alfarería en la provincia de toledo villafranca de los caballeros

Transcripción

alfarería en la provincia de toledo villafranca de los caballeros
ALFARERÍA EN LA
PROVINCIA DE TOLEDO
VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS
(Colección Peño)
Gregorio Peño González (1924-1992). Foto año 1982.
ALFARERÍA EN LA
PROVINCIA DE TOLEDO
VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS
(Colección Peño)
2013
Il. de portada.- Regaderas. 27cm x 19cm. 30cm x 19cm.
Pag 1.- Caracolas. 41cm x 14cm.
Pag 2.- Gregorio Peño González, Dionisia Gallego Montealegre (1924-2010), Gregorio Peño Gallego 1956, Pedro Peño
Gómez (1891-1976) el vecino Felix, “Tío Mariposa”. Foto año 1972.
Contraportada.- Cántaro hombre. 53cm x 22cm. / Cura Don José. 24 cm x 12 cm.
Comisario ........................................................................
Texto ..............................................................................
Fotografía . ......................................................................
Maquetación Informática ...................................................
José Fernando Sánchez Ruiz.
Jesús Lizcano.
Antonio Martínez Meco.
Estrella Cobo Andrés.
Ed. Patronato Municipal de Cultura de Alcázar de San Juan, 2013.
D.L. CR 806-12.
Imprime Lince Artes Gráficas.
una economía importante. Con la aparición de las nuevas
formas de trabajo y materiales como las porcelanas o
el plástico a lo largo del siglo XX y especialmente en
su segunda mitad; los alfares fueron desapareciendo
progresivamente, manteniéndose sólo aquellos que
tuvieron el ingenio suficiente de transformarse y
adaptarse a los nuevos tiempos.
Este es el caso del alfar Peño de Villafranca de los
Caballeros, nuestros vecinos Goyo, Adrián y Ángel tres
hermanos alfareros que han sabido estar a la altura de
las dificultades de un sector en claro retroceso. Su padre
Gregorio su abuelo Pedro y otros familiares trabajaron
como los alfareros alcazareños en piezas tradicionales,
de su producción: cangilones, lebrillas, jarras, cantaros,
orzas, ollas, pucheros, botijas…..Algunas de estas piezas
se pierden en modelos incluso ibéricos. Pero hoy son ya
todas piezas en desuso, abandonadas en los desvanes o
en los secretos de coleccionistas.
Nuestros amigos, atesoran dos rasgos fundamentales
para los amantes de la cerámica y la alfarería, que les
han hecho acreedores de esta exposición en el Museo
de la cerámica Manchega. Atesorar una colección de
originales del alfar difíciles de encontrar en cualquier otro
sitio. Piezas de gran significado para nuestra cultura y
del gusto de los especialistas y aficionados. El segundo
rasgo es que son un ejemplo, de adaptación y desarrollo
manteniéndose activo, generando nuevos productos y
haciendo un hueco importante en su sector.
Cada uno de ellos ha evolucionado en un sentido
concreto, pero la unión de los tres hermanos es el
secreto del funcionamiento de su proyecto. Por eso,
en reconocimiento de sus esfuerzos y recuerdo de sus
antecesores, esta exposición es un pequeño homenaje a
ellos y sus familias.
Botijo trampa. 37.5 cm x 18 cm.
En la exposición están las piezas tradicionales del alfar
y un detalle de su trabajo actual, incluso hemos querido
incorporar la última generación de los Peño. Gregorio Peño,
que desde el taller familiar y los estudios universitarios
se ha especializado en una opción de cerámica creativa
contemporánea que le está otorgando reconocimientos
de los grandes núcleos cerámicos por su concepto y su
perfección. Una verdadera sorpresa entre los artistas
contemporáneos de la comarca.
