Escalona y su aventura en La Guajira
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Escalona y su aventura en La Guajira
D O S S I E R Abel Medina Sierra Escalona ha cumplido su deseo de posteridad; como bien lo supo augurar, “arriba de las estrellas”, festeja la plenitud, mientras en la tierra en que ofrendó sus cantos no ahorramos elogios y muestras de exaltación por el que fuera el más renombrado compositor vallenato de la historia. Escalona el mito y el hito, Escalona el que conquistó nombradía para nuestra música, el genio compilador del anecdotario regional, el gran señor, el don Juan irrefrenable, el gavilán aventurero, el embajador ante la élite del país, el maestro. Más allá de la exacerbación que produce el hecho de su muerte, en Escalona hay que reconocer sus nada despreciables méritos en tanto cronista de la cotidianidad provinciana, tuvo una envidiable capacidad para contar historias y lograr una síntesis casi perfecta en la trama de sus cantos. Sus canciones supieron llegarle al alma del país diverso, su lista de éxitos es larga, son cantos tan memorables en el imaginario nacional que se han convertido en referente nacional de la música popular. También comparte el mérito junto a Tobías Pumarejo de ser precursor del compositor dedicado exclusivamente a la creación sin ser intérprete (acordeonero o cantante), es decir, Sus canciones exploran nuevas fórmulas expresivas como la alegoría, evidentes en canciones como “La casa en aire” o “Rosa María”, “El gavilán ceba´o”; lleva la crítica social al plano estético en “La custodia de Badillo”, “El hambre del Liceo” o “Lengua sanjuanera”. En el plano de la métrica Escalona también representa un hito: tomó la redondilla de versos de arte menor y con pocas preguntas y respuestas y la convirtió en un verso de arte mayor, una estrofa de mayor complejidad y riqueza musical. Lo anterior es lo que nuestro paisano e investigador Emmanuel Pichón Mora denomina “la indisciplina retórica de Escalona que constituye una verdadera ruptura con las formas de componer versos de sus antecesores. Rafael Calixto también instaura en la música vallenata el código del donjuanismo, tan asumido por compositores posteriores como Rafael Manjarrez o Roberto Calderón. Escalona fue el gran gavilán, creó un romancero musical con sus motivos sentimentales: La Maye (Marina Arzuaga), la Molinera, la Mona del Cañaguate, La monita de ojos verdes, Dina Luz, María Tere, “la Antioqueñita” y La brasilera son apenas algunas de las protagonistas de numerososo episodios VENTIUNO / DICIEMBRE 2009 105 código del galanteo en los hombres de la región. galán, el don Juan de nuestra épica musical. Bien es sabido, que el acordeón siempre ha despertado recelo entre algunas élites sociales e intelectuales. El vallenato necesitaba de un andamio para subir a los ámbitos que lo invisibilizaban por su condición campesina y su largo trasiego crapuloso en las cantinas europeas y barras de marineros. Fue Escalona, hijo del ilustre coronel de la guerra de los Mil días, Clemente Escalona Labarcés, y la respetable dama patillalera Margarita Martínez Celedón, sobrino del insigne obispo, poeta y sabio Rafael Celedón, quien abrió las celosas puertas de la sociedad vallenata para que una música de peones y campesinos guajiros conquistara los salones de la alta sociedad valduparense. Fue también quien con sus cantos y pública del país como Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Manuel Zapata Olivella, Alfonso López Michelsen, Fabio Lozano, Daniel Samper y Enrique Santos Calderón, entre otros, descubrieran la magia cautivadora del canto vallenato. Que personalidades de tanta estatura en el imaginario del país se interesaran en el vallenato fue un escalón trascendente para superar la atalaya excluyente de un país que miraba de soslayo la música popular costeña que luego supo arropar la identidad nacional. Escalona Martínez será recordado como un osado aventurero, hombre de muchas empresas, capaz de recorrer y desbrozar en sus andanzas y correrías, los todavía intransitables y tortuosos caminos y carreteables del antiguo Magdalena Grande. Desde que tenía 17 años y ya se cantaban canciones El profe Castañeda, El carro Ford, La enfermedad de Emiliano y Miguel Canales, subía a Manaure buscando a su mentor Poncho Cotes Queruz, tomaba luego el camino de la Sierra Montaña para cantarle a la Vieja Sara en El Plan. Luego, el estudio en