el círculo de indochina

Transcripción

el círculo de indochina
Laos: un breve descanso en el camino
Círculo
de Indochina
EL CÍRCULO DE INDOCHINA
> De Bangkok (Tailandia) a Kuala Lumpur (Malasia)
5.000 km, 20 días
La gran península de Indochina es, quizá, uno de los lugares más bellos de la tierra. Realmente lo tiene todo: paisajes
fulgurantes, playas paradisíacas, templos milenarios, gastronomía excepcional, carreteras inolvidables y urbes altivas.
La dosis justa de aventura y la cantidad exacta de locura. Un pasado esplendoroso y un presente vibrante, gentes
pacíficas y esquizofrénicas muchedumbres. Recorrer en moto Tailandia, Indonesia, Laos, Camboya o Malasia es una
justa mezcla de placer desbordante y de sordo sufrimiento. Solo la tentación de detenerse en cada rincón mágico
justifica un viaje largo para llegar hasta aquí y devorar kilómetros de genuino placer.
VUELO A BANGKOK
Todos los viajeros de largo recorrido llegan
a Bangkok tras haber sufrido los rigores
de Asia central, y su primer contacto con
el mágico reino de Tailandia es el aséptico
Aeropuerto Internacional Suvarnabhumi.
Hasta la fecha, recorrer Myanmar está
vetado a turistas con vehículo propio, y
cruzar el coloso chino es prohibitivo al ser
obligatoria la contratación de guías-censores
que acompañan al viajero durante toda su
ruta. Ambos países constituyen una barrera
dolorosamente infranqueable. Por lo tanto,
lo habitual es fletar la moto desde Nepal o
India y tropezar torpemente en este colosal
aeropuerto de cristal y acero.
Si uno lleva unos cuantos meses en ruta,
Tailandia parecerá un paraíso tecnológico,
aunque objetivamente el país tenga todavía
mucho camino que recorrer. Pero es que
Bangkok es una ciudad asombrosa, en la que
es posible la interacción de lo más moderno
y lo más tradicional, donde conviven en
perfecto equilibrio el pecado y la represión,
lo ancestral y lo vanguardista, lo solemne y lo
festivo como en pocos lugares del mundo.
Bangkok es una gran metrópolis tropical
–se encuentra solo 14 grados al norte del
Ecuador–. En un primer asalto, la urbe
golpea furiosamente al viajero: calor, tuktuks
correteando sin sentido, contaminación,
buscavidas, sabores extraordinarios y
sonrisas arrebatadoras. La temperatura y
la humedad han favorecido el crecimiento
incontrolado de plantas por doquier, y es
habitual toparse con orquídeas asaltando
las arboledas, buganvillas y flores de la
pasión royendo los muros, carnosas plantas
aéreas flotando sobre los tejados. Esta
es para muchos la quintaesencia de una
capital asiática: inabarcable, despiadada a
veces, grácil arquitectura en dorados y rojos,
comida especiada, mercados abarrotados,
colosales atascos y monjes enfundados en
túnicas de color azafrán.
El nombre oficial de Bangkok es algo así
como “la Ciudad de los ángeles, Gran Ciudad
de Inmortales, Residencia del Buda de
Esmeralda, Magnífica Capital del Mundo
Engalanada por las Nueve Gemas, Asiento
del Rey, Ciudad de Palacios Reales, Hogar
del Dios Encarnado, Erigida a Petición de
Visvakarman e Indra”. A decir verdad, creo
que tanta parafernalia es innecesaria,
porque la belleza y magnificencia de
Bangkok hablan por sí solas. De sus
cincuenta vibrantes y frenéticos distritos,
lo más probable es que solo visitemos
cuatro: Siam Square, el centro comercial
de la ciudad, una zona plagada de tiendas
modernas y fulgurantes hoteles; Sukhumvit,
un distrito popular entre expatriados y
tailandeses con dinero, donde se pueden
encontrar excelentes restaurantes y bares
de copas y los populares Soi Cowboy y
Nana Entertainment Plaza, dos de los
más importantes centros de prostitución;
y Silom, el sobrio distrito financiero de día
y canalla Patpong de noche, mercado de
falsificaciones, hogar de hoteles de luna
de miel, locales de lujuria y restaurantes
baratos para europeos borrachos y eufóricos;
finalmente, Khao San Road, en la parte
norte de Rattanakosin, es la meca de los
mochileros, y su distrito posee todo aquello
que el viajero con presupuesto limitado
pudiera necesitar en toda su vida.
El sudeste asiático es la tierra del millón
de ríos, y Bangkok no es una excepción:
está cuajado de una pléyade de canales,
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// EL CÍRCULO DE INDOCHINA
RUTAS CON HISTORIA Y CULTURA
riachuelos y arroyos que la nutren de agua y
de vida como un confuso y vibrante torrente
sanguíneo. Dominándolo todo, el ancho río
Chao Phraya divide la ciudad en dos justo
antes de precipitarse perezosamente en el
golfo de Tailandia.
