Las tres caras de la moneda
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Las tres caras de la moneda
10 TERRI TORIOS Sábado 5.11.11 EL CORREO ARTES PLÁSTICAS Las tres caras de la moneda Florencia rinde homenaje a su edad de oro con una muestra sobre el origen de los banqueros, la religión y su influencia en el arte renacentista EXPOSICIÓN BEGOÑA GÓMEZ MORAL na placa en el suelo de la plaza de la Signoria de Florencia marca el lugar donde Savonarola fue ajusticiado en 1498. Aunque es discreta, no le pasó desapercibida a Tom Wolfe a principios de los 80. Pensó que de allí saldría el título para su siguiente novela, por entonces aún no escrita: ‘La hoguera de las vanidades’. Un fuego penitencial en el que ardieron simbólicamente los yuppies de Park Avenue igual que siglos antes habían ardido de verdad las joyas, cosméticos y amuletos de la sociedad florentina a instancias del monje dominico. Ese es el último acontecimiento revisado en la exposición abierta hasta el próximo 21 de enero en el Palazzo Strozzi: la crisis final en la era de los grandes banqueros. Los ocho años turbulentos en los que –una vez expulsados de la ciudad los Médici– Girolamo Savonarola gobernó Florencia de facto predicando la penitencia y la renuncia a los bienes materiales a través del fuego purificador. El mismo que destruyó libros, estatuas clásicas, pinturas de tema mitológico y, finalmente, al propio Savonarola. La exposición lleva un título más ambicioso que el de Wolfe porque ‘Dinero y belleza. Los banqueros, Botti- U celli y la hoguera de las vanidades’ tiene un propósito amplio. Explora el periodo de auge, desarrollo y crisis de la banca florentina desde 1252 hasta el final del Quattrocento y enmarca ese recorrido en una idea de planteamiento audaz: sin banqueros, no hay Renacimiento. Para completar la ecuación, explica cómo la Iglesia prohibía la usura. Cualquier préstamo con interés era considerado demoníaco y eso fue un poderoso acicate en la imaginación de los financieros, forzándoles a buscar mecanismos para obtener beneficios sin poner en riesgo su salvación eterna. En su intento de aplacar al clero con donaciones, descubrieron que el arte se podía comprar. En realidad, necesitaba ser comprado para desarrollarse y, además de aportar estímulo espiritual, estético e intelectual, era capaz de generar un valor más allá del dinero. Como una piedra filosofal a la inversa, transformaba el oro en prestigio social y también religioso. Moneda única La articulación entre esos tres factores –dinero, arte y religión– empieza con el florín. Antes de que los gobiernos garantizasen sus monedas oficiales, el dinero necesitaba tener valor intrínseco y esta pequeña moneda era oro puro de 24 quilates con un peso de 3,53 gramos. Hoy, sólo el metal podría costar algo más de 100 euros. Llevaba por un lado la flor de lirio, emblema de Florencia, y en el reverso a San Juan Bautista, patrón de la ciudad. Su triunfo fue rotundo. El alto ‘Los usureros’, de Marinus van Reymerswaele. valor que poseía facilitaba la contabilidad y en poco más de cincuenta años era aceptada como moneda en toda Europa. La exposición exhibe florines e ilustra a través de piezas de arte, objetos cotidianos y documentos las tensiones que originó su éxito. Porque, cuando a todo se le pone un precio, surgen algunas ideas incómodas: un barril de vino, 20 monedas; una oración por el alma de un difunto, 10 monedas. Ese desasosiego estaba muy presente en la sociedad florentina que veía cómo «cualquiera podía abrir las puertas del paraíso» con dinero. Al mismo tiempo, los comerciantes cristianos se debatían en una franja espiritual muy estrecha. Apenas un resquicio entre su profesión contable y las exigencias religiosas, como se trasluce en los registros de uno de ellos: «Un rosario cuesta 14 monedas. Que Dios lo haga provechoso para nuestras almas». La norma contra la usura acotaba sus actividades financieras pero no las de la comunidad judía. Puesto que sólo se les permitía ejercer algunas