles: Hijo de Tetis y del mortal Peleo. Héroe griego protagonista de la llíada. Mató a Héctor en la guerra de Troya y fue herido mortalmente en el talón por una flecha que le lanzó Paris. Aquilón: viento del norte. Aqueronte: Uno de los ríos del infierno. Araxes: Hoy Aras, río de Armenia que desemboca en el mar Caspio. Arrunte: Soldado etrusco que mató a Camila. Dauno: Padre de Turno Deífobo: Hijo del rey Príamo. Diana: Hija de Júpiter y de Latona, hermana gemela de Apolo. Revestía tres formas: diosa de la luna en el cielo por lo que también se la podía llamar Febea, ya que su hermano Febo Apolo era también considerado dios del sol; diosa de los bosques y la caza en la tierra, conocida propiamente como Diana; y en los Infiernos se asimila a Hécate o Trivia, como diosa de las tres vías o caminos (Artemis). Dido: Hija de Belo, rey de Tiro en Fenicia y hermana de Pigmalión, que asesinó a su marido, Siqueo. Huyó al norte de Africa y fundó Cartago. Se llamaba originariamente Elisa. Diomedes: Guerrero etolio que combatió contra Troya junto a Ulises. Por haber herido a Marte y a Venus fue exiliado de su tierra Etolia y acabó estableciéndose en la Italia meridional. Discordia: Personificación de la discordia o disensión. (Ende). Drances: Rival de Turno en la asamblea. Elisa: otro nombre de Dido 71 72 La Eneida La Eneida Ilioneo: Jefe troyano, compañero de Eneas. Iris: Mensajera de los dioses, y en especial de Juno. Fue metamorfoseada por ella en arco iris. Ítalo: Héroe de la Italia antigua, considerado rey de los más antiguos habitantes de la península. Iulo Ascanio: Hijo de Eneas y Creusa. En el Lacio fundó Alba Longa pasando a ser uno de los antepasados de los romanos y más particularmente de la gens lulia. Jano: Divinidad de la Italia antigua. Dios de las puertas, las ventanas, el curso del año y de todos los comienzos. Pasó por ser el rey del Lacio que alzó la fortaleza del Janículo; su pequeño templo se encontraba en el Foro de Roma. El ejército marchaba a la guerra por esa puerta, que sólo se cerraba en época de paz. Juno: Hermana y esposa de Júpiter. Protectora de la mujer y del matrimonio. Enemiga de los troyanos y protectora de Cartago. Formaba junto con Júpiter y Minerva la tríada capitolina (Hera). Júpiter: Dios supremo, hijo de Saturno y Rea. Hermano y esposo de Juno. Reina sobre sus hermanos, los dioses olímpicos. Los romanos lo veneraron especialmente como Óptimo Máximo, que regía el universo y los elementos. El águila y el rayo son sus símbolos. Junto a Juno y Minerva formaba la tríada capitolina (Zeus). Laocoonte: Sacerdote troyano de Posidón Lares: Divinidades menores; protegían el hogar, los caminos, encrucijadas, calles y ciudades. El "pater familias" estaba obligado a rendirles culto. Latino: Rey de Laurento en el Lacio, primer antepasado de los latinos. Acogió a Eneas y le dio a su hija Lavinia por esposa. Latona: Madre de Apolo y Diana. Lavinia: Hija de Latino y de Amata, esposa de Eneas y madre de Silvio. Lavinio: Ciudad del Lacio. Leda: Esposa de Tindáreo, rey de Esparta. De su unió con Zeus dio a luz dos huevos de los que nacieron los Dióscuros (Pólux y Cástor), Clitemnestra y Helena. Macaonte: Médico y guerrero griego, hijo de Esculapio, dios de la medicina. Manes: Almas de los muertos divinizadas. A veces hace referencia únicamente a los muertos. Vid. Penates. Marte: Dios de la guerra. Padre de los gemelos Rómulo y Remo, y por tanto antepasado del pueblo de Roma (Ares). Maya: Ninfa de Arcadia, madre de Mercurio. Memnón: sobrino del rey troyano Príamo. Menelao: Rey de