SIGUIENDO EL CURSO
DEL CHAO PRAYA
Una buena forma de conocer la ciudad es a
través de sus ríos. El Chao Praya es navegable
en todo su recorrido por la ciudad, e
infinidad de ferries y chalupas lo recorren
de aquí para allá movidos por el azar y
azotados por los remolinos de agua. Desde
los desembarcaderos, el viajero se adentra
boquiabierto en la maraña de la ciudad:
nunca imaginarás lo que puedes encontrarte
a la vuelta de la esquina en Bangkok. El viejo
templo de Wat Mahathat, fundado antes de
la propia ciudad al norte de lo que hoy es su
epicentro, es un buen lugar para empezar
el recorrido. Actualmente acoge la orden
monástica más grande de Tailandia, un país
en el que el budismo está tan arraigado
Soi Nana, uno de los centros
de prostitución de Bangkok.
Espectáculo de Thai Boxing en Chiang Mai.
que los adolescentes del país tienen que
pasar una época de monacato en sus vidas.
Muy cerca del templo, los domingos, se
puede disfrutar de un curioso mercado de
amuletos, donde regatear por símbolos
religiosos, talismanes, camafeos y remedios
de medicina tradicional.
Un poco más al sur, siguiendo el cauce del río,
podemos visitar el peculiar Queen Saovabha
Memorial Institute, una extraña granja de
serpientes, anfibios e insectos operada por la
Cruz Roja, en la que se estudian los animales
más venenosos de la tierra.
Siguiendo el curso del río en dirección
al mar, nos toparemos con un extraño
rascacielos fantasma: el Sathorn Unique es
un raro monumento a la codicia humana,
cuya construcción coincidió con el boom de
la economía del país en los años noventa.
Súbitamente estalló la crisis asiática en 1997,
la economía del país se contrajo un 10 por
ciento en un año, y la conclusión de este
edificio fue pospuesta de forma indefinida.
Hoy luce cubierto de lianas y plantas aéreas.
Todavía más al sur, casi alcanzando los
suburbios de la ciudad, se localiza la Samut
Prakan Crocodile Farm, fundada en el año
1950. Contiene 70.000 animales: quizá lo
más fascinante de la visita sea la sección de
cocodrilos deformes, un extraño show de
anomalías genéticas entre las que destacan
saurios albinos, con dos cabezas o dos colas.
Sin embargo, lo que ha dado más fama
a Bangkok es su frenética vida nocturna,
que tiene sus núcleos en los tristemente
famosos lupanares de Patpong, Soi Nana y Soi
Cowboy. Bares de copas, antros de showgirls,
de ladyboys, de depravados espectáculos
con pelotas de ping-pong o serpientes vivas.
A pesar de que no debemos obviar esta
realidad social, que indudablemente existe,
no debe tampoco empañar la imagen de esta
extraordinaria metrópoli, capaz de ofrecer
rincones de deslumbrante belleza. Ninguna
visita a Bangkok estará completa sin echar
un vistazo a estos centros de libertinaje,
como tampoco lo estará sin un paseo en
el impresionante Skytrain, o una visita al
Grand Palace, Wat Pho –donde se encuentra
el Buda más grande del mundo– y el Wat
Arun, el templo más pintoresco, grabado en
las monedas de 10 baht. Si hay algo más de
tiempo, aconsejo un paseo por Thonburi,
una de las zonas menos desarrolladas de la
ciudad, pero excelente lugar para conocer
lo que fue Bangkok antes de la eclosión
económica. Aquí se celebra los fines de
semana el Mercado Flotante de Taling Chan,
que todavía conserva algo de autenticidad.
LAS JUNGLAS DEL NORTE
Recorrer en moto las atiborradas calles
de Bangkok no está exento de riesgos:
una marea de tuktuks y de pequeñas
motos chinas que trepan sobre las aceras,
se saltan semáforos en rojo, adelantan
enloquecidamente y culebrean sin sentido
en los atascos provocando más de un susto.
Quizá seas el mejor conductor de moto del
mundo, pero aquí te toparás con los peores.
La carretera que discurre en dirección
norte es una desalmada autopista que se
eleva por encima del populacho y acelera
sobre granjas, naves industriales, lagunas y
barrios de casuchas apretujadas. Es posible
salir de la ciudad por pequeñas carreteras
secundarias que bordean el Chao Praya,
aunque alguno lo encuentre poco práctico.
Si optamos por la ruta más larga y tortuosa,
podremos tardar cuatro o cinco horas en
llegar–por caminos locales al margen del
gran río–, hasta la capital del antiguo reino
de Ayutthaya, a 83 kilómetros del centro de
Bangkok. La ventaja de tomar esta ruta es
que nos permite ser testigos de excepción
de la vida tradicional, sencilla y rural que
también se da en la esquizofrénica urbe.
