No. 2 - Revolución y Cultura
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No. 2 - Revolución y Cultura
4 8 L A ADMIRABLE HISTORIA DE LA PASIÓN TEATRAL DE ABELARDO ESTORINO Amado del Pino | Conversación con el notable dramaturgo y director teatral, premio nacional de literatura y de teatro. JESUSA R ODRÍGUEZ: CABARET, TEATRO Y ACTIVISMO POLÍTICO Vivian Martínez Tabares | La autora nos acerca a la poética de esta favorita de la escena mexicana. PORTADA: Aziyadé Ruiz. Atardecer (1998). Acrílico/tela, 80 x 101 cm (fragmento). CONTRAPORTADA: Composición de Arturo Bustillo a partir de obras de fotógrafos cubanos. REVERSO DE PORTADA: Acrílicos sobre tela de Aziyadé Ruiz. REVERSO DE CONTRAPORTADA: Fotografía de Raúl Cañibano. CROMOS INTERIORES: Obras de Aziyadé Ruiz y de fotógrafos cubanos. Directora Luisa Campuzano Subdirector editorial José León Díaz Consejo asesor Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet y Antón Ar rufat Administrador Iván Barrera Jefe de redacción Luis Felipe Calvo Redacción Jaime Sarusky y Amado del Pino Diseño Arturo Bustillo Solís Realización Luis Augusto González Pastrana Corrección Surelys Álvarez Relaciones públicas Rosario Parodi Composición Maritza Alonso Redacción y Oficinas Calle 4 # 205, e/ Línea y 11,Vedado, Plaza de la Revolución Telf: 830-3665 E-mail: ryc@cubar te.cult.cu Web site: www.r yc.cult.cu 12 L A MIRADA VIAJERA: ALEJO CARPENTIER EN ESPAÑA Luís Martul | Estudio de las crónicas de viaje de nuestro novelista por tierras ibéricas. 21 E L ROSTRO DE LA VIOLENCIA Gregorio Ortega | El autor rememora los años del bonchismo, recreados por él en su novela Una de cal y otra de arena, cuya acogida por la crítica de la época también nos reporta. 24 L EGITIMAR LO INVISIBLE Hortensia Montero Méndez | Introducción a la obra de la artista plástica Aziyadé Ruiz. 30 E L CUERPO Y LA FOTOGRAFÍA: CON LOS OJOS DE NARCISO Grethel Morell Otero | El desnudo como sujeto en la fotografía cubana. 36 L A SEDUCCIÓN DEL INSTANTE Nahela Hechavarría Pouymiró | Siglo y medio de fotografía documental en la Isla. 46 FOTOGRAFÍA CUBANA ACTUAL : UNA MIRADA INTERIOR Iliana Cepero Amador | Los der roteros contemporáneos de nuestra fotografía. 53 LA MUJER, LA SEMANA SANTA Y LA MUERTE Jaime Sarusky | Tres tópicos de la vida cotidiana de los inmigrantes haitianos. 58 A tiempo La mujer sentada (Beatriz Maggi) | Ámbitos sugerentes (Israel Castellanos León) | Testimonio de la carne ausente (Hanna G. Chomenko) | El cine francés bien vale un festival (Frank Padrón) | Espanglish o la Tor re de Babel (Argelio Santiesteban) 68 Vistazos / Espacio Abierto Precio del ejemplar: $ 5.00 atrasado: 5.50 Fotomecánica e Impresión: Merci Group Corporation No. 2| abril-mayo-junio de 2004 | Época V Año 46 de la Revolución, La Habana, Cuba Permiso 81279/143. Publicación financiada por el FONCE Cada trabajo expresa la opinión de su autor. Revolución y Cultura LA ADMIRABLE HISTORIA DE LA PASIÓN TEATRAL DE ABELARDO ESTORINO Amado Del Pino Atesoro las impresiones de varias visitas a Unión de Reyes en compañía de Estorino. Allí –a puro diálogo criollo y desenfadado intercambio con su familia, sentado en medio de la luz que sugieren sus obras– me acostumbré a sustituir el nombre de Abelardo que calza sus libros por el sencillo, cotidiano Pepe que utiliza para mencionarlo la gente de Unión. Sin demorarme en detalles personales y afectivos, que pueden lacerar la dramaturgia de la entrevista, conf irmo la humildad de este hombre que se acer ca a los ochenta trabajando par a la escena con el ímpetu y la curiosidad de siempre. Llamo la atención sobre su inquietud intelectual perenne, su presencia en las salas teatrales, sin prejuicios ante tendencias o nombres. Con El robo del cochino (1961), alcanza uno de los primeros éxitos del llamado Teatro de la Revolución. Estilizando preocupaciones sociales en torno al machismo y a la vida provinciana, que ya había explorado en El peine y el espejo, y valiéndose de una estructura que recuerda a Ibsen y a otros maestros del r ealismo, Estorino demuestr a ser un formidable dialo guista, eficaz en equilibrar veracidad y recreación poética; un creador de situaciones fluidas, diáfanas, en las que crecen conflictos auténticos. Tres años después a bandona la mirada al pasado y con La casa vieja da una lección de sinceridad artística. La obra se remite a los cambios sociales, pero lo hace tomando al hombre como centro, descubriendo en la euforia transformadora el peligro de la doble moral. El Esteban de esta obra se convierte en un paradigma de personaje rico y sincero. Su frase “Yo creo en todo lo que está vivo y cambia”, es repetida como una suerte de consigna estética y hasta de verticalidad ética. A partir de Los mangos de Caín, su obra multiplica estructuras, amplifica recursos y va r eg alando a la literatura dramática cubana nuevas posibilidades creativas. En Ni un sí, ni un no, logra entrar y salir magistralmente de los tópicos de lo nacional, hacernos reír sin abandonar la riqueza formal y el peso conceptual que signan su producción. Con Morir del cuento regresa a sus obsesiones del principio, pero ahor a a partir de un juego ejemplar que, haciendo recordar la novela, se adentra en la más límpida teatralidad. Sobre su legado como autor se ha escrito bastante y es de esperar que esas reflexiones crezcan y se ahonden en los próximos años. Aunque me cuento entre la decena de teatrólogos que indagan sobre su rob usta dramatur gia, esta entrevista apunta más bien al Estorino director de escena, una labor en la que ha ido creciendo con una mir ada sensible y reveladora para llevar a la magia de las tablas textos propios y ajenos. Revolución y Cultura 04 sted llega a la dirección escénica después de varios éxitos como dramaturgo y de haber probado fuerzas como asesor teatral. ¿Cómo se produce el tránsito del solitario creador de textos al artífice de un hecho colectivo como la puesta en escena? –Puede hablarse de diferentes factores. Trabajé mucho tiempo mi escritura en solitario, pero siempre sentí la necesidad de compartirla con amigos que supieran de literatura o de teatro, y sobre todo con Raúl Mar tínez, con quien conviví tantos años. Él era un excelente lector y un crítico muy exigente. Parece que estar dentro de un grupo como asesor y disponer de bastante tiempo me fue interesando en la dirección. Ya tenía experiencia como asistente de Julio Matas y de Ugo Ulive cuando estuvo en La Habana, y en algún momento dirigí con Raquel Revuelta La Ronda. Empecé asumiendo obras de otros autores por que no soy un creador que produce con mucha frecuencia. En el hecho de decidirme a dirigir mis propios textos incidió algo que sucedió durante el proceso de montaje de mi obra sobre Milanés. Vicente Revuelta la trabajó mucho tiempo en la casa de ensayos del grupo, pues la sala estaba en reparaciones. Yo for mé parte del montaje como asesor. Después, al tener que trasladar lo que se había logrado en un espacio múltiple al escenario de la Huber t de Blanck, Vicente se desinteresó del espectáculo. Entonces decidí asegurar el contacto de mis obras con el público y comencé a montarlas yo mismo. Me he sentido bien dirigiendo lo que escribo. Me he evitado las contradicciones frecuentes entre autor y director. Además, la idea de tener trabajo como director era otro incentivo para la creación de nuevos textos. Pero así y todo lamento que se haya creado esa dinámica en virtud de la cual yo escribo y estreno y nadie más retoma ese título. Me parece que eso empobrece mis puestas porque no hay una mirada comprensiva nueva. Digo comprensiva porque tampoco les veo sentido a esos espectáculos en los que un director asume un texto ajeno para decir cosas que no tienen nada que ver con el original. Actualmente me gusta tanto la dirección como la escritura dramática. Creo que sería interesante escribir una obra en el proceso con los actores, pero eso no ha sucedido aún. Tal v ez pueda ser en el futuro si mi cuerpo me acompaña, porque mi mente me está ayudando. –¿Qué diferencia la preparación para un montaje cuando se trata de una obra propia o cuando es de otro autor? Después de haberse adentrado en Lope de Vega, Luaces, Ibsen, Reinaldo Montero o Griselda Gambaro, ¿recuerda qué peculiar motivación encontró en cada caso? ¿Cuál es el impulso inicial en el caso de Luminaria, la obra que acaba de estrenar de Emilio Carballido? –Siempre he escogido los temas que me interesan y a autores que he disfrutado. Puedo poner de ejemplo lo que sucedió con La malasangre, de Griselda Gambaro. Nos conocimos cuando ella vino de jurado al Premio Casa de las Américas. Hicimos una relación muy armónica. Ella me regaló algunos de sus libros y allí estaba La malasangre. Me interesó por la forma en que retomaba el tema del dictador latinoamericano, tan presente en la literatura de nuestros países. Esa obra la trabajé con mucha libertad, con muchos aportes de los actores. Conté con un elenco formidable en el que se encontraba Eduardo Ver gara, un excelente intérprete. Con Lope de Vega partí de imágenes de mi vida cotidiana, como las impresiones de los carnavales del setenta, y también de la influencia de una puesta de Romeo y Julieta, en la que lo clásico se trataba de manera más contemporánea. En La discreta enamorada estaba el amor, la música (que siempre me ha interesado en el teatro. Soy un fanático de las buenas comedias musicales), y me permitió trabajar con un colectivo de jóvenes a partir de una conv ención por la cual algunos interpretaban personajes mayores y otros asumían roles de su edad. Reinaldo Montero es un autor que siempre he admirado en la lectura y quería saber cómo funcionaba en escena. Además, en Medea par tía de un mito griego, un mundo que también me tienta. A pesar de que Reinaldo es mi amigo y un colaborador muy cercano del teatro que hago, tuve dif icultades con él porque yo le sugería cambios y él se mostraba muy gustoso de rescribir los textos, pero me los entregaba casi igual que en el original. De Luaces se habían estrenado sobre todo sus comedias y a mí me interesa todo el siglo xix cubano. Me gustaba ver lo que había hecho Ar mando Suárez del Villar con El becerro de oro y otras de sus comedias. Entonces decidí montar la tragedia Aristodemo. Resultó un fracaso para el público y para mí que no supe ser lo suf icientemente buen dramatista para cortar donde debía. Luaces, a diferencia de Lope que trabaja una gran diversidad de formas métricas, escribió esta obra toda en endecasílabos y el ritmo se hacía monótono. Sin embargo, me gustaron las soluciones plásticas y la escenografía de Jesús Ruiz; también el vestuario. Es de esos espectáculos de los que uno ve una foto y piensa que debió haber sido una tremenda puesta en escena y tal vez era lo más aburrido del mundo porque el teatro no tiene nada que ver con lo estático. Yo creo que Luminaria tiene puntos de contacto con una de las cuestiones que me preocupa: ¿cuál es la verdad?, ¿hasta dónde la apariencia puede coincidir con la realidad?, ¿cómo puede uno conocer el verdadero pensamiento de una persona? Es una obra llena de transformaciones que los personajes sufren. Hay que ir como quitando capas de terrenos, fallas, esas capas que una es de piedra, otra de tierra roja, la siguiente de agua hasta llegar no sé a dónde porque no sabemos qué hay en el centro de la tierra ni el misterio que se esconde en las actitudes humanas. –En los últimos años ha insistido en trabajar con la consagrada actriz Adria Santana y otro pequeño grupo de intérpretes. ¿Cómo se va dando el proceso de identificación entre el director y su elenco? ¿A la hora de escribir, sus criaturas escénicas toman prestado características de estos artistas? –Casi todo el mundo piensa que escribí Las penas saben nadar para Adria. Está dedicada a ella porque de todas las actrices que lo han hecho es la que le ha dado una interpretación más personal, coherente y profunda, al punto que parece de ella. Algunos productores y responsables de salas teatrales han llegado a anunciarlo como “un monólo go de Adria Santana”. En este caso a mí no me provoca heridas en la vanidad. Al trabajar juntos descubrí que no se trataba de una actriz intuitiva, sino de una intérprete inteligente con una consagración absoluta al teatro. Con el resto de los actores también suelo repetir porque trabajo a partir de textos ambiciosos y necesito de gente entrenada en esa sensibilidad. Un actor muy joven podrá resolver muy bien un asunto físico, plástico dentro del escenario, pero me temo que no le sea tan fácil asumir una caracterización que sea, al menos, tan compleja como la vida. No veo el rostro de los actores cuando escribo, pero sí intuitivamente me he ido adecuando a crear para un elenco reducido. Creo que es más interesante trabajar con un grupo pequeño y lograr profundidad, que reunir a muchas personas y mostrar una espectacularidad vacía. Foto: Cortesía de FOTOCREART –En otras ocasiones se ha referido a la influencia del cine y la literatura en su texto de madurez Morir del cuento . ¿Podría ampliar sobre esas resonancias? ¿Cómo se produjo el diálogo entre la mítica novela Cecilia Valdés y su recrea ción en Parece blanca ? –Estuve muchos años sin salir de Cuba. En el Revolución y Cultura Cartel de Raúl Martínez. Foto: Cortesía de FOTOCREART ocultar lo narrativo, sino dejar que se viera que era una novela y que los actores debían representarla una y otra vez. Algo así ha sucedido en Cuba con Cecilia Valdés que se ha visto en la zarzuela, en el cine, se edita una y otra vez y siempre se agota. Aunque me tomé muchas libertades y la subtitulé “versión infiel de una no vela de inf idelidades”, creo que las esencias de nuestra identidad se mantuvieron y hubo hasta quien me dijo que era la versión más f iel que había visto de Cecilia Valdés. cincuenta y cuatro fui a Estados Unidos y vi algún teatro en Nueva York. Digo mal. En el cincuenta y siete volví, ahora no recuerdo las circunstancias. Después no volví a viajar hasta 1981. Las posibilidades de ver a los grandes grupos extranjeros eran pocas. De tarde en tarde durante algún F estival, lle garon algunos espectáculos importantes, pero, así y todo, eran más las oportunidades que tenía de leer textos teatrales o novelas que las de ver teatro. También pude ver mucho cine, nosotros después del año 1959 hemos visto muy buen cine. El cine, su forma, las preocupaciones de los grandes directores me marcaron. Novelistas como Rulfo, como Proust, me hicieron descubrir cosas en la construcción de los personajes, su transfor mación a lo largo de la novela, el manejo del tiempo. En el momento en que asumo Cecilia Valdés me había quedado sin temas. Yo había hecho una versión de Las impuras, de Miguel de Car rión. Aquello fue un fracaso, porque traté de ser demasiado fiel a la novela, mantener la línea temporal. Convertí en diálogos pasajes narrativos, pero no era puramente un acto de creación. Con el texto de Cirilo Villaverde ya estaba dispuesto a hacer otra cosa. Pensé, por ejemplo, en lo que hacía Shakespeare con las crónicas, con la historia. Siempre digo que uno debe luchar por acercarse a los grandes, así si queda a la mitad, el resultado, si no excelente, podrá considerarse un buen trabajo. Tomé el mito de Cecilia como materia prima. A diferencia de lo que hice con Las impuras, aquí no pretendí Revolución y Cultura 06 –Especialmente fecundo resultó su diálogo con el poeta José Jacinto Milanés, ¿cómo se desencadenan sus intereses por la obra del desdichado artista matancero y por qué decidió convertir La dolorosa historia del amor secreto de don José Jacinto Milanés en la más sobria y escueta Vagos rumores? –El acercamiento a Milanés lo propició mi vocación de mantenerme aprendiendo, como un adolescente. En esa época me pidieron un guión para un programa sobre teatro que se hacía en la radio. Armando Suárez del Villar se disponía a montar El conde Alarcos y era un b uen momento para hablar del poeta matancero. Buscando bibliografía al leer Las memorias de Lola María, testimonio de una descendiente del poeta, encontré la descripción del entierro. Esa fue la chispa que despertó en mí la posibilidad de escribir la vida de alguien desde su muerte. Empecé a buscar más información sobre Milanés. Me metí en la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional. Fue para mí una experiencia extraordinaria, pues nunca había hecho una investigación como esa. Era algo así como convertirse en un detective para buscar pistas y pistas. En libros, cartas y otros documentos fui respondiéndome preguntas sobre las causas de la locura de Milanés, sobre sus relaciones con su época y sobre todos esos factores del surgimiento de nuestra nacionalidad que tanto me interesan. Hubo un momento en que tuve que detenerme y decir: “Ya has leído bastante sobre la conspiración de la escalera, sobre Plácido, sobre el círculo de Del Monte... Es hora de que te pongas a escribir”. Y escribí esa larga obra de cincuenta y cuatro personajes que costaba encontrar quien la montara. Roberto Blanco hizo una versión que distorsionaba un poco mi punto de vista. Volví a Shakespeare y comprobé que él lograba ahondar usando solamente cuatro o cinco personajes. Me puse a trabajar en Vagos rumor es , que resultó para muchos una obra diferente o, al menos, una obra más concentrada. –Usted que es un integral hombre de teatro, además de un gran escritor, ¿cómo ve la relación entre hecho escénico y literatura? ¿Considera que nuestros jóvenes dramaturgos deben formarse también como literatos? –Si una persona que aspira a ser dramaturgo no se ha leído en su vida algunas obras esenciales de teatro, si no va a menudo a las salas, si no ha disfrutado al menos diez grandes novelas... no debe intentarlo. Alguien que no conoce su idioma y no disfruta el ritmo del español, que es tan rico, debe dedicarse a otra cosa. He leído manuscritos de autores cubanos, llenos de una sintaxis falsa, construcciones que no tienen en cuenta la ef icacia del lenguaje. Yo trabajo una y otra y otra v ersión versión, buscando el ritmo, el encanto verbal en cada réplica, en cada escena, hasta quedar satisfecho. En alguna parte leí que Borges y Sábato se preguntaban porqué publicamos y la respuesta fue: si no publicáramos estaríamos corrigiendo eternamente. –En el libro de Carlos Espinosa, Virgilio Piñera en persona , aparece su testimonio sobre las tertulias que celebraban en la década de los setenta. Vale recordar que usted, con la puesta en escena de Aire frío en 1984, fue un precursor del predominio de los textos piñerianos en nuestra escena de los noventa ¿Cómo recuerda esas noches de complicidad e intercambio? ¿En qué medida la obra de Virgilio ha influido en su creación dramatúrgica? –No sé hasta qué punto me influyó su obra, pero sí estoy seguro de que me marcó la personalidad de Virgilio, su interés en lo que surge, esa disposición que siempre tuvo de joven en competencia. Tuvimos una buena amistad. Nunca nos peleamos, algo raro tratándose de Virgilio. Me contaba cosas de su vida privada y secretos de su proceso de creación. Leímos muchas veces aquí en mi casa, aunque también fuimos algunas noches a casa de José Triana. Se establecía muy buen ambiente. Si la obra era muy larga hacíamos un intermedio para comer espaguetis. Los más asiduos éramos Antón Arrufat, Olga Andreus, Armando Suárez del Villar, Raúl estaba siempre, Triana, Virgilio y yo. En ocasiones venían otras personas interesadas, algún actor. Al f inal nos despachábamos unos contra los otros diciéndonos todo lo que nos parecía. Creo que es la única forma de entenderse. Mentir, o recibir una crítica en la que lo están tratando a uno con cuidado, no tiene ningún sentido. El intercambio es muy impor tante. Voy a ver todo lo que se pone en La Habana. Viendo lo que hacen los demás aprendo. Si te quedas en tu casa sin confrontar no avanzas. –Usted es el único cubano que posee el Premio Nacion al de Teatro y el de Literatura. ¿En qué momentos de su trayectoria recibió estos decisivos reconocimientos? –El Premio de Literatura me sor-prendió mucho. En Cuba no se considera que un autor teatral es un literato. El teatro suele ser visto como un pariente pobre, un agregado. También eso sucede porque en los últimos tiempos nos hemos dividido en pequeños g rupos: los novelistas leen a los novelistas, los músicos escuchan a los músicos y las exposiciones de artes plásticas se llenan de pintores. Abunda poco el interesado en las artes en su diversidad... Ah, y el Premio de Teatro me tocaba... por edad. –Pienso que a veces los autores esperan a que los directores vayan a buscar sus obras, textos que no se conocen o no se han publicado. Lo más coherente sería que los dramaturgos que empiezan sean llevados a escena por otros jóvenes de su generación que les interese dirigir, que tengan un concepto parecido del teatro y de la vida. Hace poco un muchacho me trajo una obra en la que vi ciertas posibilidades, un talento potencial para escribir teatro. Enseguida me preguntó cómo la publicaba y quién se la podía montar. Le contesté que la mandara a un concurso. Fue lo que yo hice cuando empezaba y gané aquella mención en Casa de las Américas que fue por lo que me di a conocer. En cuanto a nuestro teatro actual, siempre digo que lo más interesante es la variedad de formas de ver el teatro. Existen desde las puestas más naturalistas hasta otras tan de vanguardia que se vuelven un poco incomprensibles para el gran público, pero todas van logrando sus espectadores, gente que se con vier te en asidua a un sitio porque le interesa lo que allí se hace. Cuando llegué al teatro otros eran los nombres que se estrenaban, dirigían o decidían. No tengo por lugar que yo ocupé durante mis años de esplendor. Esplendor suena pedante, pero así lo veo, con cierta ironía. En algún momento otros estarán en el sitio que hoy ocupo yo. Entonces tendré que quitarme el sombrero, saludarlos con cariño y hacer mutis. En la foto, la actriz junto a Alfredo Alonso y René Lozada. Debajo, el actor Alfredo Alonso. Ambas imágenes pertenecen a la puesta en escena de Vagos rumores. Fotos: Cortesía de Abelardo Estorino –¿Cómo valora la salud de nuestro movimiento teatral? ¿A qué atribuye el mencionado desencuentro entre la dramaturgia nacional y su arribo a la cartelera teatral? 07 Revolución y Cultura Vivian Martínez Tabares. Directora de Teatro de la Casa de las Américas y de la revista Conjunto. Revolución y Cultura 08 esusa Rodríguez y Liliana Felipe son dos artistas de la escena mexicana que juntas se hacen llamar Las Patronas. Desde 1990 animan el Teatro Bar El Hábito, un lugar acogedor en el corazón de Coyoacán, el bar rio de los bohemios y los intelectuales en la Ciudad de México. En ese espacio, mitad teatro de cámara, mitad cabaret, han creado más de trescientos espectáculos y ofrecen a sus espectadores una representación variada mientras comparten un trago. Contigua a El Hábito está La Capilla, un lugar histórico para la escena mexicana, en tanto fue el lugar de trabajo de Salvador No vo, un dramaturgo que enf iló su obra a criticar la alta burguesía defeña, y donde produjera el histórico estreno en México de Esperando a Godot . Jesusa se formó como actriz con el maestro Julio Castillo, director del teatro de vanguardia que fue a su vez discípulo de Héctor Mendoza y que, con puestas como El cementerio de automóviles, de Arrabal, Los bajos fondos, de Gorki, o De la calle, de Jesús González Dávila, afirmó su lenguaje lleno de imaginación escénica y sensibilidad, y su afán por descubrir los innumerables matices de la marginalidad, sea sexual, política o económica. Antes, mientras Jesusa estudiaba teatro en la UNAM, un conocido maestro trató de hacerla desistir de su empeño cuando le dijo que era demasiado fea para estar en el escenario. Con Julio Castillo, Jesusa integró el grupo Sombras Blancas, en 1980 fundó el café concierto El Cuervo, Jesusa Rodríguez: Vivian Martínez Tabares CABARET, TEATRO y ACTIVISMO POLÍTICO más tarde fue el motor de Atrezzo y fundó el grupo Divas A.C., con el que recorrió Europa en varias ocasiones, y desde 1990 combina su trabajo en El Hábito y La Capilla, junto a la música argentina Liliana Felipe, con su intenso activismo que incluye talleres y experiencias de educación popular dirigidas a mujeres campesinas. Directora, actriz, dramaturga, escenógrafa, empresaria, activista feminista, voz pública que nunca se calla ante cualquier injusticia –por estos días Jesusa condenó enérgicamente las medidas del gobierno mexicano contra Cuba–, ha desarrollado un lenguaje cabaretero que es heredero de la carpa mexicana y de la tradición del cabaret político alemán, incisivo e ingenioso, y abierto a los sucesos de la realidad como una esponja capaz de procesar acontecimientos inmediatos desde una postura crítica y politizada. Impresiona la vastedad de su repertorio, que ha incluido tragedias griegas, adaptaciones de obras de Shakespeare, como Macbeth o El R ey Lear , óperas como Donna Giovanni –una versión feminista del Don Juan de Mozart–, o Cosí fan tutti, revistas, sketches, melodramas y hasta una experiencia de cabaret precolombino, El cielo de abajo, que recrea mitos nahuatl del inframundo. La vivencia de New War... Después de haber leído una buena cantidad de artículos y ensayos sobre el trabajo de Jesusa, incluida la reseña del director Carlos Díaz, a su regreso de un viaje a México en 1989, a propósito de Yourcenar o cada quien tiene su Marguerite, por fin pude conocer del trabajo de Las Patronas en Lima, durante el Tercer Encuentro Anual del Instituto Hemisférico de Perfor mance y Política, celebrado en julio del 2002. Allí disfr uté de su espectáculo New War, New War, una respuesta mordaz a los sucesos del 11 de septiembre, y de las sesiones de un muy ameno taller de cabaret político. Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe parecen especialmente dotadas para un perpetuo estado lúdico, en el que la agilidad mental, el ingenio y la técnica, apoyados en una sólida cultura teatral y artística –desde una perspectiva quizás de algún modo similar a la de nuestros repentistas–, y comprometidos con lo popular, siempre están a punto para sacarle partido a cualquier pretexto o estímulo en función de la creatividad. Irónicas e incisivas, chispeantes y sensibles, llevan a la práctica los principios básicos del cabaret político y def ienden una comicidad violenta, implacable hacia toda complacencia pequeñoburguesa. Aprovechan la estructura de los lazzi del canovaccio en la Comedia del Arte para garantizar la acción continua –un recurso que se repite en la carpa mexicana, el Stand Up Comedy norteamericano y en el cabaret argentino– y trabajan a partir de sus arquetipos culturales. Toman del cabaret alemán el acento verbal y político, y reconocen en él –como en el molcajete mexicano– la presencia de tres ingredientes básicos: el agua, que es la música; la sal, que es el texto y el chile, que aporta el componente de delirio, imprescindible para desatar la risa. Insisten en que siempre hay que empezar bien y acabar aún mejor, y que, según una ley de los carperos mexicanos, hay que encontrar el modo de hacer reír al público cada catorce segundos. Jesusa def iende que el cabaret puede asimilar todos los géneros, y es fácil entenderla cuando uno puede ver cuánta mordacidad logran desplegar al inducirnos a reír de situaciones en e xtremo trágicas de la realidad, no por una vocación morbosa, deshumanizada o inconsciente, sino por el contrario, precisamente para hacernos notar cómo cotidianamente la especie humana convive con el horror y el genocidio de la especie y casi se acostumbra a sus manifestaciones, mientras se hace bastante poco por impedirlo. En Ne w War, Ne w War , trabajan acompañadas de la cantante lírica Regina Orozco, de quien contaban había sido expulsada de la Ópera cuando un día, aburrida de repetir su ejecución, se descubrió el torso mientras interpretaba un número. Juntas, en esta experiencia las tres respondieron con inteligencia, ironía y sarcasmo a los trágicos sucesos desencadenados por el ataque terrorista y hurgaron en sus causas. Y propusieron un viaje al futuro, a un valle árido donde una vez estuvieron ubicadas unas torres, a medio camino entre el regreso a la comunidad primitiva y el ciberespacio. Las artistas hablan por boca de numerosos personajes de todas las épocas de la creciente pobreza, el racismo y la segregación, la política of icial mexicana hacia los pueb los indígenas, y la hilaridad es su arma. A la acogida oficial del espectáculo como políticamente incorrecto, respondieron que para ellas también lo son las declaraciones de Bush o las reacciones xenofóbicas y patrioteras de buena parte del pueblo estadounidense a raíz del desastre. La música, casi siempre paródica de famosas melodías –como el título, que recrea “New York, New York” a partir de la interpretación de Liza Minnelli– enlaza cada una de las situaciones, fragmentadas y complementarias, con la interpretación al piano de Liliana Felipe, y el cierre es una apoteosis con Regina Orozco como una LizaEstatua de la Libertad y dueña absoluta del mundo, bajo su mando guerrerista. En el propio Encuentro de Lima, Jesusa quiso sorprendernos con un regalo al representar , sin previo aviso, su visión del “Primero sueño”, de Sor Juana Inés de la Cruz. Precisa en cada uno de sus gestos, la actriz entró al espacio escénico cuidadosamente ataviada como una monja y, utilizando una larga mesa como apoyo, comenzó a decir el complejo texto en verso, con dicción y emisión impecables, mientras ejecutaba lentamente y con subrayada sensualidad un singular streap tease , que me recordó, por su ef icacia conceptual, pero al revés, la escena de la investidura del Papa en Galileo Galilei, de Brecht. Si en aquella se representaba el gestus de asunción del poder por medio de los atributos de autoridad que se sumaban al cuerpo del hombre y lo transformaban en la autoridad de la Iglesia, en esta se producía la revelación del universo íntimo más esencial de la mujer que asumió los hábitos como posibilidad para el conocimiento y, paradójicamente, para disponer de un espacio de libertad. Como ha escrito con acier to la investigadora Roselyn Costantino: En el escenario Jesusa representa a la mujer que literalmente sostiene las estructuras sociales, el cuerpo femenino encarnando/ incorporando esos discursos cuyas raíces se encuentran en el liberalismo económico apoyado por el Positivismo: Pro greso y Orden, una ideología esculpida para justificar el capitalismo y esconder el vacío moral y ético inherente en él. Jesusa situa las mujeres protagonistas, no todas ‘buenas’, como objetos, escenografía, y utilería; son monumentos, edificios, plantas, animales y estatuas aztecas o mayas o nacionales. Revive mujeres míticas, hechas mitos, famosas y anónimas. Las mujeres aquí son simultáneamente el vehículo de la comunicación y su mensaje. Así, funcionan para desenmascarar esta función de la mujer al servicio de forjar la nación. Sin embargo, más allá de un conocimiento de mujer como la base arquitectónica de todas las estructuras sociales patriarcales desde la familia hasta la nación, Jesusa Rodríguez ofrece a sus espectadores una salida de esa posición. Ella elucida las consecuencias reales de los mecanismos institucionales diseñados para invadir, penetrar, y violar al cuer po individual y colectivo. Jesusa es una mujer sin miedo y con convicciones y compromisos muy profundos que practica artística Fotos: Cortesía de Vivian Martínez Tabares 09 Revolución y Cultura y políticamente el levantar la voz, intervenir y participar plenamente en la creación de nuevos modos de coe xistir. Su método de trabajo es colaborativo; comparte el acto creativo con su colectivo, Las Di vas y, entonces, con nuevas generaciones de artistas. El Hábito es un espacio abierto a muchas voces nuevas y de eternas voces de resistencia, por ejemplo, los Zapatistas de Chiapas, organizaciones feministas y colectivos populares de mujeres urbanas y rurales. Jesusa y unas colaboradoras han trabajado con niños de la calle. Recientemente, empezaron a circular por el país enseñando los lenguajes y formas del cabaret a las líderes indígenas para que regresen a sus comunidades a enseñarles a las mujeres a representar su realidad que incluye la represión económica y el abuso doméstico. Cada año, Rodríguez participa en el Desf ile de Orgullo Gay, hace dos años vestida de Sor Juana Inés de la Cruz. Usa su página web como un arma de activismo. Y publica sus textos en la revista debate feminista . Una pastorela terrorista contra el terror En febrero de este año Jesusa y Liliana estrenaron en El Hábito la Pastorela terrorista, un espectáculo en el que acompañadas de un pequeño grupo de colaboradores, denuncian la guerra genocida de los Estados Unidos y sus aliados en Iraq, ironizan con el “eje del mal”, recrean un nacimiento de Jesús en el que los marines acosan a la madre, a punto de parir, sospechando de su ab ultado vientre como escondite de armas para una amenaza terrorista, y una suerte de Rey Mago-Rambo trae al niño Jesús como regalo mortíferos juguetes. Por medio del juego teatral, hilarante y paródico, en el que Vicente Fox y Marta Sahagún son diseccionados en su comportamiento –“nunca habíamos visto a dos personas tan ridículas juntas”–, fustigan por medio de la sátira descar nada a Buch, Blair, Aznar y Sharón, representados como niños de una escuela que conduce una maestra corrupta, y en la que pronto Revolución y Cultura 10 cada uno mostrará sus rasgos fascistoides, que se conv ertirán luego en el manual básico de aprendizaje, como un alerta al camino al que irremisiblemente estos amos imperiales quieren conducir al mundo. Crudamente incisiva es la escena en que los guerreros triunfantes, lue go de la invasión, planifican repartirse el botín y conspiran para elegir el próximo capítulo de su escalada guerrerista, cuando preguntan “¿The next?” y responden a coro llenos de júbilo: “¡Cuba! ¡Cuba! ¡Cuba!”. Arquetipas Un arquetipo es un modelo, algo así como un prototipo ideal; la psicología de Jung lo def ine por un conjunto de disposiciones adquiridas y que han alcanzado una dimensión universal en el imaginario humano, y la teatrología resume de lo anterior cómo existen personajes que tienen su origen en una visión mítica e intuitiva del ser humano, y por ello remiten a comportamientos universales. Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe hacen una lectura irreverente y paródica de esa conceptualización, al nombrar Arquetipas uno de sus más recientes espectáculos, el que se eligió para formar parte de las funciones inaugurales en la programación de la Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño Mayo Teatral 2004, y que serán, junto a las de El Mejunje en Santa Clara, sus primeras presentaciones en Cuba. Antes, el pasado 8 de marzo, Arquetipas había servido a las artistas para homenajear a la mujer, en una función única celebrada en el Teatro de la Ciudad, en el Distrito Federal. Al concluir la representación, Jesusa pidió al público su compromiso para luchar porque no haya ni una muerta más en Juárez, donde en la última década más de trescientas mujeres humildes han sido violadas y asesinadas y otras doscientas se han reportado como desaparecidas, muchas de ellas trabajadoras de las maquiladoras, todo lo que ha ocurrido con pasmosa impunidad –sólo un veinte por ciento de los casos han sido procesados y sentenciados– y sin que se haya logrado detener la saga criminal, lo que apunta, según analistas, a la complicidad de las fuerzas policiales y judiciales. 1 La artista expresó que no podíamos celebrar un Día Internacional de la Mujer más con esta realidad, sin hacer algo. Y saludando en el público a un grupo de prostitutas a quienes habían invitado especialmente, exigieron a las autoridades de la Ciudad México la creación de una casa que les permita organizarse y protegerse desde el punto de vista de su salud e integridad. Con este reclamo, nada moralista y que toma en cuenta las causas más profundas de una realidad que los medios of iciales no quieren aceptar, Jesusa y Liliana retaron a la institución que les había pedido su contribución artística. En un guión que resume muchos de los temas y f iguras abordados en otros espectáculos anteriores, Jesusa incorpora iconos y mitos de la cultura mexicana, que forman parte de la memoria colectiva, para revisarlos críticamente, y para enaltecer el papel de la mujer a lo largo de una historia nacional, en cuya construcción ha jugado un papel acti vo. Así, se trasviste en una Frida Kahlo confundida, que se asume a sí misma como una suerte de Barbie latinoamericana, resultado del mercantilismo a que ha sido sometida su f igura y se sorprende al comprobar que, como a muchos otros valores, a ella también se le ha puesto un precio; es La Malinche, que se traslada al presente para juzgar el nivel que ha alcanzado el consumo en la vida de la gente, denunciar la venta del gas natural por parte del gobierno de Vicente Fox, y los hechos de cor rupción en que han estado involucrados relevantes políticos, sacados a la luz pública por esos mismos días a través de los medios, como todo un reality show, y a propósito de esos hechos la artista ironiza: “ Ver güenza es robar y que te graben”, y derrocha su ingenio en desplegar asociaciones inteligentes a través de juegos de palabras, por medio de inf initas conjugaciones del verbo decir, en las que, desde el aparente absurdo, recorre un amplísimo panorama sociopolítico. También es La Ser piente Enchilada que desenmascara el Plan Puebla Panamá y arma un interminable juego de palabras de elocuente sentido político y abier ta denuncia. Y es también La Soldadera Autógena, que introduce temas ligados a la sexualidad o el afán del hombre por conver tir a la mujer en una subalterna, o la diosa indígena Coatlicue, para cerrar con una neoconchera. La actriz explota cada posibilidad de hacer risible la situación, tendiendo constantes puentes al acontecer inmediato, a lo cotidiano y a lo extraordinario que deja de serlo por habitual, sobre lo que llama la atención hasta rayar en la crueldad que insta a una reflexión inteligente. Su cuerpo se enmascara, incorpora elementos de la cultura popular que domina también a nivel de léxico, no sólo con el uso de modismos sino con vocablos raigalmente comprometidos con su identidad, como el molcajete, al que vuelve en más de una ocasión y cuya salsa da título a una de las canciones de Liliana. Entre uno y otro personaje, y dentro del propio desarrollo de la situación que presenta cada uno, Liliana Felipe ejecuta al piano y canta sus agudos temas, que deben a la cultura universal aprehendida y procesada en función de la parodia o la analo- gía sarcástica para abarcar un muestrario inf inito de aproximaciones: los vecinos del Norte, innombrables y despreciables, la histeria femenina vista como tópico, el enigma del Punto G, el valor del maíz en la cultura mexicana, son temas útiles que se combinan con homenajes a la memoriosa diosa Mnemosina, a Elena Poniatowska, condesa de las letras y el espíritu, a Olga Baro Allende, la mexicana que decidió utilizar por primera vez el tacto vaginal como medio de diagnóstico, y a Elsa Jones, la mayor especialista en cactus del país, o proponen un canto de reivindicación a las anónimas soldaderas mexicanas que acompañaron a los machos remachos en la gesta revolucionaria. Y alude a distintas madamas, la Bovary, la Rocamour, y la Pompadour, paradigmas de comportamientos arquetípicos del universo femenino. El montaje se af ir ma en recursos esencialmente artesanales y elementos sencillos, que las artistas saben manejar con ef icacia comunicativa. Liliana se viste con una especie de pijama blanco, ligero y con pantaloncitos a la altura de la rodilla y calza sus pies con tacones altos, en un contraste que reivindica el ámbito privado y doméstico femenino. Jesusa rueda como Frida, cejijunta, en una silla de paralítica, se pierde tras la mole de espuma con que se reproduce la f igura de Coatlicue, y aparece como La Serpiente Emplumada coronada por unas guirnaldas de corte navideño en forma de ajíes picantes que desatan la hilaridad también por su desenfadado modo de incorporación, al tiempo que aluden a lo que es, visto desde fuera, casi un signo icónico de la mexicanidad, g racias a cuya aparición se nos ilustra acerca de que existen más de doscientos sesenta tipos en la riquísima cocina nacional. Como en todo su trabajo, Arquetipas evidencia la habilidad para mezclar sucesos de actualidad nacionales e internacionales que constituyen un referente vital y a la vez comprometedor para el espectador, y de combinarlos con un humor hiriente que aprovecha el le gado de la tradición popular e infinidad de fuentes culturales y artísticas. Estas caracterís- ticas sitúan al teatro en el vórtice de la vida, como espacio de creatividad inteligente y amena, y de activa discusión, que no deja de ser festiva, acerca de los más agudos problemas del hombre y la sociedad contemporáneos. Nota: 1 A pesar de las investigaciones realizadas, de la creación de una Fiscalía Especial y de una subcomisión interinstitucional, esta última debido a la presión de organismos nacionales e internacionales de derechos humanos, no se han establecido los motivos de estos secuestros y homicidios, aunque circulan hipótesis que consideran redes de prostitución, tráfico de órganos, narcotráfico, sectas “narcosatánicas”, industria de películas “snuff”, entre otras. 