Manque el Cóndor

Transcripción

Manque el Cóndor
COLECCION CUENTOS DEL ALTO CACHAPOAL
MANQUE
EL CÓNDOR
Jacqueline Balcells y Ana María Güiraldes
Primera edición
ISBN 978-956-8800-01-7
15 de diciembre de 2010
Estimados amigos,
Es probable que algunos de ustedes solo conozcan al
majestuoso Cóndor Andino en escudos, banderas y otros íconos o
estandartes. Si es así, solo puedo decirles que razones sobran para
que este buitre – el más imponente de los que podemos encontrar
en América – se encuentre presente en la vida, manifestaciones
espirituales, objetos y símbolos de pueblos y sociedades presentes
en nuestra Cordillera de los Andes.
El Cóndor Andino, vuela y domina los cielos cordilleranos desde
Venezuela hasta Tierra del Fuego. Sin duda, esta majestuosa ave
es un actor protagónico de nuestras montañas. Su vuelo no conoce
límites territoriales, las fronteras y límites que el hombre ha
establecido en los Andes no son barreras en su vuelo experto entre
las corrientes de aire que suben y bajan en la montaña. Para el
cóndor la Cordillera de los Andes es un solo territorio, sus montañas
y cielos no tienen límites. Los cielos del Alto Cachapoal son dominio
de cóndores, sus montañas ofrecen la carroña que va dejando el
arriero al ir y venir desde tierras bajas hacia las explanadas de altura.
Los invito a observar hacia arriba, a explorar riscos y cielo, a
descubrir a Manque y Tuten, una pareja de cóndores que entre
vuelo y reposo, dominan los cielos del Alto Cachapoal. Ellos nos
mostrarán el vértigo que solo ellos disfrutan, aunque no siempre la
montaña es un espacio acogedor, a veces la cordillera desafía al
cóndor más experimentado. Manque y Tuten nos acercarán a lo
más alto de la Cordillera de los Andes, solo hay que dejarse llevar
entre aire y montaña
José Antonio Valdés
Gerente General
Pacific Hydro Chile
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MANQUE,
EL CÓNDOR
Manque era un cóndor de ocho años y ya era todo un
adulto. Atrás habían quedado su niñez y juventud, sus
primeros y fundamentales aprendizajes y descubrimientos.
Ahora llegaba el tiempo de buscar compañera. Soñaba
con una linda hembra de ojos rojizos y un collar de plumas
tan albas como esa nieve que coronaba los más altos
picachos de la Cordillera de los Andes.
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Volaba lento y majestuoso con sus enormes alas
extendidas para sentir el aire en su cuerpo, mientras
oteaba hacia el valle en busca de algún animal muerto
para comer.
Bajó y subió, subió y bajó aprovechando en su
plenitud el viento reinante. Planeó en círculos, hasta que
desde muy arriba distinguió un grupo de cóndores que
rodeaba un cuerpo de animal casi deshecho.
Por unos instantes detuvo su vuelo, la pupila parda fija
en su próximo alimento y quietas las majestuosas alas
cuyos extremos se abrían como largos y ansiosos dedos.
- Ojalá sea una carne tan apetitosa como la anteriorse dijo, recordando esos deliciosos jirones que raspó
desde el hueso y que cayeron en su buche para
mantenerlo satisfecho durante muchos días.
Si quería sumarse al banquete no debía perder tiempo.
A medida que bajaba, advirtió que del gran cadáver ya
se veía el esqueleto. También divisó a cuatro jotes
que, vigilantes a lo lejos e inmóviles sobre una
roca, aguardaban muy tranquilos a que
los cóndores abandonaran el lugar.
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-¡Son unos flojos! Esperan que desgarremos el cuero
duro y desprendamos la carne de los huesos, para ellos
comer los restos sin ningún trabajo -murmuró Manque,
mientras se posaba en tierra.
Cuando dos hembras y un macho joven que
participaban del festín lo vieron avanzar emitiendo
resoplidos, soltaron rápidamente las
vísceras que picoteaban y le
cedieron su lugar.
Esa fue la primera vez que
Manque vio a Tuten.
Nota: Tuten, en
lengua mapuche
quiere decir “bonita”
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Cuando se aprontaba
a enterrar la cabeza en el
cuerpo de su almuerzo, su
retina le devolvió la imagen
de un cogote rosáceo
adornado por el collar de
plumas más blanco y vaporoso que había visto en una
hembra cóndor.
-Apenas termine de comer la conquisto- se dijo, mientras
su vecino disputaba con otro cóndor una tripa larga.
Pero esta vez Manque no comió. Normalmente no se
detenía hasta alojar en su buche unos tres kilos de
carne. Ahora el amor le había quitado el apetito.
Tenía que estar ágil y elegante para iniciar su ritual
de conquista.