PRESENTACIÓN
Es bien sabido por todos, que una de las tradiciones y
puntales relevantes de la vida en La Mancha han sido
el barro, la alfarería y sus cacharros. Gracias a ella se
fabricaron los recipientes, e incluso las propias viviendas
de la tierra, que se solaban con baldosas de barro y, aún
hoy, se siguen cubriendo con tejas de este material.
María Jesús Pelayo García
Presidenta del Patronato Municipal de Cultura
Alcázar de San Juan
Antes de la aparición industrial en este ámbito, los alfares
eran un sistema de producción muy respetado, generando
ALFARERÍA EN LA PROVINCIA DE TOLEDO
(Villafranca de los Caballeros)
El Toboso, Madridejos, Consuegra, Ocaña… y VILLAFRANCA DE LOS CABALLEROS fueron los grandes
centros alfareros manchegos dentro de la provincia de Toledo. Pero sin duda, es este último de
Villafranca el que presenta un mayor interés, por su pervivencia a día de hoy, por su adaptación a los
nuevos tiempos y por la belleza de sus perfiles.
Desde que Villafranca es Villafranca, los villafranqueros han vivido de la explotación de la tierra, que
era el único recurso para la subsistencia, unos, cultivándola: cereales, viña, olivar, cultivos de huerta
gracias a las norias y mucho azafrán; otros obteniendo de ella el barro-arcilla con la que fabricaban
materiales de construcción (tejeros) o bien receptáculos de barro cocido (alfareros, en expresión
villafranquera cangiloneros). Estos últimos, desde generaciones la familia Peño, eran los que realizaban
la alfarería necesaria para la comunidad, en especial para las labores del campo, esto es cangilones
para las norias y bellísimas botijas para llevar el vino o el agua en la siega y otras labores agrícolas y
algunas otras piezas muy curiosas y únicas.
El pasado 15 de octubre entrevistamos a los hermanos Peño en su alfar de Villafranca de los Caballeros,
para saber algo más del pasado, presente y futuro de la alfarería de esta localidad toledana, para
conocer el oficio desde dentro, en primera persona. Allí encontramos, trabajando como siempre,
a Gregorio, Adrián y Ángel, así como a Gregorio hijo del primero, los cuales nos recibieron con su
acostumbrada familiaridad y calidez y dispuestos a responder a todas nuestras preguntas.
Transcribimos textualmente parte de la entrevista:
Primero hablamos con Gregorio (padre). Gregorio, ¿cuántas generaciones de alfareros de tu familia
se han dedicado al barro en Villafranca?. Que nosotros sepamos al menos 5. Mi padre, Gregorio Peño
fue alfarero, mi abuelo Pedro Peño fue alfarero, mi bisabuelo Eugenio Peño fue alfarero y los tres
hermanos nos dedicamos también a esto a la vez que también mi hijo Gregorio.
¿Cómo era la vida cotidiana de tus antepasados en el alfar?. Yo recuerdo un cúmulo de sensaciones,
preciosas pero muy duras a la vez…
Tengo a veces añoranza de aquellos tiempos, en los que se trabajaba mucho para subsistir y sin
embargo a pesar del sufrimiento lo recuerdo con dulzura, con romanticismo…
Era mucho el trabajo: extraer la tierra, prepararla, tornear las piezas, cocerlas y luego venderlas…
no se ganaba nada, el alfar no reunía condiciones para trabajar, en invierno hacía frío y si llovía te
calabas….
Cangilones. 33cm x 16 cm.