11 Revolución y Cultura LA MIRADA VIAJERA: ALEJO CARPENTIER EN ESPAÑA* Luís Martul Luís Martul. Profesor de la Universidad de Santiago de Compostela. *Conferencia leída en el Seminario Internacional «Alejo Carpentier y España», celebrado en Santiago de Compostela entre el 2 y el 5 de febrero de 2004. Revolución y Cultura 12 as crónicas de viajes de Carpentier por la península se extienden desde el año 1934, enero, a diciembre de 1935 1 . El escritor cubano tiene inmediatamente tras de sí la culminación de la experiencia de vanguardia y primitivismo que atestigua la publicación de Ecue-yamba-o. Per vive en él lo que había estado construyendo desde los años veinte y cuyo objetivo principal era hallar una solución a aquello que def ine lo peculiar de una realidad de un país o de un continente y cómo entregarlo en forma literaria. Podemos par tir de una colaboración del año 1931 para percibir la manera específ ica en que concibió su tarea de cronista: “Por ello es menester que los jóvenes de América conozcan a fondo los valores representativos del arte y la literatura moderna de Europa: no para realizar una despreciable labor de imitación (...) sino para tratar de llegar al fondo de las técnicas, por el análisis, y hallar métodos constructivos aptos a traducir con mayor fuerza nuestros pensamientos y nuestras sensibilidades de latinoamericanos (...) he creído útil, en los terrenos del periodismo, el dar a conocer los valores más representativos del arte moderno europeo (...)” De acuerdo con esto el papel del cronista es el de ser un transmisor, dar a conocer los procedimientos, las formas, ideas artísticas que permitan a los latinoamericanos contar con instrumentos necesarios e idóneos con el f in de que sus ideas puedan alcanzar efectividad estética. Hasta aquí no parece haber nada especialmente nuevo, pues muchos cronistas eran conscientes de esa función. Sólo que en ellos actuó de manera más extensa la idea de ser unos orientadores en el mercado mundial de productos (de lujo) para un lector latinoamericano deseoso de conocer la modernidad 2 . Pero si en Carpentier no hubo una indiferencia entre el fait divers y la crónica artística, se debió precisamente a que contaba con un proyecto de fondo preciso que aparece en las palabras citadas: el de ayudar a que América Latina contase con un arte exclusivo y nuevo. De ahí que la modernidad artística parisina sea utilizada con esa finalidad. No obstante, dentro de ese proyecto, lo que en las crónicas de sus viajes a España transmite ya no es exactamente esa modernidad artística, sino otra cosa más específ ica, y no construida sobre las bases teóricas más representativas de la vanguardia europea (ciencia, tecnología, etc.). De la realidad peninsular quiere dar a conocer cómo es reconocible un conjunto en el que se integran tierra, producciones artísticas y formas culturales. Su espacio no son grandes metrópolis, sino ciudades ancladas íntimamente a sus entornos geográf icos. Las distintas prácticas artísticas y la literatura aparecen vinculadas a una realidad que les otorga su peculiar trascendencia. Esta articulación trascendente la encuentra tanto en Toledo como en el monasterio del Escorial, pero también en los artistas y poetas contemporáneos de vanguardia. Picasso, Dalí, Alber to, Lorca o Alberti tienen que ser interpretados, según él, a partir de esa perspectiva. Es decir, sus invenciones artísticas están como anudadas a una tierra y tienen en cuenta el conjunto de aportaciones culturales que se fueron dando con el paso del tiempo. Ciertamente, en sus crónicas se distinguen los rasgos propios del género: brevedad, rapidez, impor tancia de lo objetivo 3 , etc. En ocasiones el texto se fragmenta en distintos comentarios y anécdotas, como prueba de lo que ahí se debe a la imposición informativa, y que él, no obstante, contrapesa con su proyecto de pretensiones más ambiciosas. Es sabido que lo negativo de la crónica fue la obligación de simplif icar, la superf icialidad, la improvisación, no permitiendo, o reduciendo, que el escritor se concediera tiempo para pensar y construir un pensamiento de mayor alcance, “percibir es más importante que conocer”4 , se ha dicho. A lo que tiende la crónica es a imponer un efecto de verosimilitud, que se logra con procedimientos empíricos y no tanto por la personalidad del autor. Sólo que esta asediada autoridad del escritor de crónicas en el caso de Carpentier no es tan acuciante, en principio, por el prestigio de su vasta cultura, prestigio que va aumentando con las cola- boraciones centradas en el campo artístico, pero es que para esos años treinta, Carpentier era reconocido entre el público lector cubano, contaba con la admiración de un sector importante de la intelectualidad de la isla, –de la que había formado parte hasta hacía poco–, y además, con el paso del tiempo, su f igura se identif icó como la de un escritor sof isticado, radicado en París. Por encima, tuvo cierto predicamento con los editores de las revistas, lo cual le permitió soslayar una dependencia excesiva de las imposiciones periodísticas y dotar a sus crónicas de un nivel intelectual elevado. Supo mantener al mismo tiempo un estilo reconocible que le posibilitó limitar el peso de formas mecanizadas o for mularias. Por todo esto no tuvo que diversif icarse y pudo mantener su personalidad y su coherencia; ya no tuvo que acudir a hacerse con un discurso impersonal, se podía presentar con su propia voz, todo lo cual no quiere decir que no fuera un escritor versátil y muy interesado en las distintas formas que el periodismo fue desarrollando a lo largo del siglo xx. A su vez, en las crónicas de viaje, por las características de la experiencia misma, su presencia desborda toda obligación cronística de promover una solución de impersonalidad. En el ámbito de la literatura de viajes, ya desde el xix, el narrador viajero no era una simple mirada ni una voz impersonal que describía con una f inalidad concreta, ya fuera científ ica o de cualquier otro ámbito, y, por el contrario, era una que acompasadamente con las realidades descritas, iba manifestando su propia personalidad. Por ello, en las crónicas de Car pentier, el viajero cuenta lo que ve y vive, se detiene a describir sus reacciones ante el paisaje, las ciudades, los encuentros y, por este camino, acaba hablando de sus propias transformaciones. En resumen, las crónicas de los viajes a la península forman un conjunto por la autoridad de quien escribe, por la forma misma del viaje que da una sucesión a algunos de los episodios y, f inalmente, por un cierto modelo interpretativo, según el cual el autor quiere explicar los hechos y realidades que van surgiendo en el itinerario previsto. Así pues, en el año 1933 llega a España, aunque comienza a publicar las crónicas a partir de enero de 1934. Al leerlas el lector se encuentra con algunos términos que reaparecen con una cierta insistencia y que llevan a pensar en posibles nudos o puntos de confluencia del pensamiento de Carpentier. Los recorridos del autor se apoyan sobre una tenue argumentación que se va haciendo más evidente con el paso de una a otra. Veamos esto con mas detalle. Desde la primera crónica una pauta organizativa de su relato es la confrontación: una cosa es el país al sur de los Pirineos y otra, bien diferente, Francia y, se podría añadir por extensión, Europa, es decir, la Europa de la modernidad. Durante el trayecto que le lleva de París a la frontera poco hay, algo, no mucho, que revele en él una atracción por reproducir convenciones de un texto propio de la narrativa de viajes, al menos, según lo habían hecho los escrito- res más conocidos e incluso próximos a él, Paul Morand, por ejemplo. Para comenzar, prescinde de un topos muy querido, el de la partida, a lo que se añade la indudable desgana por entregar su sensibilidad al efecto de los nombres de ciudades que el tren atraviesa, así como, un dejar sin explotar las posibilidades de la intensa simbología que se había creado en torno al tren, y de la que Carpentier era consciente, como prueba, entre los muchos ejemplos, su crónica musical de la pieza “Pacíf ico 231” de Honnegger. Hay como un no querer aprovechar del todo la conocida narrativa de los lujosos trenes noc-turnos europeos que cruza-ron las décadas anteriores; los textos de Larbaud po-drían ser el modelo más inmediato – su “Oda” o el Diario de A.O. Barnabooth –, pero aunque lo mencio-ne a él en un epígrafe, no llegan a serlo. En esos años que Paul Fusell5 ha considerado como la época álgida y última de los viajeros clásicos, para quien la literatura recoge ese afán de viajar, incluso en obras tan aparentemente ajenas como “La tierra baldía” de T.S. Eliot o Los cantos de Ezra Pound, que un viajero muestre desinterés por esa noche abierta de Europa, al ir mirando somnoliento y como por automatismo los nombres de las estaciones -que sólo van a recuperar una cierta importancia posteriormente-, no puede ser explicado por un argumento de simple procedimiento de verosimilitud, deudor de pautas de la crónica, es, de hecho, el primer síntoma de una distancia respecto a los valores y realidades de esa Europa tan prestigiada. Des- de Burdeos a la frontera algo cambia, no obstan-te, el viajero entrega un relato más determinado por su localización y el tiempo que ésta implica. Describir desde un tren en marcha es situarse en una temporalidad propia de la modernidad y específ icamente, porque el tren era en esos años uno de los grandes símbolos de la velocidad, motivo emblemático del rápido discurrir de la vida. El texto, ahora, queda marcado por este ritmo, pero lo que significativamente no se da es la vivencia de la frontera geográf ica 6 , en su lug ar irrumpe el deseo tajante de estar ya en su destino: “Me urge respirar aires de España.” Esta urgencia es la que hace que el autor desarrolle uno de los tópicos más repetidos de la literatura de viajes, como es la llegada al país de destino, el cruce de la frontera. En realidad, la idea de cruce habría que dividirla para indicar dis-tintas experiencias, pero aquí nos limitaremos en concreto al cruce físico, que siempre está muy lo-calizado en el recorrido del viajero de manera muy precisa. La frontera surge en el texto de improviso, al irrumpir los Pirineos en la contemplación: “(…)visión impresionante, los Pirineos que se yerguen con todo esplendor, ante nuestras miradas”. El cronista, cuyo estado de ánimo se ha dejado entrever, vi ve ahora una intensa experiencia estética, está a punto de llegar a España. Tiene ante sí lo que ha deseado y lo que le ha impulsado a viajar, sus anhelos se materializan. El cruce ocasiona un estado de elevada emoción, el momento despierta en el viajero una reacción de maravilla. Se produce Fotos: Cortesía de FOTOCREART 13 Revolución y Cultura en él una tal exaltación que por un momento parece cogido entre la evocación y la realidad. De hecho, llevado de esa situación exclama: “¡Cómo no sentir deseos de gritar de admiración ante la eterna maravilla de las montañas!” En su estado confluyen imaginación y realidad , de tal manera que lo que está viendo va a suscitar el recuerdo de una historia, con un algo de leyenda, en la que un pueblo indígena anónimo, que ha sido expulsado de sus tierras, vive un momento de emoción suprema, cuando al llegar al altiplano, a su nueva tierra, contemplan las montañas, que nunca antes habían visto. Una evocación de esta naturaleza es explicativa del tipo de experiencia que el cronista está vi viendo. Pero no se pueden dejar de lado otras precisiones que matizan de manera más rica esa breve referencia, porque Carpentier añade que la historia se la contó el Dr. Atl, quien, es sabido, tuvo una personalidad bastante peculiar o curiosa, pero es que concluye su caracterización de la historia, diciendo que es digna de Lord Dunsan y, con lo cual el círculo de referencias a una índole imaginaria o fantasiosa parece cerrarse perfectamente. Sólo que una última referencia hace que la evocación, “por asociación de ideas”, traiga a la memoria otras montañas, ya no legendarias, sino bien reales de su tierra americana, pero sentidas con el mismo estado de conciencia: “(…) aquella muralla de rocas, coronada de nubes, que se alza de Orizaba a Esperanza, creando el más prodigioso panorama…” La idea de prodigio, por tanto, surge con motivo del paso de la Revolución y Cultura 14 frontera. El cronista ha quedado por un instante suspendido en la contemplación-evocación, que va de lo desconocido y enigmático al recuerdo maravillado de su tierra americana. La complejidad de la reacción ante la frontera es bien visible, entre una realidad familiar y otra nueva. El viajero muestra una inestabilidad que se materializa en las intensas irrupciones evocadoras y que, de hecho, lo han conducido a la revivif icación de una experiencia vinculada con sus orígenes americanos. La experiencia de emoción e inestabilidad es seguida de otra tranquilizadora que le devuelve a un estado distendido: la idea de que va a poder experimentar la realidad extranjera (que no lo es del todo, por tratarse de España). Y el cruce bajo el signo de la confianza se realiza con otro recuerdo, el de su conversación con Unamuno, cuando éste se encontraba desterrado en Hendaya. El prestigio y carácter emblemático del escritor español sitúa el viaje bajo su protección, bajo el signo de la bienandanza y de la experiencia espiritual valiosa. Las palabras de Unamuno, precisamente junto al puente fronterizo, son la sanción de la ventura del cruce: “Estoy de ujier de España”. De hecho, el episodio del paso de frontera se compone de pequeños fragmentos que van desde la contemplación inicial, a un espacio def inido como antesala: de la playa de Hendaya, a la evocación de Unamuno y f inalmente la llegada, que se acompaña de una exclamación entusiasta: “¡Estamos en España!” Es decir, en este episodio se encuentran las variantes del momento: la pronunciación de ciertos nombres, la percepción de la tierra y el encuentro de los sentidos con la realidad concreta del país. Curiosamente, y siguiendo el modelo de contraposiciones aludido, el episodio del tren español es aprovechado de manera muy diferente. De hecho, lleva la escisión al interior del tren, estableciendo dos espacios: el identif icable con lo europeo y el que representa lo genuino peninsular. El primer escenario lo constituyen, además del cronista, un alemán (fascista), un francés (frívolo) y un “señorito” español (de derechas, va leyendo el ABC). Van en primera clase, “mi triste vagón de lujo”, dice. Sus conductas representan el término europeo, son individuos carentes de interés, artif iciales, pero, sobre todo, faltos de vitalidad e insensibles a toda realidad vivida apasionadamente. El cronista se entrega luego a otro tópico, como consecuencia de lo insípido de la situación: la ensoñación del encuentro con una mujer. Por f in, sale del vagón y descubre en el siguiente, en el de 3ª clase, la vida desbordante. Al silencio, a la imposibilidad de comunicarse, a la parquedad , suceden sus contrarios. Allí está el pueblo, y los signos que lo identif ican son la abundancia, el estruendo, lo informal, la mezcla, lo múltiple, la integración. Aquí ya no hay nada de la conducta formal, glacial y silenciosa del vagón de lujo europeo. Es verdad que, en cierta medida, bordea el tipismo, el color local –que a él le atraía y apreciaba– quizá en parte por ceder a ciertas figuras que los lectores estarían esperando: la vieja gitana, descrita con algo de bruja o quiromántica, parece una concesión a una realidad con vencional. Otros dos nuevos episodios, organizados en torno a este eje, se vuelven a presentar enfrentados: la distinta descripción de las playas de Francia y la que se encuentra al otro lado de la frontera, Hondarribia (Fuenterrabía). El lugar no es irrelevante. Por la extensa y comprometida relación de la primera de ellas, el autor individualiza una característica propia de la sociedad cosmopolita francesa, que se diferencia inmediatamente de los rasgos que va a atribuir a la playa peninsular y que ya participan en lo que acabará siendo el modelo conjunto con el que el país se def ine. Las playas son espacios importantes por el modo de vida que detentan. La degradación moral de la alta burguesía o baja nobleza y su tipo de vida superf icial o ar tif iciosa, propia de la playa francesa, se muestra en antagonismo drástico con los rasgos que def inen a la de Hondarri- bia –o, para ser más exactos, y de manera significativa, tanto a la fronteriza de Hendaya, que ya disfruta de lo español, como a la vasca. Los dos rasgos def initorios son la austeridad y, sobre todo, la autenticidad por la trascendencia que va a tener este concepto. Ciertamente, Carpentier bordea, para decirlo f inamente, el estereotipo. Detrás de la austeridad parece levantarse la figura del hidalgo español, con toda su incómoda f ilosofía del moblaje y claroscuros –en realidad, ese hidalgo está presente, no es otro que la f igura adusta del desterrado Unamuno, traído en ese instante al recuerdo del viajero, como ya se ha visto–; y a la sociedad francesa que se invoca a propósito de las playas de moda, y que ha de ser mencionada nuevamente con motivo de la vida ajetreada que el viajero lleva en París, sucede otra sociedad que ahí se expresa, que vive próxima a su ser natural, espon- táneo, inmediato, es decir, sin mediaciones elaboradas. Por eso, la playa suscita ahora una evocación de verdadera vinculación con el medio natural, nada ha y de artif icioso ni los modos de vida deturpan el paisaje. En la playa de Hondarribia se encuen-ran en presencia todos los motivos de la argumentación del autor: la destitución de lo artif icial y la denuncia de la desnaturalización del espacio por una degradación moral y social, la reivindicación de una verdadera armonización y viv encia del medio y, finalmente, la bella escapada en la que Carpentier apunta, por primera vez, a una actitud que no pocas veces se da en estas crónicas: el anhelo de una vida retirada e intemporal, como una recuperación de una forma de vida elemental, constituida por gestos y hechos sencillos, al igual que un vivir simplif icado de las gentes. El carácter de la ensoñación, promovida por la sensación de lugar cerrado que comunica una montaña de ese paisaje, lleva a un ideal de actividad infinita en un espacio que ha revertido a su más completa condición natural y con el que el caminante se identifica en una experiencia íntima, como así lo dice, al imaginar la vuelta del dominio de las “algas viajeras” o la costa “reconquistada” por las barcas de pescadores. Hay en Carpentier el gesto de aquel que al llegar al país disfruta con una sociedad cuyo carácter ya está perdido en Europa, como si la idea de que el ciclo histórico estuviera en un grado anterior al europeo. Tanto en el tipo y ritmo de vida que reconocerá en la vida madrileña, como lo que vive en Irún o, incluso, la comparación con Brujas, llevan a pensar que, para él, en este país se vive un instante de capacidad y de integración (son los tiempos de la República). En cierta medida continúa o reproduce lo que los viajeros del xix habían sentido respecto a Oriente: un impulso para experimentar o recuperar o descubrir la/ una belleza perdida en Europa por un exceso de civilización.7 Como se verá el viajero disfruta observando relaciones, modos de ser, costumbres que obedecen a otro tiempo y a otros ritmos, a una vinculación mayor entre gentes y entorno, entorno caracterizado por realidades naturales: frutos, objetos poco elaborados, rústicos, donde la huella de las manos parecen pervivir, donde no se da una separación entre actividad, individuos, medio y tiempo. Entonces, resulta que el autor asigna esas dos características, austeridad y autenticidad, a la tier ra a la que acaba de llegar y que curiosamente despiertan en él los más antiguos sueños. Las volvemos a encontrar en otro episodio, localizado en los primeros momentos de la visita a Hondarribia, y que incluye una signif icativa contraposición. El episodio se encuentra bajo el comentario de que el viajero ahora siente una “nueva temperatura espiritual”, comentario importante por lo que anticipa, ya que, según él, esa temperatura vincula la periferia, la tierra fronteriza con el centro, cuya representación está conf iada nada menos que a la ciudad de Toledo.8 La autenticidad es desarrollada en esta segunda ocasión como un fresco glorif icador y gozador de la riqueza objetual, cuenta con la sensualidad como factor que permite descubrir la importancia de esa realidad cotidiana. Parte de la descripción a la manera de un bodegón, en la que se descubre el placer del autor por nombrar sus componentes. Hay como una anticipación de lo que luego será uno de los rasgos más identif icables de su estilo: la enumeración inagotable de productos u objetos tradicionales. Y esa sensibilidad para los objetos rústicos es la que impulsa al caminante hacia ellos. Reparemos en el hecho de que no es una actitud simplemente descriptiva, tan frecuente, por lo demás, sino que el autor se describe implicándose. Cubre la distancia y nos hace sentir esa realidad elemental, según está siendo experimentada por él mismo. Entonces, tiene lugar como un encuentro que expresa la idea de una posible armonización entre viajero y realidad extranjera, porque es capaz de percibir la presencia o sensualidad inmediata de esos objetos propios de una cultura popular y tradicional. Lo que aquí se trata nos lleva a otro episodio, que veremos más adelante, y que tiene concomitancias con éste, es el de la taberna del barrio madrileño de las Ventas. Ahora, lo que el caminante está formulándo es establecer su estatuto respecto a la realidad que observa. Los objetos están siendo experimentados en su gozoso decir. La enumeración es una participación y un acto de evocación imaginaria pues los objetos están acompañados de frases así: “¿Cómo resistir a la invitación de una taberna (...)?” o “(...) pellejos y botijos brindan tesoros de frescor al caminante.”, 15 Revolución y Cultura o también “Chatas arcadas interiores, promesas de Valdepeñas (...)”. No obstante, hay una dimensión que sin decirlo abiertamente está dándole trascendencia a esa percepción objetual. Es decir, la enorme atracción que ejercen no es sólo por que en su condición material nos lleven a una determinada realidad social, tradicional, decíamos, es, de hecho, porque, para él, vuelven a hablar de autenticidad. Por su inmediato origen natural, por su condición artesa-nal, por su objetualidad no mediatizada los productos son, son lo que son. Per ma-nece en ellos un vínculo entre su origen y su ser so-cial, y los términos que los denominan parecen parti-cipar de esa misma condi-ción. Esa identidad tan fuerte de las realidades es la que comunica la enorme satisfacción, algo así como una alegría espontánea. Sólo que de la contemplación de las viandas Carpentier se desliza hacia una argumentación. Pasa así de describir lo que siente, como impresión de caminante, a razonarlo a continuación; de lo particular pasa a lo general. Esta parcela de la realidad es como un síntoma de otras que la completan. Hay un conjunto de términos que son claves del sentir del autor. Dice: “Pero aquí, al menos, se especula siempre con materia cabal: la merluza es merluza, el pargo es pargo, el cocido tradicional sólo se compone de elementos auténticos, que ignoran toda elaboración deshonesta.” Y si antes ha dicho que en este terreno el país es “el más honrado y noble”, posteriormente remachará diciendo: “Los platos guardan (...) una pureza aldeana.”9 Revolución y Cultura 16 Con todo, de considerar la manera como se aproxima el viajero hay una cierta ambigüedad, ¿el caminante vive el placer de esas realidades pintorescas, quizá, por ser capaz de experimentar la distancia y la pertenencia de ellas a una sociedad extranjera? ¿o es un reconocimiento de ellas y, por tanto, no hay propiamente una distancia y entonces el viajero se reintegra, a pesar de las diferencias? Sin embargo, no se acerca a los marineros. Estos quedan insertos en el escenario por rasgos convencionales, pero dos términos son muy indicativos respecto a ellos, por el primero, se les mantiene como parte integrada de esa realidad: los pescadores beben en “vasos toscos”, por la segunda, “charlando perezosamente”, conduce al sentido del tiempo y es todo un gesto social. La comunidad de la autenticidad tiene un cierto modelo de tiempo, no es el acelerado, por eso sólo puede ser conocida cuando el viajero se transforma en caminante. Pues bien, esta no breve dedicación a diseñar el perf il de la realidad peninsular está a su vez articulada a una argumentación mayor, a la que nos referíamos, la de la contraposición del país al que acaba de llegar y lo europeo –o lo francés. Como ocurría antes con las playas, los mismos términos se oponen: lo francés es lo sofisticado, la artif iciosidad, el mundo ref inado y moderno. Los objetos que lo representan han sustituido la abundancia desbordante y exultante por la calculada disposición lineal y manipulada, su apariencia carente del intenso atractivo sensual y trascenden-te, suplantado por una super- ficialidad sensitiva que no es capaz de transmitir aquel sentimiento de conjunto, de armonización que desencadenaba una alegría sin f isuras, por más que, posiblemente con ironía, utilice el término “teoría de botellas”, con lo cual todo concluye en la falta de autenticidad. La sociedad a la europea es falsa y está cortada de todo vínculo con lo natural. Una breve cita sólo como muestra: “¿(...) los tristes bistrots de París, con sus mostradores raciones hiperbólicas, los términos castizos, el gusto por los productos rústicos culminan en una def inición propia del grotesco popular: “salchichas y jamones pantagruélicos”. Pero esa autenticidad vuelve a situarse en un esquema de confrontación, no con Francia, en este caso, sino con el fenómeno social más vilipendiado por un viajero de verdad, con los turistas, epítome de lo trivial y desnaturalizado, aunque representativo de de zinc, sus teorías de botellas vistosas, llenas de alcoholes adulterados?” Hay un episodio con ciertas semejanzas en una crónica posterior, situada en Madrid. El viajero y sus amigos descubren una taberna en una de las puertas de la plaza Mayor. La circunstancia hace inevitable la mención al Quijote, pero lo interesante es comprobar cómo la mirada de Carpentier se detiene en otro bodegón. Una vez más la abundancia, las compa- los tiempos modernos en su faceta más condenable. Un segundo aspecto que atrae la atención en estas crónicas es la experiencia de ciertas realidades emblemáticas castellanas, aquellas que precisamente habían sido objeto ya de un extenso tratamiento literario por f iguras a quien el autor incluso conoció personalmente. No es nada difícil reconocer en las crónicas una similitud con lo escrito sobre Castilla desde la Generación del 98, por venerables historiadores y f ilólogos, hasta jóvenes escritores contemporáneos. Los textos de Carpentier se sitúan en ese medio tan espeso, tan elaborado ya, por lo que el autor admite que no es la suya una mirada original, reconoce lo textuoso del tema de España y de Castilla. Su contemplación de la estepa al amanecer suscita en él una reacción de admiración, pero también él reconoce que estaba preparado por todo lo que le habían contado con anterioridad. Es más, cabría suponer que son esas lecturas las que le han descubierto de antemano la realidad castellana. No es por tanto una experiencia primordial, que pudiera adscribirse a una pretensión de descubrimiento de nuevas tierras. Dice: “¿Es esto Castilla? ¿Castilla? ¿Castilla, de la que algunos amigos viajeros me hablaron con fervor infinito?...”, “...Castilla es algo superior a todo lo que pude imaginar a través de los relatos más apasionados de los místicos de ese páramo duro, huraño y ardiente...” Incluso los términos parecen extraídos precisamente de esas lecturas. Es más un reconocer que un descubrir. Europa acababa en los Pirineos, lo cual no debía ser nada malo para él, por lo que acabamos de ver, para Car pentier empezaba una tierra en absoluto exótica o extraña. La contemplación de la geografía castellana está sometida a una calcu-lada escenificación. El autor indica desde un primer momento que va a tener lugar una experiencia muy especial. Y esta manera de narrar anticipa en cuanto a la actitud contemplativa, a la reacción de asombro extremado, a la insinuación de una realidad irreal, las descripcio-nes de los años cuarenta, localizadas en el trópico, sólo que ahora las referencias son las propias de la cultura española. Pero este encuentro, si no ya dado, porque el impacto sorpresivo y la experiencia primera es enorme, sí estaba anticipado, en cierta medida, en aquella referencia de que había como un eje esencial que unía Hondarribia con el centro, con Toledo, y que es la causa que tiñe las descripciones paisajísticas que desde el tren va ha-ciendo al atravesar el País Vasco. Los términos abs-tractos con los que define esa naturaleza, por más que la geog rafía sea tan dispar, están en consonan-cia, no están alejados, de los que va a usar para la meseta castellana. La manera de organizar su argumentación parte de una evidencia empírica, las campiñas vascas son sustituidas por la agreste orografía de estrechos valles y anota que ahora “(r)eaparecen la piedra y el guijarro (...)”, mostrando ese interés tan carpenteriano por la conf iguración geológica de las tierras que, aunque en él tenga un origen propio, no hay que olvidar lo que le puede deber al hecho de que en la cultura española el paisaje se comenzó a ver así, a partir de los institucionistas, con consecuencias en la pintura, como es el caso tan señalado de Aureliano de Beruete, amigo de aquellos e iniciador de una corriente pictórica paisajística que también va a ayudar a mirar las tierras castellanas de una determinada manera, a los noventiochistas, en primer lug ar. Pues bien, Carpentier a partir de ese nivel inmediato da el salto interpretativo y encontramos dos términos muy próximos a aquellos dos iniciales; ahora se trata de la adustez y la severidad, implicando necesariamente la autenticidad. Incluye la espectacular orografía vasca en una interpretación que considera que la aparición de la piedra se debe nada menos que a “un proceso de purif icación por la sev eridad.” Más adelante apuntará cómo Toledo se asienta sobre una roca. La pureza había aparecido ya como un ras- go definitorio de la realidad hispana. La roca es un concepto que quiere decir las entrañas de la tierra. Esta realidad es la que es. Las ideas de ascetismo, de purif icación, de realidad adusta y severa, apuntan a una interpretación elaborada culturalmente de la geografía y el pueblo vasco, tan próximos a Castilla en estos rasgos fundamentales. Al menos, la f igura de Unamuno vuelve a ser el vínculo de ambas realidades. Es más, sumergidas en el paisaje, o perteneciente a él las casas también reproducen estos rasgos. Observa que su arquitectura suprime lo que se pudiera considerar adorno, que queda simplificado a unas cuantas líneas; los colores desaparecen, y así como en el terreno aparecía la roca, en las casas surge la pared desnuda, simple solución constructiva y exhibición de sus materiales, viene a ser, lo geológico de las casas. Ahora son de color gris como el de la tierra circundante, se vinculan a ella, y también sufren un proceso de purificación por la severidad, adquiriendo el aire adusto y auténtico del conjunto natural. Si España se contempla como un todo, organizado a partir de ciertos conceptos base, no es extraño que Carpentier establezca estas continuidades o participación de cualidades que al describir la meseta van a alcanzar su mayor perfección. La purificación, como es fácil prever, lle ga en esas tierras al éxtasis místico. La experiencia de la llanura castellana está narrada de manera muy orientadora para conocer la postura intelectual de Car pentier. El cronista aquí escribe con una manif iesta con- Carpentier recibe el Premio Cervantes de manos del rey de España; a la derecha, mientras revisa unas planas de Revolución y Cultura en la sede de la revista. 17 Revolución y Cultura ciencia artística. Introduce, al principio, fórmulas enfáticas que preparan el proceso intelectual. Este se conf igura como una revelación. En un primer instante no llega a comprender pero, a continuación, es cuando comienza a describir el proceso de iluminación que se inicia con un cambio en su estado de conciencia. En la primera parte de ese proceso se desarrolla la idea de que el contemplador entra en la atemporalidad que desemboca en el sentimiento de haber remontado el tiempo hacia los orígenes y alcanzado, al f in, un tiempo primordial. Luego, en la misma experiencia, perci-be cómo las realidades más corrientes se vuelcan hacia lo general, se produce una armonización de lo general y lo par ticular, lo cual se resuelve en la constitución de un todo. La comprensión f inal desemboca en el misticismo, def inido como pasión o, como él dice, “violencia lírica”, no como franciscanismo, ya que está causado por el carácter severo, dramático de la llanura castellana: “Bajo este cielo bien asentado en la línea del horizonte, sobre esta tierra que nos vincula nuevamente con los valores primitivos y eternos de la vida, el espíritu alcanza su grado máximo de concentración, su poder de síntesis más agudo.” 