Veremos pequeños mercados, labradíos
escondidos en rincones inverosímiles,
vetustas fondas y casas de madera
encaramadas en largos postes para evitar la
crecida de las aguas.
LAOS
Mar de China
Phayao
P. N. Doi
Phu Kha
Meridional
Lampang
P. N.
Op Luang
A. C. NakaiNam Theun
Vientinae
Bago
Nai
Mueang
Thaton
Udon
Thani
Mawlamyine
Hue
Khon
Kaen
TA I L A N D I A
Nakhon
Ratchasima
Ayuttaya
Bangkok
P. N.
Phnom Koulen
CAMBOYA
Pattaya
Mar de
Bahía de
Bangkok
Myeik
Andamán
4.000
Islas P. N.
Virachei
Angkor
Wat
P. N.
Mu Ko
Chang
Santuario
Vida Salvaje
Aoral
Phnom
Penh
Golfo de
VIETNAM
Ho Chi Minh
Can Tho
Tailandia
Phuket
Songkhla
Mar de China
tre
Meridional
o
ch
de
al
M
152
P. N.
Haui Nam
Damg
Chiang
Mai
Es
El Chao Praya se bifurca aquí creando una
isla natural que, a mediados del siglo xiv
asistió al nacimiento de una deslumbrante
urbe que pronto sería la capital del reino de
Siam. Ayutthaya, debido a su excepcional
emplazamiento a medio camino entre el
archipiélago malayo, el gran coloso chino
y la poderosa India, se convirtió en la gran
capital del comercio asiático a lo largo de
tres siglos. Ya en los albores del xvii era la
ciudad más grande del planeta y recibía
comerciantes del mundo árabe, de Japón,
Portugal, Holanda, Francia, China e India. Los
cronistas europeos hablan de fulgurantes
templos dorados, complicadas ceremonias
rituales y descomunales cargueros venidos
de todos los rincones de la tierra. Ayutthaya
cayó en desgracia en 1767 cuando Burma
la invadió y calcinó hasta sus cimientos.
No obstante, hoy contiene unas ruinas
Chiang Rai
M YA N M A R
Yangon
Hai Phòng
Hà Noi
Taunggyi
Langsa
Medan
Georgetown
ac
a
Belawan
Perbaungan
Pematang
Siantar
Ipoh
Kuala
Terengganu
MALASIA
Kuatan
Kuala Lumpur
INDONESIA
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RUTAS CON HISTORIA Y CULTURA
En el corazón de este selvático anillo está
Mae Hong Song, que además de ser un
excelente punto de partida para explorar
pequeñas comarcales de tierra que se
adentran en la jungla, es el pueblo cercano
a la tribu de las Padaung, las Mujeres
Jirafa. Pertenecientes a la etnia kayan, este
fascinante pueblo llegó a las inmediaciones
de Burma hace dos mil años procedentes
del desierto del Gobi. Cuando se desató el
conflicto armado en Birmania encontraron
refugio en un angosto valle en la frontera
con Tailandia, y ahí han montado una suerte
de agónico zoológico humano y supermercado
de baratijas. Alguna mujer jirafa habla a la
perfección vasco y catalán y dice llamarse
Pepita, y esto no es una broma. Llegar hasta el
poblado en el que se hallan recluidas supone
cerca de dos horas de trayecto en plena jungla
y la carretera puede resultar un desafío en
algunos tramos. Hay infinidad de leyendas que
explican por qué estas mujeres han convertido
sus cuellos en exóticas deformidades:
algunas aseguran que utilizaban brazaletes
y collares para protegerse de los ataques de
Ruinas de Ayutthaya, en Tailandia.
prodigiosas que recomiendo recorrer en
bicicleta. Hay cerca de la estación de trenes
una buena selección de lugares donde las
alquilan y vigilan la moto mientras se pasea,
por un precio más que razonable.
Quinientos kilómetros al norte, por autopista,
está Chiang Mai, una de las joyas de la
corona de Tailandia. No es una ciudad muy
grande, tiene menos de 200.000 habitantes,
pero dentro de sus murallas esconde un
hermoso entramado de callejuelas y templos
que justifican su apodo de Rosa del Norte.
Si pasas aquí la noche, no dejes de visitar el
Night Bazaar, cerca del cual se concentran
la mayoría de los hoteles y pensiones. En
Loi Kroh Rd podrás tomar el pulso a la
burbujeante vida nocturna de la ciudad.
Dicen los nativos que no has estado en
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Chiang Mai si no has disfrutado de las vistas
desde Doi Suthep, no has comido una taza
de kao soi, y no has comprado un paraguas
en Bo Sang. Yo añadiría a la experiencia
asistir una noche a una demostración de
Thai Boxing. A pesar de que el espectáculo, a
medio camino entre una lánguida danza, un
adormecido rezo y una encarnizada pelea,
está fuertemente adulterado por la presencia
del turismo occidental, todavía resulta
extrañamente atractivo.