Se dio vuelta y la buscó entre los que aguardaban
su turno.
Estaba separada del resto, quizás también
alerta ante lo que iba a pasar.
-¡Le gusto!- se dijo Manque, un
poquito nervioso.
Elevó su cuello, hinchó el pecho
y avanzó lentamente hacia
Tuten, que esperaba muy
quieta los movimientos del
cóndor que la había mirado.
Manque a cada paso
emitía un ronco bufido.
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Con el cuerpo alzado y sin perder su garbo, bajó la
cabeza. Su abultada cresta carnosa quedó apuntando al
suelo. Cuando el pico casi tocó el buche, el cuello torcido
semejó un amenazante gancho. Entonces abanicó
suavemente la cola y manteniendo con esfuerzo el
sonido gutural, abrió las alas y enfrentó a su compañera.
De inmediato ella inclinó el cuerpo y su cabeza se
hundió entre las plumas manifestando a Manque su
total sumisión.
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En ese instante una ráfaga de viento sopló y las
ramas de un ciprés se agitaron. Montaña abajo, el río
Cachapoal salpicó a las rocas y el silbido vibrante de
una turca saludó a la nueva pareja con su potente voz.
Todos ellos se alegraban ante el exitoso ceremonial de
conquista que acababan de presenciar.
Manque y Tuten demostraron su amor ante todo el
valle que los vería volar juntos cincuenta o más años.
Más tarde, el macho preguntó a su hembra:
-¿Dónde te gustaría vivir?
-Donde tú quieras –respondió ella, sin vacilar.
-Te llevaré donde ni el ciprés de la cordillera pudo
echar sus raíces ni el puma pudo dejar sus huellas.
-¡Síii…siempre soñé anidar muy alto!
-Enclavado en esa pared de la montaña hay un nido
de piedras lisas y suaves. Y hasta tiene delante una gran
terraza, para que te eleves y te poses con
facilidad- contestó Manque
sintiendo con fuerza su
instinto protector.
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-¡Vamos, vamos! -exclamó Tuten, remeciendo con
entusiasmo el mullido plumón de su collar.
La nueva pareja caminó lentamente hacia un
montículo que se elevaba a cierta distancia. Una vez
allí, aletearon al mismo compás y levantaron el vuelo.
Los cuerpos de las aves gigantes proyectaron dos
sombras lentas sobre las rocas de la cordillera. Sus alas
extendidas, de plumas negras hacia la tierra, de plumas
blancas hacia el cielo, planeaban en silencio.
-Allá está- indicó Manque, enfilando hacia el
lugar prometido.
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Los cóndores fueron replegando sus alas hasta
posarse en el alerón que sobresalía en la pared de la
montaña. Entraron a la cueva sombreada donde los
esperaba un nido de piedras planas y arena gredosa
para que Tuten pusiera, con toda comodidad su único
huevo, el primer regalo de ese viaje que juntos vivirían
hasta el término de sus vidas.
Dos meses después, luego de picotear durante tres
días el cascarón gris, nacía un pichón indefenso, más
pequeño que la pata de Manque.
-¡Qué lindo es!- dijo ella, mirando enternecida el
cuerpo cubierto de un ralo plumón blanquecino, las
alitas incipientes y la pequeña cresta que mostraba al
futuro pájaro más grande de los Andes.
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-¡Es igual a mí! –dijo Manque, orgulloso.
-Tienes toda la razón- lo apoyó Tuten.
Día tras día, padre y madre se turnaron para
abrigarlo con sus delicados plumajes y verter la comida
alojada en sus buches al ansioso pico que se abría
reclamando alimento.
Aunque faltaban muchos meses, Manque ya estaba
impaciente para ver a su hijo en edad de volar.
-¡Le voy a enseñar tantas cosas!-decía, hinchando el
pecho- Le voy a enseñar las técnicas de vuelo y cómo
reconocer las corrientes; le contaré cuál es el momento
indicado del día para volar y le mostraré dónde
aterrizar; le haré saber que si bien nuestras patas no
sirven para atrapar presas, nuestros picos poderosos
son capaces de desgarrar los cueros más duros…
Ella lo miraba asintiendo.
-Le enseñaré a elegir las presas más nutritivas…
-¡Mmm…!…-aprobó Tuten y regurgitó más papilla en el
pico abierto de su hambrienta cría.
El pichón aún no cumplía dos semanas, cuando el
cóndor decidió bajar en busca de alimento.
-Presiento algo –se inquietó Tuten, mirando hacia
todos lados- ¿Será lluvia?
-Lluvia no es- respondió Manque y movió la cabeza
ante el día con sol que despertaba.
Tuten no respondió, pero miró a su hijo.
-Vuelvo pronto –dijo el cóndor.