10 La identif icación mística que origina la contemplación de la meseta tiene un reflejo simétrico en la de Toledo. En este caso no es una fusión sino una inmersión “ (...) deseo hundirme, por meses o años, en el silencio de esa ciudad que ejerce un invencible sor tilegio”. En realidad, esta postura idealista encuentra su última manifestación en las que vienen a ser las metas Revolución y Cultura 18 de su itinerario, Toledo y sus cigarrales, en especial, y el Escorial (aunque aquí haya el lapso de un año). El deseo de atemporalidad, que se reconoce como una idea emblemática del escritor, y el de volver a anudar los vínculos, hacen de él un pensador de lo sagrado, lo cual explicaría también algo tan representativo de su arte como es el desarrollo de la simbología y la alegoría. Carpentier quiere renovar “las relaciones sacralizantes que postulaban la existencia de relaciones intrínsecas y esenciales”11 a la altura de los años treinta, cuando “la ruptura tradicional del vínculo” era ya un hecho. Resultan congruentes, entonces, sus preocupaciones en el instante previo a su entrada en Toledo, sobre si todo seguirá igual, si nada habrá cambiado y así poder volver a ver, dor mir, comer en los mismos sitios. Y es luego el placer de saber que es posib le retor nar, que Toledo sigue siendo intemporal con sus relojes detenidos y las silenciosas pezuñas de los animales en la de Toledo con la misma homogeneidad. Es cierto que está presente otra vez su anhelo de atemporalidad pero así como la meseta era un dominio cerrado de lo ahistórico y de lo unívoco, Toledo no lo es, ni es Brujas la muerta, y ello se debe a una idea que apunta o anticipa la del sincretismo. Si siente Toledo como una ciudad viva y en el presente es porque en ella se han fusionado y mezclado y superpuesto diferentes culturas, razas y pueblos. Y toda realidad sincrética posee una vitalidad que yace escondida, alberga lo insólito, lo sorprendente, lo cual sólo se hace perceptible a aquel que posee una sensibilidad af inada y sobre quien ejerce un efecto vivificador. La acumulación de culturas en ese lugar concreto supone un cruce azaroso de ideas universales y eso es lo que da origen a lo insólito o inusitado. Carpentier rechaza la fácil solución, a propósito de Toledo, de entregarse a una vivencia nostálgica del pasado, por el contrario indica que el pasado está incorporado al presente, gracias al trabajo de lo sincrético. Ahora bien, esa experiencia no se inclina a ser descrita por referentes racionalistas, más bien se sirve de frases como “intuición milagrosa”, o “invencible sor tilegio”. La vitalidad de la ciudad sólo se puede vivir a partir de la sensibilidad y en instantes muy breves. La experiencia de Toledo no se queda sólo en esto, porque al anhelo místico que proyecta en los cigarrales –aquí es un franciscanismo– o en una primera interpretación de la lucha (...)”12 Es la nostalgia del vínculo que surge, a pesar de todo. El Escorial es el segundo de los lugares donde el autor es más explícito en la exposición de sus ideas. El relato del viaje al Escorial desde Madrid es otra oportunidad para completar su interpretación de la geografía castellana. Lo que interesa destacar ahora es precisamente el trayecto y no la descripción del Escorial en sí, que aparece descrito, hasta cierto punto, como un símbolo de la muerte, ésta como integrante def initivo (o de una época) de la cultura española. El viaje al monasterio está formulado como un camino de perfección que concluye en la deseada experiencia del ideal. En la primera parte del trayecto, fase purgativa, advierte –y todo el texto está escrito como en una clave de guía moral– que la conciencia no debe dispersarse en la diversidad de espacios, ya que cada uno de ellos está conectado a expresiones artísticas propias, alejados aquellos y éstas de los que se v an a vivir. El viajero debe desprenderse de lo aprendido, dejar atrás en esos momentos las muchas formas en las que se ha di versif icado su saber, cortar con su pasado, para poder realizar un verdadero acto de purif icación que se desarrolla a lo largo del camino. Este, como corresponde a la experiencia ascética, es de “peñascos y guijarros” que significativamente también llama “camino de cilicios”, y la gradual apropiación del estado correcto, o sensibilidad , va deshaciéndose de malos hábitos, vicios espirituales y de “toda arbitrariedad de razonamiento”, es decir , el pensamiento fruto de esa experiencia deberá estar vinculado a la geografía austera, de hecho, a la geología, de manera necesaria y no como construcción racional gratuita, quizá como el cruce tramposo de cierta máquina de coser. Al f inal, el viajero, alcanzado el “estado de gracia”, puede vivir el ideal estético: la contemplación esencialista del monasterio en su geografía. ¿Es el milagro? Puesto que dice que “Castilla es tier ra de milagros.” La obra arquitectónica de Juan de Herrera le parece admirable, en primer lugar, porque se vincula perfectamente con el entorno natural. Sirviéndose de la piedra, la forma artística se realiza de acuerdo con la concepción esencialista. Porque más que nunca en este espacio el gran símbolo es la piedra. Símbolo que no se opone con ningún otro y que, por tanto, no precisa armonizarse con nada para lograr la unidad. Está solo, carente de los aspectos contradictorios que va a tener en obras posteriores, debido ahora a la conf iguración monológica, unívoca de la tierra castellana. Carpentier encuentra que este es el reino de la piedra o de la roca, que ya sabemos que simboliza la entraña. Castilla muestra su esencialidad en la geografía berroqueña. Dice: “Porque aquí todo es cabal, elemento esencial.” El término “cabal” nos trae el recuerdo de cómo había dicho que en este país todo era materia cabal, a propósito de algo que no era tan trascendente, como eran las viandas, y que eran lo que eran, ahora se nos dice lo mismo, pero en esta ocasión referido a la realidad física trascendentalizada. Pues bien, como la piedra da la razón de ser de Castilla, el escritor cubano indica que su espacio pertenece a la geología que nos habla de tierra de los orígenes y de lo elemental primero. Es lo telúrico, en cita de García Lorca incluida por Carpentier, y con la que está de acuerdo. Por todo esto, el autor dice que en ella no hay paisaje, queriendo indicar que no se da una armonización de distintos componentes minerales, vegetales, acuáticos. Como en obras posteriores sí dirá que lo hay a propósito de los escenarios tropicales venezolanos o caribeños. El “paisaje” castellano lleva en sí la idea de unidad, de todo unif icado bajo el dominio de la roca. Así, “las piedras son vegetales” y “los ár- boles son minerales”, “sólo hay árboles avergonzados de ser pequeños, de ser flacos o retorcidos.” Es decir, que el reino vegetal no existe, y lo que se da aparece integrado en el reino mineral, el cual posee una enorme variedad y riqueza, pues hay “flores de calcedonia, rosas de granito (...) nervaduras de cal, sang re de carb unclo...” Tierra de univocidad y extremosa. Desprovista de los atributos propios de una naturaleza diversif icada, exuberante, de aromas y sensaciones múltiples, la presencia exclusiva de la roca en esa tierra, impone una homogeneidad, remite a un determinado vivir y es clave para una estética precisa, así como, hay que sospechar, par ticipación en una ideología muy concreta. De no encontrarse la tierra como soporte o elemento nutricio habría una pobreza espiritual, una impostura intelectual e inautenticidad artística. Recordemos cómo es algo muy presente en Los pasos perdidos. En esta novela se da una dualidad y armonía entre el símbolo del agua y de la piedra, así como la escisión del protagonista viajero. Por el contrario, el cronista experimenta la realidad y puede/sabe interpretar el lenguaje de la naturaleza, porque en este caso es un lenguaje f ijo, inmutable. En la crónica de Castilla tenemos una experiencia unif icada, los signif icados surgen sin vacilación. Él sabe leer la naturaleza porque el lenguaje de ésta es unívoco y esencial. Por eso también la obra de arte deberá incorporar esa misma condición. No es la obra a partir del movimiento, de lo inasible, de aquello que (Franz Roh refería) es tan propio del arte moderno, su fluctuación. En este medio la obra surgiría de manera inmediata, al no haber contradicción. El dominio exclusivo de la materia sólida parece que no plantea grandes dif icultades a la forma. a diferencia de aquellas que nacen de una confrontación entre un material que se escapa, como el agua, y el orden que se le quiere asignar. Teniendo en cuenta todo esto Carpentier avanza la idea de que las expresiones literarias y artísticas de Castilla tienen que reflejar esta condición de austera esencialidad y, a su vez, la obras van a confir marla, puesto que las que son auténticas de una tierra obedecen al lugar donde nacen. Esto explica las frecuentes referencias a las obras de García Lorca, Alberti, Neruda, el escultor Alberto, Teresa de Jesús, e incluso Picasso y Dalí. Al primero de los dos pintores le encuentra su prueba terrenal en las casas del pueblo de Dueñas y al segundo, negándole su adscripción surrealista (francesa) lo convierte en un producto genuino de la tierra española (entre otras razones, hay que deducir, por sus colores tierra, ocres o por ciertos fondos). Los demás, representan o bien variantes de lo mineral o bien peculiares dimensiones espaciales, en particular, la horizontalidad, “la percepción de la distancia”. Evidentemente, todo esto es hoy muy debatible. Y, f inalmente, en estos textos se da un tipo de episodio breve, fugaz, espe- cialmente revelador. Son los encuentros. En ellos es posible notar una doble condición; un diseño rápido, objetivo, pero con una intención no intrascendente. Las crónicas de viaje se prestan a estos episodios transitorios, encuentros azarosos, que en otros casos podrían ser reflejo de la simple utilización de un hecho noticioso, pero el contexto del viaje les confiere un interés especial. El episodio seleccionado es el del encuentro de Carpentier y Carlos Enríquez con el Valencia, personaje que dirige la “Academia” de tauromaquia del barrio de las Ventas, en Madrid. Cier tamente el encuentro es un motivo muy querido de la narrativa de viajes. El cronista establece la distancia y, al mismo tiempo, la simpatía y la curiosidad. El Valencia es sometido a la observación que permite describirlo y situarlo. En principio, nada hay en común entre ellos, ninguna realidad los une. Tampoco hay una relación directa. El “personaje” se mueve en su mundo. Valencia está a merced de la contemplación del viajero y no le devuelve a éste ninguna mirada de comprensión con la que interpelarlo. No se promueve, por tanto, ningún (auto)cuestionamiento del relator, pero éste se siente atraído hacia ese ser tan 19 Revolución y Cultura Salvadera (hura crepitans) 1998. (Homenaje a Mackandal). Foto: Steve Winter. peculiar . Una alter nativa posible sería considerarlo desde una perspectiva sociopolítica, como la propia de un intelectual comprometido, frecuente f igura de aquellos tiempos, y concluir por establecer una reivindicación. Nada de esto hay porque el Valencia, más que un individuo def inido por la circunstancia social inmediata es una f igura representativa de una realidad que se ve desde una óptica sincrética. El académico se ve como el cruce de un dominio teatral con la realidad. In vención ar tística y realidad fusionan. Y aquí está la clave, lo más importante es que el personaje signif ica la irrupción de lo sorprendente, aquello que desde el interior de la realidad más corriente surge de manera ilógica, como una anacronía, deshaciendo las pautas admitidas. Valencia representa la espontaneidad, la capacidad inventiva de realidades populares, folklóricas, tradicionales y vive en un imaginario que es su realidad. Los títulos que emite su Academia, el artilugio que suplanta al toro, representan un nudo de realidad y fantasía que desentona de la normalidad. El peso de lo cotidiano o de lo normal queda abierto, pero no hay un compromiso del observador. Éste dif iere su efecto. Parece como si el cambio Notas: 1 Alejo Carpentier, Bajo el signo de la Cibeles. Madrid, Nuestra Cultura, 1979. En este trabajo no se tienen en cuenta las que redactó a partir del comienzo de la guer ra civil. Todas las citas de las crónicas pertenecen a esta edición. 2Cf. Julio Ramos, Encuentros de la Modernidad Latinoamericna, México, 1990, p. 113 . 3Cf. Aníbal González, La crónica modernista hispanoamericana , Madrid, 1981. 4Aníbal González, Ibidem, p. 5 Paul Fussell, Abroad. British Revolución y Cultura 20 subjetivo no se diera inmediatamente, como si la actitud observadora predominase, bastándole recoger lo sorprendente que surge de manera natural de la realidad. No se compromete, pero aprecia inf initamente su conocimiento. El aprecio se guarda para combatir, tiempo después, la hostilidad de la vida urbana y laboral en París. Es decir, la actitud de observador consciente de la distancia se completa con la recuperación posterior. El viajero se desdobla en un archivero. El desnivel entre ambos personajes es notable: el cronista sabe englobar al “académico” en su saber y lo importante se encuentra en ese reconocimiento que su sensibilidad ha sido capaz de extraer o descubrir. No es la primera vez en estos textos que la atención del cronista es sorprendida al descubrir en la vida el reflejo de un referente artístico: lo que primero observa con alborozo, al dejar atrás Francia, es el hablar de una joven vasca en el que reconoce la huella de las zarzuelas. Esa capacidad de transformación inusual se vuelve a encontrar en el episodio del cine, en el que culmina el protagonismo del Valencia. Es otra muestra de cómo lo sorprendente se puede encontrar en formas cotidianas. En el contexto de una época guiada por las ideas de la modernidad y sus tecnologías, el cine como ejemplo idóneo, se cruza en el camino del cronista algo que desafía el orden de cosas. Se da una realidad en la que ese emblema de lo moderno es pensado de tal manera que rompe con la idea establecida y la combina con otras, desafía las formulaciones de actualidad, sus logros, dando origen a lo sorprendente. Una vez más la mezcla que se da en estas soluciones es donde se encuentra lo inédito, la inv ención. P or eso Carpentier está pendiente de los encuentros en los que espera descubrir combinaciones originales. Los cruces que dan origen a formas culturales o sociales que supongan soluciones insospechadas para los niveles conv encionales admitidos. Esta es la razón de que, aunque tengan algo de pintoresco, no son sinónimo de superf icialidad, si bien, desde una perspectiva más sociológica, pudieran parecerlo. Literary Travelling Between The Wars, Oxford, Oxford Univerity Press, 1980, p. 52 . 6Para esta categoría véase Anne…., Voyages et….., p. 7Precisamente así dirá el autor: “(...) para descansar un poco de tanta civilización en bancar rota?”, Alejo Carpentier, ibidem, p. 118 . 8La experiencia repetida de esta ciudad no es un hecho trivial, baste recordar que ya en los últimos años de su vida, después de recibir un homenaje en Madrid, quiso volver exprofesamente a Toledo. 9 Alejo Carpentier, Ibidem, p. 88 . Alejo Carpentier, Ibidem, p. 97 . 11 Alain Badiou, Manifiesto por la filosofía , Madrid, p. 37. 12 Alejo Carpentier, Ibidem, p. 118 . 10 a noche fue derriGregorio a los jóvenes. Un re-vólver un de las ba las Ortega. bado por arropa contra su disparado a quem Narrador y Gregorio Ortega vi en tre . la periodista. ab at ió a qu ie n ta m bi én tro O n n co Co Recientemente tre niñ as l La m as . n acto de humi- big ote s, se nta do s en ol en ci a fu e un ta vi a s eho br ac o ch y mu obtuvo el prella de grup llació n y vio- cerquillo y trenzas ínfulas de cabeci l el a de ab a br om as mio Plaza to a la som lencia acogía a los cu ale s ap en as les gaba por un pues retrocedía no y al, tat es o . sto Mayor por su bo zo los much achos cuand presupue n tal de contab an las au las . co en a cu lez fre vi s a do un Instito el ng en No ni ingre saban ante novela Cundo e quizás iba en te jam ás en qu lem ba m sib bo po a s El no Un na. gu o. Haba La Al tuto de seguirl Macao. del Instituto ellas, jamás nadie locar ante la puerta co primer día de clases se les traron en una de a ir e ud fu ac y o , az os r una clase pl ot ó en tre lo s br cazaba al entrar o al salir los vió escucha daban le ex las Ilustración: Alexis Abreu se ca lin at a de ue es nq la au e , br en so del edif icio, incluso en sus a un exam en co nt ra do die Na . es quete santil bo ian e tud m es or s en nte un ige n les co de dir patio s y galer ías, se mármol n sid o ele cto s, pecho. sa bía cu an do ha bía guinolento en el cortaba a tijeretazos el pelo, rete , os proceso etu rp pe s cía la resaca de un de eran los dirigente pa Se se les derramaba mercurocroa os ict , más ad nco, la famonos, curso tras curso había quedado tru e qu mo o azul de metileno en la de io M in ist er que según Roa las nó mi na s de l Revolución del 33 sa cabeza, y a partir de la imagi. tos ien cim cono y la más profunda Educación que a los «se fue a bolina», nación perversa de sus agresores y s, sta hi nc bo día como manEr an lo s lla ma do s corrupción se exten se les some tía a toda clase de la te d. Si an di me e sobre la socieda so lía n im po ne rse vejámenes. La novatada, presentae- cha de aceit arr eran bi sas de mi z ca ve las tal n e profesores qu intimidación. Co bo hu da como ceremonia de iniciación, as lig r da s po cias políticas, el ma ng ad as y so ste ni s plazas a influen su dege nerab a en un tumu lto que el n co giraban na disponía en rosadas a los brazos, stituto de La Haba In inter rumpía el tráf ico por la calle las a no tor en s de un o de lo s tac o en las ma no s aq ue llo s m om en to Zulueta, mientras los tranvías eran lo a n ba da m ás br ill an te s abun mesas de billar que cu er po s do ce nt es asaltados por turbas vociferantes, se nte fre e saj pa el ac ió n de l pa ís. largo de la Arcada, de nt ro de la ed uc tiraba de los troles para separarlos habían cones s de sus prof ores al Instituto. rio Va de los cables eléctricos y detener el s tro co n vi sta a se a los lus do a op os ic io ne s No he olvidado pe rri cu vehículo, se invadían sus platafor o un a s entonce la Universidad, transcurridos desde tener cátedras en ob mas, y se golpeaban sus costados. s. ino tes on M r an sido derrotados de ellos, conocido po y no siempre habí A princ ipios de la déca da del s ro ad cu a pl io vastos sus conoUs ab a un sa co am en buena lid. Eran cuarenta aún merodeaban el Institad mi la sta ha o bían volcado en oscuros descolgad cimientos y los ha tuto adultos con edades que frisaban e rd ve es lon texto. Recuerdo nta de níf icos libros ag de los muslos, y pa m los treinta años. Ale gaban que sus los e el profesor haban sobre lemnidad con qu botella que se estrec so la estudios habían sido interrumpidos a eñ qu pe negra, cias Naturales, tobillos. La cabeza stellanos, de Cien Ca por las luchas políticas posteriores o ell cu de un Museo Gundlach, y rap ad a, le br ota ba abría la puerta del a la caída de Mach ado, y aunq ue mCo . do na ido l Instituto, donde alto, tieso, muy alm orgullo legítimo de había cursos nocturnos para trabanme du in ca es cristales, creada pl eta ba n su pi nt or se conservaba entre jador es, prefe rían los horar ios a ad ret ap lo xix a na illo ch gunda mitad del sig de la se taria, una corbata la en , diur nos. Y era curioso ver en medio nte rlos y protubera ias del doctor Ca en un nudo ajustado de las aulas a aquellas personas con nc o y sugerenc bla eta colec, pl os m ton co s ás do m de la y za pa tos r re, tal vez To asign atura s pend iente s del Plan s. do tra ién lus Entre ellas el ca sta ño , sie mp re rec n de aves cubanas. ció e Varona, un programa de estudios ya qu s ha ac ch o, ej em pl ar de Ac os ab a a las mu úl tim o gu ac am ay sustituido por otro más amplio de os op pir n co lar cruzaban frente al bil cinco años, de traje, cuello y corbata, brar el barato co ba sta gu le y es os ec so inclu so con canas en los grues 21 Revolución y Cultura extr aord inar ia bell eza. Des grac iadamente la colección se perdió al ser tras lada da al Cap itol io y entregada a la incuria. El clima de violencia era tal que a veces casi asf ixiaba. Una escena ha quedado grabada en mi memoria. Se neg aba n a dar por con clui da una hue lga estu dian til los bon chis tas, aun que se hab ían obte nido ya algunas de las principales demanda s, porque querían forzar al ministro a que les concediera ciertas prebendas. Debatíamos en un aula del instituto de Marianao la reanudación de las clases los ejecutivos de varias asociaciones estudiantiles, cuando los bon chis tas se pres enta ron en zafa rran cho de com bate . Uno de ellos, llamado Cayo Bruto, un tipo fornido, que del Instituto sólo conocía el estupendo gimnasio, vino hacía mí gritando injurias. En esos momentos yo intervenía en las discusiones desde el estrado. A mi lado sob re la mes a del prof esor tení a enro llad as una s con fere ncia s mimeografiadas. Ca yo Br uto, actuando de ariete del tropel de bonchis tas, me lanzó un puñetazo a la cara . Yo detuve el golpe con el rollo de con fere ncia s, y el tipo se reti ró aull and o. Den tro de las con fere ncias, como medida de precaución, había colocado un trozo de cabilla. La reyerta se extendió por toda el aula , y sólo con cluy ó cua ndo se apareció el director del Instituto al frente de un grupo de bedeles. Cuando intenté explicarle al director lo ocurrido, algo que ya probable mente sabía por boca de los bedeles que habían presenciado la llegada de los bonchistas y la riña, me interrumpió para decirme: «Muchacho, vete a la pila del patio, y láva te la cara.» Me percaté entonces, al ver que el agua con la cual me enjuagaba caía teñida de sangre, que tení a las cejas y los labios partidos y el rostro magullado. Al día sigu ient e sup e que Cay o Bruto había sido tratado en un hospital por tener fracturados los nudillos de su puño derecho, y que a otro bonchista le habían tenido que coser una herida en la frente. Un mes después me notif icaron que en una causa que obraba en el Juzgado de Instrucción de Marianao era acusado de hab er prof erid o en púb lico Revolución y Cultura 22 amenazas de muerte. Nunca me llamaron a declarar. Era menor de edad, todavía no había cumplido los dieciséis años, y la información brindada por los profesores y bedeles que habían asistido a la irrupción violenta de los bonchistas debió aclarar el suceso. En aquel escenario de corrupción, que derivaría en poco tiempo hacia implacables y cruentas guerras de pandillas libradas en plena calle, sucesos que coparían los titulares de los diarios y la algarabía de los noticieros radiales, desplegué la trama de mi primera novela, Una de cal y otra de arena. Ni pensar en buscar una editorial que la publicara, porque las pocas editoriales que existían entonces en Cuba no publicaban novelas, preferían obras de venta segura: libros de texto y compendios legales. Un amigo que era propietario de Tipo grafía Ideas, una pequeña imprenta situada en Aguiar 113 , en La Habana Vieja, se dispuso a correr el riesgo de publicarla y cobrar la impresión según yo la fuera vendiendo. La edición fue de quinientos ejemplares. Las librerías le fijaron el precio de un peso y cincuenta centavos, y me aceptaban en consignación sólo diez ejemplares. Yo pasaba al principio semanalmente, luego una vez a la quincena, contaba los ejemplares que había sobre la mesa y si no llegaban a diez pedía en la caja que me pagaran los vendidos. No recuerdo la comisión que se reservaban las librerías; pero de todas formas no fueron muchos los libros que vendieron. La mayoría los vendí personalmente entre mis amigos, sin señalar un precio, que cada uno me diera lo que podía. Muchos fueron generosos y liquidé mi deuda con la imprenta en poco tiempo. Hubo quien me pidió ejemplares para venderlos en sus frecuentes viajes a lo largo de la isla. Nunca me los liquidó; pero con el transcurso de los años he tenido la sorpresa de saber que mi novela circuló entre fervientes lectores en remotas poblaciones. ¿Qué más podía desear un escritor? Lo más asombroso fue la crítica que destapó. En un país donde la crítica suele ser cuestión de toma y daca entre compadres, hoy por mi y mañana por ti, si me criticas te critico, y en una época que reservaba la literatura a exquisitas minorías, de pronto los grandes diarios nacionales y las revistas de mayor circula ción dedicab an espacio s, y a veces los más imprevisibles, como la sección de cocina que redactaba la escritora Rosa Hilda Zell con el seudónimo de Adriana Loredo en la revista Bohemia, a comentar una novela recién publicada, de un autor novel. Creo que fue lo inusitado del tema y la prosa seca, directa, rápida, lo que sorprendió. Es verdad que en aquella época se escribi eron alguna s novelas sobre atentad os, persecu ciones y veng anzas. Pero eran enmarcadas a prudente distancia, en los años de la tiranía machadista. Mi novela se atrevía con sucesos que podían toparse en la primera página del periódico hojeado esa mañana entre sorbo y sorbo del café con leche. Había salido de la imprenta a f ines de enero de 1957, y un mes después, el primero de marzo, el destacado historia dor y ensayis ta Ramiro Guerra escribía en el Diario de la Marina1 : «Respecto de la calidad y actualidad literaria s del libro del doctor Ortega declaro llanamente que me ha interesado más, mucho más, su condición de documento históricosocial que como novela. Pese a ello, si cabe opinar a base de lo que me resultó ser una lectura de absorbente interés de la primera página hasta la última, en la cual lugares, personajes, diálogos y situaciones aparecen reportados –valga el término– con claridad, naturalidad, fluidez y objetividad impecables y en el que, ante todo y por sobre todo, los acontecimientos se suceden y se entrecr uzan no ya como una trama de f icción, sino con el verdadero enlace de lo realmente acontecido, que se trata de un ejemplo sobresaliente de verismo periodístico vaciado en los moldes de la novela». Y apuntab a el maestro de historiadores cubanos: «Admir ableme nte bien titulado el libro por lo que sugiere de un poco más, y cada vez de un poco más, de cosas muy disímiles entrelazadas en un rutinario proceso con trazas de inacabable, la obra se abre a la acción con un sangriento prólogo que no es sino el epílogo de otro episodio anterior y se cierra en sus ciento cuarenta páginas más tarde con el escenario dispuesto para un tercer episodio quizás aún más sangriento que el reportado en la novela». En el párrafo siguiente, sin embargo, Ramiro Guerra entra en consideraciones que tienen que ver sobre todo con el estilo. Sostiene: «Sujeto a una disciplina de objetividad rigurosa, el doctor Ortega maneja el tema con un despego tal de observador desinteresado que paradójicament e nos obliga a pensar que siente muy hondo y muy de cerca lo que narra. Inútil es buscar en las páginas de Una de cal y otra de arena censuras, justificaciones o interpretaciones de los hechos; mucho menos todavía una tesis, de ahí lo de “documento”. Los personajes son vivos y reales; el autor no hace psicología ni sociología con ellos. Se limita a presentar hechos. Las interpretacio nes y conclus iones obran por cuenta del lector si éste se siente inclinado a hacerlo». Apenas una semana después, el 6 de marzo, en Alerta, ya buscando un acercamiento literario diría sobre la no vela Enriqu e Labrad or Ruiz 2: «En el prólogo se destaca la muerte de un policía. Romilio ha salido de su casa después de renegar de su hijo que vive fuera de Cuba tal vez cómo [...] A pesar de la sordidez del cuadro familiar en esa esposa del policía Romilio palpita la prosa descarnada de Ortega. Presencia esta muerte un barbero de quien todos se burlan a causa de la conducta de sus dos hijas, a causa de la conducta de su compañera. Este barbero dará juego más tarde en la lanzadera de la trama. La atmósfe ra de los atentados, la resuelta mano de obra de la sangre, todo muy poco retórico, muy vivo y directo . No creo que nadie iguale a este joven escritor –que es abogado, que es reportero– en las descripciones de la brutalidad y los recovecos del compromiso gangsteril. Ortega imprime una vi-sión focal a sus diálogos y es necesario no querer hacerle justicia opacar el mundo de verdad que bulle en ellos. Sus palabras son acciones. Esos personajes suyos están en su salsa». Y resumía sus observaciones críticas Labrador Ruiz: «A quienes deseen penetrar a fondo la ventrecha de las pasiones désele a leer este libro duro, crudo, sin embargo ni torpe ni exagerado. No conozco nada mejor en la materia, con tan exacta economía de palabras. Gregorio Ortega es un novelista joven, de gran de la literatura cubana y muy al tanen nuestro futuro.» to de lo que se publicaba Ya para entonces me había escrito país, que decía: «Recibí su hermoso con fecha de febrero 17 el poeta y apasionante libro Una de cal y otra Samuel Feijóo: «Lo que más me gus- de arena, que da una versión trágica ta de su novela, amigo Gregorio Or- y dinámica de la vida cubana en uno tega, es que carece de tesis: las acu- de sus instantes más dramáticos. Ud. sacione s están ahí: en los hechos es un novelista sagaz, que sabe intesobriamente narrados. Otro acierto: resar y entrar en acción desde el pride nada: ni la sobriedad, la descripción ceñida mer momento. No abusa pción, ni cri del des y escueta del acto tanto como del medio, ni de la su libro muy leí , pasajes Hay fondo o ambiente. del detallismo. Por eso lo y retar vivo, y sol bueno es er barbero El . pod certeros en una tarde, sin o nueritm su de Cuba.» de to y criollo cibiendo el impac rio r me nte El 15 de mayo, el pintor y ensayista vo y atr ev ido .» Po ste el as opiniones Marcel o Pogolo tti dirá en Latcham ampliaría est 3 licó en su cotidiano El Mundo : en un comentario que pub en el diamaiable ria desprec era «De no ser por su columna Crónica Lit los entre ra. pugnas las Ho , humano terial rio chileno Última política que llamados grupos de acción, con lo Por el clima de represión mento de mo el en s que tienen de fuerzas ocultas en paí el atravesaba ort op unidad constante acecho que sitúan a cada su impresión, no tuve de galera ni adversario en una condición semede revisar las pruebas a edición, destial und frente jante a la del hombre las de página. Una seg mplares eje a Pero de trágico. de no, tendría algo más cuidada, en miles Editola medio por del ones da limitaci las lica de pesar esta vez, fue pub 19 83. Me en que se mueve, en ciertos instanria l Le tra s Cu ba na s en la novela, tes Gregorio Ortega logra impartir a ten tó ela bo rar de nu evo ya hab ía o gesu relato una elevación sobreco sin du da am pli arl a; per me nta l n o sió asesinat del ten caso dora, como en el ces ad o la pe cu lia r , tenía irla do rib acorrala esc rivales, de Lamas por sus que me impulsó a polítio orn desel en ent púas, de el cerca una es, ante otras inquietud y do, comcampado de un breñal próximo al co y social había cambia a qu e himar rugiente dentro de la relampapre nd í qu e cua lqu ier cos o mu y alg , gueante boca de la noche. Lo mismo cie ra ser ía otr a nov ela en la ido end ocurre en los inicios con el fatum diferente. Si algo he apr son mo áni la y o de s Romili que se cierne sobre vida es que los estado po r s, ado pas convulla de ad vez intensid a te crecien irr epe tib les . Un zo qu e se siva huelga estudiantil que se trunca gra nd e qu e sea el esf uer erarlos. al borde de un abismo, sin que el haga, es imposible recup arse lector sepa si habrá de precipit Notas: la repúbli ca corrupt a, con su ep1| Ramiro Guerra. “Sobre nes ‘Una de cal y erupcio de a idermis cubiert otra de arena’, por el Dr. Gre gorio Orpurulen tas.» tega” Diario de la Marina . Primero de marzo de 1957. Basta con estos comentarios, entre 2| Enr iqu e Lab rador Ruiz. “Un novelislas numero sas reseñas que se puta joven”. Aler ta. Marzo 6 de 1957. blicaron en los primeros seis meses 3| Marcelo Pogolotti. “El Gatillo Aletener gre” El Mundo. Mayo 15 después de su aparición, para de 1957. A . despertó que una idea del interés mediados del año 1957 recibí una carta fechada el 28 de julio en Santiago de Chile del agudo crítico Ricardo A. Latcham, b uen conocedor 23 Revolución y Cultura LEGITIMAR LO INVISIBLE Cultura es el acopio de conocimientos que permite a un hombre establecer relaciones. Alejo Carpentier Hortensia Montero Méndez Hortensia Montero Méndez. Curadora de arte cubano en el Museo Nacional de Bellas Artes. odo puede ser, ha sido la máxima asumida por la creación plástica en medio del contexto de la cultura contemporánea, un contexto de continuos cambios en el discurso estético, en el que la posmodernidad ha permitido la coexistencia de diferentes tendencias y todo tipo de inclusiones. Las estructuras de desarrollo cultural y la influencia de la tecnología en lo artístico, se han vuelto tan determinantes que los consensos tienden a ser cada vez más simbólicos. El entramado económico, político y social propicia una construcción múltiple de lo universal, las fronteras se diluyen y se establece una nueva circulación del arte internacional. Se añaden entonces, cada día, nuevas experiencias a la concepción de poéticas procedentes de diversas fuentes, discursos y prácticas concretas. En este panorama, algunos creadores asumen un discurso vivencial en torno a referencias personales, reflejan su intimidad, para procurar un vínculo con la realidad. Se aprecia en ellos la construcción de una obra en diálogo con la propia vida, obra caracterizada por la comunicación, la sinceridad y la espontaneidad en su realización artística. Sin Revolución y Cultura 24 embargo, a pesar de esta aparente modestia expositiva, estos autores consiguen una manera placentera de comunicar sus experiencias a partir de fuertes connotaciones conceptuales. En este sentido, la labor de Aziyadé Ruiz Vallejo (Camagüey, 1972) está colmada de afectividad humana y traduce proyecciones metafóricas de sus preocupaciones cognoscitivas. Si ser mujer y vivir en una isla del Caribe dicta una manera peculiar de percibir la realidad en torno a los problemas existenciales del hombre, Aziyadé se inserta dentro de esta corriente como una voz capaz de conciliar los reclamos feministas y se define con un trabajo a tono con la riqueza y variedad que ofrece la plástica contemporánea. Intenta apresar y traducir a un código accesible la presencia de la mujer en su tiempo desde la exteriorización de su personalidad y de su poética. Se destaca por su proyección vital hacia este interés, con los subterfugios y desgarramientos propios de la creación artística. Del arte de plasmar la presencia humana desde esta percepción ha hecho su sello inconfundible. Lo esencial en su obra está referido intrínsecamente a su identidad cultural. Hija única en una familia de varias mujeres, Aziyadé expresa, tal vez sin proponérselo, el misterio y la felicidad del sentir femenino. En consecuencia, al mantener una deuda generacional importante con sus antepasados, se siente heredera de sus ancestros y fiel portavoz de la huella de la mujer en la tradición familiar. Su pensamiento filosófico parte del reconocimiento del fantasma de la bisabuela, quien recorre los rincones de su casa natal y marca la incidencia de las que le sucedieron. El sustrato de su trayectoria denota un particular interés por rememorar sus vivencias, expresadas de una manera sugerente y enriquecidas con una imaginación fascinante. La memoria, en este caso, es una acción humana que activa lo temporal desde una posición simbólica, de la que extrae reflexiones sobre el universo espiritual femenino. Su obra nos habla del universo intelectual de una cubana que se mueve entre el terreno de la realidad y de la irrealidad. Sutil y lúcida exploradora de sensibilidades, su imaginario delata mucho de autoseñalamiento crítico a su clase y de reexamen histórico. Una de las sugerencias ideotemáticas más connotadas de su quehacer son el contrasentido y lo mágico, al poner en práctica metáforas de nuestra cotidianidad. Su discurso estético asume el disfrute pictórico desde la creación de atmósferas dentro de la complejidad de la trama en la composición. Insiste conscientemente en la terminación factural del soporte, mediante el uso de lija o con la incidencia manual directamente. Esta manipulación provee a su arte de textura a la par que le proporciona una hechura táctil, que la creadora incorpora para el disfrute de la realización en sí misma. Su personalidad apela al rescate del goce, del placer , por la reiteración de este código estilístico. Desde el punto de vista técnico, esta condición enaltece la actitud experimental y el margen de improvisación de esta autora, comprometida con su obsesión por asumir la abstracción matérica como base en sus composiciones figurativas. Al fusionar elementos figurativos y abstractos logra una realización plena del realismo mágico donde se borran los límites entre la realidad y los sueños. Lo expresado anteriormente está presente desde su tesis de graduación en el Instituto Superior de Arte (ISA), en 1996, la cual se exhibió en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales. Consistía en una serie de grabados realizados en acetato que abordaba su realidad más inmediata: impresionada por la maternidad y el nacimiento de su primer hijo, el protagonismo se revelaba en los juguetes del bebé y en el entorno donde se privilegia al recién nacido. En su punto de mira estaba entonces, al representar al juguete en su concreción más real, la poética que emana del objeto en sí mismo. En cuanto a sus presupuestos teóricos, partían del concepto hemingweyano acerca de que “el lugar que mejor conozco puedo destruirlo o perpetuarlo”. Su labor aglutinó hechos, circunstancias de arraigo afectivo, de intimidad, que tras un proceso de investigación, cobraron vida en sus imágenes. Y al plasmarlas, consiguió un ambiente sugerente y de ensoñación, gracias al uso de materiales diversos. Con este propósito, empleó pinceles gastados sobre una base de colores alcalinos para alcanzar la claridad de los tonos y procurar su insistencia en lo textural, en lo matérico. Inspirada en New kid in town, el viejo tema de Eagles, y estableciendo como paradigma la esperanza en el mejoramiento humano, la muestra Conversación privada del retrato y el peluche (1996), la autora, que inauguraba su condición de mamá a los veintitrés años, otorgó al juguete de peluche un valor simbólico, y por eso, al representarlo, aparece tamizado por una ingenuidad subrayada por su sensibilidad maternal. La hechura también está marcada por el disfrute que le transmiten las aguadas y las texturas conseguidas en su empeño por enaltecer la superficie del soporte. Y cuando, dentro de esa misma muestra, una rata y dos juguetes de madera combaten con espadas (Héroes de Cocosolo), la referencia temática se halla en la supervivencia de los individuos residen- tes en un barrio marginal. Esta inquietud experimentada de manera personal y espontánea por Aziyadé, es apresada en un franco acercamiento lúdico al tema social. Dentro de esta línea, y siguiendo un breve recorrido por su obra, se inserta también Atar decer (1998). El tono intimista y autorreferencial del asunto tratado se destaca por la silueta del perro, la cual adquiere categoría protagónica y consigue que la expresividad nos sorprenda al superponer el hecho gestual sobre el interés lineal. A partir de la creación de Amor criollo (1998) se aprecia una marcada intención por hacer hincapié en la presencia del agua en sus realizaciones. En esta pieza aparece una sencilla pareja cubana que recrea situaciones particulares, desde una arista de contenido autobiográfico. Este ejercicio creativo se nutre de las leyendas familiares y atrapa temas cotidianos abordados con sinceridad y tono elegante. Su imaginación se sustenta en lo que le rodea más íntimamente. Juega con la delicadeza del color y la puerilidad de los temas, al tiempo que consigue una suave figuración, plena de equilibrio y sano humorismo criollo. La historia que se relata en Pesadilla, 1998 resume su intención de evadirse de las responsabilidades femeninas, tales como la crianza del bebé, a partir de la excesiva demanda de la madre, ya que históricamente la crianza, la evolución del niño y su vida cotidiana es esencialmente responsabilidad de la mujer. Ante esta circunstancia, ella siente cómo las tareas domésticas limitan sus posibilidades sociales. Por ello, Aziyadé apela a la urgencia de nadar sin destino para relajarse de la carga emocional a la que está sometida y la extenúa. Esta pieza constituye una metáfora de su necesidad de expansión y actúa como un enunciado de libertad ante una situación humana que no tiene escapatoria: la comprensible responsabilidad ineludible que implica la maternidad. Lo sencillo es invisible a los ojos, declara el personaje en El pequeño príncipe. Aziyadé parte de esta cita para cautivar con obras ligeras, sencillas, llenas del encanto que expresan su mundo interior. Le impone fantasía a sus vivencias cotidianas y le otorga otra dimensión a las historias contadas. La pauta en la concreción de su poética se resume en enaltecer la sencillez. El conjunto de su trabajo se complace en recrear anécdotas triviales, como cuando realiza La mujer sin cuerpo, 2000, tras su visita a un circo donde un mago presenta a la muchacha sin cabeza. En este caso la autora subvierte los valores y aprovecha el contenido real para presentar otra lectura del asunto, al situarla levitando, lo que entronca con una versión fantástica de la idea original. El rostro tierno y translúcido de esta figura aparece con la mirada limpia, lo cual se traduce como un homenaje a la inocencia, a la ternura, a la belleza. Nos habla de la ingenuidad del individuo cuando la presencia del alma del ser humano se fortalece. Aziyadé se distingue por su manera de hacer el dibujo con una enfática facturación y un gran poder de síntesis. Empeñada en fijar las imágenes con un sentido espacial sobre la superficie, consigue una capacidad de comunicación con la mayor economía de medios y efectos. Esta característica también se hace significativa en Él, 2000, cuando aborda a Batman inspirado en los juguetes de sus hijos, donde la figura resume la actitud de patriarca, como el símbolo de dominación del poder que al propio tiempo, actúa como fetiche. Representa un ser omnipotente, auxiliado con sus alas de oro, superpuesto sobre una superficie plagada de texturas, transparencias y tenues veladuras. Impelida por su necesidad de indagación en la identidad cultural, amplía su mundo creativo cuando en Coronación asume la inspiración dada por la Caridad del Cobre. Con apego al lenguaje abstracto, la autora aprehende la fe como un acto de representación justo para conseguir la protección de la deidad. La obra consiste en un autorretrato acompañado con la presencia de la diosa mítica, lo que denota la asunción particular de su arraigo universal en las raíces religiosas. A través de esta especie de virgen-mujer se descubre el poder del mito y de la magia. No obstante, al referirse a San Lázaro, aborda el vuelo mágico del paisaje sin prejuicio de presentar el arte cubano con una mirada diferente, ya que la presencia del santo se sustituye por la incorporación únicamente de los colores alegóricos a esa deidad ubicados contradictoriamente en una mujer, lo que corrobora su marcada determinación por transmitir sentimientos afines a su condición genérica. Con esta tendencia, la autora explora nuevos horizontes con códigos y símbolos plenos de sugerencias y reveladores de una expresión propia. En su exposición personal El Río bajo el Río, exhibida en la Galería del Consejo Nacional de las Artes Plásticas (junio/ julio 2001) presenta la serie Mujeres sin cuerpo, en la cual la figura femenina también es recurrente y aunque se refiere a hechos de su ámbito personal, su visión trasciende lo individual y utiliza el físico de diferentes mujeres únicamente para transmitir un mensaje de reconocimiento y de humanismo hacia el género en sí mismo. Sin embargo, en la serie Principio y fin, mostrada en diciembre del 2002 en la Galería Concha Ferrant se aprecia cómo la artista se permea del tema de la convivencia 25 Revolución y Cultura De la serie «La mujer sin cuerpo» (2002). acrílico/tela, 54 x 50 cm Sumergidos (2002), de la serie «Principio y fin». Acrílico/tela, 49 x 55 cm humana. Aparece la mujer-pez y el agua con otras implicaciones e indaga en lo cotidiano de los sentimientos humanos, lo que conforma una línea que se explica desde sus propios comentarios expresados en aquel catálogo: Yo tiendo a reflejar los sentimientos como si fueran personajes. Si predomina la figura femenina en mis cuadros, es porque en muchas ocasiones se trata de un ejercicio autorreferencial. El icono de la sirena o mujerpez, es muy sensible para mí; traslúcido y universal en lo que se refiere a las formas corporales con que se representa a la mujer. Aunque en esta nueva serie sigo haciendo uso de esa imagen fantástica como recurso alegórico, no me estoy refiriendo únicamente a la existencia femenina, a los sentimientos exclusivos de la mujer. Para variar, trabajo ahora con dos prototipos contrapuestos: la