el Liceo Celedón de Santa Marta, las visitas a su natal Patillal y los escarceos amorosos en La Paz, San Diego, El Molino o San Juan lo cimentaron como un verdadero campeador de la provincia, un andariego de la música y un emprendedor e industrioso baluarte. Consuelo Araujonoguera, del periplo ingobernable de este aventurero en su obra Escalona: El hombre y el mito (1998): seguido por un regimiento de amigos y partidarios irreductibles, como él, en su empeño de de vivir intensamente y apasionadamente, la vida de Escalona fue nada más ni nada menos que un solo canto largo y continuado. Hoy aquí por la mañana y en la tardecita en La Paz, para seguir por la noche hacia Villanueva o Manaure, de acuerdo con la ruta que trazaran los vientos de la oportunidad; en la madrugada en San Juan, golpeando con sones y paseos los postigos de barrotes torneados de las ventanas de de la casa de Fefa Brugés; al mediodía en Fonseca, por la noche en Barrancas, mañana de regreso en Urumita o El Molino, y pasado mañana en cualquier otro sitio y lugar de los muchos por donde se regaron sus cantos y la nombradía de su talento inmenso. De sus andanzas, en especial, por La Guajira, conquistando territorio a punta de verso y galanteo, queda el testimonio cantado de El gavilán ceba´o, pieza de magistral recurso alegórico: Que el gavilán no viene solo 106 VENTIUNO / DICIEMBRE 2009 Mujeres, cierren las puertas Que ya el gavilán se acerca Gustavo Cotes lo vio en Fonseca Y así me cuenta lo que sucedió Entró a una casa que estaba entreabierta Cogió una polla y desapareció En los caminos se ven las trampas Que la gente pone para el gavilán Y cuando lo buscaban en Barrancas El estaba tranquilo durmiendo en San Juan Fueron motivos tanto sentimentales como laborales los que lo vincularon con La Guajira. Desde entonces, para el Maestro, este territorio sería también un nido de afectos, un territorio que ensanchaba su reino sentimental, musical y laboral, su aventura extrema, su hechizo existencial. Siempre reconoció el protagonismo de esta región en el surgimiento de esta expresión musical. Nos ha enrostrado que por Riohacha no se arraigó en el norte de La Guajira “porque los riohacheros siempre han sido muy pretenciosos y preferían música europea y del Caribe”. La única vez que pude conversar directamente y cercanamente con el maestro, hace poco hace años en Albania, nos contó, sin recatos, que Valledupar nunca fue pueblo de acordeoneros, el primer acordeonero fue Chema Guerra un paisano de Escalona que al decir del maestro “solo macujeaba el acordeón”; agregaba que “en Valledupar en los sesentas, cuando venía López Michelsen y personalidades de Bogotá los acordeoneros había que irlos a buscar a La Guajira porque no había”. El maestro sabía que sus cantos antes de ser grabados tuvieron un marco musical con acento guajiro: Colacho Mendoza y Víctor Soto, los acordeoneros que acompañaron sus parrandas. A Colacho musical después de Poncho Cotes. Hicieron una amistad arraigada, Colacho fue su empleado, su amigo, su acordeonero y su mejor intérprete. Con Colacho protagonizó muchas parrandas en el Hotel América o el Café La Bolsa de Valledupar, en el barrio Cañaguate o en cualquier pueblo. Colacho grabó la mayoría de sus éxitos con Bovea, Alberto Fernández o Pedro García cuando no lo hacía con su propia voz. Víctor Soto era de Cañaverales, hoy vive en Estados Unidos. Lo conoció en Bogotá donde hacía parte de Los Magdalenos, el primer conjunto vallenato de la capital. Solía acompañar a Escalona en parrandas de salón, de patio y en correrías por los pueblos de la región. plenitud autoral de Escalona, era para el maestro, como para el imaginario colectivo nacional, un escenario encantado, inhóspito, poco accesible, sin más ley que el arrojo y la osadía de los hombres. Es pertinente que la denominación de Guajira sólo, hacia los años sesenta, comenzó a aplicarse a todo el territorio del actual departamento, pues antes se aplicaba exclusivamente al norte desértico, indígena y costero. La Guajira, en los cantos de Escalona, aparece inicialmente como lo distante, desde su primera canción, El profe Castañeda. El docente que tanto admiraba Escalona fue trasladado del colegio Loperena de Valledupar al Liceo Padilla de Riohacha, hecho que suscitó, a inicios de 1943, los primeros versos del que sería genio fecundo de la vallenatía: Cuando sopla el viento frío de la nevada/ Que en horas de