LAS MUJERES JIRAFA
Ahora nos adentramos en uno de esos
paraísos de moteros cuya fama ha cruzado
fronteras y ha inflamado los espíritus de los
aventureros de la curva de todo el mundo.
El camino a la aldea de las Mujeres Jirafa
en la frontera con Birmania es una de las
rutas más conocidas del sudeste asiático.
los tigres; otras, que se empleaban como
castigo en casos de adulterio.
Si nos hemos quedado con hambre de
curvas, a nuestro regreso a Chiang Mai
podemos hacer también el Samoeng Loop,
algo más corto, un poco más salvaje, y
también deliciosamente escénico. El mejor
sentido de circulación para disfrutarlo
plenamente es Chiang Mai-aeropuertoSamoeng-Mae Rim-Chiang Mai.
EL TRIÁNGULO DE ORO
De Chiang Mai a Chiang Rai, ya en pleno
Triángulo de Oro, hay poco menos de
180 kilómetros de una carretera lisa y
perfectamente civilizada. No obstante,
para disfrutar plenamente del espectáculo
camaleónico de la selva, se pueden emplear
tres días serpenteando por el norte del país,
justo en el borde de la frontera con Burma.
El primer día nos llevará de Chiang Mai a Doi
Angkhang.
Doi Angkhang es un lugar de vacaciones
muy popular entre tailandeses, aunque
relativamente desconocido para los
occidentales. Allí, las montañas salvajes
que dividen Tailandia y Myanmar alcanzan
su máximo esplendor. En sus faldas viven
las tribus de Palong, Lahu, Lisu y Hmong.
La segunda jornada nos llevará a través de
los pueblos de Thaton, Fang y Mae Salong.
El momento cumbre de esta ruta es el Wat
Thaton, un deslumbrante templo en la
cúspide de una montaña, desde el que se
puede divisar el río Mae Kok y su esplendoroso
valle. La frondosa falda de la montaña está
salpicada de estatuas de Buda en estilos de
China, Tailandia y Myanmar. El último día
pasaremos por el Triángulo de Oro, la triple
frontera, y nos encontraremos de bruces con
el río Mekong, que nos va a acompañar desde
aquí hasta que lleguemos a Phnom Penh, la
durmiente capital de Camboya.
La comida callejera tailandesa es la mejor del
mundo. Cualquier rincón vale para montar un
completo restaurante en Tailandia.
Su nombre, el Mae Hong Song Loop, está
plenamente justificado. La carretera, en
un estado impecable, se pierde en volutas,
anillos y curvas, trepando por las montañas
cubiertas de una densa capa de selva. De
vez en cuando se divisan arrozales esquivos
y rugientes cataratas, lagos de ensueño y
formidables vistas, mercados atiborrados,
racimos de bananeros luciendo bajo el
sol tropical, lomas de montañas cubiertas
de flores de colores, labradíos robados a
la pendiente y el precipicio, caudalosos
ríos, caprichosos regatos, deslumbrantes
desniveles conquistados a base de
interminables curvas, una inolvidable
experiencia de jungla desbordada,
estridentes bambúes, aire puro y fresco,
deliciosa inercia y sensación de plena
libertad. La ruta completa, para los más
intrépidos, es la que discurre por los pueblos
de Doi Inthanon, Mae Sariang, Mae Hong
Son y Pai.
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RUTAS CON HISTORIA Y CULTURA
LAOS, EL PAÍS OLVIDADO
En muchas ocasiones, las guías y los libros
hacen referencia al concepto de naturaleza
salvaje con demasiada ligereza. Sin embargo,
en este sentido el pequeño y olvidado país
que queda encajado entre China, Camboya,
Tailandia y Vietnam es la quintaesencia del
Asia salvaje. Laos –la República Democrática
Popular Lao– vive alrededor del poderoso
río Mekong, se nutre de sus abundantes
afluentes y está ahogado por una madeja
impenetrable de selva inhóspita y umbría.
En el norte, enormes formaciones kársticas
de silueta imposible despuntan al cielo
preñado de nubarrones. Al sur, el gran río se
desenhebra lentamente formando infinidad
de islas diminutas, amansa el paisaje y lo
convierte en una planicie serena cubierta de
murmullos de agua y de campos de arroz
que parecen un espejo roto reflejando el azul
del cielo.