Esparta, hermano de Agamenón, el rey de Mecenas. Ambos son atridas, hijos de Atreo. Era el esposo de Helena. Mecencio: Tirano etrusco muerto en combate por Eneas. Mercurio: Dios del comercio. Hijo de Júpiter y la ninfa Maya. Era mensajero de los dioses, en especial de Júpiter. (Hermes) Mesapo: soldado latino Minerva: Diosa de las artes y las ciencias. Asociada también al arte de la guerra. Formaba junto con Júpiter y Juno la triada capitolina. (Atenea) Minos: Legendario rey y legislador de Creta. Hijo de Zeus y de Europa. Después de su muerte fue nombrado juez de los infiernos junto a su hermano Radamantis. Museo: Legendario poeta griego discípulo de Orfeo. Nautes: Héroe troyano que salvó el Paladión. Neoptólemo: Hijo de Aquiles, llamado primeramente Pirro. Neptuno: Dios del agua y del mar. Es hijo de Saturno y de Rea, por tanto hermano de Júpiter, Juno y Plutón. Llevaba un tridente con el que abría la tierra y separaba los montes. Marchaba sobre el mar con un carro tirado por caballos. (Posidón) Nereidas: Las cincuenta ninfas marinas hijas de Nereo. Niso: Compañero de Eneas, amigo de Euríalo. Noto: Viento del sur, también llamado austro. Numano: Guerrero rútulo casado con la hermana menor de Turno. Numitor: Rey de Alba Longa, padre de Rea Silvia y abuelo de Rómulo y Remo. Olimpo: La montaña más alta de Grecia. Para los griegos era la residencia de Zeus y de los dioses principales. Opis: ninfa de Diana. Orco: Nombre con el que los romanos llamaban también al dios Plutón y al reino de los muertos. Orfeo: Célebre y legendario cantor griego, esposo de Eurídice. Palante: Hijo de Evandro. Palas: Sobrenombre de la diosa griega Atenea y de la romana Minerva. Palinuro: Piloto de la nave de Eneas. Pándaro: Soldado troyano hermano de Bitias Panto: Sacerdote troyano de Apolo, hijo de Otis. Parcas: Diosas del destino representadas como tres hilanderas que presiden el nacimiento y la muerte de los hombres. (Moiras) Paris: Hijo de los reyes de Troya, Príamo y Hécuba. Raptó a Helena y desencadenó la guerra de Troya. . Hirió mortalmente a Aquiles y murió a manos de Filoctetes. Parténope: Era una de las sirenas (genios marinos, mitad mujer mitad ave), que habitaban una isla del Mediterráneo y que atraían a los navegantes con su música para devorarlos. Tras no conseguir su propósito con Ulises, se arrojó al mar y las olas depositaron su cuerpo en la playa, donde los griegos habían de fundar una colonia con su nombre (Nápoles). Patroclo: Héroe griego compañero de Aquiles. Murió a manos de Héctor. Peleo: Padre de Aquiles. Penates: Dioses romanos protectores del hogar, que son venerados en el seno de la familia. Entre ellos se incluyen los Lares, Manes y Lémures. Los penates del Estado romano los recogió Eneas de la Troya incendiada, y estaban colocados en el templo de Vesta, sobre el Foro romano. Pentesilea: Reina de las Amazonas, acudió en ayuda de los troyanos y murió a manos de Aquiles. Pigmalión: Rey de Tiro y hermano de Dido. Asesinó al esposo de ésta, Siqueo, y murió a manos de su propia esposa Astarté. 