estudio llega al Loperena/ Ese VENTIUNO / DICIEMBRE 2009 107 frio conmueve toda el alma/ Lo mismo que la ausencia del Profe Castañeda”. La Guajira es no sólo la tierra del extrañamiento, el destierro y de baja escolaridad en otros cantos de Escalona como El bachiller en la que expresa; “Felices aquellos los que pueden presentar/ El grado bonito que conquista a las mujeres/ Como no lo tengo yo me voy a desterrar/ Para La Guajira, donde no haya bachilleres”. También es tierra de acechanzas y peligros, tierra de riesgos y arrojo, pero también de oportunidades y bonanzas, de aventura y esperanzas. Así lo reitera también en Mala suerte: copete, la muchacha que fue su pretendida y terminó siendo su cuñada. En Fonseca conoció, en casa del compositor José María “Chema” Gómez (autor de Compae Chipuco), a su hermana Carmen Gómez, la de la canción homónima, aquella esbelta y altiva doncella que “tiene los ojos de España, ¡olé! y la elegancia latina”, la misma que como Remedios La Bella no hubo encanto masculino que pudiera rendirla rendir sus encantos, pero a la que sí tributó con su hermoso merengue. Pero en el territorio vecino no solo Díganle a Chema Maestre También a Turo Molina Que yo me voy pa´La Guajira Porque aquí tengo mala suerte Y si no puedo volver Porque en La Guajira muero Solo quedará el recuerdo De aquel amigo que se fue La Guajira fue un territorio fértil para que Escalona sembrara su propio jardín sentimental. Convivió con Dina Luz Cuadrado (hermana de Egidio Cuadrado, acordeonero de Carlos Vives) a quien le compuso Dina Luz y Mala suerte, entre otras canciones. Su trasiego apasionado por La Guajira se teje desde Eduvilia López a quien compuso Mariposa urumitera, pero nunca conquistó, pues resultó siendo novia de su amigo Caviche Aponte, como Armenta, La Molinera que lo hacía suspirar apenas avistaba el ramal de El Molino. A la China Ariño, la donairosa muchacha de Los Pondores que le inspiró El cazador, la misma relación que desató chismes y rumores en San Juan del Cesar y que él respondió con Las lengua sanjuaneras. En el mismo San Juan del Cesar cultivó una de sus grandes pasiones, “La monita de los ojos verdes”, la única relación en la que éste gavilán siempre ocultó la identidad de su paloma, el amor que le inspiró El medallón, El regalito, El Mejoral y Honda herida, ponderada por Consuelo Araújo Noguera como la más alta expresión del cancionero vallenato. En el mismo pueblo le compone a Francia María El 108 VENTIUNO / DICIEMBRE 2009 caros y entrañables amigos. Una de sus primeras canciones la dedicó a alguien a quien sólo conocía por sus canciones: Emiliano Zuleta Baquero. Supo que estaba enfermo y le mandó un recado cantado, La enfermedad de Emiliano Allá en el Valle he tenido la noticia A mí me dijo un hombre que Emiliano está mal Por falta de de malicia se deje maltratar Mile no solo sobrevivió a la enfermedad, sino que fraguó con el maestro una perdurable amistad y compadrazgo, pues Escalona sería el padrino de su hijo Poncho Zuleta. Pero esta canción no solo granjeó la amistad con Zuleta, sino con la inmortal Vieja Sara, madre de Mile y Toño Salas. En compañía de Poncho Cotes solía visitar a esta matrona que vivía en El Plan de la Sierra Montaña Corpus Christi largas jornadas de competencias entre decimeros. Para exaltar a esta fecunda recitadora compuso La vieja Sara: pretendía a Thelma Ovalle, madre del canta-autor Poncho Cotes Jr. Los celosos padres de la “paloma” no contaban con que Poncho tenía un gran aliado en las canciones de Escalona, aquel que mientras esperaban un descuido de los padres de Thelma, compuso al pie de la milenaria ceiba de Villanueva el merengue El Gavilán rastrero con el recurso de la alegoría animal: Yo vengo a hacerle a la vieja Sara Una vista que le ofrecí Pa que no diga de mí Que yo la tengo olvidada También le llevo su regalito De un corte blanco con su collar Pa´que haga un traje bonito Este último verso originó una discusión entre la Vieja Sara y su pariente Simón Salas. Este músico prometió a Escalona un guiso de gallina cuando fuera de nuevo a El Plan. Cuando Escalona llegó la vieja Sara le contó que éste no tenía animales, a lo que Simón respondió con unos versos que acusaban a la matrona de querer quedar bien con Escalona por los presentes que le hizo. La ira de Sara terminó echando de la casa a Simón, situación que originó la canción de Escalona El destierro de Simón: Poncho Cotes