Este país, que es el más pobre de Asia, es
también el más tranquilo. Paradójicamente,
a pesar de que el antiguo reino de Lan Xang
–Tierra del Millón de Elefantes– transmite
una cierta sensación de paraje virgen y
desolado, es más caro que sus vecinos para
el occidental, y en términos generales está
bastante menos preparado para recibir
turistas. La comida es amarga y picante,
mucho menos atractiva que la tailandesa
o la vietnamita, y se sirve siempre con una
cantidad asombrosa y desconcertante de
vegetales frescos con los que no sabrás
muy bien qué diablos hacer. El arroz
glutinoso es la comida más frecuente de
los habitantes de las aldeas. Abundan aquí
la malaria y el dengue, las gentes veneran
a Buda y a los espíritus de la tierra. Fuera
del valle del Mekong, allá donde viven
las minorías hmong, yao, tai dumm, dao
y shan, es difícil encontrar alojamiento,
carreteras que puedan recibir semejante
nombre, electricidad o abastecimiento de
bienes básicos. La presencia del ejército
es permanente, y la policía de paisano del
Partido Popular Revolucionario de Laos, el
único permitido en el país, vagabundea con
frecuencia por los lugares más turísticos
para pegar un bocado al escuálido pastel del
turismo.
No quiero que esta descripción sirva para
desalentar al posible viajero porque Laos es
un lugar que sin duda vale la pena visitar.
Uno de los últimos bastiones del comunismo
duro, un país adormecido y silencioso,
lúgubre en ocasiones pero deslumbrante
en otras. Con paisajes majestuosos y gente
humilde, asustadiza y de vida simple como
un día de verano. Hasta tal punto llega su
sencillez que, en su idioma, “tuyo” y “mío”
se dicen con la misma palabra, e incluso
no existe una palabra para designar a una
persona en singular.
Templo en Laos
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Si venimos de Chiang Rai, nuestra frontera
será el adormecido pueblo de Huay Xai,
al otro lado del Mekong. Ni esta carretera
ni ninguna otra existían antes de finales
de los noventa. Para cruzar hasta aquí
hay que subirse a una barcaza oxidada y
mastodóntica que navega más por inercia
que por la fuerza de su grasiento motor.
El pequeño pueblo fronterizo trepa por el
cauce del río y concluye en una carretera
asfaltada de aspecto prometedor. A lo lejos
se distinguen unas bellas montañas muy
escarpadas.
Es casi imposible huir de Luang Namtha,
porque la carretera solo va hasta allá,
a pesar de que a nuestro alrededor
hay millares de hectáreas de cultivos y
jungla. La ruta flota por encima de lomas
insultantemente verdes, pasa al lado de
pequeños poblados de chabolas de bambú,
surca pequeños campos de arroz en los
que se afanan mujerucas con sombreros de
paja, se entretiene observando las grandes
montañas kársticas en la lejanía, que
parecen suspendidas del cielo de un modo
inverosímil. Al atardecer, los campesinos
queman juncos y maleza en los campos, que
se cubren de diminutas y trémulas hogueras
como si trataran de hacer competencia al
cielo estrellado.
Luang Namtha no se distingue por sus
paisajes hermosos o por su magnificencia.
La pequeña ciudad es un punto natural de
parada y fonda en la ruta de turistas de bajo
presupuesto que viajan de China a Laos, y
sirve de campamento base para conocer las
“Auténticas y Remotas Tribus de la Montaña
que jamás han visto al Hombre Blanco”.
Y es que una vez que llegas a esta compacta
y placentera villa, te asaltan las decenas
de agencias que pretenden venderte la
Auténtica Experiencia con las Auténticas
Tribus. A mi entender, la experiencia es
semejante a la visita de un parque de
atracciones, y las “Remotas Tribus” están
hartas de ver al hombre blanco, de cocinarle
arroz glutinoso y de ejecutarle desganadas
danzas. Es descabellado intentar llegar
a Luang Prabang en un solo día desde la
frontera, por lo que es aconsejable dormir
aquí antes de adentrarnos en el montañoso
paisaje del norte del país rumbo al sur. Laos
tiene toque de queda, impuesto a las 11 de
la noche.
DE CAMINO A LA CAPITAL
DURMIENTE
La ruta 13, que conecta Luang Namtha
con Luang Prabang, es una hermosa
lengua de asfalto medio devorada por la
Cruzando el río Mekong,
en la frontera entre Laos y Tailandia.
intemperie. Abundan los baches, las zanjas
y las serpenteantes grietas. La carretera
discurre por cañones olvidados y por valles
profundos de exuberante y esponjosa
vegetación. Dejaremos atrás decenas
de insignificantes pueblos de bambú y
acogedoras veredas que se adentran en la
espesura, labradíos, frondas y cardúmenes
de niños correteando a pie de carretera.