tierra y el agua. En la tierra coloco algunos sentimientos más concretos; y en el agua aquellos que son más íntimos; no olvidemos que cotidianamente nos expresamos con líquidos, es decir, lloramos, sudamos, sentimos dolor, alegría, placer... y que hasta en el propio orgasmo los fluidos también están presentes. Si el abordaje simbólico del tema se presenta magnificado para el espectador, es porque trato de reflejar justamente la acumulación de inexperiencias con que uno se ha enfrentado a esos sentimientos en el transcurso de la edad, lo complicado que resulta salir a flote psicológicamente, y tomar de entre esas disyuntivas alguna enseñanza trascendente. Es decir, ya no se refiere solo a la figura femenina. El hombre también está presente, pues la intención es relacionar diversos aspectos del individuo. Revolución y Cultura 26 Tras haber mantenido una continuidad temática intencional, esta apertura de sus concepciones trae aparejado una amplitud en sus intereses creativos, como se puede apreciar en su obra más actual. Cuando Aziyadé decide que su proyecto personal no desdeñe la incursión en diferentes modalidades dentro de la práctica artística, demuestra su espíritu inquieto y abarcador. Ejemplo de ello lo encontramos en la instalación Nosotros, realizada en 2003 y exhibida en la exposición colateral Contactos durante la VIII Bienal de La Habana –cuya convocatoria, como se recordará, remitía a la confrontación que se establece entre el arte y la vida–. La autora incursiona nuevos intereses conceptuales para conseguir una aproximación a la vida cotidiana, se apropia de pruebas documentales de sus antecesores y establece un diálogo de nuevas connotaciones. Aziyadé, puede afirmarse así, renace enriquecida con el abordaje de una temática acerca del entorno, el amor y los recuerdos. Combina sus preocupaciones centrales dentro de su universo creativo para referirse con una visión nostálgica a un hecho de profunda relación afectiva. Asume una tendencia introspectiva donde la intimidad y la autorreflexión alcanzan preponderancia desde un acto extraído de su privacidad. La autora encuentra nexos con realidades que le precedieron; nos revela cómo el reconocimiento de su legado constituye el testimonio existencial de una época y llega a la singularidad de una poética. Ha visto resurgir su pasado y ha descubierto su vocación y su capacidad de observación femenina. Nos anima a probar la conjunción de significantes encerrada en una imagen, mediante una gigantografía que se complementa con una suerte de álbum o libro con fotocopias de cartas, fotos, pañuelos bordados y otros elementos de gran valor testimonial, que actúan como fetiches de identificación con la parentela. Esta manera de concebir la pieza, amén de su incursión en un arte de participación, la provee de una manera especial de sentir el espacio y el tiempo, con un ritmo que nos es propio. Esa pasión por el pasado y la urgencia de buscar sus raíces, la convoca a concentrarse en el terreno de la memoria vinculada a su propia historia, a los afectos íntimos, al ámbito doméstico y a su biografía como elementos clave del comportamiento de la mujer en la sociedad contemporánea. La aprehensión de tales hechos está tratada desde el misterio trascendente del ser y del existir con temas obsesivos en ese espacio mental en el que están presentes las ausencias, donde la artista también forma parte del complejo entramado de ideas donde alcanza gran dimensión lo simbólico. Su estilo actual se define por estos presupuestos teóricos, donde lo esencial estriba en construir una historia acerca de las relaciones de pareja y del hogar en un sentido más amplio. Esta facultad define la identidad de una inmediata regresión a la infancia, cuyos temas de reflexión intentan hurgar en su cotidianidad y presentarla con absoluta sencillez desde matices de añoranza. El asumir esta actitud la convierte en cómplice de algo que se forjó años atrás, cuando sus abuelos se hacían novios ante la contemplación de un ojo de agua en un río cercano a la vivienda. La artista patentiza su ideal de noviazgo como un paradigma de las relaciones de pareja apoyada en la belleza de la imagen y en la calidez del tema del amor. Asociada a los vínculos genealógicos, entronizados en la representación icónica de sus abuelos, otra variante en el quehacer de esta creadora resulta la asunción de las formas escultóricas de pequeño formato realizadas en metal, para significar la acción de la cópula. La intensa relación que se establece entre este conjunto y el resto de las obras expuestas caracterizan la estética actual de Aziyadé dentro de una óptica tridimensional e instalacionista. Su trayectoria artística se orienta hacia un ámbito conciliatorio entre tendencias que se equipara con los códigos más actualizados en el arte. Estos seres en diferentes poses pueden ser considerados estereotipos sexuales que se repiten cual signos eróticos que develan la satisfacción y el placer. Las figuras desentrañan algunas posiciones características de la cosmogonía erótica y vivencial. Las atribuciones que le aporta a estos objetos constituyen un acto de manipulación, que crea un nuevo sistema de valores y lecturas por los modos combinatorios que la artista emplea y la imbricación del color de base en cada engarce dual. El carácter metafórico de recubrir con plata y oro –para significar las Bodas de Plata y las Bodas de Oro- tiende a sustantivar esenciales problemáticas de carácter ontológico, dentro del protagonismo de la pareja. Tal parece que cada experiencia humana desencadena asociaciones de toda índole en su amplio universo de conexiones. La sucesión de camas enlazadas con parejas en apego absoluto denota que cada experiencia deja marcas en la privacidad, que devienen enigmas de la sensualidad dentro del espacio privado del individuo. Aziyadé ha trabajado una tendencia introspectiva que se concentra en el espacio de génesis del objeto estético como proceso de creación dentro de un ambiente de intimidad y autorreflexión. Ha consolidado un lenguaje simbólico, intelectualizado, con predominio Revolución y Cultura Revolución y Cultura De la serie «La mujer sin cuerpo» (2002). acrílico/tela, 54 x 50 cm Mi perro de 23 años (1996). Grabado sobre plástico, 625 x 495 mm en la idea sobre la imagen que presupone una asunción de los componentes analíticos por sobre las consideraciones estéticas. El juego entre lo íntimo y lo notorio, entre la esfera de lo privado y lo público, entre lo individual y lo colectivo mediante la permanencia objetual, constituye una provocación con cierto sabor lúdico y marcan un proceso importante en su obra por la participación del ente masculino desde una combinatoria cargada de sutilezas. Dentro del contexto histórico de su formación y desarrollo plástico, a partir de la adopción de esta poética marcada por la sensibilidad, sobre todo del encuentro con la historia familiar, la ar tista asume una postura que nos ayuda a percibir mejor la realidad. El mensaje es tan cosmopolita porque trata una cuestión de conexiones interpersonales. Su éxito estriba en provocar conmociones vivenciales dentro de la lógica misma de la visualidad. Utiliza una infinita asociación de ideas que na- cen de referentes en los que la mujer es el epicentro de la super vivencia. En su itinerario creativo, su quehacer dialoga con lo teatral desde una intención filantrópica. Su impulso estético se impone desde el subconsciente y constituye una expresión de sus sentimientos y preocupaciones vitales, ya que en su espíritu está procurar bienestar y calidad de vida a los que la rodean. Desde una individualidad artística interesante ahonda en la actitud ética y utiliza la naturaleza del individuo como leit motiv. Con su temperamento indagador y reflexivo consigue acercamientos inéditos a los más variados temas, en los cuales la reivindicación femenina ocupa el vórtice de sus inquietudes. Su máxima es enaltecer la felicidad desde una mirada que está vinculada estrechamente a la satisfacción de la unión hogareña como núcleo gestor desde donde emerge la fuerza para posteriores generaciones. El hábitat, la convivencia, las relaciones, los hijos, el espo- so y las amistades reflejan la alegría de vivir y, sobre todo, de vivir en franca comunión. Es interesante esta evolución de su labor, donde sus coordenadas líricas se acercan más a la solidaridad y a la fusión de los valores espirituales. Su sensible percepción jerarquiza el mundo interior de la mujer dentro de la realidad circundante mediante signos y significados. En la identificación de sus conexos se percibe su concepto de transcendencia de lo habitual, al develar los aspectos intrincados de los lazos individuales. Para Aziyadé, el acto de crear se equipara al acto de vivir. Esa perspectiva como individuo hace que la exploración de sus intereses y preocupaciones alcancen un amplio registro. Su orgánico desarrollo estético demuestra un ejercicio plástico cuyos elementos definitorios se centran en las problemáticas del pensamiento contemporáneo del individuo. Construye su poética cifrada en una metáfora sobre el entrañable andamiaje que es la vida con una obra auténtica en torno a las complejidades del alma femenina. Su ejercicio es asumido desde el compromiso crítico y como experiencia vital, con un desbordamiento romántico. Constituye una reflexión antropológica y logra la comunicación gracias al uso de sutilezas en las piezas, concebidas dentro de una labor propositiva de notable invención. El poder de concentración de ideas acerca de esta temática la mantiene a la expectativa de nuevas alternativas, capaces de satisfacer su impulso interior con una nueva necesidad en términos expresivos de aprehender su relación con el medio, con su acer vo y con su cultura, en ese acopio de conocimientos que permite al hombre hacer asociaciones. Su transcendencia radica en la preponderancia que le imprime a su manera de ver el mundo desde el prisma de la sencillez y en su seguridad de la importancia de legitimar lo invisible. Héroes de Cocosolo (1996). Grabado sobre plástico, 625 x 495 mm 29 Revolución y Cultura El cuerpo y la fotografía: con los ojos de Narciso.* Grethel Morell Otero Grethel Morell Otero. Licenciada en Historia del Arte. Ha publicado textos sobre fotografía contemporánea en diferentes publicaciones culturales cubanas. partir del reconocimiento de la invención de la fotografía en la vieja Europa (Francia 1839), nació también otra forma de contemplación y logos narcisista en la historia de la cultura occidental. Como es sabido, en un inicio la mirada fotográfica se dirigió hacia cosas o eventos exteriores, cual registro o documento de sucesos cotidianos con un denotado interés de probar la técnica novel. Así se captaron imágenes de paisajes, de un fragmento de arquitectura, o la llegada de un tren. Luego vinieron los experimentos en estudios y la consiguiente exploración de materiales de soporte y técnicas de impresión (el metal, el cristal, el papel, la plata sobre gelatina, el Betún de Judea, el coloidón húmedo, etc.). Hasta que la conf ianza en la fotografía como documento de lo real fue hecho manif iesto, entonces pasó a instituirse como negocio y posteriormente como nueva expresión del arte. Surgieron miles de estudios fotog ráf icos por todo el mundo y el último tercio del siglo xix se vistió de gala para dar la bienv enida a la nueva era de la reproducción foto gráf ica. Era que ha contribuido a la instauración de su propio mito sobre la admiración del cuerpo. Retratarse o tomar otro cuerpo como modelo o referente, lleva implícito la acción contemplativa. Esto no supone que toda creación fotográfica que utilice el cuerpo humano como motivo, ya sea en su totalidad o a modo de fragmento, tenga como Revolución y Cultura 30 fin una mera intención estéticoexpectante. Más bien que, el creador, en su acto íntimo de decidir sobre la instrumentación de un cuerpo en una obra, ya posee la noción elemental de que está realizando una propuesta de contemplación y disfrute propia, para la contemplación y disfrute ajena (de un público heterogéneo y mixto). Así, la multiplicidad de miradas sobre el cuerpo mostrado, expandido, fraccionado, sublimado, vejado o cualesquiera que sean las determinaciones discursivas, se hace eco de un reflejo centuplicado y colectivizado. Es como si el espejo donde nos estemos mirando se rompiera de repente y en cada pedacito de vidrio veamos aquella imagen completa que veíamos al principio, y no una versión deformada de la misma; siguiendo contra la lógica común, un supuesto principio de clonación y no de fragmentación. Empero, la fotografía desde su reconocimiento como medio de expresión artístico y desde su total generalización en una cultura occidental de la reproducción de la imagen (recordemos que fue en Europa, a f inales del xix y después de ganarle el debate a la pintura, de la cual se creyó que iba a ser su verdugo), ha funcionado como aquel lago primario que devolvía f idedigno el reflejo del Narciso mitológico. En este caso, a diferencia del referido personaje griego y su historia, la imagen del cuerpo que devuelven las placas de plata sobre gelatina de la modernidad , son adaptaciones pasadas por la imaginería e ingeniosidad de cada hacedor . Como consecuencia, la imagen duplicada muestra un cuerpo ora metamorfoseado, ora metaforizado. Aunque sí será siempre una imagen concebida desde segundas o quizás terceras intenciones, sin tener en cuenta su nivel de probidad a la esencia narcisista de la contemplación. La era de la reproducción fotográfica ha anulado ese intimismo de la auto mirada eximida, propia de la tradición escolástica del arte; y ha desplazado la exhibición del yo privado por el excentricismo de la particularidad. Mostrar un cuerpo en una foto, ya sea físicamente el del ar tista o el de otros, se ha conver tido en la llave del estrellato del ego. Sin pensar, demás, en que el grado de veracidad que inspira (ese no tener dudas de que lo que se muestra es real), se ha conver tido en un excelente ejercicio público de autorreconocimiento. El Narciso Cubano Las culturas del llamado Nuevo Mundo o los pueblos del otro lado del Atlántico, se sumaron con entusiasmo al maridaje del cuerpo y la reproducción de la imagen. Desde la misma introducción de la fotografía en tierras latinoamericanas, también se importaron modelos y maneras de mirar a través del lente al estilo europeo. Por supuesto, el invento venía con su receta. Y de tal modo, fueron acogidos los retratos de familias, los retratos de sociedad en estudio y los desnudos, por aquel entonces predominantemente los femeninos y con un carácter notoriamente comercial. Los cuerpos en estudios, resplandecientes en el preciosismo de la técnica fotográfica, cuer pos engalanados en una estética de la feminidad para ser consumida por la voracidad coleccionista del macho (las postales de mujeres nudistas que se vendían como publicidad) y los retratos de coristas impúdicas, fueron los primeros enfoques aprehendidos. Pero no tardó mucho la historia en demostrar la originalidad, o por lo menos, la voluntad de trascendencia de nuestras versiones. Además de una inclinación trastrocada por la vehemencia hacia la temática del cuerpo en la fotografía artística, determinada quizás por esa propensión innata del ser caribeño de exhibir las carnes, pareciera que se quería pareciera in ventar , desde nuestra cuenca, una versión oriunda del mito heleno. Y es que el cubano, ya estamos hablando de él, se presenta al mundo a través de su cuerpo. Toda una cultura de tradiciones se resume cual grano de maíz en la brevedad de un cuerpo, en los límites de una carne, en los márgenes de una materia viva. Y porque es materia férvida, es que lleva la historia consigo. Lleva también la palabra, las ideas, la verdad, la mentira, la razón, los sueños, las beligerancias, las treguas, las pasiones –altas y bajas–, la esencia, lo plural, lo único, lo trascendente, lo tolerable, lo transgresible... En fin, lleva una vida, la propia y la ajena, lleva un país, un carácter, una distinción. Pareciera un slogan, pero es que cuerpo y sus proyecciones exhiben, cual vitrina de mercado, todo lo que el espectador quiera ver en él. La tarjeta de presentación del ser caribeño, y más del cubano, está en su cuerpo como atributo. El narciso cubano lleva desplegadas todas sus banderas. Imaginemos un cubano sin palabras, aún mas, sin sonido. La gestualidad , las expresiones mímicas, delatan traidoramente su origen. La necesidad de extroversión lo hace comunicarse con su cuerpo: con sus piernas, con sus brazos, con sus manos, con su cabeza, con su rostro, con sus caderas, como ocurrió en la formación de la danza moderna nacional, donde el movimiento pélvico y el movimiento ondulante de la cintura, se convirtió en un rasgo privativo de ese tipo de expresión danzaria. Otro tanto sucede en las artes visuales, en que la imagen de la desnudez, particularmente la femenina, se manifestó en su esencia criolla y múltiple. Recordemos brevemente aquellas piezas de Carlos Enríquez y Mariano Rodríguez que poseen la desnudez como fuente temática en los tempranos años treinta y cuarenta de la pasada centuria. Ahora, ¿sobre cuál espejo o sobre cuáles aguas se miran los fotógrafos cubanos? ¿Cuál es el reflejo que quieren dar de sí mismos? ¿Por qué tanta insistencia en el autorretrato como recurso artístico para ofrecer mensajes plurales? ¿Por qué gustamos tanto de nuestro cuerpo, por qué gozamos en ofrecerlo, por qué hacemos de él un mural de la existencia, un carnaval de semas y simulaciones? ¿Por qué disfrutamos vernos en las imágenes que colgamos en galerías, reproducimos en catálogos o que sencillamente pasamos de mano en mano? ¿Por qué ofrecernos al mundo con la cara de nuestro cuerpo? Algunos pasos sobre la Historia Como se conoce, las primeras noticias sobre la presencia de la fotografía en Cuba datan del año 1840, cuando el norteamericano G. Washington Halsey presenta a la sociedad habanera el invento de Daguer re. Ya para el año siguiente, numerosos retratistas en daguerrotipia anunciaban sus servicios en estudios acomodados, la mayoría, en la entonces Habana intramuros. Don Esteban Arteag a es el primer fotógrafo de origen cubano, y publica en el Diario de la Marina en 1844 la noticia de la apertura de su estudio en la calle Lamparilla. Comenzó entonces la comercialización abierta y abundante del invento en la Isla. Aquellos tiempos inaugurales se caracterizaron, casi en su totalidad, por la tendencia hacia el retrato en estudio, ya fuesen concentrados en las figuras o ha- ciéndose acompañar por accesorios embellecedores o vistas de paisajes. Es de acotar, además, que las fotografías de paisajes tomadas de la realidad , constituían una modalidad que ya se venía haciendo en la misma década. A partir de 1860 se desarrolla la fotografía noticiosa o informativa, realizada en la calle por fotógrafos ambulantes; luego emerge la fotog rafía científ ica y la preeminencia del fotorreportaje dado por un suceso histórico: la Guerra de los Diez Años. Hacia 1882 , algunas fuentes aseveran que las “tarjetas foto gráf icas” eran los retratos de moda y que a partir de 1895 se hacen predominantes las fotos de carácter reporteril, debido al interés por registrar en imágenes la campaña de la Guerra de Independencia. Finalizando el siglo xix surge el fotoperiodismo, que se despliega verdaderamente en los albores del siglo entrante, impulsado quizás por el surgimiento de publicaciones periódicas nacionales que concedieron espacio seguro a este tipo de trabajo, como fueron, en primer lugar Bohemia (se funda en mayo de 1908 ), Social (enero de 1916 ) y Carteles (se instituye en enero de 1919 y cambia de formato en mayo de 1924). Además de fungir como medios ideales para la promoción foto gráf ica de su contemporaneidad, estas revistas acogieron todo un espectro de tendencias en la manifestación, incluyendo por supuesto, las imágenes que versaban sobre el cuerpo humano y su desnudez. De tal forma aparecen en sus páginas, en el transcurso de la primera mitad de la República, nombres y sucesos primordiales para el ámbito artístico fotográfico de la época. Joaquín Blez Marcé, todo un paradigma de los retratos en estudio y particularmente los desnudos femeninos, colaboró en Social desde sus primeras ediciones y obras suyas ocuparon las páginas de Bohemia y Carteles durante las décadas veinte y treinta. La manera de hacer de este fotógrafo creó todo un estilo. Con él las aproximaciones al cuer po se definieron por la mirada masculina sobre la desnudez femenina, desde un estudio donde hasta el más mínimo de31 Revolución y Cultura talle era predeterminado y con un enfoque absolutamente estéticoacomodaticio. En las obras de Blez el cuerpo de mujer es emparentado, en esencia, con una mercancía que se mira y valúa en el lustre de su belleza, sin pro vocar otra inquietud que la de su presencia monárquica. Con ademán tradicionalista y europeizado, el lente del “fotógrafo del mundo elegante” atrapaba a modelos canónicas recreadas en la suavidad de sus formas. Aunque tales ef igies eran centro y motivo, los atuendos acólitos funcionaban como apoyatura refrescante y concluyente del sentido original de la imagen. Los mantones bordados, las cortinas grandilocuentes, los abanicos emplumados, los velos y la pandereta, eran elementos que ensalzaban la expresión decorativa de los retratos. Si bien Blez Marcé se contuvo en una estética complaciente, epocal, con una proyección discursiva de lectura única, logró por otro lado, una tipif icación o estandarización del tratamiento de la desnudez femenina en estudio, que lo ha estampado en la historia de la fotografía cubana, como un clásico del asunto. Otro artista relevante del tema lo es Raf ael Pegudo Gallardo, quien realizó profuso trabajo de fotorreportaje para algunas publicaciones periódicas habaneras (como El Mundo y Carteles), fue profesor titular de Fotografía en la Escuela Profesional de Periodismo Manuel Márquez Esterling y publicó numerosos libros sobre técnica, historia y terminologías relacionados todos con la fotografía. Pero el resultado de su mayor dedicación es posible encontrarlo en la labor de promoción ar tístico-fotog ráf ica que sostuvo durante décadas. De igual forma, la cuestión del cuerpo fue eje de ese denodado desempeño. Desde los años veinte descuella su interés en la temática, hasta que a finales de la primera mitad del siglo intentó hacer una Primera Muestra de Desnudos Fotográf icos (cosa que no logró por razones ajenas a sí) y posteriormente presentó su libro dedicado por entero al desnudo (La Fotografía del Desnudo , Ayon Impresor, La Habana, 1950). Resalta también la publicación en septiemRevolución y Cultura 32 bre de 1927 de una nota promocional en Carteles sobre el tema y, en el mismo suplemento, el anuncio en febrero de 1950 de la aparición pública de su texto y una consiguiente exposición de desnudos. Las imágenes de Pegudo Gallardo sobre el cuerpo femenino in puris naturalibus , que se pueden apreciar ilustrando su aludido libro, son retratos en estudio, concentrados en el esmero técnico y plástico, donde el cuerpo de mujer vuelve a ser centro y motivo, sin otras pretensiones que la egolatría de la imagen en su valor estético. Son diáfanos ensayos de posturas humanas. Las poses dejan de ser las clásicas blecianas para convertirse en estudios de estr ucturas y movimientos, con enfática atención en la iluminación y la ausencia casi total de decoraciones y aditamentos. En tales obras no hay un estándar para las modelos, como sí sucedía con Blez Marcé; a muchas el encuadre le elimina el rostro, y aquellas que lo muestran, están evidentemente maquilladas y atildadas con prendas. Irrumpen, además, las tomas del cuerpo en sus detalles y se torna otra vez sobre la articulación publicitaria de la imagen. Este último rasgo no es una distinción privativa de Blez y Pegudo, es una manera de enfrentar la desnudez femenina muy propia de un período. Es una mirada que, persistente desde sus mismos orígenes, se mantuvo en la creación fotográf ica durante más de un siglo. Recordemos las postales llegadas de Europa en el siglo xix y las pequeñas impresiones publicitarias que comenzaron a hacerse en el país entrado el siglo xx. Luego, con esta misma noción, se trataron todas aquellas imágenes que poblaron las páginas de revistas, anunciando productos junto a féminas sensuales en su desnudez. Tanto en las postalitas publicitarias que algunas fábricas de cigarrillos y tabacos concebían para acompañar y hacer más efectiva la venta, (como la marca Trinidad y Hno., por ejemplo), y las impresiones de torsos desnudos en cajitas de fósforos, así como en los anuncios de cremas, pomadas, perfumes, bebidas, etc, el cuerpo de mujer era objeto, apoyatura visual, elemento f igurati vo propicio para la manipulación psicológica con atisbos mercantes, un instrumento perfecto para comunicar mensajes claros y precisos: el desnudo de mujer conquista y vende alígero. Lo que hasta algunos años atrás estuvo vedado, pasa a ser entonces imagen pública y mercadería. Otros pasos, el CFC A mediados de 1939 se instituye el Club Fotográf ico de Cuba (CFC) y en agosto del mismo año se celebra en La Habana el Primer Centenario de la Foto grafía, organizado y promovido por Raf ael Pegudo. Entre los fundadores del Club estaban Roberto Rodríguez Decall (quien fue líder de la asociación), Ángel de Moya, Joaquín Blez, el propio Rafael Pegudo y Felipe Atoy; luego se incorporaron Rogelio Moré, Tito Álvarez y Abelardo Rodríguez, entre otros. La generalidad de los creadores asociados al CFC adoptaron un estilo pictorialista, muy acorde con lo que estaba exponiéndose en el mundo fotog ráfico de v anguardia. Dicho estilo se distinguía por el virtuosismo y la presunción técnica, la exploración en las posibilidades del trabajo con la iluminación y, para algunos, la utilización del color, que por entonces ya venía adquiriendo prominencia. Sus principales objetivos eran los paisajes naturales, tanto en su amplitud como en sus partes; los retratos, prevaleciendo nuevamente los de estudio; algún que otro detalle arquitectónico, y por supuesto, el cuerpo humano. Admitido con significativa envergadura, el cuerpo se expresó desnudo, semidesnudo e inferido. En cuanto al desnudo, privó el femenino y su variante de retrato en estudio. Estos desvestidos de mujer fir mados por los miembros del Club, corroboran que la noción clásica del desnudo femenino se mantuvo durante lustros con la huella indiscutible del canon. Aunque hay que apuntar que se orientó por momentos, hacia otro tipo de perspectiva, como la modalidad de bustos y torsos. Sin embargo, el trabajo con el cuerpo semidesnudo presentó quizás una visión algo novedosa para el tiempo: la semidesnudez descarnada o el llamado en cueros, fotografiada en colectivo y con intención documental. Un ejemplo de ello lo muestra la serie de coristas francesas en colores realizada por Rodríguez Decall en 1955 , donde se capta vívido el ambiente cabaretero y el desenfado ostentado por el cuerpo femenino en dicha profesión. Por otro lado, el cuerpo inferido es otra de las visiones promulgadas dentro del asunto, pues en 1944 la obra “Bronce” de Felipe Atoy Vasconcelos fue Mención de Honor del Club Minicam (sucursal de venta de ar tículos fotográficos patrocinadora de certámenes), y no es más que la grafía de una mujer desnuda sobre un caballo, estática en su condición de escultura. Igual de ineludibles se hacen los trabajos con el cuerpo infantil (“Desnudito”, de 1948, realizado por la también miembro del Club, María T.O. Bourque), y los desnudos en exteriores que, a mi parecer, emergieron con los miembros del CFC. Detengámonos ahora unas líneas en un fotógrafo del Club que amerita evocación aparte: Roberto Rodríguez Decall, pues en él se resumen diversas directrices de trabajar el cuerpo, las cuales poseen el ineluctable mérito de la primicia. Decall abordó tanto el desnudo desde su faceta proverbial, como el semidesnudo realista y el desnudo en exteriores, porque al juzgar, su mirada pretendía explorar más al cuerpo que a la carne exclusi vamente. Así podemos apreciar retratos en estudio (tradicionales y perfectamente iluminados), tanto de cuerpo entero como sec- cionados por el busto, parciales o completos, sin aditamentos de fondo o escoltados por un cortinaje moderno, con el rostro visible o esquivado, deleitados en la minuciosidad del blanco y negro o en colores. También están las fotografías en exteriores y las obras con incipiente carácter ensayístico o documental, igualmente de cuerpos de mujer. Dentro de las primeras despuntan piezas tratadas con iluminación natural, y con escenarios tan antagónicos como un balcón o el dienteperro costero; y en la vertiente segunda, está la serie de retratos de las coristas europeas referidas en párrafos anteriores. En tal secuencia de imágenes, el ingenio de Rodríguez Decall implica al sentido de relajación y de vouyer dentro del acto creativo en sí, pues al hacer de la toma de la desnudez de las f igurantes, las cuales se retratan como ofrecidas al placer o a la profesión, un acto participativo y de disfrute, demarca y enfatiza la idea de la fotografía sobre el cuerpo como documento de lo real. Sin embargo, que con los creadores implicados en el CFC, a pesar del privilegio de las poses académicas en los retratos de estudio y la utilización raigal de un lenguaje técnico depurado, se desplaza el centralismo y la terminología de desnudo hacia la de cuerpo. Pues a pesar del esteticismo innato de sus imágenes, ya se perf ilan obras donde la mujer desnuda como texto, no está únicamente concebida para deleitar el sentido de la visión. Aunque éstas continúan con la línea un tanto glamorosa del estilo decimonónico, no se limitan a ella. El Club Fotográf ico de Cuba languidece hacia principios de 1962 . Roberto Rodríguez Decall. S/T (década del cincuenta) Nuevos rumbos Ya avanzada la República asoman las creaciones de Constantino Arias Miranda, el magistral fotorreportero de los años prerrevolucionarios. Fue el fotógrafo de la época, que sin plegarse a la conciencia de la construcción de la historia cubana, documentó medulares acciones revolucionarias en la capital. Sin contar además, que registró con su cámara “lambiona” el boato de la burguesía y la ordinaria vida nocturna habanera de los años cuarenta y cincuenta. Este colaborador asiduo de Bohemia, más que detenerse en retratar cuerpos en poses, exacerbó la visión del cuerpo colectivo, la masa, el cuer po ciudad, o el cuerpo social como testimonio de la historia. Sólo se advierte Revolución y Cultura Joaquín Blez. S/T (c.a 1920) Revolución y Cultura 34 su mirada intuitiva sobre el cuerpo humano autónomo y desnudo en la magníf ica serie Hotel Nacional, fechada en 1951, la cual contiene una secuencia de siete imágenes de una escultórica mujer ofrecida en su impudicia. “Leda frente al espejo” es la más difundida de ellas y muestra lo que pudiéramos denominar un tránsito entre la noción estética de los creadores del Club Fotográf ico y los presupuestos de lo moderno o lo que simplemente vino después (en los años sesenta). Dentro de su registro de la nocturnidad, el lente de Arias también capturó la semidesnudez de la carne en una serie de imágenes sobre coristas en escena, con igual sentido de reportaje o manif iesto. En las décadas del sesenta y setenta se produce un gran cambio en la vida socio cultural del país. Como consecuencia del triunfo revolucionario en 1959 y de la posterior efervescencia políticosocial, la fotografía da un giro radical: de la primacía de la imagen en estudio hacia la foto atrapada en la calle, en el instante ideal. La fotografía retorna entonces a sus cualidades originarias: irrefutable documento de lo real. Sobreviene entonces un desplazamiento de la estética del CFC; es decir, se pasa de una estética de congregación y enfrentamiento de miradas y resultados formales, a una estética del impacto y la funcionalidad. Son los años del prodigio fotorreportaje. La fotografía se convierte en un ar ma de la Revolución, por lo que nacen las grandes serie épicas donde el contrapunteo del vacío y el aglutinamiento dentro de un mismo discurso visual se vuelve típicos en la conf iguración. Por lo tanto, la representación del cuerpo social, del cuerpo de la nación, o del cuerpo colectivizado se preconiza dentro de la imagen g ráf ica. Y la mirada sobre el cuerpo independiente y desnudo queda categóricamente relegada. Prevaleció una vasta acogida de exposiciones fotográficas, así como una generosa participación de la fotografía en salones de artes plásticas en la capital cubana (por ejemplo, en el Salón de Mayo de 1968, efectuado en el Pabellón Cuba y en el Salón 70 en el Museo Nacio- nal de Bellas Ar tes). Además, comienzan a celebrarse a partir de 1971 los Salones Nacionales de Fotografía 26 de Julio, dedicados íntegramente a la exaltación del fotoperiodismo. Y unos años más tarde, a la par de exposiciones, el reconocimiento: en 1976, se crea la Sección de Fotorreporteros de la UPEC y la Sección de Fotografía de la UNEAC, y en el año 1978 surge la Sección de Fotografía de la Brigada Hermanos Saíz. Sin embargo, en cuanto al cuerpo develado por la cámara, son exiguas las referencias de imágenes y creadores que existen. De haber sido tratado el cuerpo como fundamento o en sus fracciones, con inclinación hacia la estética contemplativa, como gestor de connotaciones ontológicas o como simple apoyatura de la imagen en su totalidad, lo cier to es que esperó imperturbable en archivos personales por dos décadas antes de volver a la palestra expositiva. De estos años, y de mi búsqueda ansiosa, sólo conservo la imagen de un torso desnudo de mujer colgante de un cuadro en un tercer plano y la oralidad descriptiva de otro torso semidesnudo atravesado en su diagonal por un arma de fuego. Una es “El sueño” de Raúl Corrales, donde la pintura de una fémina con los pechos al descubierto que gravita sobre un miliciano dormido, deviene punto neurálgico de la composición. Y otra es “La vida y la muerte” de Korda, más reconocida en el escenario fotográf ico como “la miliciana de Korda”, obra extraviada en el tiempo y censurada en su momento. Y es Alberto Díaz Gutiérrez (Korda), el creador que, a pesar de haberse convertido en nombre insigne dentro de la fotografía documental cubana, dedicó una línea de su trabajo al cuerpo. Si bien no lo asumió de manera extensiva, como plato fuerte de su poética visual, sí lo llevó con cierta constancia desde sus mismos comienzos como fotógrafo hasta entrada la década del noventa. En 1954 Korda realiza su primer trabajo con el cuerpo femenino, signado por la histórica actitud admiradora de la desnudez; postura que se mantuvo en su quehacer hasta en una de sus últimas obras sobre el tema (“Musa de luz y sombras” fechada entre 1989 y 1990 ). Establecido en 1956 fotógrafo comercial y publicitario, Korda en 1959, a raíz del triunfo revolucionario, pasa a trabajar como fotorreportero del periódico Revolución. Pero tanto en su proyección publicitaria como en la reporteril, los ojos que captaban la armonía y pasividad del cuerpo en pose, lo hicieron siempre con la belleza como f iltro. Hacia f inales de los años cincuenta e inicios de los sesenta, Korda ocupó una sección de fotografía publicitaria, en la cual aparecían desnudos por supuesto, en la revista Carteles. En “Cine Bellezas”, nombre de la sección, se publicaron imágenes de actrices y modelos semidesnudas, con notable afán propagandista. Los desnudos apresados en la sujeción del gesto, eran regodeados por un gusto innato en la creación, por una mirada objetual que calif icaba al cuerpo femenino como “una obra magistral de la naturaleza”. Eran retratos siempre tomados con la luz natural. La resurrección Con la década del ochenta el asunto toma otro cauce. La libertad en la manera de asumir el cuerpo como material utilizable para el arte fotográfico, unido a una explosión de miras y enfoques sobre el mismo, permiten categorizar, deslindar y hasta antologar el tratamiento del cuerpo como una de las temáticas más arraigadas y trabajadas en las artes visuales cubanas de los últimos quince años del siglo xx. Suceso que no se dio aislado, pues un vistazo a los comienzos de la década, revela que el contexto y las circunstancias fueron determinantes. Sondeando el panorama de la primera mitad, nos topamos con la presentación ideal del terreno para el supuesto auge del género. Recordemos que a partir de 1981 se produce para la fotografía artística un relajamiento del rigor temático, emergen las propuestas de los discursos femeninos (Marta María Pérez como precursora y posterior modelo icono gráfico) y aflora una prolífera apertura de sitios para exponer este tipo de trabajo donde el cuerpo aparece desnudo y como tema (tal fue el Salón Paisaje de 1982, con la serie de Juan José Vidal, y la inclusión en el circuito galerístico habanero, el lobby del Cine Charles Chaplin). De igual modo, se hace laudable el apo yo institucional: en 1981 la Casa de las Américas establece el Premio de Fotografía Contemporánea Latinoamericana y del Caribe; en 1982, el Ministerio de Cultura de Cuba instituye el Premio de Fotografía Cubana; y ese mismo año, se crea la Fototeca de Cuba, donde la labor de María Eugenia Haya (Marucha) como primera directora de dicha institución, ofrece gran incentivo a la manifestación. Asimismo, el Museo Nacional de Bellas Ar tes efectúa la primera Exposición Retrospectiva La Foto grafía en Cuba, en la cual se le concede un espacio al desnudo, al incluir obras de Joaquín Blez. Ya a partir de la se gunda mitad de los ochenta, el asunto cuerpo emerge con fuerza arrasadora, no solo por las creaciones en sí, sino también por las atenciones sobre el mismo. En estos tiempos f iniseculares se produce una mayor deferencia por parte de las publicaciones periódicas culturales hacia la fotografía cubana (en particular, Revolución y Cultura), se crea el Salón de Ar te Erótico en 1999 y el Salón de Fotografía sobre el Cuerpo Humano (NUDI) en 1996, gestado éste último por el Consejo Nacional de las Artes Plásticas. Aparece entonces la denominada por el crítico Juan Antonio Molina Nueva Generación de Fotógrafos Cubanos (liderada por Martha María Pérez y Juan Carlos Alom) y el cuerpo invierte su concepto y asimilación hacia una subversión total. Es el momento en que el cuerpo abandona su estatus de inamovilidad ilustrativa y se torna pretexto. Renace como impulso de disímiles aproximaciones del lente a cuestiones no documentales. Hacia mediados de la década, se dan a conocer obras donde la necesidad de ruptura y rebeldía estaba latente desde su sentido más elemental. La experimentación desmedida con la imagen y el soporte, los mensajes de carácter ontológico e intención lúdrica, la ascendencia de imágenes polisígnicas y el estrenado discurso autorreferencial, determinan la propensión ochentiana en la fotografía corporal. ¿Nombres substanciales? Pues hacia f inales de la etapa están las series de desnudos femeninos, desnudos en pareja, cuerpos en fracciones y metafóricos, desnudos colectivos con la inclusión de la autoimagen, del matancero Carlos Vega (Carlucho), las obras de poses clásicas egipcias de Jorge Macías y los autodesnudos de Adalber to Roque. En los noventa el esplendor del tema es desmedido: hay muchos hacedores y mucha obra. La experimentación heredada de la anterior década continúa sin reparos y la recreación de conceptos clásicos se hace cotidiano. Lo cierto es que, a pesar de la mutación incesante, hay formas de hacer que identif ican una etapa y creadores que la sustentan. La manipulación consciente de la imagen, la validez del cuerpo como productor de sentido, la irreverencia del discurso, la hermeticidad de los mensajes, la fusión de elementos corporales sin límites, la disonancia conceptual, la aleación de los géneros, la pluralidad de las miradas y sus expresiones, son ciertas maneras que personalizan la contemporaneidad. Se mantienen las propuestas, proseguidas y maduras, de Juan Carlos Alom y Martha