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Cuando llegó al borde de su terraza abrió las
enormes alas y extendió bien las plumas que habían
estado replegadas toda la noche. Aleteó y se lanzó al
vacío. No tardó en encontrar la corriente cálida que lo
podría mantener planeando horas y horas como un
inmenso volantín negro azulado.
Conseguiría los mejores trozos de hígado y quizás
unos buenos sesos o un suculento colgajo de carne
oscura. Su hijo sería el cóndor más fuerte de la Cuenca
del Cachapoal.
Lleno de entusiasmo, su envergadura pareció
extenderse aún más. ¡No habría obstáculo que se
opusiera a sus anhelos!
Como siempre, sus potentes ojos no tardaron en
encontrar el alimento
que buscaba. Al ver
a la oveja
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muerta recordó
que también debería contarle a
su hijo algo muy importante y con
vehemencia bufó en el momento de aterrizar:
-¡Le enseñaré a mi hijo que somos los grandes
limpiadores de la naturaleza!
-¡Claro que sí!- lo apoyó otro cóndor que lo escuchó-.
No en vano nos comemos lo que para los otros son sólo
desechos que ensucian el valle.
-Si el hombre nos conociera un poco más, nos harían
reverencias en vez de perseguirnos- habló un tercero
levantando la cabeza con orgullo.
-Tan poco nos conocen, que nos acusan de comer a
sus animales vivos- se enrabió un cóndor viejo,
acercándose a la comida.
El hambre silenció a la conversación y los cóndores
enterraron sus cabezas en la oveja casi destripada.
-Es para mi hijo- explicó Manque al cóndor viejo, que
lo miró extrañado ante su falta de cortesía al
quitarle un trozo de carne.
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Luego de hartarse, Manque decidió emprender el
regreso. Levantó la cabeza, miró hacia las cumbres y sin
saber bien por qué, se estremeció.
Tuten, en el nido, sin saber por qué, se agitó y cubrió a
su cría.
Los otros cóndores, que rodeaban al cadáver, sin
saber por qué, habían dejado de comer.
La naturaleza anunciaba algo inquietante que ninguno
de ellos podía definir.
Cuando un rumor creciente invadía el valle, Manque
ya volaba hacia su hogar. El rumor venía de lo alto, mucho
más arriba de la grieta donde Tuten y su hijo lo esperaban.
A medida de que el enorme pájaro se acercaba al nido,
el rumor se hacía ruido y el ruido se hacía estruendo.
Cuando se posó en el alerón de entrada al nido, cayó
sobre él la tierra.
Cuando se refugió en la cueva, cayeron piedras.
-¡La montaña se derrumba, nos va a aplastar!- se
angustió Tuten.
-¡Nadie aplasta a Manque!- dijo el ave, mirando a su
pichón que con los ojos cerrados sólo abría y cerraba el
pico pidiendo comida.
Afuera, junto al agua de nieve de las cumbres, seguían
cayendo tierra y peñascos. El alud ya se había lanzado,
carrera abajo.
A su paso fue arrasando lo que encontraba y puliendo
con mano dura un brazo de la montaña. El río de barro
sucio descendía desprendiendo las salientes, arrastrando
piedras y sepultando cuevas.
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De pronto el refugio se oscureció por completo: una
roca había caído sobre la saliente, cerrando la entrada,
como una sólida puerta.
Manque abrió más los ojos para buscar luz. Por
primera vez su mirada potente no le servía como debía
ser. En un desesperado intento, comenzó a picotear la
roca, como si fuera el cuero de un animal sin vida.
Trataba de llegar a las entrañas de esa mole que los
privaba de libertad, pero solo conseguía rasguñar tierra
y granito. El ruido del alud seguía, implacable. Los
cóndores presos en la oscuridad y apretujados entre
sus plumas y las estrechas paredes de la cueva apenas
podían moverse. Emitieron cortos bufidos y finalmente
se quedaron muy quietos.
Fue entonces cuando Manque tuvo la certeza de que
la montaña quería terminar con ellos.
-Pase lo que pase, estaremos los tres juntos- dijo el
cóndor, vencido.
Tuten se inclinó otro poco sobre su hijo y Manque se
inclinó sobre los dos.
Y sobre ellos comenzó a caer polvo y más y más
oscuridad.
Así, mientras la tierra se estremecía y su voz tronaba,
pasaron largos minutos.
Nadie supo cuántos. Luego todo se aquietó.
Poco a poco el valle pareció ir soltando la respiración
contenida y la vida en la Cuenca del Cachapoal volvió a
hacerse presente: se escuchó piar en los árboles y
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arrastrarse patitas en la tierra. Una lagartija se asomó
tímidamente al sol y el puma salió de su refugio entre
las matas a inspeccionar nuevamente sus dominios.