Luang Prabang, la antigua capital del reino,
asentada en la confluencia del Mekong y
el Nam Khan, es una deliciosa ciudad de
casas tradicionales de madera y viviendas
coloniales, templos de techumbre dorada,
balcones de teca, monjes con túnicas de
color azafrán y un asombroso telón de fondo
tejido con selva y agrestes montañas. El
monasterio de Vat Xieng Toung es el más
bello de la ciudad, y también el más antiguo:
merece una visita. Uno de los atardeceres
más bellos de Laos tiene lugar aquí, ante el
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// EL CÍRCULO DE INDOCHINA
RUTAS CON HISTORIA Y CULTURA
Mekong. Hay muchos restaurantes situados
estratégicamente a lo largo del río para
disfrutar del panorama y de la nube de
insidiosos mosquitos que emergen del agua
con el atardecer.
Quizá lo más interesante de Luang Prabang
sea la ceremonia de ofrendas a los monjes,
que tiene lugar todos los amaneceres
en Sakkaline Road cerca del Wat
Sensoukharam. A las seis, los monjes bajan
bostezando de los templos y acuden a recibir
ofrendas de la población. Lamentablemente,
el carácter singular de esta ciudad ha
atraído a occidentales de toda condición,
que madrugan también para poder asistir
al ritual, se aposentan en sillas de plástico
a lo largo de la calle y se hacen fotos con
flash dándole arroz a los monjes, con lo
que la belleza íntima de la ceremonia se ve
grandemente opacada.
De camino a Vientiane por la montañosa
carretera 13 nos encontramos con un
singular pueblo que vive un permanente
día de la marmota. Vat Vieng, apenas un
par de calles y una parada de autobús, es
un paraíso para los que aman zambullirse
Un detalle de Vientiane, importante población del
antiguo reino de Lan Xang.
en el río. Son los remolinos del Mekong,
las cavernas circundantes y la quietud de
las montañas sus principales atractivos. El
pueblo en sí está atestado de restaurantes
para mochileros adolescentes en los que,
día y noche, proyectan viejos episodios de
Friends y de Padre de Familia en un eterno
bucle, ante tarimas atiborradas de cojines.
Los restaurantes incluyen un menú especial
de happy mushroom omelette y happy herb
milk shake, por lo que no es infrecuente ver a
occidentales de mirada extraviada, tropezando
por las calles sufriendo alucinaciones.
Al contrario de lo que ocurre en las capitales
de los países vecinos, Vientiane tiene una
atmósfera relajada y provinciana, lo que la
convierte en una ciudad atípica dentro del
conglomerado de Indochina. Una vez has
recorrido los templos y los mercados, no
hay mucho más que hacer, salvo sentarte
apaciblemente en un parquecillo o a orillas
del Mekong a ver pasar a los lugareños
atareados con sus cosas. Muy poco a poco,
la ciudad va desperezándose y abriéndose
al mundo y actualmente las grúas y los
andamios empiezan a dominar lentamente
el perfil de la ciudad en la llanura. Porque en
un centenar de kilómetros al sur de Vat Vieng
hemos dicho al fin adiós a las montañas del
norte de Laos y nos hemos topado con su
extensa llanura de aluvión, donde el Mekong
venció a los colosos calcáreos y sedimentó
a lo largo de milenios los terrenos que hoy
se encuentran cubiertos de plantaciones de
arroz y de ocasionales bosquecitos de frutales.
Vientiane fue una importante ciudad
administrativa del reino de Lan Xang
durante un milenio, ganó importancia
durante el protectorado francés, y terminó
convirtiéndose en la pequeña capital
de 200.000 habitantes que es hoy tras la
revolución comunista de 1975. Tailandia
está a un tiro de piedra, al otro lado del río
y del puente Saphan Mittaphap. No hay
muchos motivos para quedarse aquí, salvo
tal vez conseguir el visado de Tailandia
para volver allí cuando regresemos a
Bangkok tras visitar Camboya. Pero a la
segunda visita al Talat Sao, un curioso
mercado interior atiborrado de género y
de vociferantes vendedores, y el palacio
presidencial y sus inmediaciones, la
ciudad se nos hará pequeña. Una rareza
de Vientiane que sí vale la pena visitar es
el Buddha Park (Xieng Khuan). Construido
en 1958 por el místico Luang Pu Bunleua
Sulilat, fue abandonado en 1978 cuando
su autor huyó de la revolución. Contiene
una rocambolesca colección de estatuas
de Buda, de demonios y deidades hindúes,
todas modeladas en cemento y cubiertas
de líquenes y musgo.
LAS CUATRO MIL ISLAS
Tras dejar Vientiane, bordeamos la frontera
con Tailandia siguiendo el curso del río
Mekong por la carretera 13. El terreno
es plano, salpicado de sembrados y de
pequeñas aldeas. La zona sur de Laos es
más próspera, y las cabañas de bambú dan
paso a pequeñas viviendas de hormigón,
cuidadas con el esmero de las personas
pobres pero henchidas de dignidad y de
esperanza.
La ruta en ocasiones se vuelve quebradiza
e imprevisible. Durante la época de los
monzones las carreteras se anegan, se
agrietan o desaparecen y, a pesar de que
el gobierno intenta mantenerlas en un
estado aceptable, no puede evitar que
la cosa en ocasiones se les vaya de las
manos. Son abundantes los baches y los
montículos de arena que cubren el asfalto.