María Pérez, despuntan las poéticas de Roberto Salas, Julio Bello, Pedro Abascal, Víctor Paneque, el matancero Abigail González, Cirenaica Moreira, René Peña, Eduardo Hernández y Alain Pino, entre otros. Pero el despliegue del contexto y sus discursos narcisistas es materia para otro texto. Este texto es parte de una investigación mayor devenida proyecto de Tesis de Maestría. * 35 Revolución y Cultura (1840 LA SEDUCCIÓN DEL INSTANTE UN SIGLO Y ME Nahela Hechavarría Pouymiró. Nahela Hechavarría Pouymiró. Licenciada en Historia del Arte. Especialista en Artes Visuales de la Casa de las Américas. Revolución y Cultura 36 Nahela Hechavarría Pouymiró esde su aparición, la fotografía ha sido objeto de las reacciones más disímiles: hubo quienes la asumieron como medio valioso e indispensable que influyó decisivamente en la nueva relación del hombre con el mundo; y hubo los que negaron, o al menos menospreciaron, sus posibilidades como discurso artístico autónomo, e incluso, su pertenencia a los predios del arte. Con el desarrollo del fotoperiodismo internacional, parecía que la fotografía había encontrado su espacio por excelencia. Sin embargo, los fotógrafos artistas probaron que sus obras no solo debían incluirse en las planas de las publicaciones, sino también en las redes expositivas del circuito del arte. La fotografía, al conservar lo perecedero en la memoria colectiva y referirse a algo que pasó en la realidad concreta, con un tiempo y un espacio propios, pone de manif iesto su cualidad documental, de ahí que pueda usarse como fuente cognoscitiva. En Cuba, desde su llegada a inicios de la década de 1840, la fotografía tuvo un amplio desarrollo a través de un considerable número de creadores. La capacidad para aprehender la realidad que posee, en tanto testimonio, constituyó una de las líneas más arraigadas en los distintos períodos históricos de nuestro país. La aristocracia criolla de mediados del siglo xix , en franca ascendencia y deseosa de perpetuar su posición social, adopta la nueva técnica –mucho más rápida, económica y de similares resultados que la pintura a los efectos del realismo– legándonos una vasta colección de retratos entre los que destacan los realizados por José López Molina, quien dio a conocer figuras impor tantes de las letras cubanas de esos años. La importancia que adquieren los estudios fotográf icos por esos años determina su proliferación a todo lo largo del país, dado que democratizaron la tendencia a la representación antes privativa de la clase pudiente nacional. Entre los más valiosos sobresale, por la colección que llegó a atesorar, el estudio Martínez-Illá en la zona central de la isla. El estudio Martínez-Otero, como se le conoció después, logró captar, además de las diferencias y particularidades de las capas sociales, la vida de las comunidades y los pueblos de esa zona, al moverse continuamente para documentar modos de vida, tipologías constructivas, fiestas y eventos sociales. La fotografía dio muestras de su capacidad testimonial, cuando el 8 de agosto de 1863 se tomara la primera foto de un acto público of icial con motivo de la demolición de la Muralla de La Habana que, aunque no pudo reproducirse en la prensa, permitir que se realizara un dibujo a partir de ella. La ceremonia, que contó con la presencia del gobernador de la Isla, Domingo Dulce Garay, apunta ya la posibilidad de la utilización de la fotografía como medio ef icaz de apresar la historia. A ella también se acudió décadas después, concretamente en 1902, cuando se izó la bandera y se proclamó la República. No es de extrañar entonces que estuviese presente la fotografía en una de las contiendas bélicas más M E D I O D E F OTO G R A F Í A D O C U M E N T A L E N C U B A 1990) De izquierda a derecha: Constantino Arias. El manco (pareja de turistas),1950; María Eugenia Haya. De la serie «En el Liceo» La Habana, 1981; Alfredo Sarabia. S/T (1988); importantes de nuestra historia: la Guerra de los Diez Años ( 1868-1878). Aunque no recogiera verídicamente el fragor de las batallas –muchas de las tomas en combate o acampadas recurren a la pose de estudio–, y se obviara una representación dramática del suceso –recuérdese al efecto las fotos tomadas poco antes por Roger Fenton en Crimea–; la edición de dos álbumes: Álbum histórico fotográfico de la guerra de Cuba desde su principio hasta el reinado de Amadeo I, con fotografías de Leopoldo Varela y Solís en 1870, y La Paz en Cuba ( 1878) con imágenes de Elías Ibáñez, constituyen ejemplos del interés documental que va adquiriendo la fotografía para sus cultivadores. Si bien es cierto que estas imágenes carecen por completo del dina- mismo que toda guerra lleva consigo –todavía estaban lejos los adelantos tecnológicos que dieran una mayor movilidad al fotógrafo–, más allá de una visión artística del evento, lo signif icativo es su valor como documento histórico, sobre todo en el segundo caso que, a la par que registra la propuesta pacif icadora del general Arsenio Martínez Campos, testimonia la crítica situación de un país arrasado tras una década de enfrentamientos. Pero no se lo gra una expansión de la fotografía en el país, en tanto circulación de la imagen, hasta 1881, cuando Alfredo Pereira Taveira establece el primer taller de fotograbado que permitiría reproducir la foto e insertarla en la prensa. Desde ese momento, los sucesos trascendentales a nivel nacional son plasmados por una pléyade de fotógrafos que comienzan a colaborar en distintas publicaciones: La Habana Elegante, El Hogar y El Fígaro, entre otras. El uso generalizado de la fotografía en la prensa cubana se alcanza a inicios de la década de 1890. Entre los fotorreporteros más destacados de esta etapa encontramos a José Gómez de la Carrera, quien en 1893 inicia su labor en El Fígaro realizando di versos reportajes, fundamentalmente retratos, vistas nocturnas, fotos de arquitectura y, más tarde, sobre la guerra. En 1895 los cubanos se lanzan nuevamente a la lucha por la independencia. Otero y Colominas – dos fotorreporteros de la época– realizan las primeras fotografías del general Callejas junto a su Estado Mayor y otros no- tables españoles. Son solemnes retratos colectivos en cuya frontalidad se resume la intención histórico-trascendente de sus protagonistas. Según apuntara Enrique de la Uz en “Crónica tardía sobre la fotografía cubana”, el Ejército Libertador, con muy pocos recursos y gran movilidad, no podía sufragar la presencia de un fotógrafo, de ahí que la mayoría de las imágenes sobre la guerra correspondieran a la parte española, y fuesen realizadas fundamentalmente por fotógrafos de provincias, con ver tidos por necesidad en corresponsales de guerra. La sustitución del general Martínez Campos por Valeriano Weyler y la aplicación inmediata de su medida, la reconcentración de campesinos en las poblaciones (1896-97 ), ayudó a conformar en Estados Constantino Arias. Ama de casa-Marianao, La Habana, 1952; Alfredo Sarabia. S/T (1988); Liborio Noval. Pueblo con tanques, La Habana, 2-enero1962; Liborio Noval. Che en un acto en la CTC (1964); J. A. Figueroa. Avenida Carlos III, La Habana, 1988 37 Revolución y Cultura Unidos un estado de opinión respecto a la situación cubana. Las innumerables fotos que se hicieron de este hecho, por autores anónimos, constituyen un documento de una impresionante fuerza visual que fue utilizado como propaganda política en la vecina nación del norte. La censura que bajo el mandato del nuevo Capitán General Weyler se ejerció sobre los fotógrafos –ya no bienvenidos a la campaña como otrora–, provocó la casi desaparición de la información fotográf ica sobre este tema en la prensa. El criterio de verdad que el público confería a la fotografía –todavía no concientemente–, en tanto reflejo de lo real, era un riesgo demasiado evidente que el alto mando español no pretendía cor rer. La circulación de este tipo de fotografía en la prensa nacional fue casi nula. Con estas fotos documentales se inicia lo que John Mraz ha dado en llamar realismo crítico1 en la fotografía cubana. Finalizada la guerra, la euforia y admiración del pueblo por sus héroes, pese a la amenazante presencia de los interventores norteamericanos, hace que proliferen retratos colectivos de los of iciales mambises, fácilmente reconocibles por la hamaca, el improvisado campamento o su vestuario modesto. Muchos soldados compartieron su porción de inmortalidad cuando la fotografía les devolvió su imagen heroica como prueba veraz de su arrojo y resolución. El retorno de las tropas y los of iciales españoles a su patria será también apresado por el lente de los fotorreporteros. Se iniciaba un nuevo período en la histoRevolución y Cultura 38 ria cubana. El advenimiento del siglo xx prometía cambios signif icativos. En la República, proclamada el 20 de mayo de 1902, el fotoperiodismo se irá af ianzando en los primeros treinta años y alcanzará un punto climático durante la lucha contra Machado, en la que se producirá una radicalización por parte de algunas publicaciones que venían trabajando el tema sociopolítico. Imbuida del espíritu nacionalista que permeó toda la década de 1920, se genera una fotografía de búsqueda en lo social que sería desarrollada, primeramente, por las revistas Carteles y Social, y luego por Bohemia, destacándose fotorreporteros como Generoso Funcasta, Rafael Pegudo, Molina y Domenech, que documentan los más importantes de la época: huelgas obrero-estudiantiles, crímenes cometidos por el gobierno, retratos de la burguesía en los hipódromos, entre otros. La plástica de esos años, por su parte, se caracterizó por una puesta al día con los lenguajes de vanguardia, dado que varios de sus protagonistas realizaron el consabido viaje a la capital francesa. A su regreso, propiciaron un cambio de doble propósito: la renovación de la pintura y la interpretación, el redescubrimiento del país y su realidad. Víctor Manuel, Arístides Fernández, Antonio Gattorno, Carlos Enríquez, Marcelo Pogolotti, entre otros, llevarán a cabo la ruptura que abriría el camino a una segunda promoción mucho más pujante en cuanto a la innovación formal, a la que per tenecen Amelia Peláez, Mariano Rodríguez, René Portocarrero, Wifredo Lam y Roberto Diago. Asimismo, la crítica social encontró en la f igura de El Bobo de Abela una inteligente expresión, sobre todo por su presencia constante y probabilidad de recepción por un público más heterogéneo como el consumidor de los medios de prensa. La experiencia cinematográfica, que para los años treinta formaba parte de la vida cultural del país, condicionó un gusto visual diferente en el público, quien, más entrenado en la consecución de imágenes lución del 30 y los sucesivos gobiernos que tuvieron lug ar, ag ravaron la ya crítica situación del país provocando enfrentamientos tanto la Revolución. ii El año 1959 marcaría un punto-ruptura de trascendencia no solo nacional sino universal. La Revolución Triunfante señalaría un antes y un después. La fotografía no escapó a este influjo. El cambio no concierne sólo a los temas tratados, abarca igualmente lo formal. Maria E. Haya se- vivas, en movimiento, exige a la foto f ija captar la dinámica de la vida moderna. Se produce entonces una transición hacia la llamada fotografía live que ponderaba la aprehensión del instante decisivo, vital. En la segunda mitad del período neocolonial –décadas del cuarenta y cin cuenta– las contradicciones sociales alcanzan un nivel superior. La frustración de la llamada Revo- ñaló algunos rasgos de esta transformación: la utilización de cámaras de pequeño formato ( 35 mm), acorde con la necesidad de un rápido desplazamiento por parte del fotógrafo, y la diáfana luz natural en sustitución del flash. Por otro lado, se impuso como norma el rechazo manif iesto a la manipulación tecnológica o la distorsión del referente, en aras de testimoniar la realidad. Asimis- mo, se puede observar un cuidado en la impresión, dirigida a trabajar en la gama de los grises, bajo el fuerte influjo de la experiencia en publicitarias de algunos de los fotógrafos. Los que venían trabajando anteriormente vinculados de algún modo a la prensa, Corrales, Er nesto Fernández, Tabío y los recién llegados Osvaldo y Roberto Salas; o en diversas ramas como la publicidad, Mario Fer rer, Liborio Noval (Publicitaria Siboney), Alberto Díaz y Luis Pierce Byers fos en un mismo período. Aunque comienzan a trabajar en una determinada década, su obra mayor a veces pertenece al decenio siguiente, lo que permite trazar un hilo conductor tanto entre éstos y sus predecesores, todavía en activo, como en las distintas maneras de enfrentar la creación por ambos. Cuba y Revolución dieron un impulso decisivo a la imagen fotográf ica como medio ef icaz de comunicación y transmisión de ideologías. Nunca antes se (Estudios Korda); conforman una generación con un discurso ya sólido al inicio de la Revolución. Nucleados alrededor de dos publicaciones claves del período: la revista Cuba (primero INRA y luego Cuba Internacional) y el periódico Revolución, asumieron el desafío de crear una iconografía auténticamente revolucionaria para la que bebieron de la abundante savia destilada por sus héroes, el pueblo y el proceso revolucionario que se iniciaba. Algo característico de la fotografía cubana es la coincidencia de distintas generaciones de fotógra- había logrado una utilización de la fotografía, o más bien del reportaje fotográfico, como ejercicio discursivo autónomo, muchas veces sin necesidad de un texto explicativo. Cuba , que por su carácter mensual permitía una mayor libertad al fotógrafo para concretar sus ideas sobre el reportaje, marchó a la cabeza con una propuesta de avanzada. La imagen, a diferencia del fotoperiodismo precedente, ocupó un lugar privilegiado, abundaban la impresión a página completa dialogando con una gráf ica vanguardista, en tanto diseño, que transformó el concepto de revista ilustrada anterior a la Revolución. Para el nuevo gobierno, los medios informativos cobran una importancia capital: la televisión, el cine, la prensa, y con ellas la fotografía, obtienen un reconocimiento social determinante. Es posible reconocer rápidamente la fotografía de esta etapa por la recurrencia a la f igura del líder, personificado en Fidel, el Ché o Camilo y de la cual la foto Guerrillero Heroico es paradigmática. Por otra parte, esta fotografía también girará su atención hacia nuevos protagonistas: los estudiantes en la Campaña de Alfabetización, los campesinos, las concentraciones populares, las movilizaciones cuando Girón, la lucha contra bandidos, realizadas por los mismos autores y publicadas en reportajes en la revista INRA inicialmente y Cuba después. El carácter épico atribuido a la fotografía de esta etapa –enunciado por María Eugenia Haya en su excelente trabajo “Apuntes para una historia de la fotografía en Cuba”–, radicaría, más bien, en el momento histórico que ésta plasmó y en el sentimiento popular que generó la Revolución como proceso. Sentimiento también del que fueron concientemente partícipes los fotógrafos y bajo cuyo influjo podría incluirse la obra de corte militante que realizara Servando Cabrera Moreno desde los tempranos sesenta. La vanguardia artística de esos años mantenía esta filiación sentimental, humana, con el proceso revolucionario, lo cual no significa que no hubiese enfrentamientos, sobre todo en cuanto a la libertad de expresión y a la no mo- nopolización de una única corriente artística como “deber ser” del arte. Entender esta dicotomía permite aquilatar los encuentros y desencuentros que tuvieron lugar, en el momento, entre la práctica artística y el discurso político-cultural. Si otras manifestaciones como la pintura sufrieron el embate de estrechas concepciones acerca de la creatividad artística, la fotografía desde un inicio entendida como la “imagen” de la Revolución, no tendrá mayores problemas para circular socialmente, sobre todo la de corte documental, que priorizaba las temáticas señaladas a través de los medios informativos y g ráf icos en general. Además de la circulación de estos tópicos,3 se realizaron reportajes que no presentaban los grandes logros de la revolución, sino que, desde el punto de vista sociocultural, atendían temas concernientes a costumbres populares: los carnavales, la pesca, la revalorización de la cultura de antecedente africano que se dio por estos años o sobre zonas que tipifican las ciudades, el malecón, La Rampa. Usualmente se presenta la fotografía cubana después de 1959 dividida en décadas o generaciones tratando de diferenciarlas entre sí, pese a que el material fotográf ico de los archivos personales se resiste a ser encasillado. Sin dudas, las primeras dos décadas de la Revolución en fotografía mantienen un vínculo en cierto modo temático. A fines de los sesenta emerge una segunda generación que se incorpora al trabajo en la prensa, entre los que destacan Iván Cañas, Enrique de la Uz, Rigoberto 39 Revolución y Cultura Romero, José A. F igueroa, Mario García Joya y Ramón Grandal. La af inidad con sus antecesores les permitirá hurgar en zonas de lo social desde una perspectiva cultural, sin dejar de lado los imperativos de la práctica periodística. Se ha reiterado la idea de que en una primera etapa fue privilegiado como tema el testimonio gráf ico de los líderes y héroes gestores del proceso, y que en la década de 1970 se desplazó el eje de atención hacia el hombre trabajador, el héroe cotidiano. Marcar tan categóricamente estos límites impide ver que la orientación hacia lo popular de la fotografía cubana revolucionaria, se advierte desde inicios de la década de 1960 . Si los cañeros co-mo tema se potencian tras la histórica zafra del 70 –la serie Con sudor de millonario de Rigoberto Romero y la exposición de fotografía en el Salón 70 convocado por el Museo Nacional de Bellas Ar tes, son ejemplos de ello–, desde mediados de la década anterior ya habían sido presentados en reportajes de Cuba las movilizaciones y trabajos voluntarios que, aunque tenían en ocasiones como centro la participación de los líderes, recogían la labor de múltiples brigadas cañeras. También se registró a las nuevas generaciones en su trabajo de las escuelas al campo y la labor de los mineros. Es cier to que la figura del líder en los años setenta casi desaparece, pero la captación del hombre común como partícipe del proceso social está presente en reportajes de Cuba desde 1963 y no es privativo de la producción de los setenta. Aunque se haya privilegiado un producto con objetivos propagandísticos Revolución y Cultura 40 bien def inidos –sin que por ello se estuviera violando el concepto de lo real, como es sabido la realidad es múltiple en sus formas–, la fotografía cubana de estas dos primeras décadas mantuvo su atención en el hombre y su circunstancia inmediata, su desempeño social. Ahora bien, en los setenta aunque formalmente se sigue utilizando la cámara de pequeño formato y la luz natural, se generaliza el uso del ángulo ancho –por la influencia del trabajo del fotógrafo suizo Luc Chessex en nuestro país– que distorsiona la perspectiva al trabajar sobre la gente y permite una mayor acumulación de signos en la composición, en aras de captar el “ambiente”. Por otro lado, es una fotografía trabajada en altos contrastes lograda por un mayor tiempo de exposición, lo que muchos llaman “quemar la foto”. La transición hacia un decir mucho más personal, en tanto que imbrica la experiencia individual –diríamos la memoria– de cada creador, irá orientando lentamente el discurso hacia visiones que, si todavía se apoyan en lo cotidiano popular, examinan también el concepto de identidad. Comienza a ser explorada la posición del fotógrafo no ya como participante del proceso social colectivo al que pertenece, sino como sujeto portador de una carga cultural que desborda el marco político y se abre a otras interrogantes. La fotografía de la década de 1980 magnif icará esta actitud, se trata de “leer” el presente desde el hombre, visto en su intimidad y singularidad. Importantes cambios en la esfera político-administra- tiva de la nación, a mediados de los años setenta, influirán decisivamente en el desarrollo artístico posterior. Con la institucionalización del país en 1975 y la creación del Ministerio de Cultura en 1976, integrado por una serie de dependencias o entidades concebidas para la aplicación de la nueva política cultural, asistimos al inicio de otra etapa en la que tendrán lugar modif icaciones importantes, sobre todo en la esfera de las artes plásticas. década de 1980, al menos no con la misma fuerza, conformaron un clima propicio al intercambio entre creadores y su reconocimiento como artistas indiscutibles. El Primer Coloquio Latinoamericano de Fotog rafía, efectuado en México en 1978, marcó un punto signif icativo para la fotografía cubana. Se dice que fue el evento que lanzó no solo a la producción del patio, sino también a la latinoamericana al reconocimiento mundial. Es cierto Los fotógrafos, hasta ese entonces nucleados por la UPEC, comienzan a ser reconocidos por instituciones culturales como el MINCULT, la UNEAC, la Asociación Hermanos Saíz, que crean secciones de fotografía donde los creadores se congregan para debatir sus trabajos y compartir ideas. Si bien estas iniciativas no se mantuvieron hasta más allá de la que culminado el coloquio se promueve una mayor cantidad de exposiciones foto gráf icas, muchas desde una perspectiva latinoamericanista, en la que la propuesta cubana logra insertarse muy bien. Sin embargo, nuestra fotografía había circulado en la escena internacional a través de las Jornadas de Solidaridad con Cuba en muchos países, más como propaganda que como discurso autoral, pero conocida igualmente. Sí es acer tado decir, como señala Cristina Vives, que en este coloquio se utilizó la fotografía –gran parte del material presentado, concebido con anterioridad– con un discurso estructurado como ejercicio crítico sobre la realidad: el ensa yo fotográf ico. Esta concepción podría tener un antecedente en el trabajo de mesa, previo a la selección de imágenes para el fotorreportaje, en felices coloquio. María E. Haya (Marucha) y Mario García Joya (Mayito), se dan a la tarea de recuperar el caudal disperso de información que, aún hoy, existe sobre la fotografía cubana, legándonos los primeros estudios historiográf icos de gran valía para investigaciones posteriores. Su trabajo, además, se propuso lograr una mayor promoción de la fotografía cubana en espacios expositivos, fundamentalmente a través de su acción como curadores en la Fototeca de en cuanto a la def inición de la fotografía propiamente dicha y sus límites como manifestación. iii Un estudio sobre el acontecer plástico contemporáneo en nuestro país comporta ineludiblemente la referencia a la fuerte impronta que signif icó la emergencia de la llamada “generación de los ochenta”, para quienes la antológica exposición Volumen i (1981) fue el preámbulo de los cambios que emprenderían. experiencias llevadas a cabo en Cuba durante los primeros años. A partir de este momento, los creadores se inclinarán cada vez más por este tipo de práctica que abre posibilidades discursivas hasta ese momento no explotadas. Años después, el Premio Casa de las Américas de Ensa yo Foto gráfico af ianzará este camino como medio eficaz de expresión. Otro elemento que coadyuva a la inclusión de la fotografía en los predios artísticos es el interés que comienzan a mostrar investigadores en el tema, concretamente a partir del Cuba, fundada en noviembre de 1986. Estas condicionantes servirán de soporte al fuerte movimiento fotog ráf ico que se da en el país en los años sucesivos. Con la diferencia de que en este nuevo período se producirá una ramif icación acentuada dentro de la práctica fotográf ica que tiene que ver directamente con la manipulación expresa o no de lo fotog raf iado y del material fotográf ico en sí. Asistimos a un cambio de concepto que influirá de manera inevitable en el quehacer de muchos fotógrafos provocando un giro Como se sabe, la poderosa promoción de creadores surgida de esta coyuntura dinamitó los cimientos fundamentales de la práctica artística en el país, al centrar su atención en la operatividad de un arte que, en tanto instrumento cognoscitivo, perseguía una transformación de la sociedad desde una perspectiva crítica, anclada en posturas ético-valorativas que fueron ganando en conciencia con el decursar de la década. Sin embargo, no pueden obviarse determinadas circunstancias que concursaron a favor de este flore- cimiento. En medio de un contexto sociopolítico tendiente a la permisibilidad (dada la favorable situación económica imperante y los aires renovadores que el conocido Proceso de Rectificación de Er rores y Tendencias Negativas trajo consigo), la Institución Ar te vio enriquecida su esfera de acción tanto desde el punto de vista pedagógico como promocional; lo que redundó en beneficio para la apertura temático-formal que se produjo en las artes plásticas en esta época. La inclinación de muchos artistas a hurgar en zonas marginadas por el discurso of icial en décadas precedentes, facilitó la pluralidad de tópicos que van desde la relación con lo popular, el kitsch, la revisión del concepto de identidad, la religión, la historia, la política –incluyendo la cultural– y el sexo, hasta la función del arte en una sociedad como la nuestra. La hibridez formal a través de la integración de técnicas y manifestaciones diversas, protagonizó el cambio de la visualidad en el arte cubano contemporáneo y puso de relieve la precariedad de nociones como originalidad, autoría individual y perdurabilidad del objeto artístico. La asunción de prácticas artísticas como happenings o performances señalaron el camino hacia otra forma de hacer y entender el arte, visto como transitorio, inacabado. La fotografía, por su parte, no marchó, salvo algunas excepciones, a la par de esta revolución plástica, en el sentido de renovación constante del lenguaje artístico. Si bien en la década de 1970 sirvió de base sobre la que se erigió un fuerte movimiento pictórico – 41 Revolución y Cultura Fotor realismo–, en el decenio inmediato se mantuvo a la saga respecto a las propuestas artísticas de esos años. Lo que podría deberse a varias razones objetivas. El hecho de que la enseñanza de la fotografía no alcanza a ser ubicada, como el resto de las artes plásticas, dentro de los estudios superiores de arte influye en el retardo que, a veces, acusa respecto a otras manifestaciones. No existe una escuela de fotografía en Cuba; aun cuando se imparten cursos un poco espontáneamente por los creadores, la formación deviene, por lo general, autodidacta. La preparación culturológica que recibió la nueva generación de artistas durante sus estudios en el ISA, sin duda influyó en este desfasaje conceptual que acusó la fotografía, al carecer de una perspectiva teórica. A su vez, el apego a la vertiente directa, contraria a la manipulación, y el hecho de que la fotografía por espacio de más de veinte años fuera considerada imagen de la Revolución –seguida muy de cerca por instancias extrartísticas–, determinó su retraso en cuanto a experimentación se ref iere. De ahí que la renovación principal v enga precisamente de la mano de artistas plásticos por lo general egresados del ISA. La fotografía documental entra entonces en un período de transición, sobre todo a inicios de los ochenta en el que pudiera hablarse de cierta uniformidad en el lenguaje fotog ráf ico que llega incluso al plano temático. Heredera de la línea que dirige su atención sobre el hombre, entronizada años antes, la mirada comienza a indagar Revolución y Cultura 42 lo real pero más desde el interés del creador. Es signif icativo cómo algunos de los fotógrafos de la década –Luis M. Fernández “Pirole”, José A. Figueroa y Ramón Martínez Grandal–, fogueados en el fotoperiodismo de los años setenta, cuentan al arribar el nuevo decenio con una larga experiencia como fotógrafos. En lo referente a la circulación de sus producciones, fuera del marco periodístico y de los salones convocados por la UPEC, comienzan a am- ratifica la idea de continuidad que se establece en el límite de ambos decenios. Sin embargo, el análisis casuístico permite que reparemos en notas disonantes dentro de la pretendida homogeneidad con que se ha acuñado la producción fotográfica de estos años. Es importante señalar que el uso de las series y el ensayo fotográf ico como discurso estructurado comienza a apuntar, en ocasiones, a zonas de lo social y lo simbólico poco tratadas anteriormente. Ahí está la hombre común y su espacio inmediato o el kistch. Son de Cuba , serie de Mario Díaz Leyva, toma a la vieja tro va santiaguera como centro de su discurso. Conjunto de retratos en los que asoma cierto estatismo, presenta a los personajes serenos, como de vuelta de todo, diríase resignados ante el olvido y la indiferencia de la que son objeto. O por el contrario, están aquellos que habitan la serie En el liceo de María Eugenia Haya, para los que la tradición pliar su radio de acción al concretarse exposiciones personales, infrecuentes años atrás. La revista Revolución y Cultura será un espacio importante en este sentido de divulgación para muchos de los fotógrafos del período. Desde fines de los setenta se crea una sección titulada “La Foto Cubana” en la que se publicaban series y ensayos fotográf icos de diversos autores. Cada número de la revista a partir de este momento y durante la década de 1980 incluyó a la fotografía en auténticos artículos con reflexiones acerca de ella. Lo cual ciudad a través del cementerio como espacio urbanizado atemporal, repleto de signos inexplorados, y el tratamiento consiguiente de la muerte no ya en su coordenada humana, sino entendida a su vez como decadencia, pérdida. Los ensayos Solo entr ada de Rogelio López Marín (Gory) y Cementerio de Rolando Córdoba son representativos de esta intención. El encuentro con lo popular es analizado desde diferentes perspectivas con una visión cultural que incluye las tradiciones, la iconología nacional, el sigue siendo un modo de expresión de lo cubano. En ellos Marucha retrata conductas referidas a una identidad individual que, socializada en un espacio como ese, señalan el desvelo por la permanencia de formas culturales con fuerte ar raigo en lo popular. Por otro lado, también se da un acercamiento a lo cotidiano-popular desde ese cubano de la calle que se instituye en tema de la representación (serie Gente de mi barrio de Tito Álvarez o Compatriotas de José A. Figueroa) y encuentra puntos de contacto con obras del período como Kiko constructor de Leandro Soto, aunque las primeras mantengan una visión más optimista, si se quiere poco problematizadora, en comparación con su contemporánea. Asimismo, el consumo masivo de los símbolos patrios o la fraseología política, una de las preocupantes del arte de esta época, también fue un tópico tratado por la fotografía documental, en muchos casos sólo como testimonio, pero igualmente revisado. Desde el año 1976 y hasta car la memoria histórica a través de la constante utilización del símbolo. En los ochenta, dirigirá su mirada hacia los lemas y la g ráf ica política –serie Cuba va – al fotograf iar verdaderos palimpsestos casi ilegibles por la superposición indiscriminada de frases. Su contemporáneo, José A. Figueroa, profundizó igualmente en este tópico al presentar letreros hijos no sólo de la exaltación gubernamental, sino aquellos que evidencian la sabiduría popular, mezcla de repetición, es convertido en objeto anónimo, perdida ya su capacidad evocadora. El carácter crítico presente en las obras ref iere cómo esta reproductividad puede extenderse al inf inito, enajenando cada vez más la función comunicativa y representativa del icono. Desde f ines de los setenta, se había visto una orientación de la fotografía documental cubana a dirigir la atención hacia los interiores habitados por el hombre. La serie de Rigoberto 1981 , Grandal se dio a la tarea de fotograf iar a la f igura del Apóstol en sus diferentes representaciones por todo el país con más de ocho mil negativos. Esta labor está muy emparentada, en cuanto a metodología, con el trabajo realizado por Luc Chessex a fines de los sesenta y principio de los setenta, compilado en el libro Pueblo, R evolución y F idel una misma cosa, en el que es testimoniada la presencia continua de la imagen del líder en sus más espontáneas representaciones por toda la nación. Grandal trataba, más que nada, de bus- de humor y doble sentido ubicados en espacios, muchas veces “poco fotogénicos”. Figueroa, hacia f ines de la década, posiblemente alarmado por el uso excesivo de que son objeto ciertos iconos nacionales, toma imágenes donde representa bustos de Martí fabricados al por mayor (1988) o en la que se aprecian sobre una cama treinta y dos reproducciones de la foto Guerriller o Heroico ( 1990). Estas fotografías pudieran interpretarse como un comentario incisivo al empleo desmedido de la imagen del héroe que, a fuerza Romero El patio de mi casa inicia este camino que luego transitaría, mediando los ochenta, Gilda Pérez, en su conjunto Paisaje del patio, tratando de invertir la mirada hacia dentro en vez de a la calle. Si bien el hombre no está físicamente presente, es sugerido a través de los objetos que componen las escenas. Trabajado en la gama de los grises, es una visión más cercana de lo real, donde el espacio vacío protagoniza esa suerte de autorreconocimiento en lo que vemos. Es la dimensión del hombre visto desde su hábitat inmediato. Sin embargo, uno de los aciertos más relevantes de este período, desde el punto de vista conceptual, lo constituye la serie o ensayo fotográfico Caibarién, que Mario García Joya realizara entre 1983-84. Su importancia estriba, además, en que a lo largo de la década no hubo un acercamiento tan completo como este a la problemática del kitsch desde la fotografía documental, si bien hay que decir que su hija Katia García realizó un trabajo sobre las bodas en 1989 también relevante. Y aun cuando su compañera, Marucha, tomara algunas fotos de interiores, semejantes en cuanto a tema –no así en la elección del encuadre, en la que ella es más osada e imaginativa–, no llega a tener el alcance que posee el trabajo de Mario como conjunto. El fotógrafo logró imágenes cargadas literalmente de un decorativismo profuso en el que convergen naturalezas muertas, macramés erizados de flores plásticas, objetos de yeso ocupando el lugar de las antiguas porcelanas... rodeando seres que dejan entrar al creador hasta espacios íntimos como quien nada oculta, para abocarnos, justo al límite del rechazo, a la aceptación. Estas fotos logran igual impacto que aquellos trabajos sobre el kitsch realizados por Rubén Tor res Llorca y Flavio Garciandía de mediados de la década y constituyen, en conjunto, documento ef icaz de prácticas conductuales y atrof ias del gusto asentadas en la conciencia colectiva para la cual la acumulación de objetos decorativos ref iere la pertenencia a un status social superior. Ahora bien, del grupo de fotógrafos reunidos alre43 Revolución y Cultura dedor de la publicación Revolución y Cultura, conformado por Grandal, Pirole, Mario Díaz Leyva, Gory, Mayra Mar tínez entre otros, destaca la f igura de Grandal como maestro, por el estímulo que brindó a fotógrafos más jóvenes como Gilda Pérez, Isabel Sierra y Rolando Córdoba pertenecientes a la Asociación Hermanos Saíz. Grandal marcó pautas importantes en este período no solo por su entrenamiento en el fotoperiodismo diario durante muchos años, sino por la influencia que acusó su obra de la visión fotográf ica que, desde los cursos impartidos durante los setenta por Raúl Martínez, se sedimentó en muchos de los fotógrafos de esa época. Raúl quien, además, era un excelente pintor y diseñador gráfico, hizo ver a sus discípulos cómo aplicando los códigos del diseño a la fotografía se podría conver tir cualquier fragmento de la realidad en una imagen bien lograda. Esta preocupación por el dominio de los códigos intrínsecos de la fotografía, en cuanto a composición y el cuidado del elemento estético, hace que estudiosos de la manifestación achaquen a los fotógrafos que se mantuvieran “...muy centrados en la fotografía”4 y un poco al margen del movimiento cultural que animó la escena nacional por esos años. Postura que es lícita, máxime cuando se enarbolaban banderas a favor de una libertad expresiva sin restricciones; y necesaria porque, en cierto modo, desembarazó un poco a la fotografía de ese imperativo testimonial que a priori le había sido adjudicado desde sus inicios. Ahí están las fotos (muchas sin título) de Grandal en las Revolución y Cultura 44 que el tema es precisamente lo fotográfico, donde la luz y las sombras son la materia por explorar, ejercicio que no intenta abarcar la realidad toda, sino fracciones, y a veces de tan cerca, abstractas. Lo que quiebra sagazmente el habitual uso de la representación en la fotografía documental. Esta visión fragmentada de la realidad abrió el camino a propuestas que años después renovarían el curso de la fotografía documental cubana. Vale decir que esto no fue ni con mucho la genera- grafo publicitario y re-portero gráf ico marcó una vasta creación que se extiende de 1975 hasta su muerte a inicios de los no-venta. Su apego al referen-te es tan solo pretexto para subvertir lo real por varias vías, ya sea el extrañamiento que sentimos ante sus ambientes opresivos –resultado del uso de un filtro ámbar como recurso manipulador–, o la sorpresa frente a la conjunción insólita de objetos ordinarios contenedores de historia que, apresados por su lente, cobran una dimen- lidad del quehacer fotográfico de estos años; salvo los trabajos referidos, buena parte de la producción mantuvo una timidez rayana en el estereotipo temático, con imágenes que recogían la labor de jóvenes en las movilizaciones o escenas citadinas, sin aportar realmente algo distinto de lo que se había hecho antes. Participando de ese cuidado por lo formal y el trabajo de la fotografía como materia sensible en sí misma, encontramos la obra de uno de los fotógrafos más relevantes de las últimas décadas en Cuba: Alfredo Sarabia. Su formación como fotó- sión inusitada. Se ha considerado a Sarabia como un fotógrafo surrealista, dado el manejo que hace de la luz al dotar a sus fotos de esa atmósfera incierta que ya referíamos. Lo indiscutible es que nos tiende trampas constantemente, situándonos frente a imá-genes nunca vistas que muestran una realidad evocadora más allá de su cotidianidad. El diseño composicional de sus fotografías es tan prudente que es imposible hallar qué desechar o agre gar. Poseía un amplio dominio de la técnica fotográf ica que le per mitía transitar con igual maestría de la foto de altos contras- tes a aquella diluida en los grises. En ocasiones, para lograr efectos ópticos, utilizaba el ángulo ancho que refuerza el sentido de la perspectiva como en aquella imagen en que un hombre carga con un retrete a cuestas; o la foto “movida” para acentuar la dinámica captada en escenas curiosas, como cuando nos sorprende la lluvia en medio de la calle. Su sensibilidad para retratar indistintamente etapas como la vejez y la niñez, paisajes rurales, arquitectura dudosa en zonas limítrofes de la ciudad o el pueblo; templos cristianos, cruces, cristos, sacerdotes o cementerios, desde un ángulo inédito, es lo que posibilita el descubrimiento de un tipo de búsqueda introspectiva, de una realidad vivencial. Su obra, junto a parte de la poética de Grandal, constituye un punto de giro dentro de la fotografía documental cubana. La temprana muerte de Sarabia impidió ver hasta dónde llegaría su ingenio. Su vocación por explotar el formalismo de la imagen dio paso a un tipo de fotografía que, sin perder su referente real, busca una calidad estética superior. Raúl Cañibano, Cristóbal Herrera, Lissette Solórzano y Eddy Garaicoa son algunos de sus actuales cultivadores. De igual forma, la estética de Grandal –seguida muy de cerca por Figueroa–, donde la fragmentación de la realidad para señalar aspectos sociales y psicológicos es el centro de atención, ejerció una influencia decisiva en fotógrafos más jóvenes como Pedro Abascal. Habrá en ellos una indagación en segmentos intangibles de lo real-social que ref ieren, con frecuencia, procesos mentales magnificados en temas autónomos, válidos por ser concepto y no tanto reproducción de lo real. Por espacio de ciento cincuenta años la fotografía en Cuba, y en específ ico la documental, atravesó un amplio espectro de temáticas y acercamientos, lo que sin dudas permite la revisión y los más disímiles enfoques. Propiciar el estudio sistemático de las colecciones individuales e institucionales arrojará más luz sobre la historia de esta manifestación en el país. Esperemos, sirva el presente como acicate para que estudiosos, curadores, amantes en f in de la práctica fotográf ica continúen hurgando en el terreno de la imagen y la representación. Bibliografía De la Uz, Enrique: “Crónica tardía sobre la fotografía cubana” (palabras al catálogo), 1898: Las fotografías cubanas, Centre Cultural La Beneficéncia Diputació Provincial de Valéncia, Colección Image, Valencia, 1998. Del Valle, Rufino: “Cuba: su historia fotográf ica” (palabras al catálogo). Fondo Cubano de la Imagen Fotográfica, La Habana, 1998. Haya, María E.: “Apuntes para una historia de la fotografía en Cuba”. Casa de las Américas, número especial editado en México por el xx Aniversario de Casa de las Américas 1979. Ejemplar mecanograf iado. Paz Cabrera, Olga: Las más recientes expresiones fotográf icas en Cuba (1975- 1985). T. De Diploma, Fac. Artes y Letras (inédito), 1987. Vives, Cristina: “Fotografía cubana: una historia... personal” en catálogo Shifting tides: cuban photography after the revolution. Los Angeles County Museum of Art, L.A, 2001, pp 137-143. Notas: 1 Mraz, John: “La fotografía documental en América Latina” en V Coloquio Latinoamericano de Fotografía, Centro de la Imagen, México, 1996, p 143. 