profesiones concretas, como la medicina o el préstamo, y estaban libres de la prohibición cristiana, ellos sí podían prestar con interés, aunque esos beneficios fuesen una prueba más de la exclusión que vivían. Lo que es de Dios La raíz del problema teológico con los prestamistas era que no producían ni transformaban bienes. Comerciaban con el tiempo –el plazo transcurrido entre el momento de El problema teológico con los prestamistas era que no producían ni transformaban bienes entregar el préstamo y el de recibir de nuevo el dinero con interés– y el tiempo «pertenece sólo a Dios». Aunque Tomás de Aquino y otros, como Bernardino de Siena, habían sentando las bases para distinguir entre la usura y la banca, se representaba a los prestamistas de forma negativa. Las obras de Marinus van Reymerswaele ‘El cambista y sus esposa’ y ‘Los usureros’ lo muestran en distinto grado. La primera es un retrato minucioso de la pareja en su quehacer diario. Algunas interpretaciones sugieren que la mujer consulta la Biblia para evitar caer en el pecado Sábado 5.11.11 EL CORREO ARTES PLÁSTICAS TERRI 11 TORIOS Un florín de oro, con la flor de lirio y San Juan Bautista en el reverso. de la usura. La segunda es casi una caricatura. En ambos casos aparece la vela como símbolo de la trascendencia espiritual y está apagada. Los donativos para caridad o arte sacro «por la salvación del alma» eran muy frecuentes pero nunca bastaban: «Jamás seré capaz de entregar a Dios lo suficiente como para inscribirle en mi libro de deudores», lamenta Cosme de Médici. De Jan Provoost se exhibe una tabla que representa al donante, entre temeroso y esperanzado, en el momento de mostrar a la muerte el documento con el balance de sus buenas acciones. La exposición se demora en objetos cotidianos e instrumentos profesionales para calcular y pesar dinero: ábacos, pequeñas básculas y astutas cajas de caudales con cerraduras enormes que no abrían nada porque el verdadero resorte de apertura estaba escondido. Cuadros y utensilios atestiguan cómo, en esta época, el comercio implicaba un contacto físico constante con las monedas. También aparecen términos bancarios de distinta complejidad. Banco o banca, sin ir más lejos, se refiere al mostrador usado para las transacciones. Bancarrota, a la acción de romper el mueble al no poder pagar. El franciscano Bernardino de Feltre predicaba contra la avaricia y, con gran sentido práctico, ideó e impulsó la creación de los montes de piedad, or- ganizaciones caritativas que prestaban a un interés muy bajo. Se basaban en la obtención de un ‘monte’ –una acumulación o montón de bienes a partir de donativos– para luego entregar a quien lo necesitase dinero a cambio de objetos de valor como garantía. Transcurrido un plazo acordado, la transacción se invertía de nuevo. El prestador obtenía un beneficio muy pequeño que se empleaba en el mantenimiento de la organización. El sistema combatía la usura en su propio terreno con tanta eficacia que se extendió con rapidez por media Europa y estuvo activo hasta el siglo XX. Todo cambia Un fragmento de los frescos de Andrea Orcagna muestra a los avariciosos en el infierno recibiendo un castigo de acuerdo al ‘contrappasso’ de Dante: son azotados con las mismas bolsas llenas de monedas que tanto apreciaron en la vida terrenal. Ver a los usureros sufrir así era preocupante pero, en un momento de expansión económica, hacía falta dinero para comerciar y no tenía sentido pres- tar sin ganancia. La «gran invención de lo más sutil» fue la letra de cambio. Si un comerciante quería cambiar florines en libras, por ejemplo, entregaba los florines en su ciudad y obtenía un documento que le permitiría recoger las libras en Londres. Para esa distancia, el viaje duraba 90 días y durante ese tiempo los florines estaban ya en poder del cambista. El cambio era siempre más favorable para la moneda local, de manera que en Londres se podía repetir la operación y obtener entre un 10% y un 20% de beneficio. De ese modo, en la