De vez en cuando, una piara de minúsculos
cerditos atraviesa, ufana, el asfalto
reventado, seguida de cerca por un par
de enormes varanos oscuros. En la lejanía,
los búfalos de agua hozan en las charcas
y las lagunas. Aquí y allá, las señales de
tráfico invitan a adentrarse en los labradíos
en busca de una catarata o una gruta.
Los amantes de la cafeína pueden tomar
una desviación en ruta para disfrutar
de la frondosa meseta de Bolaven y sus
famosos cafetales, y hacer noche allí
mismo, en la espesura. La zona recibe
multitud de turistas tailandeses durante
el fin de semana, así que los alojamientos
pueden estar completos.
para recorrer las tres islas principales, visitar
la catarata más alta de Asia, y por un poco
más podremos montarnos en una lancha
para visitar al delfín rosa del río y verlo
saltar a nuestro lado. Una vez hecho todo
esto, no hay rigurosamente nada más que
hacer allí. Una bendición. Hay tres islas
principales. La más grande –y la única con
cajero automático– es Don Khong, pero es
aconsejable dirigirse a Don Det o Don Khon,
donde el alojamiento es más barato y hay
más meandros y playas fluviales para darse
un chapuzón.
EL PAÍS YERTO
A pesar de su larga y triunfal historia, el
pequeño reino de Camboya lleva quinientos
años ininterrumpidos de mala suerte. Desde
la caída de Angkor a mediados del siglo
xv, el imperio Jemer fue martirizado por
sus vecinos, colonizado por los franceses,
bombardeado por los norteamericanos,
roído por la guerra civil y devastado por el
festín apocalíptico de Pol Pot. Es este último
período el que ha dejado una huella más
profunda en el paisaje y la gente.
Y llegamos a Si Phan Don. Estamos a 30
kilómetros escasos de Camboya. Si hasta
la fecha la placidez que emana Laos no ha
podido con nosotros, la aplastante calma
chicha que apisona las Cuatro Mil Islas del
Mekong terminará por dulcificar nuestro
carácter y aprisionarnos definitivamente en
un vórtice de inmovilidad al pie mismo del
fin del Universo. Incluso el caudaloso río se
vuelve aquí perezoso y sus aguas mansas y
fantasmagóricas.
En Si Phan Don hay tan pocas cosas que
hacer, que el desafío de ver pasar las horas se
convierte en una meta en sí misma. Por poco
más de un dólar nos alquilarán una bicicleta
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Casas de bambú a pie de carretera, Laos
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// EL CÍRCULO DE INDOCHINA
RUTAS CON HISTORIA Y CULTURA
deforestación más que evidente del país no
es más que una de las pistas de que algo
terrible ocurrió aquí hace tan solo cuarenta
años. Todavía hoy los ancianos del lugar,
muchos de ellos lisiados, lucen una mirada
ausente. El 70 por ciento de la población no
sabe leer ni escribir. Las zonas rurales están
abandonadas a su suerte. Paradójicamente,
en la Camboya de hoy se emplea el dólar, la
moneda del imperio que tanto odió Pol Pot
el tirano.
Las Cuatro Mil Islas, donde las aguas de Mekong
se vuelven mansas y fantasmagóricas.
Templo de Angkor Wat, impresionante complejo construido
en el siglo xii y declarado Patrimonio de la Humanidad.
Nada más atravesar la frontera de Voeung
Kam/Dom Kralor, llama profundamente
la atención que el rostro del país aparece
ampliamente deforestado: aquí no
hay frondosos bosques ni catedralicios
árboles como en la vecina Tailandia o el
cercano Laos. Y han desaparecido porque
Pol Pot decidió convertir la Kampuchea
Democrática en una gran plantación
de arroz, arrasando con todo vegetal
de más de dos palmos que no fuera
productivo. Esta devastación se extendió
durante el período de los Jemeres Rojos
a prácticamente cualquier cosa que
uno pudiera imaginar: la gastronomía
tradicional de la región se perdió para
siempre, la literatura fue vetada, se vaciaron
las ciudades, se aniquiló la industria, se
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prohibió la religión, se masacraron minorías,
se abolió la moneda, se unificó el vestuario,
se desmantelaron monumentos, se silenció
toda tradición cultural, las pagodas
budistas se convirtieron en centros de
adoctrinamiento y los colegios en campos
de concentración.