73 74 La Eneida La Eneida Pirro: Hijo de Aquiles, también llamado Neoptólemo. Plutón: Dios de los infiernos y de los muertos. Hermano de Júpiter y esposo de Proserpina (Hades). Polites: Hijo de Príamo y Hécuba. Priamo: Hijo de Laomedonte. Fue el último rey de Troya. Esposo de Hécuba y padre de muchos héroes de la guerra de Troya: Héctor, Paris, Deífobo, Heleno, Polites, Troilo, Casandra y Creusa. Murió a manos del hijo de Aquiles. Proserpina: Divinidad de los infiernos, hija de Júpiter y de Ceres, esposa de Plutón. (Perséfone). Pólux: Hermano gemelo de Cástor, hijos de Júpiter y de Leda. Quirino: ver Rómulo. Remo: Hermano gemelo de Rómulo, primer rey de Roma, por quien fue muerto. Reso: Rey de Tracia, aliado de los troyanos. Diomedes y Ulises lo mataron furtivamente y se llevaron sus caballos, de gran renombre. Rómulo: Hijo de Marte y de Rea Silvia. Hermano gemelo de Remo. Fundador legendario y primer rey de Roma. Se le divinizó con el nombre de Quirino. Saturno: Padre de Júpiter y los demás dioses olímpicos. Arrojado del cielo por Júpiter, Saturno fue acogido en el Lacio por Jano. Con la agricultura trajo la prosperidad y la abundancia. Su reinado fue el de la Edad de Oro, el símbolo de la riqueza y la felicidad. Roma celebraba en su honor las Saturnales (Crono). Sibila: Nombre de las sacerdotisas legendarias de Apolo, que las inspiraba en sus profecías. En Italia la más celebrada era la sibila de Cumas. Predijo el porvenir de Eneas y le acompañó en su viaje a los infiernos. Sinón: Espía griego que persuadió a los troyanos para que entrasen el caballo de madera en la ciudad. Siqueo: Esposo de Dido, asesinado por su cuñado Pigmalión. Sol: Dios romano identificado con el griego Helios. Tarquinio: Nombre de reyes etruscos, especialmente el Soberbio. Teseo: Héroe legendario de Atenas y del Ática. Tetis: Es una nereida, hija de Nereo, el anciano dios del mar. De su unión con el mortal Peleo nació Aquiles. Teucro: Hijo del dios—río Escamandro y de la ninfa Idaza. Fue el primer rey de Troya, por quien los troyanos se llamaban también teucros. Teucro: Griego de Salamina era hijo de Telamón y hermano de Ayax Tiber: Dios del río del mismo nombre, en Roma. Ticio: Gigante castigado y recluido por Zeus en los infiernos. Tideo: Padre de Diomedes. Tisífone: Una de las Erinias o Furias, encargada de vengar los asesinatos. Titanes: Primera generación de dioses, hijos de la Tierra. Titono: Esposo de la Aurora. Tritón: Dios griego del mar, hijo de Posidón que pasó a formar parte de su séquito. Trivia: Ver Diana. Troilo: Hijo menor de Príamo, que fue apresado y muerto por Aquiles. Tubo: Tubo Hostilio, tercer rey de Roma. Turno: Rey de los rútulos, hijo de Dauno y hermano de Yuturna. Fue el gran adversario de Eneas, que le mató en un memorable combate. Ulises: Soberano de Ítaca, hijo de Alertes. Esposo de Penélope y padre de Telémaco. Es el protagonista de la Odisea. Venus: Diosa del amor y de la belleza. De su unión con el mortal Anquises nació Eneas. Protectora de los troyanos y de Eneas en toda su travesía. (Afrodita) Vesta: Diosa del hogar y del fuego que nunca debe apagarse en él. Su templo en Roma guardaba el Paladio y los penates que Eneas había traído de Troya. Sus sacerdotisas eran las vestales, reclutadas desde muy jóvenes entre las grandes familias patricias. Debían servir en el templo durante 30 años y estaban obligadas al voto de castidad. En la vida familiar el culto de Vesta estaba ligado al de los penates. (Hestia) Vulcano: Dios del fuego. (Hefesto) Yarbas: Rey de los getulos. Yuturna: Hermana de Turno. GLOSARIOGEOGRÁFICO