Recuerdo que la fuente de iluminación era un candil y un tío mío, te estoy hablando de los 60, decidió
ponernos una bombilla con un cable viejo y lleno de empalmes. Al encender la bombilla no sabíamos
si reír o llorar, ya que hasta entonces habíamos trabajado prácticamente con la luz del sol. Ese hecho
hizo que nuestro trabajo entrara en la era moderna, como preludio de un nuevo tiempo y de hecho a
partir de entonces todo empezó a cambiar para nosotros…
¿Cómo era todo el proceso? Todo era manual, iba con mi padre a por tierra, había que sacar la tierra
de una veta y estaba dura como una piedra. Luego la acarreábamos hasta el alfar con remolque y
mulas. Se dejaba secar, y se echaba en recalo en una pila con agua y se removía con tablas y luego
se hacía pasar la mezcla a otra pila, de modo que las impurezas quedaban en la primera. El agua
se sacaba del pozo con una pequeña noria de mano. El barro lo pisábamos con los pies. El producto
obtenido se guardaba para el año siguiente pues era más plástico…
Cuando salieron las máquinas para preparar el barro le dijimos a mi padre que ya no queríamos pisarlo
pues era muy duro… y cuando pudimos comprar la máquina nos dimos cuenta de que el barro salía
peor, pero ya no volvimos a pisarlo.
Los inviernos eran duros, hacía frío en el alfar y no se vendía nada. Se empezaba a vender en el mes
de marzo cuando la gente iba al campo y te pedían las botijas y se regaban las huertas y te pedían los
cangilones. En invierno íbamos mi padre y yo a las recolecciones: vendimia, azafrán y aceituna.
Gregorio, ¿cómo se cocía?. Recuerdo a mi abuelo que estaba en el alfar pero ya casi no trabajaba,
pues ten en cuenta que en los alfares el más viejo era el más experimentado y siempre tenía la última
palabra, en especial al cocer…
Siempre estábamos pendientes del horno pues te jugabas el trabajo de 2 meses, por eso era importante
que el más capacitado y experimentado, en este caso mi abuelo, dijese si había que dejar de echar
combustible o seguir echando. El horno pasaba por diferentes colores y olores, muestra de la evolución
de la cocción. Siempre con incertidumbre…
Los hornos antiguos de cocer cangilones en Villafranca estaban influenciados por los de teja a pesar
de que eran para cocer vasijas y no obra de molde. Ello supuso muchas catástrofes pues muchas
piezas se rompían ya que el fuego incidía directamente como en los hornos de teja pero la alfarería
no aguantaba la llama tan directa. Además al abrir el horno muchas piezas por el cambio térmico se
abrían y hubo que consultar libros e ir a otros sitios para mejorar…
Al principio se cocía con jara de las sierras del Puerto, a veces paja y sobre todo carrizo de la laguna
lo que supuso serios problemas entre los tejeros pues aunque era asignado por el ayuntamiento, en
parcelas previamente marcadas para cada familia de los que se dedicaban a la teja, era insuficiente
para surtir tanto a los hornos de alfarería como a los de teja. Mi padre me contaba que los insultos,
broncas y amenazas por el aprovisionamiento de carrizo para cocer estaban a la orden del día pues
unos se metían en el carrizo asignado a otros… y ahora, dijo él en una ocasión, mira el carrizo, nadie
lo quiere.
Botija. 30 cm x 20 cm.
Comedero de palomas. 23 cm x 18 cm. / Comedero de conejos. 20,5 cm x 16 cm.
Gregorio Peño González. Haciendo la boca de una botija al torno. 1967
Cocer era una odisea. El carrizo revocaba dando fogonazos por la boca de echar combustible y mi
padre se tenía que poner un peto de material y unos sacos mojados en las piernas para no abrasarse
cada vez que atizaba al horno.
¿Qué piezas fabricábais? Mis antepasados hacían piezas para usarlas: botijas para los peones, para
los segadores llevar el vino y para tener agua en la era… e incluso para tener el aceite en las casas,
macetas para los geranios, de colgar y normales, bebederos para conejos y gallinas, grilleras para que
los niños tuviesen grillos, y unas piezas de gran belleza, las caracolas para marcar los ritmos en los
trabajos de la siega… y cientos y cientos de cangilones para las norias que vendíamos en Villafranca y
también para los hortelanos de Herencia, Madridejos… luego aparecieron los de zinc y la gente empezó
a decir que eran mejores pues no se rompían a pesar de que terminaban corroídos por las sales del
agua…
Yo viví el cambio al plástico, fue un cambio brusco, como el que ahora vivimos, y empezamos a no
vender. Yo empecé a modelar el barro y hacer figuritas y comenzamos a tornear jarrones de adorno
pintados en frío y otras vasijas de dudoso gusto. Fue una época tonta, hortera, donde el modernismo
supuso el rechazo de lo antiguo, pero había que sobrevivir y era lo que la gente compraba…Se pasó
mal. Fueron los años 60 tan positivos para muchas cosas pero nefastos para los alfareros.