2 Vale decir que el movimiento plástico de la vanguardia cubana no dejó explícitos en ningún manif iesto, a la manera europea y latinoamericana, su postura estético-conceptual ni su proyección social. Sin embargo, existen documentos como la solicitud de un grupo de artistas de tomar las paredes de los edif icios públicos para pintar los desmanes del Machadato y la heroica respuesta del pueblo y los estudiantes; lo que deja constancia de una toma de posición frente a sucesos nacionales tan graves. Entre los firmantes de la carta, dirigida al Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes un 30 de agosto de 1933, se encontraban A. Gator no, Jorge Arche, José Hernández Cárdenas entre otros. 3 No sólo a través de la prensa, se convocaron Salones 26 de Julio por la UPEC y tuvieron lugar Jornadas de Solidaridad con Cuba en múltiples países, en las que la fotografía con esta temática tuvo una fuerte representación. 4 Molina, Juan A. “Reflections on contemporary photography in Cuba” en Aperture No 141, 1995, Estados Unidos, pp 16 -29 . Revolución y Cultura Revolución y Cultura Fotografía cubana actual: una mirada interior Fotografía de Raúl Cañibano Iliana Cepero Amador ablar de la más reciente fotografía cubana supone un reto mayúsculo. Primero, porque a todo proceso que se desarrolla en el presente se le ha de conceder cierta distancia y esperar que sedimente para analizarlo más tarde en su justa medida. El tiempo, ciertamente, obra la mejor parte. No obstante, podemos aventurarnos para observar ciertos fenómenos que están teniendo lugar y que se reflejan en la fotografía, expresión, sin dudas, del curso de una nación y de la vida de sus habitantes. La fotografía de prensa y la vertiente llamada documental surgieron nacidas por este reclamo. La primera, por razones obvias de función, supone realizar un registro lo más verídico posible de los acontecimientos político-sociales de un país, aunque a la larga siempre responda a intereses de tipo ideológico. La fotografía documental, generalmente desprovista de estas obligaciones oficiales, muchas veces intenta interpretar los sucesos de un modo más subjetivo. La fotografía “conceptual” y la que algunos aún continúan llamándola por el término de “ar tística”, producida como una recreación supuestamente más metafórica o sofisticada de la realidad, cumple otras funciones dentro del tejido social y artístico. De hecho, es el tipo de fotografía generalmente privilegiado por revistas especializadas con el objetivo de ponderar esta tendencia como fiel exponente de su no muy antigua entrada en los predios museables. Quedarían otros ter renos por citar, como la fotografía comercial, de modas, el desnudo, el paisaje. Sin embargo, pienso que las clasificaciones, algunas veces tendientes a destacar un género fotográfico por encima de otro, no llevan a ninguna parte. Cada vez que hojeamos un libro de historia de la fotografía, encontramos, junto a los grandes nombres, un sinnúmero de imágenes anónimas, ya sean retratos, paisajes, escenas costumbristas, imágenes de guerra o de cualquier otro índole. También descubrimos en estos libros –sobre todo en el período del siglo XIX– estudios fotográficos determinados, a los que en la centuria siguiente se sumaron fotografías tomadas de la industria, del mundo de la publicidad, experimentos con la luz y una lista interminable de toda la imaginería realizada con las posibilidades inherentes a la cámara fotográfica. Se pusieron de moda, sin embargo, –y esto viene desde que el pictorialismo se afanara por convertir la manifestación en arte, pero que se volvió más fuerte en la década del setenta–, las distinciones entre lo que se hace para ser colgado en la pared de una galería y el resto de la fotografía que persigue otros propósitos. En Cuba hemos padecido del mismo mal, especialmente en los últimos años en los que la sobrestimación de la fotografía “conceptual” ha opacado, indiscutiblemente, el fotorreportaje o la documentalística, por no decir otras vertientes que se desarrollaron con la manifestación. Realzar solo la fotografía hecha para fines “museables” –por decirlo de algún modo– en considerable detrimento de otras propuestas, se ha vuelto una tendencia que no sólo limita nuestras posibilidades de una interpretación mucho más profunda de la realidad, sino que pudiera lastrar la comprensión de la complejidad cultural cubana, que cada vez se vuelve más inextricable. Me viene a la mente, por ejemplo, la exposición que en estos momentos tiene lugar en el Centro Internacional de la Fotografía en NY (ICP) –para la mayoría de los fotógrafos, su “Santa Sede”– donde se combinan photomontages contructivistas de la Unión Soviética y Alemania de los años veinte y treinta, con imágenes de la guerra de Iraq realizadas por nueve fotorreporteros y una singular exposición donde se muestra el uso de imágenes digitales para medir los efectos del estrés en células vivas. Esta osada mezcla de hechos y ficciones resulta representativa del ánimo de la prestigiosa institución norteamericana: no efectuar divisiones, sino establecer un concepto de la fotografía mucho más amplio del que los circuitos artísticos nos tienen acostumbrados. Para los curadores y la dirección de ICP, lo importante es el continuum de imágenes que nos inundan por doquier y que forman parte de casi todas nuestras experiencias contemporáneas. Y no solo eso, sino la capacidad de estas para prefigurar y reflejar todos los acontecimientos que ocurren en las vidas individuales y colectivas. Puede que el concepto de la exposición de ICP pudiera ser insólito para algunos, pero no es esta una idea nueva. Desde hace algunos años, las instituciones museísticas presentan, cada vez más, lecturas culturales a partir de numerosas zonas de la realidad que aparentemente nada tienen que ver con el arte, sin embargo este se nutre, de manera perenne, de componentes esenciales que dichas zonas le brindan. De hecho, en Cuba no faltan intentos curatoriales por establecer cruzamientos interdisciplinarios y trazar “estrategias de transacción”, cuyos propósitos se dirigen a entender la cultura a partir de Iliana Cepero Amador. Historiadora y crítica de arte. Especialista de la Fundación Ludwig de Cuba. 47 Revolución y Cultura métodos que no excluyan todo tipo de manifestaciones que surgen de forma espontánea, o que tengan que ver con la cultura de masas, y así dar cabida a la diversidad, estudiada a través de un acercamiento antropológico. Coincido plenamente con este punto de vista, pues la realidad no está construida por territorios separados, y por tanto, la visualidad se configura a partir de infinitas interrelaciones entre los aspectos que modelan la vida. Sin embargo, en Cuba ese continuum no toma formas palpables, por un vacío que se ha producido justamente en el desarrollo de determinados géneros fotográficos, como la fotografía de prensa, la comercial (por citar algunos ejemplos), cuyo desenvolvimiento en las décadas republicanas cargó de sentido estético y político a la iconografía que desplegaría la década del sesenta. En esta década, la fotografía de prensa gozó de un protagonismo excepcional, pues la urgente necesidad de enseñar a un pueblo analfabeto, favoreció una indiscutible supremacía de la imagen sobre la palabra. En las décadas subsiguientes, la palabra fue ganando terreno en la prensa escrita, mientras la imagen languideció progresivamente. La fotografía comercial por su parte, luego de una historia plausible en la República, también se marchitó después de la etapa revolucionaria, y hoy su marco de acción se ha estrechado solo para fines turísticos. Por tanto, estas irrupciones que se producen en nuestra visualidad generan rígidos compartimentos, cuya capacidad de fluidez y relación se hace bastante precaria. De modo general, buena parte de la iconografía que se ha ido concibiendo durante los últimos años, se conforma, o bien por estereotipos visuales generados a partir de un inamovible dispositivo retórico (dígase la propaganda política); o por el bombardeo casi inevitable de un considerable número de imágenes importadas que se fabrican para inducir un gusto ilimitado hacia el aspecto más light o banal de la cultura internacional, Revolución y Cultura sobre todo la norteamericana. Quedaría en este intervalo, toda la imaginería forjada por nosotros mismos a partir de la observación de nuestro par ticular modo de pensar, de ser y de comportarnos culturalmente, pero siempre nutrida, en todos los niveles de creación –desde lo más “culto a lo más popular”– por todos los préstamos tomados indistintamente a modelos foráneos. Tomemos ahora tres muestras de diferentes tipos de fotografía para analizar a través de ellas, cómo se comportan los fenómenos que hasta ahora hemos tratado de esbozar. Comencemos con la documentalística y la serie de Raúl Cañibano sobre la celebración de San Lázaro, realizada por el fotógrafo a partir del año 2000. La serie intenta registrar el martirologio que un sinnúmero de personas llevan a cabo cada 17 de diciembre, el cual comporta rasgos particularmente violentos y marginales. La gestualidad de los protagonistas de estas historias recuerda por momentos al fotógrafo checo Josef Koudelka, cuando convivió con las tribus gitanas y plasmó con brillantez la teatralidad implícita en las dificultades de estos seres marginados, obligados a vivir en ghettos aislados de la urbe. En el caso de un set bien diferente, Santiago de las Vegas, un hombre de rodillas cargando a un bebé, un grupo de personas con los brazos levantados siguiendo un ritual cristiano en la iglesia, los rostros demacrados y con ciertas expresiones alienadas, van conformando una galería de personajes, cuya existencia parece haber estado predeterminada solo para esta ocasión. Para plasmar el efecto dramático de esta ceremonia, se ha empleado el ángulo ancho –recurso casi constante en la fotografía documental cubana a partir de los setenta– y el uso muy contrastado de los valores tonales. Para quienes han vivido la experiencia, esta es en verdad una realidad que no concede mucho margen a los grises, siempre parece oscilar hacia los extremos. Sin embargo, las fotos de la serie también le deben mucho a la impronta incuestionable del siempre presente CartierBresson y a la manera de un Sebastián Salgado. Bresson y Salgado han sido dos figuras constantes para el género documental en Cuba. El primero, por el elemento surrealista, que parece perfectamente ajustable para una entorno tan contradictorio como el nuestro. El brasileño, por su estilo espectacularmente edulcorado de negociar la realidad. De esta manera, asistimos con Cañibano a una circunstancia dura que se despliega ante nosotros con el atractivo surreal legado por dichos maestros. Un personaje barbudo, iluminado desde abajo por unas velas y recibiendo limosnas en una caja colocada a sus pies, semeja una macabra aparición en medio de la noche, mientras que dos hombres conversan plácidamente en el fondo. Una muchacha arrodillada con una vela aparece junto a un personaje en primer plano, completamente enfundado hasta ocultar su cabeza en un ropaje negro, que más bien recuerda a un Francis Bacon que a un trasnochador tratando de dormir sin ser molestado. La muchacha sirve de puente entre el extraño ser del primer plano y algunas personas durmiendo en el extremo superior derecho de la foto. En otra fotografía, un hombre mira a cámara mientras sostiene una imagen en yeso de San Lázaro. Al fondo, la sombra de otro hombre en silla de ruedas se proyecta sobre la pared. Otras imágenes son un poco más crudas, como la foto de unas piernas arrastrando cadenas a las que se les han colocado piedras, o unas extremidades derramando sangre al lado del esqueleto de un perro, o de una mujer desmayada en el suelo por la fatiga... y esto es sólo un segmento del asunto. Las imágenes reales clasifican para ser mostradas en cualquier espacio televisivo de los que inundan el mundo, de corte “Ver para creer” por su condición de tenebrosa espectacularidad. Sin embargo, lo importante no es dejarnos vencer por esta condición, sino tratar de desentrañar qué tipo de mundo nos está ofreciendo esta imaginería. De todos es conocido que a partir de principios de los noventa, las religiones afrocubanas tomaron fuerza en el país como nunca antes, o al menos, su práctica se volvió completamente abierta. San Lázaro, el santo mendigo, es una de las deidades más privilegiadas por los creyentes dentro del panteón yoruba. Por tanto, la fecha en que se celebra esta festividad, cientos de personas acuden a su santuario en Santiago de las Vegas por diversos motivos: unos para pagar promesas por favores concedidos, otros, para tomar parte en la ceremonia que tiene lugar en la iglesia, otros sencillamente por curiosidad. Lo cierto es que no es un fenómeno solo para un determinado sector de la población, cada vez más se torna en un evento masivo que incluye habitantes de la Ciudad de la Habana, de sus alrededores y pagadores de promesas de diversas regiones de la Isla. El carácter masivo transforma dicho acontecimiento en un objeto de estudio interesante, considerando la brutalidad y tragicidad de lo que allí se contempla, sobre todo en cuanto a flagelaciones se trata. Sin embargo, para muchos ha devenido en una suerte de espectáculo carnavalesco. ¿Será que de alguna manera estas imágenes nos muestran que junto a la violencia y la marginalidad de la mayoría de los protagonistas de estas acciones, en vez de un rechazo hasta cierto punto entendible, se ha generado un efecto contrario, o sea, todo un público ávido de consumirlas? ¿Será que todos participamos cada vez más de este tipo de comportamiento en nuestra vida diaria y el marco que brinda la celebración de San Lázaro es una oportunidad para expresar en el plano colectivo, lo que sucede en términos individuales? Este sacrificio llevado a sus últimas consecuencias a través de métodos cruentos, ejercitado por un número cada vez más creciente de personas, ¿podría indicar estados extremos de conflictos irresolubles canalizados a través del castigo, o necesidades sumamente perentorias que exigen ofrecimientos de tal modo excesivos? Por otra parte, la serie indica determinados elementos, como un sentido caótico en la composición que alude a una realidad siempre en movimiento, jamás estática. Aunque la iconografía de Cañibano se encuentre suavizada por los efectos de diseño, de composición y luces, la brutalidad de este suceso no deja de estar ahí, transmitida por determinadas señales. Y esa sensación de intranquilidad, de que lo que contemplamos puede que sea tan sólo una mínima parte de la experiencia real, nos asoma a un mundo que transcurre paralelo al mundo que el fotoperiodismo y los media insisten en mostrar estable y colmado de conquistas. Tan inquietante como esta serie de Cañibano, puede resultar “Soviestporfilm presenta: Angustia Existencial Post Coitum” de Jorge Luis Marrero, aunque el modo de transmitirlo resulte completamente diferente. Con los instrumentos conceptuales aprendidos de su formación académica en el ISA, Marrero combinó diferentes medios –en el caso que nos ocupa dibujos y fotografías– para revisar un capítulo de su infancia que tocó a muchos. La serie, realizada entre finales del 200 hasta el 2001, concebida para una exposición personal en Galería Habana, tomaba como motivo central un segmento de la visualidad que la niñez cubana tuvo en plena década de los setenta. Carente de los medios actuales de entretenimiento, como videocasetes y los nunca imaginables ataris, la generación a la que pertenece Marrero tuvo que conformarse con un entretenimiento casero: películas de diapositivas que se pasaban con un rudimentario proyector y se exhibían en una pared o en una tela colgada en cualquier habitación de la casa. Las películas, casi todas de factura soviética, relataban fábulas con marcadas referencias a leyendas del folclor ruso o a personajes de “cuentos de hada”, aunque sin destinos muy felices. Para la generación que nació a principios de los setenta, los llamados “muñequitos rusos” –como se llamaba a toda la producción de dibujos animados procedente de los antiguos países socialistas– constituyeron una experiencia imborrable, para bien o para mal. Lo cierto es que las historias contadas reflejaban un pensamiento y una idiosincrasia que para nada tenía que ver con la nuestra. Por supuesto, todo ello tenía lugar durante el período de mayor sovietización en la historia cubana. La obra de Marrero en cuestión, seleccionaba algunos fotogramas de estas películas a los cuales arreglaba en Photoshop , ya fuera pasándolos por filtros determinados, corrigiendo colores, o editando los textos subtitulados. Una vez terminado el proceso, las flamantes impresiones colgadas en la pared se combinaban con dibujos que, a la manera infantil, Marrero había realizado durante los años más duros del Período Especial. Las fotografías transmitían una emoción particular, sobre todo para quienes vivimos nuestros primeros años inmersos en estas fábulas lejanas. Sin dudas, apelan a una etapa nostálgica de nuestras vidas; la sensación de un pasado bastante feliz en el que todavía nos encontrábamos ajenos a la angustia de la supervivencia, o a la sed de tener lo mejor y a la zozobra de conseguirlo. Es cierto que la estética de esas películas de diapositivas remite al período de sovietización en Cuba, pero también de forma inevitable, a los años eufóricos de la utopía, en los que de alguna manera todos disfrutábamos de la inocencia esperanzadora de un mañana mejor. La aparente ingenuidad de los fotogramas se desvanecía rápidamente luego de una primera ojeada a las fotos. Ningún 49 Revolución y Cultura texto estaba inventado, solo cuidadosamente editado para hacerlo coincidir con el estado de ánimo que después encontrábamos en los dibujos trazados años más tarde. Pero extraídos de la trama original, los parlamentos de las películas se tornaban absurdos y chocantes. Las caricaturas, realizadas de manera precaria y como el propio artista dice: “portadoras de un espíritu sarcástico y nihilista”, contenían una fuerte carga agresiva. Los diálogos entre los personajes se encuentran llenos de obscenidades, violencia, y un toque de pornografía. Al repasar nuevamente los fotogramas, aislados entre sí y engrandecidos, devorando la simplicidad de los dibujos menudos, un viso siniestro parecía velarlos. A par tir de ese momento, los numerosos bocadillos expelían lentamente segmentos de violencia, de incesto, de bajas pasiones; a lo cual se añadía el hecho de que los códigos utilizados no resultaban del todo familiares a una audiencia acostumbrada a Walt Disney. Terminábamos comprobando que el mensaje subliminal de estas películas infantiles no contenía una sustancia diferente a los agresivos dibujos hechos por Marrero en el Período Especial, producidos en medio de la amargura y la frustración. El que se había embebido las historias proyectadas sobre la pared de la casa, era el mismo autor de viñetas soeces, décadas más tarde. Marrero develaba la psicología infantil despojada de cualquier aura de candidez y delectación. La mente de un niño podía ser tan enrevesada como la de cualquier adulto. Y decididamente lo que absorbíamos durante esta etapa, podía dejar marcas irreversibles en nuestro desar rollo posterior. Pero además, la obra hablaba de dos momentos cumbres en la historia del país a través de la psiquis de un niño convertido en adulto: cuando todo nos era garantizado y cuando nos quedamos solos por primera vez, dependiendo de nosotros mismos. El “cuento de hadas” de la primera etapa se había rasgado para dejar entrever unos intersticios particulares: los valores transmitidos a través de estas películas soviéticas contenían casi siempre designios fatídicos y generalmente un sacrificio a realizar que no necesariamente conducía a feliz término. Las caricaturas que el propio artista dibujara para exteriorizar los conflictos que vivía en la época de los noventa, no sólo marcaron el doloroso proceso de arribar a una adultez desprovista de cualquier edulcoración, sino que también mostraba que el sacrificio que toda la década del setenta proclamaba a voz en cuello, tampoco había terminado de una manera muy feliz. La frustración, el desencanto, y especialmente la incertidumbre, fueron sentimientos comunes durante el Período Especial y estos dibujos aparentemente simples, con la misma estética elemental de los graffitis de baños públicos; se avenían desde la esfera individual, a un estado de ánimo colectivo. Revolución y Cultura Está claro que Marrero, como tantos otros artistas contemporáneos, utilizan la fotografía como una herramienta conceptual expresiva y no como un fin, a la manera de un fotógrafo convencional. En el caso que nos ocupa, el artista supo maniobrar el medio como un portador discursivo, que de modo coherente apoyó el concepto principal de la obra. Sin embargo, en la actualidad se tiende a pensar –corriente que gana cada vez más adeptos en Cuba–, que imprimir un negativo en grande supone que la foto automáticamente poseerá una autoridad artística. Como dijera el crítico norteamericano Vicent Aletti en The Village Voice, 2001: “...más grande no significa mejor, una imagen débil no lucirá importante cuando es agrandada al tamaño de una vidriera de tienda”. Creo que es un criterio a tener muy en cuenta, dadas las enormes posibilidades que ofrece la digitalización hoy en día, donde cualquier imagen puede ser agigantada. Es un peligro que debe evitarse si de imprimir a gran escala se trata, para no caer en un decorativismo con pretensiones “artísticas”. Ahora bien, hasta ahora hemos hablado de la fotografía realizada para ser disfrutada por el público entendido. No quisiera terminar sin antes referirme a otro género, surgido desde los inicios de la manifestación y que en Cuba se ha dado en llamar “lambierismo”. El término alude en el presente, a los trabajos realizados por encargo familiar : díganse bautizos, cumpleaños, bodas y sobre todo, los quince, pero también incluye el tipo de retrato-memoria realizado por un fotógrafo free lance que merodea sitios habituales de entretenimiento. Pese a ser habitualmente menospreciados por el gremio de fotógrafos “que se respetan”, algunos de estos fotógrafos populares amateurs han pasado a la historia de la fotografía. En nuestro país no pueden obviarse dos ejemplos claves: Joaquín Blez y Constantino Arias. Blez, desde su estudio en Chaparra y luego trasladado a la Habana, fotografió todos los rostros de aquellos miembros de la sociedad cubana que podían costear retratarse en uno de los más famosos estudios de la Isla. Blez, por supuesto, sometía cada rostro a un esmerado proceso de retoque para complacer al cliente, haciéndolo lucir más joven y hermoso. La serie de los desnudos es solo una pequeña parte de una extensa obra que incluye miles de retratos de estudio, novias y quinceañeras. Arias, por su parte, se ganaba el sustento fotografiando cuanto evento social ocurría en la ciudad, de los cuales se enteraba leyendo las notas en los periódicos. Además de sus conocidas imágenes de las luchas estudiantiles, del Chori y del Hotel Nacional (donde estaba contratado como fotógrafo y se dedicaba a hacer fotos personales a los turistas y vendérselas), la obra de Constantino también cuenta, por ejemplo, con cientos de negativos de bodas. Por tanto, este tipo de labor no debe ser omitida ni despreciada, si se pretende entender algunos rasgos de la psicología social de un pueblo. Según dijo el crítico francés Michel Frizot: “El estudio del fotógrafo es un ambiente estrictamente fotográfico donde ha evolucionado uno de los mayores rituales de la sociedad moderna... El estudio no es un territorio neutral, sino un ambiente completamente artificial... Esto impone en sí mismo una acción, por tanto, el retrato es una batalla entre partidos armados de diferentes maneras: el cliente, el fotógrafo y el lugar donde todo está hecho y dicho y el cual debe estar investido con un sentido real del yo... Por largo tiempo, la gente despreció la fotografía realizada en estos estudios locales, instalados por miles en cada país, pero durante los últimos veinte años, han sido reevaluados de manera creciente por sus características etnográficas, históricas y vernaculares. Todos estos elementos se presentan simultáneamente, y forman un retrato colectivo, anónimo de comunidades y grupos sociales.” 1 En Cuba, el estudio se ha visto opacado por la labor del lambiero, quien hace de todos estos encargos, un negocio lucrativo. Me referiré esta vez, solo a la fotografía de los quince, por la singular popularidad que ha alcanzado recientemente en nuestro país. ¿Y por qué hablar de este fenómeno, que en Cuba siempre ha tenido connotaciones bien particulares? Pienso que no hace ningún bien proseguir ignorando lo que sucede a nuestro alrededor. Los rituales familiares continúan siendo un objeto vigente de estudio en el mundo y constituyeron tema central de las propuestas del arte cubano en los ochenta. En el arte internacional se ha retomado el asunto como parte de las búsquedas antropológicas que signan la contemporaneidad. Aunque por muchos años criticado por sus connotaciones burguesas, la celebración de los quince años es un acto sagrado en toda familia cubana. Hubo épocas en que se mantuvo de forma discreta, sin embargo, en los últimos años ha experimentado un auge considerable. Además de las fastuosas fiestas y de todas las variaciones de ceremonial que conlleva, las fotos son quizás el elemento indispensable. De las fotografías modestas que se tiraba la muchacha en el ámbito casero o en sets preparados para ello, se ha evolucionado a todo un repertorio establecido de escenografías, poses y vestuarios. El retrato colectivo de la comunidad que estos fotógrafos conforman sin proponérselo, refiere a determinados procesos actuantes en la sociedad cubana que quedan subsumidos en esta iconografía. Por ejemplo, una inclinación por apropiarse de códigos seudo-hollywoodenses –como la tendencia de las jóvenes a actuar como personajes famosos de dibujos animados, dígase “La Cenicienta”–, una apropiación de los patrones de gusto traídos por los familiares que residen en el exterior , o que sencillamente se asimilan de los media y se “tropicalizan” a la manera cubana, como la moda de retratarse en la Plaza de San Francisco con las palomas en la cabeza, o montar en carruaje. Aunque sea difícil de admitir, todo ello va configurando el rostro de una generación y a nivel popular, es la memoria que queda de los años de adolescencia. Si obviamos completamente este fragmento iconográfico de la sociedad, nos estaremos perdiendo también una oportunidad para discurrir sobre los posibles significados que se esconden tras este álbum general. Desde los ochenta, los artistas se preguntaban las causas de la pervivencia de viejas costumbres y fanatismos a pesar de treinta años de Revolución, que cruzados con nuevos modelos generaban el kitsch. La obra de Leandro Soto y del Grupo Puré legitimaron este gusto “popular”, declarándolo parte esencial de sus vidas, de su ámbito familiar. Rubén Torres Llorca, por su parte, en “Te llevo bajo mi piel”, trataba de develar los patrones de gusto de la población que la hacía una televidente obsesiva del programa Cine del ayer. Lo mismo sucede con los quince, ¿por qué se ha convertido en un ritual imprescindible en la vida de casi la mayor par te de las familias cubanas? ¿Por qué el deseo de celebrar fiestas con quince parejas y bailar un vals a la manera “burguesa”, cuando este ha sido un hábito que supuestamente debía cesar después del cincuenta y nueve? Una de las posibles respuestas estaría relacionada con el deseo individual de celebridad. Este carácter exhibicionista en el plano personal se satisface continuamente con la fotografía, como bien apunta Susan Sontag cuando habla del “uso narcisista de la fotografía”. Ese deseo de ostentación personal, esa reafirmación del yo tan propio de la adolescencia encuentra su cauce en estas fotos. Pudiera pensarse que una de las vías más recurridas por parte de la familia cubana para vivir por un instante “el cuento de hadas”, los “quince minutos de fama”, ha sido apelar al “lambiero” para que construya este pequeño y efímero coto de notoriedad para la muchacha de la casa. Y resulta interesante la manera con que se tratan de equilibrar las nociones colectivismo versus individualidad en una sociedad como la nuestra. Cuando revisamos las connotaciones de este fenómeno popular, no podemos menos que pensar que todo lo que hasta ahora hemos visto se interconecta estrechamente. Esas personas que acuden al ceremonial de San Lázaro, son las mismas que posan o hacen posar a sus descendientes ante la cámara de un fotógrafo para que les fabrique un mundo idílico. Algunas de ellas pertenecen a la generación de la utopía, cuando se precisaba de esfuerzos colectivos gigantescos y se promulgaba la renuncia de todo provecho individual por el bien común. Pero ahora, en el pequeño círculo doméstico, preparan un vals para su hija para disfrutar junto a ella de su corto espacio de aparatosa celebridad, y la pueden vestir de Cenicienta sin el menor remordimiento, a pesar de que por casi dos décadas no cesaron los esfuerzos por imponer la cultura soviética. Walt Disney siguió primando sobre Sovietsportfilm. Tal compendio de singularidades for ma parte de la yuxtaposición de elementos supuestamente antagónicos que nos ha caracterizado como pueblo a través de la historia, y con los cuales convivimos a la perfección en la vida diaria. El carácter marginal de numerosas actitudes sociales, la práctica de la religiosidad popular a escala masiva, el retorno a ciertos códigos de los cincuenta en las conmemoraciones familiares; conviven en un escenario que ha colocado un énfasis perentorio 51 Revolución y Cultura por enriquecer la cultura de las grandes masas, como parte de un interés histórico de la Revolución en los planes sociales. Pero en el corazón de este fenómeno, se desarrolla un proceso de cruzamientos e influencias, de préstamos y apropiaciones que caracterizan nuestra cultura en todos los niveles, ya sea en el llamado “arte culto” o en la cultura popular. Cada cual se aproxima a la realidad con los instrumentos que posee a su alcance, y de alguna manera, no importa si se trata de una obra conceptual, de una foto documental o de un registro familiar, no faltarán los mecanismos de asimilación de modelos foráneos, y muchos se sentirán inclinados a tratar de “arreglar” esa realidad a la medida de su propio concepto de lo “bello”. Quedaría tan sólo recordar, que la fotografía, no importa a cual tendencia se adhiera, continúa demostrando su validez como documento imprescindible de la vida de una nación, o como interpretación alegórica de los sucesos que la realidad trae, enunciados a través de la sensibilidad de quien mira por la lente. Las categorizaciones que realizamos dentro del medio funcionan hasta cierto punto, pero el riesgo mayor consiste en dejarnos arrastrar por la inflexibilidad que estas a veces suponen. La visión de Cuba (fotográficamente hablando) no sólo se conforma a partir de la oficialidad de los media, de una vertiente documentalística, o de la producción conceptual, sino también de las manifestaciones culturales espontáneas. Quedaría por examinar cómo se fabrica nuestra imagen desde el exterior, a partir de la obra producida por artistas cubanos que residen fuera del país, o cómo somos mirados a través del modo particular en que los extranjeros se acercan al entorno cubano. Nada de ello debe descartarse de nuestro continuum iconográfico. La cultura puede entenderse solo a partir de posturas inclusivas, no exclusivas. Nota: 1 Frizot, Michel. “The New Histor y of Photography”, Ediciones Könemann, 1998. Revolución y Cultura Los haitianos en Cuba LA MUJER, LA SEMANA SANTA Y LA MUERTE Jaime Sarusk y En esta entrega –segunda y final– sobre la presencia de los haitianos en Cuba se abordan tres temas fundamentales de su vida cotidiana, aunque con características muy propias y singulares: la relación mujer-hombre entre inmigrantes que debían afrontar y resolver la enorme desproporción cuantitativa entre unos y otras; emergen nuevamente los días dionisíacos de su celebración de la Semana Santa; en tanto que asoman tensas e inesperadas su visión de la muerte y del nacimiento de un nuevo ser, rituales totalmente en contraste con la apreciación al uso, por lo menos en el llamado “mundo occidental”, de tales acontecimientos. Nue vamente, gracias a los testimonios de Nando , del carretero que trasegaba br aceros entre colonias de caña e ingenios azucareros, y un amigo de ambos, todos conocedores a fondo del universo haitiano en nuestro país, hemos podido acercarnos y conocer de primera mano ese complejo fenómeno histórico-social de las décadas iniciales del siglo veinte . La mujer La mujer siempre ha tenido gran significación entre los haitianos, por lo menos los que conocí en Cuba, dice Nando. Adoraban a las mujeres y las situaban en primer plano en todo. Si tenían una f iesta, ellas disfrutaban con más gusto que los varones. Casi siempre lo que poseían los hombres se lo entregaban a ellas. Estaban habituados a que fuera así. Por ejemplo, en un batey donde había dos o tres haitianas y cincuenta haitianos, los hombres se dividían en grupos y compartían con cada una de las dos o tres mujeres. Por lo regular ellas les guardaban las prendas y el dinero. Aparecía una haitiana y siempre se veía a ocho o diez hombres a su alrededor, aunque ella tuviera su “marido”, que no era legalmente su esposo. Desde que llegaban, según me lo contaron mis padres, de inmediato depositaban su conf ianza en ellas, e xplica Nando. –No creo que esa costumbre la implantaron solamente en Cuba, sino que ya la traían con ellos. Es decir, que la mujer en la sociedad haitiana ha desempeñado un papel preponderante en la vida de los hombres. A esos ocho o diez haitianos les decían “buey de pie”. Y el “marido” o “buey sentado” sabía que aquellos ayudaban a mantener la casa. Le pregunto a Nando si existían relaciones sexuales entre los “bueyes de pie” y ella. –A veces sí las tenían –responde. Sin embargo, no era así con otros que no fueran esos ocho o diez y el marido. Además, éste último consideraba que ella era una gran mujer porque lo ayudaba económicamente. Le sacaba el dinero a esos hombres. El “marido”, el of icial de la casa, era quien vi vía mejor. Lo cual no quería decir que necesariamente estuviera enamorada de él. Ella no se enamoraba. En esos hombres sólo veía el negocio, cómo obtener recursos o dinero. A casi todos les administraba la plata. Además, no estaba casada con el “buey sentado”. Entre ellos no se imponía el casamiento, no había ningún tipo de ceremonia. Sin embargo, el “buey sentado” parecía ser la persona que representaba a la casa. Pero si a esa mujer no le convenía el hombre, se mudaba a vivir con otro sin andar con muchos remilgos. Un posible motivo para tomar esa decisión podía deberse a que el hombre que abandonaba no había avanzado todo lo que ella entendía. La ambición de ellas era el dinero. Y si el nuevo que ha escogido tiene mejor situación material, pues se queda con él. Llega, aparece ante éste como si le dijera: “ Aquí estoy por que llegué”. Ninguno cree que va a compartir su casa con una mujer. Y allí permanecerá ella mientras le convenga, a pesar de que probablemente él no le había propuesto vivir juntos. P or supuesto que ya se conocían muy bien: todos eran amigos y se visitaban con frecuencia. Como el “marido” sabía que se acostaban con ella, cuando eso iba a ocur rir inventaba un pretexto para salir. Si un “buey sentado” permanecía todo el tiempo metido en la casa, ya estaba entorpeciendo el trabajo de ella, así que lo más práctico era separarse de él. Era evidente que el “buey sentado” o “gourroupier”, de alguna forma se benef iciaba gracias a las relaciones que ella sostenía con esos amigos. Ilustraciones: Alexis Abreu 53 Revolución y Cultura De ese modo podía mantener la casa y adquirir todo lo necesario para la alimentación y otros gastos. De otra parte, ella realizaba las labores del hogar: cocinaba, lavaba, limpiaba, cosía. Es decir, se compor taba como una ama de casa. Sin embargo, no lavaba la ropa de sus amigos. No se dedicaba a tales menesteres porque, en otro sentido, era como una reina. Aunque es preciso aclarar que no utilizaba el dinero que se procuraba el marido “of icial” o “b uey sentado”. Nunca. A juzgar por como actuaban, cada uno debía agenciarse el dinero con su propio esfuerzo, sin que intervinieran los otros. El jornal que él podía devengar lo guardaba. Y ella no se lo sacaba. O sea, que tenían una relativa independencia. La de ella, gracias a sus relaciones con esos amigos. Más allá de los quehaceres cotidianos, su trabajo consistía en visitarlos en sus casas. O si no, ellos la visitaban. Además, se preocupaba mucho cuando uno de ellos se enfermaba. Acudía a sus lechos. A algunos les preparaba cocimientos con hierbas hervidas, a otros, baños. Por ejemplo, para la fiebre o el dolor de cabeza utilizaba el rompesaragüey en baños tibios. Y si se trataba de dolores de estómago o algún malestar de la barriga, ya tenían su medicina predilecta: el aceite de higuereta que procesaban ellos mismos directamente. La sembraban, la recogían, la molían y le extraían el aceite que aplicaban también como grasa para el pelo, aunque el olor que despedía era desagradable. Para otras enfermedades o molestias utilizaban raíces de hierbas como la mejorana o la hierbabuena. Los granos los combatían con mercuro cromo. El rompesaragüey se usaba también en los centros espirituales. Usaban un gajo para espantar al espíritu malo. Al parecer esa costumbre la tomamos en Cuba de los haitianos. Pero alguien aclara que antes ya se usaba para despojos. Tanto por los creyentes del espiritismo como por los de la santería. Las fiestas en Semana Santa Las f iestas en Semana Santa empezaban desde el miércoles de ceniza. Ese día lo dedicaban a las comidas