Accio: Ciudad de Acarnania, región al oeste de Grecia, escenario de la decisiva batalla en la que Octavio derrotó a Marco Aurelio y Cleopatra en el 31 a. C. Acesta: Primer nombre de la ciudad siciliana de Egesta, llamada así por sus fundadores, los troyanos compañeros de Eneas que se quedaron en Sicilia, en memoria de Acestes, que fue su anfitrión en la isla. Alba Longa: Ciudad latina construida en la ladera norte del monte Albano, a unos 20 kms. Al suroeste de Roma; según la tradición la fundó lulo Ascanio, hijo de Eneas. Arcadia: Región muy montañosa de Grecia situada en el centro del Peloponeso. Virgilio dice que de allí proceden los colonos enotrios que se instalaron en Italia. Aúlide: Ciudad de Beocia en Grecia central, célebre por ser el lugar donde la flota griega se reunió para la expedición contra Troya y donde Agamenón sacrificó a su hija Ifigenia a Artemis para mitigar la furia de los vientos desfavorables. Ausonia: Era una región del sur y del centro de la península itálica, pero en el lenguaje poético por extensión se da este nombre a toda Italia. Averno: Lago de Campania, cerca de Nápoles, considerado como la entrada a los Infiernos. Brindisi: Ciudad italiana situada en el extremo de la via Apia al sur de la península. Fue puerto de embarque de viajeros hacia Grecia y Oriente, y por tanto eslabón entre el mundo oriental y el mundo romano. En ella se concluyó en 40 a. C. la paz entre Octavio y Marco Antonio, y allí murió Virgilio. Campos Elíseos: Virgilio los representa como parte del Infierno. Es el lugar donde las almas buenas descansan temporalmente antes de volver a nacer. 75 76 La Eneida La Eneida Cartago: Antigua ciudad de África al noroeste de la actual Túnez. Fue fundada por los fenicios en 814 a. C. como centro de comercio. Virgilio hace de Dido su reina fundadora. Se enfrentó a Roma por el dominio del Mediterráneo en las tres Guerras Púnicas, en las que Roma obtuvo siempre la victoria. Del 264 al 241 a. C. tuvo lugar la primera, en la que Cartago perdió las islas de Sicilia, Córcega y Cerdeña. Del 218 al 201 a. C. Aníbal dirigió la segunda hasta su derrota en la batalla de Zama. Finalmente del 149 al 146 a. C. se llevó a cabo la destrucción de Cartago a manos de Escipión Emiliano. Citerea: Isla situada frente a las costas sur de Laconia, en el Peloponeso. Algunos mitos cuentan que Venus había llegado allí después de nacer de la espuma del mar, de ahí que algunas veces se la llame también con el nombre de esta isla. Citerón: Monte de la cadena montañosa que separa el norte del Ática de Beocia en Grecia. La montaña estaba consagrada a Dioniso, y por eso en ella se reunían sus seguidoras: las bacantes. Creta: Isla del Mediterráneo situada al sudeste de Grecia. Su posición la hace paso natural desde Europa a Egipto, Chipre y Asia. En una caverna del monte Ida, en el centro de Creta, se dice que nació Zeus. Cumas: Durante algún tiempo fue el asentamiento griego más lejano y antiguo en Italia, en la costa, un poco al norte de la bahía de Nápoles. Allí estaba la cueva de la Sibila, cerca del lago Averno. ‐Chipre: Isla preferida de Venus por haber nacido en sus costas. (Ver Pafos) Delos: Pequeña isla del mar Egeo en medio de las Cícladas, según la mitología griega el lugar de nacimiento de Apolo y Artemis. Era un importante centro de culto a Apolo. Erebo: Sinónimo de oscuridad. En la cosmogonía mítica griega era una de las primitivas deidades nacidas del Caos. Érix: Montaña situada al oeste de Sicilia, sede del famoso templo de Venus construido según Virgilio por Eneas. Esparta: Ciudad griega del Peloponeso, capital de la región de Laconia. Sus habitantes eran de procedencia doria. Homero la hace patria de Menelao, el esposo de Helena. Éstige: Río que daba siete vueltas a los Infiernos formando la laguna Estigia. Con su agua los dioses hacen juramentos solemnes. Fenicia: País que formaba una estrecha franja a lo largo de la costa de Siria y contaba con las ciudades de Tiro y Sidón. Grecia: En la antigüedad este país ocupaba la