Cuando estábamos a punto de morir, llegaron al alfar procedentes de Barcelona, unos señores en
coche, yo tendría 9 años, luego supe que eran José Corredor-Matheos, acompañado por el fotógrafo
Catalá Roca y el ceramista Llorens Artigas, y pasaron por nuestro alfar y por otros muchos alfares
moribundos con la intención de recopilar lo que aún pervivía de las labores alfareras en España y con
ello publicaron un precioso libro ALFARERÍA POPULAR ESPAÑOLA. Nos chocó que se interesaran por
lo que se había hecho toda la vida. Poco después, Natacha Seseña, acompañada de dos ceramólogos
alemanes pasaron por la Mancha (Consuegra, Ocaña, La Mota, Villarrobledo, Villafranca…) en busca
de datos para escribir GUÍA DE LOS ALFARES DE ESPAÑA y ALFARERÍA POPULAR EN CASTILLA-LA
NUEVA.
Aquello nos salvó de morir y como un tsunami empezaron a venir alemanes, franceses y gente de
España, en especial de Cataluña buscando la pieza tradicional, entre ellos el ceramólogo Emili Sempere
que nos hacía grandes pedidos para Barcelona y quien también realizó otro libro sobre alfarería de
toda la Península.
¿Cuáles son tus recuerdos más antiguos relacionados con el barro? La feria de Criptana, donde
vendíamos todas las botijas que llevábamos. También recuerdo el alfar viejo lugar de encuentro de
arrieros de toda la vida y otra gente mayor, donde se contaban multitud de anécdotas y acontecimientos
históricos de tiempos pasados. Eso era lo más bonito. Lo malo… recuerdo una temporada en que todas
las botijas salían rotas de la boca y había que arreglarlas con cemento. Fue un mal que entró y salió.
Y no sabemos porque…
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Bebedero. 8 cm X 18 cm. / Reclamo de palomar. 12 cm x 20 cm.
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Grillera. 15 cm x 12 cm.
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Orcilla. 37 cm x 19 cm.
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Una vez nos encargaron 1.000 grilleras, en la época del consumismo de los 60 para Barcelona, como
regalo de navidad, ello nos alegró muchísimo. Todas salieron rajadas y hubo que arreglarlas con
cemento.
Ahora hablamos con Ángel. Ángel, ¿desde cuándo hay datos sobre el barro de Villafranca?. De mi
familia desde 1895, en un censo se nombra a mi bisabuelo como alfarero, probablemente antes se
dedicaran también pero no lo sabemos. Datos escritos nos hablan de alfareros en Villafranca desde el
siglo XVIII pero vestigios de cerámica hay desde época ibérica y anterior.
¿Como se aprende a tornear?. Se aprendía sin darnos cuenta, al principio observando, como un juego.
Yo me solté cuando mi padre se cayó en el horno y se rompió la clavícula y había encargos que cumplir
y mi hermano Gregorio estaba haciendo la mili, entonces mi padre me iba diciendo y yo iba trabajando
en la rueda. Existe una gran diferencia entre el torno de pie y el eléctrico ya que en el torno de pie
todo el cuerpo está en movimiento mientras que en el eléctrico solo se usan las manos y por tanto es
más fácil…
Hay piezas que se hacen de una pella y otras van ensambladas, por “anchetes” que se dice, por
ejemplo los cangilones, primero se hacen las bocas y al estar un poco secas se les coloca “el anchete”
y luego se cierran y se les hace un agujero. La caracola también se hace con la boca y “el anchete”.