de santo . Es decir, que preparaban los animales y otros aliRevolución y Cultura 54 mentos consagrados sus loas o santos. Tenían en sus casas f iguras que los representaban, casi siempre donde había mujeres o en los barracones, acostumbraban a participar en las fechas donde celebraban a sus deidades. Papa Bon Dieu es Dios, y Yemayá, Obatalá y Changó, entre otros, también les pertenecían. Santos que, según ellos, los acompañaban, que los protegían. Incluso, temían no cumplir con la cena el día señalado para ofrecerla. El menú: arroz blanco –siempre arroz blanco–, todo tipo de viandas, maíz asado, coco seco partido, plátanos y otras frutas. El coco les era muy útil. Primero, lo rayaban, lo mezclaban con agua y lo vertían en una cazuela hasta que hervía y con esa manteca cocinaban el arroz. En cuanto a la sal, como muchas veces no era accesible, solucionaban el problema usando una yagua seca, la embebían en agua que al hervirla se volvía salobre y, mal que bien, servía. –En realidad sus comidas no se diferenciaban mucho de la típica cubana –sostiene Nando. Pero ni el tiempo de cocción, ni los condimentos, ni los sabores coincidían, a menos que se tratara de un “pichón” o de una “pichona”, es decir, hijos de haitianos, cubanos ya, asimilados a las costumbres y a la cultura culinaria nuestras. Por ejemplo, la car ne de chivo la preferían porque consideraban que era la predilecta de sus loas. Por esa misma razón debía ser sacrif icado cerca de los alimentos seleccionados para la comida, de modo que al degollarlo, en su pataleo, los salpicara con su sangre, acto simbólico, de sacralización de los mismos. Nando y Ramos, el carretero, apuntan que en algunos casos, la gallina que sacrificaban debía ser “jabá”, en otras ocasiones podía ser negra. Con seguridad, el color debía tener una connotación religiosa o supersticiosa. Al principio, aclara Nando, el cubano no aceptaba esos ritos. Apenas asistían a esas comidas. –Como me crié con ellos desde muy pequeño, pude apreciar que el cubano no asistía a esa f iesta porque tenía su sistema de cocinar y su sazón en la comida que no se igualaba. –Además –añade–, ellos utilizaban como regla una serie de compuestos al elaborar la comida de santo. Conseguían un caldero muy grande donde vertían capullos de distintas viandas –de malanga, hojas de boniatos, yucas y otras que tuvieran a su alcance. –A ese plato le llamaban Yayac, algo así como el ajiaco cubano. Entonces las hervían, así como la carne que llevaba ese compuesto, pues los resultados eran las patas de los chivos, en muchos casos la cabeza y las mollejas de la gallina, entre otros añadidos. –El asunto a resolver radicaba en que antes de comer los otros platos había que ingerir ese compuesto mal cocinado porque en el calderón se habían vertido distintas viandas y hojas y como condimento apenas sal y las patas de los animales, inclusive la cabeza. Ahí lo más importante era el Yayac, donde se manifestaba el trabajo del congo, del babalawo ese. En los días de la Semana Santa, ade- más de la comida, había tragos y bailes y brincos y tambores. De algunos se posesionaba el santo. Por ejemplo, el dueño del santo era el que salía al r uedo... Tenía “el santo a caballo”. Ellos le llamaban agó y era muy ansiado que llegara el santo y bajara. Ahí, sigue explicando Nando, reaccionaba con brincos, ejecutaba otras maniobras con bailes y cantos acompañados por los coros. Caían en una especie de trance, se revolcaban... Nando considera que la verdad de todo ello, de inicio, eran muchos, muchos tragos de aguardiente, el fanatismo y, además... –A mí no me parece que había realidad en ese momento en que le bajaba el santo. No, porque se manifestaba así y se pudo ver en muchas ocasiones. Como me crié y crecí dentro de ellos, pude darme cuenta de que no era más que el resultado de una f iesta haciendo creer que bajó el santo que lo ayudaba a él. –Una manera de sobresalir. Ése que hacía que el santo le bajara era un poco en ese momento el centro de la fiesta. Para destacarse del grupo. Se manifestaba por las contorsiones, tirándose al suelo, visajes, los ojos en blanco, brincos. Por ejemplo, sucedía en sus ranchos. Son pequeños, los horcones a cinco pies de altura. Casi siempre tiraban a agarrarse de la llave –la llave es el palo central del ranchito–, de las faldas de la casita. Trepaban, se tiraban. Algunos de los más conocedores de esa ceremonia, regaban alcohol, encendían un fósforo en el piso y hacían pequeñas fogatas. Al avivarse la llama éste brincaba porque se sobrentendía que tenía el agó y que al agó no sólo no le entraba la candela sino que le gustaba ese juego. El guincho era otro que conocía que no existía realmente lo de la posesión del santo o loa, que sólo se trataba de la emoción provocada por los tragos y una forma muy elevada de lo que es el fanatismo en creer que el santo que lo protegía estaba en esos momentos en él y de que llegó y estaba participando de todo lo que había ahí. Días antes del Viernes Santo empezaban a organizar la orquesta. Un paseo. Ya tenían los bailarines y se ensayaba con los tambores. Partían de un lugar determinado, donde se formaba el grupo. El jueves ya salía la conga, casi siempre de Barranca. En otros casos de Uvera, que está de Barranca para abajo, del lado de allá del río. Eran bateyes donde estaban concentrados numerosos haitianos. Salían cincuenta o sesenta con los bailarines y la orquesta delante. Pero en el camino se les sumaban cientos de personas. Apenas dormían en esos días pues preferían la noche para trasladarse. Era impresionante ya que se alumbraban con antorchas encendidas. Durante el día acampaban para descansar. Estaban bien organizados. En el grupo siempre había uno más despierto y los otros se subordinaban a su criterio. Era él que se entrevistaba con el patrón para hablar de problemas generales, supervisaba lo relativo al trabajo. De algún modo era quien dirigía al grupo. Le llamaban “el magnate”. En algunos casos administraba el dinero de aquellos que se lo pedían. La música se imponía. Los tambores eran grandes y los confeccionaban ellos mismos con puro cuero de chivo, así como algunas flautas de bambú que sonaban de modos distintos; según el grueso de la caña, así era el tono: más agudo o más grave. Por lo regular eran seis o siete tambores. Los más anchos se los amarraban al cuello. Y salían con latas llenas de piedrecitas que sonaban como unas maracas, más o menos. Llevaban banderas y banderolas rojas y negras que eran los colores de los santos que los protegían. Muchos se pintaban los rostros de colores, al igual que las máscaras de cartón. Algunas con expresiones como de payasos: nariz larga, ojos y dientes grandes. Casi todos llevaban pañuelos negros y rojos amarrados al cuello. En algunos casos rojinegros, en otros, negros y rojos, los dos colores. De todos modos, cuando moría un familiar, o nacía un niño, no guardaban luto, ni tampoco se vestían de blanco, como ocurre en ciertas religiones. Llevaban sombreros de yarey. En los bateyes los estaban esperando para sumarse a la comitiva. Entonces se celebraban competencias de baile. Empuñaban unos garrotes y los manejaban diestramente, como si fueran machetes simulando un combate entre dos adversarios. Especie de simulacro entre espadachines. La fiesta duraba hasta el lunes o el martes de la siguiente semana, cuando emprendían el regreso a sus bateyes. Repatriar haitianos Pero algunos tiempos no siempre fueron de fiestas para los haitianos en Cuba. En ocasiones, según las circunstancias políticas o económi- cas, los repatriaron. Aquellos que conocieron tales acontecimientos han dicho que los embarcaban en botes o navíos tan inseguros que las marejadas los envolvían y fueron muchos los que naufragaron y se los tragó el mar. La creciente situación de desempleo en el país fue la causa primera de la promulgación de la ley del Cincuenta por ciento, iniciati va de Antonio Guiteras, ministro de gobernación durante el mandato de Grau San Martín en 1933. En esencia se trataba de que en todo negocio o finca el cincuenta por ciento o más de sus empleados debían ser cubanos. A los haitianos se les abonaban jornales irrisorios, lo que explica que los patronos marginaran a los cubanos. Comenzaba entonces la cacería y repatriación de haitianos. Algunos dueños de f incas sobor naron a of iciales y esos haitianos se ocultaron todo el tiempo hasta que amainó la tempestad. Otros muchos huyeron y se escondieron, otros fueron capturados por la Guardia Rural y devueltos a su país. Para no pocos haitianos casados o apareados con haitianas o con cubanas la repatriación les resultaba un verdadero desastre. Los introducían en camiones o en carros de línea del ferrocarril. Los barcos partían de Santiago de Cuba. Del cancionero popular salió una guaracha, dirigida en parte a Grau San Martín, que decía: En nuestro país cubano Todos diremos así Fuera de aquí los haitianos Haitianos: fuera de aquí No lo dejes para luego Que el perjuicio es para ti Porque se llevan los reales Las mujeres del país El estribillo era el siguiente: San Martín llévate a los haitianos San Martín llévatelos a todos San Martín no dejes a ninguno San Martín llévate a los haitianos San Martín nos están perjudicando 55 Revolución y Cultura San Martín llévatelos a todos Joaquina como haitianera Le’ echa mano a los cubanos Se pone como una fiera Porque le llevan lo’ haitiano’ Explica Nando que para los haitianos era un gran triunfo lograr a una cubana, como la Joaquina del verso. Otra cuarteta rezaba así: Lloraba Nieves a José Y Manuelita a Santiago Señores, ¿qué yo me hago? Mañana, ¿qué comeré? El juego Muchos haitianos tenían garitos, bares y casas de prostitución en la zona de Guantánamo. Se asegura que algunos introdujeron en la Isla diferentes juegos que aquí no se conocían; que hubo haitianos que lograban maravillas con los dados. Hacían máquinas. Y los había que se dedicaban particularmente a hacer dados y a venderlos. Dados cargados. Es decir, los llamados dados caramelo. Conocían muy bien lo que era el juego. Les vendían esos dados a sus mismos paisanos, engañándolos. El juego siempre originó entre ellos muchos conflictos. Fiestas y prostitutas Cuando daban grandes fiestas en los cafetales, llegaban las prostitutas de todos los puntos cardinales. Pichonas de haitianas que se habían formado en Cuba también participaban del negocio. Algunas que venían de Haití arrastraban problemas porque, como explica Lahera: –Cuando la mujer le es inf iel, el haitiano mata a cualquiera. Sin embargo, cuando tratamos de que Nando explicara entonces la conducta de las mujeres con los “bueyes de pie” y con el“buey sentado” nos aclara: – Por que aquí ya empiezan otra vida. Aquí sí necesitan amigos y vivir con tres o cuatro o más. Como venían tantos Revolución y Cultura 56 hombres y tan pocas mujeres, la que emigraba había tenido problemas o le gustó al contratista, la trajo en el barco y ya en Cuba se ve perdida, así que seguramente adoptó una forma de vida distinta de la que llevaba allá. La muerte Por falta de protección y ayuda, incluso por no tener un médico que los atendiera, hubo haitianos que tomaron decisiones drásticas. Por ejemplo, aquel que se enfermó y no tenía medicinas, ni alimentos, ni apoyo. Al verse solo y desamparado, antes que pedir limosna, pref irió dirigirse a la línea del ferrocarril y esperar el paso del tren. No fue el único caso. –Hubo otros –dice Nando– como el del viejo Masimá, que por no tener auxilio alguno, veló la llegada del tren y también se suicidó. La visión de la muerte de la generalidad de los haitianos entrañaba toda una filosofía. Así, al morir un paisano, no cargaban el féretro ni se atrevían a enterrarlo, porque siempre le han temido a la muerte por no decir que era pavor lo que sentían. Y era muy improbable que asistieran al sepelio. La razón era obvia: –Se tienen miedo –decía Nando. Ese miedo comenzaba a roerlos desde que el enfermo, tirado en una hamaca o en un jergón, se agravaba y apenas tenía fuerzas para valerse por sí mismo, así que empezaban a alejarse, a sacarle el cuerpo. –¿Por qué? –le pregunto a Nando. Y me responde que ven la muerte como la peste, como si tuvieran el demonio dentro del cuerpo. De modo que cuando uno fallecía eran los cubanos quienes debían encarar a la muerte. Sin embargo, permanecían o merodeaban alrededor del féretro, tocando los tambores. Incluso, ya habían cubierto las paredes con sábanas blancas. Bastaba que uno de ellos falleciera para que empezara la música. Al cadáver, ya en el féretro, le ponían comida, cigarros, tabacos y hasta un vaso de agua fresca, y si de manantial, mejor. Igualmente sábanas dobladas, “para que no pase frío”. También, la prenda que el difunto apreciaba más, quizás un traje o un sombrero o un par de alpargatas. Y si hacía mucho frío, la frazada. A deter minada hora de la noche se reunían a hacer un rezo. Después a cantar ante el difunto. Ponían mesas y a jugar dominó haitianos y cubanos, acompañados por el ron y el aguardiente. Asaban un puerco y servían comida a los presentes. Allí amanecían. Antes, los dolientes saludaban al difunto y se sentaban a hablarle. –Mira, ahora tú vas a descansar. ¿Te sientes bien? No te preocupes, nosotros nos vamos a acordar de ti. ¿Qué te hace falta? ¿La sábana? Mira, aquí tienes la sábana. Aquí está, en la mano. Ahora la ponemos a tus pies. Esa es tu sábana. En lo relativo al funeral los haitianos tenían un concepto muy elevado de la blancura. No usaban el color negro. El velorio duraba, igual que entre los cubanos, hasta que se dirigían al cementerio. Como no cargaban el féretro, casi siempre lo hacían los cubanos, gesto que ellos reconocían y agradecían mucho. –Claro, el velorio de los haitianos no era igual que el de los cubanos, decía Nando, criado en una familia haitiana asentada en un batey cercano al central “Dos Ríos”. –Ellos entienden que quien muere va a descansar y que ya ha cumplido con su deber, que ése ya no sufrirá más ni tendrá más penas ni dolores; tampoco tendrá que trabajar como un condenado para subsistir. –Junto al cadáver arman su cantaleta –añade Nando– con sus tambores. Entre ellos algunos conocían esas canciones. Y así se guían y seguían sin importarles las horas. Tan pronto fallecía uno de ellos, se transmitía la noticia de batey en batey y empezaban a afluir haitianos. Y no tenían que ser familiares necesariamente. Bastaba que hubiera un muerto para que se entendiera que había f iesta, aunque no lo conocieran. Con los tambores y los cantos había tragos, por supuesto. Siempre pref irieron el aguardiente de caña, conocido por tafiá en créole. También tenían otro método: echarle algunas hierbas. Y le llamaban entonces yerbita, que no tenía ninguna característica par ticular. Era aguar - diente de caña que habían comprado. El ritual duraba mientras el cadáver estuviera insepulto. –Con la muerte arrancaba el trago, el baile, el cuento, la brincadera– dice Nando. Saltaban como si bailaran la suiza, brincaban sobre palos, jugaban con machetes porque siempre les ha gustado como arma. –Yo que nací entre ellos –explica– apenas vi que se produjeran fajazones a machetazos. Aunque tenían sus machetes y se amenazaban, casi nunca los vi enfrentarse. Sabían manipularlos muy bien pero todo se limitaba a gestos y a mucha bulla. Acudían los otros, pero hasta ahí. Ter minaban por no combatir. Era así. Siempre. Los haitianos en la Sierra Maestra, cerca de Matías, celebraban lo que llamaban Merengue. El cubano que daba la f iesta invitaba a los haitianos o éstos invitaban a los cubanos. Tocaban unas tamboras grandes, de madera, bien redondas, con unas chapas y con un cuero de chivo muy fino, con unas maraquitas. Contrariamente a la alegre y liberadora ceremonia que improvisaban alrededor de un difunto, el nacimiento de un niño haitiano era una desgracia, un suceso infausto, doloroso, triste. Se congregaban, acudían los familiares y vecinos haitianos, hombres y mujeres. Para ellos ya era una realidad la tragedia que signif icaba el advenimiento de una nueva vida a la tierra. Por que lo que le esperaba era miseria, trabajo y dolor . En un momento dado empezaban a llorar. Y ese llanto era auténtico, como si en vez de celebrar el acontecimiento de un niño recién nacido, se tratara de alguien que al nacer ya había fracasado y sólo le esperaba un destino oscuro. No sólo lloraban las mujeres, igualmente algunos hombres. Pero no lo hacían a gritos sino con sollozos, siempre a coro, todos juntos. Ro- deaban la cama donde nació el niño que yacía o tenía en sus brazos la madre. Y desg ranaban oraciones a partir del Padrenuestro, susurradas en créole. Frases en que se lamentaban de tal calamidad. –La madre del bebé era la doliente, aunque nosotros le decíamos la dolienta –expresa Nando. Era a ella a quien le dolía y le preocupaba más un futuro de incertidumbres para el vástago. El padre también se manifestaba así. Pero, además, acudían a una oración, que le decían la del recién nacido. Algunos viejos sostenían que esa oración se decía en Cuba, en ocasiones como esas. Para rogar por el niño, a los dioses y a los santos o loas, por su vida y que su tránsito por el mundo fuera lo menos penoso posible; que no tuviera que afrontar problemas insuperables. Horas después del nacimiento cesaban los sollozos y los lamentos de los familiares y parientes más cercanos. No se brindaba y no había celebraciones. Simplemente reaccionaban como si se tratara de un velorio. Se trocaban los papeles. Pero se percibía una atmósfera de tiniebla, de tibieza basada en algo sentimental, af irma Nando. Había ocurrido un hecho lamentable. Un accidente. Lo vieron, lo sintieron y salieron apenados. – Pero las cosas han cambiado bastante –dice el doctor Roberto Hernández, quien recordaba que en 1961 convivió con una comunidad de haitianos en el central Falla, hoy Enrique Varona. –Prácticamente se han ido modificando sus costumbres –agrega–. Se han socializado y también son visibles los cambios en sus tradiciones. Por ejemplo, en la alimentación. Ahora ya utilizan la sal y no aquellos métodos tan rudimentarios. El poder adquisitivo ha aumentado. Se observan modif icaciones en su v estimenta, en el trato. Se puede decir que en estos tiempos han asimilado las tradiciones cubanas y se han ido integrando. Los descendientes se sienten muy cubanos. Cargan sin temor el féretro. Por lo menos los que eran jóvenes en la década de los setenta y los ochenta del siglo veinte se asimilaron sin trauma alguno a las costumbres y tradiciones cubanas. P or sí mismos empezaron a acudir a la consulta del médico al sentir cualquier malestar y no sólo cuando estaban graves. Saludaban y le decían: –P apá, Papá, doctor. 57 Revolución y Cultura LA MUJER SENT AD A TA DA Beatriz Maggi Ilustración: Alexis Abreu Revolución y Cultura 58 uando aparece La mujer sentada, novela de Efraín Rodríguez Santana, esta lectora, ávida de leer la prosa del que ya sabe poeta (galardonado más de una vez), la primera reacción es de sorpresa y, después de aceptar el texto que tiene ante sus ojos, se dispone –o predispone un tanto– a lo insólito: ¡el poeta ha decidido nar rar! Y de inmediato tropieza una con: “la uña raspa”. A partir de esta solicitación tan apremiante a los sentidos, y al alma de lectores no remisos a interpretar congojas, ya sabe una que el poeta y el narrador aquí se funden, y más bien la cuestión es ahora de incitaciones para conocer cómo puede plegarse un poeta al totalmente distinto modus operandi de narrar. Premio de la Crítica 2003 del Instituto Cubano del Libro, esta novela registra en toda su extensión y atrevidísima ejecución, el curso empedernido, endemoniadamente monótono de la vida emocional y sentimental de una anciana, y se circunscribe a la etapa adulta de estilo tradicional de una típica mujer cubana de un medio semi-rural; con experiencias que han seguido sólo el cauce de la madurez sexual, el matrimonio y la maternidad; sus registros espirituales no van más allá del amor unívoco a un hombre y, uno tras otro, cinco hijos en forzada convivencia: el hogar está, por tanto, para todos y cada uno de ellos, pero sobre todo para Doñina –la protagonista– lleno de “otros”. Cada cual está rodeado de los otros; cada cual es un “otro” para los de- más, Doñina es la “otra” de la que todos quisieran prescindir; la omnipresente Doñina aborrece a sus cinco “otros” en una situación inamovible que a ninguno se le ocurre transformar, hacer variar, drásticamente subvertir. Un hogar lleno de “otros”, de “presencias”; un eterno rittornello monocorde donde, día a día, la madre, por voluntad inmancable, vive atada a su mecedora, rodeada de sus inamovibles objetos (la cómoda, la gaveta con los recuerdos, la estatuica de la Virg encita) y, siempre dentro de ese irrisorio radio de acción, batida por el fuego inextinguible de amor a su fascinante esposo y la lava quemante del odio, no tanto a sus cinco hijos como a sus cinco presencias. La novela brama, y su sordo trueno está constituido por las relaciones humanas en un círculo de fuego que sólo se alimenta del inevitable hecho de estar juntos porque son familia. No sé por qué esta novela no podría llamarse El silencio y la furia. Se trata de un relato impenitente y uno de los más despiadados y contumaces soliloquios de la novelística cubana contemporánea, con –apenas– algunos remansos. El lector jadea; el escritor tunde y tunde y tunde; sólo que tiene la habilidad de suministrar pequeños respiros. El lector “coge aire”. “La uña raspa” no es sólo un antideclamatorio enunciado y veraz antesala del texto completo, sino que da inicio a la durísima costra dentro de la cual el narrador inserta hábilmente los descansos; repliega su saña; amaina el turbión de este Purgatorio. Podría señalarse cierta coincidencia con temas explorados en el teatro cubano; como lo es éste de la presencia inclemente del «otro»: Piñera,Vieta, Estorino,Triana inciden con garfios en este corrosivo asunto.Y en general, en estr uctura y composición, un “algo” denota coincidencias con el género teatral; de las famosas tres unidades, el autor retiene, casi sin quiebra, la unidad de lugar: sin apenas desplazarse, casi todo transcurre, durante las 280 pp., dentro de la habitación de Doñina, con breves traslados (la salita, el portal, el jardín, la caballeriza, la celda en la cárcel), y aunque el tiempo transcurre realmente, el autor logra dar la impresión de un tiempo único, que no cambia y en el que el ayer, el hoy, el mañana, son iguales. Curioso logro de esta escritura, en que mucho sucede y nada varía; por eso impresiona como un tiempo “único”. Hay etapa de noviazgo, hay boda, hay cumpleaños; hay asedio de Pa- blo el homosexual atrayente; son constantes las parrandas del criollísimo, fascinante, remilgado y atildado Juan; se dan bar y prostitutas, traición del “cambiacasaca”, prisión, juicio, infame ejecución de un inocente. Y sin embargo, prevalece la impresión en el lector de una impasible unidad de acción, pues todos los sucesos quedan como difuminados, como una retahíla de aconteceres que sólo sir ven para destacar el hecho único que rige todo el Acontecer: el garfio impenitente, como muela de cangrejo que muerde: la permanencia inescapable de la familia de Doñina, y Doñina misma para “los otros”, las recíprocas presencias que invalidan toda libertad y toda voluntad, muchas veces voluntad de no hacer nada, pues la incapacidad de desplazarse, de tener albedrío está en cada uno. Y este proceso está especialmente abordado en Doñina, que siente delectación perversa y pervertida en obser var el polvo de cal que se desprende del techo, en la uña que raspa la guata, en detestar a la fisgona que se asoma por la rendija. ¿Resultaría –empero– un desaguisado, una verdadera alucinación de lectora, si ésta sintiera, todo el tiempo, soterrada, como cauce subterráneo, como contracorriente sumergida, sin detonaciones ni subrayados esgrimidos por el autor, que esta novela encierra un homenaje, una linda canción al amor, y, nada menos, al amor matrimonial? Ojo: que aquí se escuchan los acordes dulces de una canción al amor, y nada menos que al amor matrimonial, al real, al de la prosa nada espectacular : el amor sin sonetos inmortales, el “sin lunas de miel”, el “sin homenajes y decires mutuos”. Madre e hija, las dos, en esta novela, saben amar para siempre a sus hombres; amarlos antes y después de sus muertes. Esto ocurre, sotto voce, pero se siente, y apacigua a la lectora acorralada por la desazón. Algunos recursos que emplea el narrador, como el separar las palabras en sus sílabas, o el distanciar palabras o frases en silencios asimétricos, procedimiento cuya pertinencia fue evidente sobre todo desde la poesía de finales del XIX, o la original manera de apoyar la caracterización de una de las hijas –que busca en el diccionario los significados y el uso de ciertas palabras surgidas al calor del diálogo– son modos que pueden tener propósitos más o menos válidos, pero, en la opinión de la que escribe estas líneas, no van a la médula de la intención autoral; mas todos, en conjunto, contribuyen a un efecto de tour de force que no atenúa la brillantez de este texto nar rativo. A todos ellos lo supera en importancia la ingenio-sa iniciativa de referirse –y con letra inicial mayúscula– a cada hijo por medio de adjetivos diferentes. Así, por ejemplo, el Primero es también el Gago; o la Silenciosa es también la Amarga, etc. Estilísticamente resulta una muy útil invención: la “luz roja” de un semáforo; superado el inicial engorro que obliga a una lectura lenta para no perder de vista el curso de la acción y el personaje aludido, resulta una muy novedosa manera de caracterizar, porque los diferentes apelativos no son adjudicados indiferenciadamente, sino según el aspecto de la personalidad que, en tal o cual momento, se desea destacar: el recurso no sólo caracteriza a cada uno de los hijos, sino que también apunta hacia la tesitura en que ellos se hallan. El novelista aquí idea una modalidad estilística renovada, y confiere economía expresiva a su escritura. Con vistas a enriquecer al personaje protagónico –Doñina–, a profundizar y a hacer menos corrosiva y demoledora la carga de odio que ella como un hálito despide, y como con un embudo succiona a los otros, el autor decide incorporar sueños, pesadillas y esplendentes alucinaciones a la enfebrecida actividad mental de la odiadora empedernida. Entre ellas, me recreo en la poética visión plena de fantasía y de aliento sostenido, de abigarrados detalles de suntuoso colorido en que se nos presenta la imaginación de Doñina, presagiosamente insinuante. Este pasaje se nos antoja digno de la cinematografía de Wajda o Miklos Jancso. Con igual propósito, el de interrumpir la desesperante letanía suscitada por el odio consecuente que alienta en estos seres, con fragmentos que secundan el modo de aligerar el dolor que causa la lectura –aunque, a sabiendas, el contradictorio efecto de destacarlo–. De esta índole y compleja manipulación, resulta el pasaje aquel tan grotesco en que Doñina defeca sobre su mecedora para disfrutar con ejemplar sevicia la repugnancia que sabe va a causar en su hija Marga, la cual tiene a su cargo todos los menesteres domésticos que conciernen al aseo de su madre. Este es uno de los pasajes más audaces del texto y en él recibe énfasis el doble aspecto de hija-madre, y madre-hija, que preside la relación entre Marga y Doñina. Hay que decir, resumiendo, que nos ha- llamos frente a un notable logro de composición novelística ya que, si bien nunca deja de estar presidido por el infernal tema, viene éste suavizado, o sazonado (aunque a veces paradójicamente reforzado) por pasajes que condimentan el plato fuerte; introducen remansos a lo opresivo del asunto; mas, sin embargo, están orgánicamente vinculados y jerárquicamente subordinados al argumento y tema único y esencial. Estos hitos, de no haber sido manejados con habilidad, hubieran “emborronado” el esmerado e impecable manejo del tiempo real a manos del tratamiento del tiempo novelesco. Y este manejo del tiempo, en sus adelantos y regresos, sin un solo descuido, es uno de los aspectos que, con la debida distancia acercan esta novela a ese espléndido logro norteamericano de William Faulkner que es El sonido y la furia. En La mujer sentada, el imbricado pero infalible manejo del tiempo real se une a la furia del relato y al trasunto familiar y socioepocal criollo como otra virtud narrativa más. Asimismo, el lector se ve llevado por el sutil distanciamiento con que el autor presenta a la protagonista, extraño logro en un personaje de pasiones tan irrevocables. La inmoderada, locuaz, energía mental de Doñina, su empedernido cogitar, de notable variedad lexical, matización semántica y frenesí lingüístico –excepcionales en un ser humano nacido y criado en el contexto que presenta la novela–, producen en la sensibilidad del lector una aguda impresión: la de hallarse frente a un personaje, a la vez que muy humano, “literario”. La incompatibilidad entre tan febril y empedernido registro verbal (como el que realiza Doñina) y su vida verdadera –la que vive y ha vivido, en su medio específico– provoca en el lector diminutos respingos, repentinos sobresaltos minúsculos; en fin, una casi-extrañeza ante la distancia entre lo que el lector sabe que es, y que ha sido la vida de ella, y la conciencia que de sí misma Doñina verbaliza. Sensación que no mengua, antes al contrario, se refuerza con la transcripción de sus sueños y fantasías. Legítimo e innovador “extrañamiento” para un lector que ha visto reiterarse un realismo costumbrista que reprodujera la conducta humana resultante de un contexto socio-económico semirural en el pasado reciente cubano. Nada, sin embargo, ha suscitado el fer viente entusiasmo de esta lectora apasionada como el inesperado acierto (en quien hasta ahora conocía como poeta) de una prosa de prosodia muy española, totalmente competente para represar y apresar los más sutiles y fugaces procesos mentales, justo en el instante de su fragua, y en la manera misma en que los vamos sintiendo producirse en nuestras mentes. Las estancias impalpables, los sonidos inaudibles, las planicies de una stasia recóndita, pasan con elocuencia, de la mente al Habla. Obtiene el autor una dianoia moderna minuciosa en que el corazón y la mente arriban a la escritura en el interminable soliloquio de la Doñina. Fausto y triunfo de la comunicación por el arte de la palabra eficaz; uso apto de las visagras y las coyunturas que el lenguaje suministra; la visceral aventura humana de dimensiones colosales en la más modesta y común de las criaturas humanas. Por raudo que sea el pensamiento; por diminuto el aleteo de un sentimiento; por microscópica que sea la saeta de un mal deseo, todo, todo, con el poder de la escritura, recibe –como diría el inglés inmor tal– “a local habitation and a name”. He aquí, por tanto, un nuevo novelista cubano, que no ha dejado de ser poeta (“la uña raspa”) y pensamos que apenas exorcice sus demonios familiares (para lo cual esta novela realiza ya una notable función catártica), registrará cada vez y más sutilmente los repliegues espirituales que le suscita el mundo que le ha tocado vivir ; las lobregueces y las iluminaciones; los báquicos festines o los diáfanos amaneceres, o los recintos húmedos engendradores de sierpes, pues en el cerebro del Hombre las celdillas de su colmena rezumarán siempre las mieles. Todo, todo, ha podido ser dicho por el Hombre y, cada vez que se produce un hecho literario poderoso, se reanuda y vigoriza nuestra fe en que los más sutiles, los más raudos, o los más aterradores movimientos del espíritu humano podrán ser recogidos por la Palabra, que rebosará eficacia. TODO PORÁ SER DICHO , es la fe que se renueva en esta lectora, ya que el Logos mismo surgió de la perentoriedad que sintieron mente y alma por validarse para la comunicación y para el autoconocimiento. Fe que renovamos hoy con esta novela. Y para el autor, y para tantos otros que reconocemos valiosos, la tarea es apetitosa tanto como inaplazable, y para los lectores, suculenta. 59 Revolución y Cultura Israel Castellanos León a luz está presente en la concepción bíblica del mundo, en los fundamentos científicos y espirituales de la creación toda, y en la obra de Ar turo Montoto lo está de una manera sustantiva y cualificadora. Según la Génesis, en el nacimiento de nuestro planeta la tierra parecía amorfa a causa de tanta oscuridad. El Hacedor dijo entonces: Fiat lux y se hizo la luz, a la que nombró día y separó de las tinieblas, a las que llamó noche. A esta, el Montoto creador la ha asumido como sombras y penumbras, y a su antítesis como brillos y valores altos. Él funde luces y sombras en gradaciones que moldean a las formas. Y, en magistrales efectos de ilusión visual, su trompe-l’oeil simula corporeidad en objetos que han sido plasmados sobre superficies planas, sensibles, con las medias tintas que su realidad física sugiere a la pupila atenta, al ojo descubridor. Así es la mirada de Arturo Montoto, siempre a la caza del fragmento más revelador del entorno, del ángulo más inusitado, del momento pregnante, cual fotógrafo avizor. Porque también dibuja con la luz a través de la fotografía. Mas, a contrapelo del fotógrafo live, no se confina a atrapar el instante climático de una acción, ese que se escapa en un pestañeo, cuando quizás había alcanzado su definición mejor (parafraseando al poeta José Lezama Lima). De esa forma lo patentizó en Chiaroscuro, muestra conformada por una selección de fotos realizadas entre 1985 y 1987, y exhibida en La Habana Vieja como una de las colaterales oficiales a la Octava Bienal de La Habana. Aunque hubo allí algunas instantáneas que por el encuaRevolución y Cultura 60 dre un tanto diagonal pudieran denotar cierta prisa en registrar lo fugitivo, la retina inquieta del fotógrafo también se detuvo en escenas calmas, apaisadas, que causan la impresión de ser fotografías de estudio hechas en exteriores. Y si bien estas no son menos frutos del hic et nunc, de circunstancias irrepetibles, parecen estacionarse indefinidamente en el tiempo. En varias imágenes de esa exposición el contraste resultó llamativo, a través de lo blanco y lo negro, el interior y lo exterior, el hombre vivo y el monumento, la pequeñez del ser humano ante la gigantez de lo edificado por él, la soledad y la diferencia en medio de un conglomerado de semejantes, lo estático y lo móvil, lo celestial traslapado a lo terrenal, el simulacro y la realidad, el trastrueque de la jerarquía figura-fondo... Paradojas casi metafísicas que ponían en evidencia al agudo observador que las detectó y preser vó en visiones impresas. Es el mismo que en una de ellas aparecía como sombra proyectada sobre el pavimento, con su cabeza aureolada por la tapa radial y circular de una alcantarilla, en una conjunción primero fortuita que se le reveló enseguida cual desacralización de lo divino cristiano (o divinización de lo terrenal). Este hallazgo fue como otra revelación de la luz y de su efecto contrario ¿Sería un mensaje destinado al artista elegido? Quién sabe. De cualquier forma, en lugar de un iluminado se trataba de una sombra genérica, misteriosa, fantasmal, no reconocible, sin rasgos distintiv os. Y Montoto no es precisamente un fra Angelico, no profesa el credo bíblico. Aunque sí posee una sólida formación que le per- mite revisitar mitos y técnicas artísticas. La sombra propia y la proyectada, el extrañamiento provocado por la solitud, el regodeo textural en la impronta lesiva dejada por el tiempo sobre la superficie tan aparencialmente sólida del cemento, son algunas de las aprehensiones fotográficas que se generalizan en los dibujos en blanco y negro realizados en el año 2003 y exhibidos por Montoto en la muestra personal Ámbitos silenciosos, la cual tuvo por sede el Museo de Arte Pinar del Río, también colateral a la Octava Bienal de La Habana. Dedicada a celebrar los cincuenta años de vida del artista justamente en su ciudad natal, se exhibió luego, del 18 de marzo al 30 de abril, en la galería Servando, de 23 y 10, en el Vedado. Nuevamente aquí la luz se erigió en entidad protagónica. Ella reveló y jerarquizó, mediante una focalización barroca, teatralizante. Delimitó planos formales y de sentidos, dando lugar incluso a configuraciones abstractas dentro de la misma concepción figurativa de las obras. Definió valores opuestos a las sombras, asociadas de antiguo a lo insondable, al misterio que atrae y sobrecoge. Con lo no mostrado, las áreas oscuras compensaron el vértigo de la curiosidad provocado por el objeto o la figura que sí se exhiben, alumbrados, y ante los cuales el intelecto se pregunta: ¿por qué están allí? En una primera impresión, parecieran olvidados por otras personas y hallados por Montoto en sus andanzas: el ya clásico objet trouvé. Y quizás en un inicio fuera así. Pero a ratos semejan, más bien, haber sido emplazados en tal lugar y posición por el artista mismo, para quien pudieran posar. Diríase que Montoto los retrata. Y no porque antes se hubiera auxiliado de la cámara fotográfica, ni porque los hubiera aprehendido en sus detalles más precisos, sino por la proyección psicológica que logra inscribir en ellos y hace ir radiar. Los singulariza el hecho mismo de haber sido escogidos entre otros posibles y ser representados de manera individual, con sus historias y edades. Abolladuras, desgastes, desprendimientos, perforaciones... denotan sus tribulaciones. Pero el que esos avatares hayan dejado sus huellas en un lugar específico de la “piel” del objeto, con una configuración y medidas distintivas, individualiza a cada uno de los electos. Con una magistral destreza en el dibujo, que demuestra el oficio adquirido como Máster en Bellas Artes en el Instituto V.I. Súrikov de Moscú, Montoto consigue individuar, además, la textura material y la solidez de cada objeto. Si es de metal, logra que la endeblez del aluminio se diferencie de la consistencia maciza del hierro, consigue aprehender las fibras de la madera (no las vetas, que es más fácil) y también la porosidad del concreto. Algunos artistas, como el francés Chardin en el siglo XVIII, han pintado natures mor tes donde han recreado vir tuosamente objetos signados por un largo tiempo de uso. Pero lo han hecho de una manera coral. La composición, la heterogeneidad armoniosa del conjunto de frutas y cacharros domésticos eran pretexto y meta para la pura indagación plástica, visual. Montoto, en cambio, se interesa por los utensilios de manera más bien casuística y los erige deliberadamente en signos, parábolas de la existencia y comportamiento humanos, a los cuales presupone subrepticiamente. Y aunque tienen apariencia objetual, sus naturalezas no son muertas sino muy expresivas. Parecen hablar, si bien en clave. Llegan a incorporar textos, graffiti : trazos informales, testimoniantes, incompletos y no menos sugestivos. Es de notar que Montoto suele escoger entidades reveladoras de una biografía accidentada, traumática. Si son frutas, están mutiladas; si escaleras, aparecen truncas; si objetos, llevan la marca visible del uso reiterado y el trato rudo. Exceptuando quizás a los frutos (apetitosos y sensuales), los demás no son de por sí atrayentes, y no tienen ahora la seducción del color. Su apenas sugerido entorno está, por demás, muy deteriorado. Sin embargo, el preciosismo técnico con que han sido representados, las materias naturales y modestas (carboncillo y papel) empleadas en su aprehensión, resaltan su nobleza y los embellecen incluso. La horca perfecta (2003), comprimido sobre arches, 100 x 130 cm La fe recobrada (2003), comprimido sobre arches, 100 x 130 cm Decoración de la ciudad inagotable (2003), comprimido sobre arches, 110 x 130 cm 61 Revolución y Cultura TESTIMONIO DE LA CARNE AUSENTE Comentario sobre la obra gráfica de Julio César Peña Hanna G. Chomenko e abre una ventana, el sol vierte su elemento con la certeza de una flecha que ilumina y mata. Alguien se expone de frente a su recorrido, exhala humo de tabaco y corporiza la luz con ademán de mago, acelera el ritmo de las