En la cordillera, de alto a bajo, una herida vertical
ennegrecía la tierra. Piedras y barro mostraban las
huellas del furioso alud en las paredes de la montaña.
Y la pequeña cueva enclavada sobre un alerón que
cobijaba a Manque y su familia había desaparecido
tras una piedra que tapaba su entrada como el corcho
en una botella.
Ya todo estaba en calma. Únicamente se escuchaba
el tenue deslizar de gruesas arenillas que no
terminaban de resbalar y de una que otra piedra que al
caer resonaba en el silencio restablecido.
Pero aún faltaba algo.
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Como si la fuerza de la naturaleza no quisiera que se
olvidaran de ella, hizo resbalar una última roca desde la
cima. Y esa roca hizo carambola con otra roca y ambas
descendieron en picada para caer con toda su fuerza
en el alerón donde estaba la piedra que parecía corcho
en una botella. El alerón se desintegró con el impacto y
tras él cayó la puerta sólida de la cárcel que atrapaba al
cóndor y a su familia. Y así como las piedras impactaron
a las piedras, la súbita luz impactó las pupilas de
Manque y Tuten, que con sólo extender sus cogotes
pudieron mirar hacia abajo, donde se extendía el valle.
Entonces Manque esponjó sus plumas y como si
continuara una conversación recién iniciada, dijo:
-…Y también le diré que somos muy valientes y que
no tememos a los ruidos de la tierra.
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-Eso no es verdad –corrigió Tuten.
-Yo no tuve miedo- respondió él, todavía tembloroso.
Ella emitió un imperceptible resoplido y agachó
la cabeza.
Manque siguió hablando a su hijo.
Y así le habló durante dos años y le enseñó
muchas cosas.
Tanto le enseñó, que el hijo de Manque y Tuten se
transformó no sólo en un cóndor majestuoso y
dominador de las cumbres, sino que en el cóndor más
sabio de la Cuenca del Cachapoal. Sabe como ninguno
de las montañas, de la nieve, de las tempestades, de los
animales y de los hombres. Presiente la lluvia benévola y
presiente la tempestad peligrosa. Reconoce los vientos
y sus temperaturas. Distingue condoreras, quebradas y
planicies. Y ahora, a los sesenta años, con la misma
cresta imponente de su padre y el mismo blanco de su
madre en el cuello, sigue volando imponente sobre las
cumbres de los Andes y manteniendo limpia y fresca la
verde falda del valle.
Dos niños pequeños, sentados en una roca
en la ribera del río Las Leñas, miraron el pájaro
gigante que parecía volar en dirección a ellos.
-Papá:¡se nos viene encima!- se asustaron.
-No se preocupen, no viene hacia
nosotros y no nos hará daño: es un
cóndor. Es el ave más grande del mundo.
Y también la más pacífica.
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El cóndor habita toda la Cordillera de los Andes, desde Venezuela a
Tierra del Fuego. Es la más grande de las aves voladoras, pudiendo
superar los tres metros de envergadura alar y los 12 kilos de peso
corporal. Alcanzan la madurez a los 6 años, momento en que
conforman pareja de por vida, superando los 60 años de edad.
“Cóndor” es un nombre castellano derivado de la palabra quechua
“Kuntur”. Los pueblos originarios del centro-sur de Chile, y suroeste
de Argentina, lo llaman Manque. La ciencia lo conoce como Vultur
gryphus, expresión latina que alude a un buitre (vultur) con forma de
grifo (gryphus), un animal mitológico cuya mitad anterior era la de un
águila y la posterior de un león. No en vano el cóndor se encuentra en
los escudos nacionales de Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia,
simbolizando algunas de las más grandes aspiraciones humanas: la
fuerza y la libertad.
Lamentablemente, la creencia que atribuye al cóndor la costumbre de
atacar y matar al ganado recién nacido, ha impulsado al hombre a
perseguirlo con venenos, trampas y armas de fuego. Sin embargo, el
cóndor no es un matador, consumiendo casi exclusivamente carroña, lo
que lo convierte en un limpiador de la naturaleza. Por ello el cóndor
está protegido por la ley y su caza o captura se encuentran prohibidos.
Pero su respeto y protección no debieran estar basados sólo en la
utilidad que nos presta o por la fuerza de la ley. A nuestro entender la
razón más poderosa para proteger y respetar al cóndor se esconde allá
donde nace el río y cada amanecer, allá en la cuenca del Cachapoal. Si
subes a lo alto, y miras al cielo, podrás descubrir una de las escenas
más bellas, sugerentes e impresionantes que existen: el
vuelo de manque, el cóndor.
● Denuncia en el SAG, CONAF o en Carabineros
a quien de muerte a un cóndor.
● La tenencia de patas, plumas, de un cóndor
embalsamado o mantenido en cautiverio están
prohibidas. Ello debe ser denunciado.

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