tenía un viaje para El Plan Me invitó y con mucha pena no acepté la invitación Porque me han dicho que en ese lugar Ya y que no vive el compadre Simón Preguntaba cuáles fueron los motivos Que tuvo ese gran amigo pa´ ausentarse del lugar Y Toño Salas en el Valle me dijo Que la vieja Sara lo botó de El Plan En su inventario de afectos y álbum de exaltaciones aparece ponderando las virtudes amoreras de su gran amigo Poncho Cotes Queruz quien VENTIUNO / DICIEMBRE 2009 109 En la ceiba ´e Villanueva Canta un gavilán bajito Y es diciendo que se lleva A una hija de Ovallito triones de amplia gratuidad, compadres pletóricos de atenciones, parranderos dispuestos, alcahuetas solícitos. Sus cantos exaltan el ritual de la amistad cosechada con aprecio despojado de interés. Le cantó al músico de bandas Reyes Torres, padre de una gran estela de bajistas famosos a quien le debía un bautizo con El villanuevero: De Reyes Torres ya yo he recibido Muchas razones y un poco é reca´ o Y ahora me dicen que está resentido Porque no le he bautizado el pela´o Le ofrendó un canto como regalo de bodas a Mendoza, en ese merengue titulado El matrimonio 110 VENTIUNO / DICIEMBRE 2009 de Colacho; apenado consoló a un gran amigo en Urumita con El compadre Tomás. Nos legó ésa dramática historia de amor de El general Dangond de Villanueva, a quien casa mata el amor de una molinera. Congració a El tigre de las Marías de Urumita y a Villanueva por su gesta amorosa, así como ponderó las virtudes musicales de Chema Gómez con una canción que exalta la obra máxima del fonsequero con la canción El Retrato de Chipuco. Criticó a un compañero de estudios del Liceo Celedón, Rafael José Parodi, por alardear de ser argentino con El Che sanjuanero. Tuvo formas sutiles de exaltar mediante la broma y la anécdota, así lo hizo con su ahijado Poncho Zuleta en La camisa de Poncho, también a Leandro Díaz, su gran colega y uno de los últimos sobrevivientes de su generación cantoral la dedicó La casa de Leandro. Pero logró palpar personalmente los extremos de La Guajira con su aventura como contrabandista. Desde el peligro, el susto, el sudor y trasnocho hasta el amor de una princesa wayuu y los buenos dividendos. Con apenas 19 años, Escalona semovientes entre Colombia y Venezuela, la que sería una de sus más excitantes aventuras, oportunidad para nuevos lances amorosos y motivo para memorables canciones. En 1946 conoce a Fernando Daza “Tatica”, con quien lo une el hecho de ser su “alcahueta” en sus pretensiones de conquistar a la Ambrosina, “La China” Ariño, novia de Tatica. Este sanjuanero es quien lo motiva a cruzar la “agreste” pero bonancible Guajira, la tierra poblada de indios y de oportunidades económicas. Escalona encuentra así un nuevo vínculo con toda la dimensión territorial de esta región. De ésta época recuerda como quien declara una osada gesta: “Así irrumpí en La Guajira inmensa. Crucé la frontera y comencé una nueva actividad al lado de hombres rudos, de costumbres fuertes y sentimientos nobles, contrabando, pero que en la época estaba protegido y “legalizado” por algo más poderoso que la ley, que es la fuerza de la costumbre. Tatica me introdujo en todos los secretos del negocio y con él fui la primera vez y muchas más. Comencé con unos 20 cochinos que compramos en compañía. Me entusiasmaba la idea de ganar dinero viajando, que ha sido sí misma. Ir en esos tiempos a Venezuela llevando contrabando no era como soplar y hacer botellas. Había que tener los riñones en su sitio y los pantalones bien amarrados. Los caminos no eran sino trochas que, en verano, se convertían en un desierto de polvo y, en invierno, en tremedales. No había término medio.” El episodio más dramático y peligroso de esta travesía en la frontera colombo- venezolana, lo representa el paso por el riachuelo Paraguachón que en actuales épocas de invierno atraviesa el corregimiento del mismo nombre. Escalona y Tatica, como los demás contrabandistas y “malementados colombianos, tenían que esquivar la taba para entonces un tortuoso y hostil tránsito como recuerda el maestro: “En uno de esos amaneceres llegamos una vez a Paraguachón… tenía fama de ser un lugar teso y peligroso porque los indios se dedicaban a los viajeros para quitarles la mercancía. El solo nombre infundía temor. Se escuchaban cuentos de comerciantes que habían sido asesinados en sus orillas y sus cadáveres echados a las aguas, de donde nunca