Una peculiaridad de esta alfarería es que a pesar de ser utilitaria, algunas piezas como por ejemplo
las macetas y sobre todo las botijas se decoraban con ondas, picados, líneas y espigas, quizá porque
eran de uso fuera de la casa, para llevar agua al campo o quizá esas líneas servían de referencia para
colocarles las asas correctamente. Las botijas también llevaban un sello, mi abuelo les ponía sus
iniciales “PP”, es decir Pedro Peño. En el caso de las macetas se les hace un reborde rizado.
¿Puedes contarnos alguna anécdota? Una vez estuvimos de vacaciones mis hermanos y yo en un
pueblo de Turquía donde había alfares-cuevas. Nosotros llegamos como simples turistas a uno de
estos alfares-cuevas, donde el torno era muy curioso pues solo tenía la rueda de darle al pié y el eje y
donde se torneaba la pieza era una vasija alargada ya cocida, sobre esa pieza descansaba la pella.
El alfarero nos hizo la demostración, dimos los aplausos pertinentes y cuando se iba le pedimos si
podíamos practicar con el barro y el torno, y chapurreando con él en francés nos dijo que sí y dejó allí
a su hijo con nosotros. Cuando el niño vio que sabíamos tornear y empezaban a aparecer formas de
la pella, salió corriendo en busca del padre, el cual al ver que éramos alfareros nos invitó a su casa
con toda su extensa familia a cenar cordero que comimos en grandes cazuelas de barro y sentados
en el suelo. Fue algo precioso.
Ahora hablamos con Adrián. Adrián ¿qué piezas fabricáis hoy?. Ahora lo que se hace nada tiene
que ver con lo que nos ganábamos el pan. De aquello se hace algo pero por puro valor testimonial.
Ahora se hacen infinidad de trabajos: esculturas por ejemplo figuritas de oficios, mucho para regalo,
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Vasija de manganeso. 60 cm x 15 cm.
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recordatorio de bodas, platos, trofeos, regalos institucionales… mucho de todo esto de diseño propio.
Estamos capacitados para diversas técnicas, de modo que todo lo que nos han encargado lo hemos
podido hacer.
¿Puedes contarnos alguna anécdota? Pues recuerdo el ir a las ferias de Campo de Criptana y de Alcázar
a vender. En Campo de Criptana la gente bajaba a la feria al anochecer, y como no íbamos a cenar a
restaurantes ni bares, mi padre sacaba la merendera con pisto, salchichón… y un poco pan y a cenar,
a mi hermano Gregorio y a mi aquello de que nos vieran cenando en la feria nos daba vergüenza y mi
padre nos decía que cenásemos o nos quedábamos sin cena… Como no había aseos públicos, teníamos
que ir fuera del pueblo, donde ya no había puestos a hacer nuestras necesidades…
En Alcázar, nos poníamos entre el Arenal y la avenida que va hacia la zona nueva del Hospital.
Recuerdo a un señor de Alcázar que llevaba helados en un carricoche…se llamaba Eloy.
Un año, como mi padre tocaba en la banda, los avisaron para ir a tocar a la feria de Turleque y nos
quedamos solos mi hermano Gregorio y yo en el puesto de la feria de Alcázar, yo con 9 años y él con
11. Nos veía la gente del pueblo y nos decían que qué lástima que estuviésemos allí solos. Cuando
llegaba la noche echábamos el toldo del puesto y nos metíamos dentro a dormir en una saca de
paja y el dinero lo guardábamos en un taleguillo que nos había hecho mi madre, y escondido en los
calzoncillos.
De los precios que cobrábamos no recuerdo, aunque basándonos en piezas antiguas que estaban
marcadas a lápiz por mi padre o mi abuelo, una botija mediana en mi niñez valía 10 ó 12 pesetas.