letra de cambio se sustituían los factores impuros ‘tiempo’ e ‘interés’ por otros más virtuosos: ‘distancia’ y ‘tasa de cambio’. No sólo los Acciaioli, Segni, Portinari, Strozzi o Sassetti se enriquecieron. La afluencia de dinero se tradujo en adornos, joyas y lujo extravagante en estratos más amplios de la sociedad. El oro brillaba también en muchas pinturas devocionales y el precio total El intenso comercio de la época implicaba un contacto físico constante con las monedas se calculaba con ese dato bien presente: «Pintura azul, 2 florines; fondo de pan de oro, 38 florines; pintor, 35 florines». Incluso los encargos ejecutados por Fra Angélico aparecen poblados de santos y madonas con ropas ostentosas. Tampoco en los jardines y arquitecturas que habitan queda nada que recuerde la pobreza de Cristo. Como reacción, se promulgaron las leyes suntuarias, concebidas para limitar la exhibición de lujos superfluos en vestimenta y celebraciones. Aunque podían contravenirse pagando una multa, influyeron en las costumbres lo suficiente para dar lugar a una curiosa alternancia en los atuendos. Una misma persona podía lucir un tocado de plumas exóticas y perlas de 80 florines en una fiesta de compromiso y al día siguiente llevar en un funeral la cabeza cubierta por «retazos de paño negro prendidos con alfileres para poder reutilizar la tela». Cenit y ocaso Los Médici habían fundado la Academia Platónica florentina y en 1484 Marsilio Ficino publicó bajo su auspicio los ‘Diálogos’ de Platón traducidos al latín y comentados. Toda belleza da acceso a un grado superior de conocimiento y espiritualidad. Representa un ideal, por tanto, la poesía y el arte no necesitan tratar temas religiosos para ser esencialmente buenas. Ese mismo año Sandro Botticelli finalizó una de las pinturas que mejor reflejan ese ideario neoplatónico en su cenit: el ‘Nacimiento de Venus’. La exposición presenta a su autor como paradigma del papel de los pintores y el arte en este tiempo porque su obra refleja con nitidez la pugna entre cánones estéticos y los lleva al extremo. Botticelli disfrutó de éxito profesional durante gran parte de su vida y hoy es uno de los maestros del Renacimiento más conocidos. Es fácil olvidar que, entre esos dos momentos, hubo varios siglos de oscuridad, desde su muerte hasta que, en el siglo XIX, los prerrafaelistas rescataron su obra. La exposición reúne madonas todavía al estilo humanista y elegante de su maestro Filippo Lippi y obras posteriores ya con la armonía lineal de volúmenes poco modelados que caracteriza su trabajo. Las «mujeres muy desnudas» que, según descripción de Vasari, pintó en abundancia están representadas por una de sus inconfundibles Venus. La gran obra presente en la muestra es la alegoría de «La calumnia’, basada en la descripción escrita de un cuadro mítico pintado por Apeles. Le cabe el honor de ser el último tema profano que trató Botticelli. Varios reveses económicos en las sucursales de Brujas y la muerte de Lorenzo el Magnífico, poco después, debilitaron el poder de los Médici hasta el punto de ser expulsados de la ciudad que tanto les debía. La pérdida de sus patronos coincide para el pintor con una crisis personal, señalada por Vasari, que le lleva a pintar muy poco y se prolonga hasta su muerte en 1510. No está claro si Botticelli experimentó una conversión espiritual real o simplemente se adaptó a los encargos que recibía, lo que sí es cierto es que, en sus escasas pinturas de esta etapa, los colores brillantes de las fábulas mitológicas funden a negro y Venus cede su espacio a Cristo crucificado. La exposición se cierra así sobre una Florencia cubierta por el celo reformista de Savonarola, un personaje descrito a menudo como un fanático religioso de opereta que intentó interrumpir el intercambio creativo entre dinero, piedad y arte. Más justo sería decir que su mayor virtud y su mayor defecto tenían la misma raíz: un amor por Dios tan intenso que no le quedaba nada para la humanidad ni para sus obras.