parte sur de la península balcánica, así como las islas del mar Egeo y la costa de Asia Menor. La Grecia continental pasó a ser protectorado de Roma a partir del 146 a. C. con el nombre de Acaya. Hesperia: Nombre mitológico del occidente lejano: para los griegos era la península itálica, para los romanos fue después la península ibérica. Idalia: ciudad de Chipre que rendía culto a Venus. Ilión: Vid. Troya, pues también recibía este nombre. Janto: Río de la Tróade, región del noroeste de Asia Menor, a orillas del Helesponto; también recibía el nombre de "Escamandro". Este río es conocido hoy con el nombre de Krikeheuzler.. Lacio: Región situada en el centro oeste de la península itálica, cuya capital era Roma. Libia: Para los griegos, Libia, como expresión geográfica, comprendía todo lo conocido de Africa; los romanos fueron los primeros en diferenciar ambos nombres. Luego se restringió el nombre de Libia a la parte situada al oeste de Egipto y que lindaba por el sur con Etiopía, con el Mediterráneo por el norte y con el Atlántico por el oeste. Olimpo: El monte más alto de Grecia. Domina el valle del Tempe en Tesalia. En la mitología griega se creía que era el lugar donde los doce dioses olímpicos tenían sus mansiones con la morada de Zeus ocupando la cumbre. Orco: Nombre con el que los romanos llamaban también al dios Plutón y al reino de los muertos. Pafos: Ciudad cercana a la costa suroeste de la isla de Chipre, donde, según la tradición, había nacido Venus surgiendo de la espuma del mar. Es la morada habitual de la diosa. Patavio: Ciudad fundada por el tracio Antenor al norte del Adriático, hoy conocida con el nombre de Pádua. Pérgamo: Vid. Troya, pues también se la conocía con este nombre. Roma: Capital del Imperio Romano. Según la leyenda, fue fundada por Rómulo en la región del Lacio, en el centro de la península Itálica. De origen etrusco, en ella se unieron las aldeas que poblaban las siete colinas que circundan la ciudad. Fue extendiendo paulatinamente su influencia desde el Lacio a toda la cuenca de Mediterráneo, Europa central y norte, Asia Menor, Oriente próximo, y las islas Británicas. Salamina: Isla próxima a Atenas, célebre por ser el escenario en 480 a. C. de la gran derrota naval de Persia por parte de los griegos. Samos: Isla del Egeo, lugar de nacimiento de la diosa Juno. Sicilia: Extensa isla separada de Italia por el estrecho de Mesina. Su posición en el centro del Mediterráneo la convertía en un lugar de encuentro entre este y oeste, así como entre Italia y África, y le otorgó gran importancia en la historia del mundo mediterráneo. Según el historiador griego Tucídides algunos de sus pobladores eran fugitivos del saqueo de Troya. Virgilio hace que allí se instale el troyano Acestes. Sidón: Ciudad fenicia , fundada por Sidón el primer hijo de Canaán, también recibe el nombre de Tiro. De esta ciudad procedía Dido. Tártaro: La región más profunda del mundo situada debajo de los infiernos. Allí recluían los dioses a sus principales enemigos. Tiro: también llamada Sidón. Troya: Ciudad situada al norte de la costa de Asia Menor, escenario de la más famosa guerra de la mitología clásica, provocada por el rapto de Helena de Esparta por Paris, hijo de Príamo. Durante diez años fue asediada por los griegos hasta que Ulises ideó la construcción de un colosal caballo de madera en cuyo interior se escondieron los guerreros griegos. Vulcania: Isla entre Sicilia y Lípari onde la mitología ubica la fragua de Vulcano. 77 78 

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