Mis veranos, como mis hermanos, los pasaba sacando agua de la noria para llenar las pilas. Recuerdo
a mi abuelo, allí en la alfarería vieja, sentado y observando todo el trabajo.
Una época muy triste fue aquella en la que sacábamos hornos enteros de botijas con la boca rajada, y
mi padre, que nunca decía palabras mal sonantes, le escuchaba rezar hacia dentro ya que era nuestra
ruina pues se vendían las piezas más baratas y había que arreglarlas.
Vino en los 60 un señor de Barcelona que era diseñador, a encargarnos 1.000 grilleras, pues las había
visto en una tienda de Barcelona, llevadas por Emili Sempere, pero no sabía como localizarnos y al
final se enteró que estaban hechas en nuestro alfar. Él diseñó una caja para cada una de estas piezas
con un texto muy bonito sobre el uso de esta curiosa pieza manchega, como regalo de empresa para
la navidad. Pues bien, todas salieron rajadas y hubo que arreglarlas. Además, era invierno y había
llovido y el alfar estaba todo embarrado y aquel hombre con su flamante coche y gabardina, lleno el
coche y se lleno él de barro.
Jesús Lizcano.
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Batiendo el barro en una balsa. Foto 1972.
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Gregorio Peño en el torno. Foto 1967.
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Figura Quijote (escena) 29 cm x 26 cm.
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C
omo parte de la última generación incorporada al taller, es para mí una gran satisfacción poder
llevar a cabo la redacción de estas líneas finales. En primer lugar, querría agradecer de parte de
toda la familia Peño al Patronato de Cultura de Alcázar de San Juan y, en concreto, a nuestro
amigo Jesús Lizcano, responsable de la fantástica colección del museo FORMMA, la organización de
esta exposición que homenajea principalmente a las pasadas generaciones que nos trasmitieron su
amor por la arcilla.
En segundo lugar, me gustaría resaltar la capacidad de renovación de la que ha hecho gala la cuarta
generación alfarera de Villafranca de los Caballeros, permitiendo así que hoy en día se pueda visitar
un taller en activo con toda la esencia y características de la más pura tradición alfarera. He aquí el
contraste entre tradición e innovación que con tanta naturalidad han sabido manejar mi padre y mis
tíos durante estos últimos años. No es fácil partir de recursos que casi se acercan al medievo y de una
cerámica que se dejó de usar para crear una producción cerámica de un abanico amplio, que además
está provista de una creatividad desbordante. Todo ello envuelto bajo el respeto y sensibilidad hacia la
tradición, cualidades que se perciben de forma instantánea en cuanto se visita nuestro taller.
Por mi parte, he podido servirme de la experiencia familiar y de los estudios en el exterior para
completar mi formación como ceramista. Hace cinco años que estoy inmerso en el mundo del arte
con una propuesta de escultura cerámica contemporánea. En estos años he tenido la suerte de ser
reconocido con diversos premios, pero debo mencionar de forma especial el Premio al Mejor Joven
menor de 35 años en la XXII Bienal Internacional de Cerámica de Vallauris (Francia, 2012), sin duda
uno de los acontecimientos cerámicos más importante del mundo en lo que a cerámica contemporánea
se refiere. Y por este motivo es muy gratificante para mí poder resaltar algunas de las líneas que
describen mi trayectoria en el soberbio catálogo que se edita para esta Bienal: “Gregorio forma parte
de una larga línea familiar de alfareros que cuenta con cinco generaciones”, una circunstancia que,
como ya se sabe, es díficil que suceda, de ahí nuestra singularidad.
Gregorio Peño Velasco, 2012.
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Forma abatida V. 32 cm x 30 cm. Técnica mixta. Sobrecocción de pastas cerámicas.
Exposición del 4 de enero de 2012 al 20 de abril de 2013