ondas y mueve las manos como si de veras tocara algo. ¡Creo que, además de artista y jodedor, este tipo es medio espiritista! Julio César comienza por el fin, desde la ausencia. Cuando el desgaste reduce el cuerpo humano a puro hueso, es entonces cuando Julio con su auténtico aroma a tabaco bien aprovechado, sopla para desempolvarlo y lo toma como medio para concretar visualmente sus ideas: ¿un mensaje de ultratumba acaso? Imagino que, en sintonía con el gracejo habitual del artista, la cosa sería más o me-nos así: ¡quién dijo que todo esta perdido, ahora es cuando empieza la gozadera! Y no es la caducidad de la existencia lo que protagonizan sus calaveras, no es la Revolución y Cultura 62 decadencia; sino más bien, ensalzan la vida con una sutil parábola a su principio dialéctico. La suya es una desmaterialización relativa pues la carne esta ausente, no así la vitalidad del gesto y la expresión del contexto. Admirable es esa incansable laboriosidad que lo impulsa. Como el arqueólogo que evapora su respiración bajo el sol del misterio, Julio expone sus manos al sol del hallazgo. Con el rigor de un arqueólogo va construyendo hueso a hueso cada uno de sus personajes. Cada vista a la realidad sus manos la traducen en una radiografía sui generis llena de vida y vibrante movimiento. Cada golpe de gubia va restando mutismo a la madera y le trasfunde un aliento de picante sabiduría, directa y diáfana en su inmediatez. Dentro del grabado, Julio César Peña ha trabajado diversas técnicas: calcografía, litografía, colagrafía, además de incursionar en la pintura; y según él, es la xilografía, el grabado en madera, su medio favorito. En realidad, quien lo ve trabajar se da cuenta que a fuerza de repetir y repetir miles de veces la misma operación, Julio hace gala de un dominio impresionante. Disfruta el sonido de la gubia desbastando la madera, se regodea en la fuerza y la agudeza que despliega cuando trabaja duramente un taco, como un verdadero francotirador coloca la herramienta y de un solo y definitivo corte hace literalmente un blanco. No tiene nada que ver con que le guste pasar trabajo, sino con un ejercicio espiritual: el poder germinador del sudor con una especie de martirio sagrado que proporciona el placer particular de haberse superado a sí mismo. Cada técnica guarda su complejidad, cada una tiene su cruz y su tibia compensación, pero la verdad que hacer un taco perdido e incluso hacer matrices de tamaño natural es una labor con letras mayúsculas. Los formatos en los que trabaja son muy variables, pero por lo general lo vemos literalmente “fajao” sobre un pedazo de madera más grande que él, convirtiéndolo en el taco de futuros personajes que luego puede hasta recortar y ponerlos a fumar a nuestro lado, o escuchando una conversación sentados en una silla, como hizo en su pasada muestra en el Consejo Nacional de las Artes Plásticas. De grandes dimensiones son las aventuras que protagoniza este hombre ocurrente, bajito y de ojos vivarachos. Siempre bien dispuesto a los placeres de la vida, es un hedonista en toda su expresión. Por disfrutar, se disfruta a sí mismo y gracias a ese ingrediente sus piezas nos pro vocan una fascinación particular, pues transmiten una calidez muy propia. Su obra es como una casa en la que siempre somos bienvenidos, nos desea impresionar pero no confrontar ; y tal como se proyecta su persona, por extensión se comporta la obra: un espacio que él acomoda y dispone, un espacio para compar tir. Julio Cesar ha tratado de hacer perdurable un instante entre amigos o conocidos, tomando una foto como referente para crear una pieza en la que todos quedan con un mismo semblante, en la que se ha dejado a un lado el rostro de lo superfluo y, con cadavérico ademán, se afirma que “todos somos uno”. Así se gana nuestra complicidad, pues la motivación de la pieza deja de ser personal para convertirse en evocadora de una experiencia colectiva. Es el poder sugestivo del recio amarre entre una figuración muy ensayada, muy dominada ya, y el convencimiento en una idea, logrando un redondeo, un lazo perfecto para agarrar la presa. Esqueletos llenos de vida, animados por la dinámica de los rituales más cotidianos, a veces protagonistas de actitudes profundamente intrascendentes por habituales, como cocinar, tomar cer veza de pipa, merodear o peinar a alguien. Otras, más trascendentes aunque igualmente habituales, como hacer el amor, compartir con los amigos, van ancladas en un escenario de carácter realista, casi documental, generalmente plagado de detalles muy descriptivos – exquisito es el regodeo de Julio Cesar en el decorado interior de las casas de sus personajes (que tanto dice de ellos), hasta en los arabescos de las lozas que conforman el piso–, en fin, son la realidad más humana y palpable conviviendo orgánicamente con la realidad más infrahumana. Cuando se unen los dos extremos, el resultado es tan contradictorio que en vez de perder sentido, ganan de conjunto. Y ese nuevo sentido que adquieren es el humor. Es una relación de alto contraste que busca provocarnos, burlándose muy seriamente de todo y de todos, pues por reflexión sus obras nos devuelven una caricatura de nuestro rostro convertido en calavera, la imagen que no lisonjea para nada con nuestro ego. Hacer coincidir en un mismo espacio aspectos diversos y antitéticos de la reali- dad, fue una táctica de los surrealistas; pero si ellos perseguían actuar sobre la percepción y el inconsciente para generar nuevas e insospechadas conmbinaciones, imágenes que a fuer de más absurdas destilaban credibilidad, y sus obras, al final, mostraban un lirismo y un dramatismo característicos; algo muy diferente se respira en una pieza de Julio Cesar Peña. El modernismo fue una hermosa y muy bien ajustada maquinaria generadora de muchas utopías, el posmodernismo no ha sido otra cosa que una sacudida para desper tar, la consecuente toma de conciencia de que las utopías que nos proponían los modernos no son más que eso. Por supuesto, Julio Cesar no se planteó su obra desde estos presupuestos, él es del tipo sensorial: actúa por la “bomba”, bebe directamente de un manantial que mana con naturalidad y sin cesar: la inmediatez que va a su encuentro. Él es la combinación de un tremendo olfato para escoger sus motivos, y un sólido oficio, ganado a golpe de pura dedicación. Combinación que lo llevó a conocer y estudiar la obra de Guadalupe Posada, cuando trataba de encontrar su camino en el taller de Manelo. De entonces son sus primeros ensayos con una imagen que luego sería recurrente en su obra: una pareja de esqueletos haciendo el amor. Y ya no hay pieza suya sin la presencia inseparable del esqueleto. Vale aclarar, sin embargo, que en este encuentro entre Julio César y el gran maestro mexicano, la connotación del esqueleto para cada artista es distinta, como lógicamente lo son los motivos de la realidad que los subyugan. En el caso de Posada, lo anima un criterio clasista al caricaturizar a ricos y pobres, poderosos y sojuzgados con una misma identidad, pero además crea un contrapunteo de los anteriores con personajes de ficción –entre ellos la propia Pelona–, por tanto, apunta hacia la muerte como fenómeno unificador. Todos son calaveras, desde los gatos y garbanceras, hasta Don Porfirio y Zapata, pasando por los rancheros, artesanos y catrines, sin olvidar a los obreros, campesinos y hasta los gachupines. Algunos de sus personajes más famosos son el Padre Cobos, Don Chepito Marihuano, Doña Caralampia Mondongo, la Calavera Catrina y sus reconocidas calaveritas, la primera de las cuales pintó en 1889, tradición que continuó hasta 1913 en que hizo la última, personificándola en la imagen de Francisco I. Madero. La muerte, decía Posada, era democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acabaría siendo huesos. Por otro lado, tomar a la muerte como hermana inseparable de la vida, forma parte de la idiosincrasia y la tradición mexicanas, cuya manifestación más elocuente quizá sea la milenaria celebración del día de los muertos. En esta celebración la muerte es el vehículo para alcanzar algo mejor, se enfatiza en lo que sigue al morir más que al morir mismo. La muerte no se concibe como algo personal, sino como una acción dirigida hacia un bien colectivo: la continuidad de la creación, la regeneración del mundo; no la salvación personal, sino el regreso a la esencia que anima al universo, el cuerpo muere y el espíritu es entregado a los dioses como la deuda contraída por habernos dado la vida. Cuando alguien moría, la fiesta ayudaba al espíritu en su camino. La muerte, según el espíritu mexicano, es un espejo donde se refleja la forma en que hemos vivido y nuestro arrepentimiento; a la llegada de la muerte, se ilumina la vida: “dime como eres y te diré como mueres”. Y Posada, apoyándose en estas tradiciones, convierte a la muerte en jocosa e irónica. Se dirige a ella como: “calaca”, “huesuda”, “dentona”, la “flaca”, “la parca”. Sus imágenes criticaban, con un atrevido humor negro, la sociedad mexicana de su tiempo. Ambos referentes, Posada y la tradición mexicana, están presentes de alguna manera en la obra de Julio. Pero la motivación del joven grabador cubano es de tipo hedonista, pues testimonia o relata –creando una relación de alto contraste– la plenitud de la vida, el goce del momento, al representar a todos sus protagonistas bajo el mismo signo, ya que no le interesa el sujeto sino sus acciones (quizás por esa razón trabaja algunas veces a partir de fotos). Sin embargo, no alude a la muerte ni la pone a convivir con personajes reales. Incluso, en una pieza suya que puede hacer pensar en la muerte como fenómeno, la calcografía titulada “Espera” (una señora asomada a la ventana en actitud melancólica, al superponerle la calavera se convierte indefectiblemente en la alegoría de la muerte), predomina un sentido tragicómico de la vida y un pensamiento esencialista; quizás ello fue lo que cautivó a Julio, pues ve el bregar humano desde la impermanencia del cuerpo y la realidad como sucesión de fragmentos únicos e irrepetibles. Y de fragmentos estamos hechos, como dijo el poeta, así que en algún rincón de esa vasta bolsa de heredades debe estar presente ese sentimiento prehispánico frente a la muerte convertida en actitud, en reflejo incondicionado. Todo parece indicar que las herencias culturales no se excluyen ni neutralizan, sino que se sedimentan como un complejo tramado que va predeterminando respuestas ante los muchos estímulos de la realidad cultural y física que nos prueba a cada momento. De acuerdo con el origen de cada quien, así el orden de ese tramado y por tanto las herencias a flor de piel o las muy intrincadas en lo profundo del ser . Cuando Julio César se siente identificado con esta iconografía y la escoge como medio para expresar sus propias preocupaciones, hay también una sintonía que va más allá de la realidad visible y que lo acerca de una forma muy sutil y particular al sistema de pensamiento que más arriba describíamos como el sentimiento prehispánico hacia la dicotomía vidamuerte. Nos habla de la vida pero utiliza el disfraz de la muerte para burlarse de su brevedad, además de sugerirnos una lectura del esqueleto como la mayor expresión de lo auténtico: “dime como eres 63 Revolución y Cultura y te diré como mueres”, sin más conflicto ni sentido crítico que el que puede haber en el hecho de “animar” una calavera. La muerte como la mejor aliada de la vida, como nos advierte el Don Juan de Castaneda cuando viaja en el mismo auto con su aprendiz y le dice que la muerte es como esas dos lucecitas que constantemente estás atendiendo por el retrovisor y te impulsan a ir siempre adelante y seguir una velocidad una vez que has entrado en la carretera. Revolución y Cultura 64 El cine francés Frank Padrón ólo el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano supera en entusiasmo y masividad al que, hace aproximadamente ocho años, se celebra entre nosotros el mes de marzo (esta vez, por el aniversario 45 del ICAIC, tuvo lugar en abril): Francia ocupa, mediante su cine más reciente, las pantallas no sólo de la capital, sino que se extiende hasta bien entrado el mes siguiente, al resto del país. La Cinemateca de Cuba, Cinemanía, la Alianza Francesa y el ICAIC son los auspiciadores de un evento que ha ido creciendo en espacio, en organización, en par ticipación y, como decía, en concurrencia de público, cada vez más motivado por las propuestas del país galo. También en la presente edición, directores, actores, productores, distribuidores y funcionarios viajaron a la Habana para acompañar las presentaciones de sus filmes, dialogar con la prensa y con los espectadores. Una vez más, finalizada la muestra, se arriba a una indiscutible certeza: la salud del cine francés, pese a las lógicas disparidades, es excelente, y más de un guión y película concreta, haría rabiar de envidia a los cineastas hollywoodenses, cada vez más abocados, dada su evidente crisis, a comprar derechos de títulos europeos y latinoamericanos, cuando no a saquear ideas y argumentos. Pero revisemos lo que trajo el Festival francés en este 2004: Ya El Coro, premiér e y luego exhibida comercialmente, contituyó una excelente carta de presentación; el estreno internacional fuera de Francia (con posibilidades de que sea adquirida por el ICAIC), debut del director Christophe Baratier, remake de una vieja película norteamericana, hubiera sido el indudable bien vale un festival premio de la popularidad si se encuestara a los habituales. La llegada de un profesor de música a un colegio de reeducación, donde la formación de un coro cambia la vida de los confictivos adolescentes, resulta un retrato humano y sensible sobre el poder no sólo de la música en el mejoramiento humano, sino también, cuando se le sabe extraer del fondo noble que suele encontrarse en niños problemáticos que no han tenido una infancia feliz. Entre las delicias del filme, además de las actuaciones (los adolescentes en pleno, elegidos para la ocasión, y un seguro y carismático Gérard Jugnot), figura la exquisita música, encauzada en las voces blancas maravillosamente acopladas de los protagonistas. Cinta un tanto rosada, con indudables concesiones al melodrama tradicional y más de una situación previsible, sin embargo, no hay que negar la armoniosa conjugación de sus elementos, para utilizar un adjetivo precisamente musical. Ya estrenada durante el festival de diciembre, Amén, de Costa Gavras (Z), es una cinta histórica sobre el lavado de manos de la alta jerarquía católica en torno al holocausto de los judíos por los nazis durante la II Guerra Mundial; se trata de una obra fuerte, energética, dentro de una narrativa convencional pero eficaz, que comunica sus verdades y llega al espectador, misión donde juegan roles imprescindibles el trabajo actoral (Ulrich Tukur, Mathieu Kassovitz, Ulrich Mühe...) y el montaje. Bienvenidos a Belleville , de Sylvain Chomet, es un largo animado que tuvo dos nominaciones para el Oscar, entre ellas la juguetona música que se suma a los atractivos de una trama donde un niño perdido y buscado por su abuela, un fiel perro y tres hermanas ancianas (que fueron realmente estrellas del music hall en esa ciudad durante los años treinta), constituyen el eje de la trama; un peculiar sentido del humor , una labor preciosista en la animación, el coloreado y los fondos, convierten el filme en una joyita. Dos películas de y por mujeres, mostraron una de las tendencias más fuertes del cine galo contemporáneo: Una parte del cielo , dirigida y escrita por Benedicte Liénard, sobre féminas resistentes a una cadena de producción que las explota, en la fábrica donde trabajan, y son encarceladas. Es una cinta un tanto racional, diríamos hasta fría, que centra su plataforma expresiva en planos largos y un tempo dilatado, a veces, a decir verdad, innecesariamente, lo cual, aunque afecta en ocasiones el rumbo de la narración, no llega hasta el punto de impedir la conexión del espectador con el drama de estas mujeres. La otra fue Satín rojo, opera prima de Raja Amari, quien obtuvo por ella premio al mejor nuevo director en Seatle y del público en Maine, además del que se le otorgó en París por el mejor guión original. El viejo motivo de melodrama de una madre y una hija que comparten (esta vez sin saberlo) el mismo hombre, es desdramatizado por la realizadora, hasta un poco ironizado con un sutil guiño, y todo en el complejo mundo árabe, una comunidad asentada en Francia sin que por ello renuncie a sus costumbres ancestrales. Actuaciones notorias y una bien armada puesta en pantalla, caracterizan el filme. Entre lo mejor de la muestra francesa es65 Revolución y Cultura Fotogramas de El coro, La alberca y Amén, tres de las películas favoritas del público en la más reciente edición del Festival del Filme Francés Revolución y Cultura 66 tuvo Mi ídolo, que invita desde ya a seguir a su joven director, Guillaume Canet, quien también inter viene como actor y co-escritor del guión, junto con su rival en la cinta, Philippe Lefevbre. La pasión que un brillante pero oscuro asistente de un famoso programa televisivo, siente por el productor de la cadena, lo lleva, tras ser invitado a compartir un fin de semana con él y su esposa, a descubrir sus verdaderas intenciones. El filme sigue un camino de extravagancias y situaciones tan absurdas como inesperadas, las cuales encierran un riguroso estudio sobre la manipulación humana, el poder, las ambiciones que matan, y a la vez, el reverso de todo ello: un guión original, que todo el tiempo atrapa e inquieta, sin necesidad de recurrir a situaciones forzadas ni amorosa ayuda a los afectados a recuperar los recuerdos (en el caso del segundo) o, al menos, cuando el mal parece irreversible, a sobrellevar la dureza de la vida. La primera cinta, lineal con ciertos pespuntes de flashback, logra sortear afortunadamente los peligros del melodrama, y convertirse en un sensible drama humano, una conmovedora historia de amor a la que no falta incluso un bien incorporado toque de humor. La labor de la actriz protagónica, Isabelle Carré, fue justamente reconocida con varios galardones, sin que desmerezca para nada su par tenaire, Bernard Le Coq, quien obtuvo también un reconocimiento. Con respecto a Novo guarda cierta relación con la independiente norteameri- sagradó la manera en que se entrecruzan las órbitas de esas vidas dentro de una historia coral excelentemente ambientada y nada mal actuada. La alberca fue otro de los “platazos” fuertes del Festival francés. Del ya respetado realizador François Ozon (Ocho mujeres, Bajo la tierra) es esta pieza intergenérica que discursa sobre los sutiles nexos entre realidad y ficción, esta vez literaria. Una historia imaginativa, alucinante, que juega con el espectador y, a decir verdad, lo vence, y nosotros encantados de haber sido presas del ingenio y la manipulación que logra Ozon, además de arrancar a Charlotte Rampling uno de los desempeños más ilustres de su carrera (la inglesa obtuvo por este papel el Premio a la mejor actriz europea). a trampas dramatúrgicas. Una puesta dinámica y cohesionada, inhabitual en un cineasta debutante, y unas actuaciones de primera (Françoise Berléand, como el productor, ha sido nominado al César), hacen de Mi ídolo, uno de los títulos más sugestivos del nuevo cine francés. En el giro de la comedia pura, Ah, si yo fuese rico, de Munz y Bitton, retoma el llevado y traído recurso del pobre (por demás medio estúpido) al que todo le sale mal y de pronto gana la lotería; el filme logra, sin embargo, una revisión inteligente de los valores en la vida. Destacada, además, por sus buenos chistes y contundentes actuaciones, sobre todo los protagónicos, Jean Pierre Darrouissin y Valerie Bruni-Tedeschi. Menos conseguida, que la anterior sobre todo a causa de un guión algo farragoso, Mi mujer es una actriz, de Yvan Attal, nar ra con cier ta agudeza, los problemas de la pareja cuando uno de sus miembros es famoso. Dos títulos Acordarse de cosas bellas (de la directora debutante Zabou Breitman) y Novo, de Jean Pierre Limosin, abordan como asunto la pérdida de la memoria. Y en ambos, una fuer te relación cana Memento, cinta a mi juicio sobrevalorada. La francesa es muy superior, con un montaje exquisito, que no exagera en las reiteraciones (indispensables) del pasado, y con un ajuste perfecto de los tiempos; la anécdota, además, no se devora la indagación en los personajes, como ocurría en la cinta de Nolen. Digno de elogio, también, es el trabajo actoral, ante todo el del actor español Eduardo Noriega. El guión de Novo fue escrito por Christophe Onoré, quien a la vez dirigió Diecisiete veces Cécil Casard, otra sobre mujeres, en este caso de alguien que tras perder a su esposo en un accidente, decide reconstruir su vida. La película consigue momentos de intensidad y concentración, pero se diluye en circunloquios y pasos en falso. Algo que sortea bien Al borde del mar, de Julie LopesCurval, a pesar de no haber estado entre las obras más favorecidas por el público. Ocurre es que, la plasmación de la monotonía y el sinsentido de un pequeño balneario y sus habitantes, pueblan un filme que parece homenajear a Jacques Tati, aquel cómico del absurdo y la excentricidad, pero, al menos a mí, no me de- Con discursos feministas, varias mujeres jóvenes detrás de la cámara, legitimación de sentimientos no siempre bien apreciados (respeto al otro, confianza en que el viejo amor sigue siendo resolución o al menos alivio de nuevos y antiguos conflictos), historias raras, personajes complejos (encarnados por excelentes actores) y sobre todo buceo, en la contemporaneidad, transcurrió este nuevo Festival del Filme Francés. Gratificante, especialmente, por la respuesta entusiasta y masiva de un público ávido por historias no encontradas en el cine norteamericano al uso, y la convicción de que es ésta una de las cinematografías más saludables (las operas primas señorearon) y sugerentes no sólo de Europa sino del mundo entero. ESPANGLISH, O LA TORRE DE BABEL Hablando entre cubiches de los flamingos”. Más adelante, la página de economía se refiere a “los rendimientos agriculturales” y al trabajo en “las factorías”. Mientras, el editorial pone el grito en el cielo por el incontrolable “crecimiento de la populación”, y la crónica roja se pregunta por Una bíblica (con) qué cierto personaje “cometió fusión de lenguas suicidio” (commited suicide). se cierne sobre la Un columnista –quien borró de su enciclopedia particular las prensa cubanovoces “funcionarios”, “soldanorteamericana dos” y “cuarteles”– anuncia que “oficiales de la Casa Blanca hicieron saber que quinientas Argelio Santiesteban tropas se retiraron a sus barracas”. e cuenta que cierto Los entrevistados, con sospechosa freconato de traductor, cuencia, no responden “ciertamente” o ante la frase inglesa “claro está”, sino con un “definitivamenIntroductions ussually pro- te” tras el cual se transparenta el angloduce embarrassment , no atinó sajón definitely . a transmitir la idea de que las Prolifera el giro “de acuerdo a”, servil calpresentaciones sociales sue- co del modismo inglés according to. len provocar turbación, sino Los edificios “son construidos” y el museo que torpemente maltradujo: “fue inaugurado”, en flagrante abuso de “Las introducciones usual- la voz pasiva, que el castellano repudia. mente producen embarazo”. Los verbos españoles, gracias a su comCuando cierto anglosajón, en plejísimo esquema de conjugación, nos medio de nuestro achicharran- permiten la licencia de omitir pronombres te verano, comentó I am hot, cuando nos parezca. Si digo “piensas”, se un aprendiz de intérprete llevó sobrentiende “tú piensas”. De ahí que la la frase al castellano palabra superabundancia de “yo”, “ellos”, etc., por palabra, a pie juntillas. Las evidencie que el redactor está hilvananreacciones de quienes lo escu- do sus líneas mientras reflexiona en charon fueron desde el sonrojo inglés. hasta la carcajada, pues el Por esta vía, llegará el momento en que equivalente literal correspon- debamos hacer nuestra la condena que día a “Estoy sexualmente ex- Nietzsche dedicó a sus compatriotas de citado”. la prensa: “Idioma de marranos. Perdón: Y dígase que cuando hojeo la quise decir idioma periodístico”. prensa cubana de los Estados Y alguna vez, en la sección literaria, enUnidos, muy a menudo tengo contraremos una crónica sobre el escrique recordar las anécdotas del tor español Emanuel Breton of the traductor absurdo y del intér- Blacksmithes (léase Manuel Bretón de prete disparatero. los Herreros), o un enjundioso retrato de cierto personaje de las pampas, nombrado Second Shadow, Sq. (entiéndase POPULACIONES Y FACTORÍAS Tome usted al azar un periódico Don Segundo Sombra). cubanonorteamericano, respire hondo, ajústese el cinturón CORDURA , QUE TODO TIENE UN LÍMITE de seguridad... y prepárese El préstamo lingüístico es hoy un hecho para toda suerte de perpleji- palpable. Y una necesidad de vida o dades y desconciertos. muerte. La prensa norteamericana en En la columna ecologista, al- inglés ha dado un ejemplo edificante, al guien que olvidó –o nunca co- incorporar a sus columnas voces como noció– la palabra “flamencos”, barrio o mafiosi, sin hacerles siquiera el nos advierte de cuán impres- beneficio de las cursivas. En español, cindible es “la conser vación ¿podríamos prescindir de términos que van de jeep a container, de trust a gangster ? ¿Acaso porque son palabras que los científicos formaron a partir de siglas inglesas, no pronunciaremos jamás radar ni laser? ¿Dejaremos de cliquear con el maus de la computadora? La solución, indudablemente, no radica en un academicismo esterilizante. Ya Gabriel García Márquez ha dicho que la Real Academia, en su diccionario, tiene un mausoleo donde inhuma a las palabras. (Allí puede usted encontrar los nombres de cada una de las piezas que componen a un arcabuz, pero echará de menos importantísimos antibióticos). No. El quid del asunto no estriba en bajar la cerviz ante los tiránicos dictados de los puristas. En el decir de Martí, “el lenguaje es obra del hombre, y el hombre no ha de ser esclavo del lenguaje”. No obstante, como opina la gente de a pie, “bueno es lo bueno, pero no lo demasiado”. Y a veces me temo que la prensa cubana de los Estados Unidos, inmersa en la marea del espanglish, víctima de una bíblica confusión de lenguas, algún día se regirá por las mismas normas amalgamadas del cartel que escandalizó a un profesor de Español, ante un establecimiento propiedad de un emigrado de la Gran Antilla: “Gonzalito’s Place. Sánguchis cubanos”. Ilustración: Ares 67 Revolución y Cultura Primavera en la Habana por varias generaciones de cantantes de diversas latitudes. (Fuente: Trabajadores) ¿ Quién se hubiera imaginado que aquellos encuentros de Alejo Carpentier con Juan Blanco desembocarían en lo que posteriormente se denominaría la vanguardia musical cubana de los años sesenta, setenta y ochenta del siglo pasado, y en el movimiento de música electroacústica en nuestro país? Carpentier, le haría conocer a Blanco lo que era la música concreta, serial, el espacialismo, el aleatorismo y diversos modos de hacer y ver la música de aquellos tiempos. Eran los primeros años del triunfo revolucionario y los nuevos aires trajeron nuevos ímpetus que aún se perpetúan en un evento como el X Festival de Música Electroacústica Primavera en La Habana celebrado en marzo. Una razón esencial de Primavera en La Habana en esta edición fue el merecido homenaje a Carlos Fariñas, quien hubiera cumplido setenta años ahora. Fariñas, figura cimera de nuestra música, fue, además, promotor cultural y maestro de maestros en el aspecto docente y creador del Estudio de Música Electrónica y por Computación (EMEC) del Instituto Superior de Arte. Por ello, entre las actividades más importantes de este Festival estuvo el concierto dedicado a su memoria durante el primer día de actividades. Pero esta edición estuvo llena de azares concurrentes y de aniversarios. Baste mencionar que en este 2004 celebramos el centenario del nacimiento de Alejo Carpentier. De modo que asistimos a lo mejor del quehacer de nuestros músicos, esos que crean, investigan y dan un salto cualitativo hacia el futuro. (Fuente: Cubarte) Mayo Teatral, relevante opción cultural del mes Portillo de la Luz importante Premio en España El reconocido compositor y cantante cubano César Portillo de Luz, fue reconocido con el Premio Latino que otorga la Academia de las Artes y Ciencias de la Música, de España. Portillo es la tercera personalidad del continente americano que recibe este galardón, después de Chavela Vargas y Ar mando Manzanero. El premio reconoce la obra de toda una vida en la creación musical. Portillo de la Luz es una de las figuras emblemáticas de la canción cubana. Es autor, entre otras canciones, de la internacionalmente conocida Contigo en la distancia, interpretada Revolución y Cultura 68 La Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño Mayo Teatral, patrocinada por Casa de las Américas, presentó este año unos 15 espectáculos de primerísima calidad en las tablas de nuestro continente. Salas de la capital y de Matanzas, Santa Clara y Cienfuegos, fueron ocupadas por algunos de los creadores que hacen en nuestro Continente un teatro conceptual y estéticamente interesante. Entre ellos basta citar a teatristas tan renombrados como Eduardo Pavlovsky y Daniel Veronese (ambos de Argentina), el Gr upo de Teatro Macunaíma (Brasil) –bajo la dirección del maestro Antunes Filho–, Las Patronas (México), Elia Arce (Costa RicaEstados Unidos), el Teatro Matancandelas (Colombia) y Teatro La Polea (Costa Rica). Entre los cubanos destacaron Danza Contemporánea de Cuba, Teatro Icarón, Estudio Teatral de Santa Clara, Teatro Escambray, Compañía Teatral Hubert de Blanck, y Daisy Granados y Pastor Vega. (Fuente: Cubarte) La Guitarra EL memorable concierto de la última noche, cuyo cierre fue la ar rancada del son más largo del mundo –del otro lado de la Isla, en Santiago, Eliades Ochoa lo continuó ya como parte de las actividades del Cubadisco 2004–, el Festival de Guitarra de La Habana, que por primera vez llevó el nombre de su máximo inspirador, Leo Braouwer, vino a demostrar la vitalidad de este instrumento y de la música creada y concebida para él. Dedicado a homenajear a Leo en su aniversario sesenta y cinco de vida, cincuenta de vida artística, la cita volvió a reunir parte importante de lo mejor de la guitarra a nivel mundial, tanto entre los invitados como entre los participantes en el concurso. En ganador de este último resultó el prometedor Cecilio A. Reinoso. Cubadisco rindió homenaje a Chucho e Irakere Un hombre, su piano y virtuosos músicos, ese es «el siempre» de Irakere, el grupo cubano de jazz más famoso y el primero en el mundo que injertó al ritmo de Nueva Orleans los aires afrocubanos. A ellos correspondió el primer y muy merecido homenaje de la Feria Cubadisco 2004. El celebér rimo teatro Amadeo Roldán, escenario de las glorias de clásicos como Kleiber, Stokowski y Alonso, sirvió de sede a la primera gala musical de la más importante reunión discográfica de la isla, y con la agrupación de Chucho, Carlos Emilio, Enrique Plá y César López celebrando el aniversario treinta de su creación. El maestro Roberto Valera, quien fungiera como presidente del jurado de Cubadisco, tuvo a su cargo la alabanza de esta agrupación, la primera creada en la isla en alcanzar un Grammy, en 1982, y cuyo decursar la convirtió en «escuela», formadora de talentos. Por eso, decir «yo pasé por Irakere» suele ser un sello tan distintivo como «estuv e en Los Van Van», en Los Beatles o The Rolling Stones. (Fuente: PL) Premios Cubadisco 2004 En gala celebrada en el Teatro Kar l Marx, el Cubadisco premió las mejores creaciones discográficas concebidas en el país el pasado año. El Gran Premio fue a manos de la intérprete Teresa García Caturla, por intermedio del fonograma Llegó Teté, del sello Bis Music, que también mereció los máximos honores en la categoría de Música Popular Tradicional. Sobre el trovador Silvio Rodríguez recayó el lauro destinado al mejor Productor del año, en tanto a Los Papines, la Orquesta Aragón, el flautista Richard Egües, el maestro Electo Silva y el compositor y cantante dominicano Víctor Víctor, correspondían los Premios de Honor de la justa. Galardones especiales fueron conferidos a Esther Borja y Luis Carbonell por el compacto Esther Borja canta a dos, tres y cuatro voces; y a las placas Líricos cubanos volúmenes I y II, de varios autores; Obras de compositores cubanos del siglo XX, de Alicia Perea y Ahora sí, del Changüí de Guantánamo. El CD Siete, del cantautor Carlos Varela, se alzó con los lauros correspondientes a las categorías de Diseño Gráfico y TrovaPop-Rock, y Ar naldo y su Talismán hizo lo mismo en Pop y Video Clip Musical. La trilogía Ancestros I, II y III, de Síntesis, reinó en el apartado nombrado Antologías-Compilaciones, y la música del filme Roble de olor, creada por Sergio Vitier, en el de Banda sonora. En Fusión resultaron agasajados Lucía Huergo, por el disco Lucía; en Cancionística, Anaís Abreu, por Alma; en Grabación, Giraldo Piloto y Klímax y, en Música Coral, la Schola Cantorum Coralina, por la placa De qué cantada manera. De igual manera, fueron distinguidos los fonogramas Irakere. 30 años, en Jazz; y Soy cubano, soy popular, en Música Bailable Actual, interpretados por Chucho Valdés e Irak ere y David Calzado y su Charanga Habanera, respecti-vamente. Otros discos galardonados fueron Gaspar Fernández; Cancionero musical de la Catedral de Oaxaca, de Ars Longa -con dos lauros-, Imágenes, de José María Vitier; Flauta vir tuosa, de Niurka González y Chopin; Ballades y nocturnes, de Andrés Alén; en tanto Cubanitos 20.02 arrasó en la difícil división del Hip-Hop. (Fuente: AIN) Lecuona Inédito El pianista y compositor Ernesto Lecuona, el más universal de los músicos cubanos del siglo XX, vuelve a ser noticia cuarenta años después de su muerte con el lanzamiento de un disco integrado por varios de sus temas menos conocidos, incluso algunos de ellos inéditos, descubiertos y grabados por la soprano estadounidense Carole Farley. Presentado en Ber lín, el disco incluye veinticinco de las más de cien obras del autor de Malagueña, que la Farley asegura haberlas hallado durante una búsqueda de dos años en archivos de Nue va York especializados en música latinoamericana. Producido por el sello Bis Estocolmo, el álbum contó con el acompañamiento del pianista británico John Constable. En total fueron 32 las piezas grabadas por la soprano, quien se ha presentado en los mejores escenarios del mundo como el Metropolitan Opera House, de Nueva York. Ferviente admiradora de la música del cubano, la Farley confesó que lo más atrayente de Lecuona es la frescura y pasión de sus partituras. Para seleccionar las piezas que integrarían el fonograma, la cantante se basó en el contraste entre ellas, muchas de las cuales se conservaban en forma de manuscritos. (Fuente: Cubarte) Lo increíble en Gólgota El misterio asoma en las notas musicales que casi llegan a escucharse cuando emergen de la sombra y se hacen luz en cada una de esas obras de Gólgota, que siguen el canto de los instrumentos de una orquesta, reunidas en Sonata en lienzo, muestra que acogió recientemente la g alería La Acacia. La exposición resultó un concierto de luces y sombras, de cuyo contraste emana un magnetismo que impele al espectador a contemplar una obra y regresar a otra de las ya vistas, minutos antes, para descubrir incontables enigmas en esas figuras envueltas en atmósferas de otros siglos y latitudes, quizá inexistentes, que denotan una realidad tangible, envuelta en atmósferas de un lirismo cercano a lo surreal, a lo onírico. De ese concierto inaudible iban apareciendo con notas desdibujadas nacidas del piano, de la tumbadora, del cello y de la flauta, las tonalidades y matices agazapados en las sombras. Se trata de una técnica que guarda mucha relación con los elementos conceptuales de la Sonata en lienzo que Gólgota va atemperando con aires de andante y allegro, y transforma en huracán de sonidos en el ritmo alucinante del pianista y del director de orquesta, con las yuxtaposiciones de manos y batutas, que hacen música y perfilan metáforas visuales y sonoras. Algunas de estas piezas han nacido de conversaciones inspiradoras con músicos notables, como ha ocurrido con El director de orquesta, nacido de un diólogo con el maestro Harold Gramatges. Gólgota lo califica como un autorretrato atrevido. El impacto de su Pianista surge de lo vivencial, a través de conversaciones con Frank Fernández. Pero Frank no posó jamás, el pintor se apropió sencillamente de las manos de Víctor Rodríguez, alumno del maestro, y en sesiones prolongadas e intensas, plasmó sobre el lienzo su ejecución impecable. Frank, no obstante, dejó su huella imborrable cuando estrenó su Vals de la noche en la inauguración de Sonata en óleo, acompañado en magistral interpretación de la bailarina Lídice Núñez. (Ada Oramas) Fue así que coincidieron las presentaciones en la sala García Lorca de la capital cubana y con otras en una amplia gira por México, siendo lo más llamativo la calidad de cada propuesta, la exigencia de los programas concebidos, en los que se mezclaban ballets clásicos con propuestas contemporáneas, así como la efusiva respuesta del público. De igual modo, la prima ballerina assoluta Alicia Alonso, directora general y artística de la compañía, continúa siendo acreedora de lauros y tributos. El más reciente de ellos tuvo lugar el Día Internacional de la Mujer, cuando viajó de tier ras aztecas a Quito, Ecuador, para asistir a una gala en el Teatro Bolívar, donde recibió un emotivo homenaje por ser una de las madres de la danza latinoamericana. (Ada Oramas) Contrapunto en puntas Hechos que constituyen una excepcionalidad en muchas de las compañías de ballet del mundo resultan cotidianos en el quehacer del Ballet Nacional de Cuba. Uno de ellos: sus posibilidades de desdoblarse en dos compañías que brindan dos repertorios con elencos diferentes, al mismo tiempo, en dos países. 69 Revolución y Cultura a V época de Revolución y Cultura comenzó con el primer número de este año, presentado por nuestra directora, Luisa Campuzano, a principios de abril. Profundos cambios en el diseño y el compromiso de continuar abordando en nuestras páginas parte de lo más significativo de la cultura cubana, son las razones que nos motivaron a iniciar esta nueva etapa de la revista. Unos días antes, en la Galería Espacio Abierto que mantenemos en nuestra sede, se inauguró la exposición Black Sur vival, fotografías del artista norteamericano Kerry S. Coppin. De las palabras al catálogo de dicha muestra seleccionamos las siguientes reflexiones: La imagen que del continente africano ha circulado a nivel internacional tiende a los extremos. Por un lado los mass media lo han presentado como noticia al referirse a las guerras civiles, la hambruna y las consecuencias devastadoras de enfermedades como el SIDA; y por otro, como paraíso, por su particular geografía [...] Sin embargo, la mirada sociocultural que se concentra en el hombre africano contemporáneo (solo) han sido objeto de estudio de investigadores y creadores... La emigración forzosa de población negra debido a la importación de mano de obra esclava al nuevo mundo, reconfiguró el sistema de valores del hombre negro [...] La diáspora africana desde entonces ha continuado su crecimiento llegando a conformar grandes grupos sociales en casi todos los países del continente americano [...] El interés de K. S. Coppin se dirige a redimir desde la imagen fotográfica la visión estereotipada que de la comunidad negra se tiene [...] Asimismo, intenta reflexionar acerca de similitudes y diferencias existentes a ambos lados del Atlántico para establecer el nexo cultural que nos une. La ocasión sirvió para que actuara el grupo cubano de rap Anónimo consejo, que completó con su música y sus palabras lo expresado por las imágenes de Coppin. Revolución y Cultura 70