fueron rescatados. En invierno, el caudal aumentaba de tal modo que era un verdadero río de corrientes impetuosas. Ahí tocaba esperar a que bajara la corriente y nos picaban los mosquitos y nos acosaba el hambre y se nos iban poniendo los nervios de punta por la incertidumbre sobre cuándo podrían atacar los indios. Uno dormía con un ojo abierto y el revólver en la mano.” Escalona recuerda que, incluso, se llegó a correr el comentario de que una de las caravanas asaltadas por los hostiles indígenas wayuu en el paso de Paraguachón, era la de Tatica y él. Cuando llegó a Valledupar y se enteró de los comentarios, intuyó enseguida que tan temeraria empresa no podía pasar desapercibida en el telar de su existencia y en su cancionero vivencial. Así compuso el paseo Paraguachón cuya letra expresa: Oiga, compadre, yo conozco muchos hombres Que hablan de machos cuando están bebiendo ron Los invito a Paraguachón Pa´ que prueben sus pantalones Paraguachón es un arroyo que hizo el Diablo Y que divide a Colombia y Venezuela Y allí me dijo un venezolano ¿Adónde estarán mis cochinos Que en la trocha se me han perdido? ¿Mis cochinos dónde estarán? Se han perdido en la palizá Porque del carro no salen sin amarrá ¡Ay! Yo no voy a trabajá Pa´darles de comé a los indios Vi un sanjuanero que se jalaba las greñas Me causó risa y entonces le dije yo: “Ay, ese es castigo de Dios Porque tienen muy mala lengua” ¿Adónde estarán mis cochinos Que en la trocha se me han perdido? ¿Mis cochinos dónde estarán? Se han perdido en la palizá VENTIUNO / DICIEMBRE 2009 111 De esta misma época de empresa contrabandista, es la canción El chevrolito dedicada a Yiya Zuleta y en la que Escalona encarna a su gran amigo y socio de aventura Tatica Daza, novio de la esquiva Yiya: Tengo un Chevrolito que compré Para ir a Maracaibo a negociá Un puestecito a´lante te aparté Y el que me pida un cupo va pa´tras De allá de La Guajira te traeré Las perlas más hermosas para ti Pa´que hagas un collar, homb´e y después Serás una princesa para mí Si te vas conmigo no te cuesta ná Te llevo a Maracaibo a conocé Cruzamos la frontera y más allá La tierra del petróleo vas a ver En su épica como contrabandista no podía faltar un enredo amoroso. En plena Guajira venezolana conoció una princesa que cedió a su galanteo y el recuerdo de este romance pervive en la canción La : Ésta guajira de Venezuela Es entre todas la más querida Flor Emmanuel es su nombre Y reconocen su nombre Como Flor de La Guajira Tiempo después, a inicios de los 50, Escalona vive de cerca y como testigo, otro episodio de la vida riesgosa del contrabando. Los villanueveros Enrique Orozco y Tite Socarrás se someten a la temeraria actividad del contrabando de café desde Villanueva, embarcándose en Puerto López y con de Escalona, así que el maestro padeció como tragedia propia la malograda experiencia de éste. Doscientos sacos de café madurado en las sierras de 112 VENTIUNO / DICIEMBRE 2009 Villanueva llegaron a Puerto López donde el barco San Marcos de los Iguarán de Maicao lo cargaría parar llevarlos a Aruba. En pleno puerto natural se apareció el “Pirata”. No se trataba de un corsario inglés de la calaña de Morgan o Francis Drake, sino del barco de la Armada Nacional “Almirante Padilla” que decomisó no solo el cargamento, sino el barco. Además de la ruina de Orozco y Tite Socarrás (quien moriría años después en un duelo público), el suceso nos dejó una canción inmortal que de paso, se enmarca en el contexto de una tradición guajira de contrabando y economía subnormal, El Tite Socarrás: Allá en La Guajira arriba Donde nace el contrabando El Almirante Padilla Barrió a Puerto López Y lo dejó arruinado Pobre Tite, pobre Tite Pobre Tite Socarrás Ahora se encuentra muy triste Lo ha perdido todo Por contrabadiá Barco pirata bandido Que Santo Tomás me crea Cuando un submarino Te voltee en Corea Son episodios de una épica que marcaron y curtieron la vida de Escalona y motivaron sus cantos y su lúdica capacidad para tejer y relatar historias. La Guajira, que hoy deplora su muerte, sabe que en el corazón del maestro se anidaron muchos afectos por esta tierra, que la mayoría de su cancionero se construyó con ladrillos de arena, brisa y misterio que nuestro departamento le prestó para que su genio lúcido legara a todas las generaciones de la posteridad su canto iluminado, la magia fecunda de su verso, el alegre y vitalista contagio de su música.