En cinco años, Pol Pot llevó a cabo un
genocidio que acabó con una cuarta parte
de la población de Camboya y sus cadáveres
se trituraron y se emplearon para abonar
los campos. Los primeros que cayeron
fueron los urbanitas, los empresarios, la
clase intelectual, los monjes, los poseedores
de tierra y sus familias, los maestros y todo
aquel que llevara gafas. Los siguieron los
pertenecientes a determinadas etnias. A
regiones específicas. Y, a continuación,
vino el hambre. El infierno acabó cuando
Vietnam invadió el país en 1978, y todo,
absolutamente todo, tuvo que construirse
desde cero en Camboya, que había
quedado convertida en un erial yermo. La
La carretera que lleva a Phnom Penh, la
ruidosa y abigarrada capital de Camboya,
debe hacer todo tipo de extrañas maniobras
para evitar la porosa superficie de la tierra
ahora que el Mekong ha inundado la planicie
y ha carcomido los campos, preñándolos
de agua y lodo. La carretera nacional 7 es la
encargada de sortear lagunas y riachuelos
y abrirse paso por el manglar. En ocasiones,
la tierra invade la calzada, en otras son las
manadillas de chiquillos que recuerdan que
la vida sigue a pesar de todo. Pequeños
pueblos medran agónicamente aquí y allá.
Una enorme planicie que se pierde, muy
verde, en el horizonte lejano. Un agricultor
escuálido y esforzado empuja un arado
tirado por un buey de agua y a su alrededor
revolotean majestuosas garzas. Alguien
vende piñas a pie de carretera, y un puesto
de durians apesta en un recodo del asfalto.
De vez en cuando, una estantería llena de
botellas de Coca-Cola llenas de un líquido
dorado aparece en mitad de ninguna
parte: ya tienes gasolina, así que deja de
preocuparte.
Antes del 1970 y la irrupción de Pol Pot en
el panorama, la capital de Camboya era
conocida como el París del Este. Pero poco
queda, por desgracia, de la magnificencia de
las villas coloniales, de los amplios bulevares
y de los espacios ajardinados que dejaron
aquí los franceses. Aquellas despejadas
avenidas que antes relucían con calesas y
bandas de música hoy son aparcamientos
desangelados y mercados polvorientos.
Phnom Penh no es una ciudad que se
preste al paseo, salvo la zona de Sisowath
Quay, un agradable bulevar que bordea el
Mekong, construido con colaboración de
los japoneses. Al atardecer es frecuente ver
aquí grandes grupos de vecinos practicando
aerobic o jugando al bádminton, parejas
paseando y muchos extranjeros tomando
café en las elegantes terrazas ajardinadas.
Un poco más entrada la noche, el bulevar
es habitado por personajes menos
recomendables. Quien busque experiencias
gastronómicas fuertes puede probar los
huevos con embrión de pato que se venden
en Sokun Mean Bun Street, o las orejas de
cerdo, las patas de gallina y las lagartijas del
Mercado Central.
Sin embargo, las visitas más impactantes
de la capital de Camboya son dos lugares
que tuvieron una importancia crucial en
la historia reciente del país: primero nos
detendremos en el Museo del Genocidio
Tuol Sleng (o prisión S-21), un colegio
para niños bien que acogió un campo de
tortura y exterminio durante el período de
los Jemeres Rojos. En sus aulas, convertidas
en prisión, murieron 200.000 personas. El
recinto hoy causa estupor e incredulidad en
los visitantes y en él, objetos triviales como
un rastrillo, una palangana o un gancho
para colgar carne, dispuestos de un modo
tan sobrio como elocuente en las estancias
vacías, adquieren una asombrosa fuerza.
A continuación debemos hacer un
corto viaje de 17 kilómetros al sur de la
capital para conocer los Killing Fields,
popularizados por el film homónimo de
Roland Joffé. Choeung Ek fue un cementerio
chino que se ocupó durante el régimen de
Pol Pot para deshacerse de cadáveres del
exterminio. Hay hoy en él una estupa budista
de paredes de cristal, a través de las cuales se
pueden ver 8.000 calaveras de otros tantos
pobres diablos asesinados por el régimen.
De la tierra húmeda brotan todavía dientes y
vértebras en este lugar maldito.
TEMPLOS DEVORADOS
POR LA SELVA
La estampa más conocida de Camboya está
a poco más de 300 kilómetros al oeste de
la capital, en la floreciente población de
Siem Reap. Un poco al sur de la carretera
que conecta ambas ciudades se divisan las
montañas de Cardamomo, que merecen
una visita si se dispone de tiempo. En ellas
el viajero infatigable encontrará senderos
inolvidables a través de la selva, cataratas
ocultas y paisajes de ciencia ficción como solo
el sudeste asiático sabe regalar. Sin embargo,
el camino hacia Angkor Wat discurre a través
de una llanura despejada, solemne y triste,
salpicada de palmeras jóvenes y altivas.
Angkor fue la capital del Imperio Jemer
y sus cimientos se asientan en el siglo vi.
Abandonada a su suerte durante cientos de
años, la mayor parte de sus 400 kilómetros
cuadrados de templos fueron devorados
por la jungla, fundiéndose con ella en
una extraña danza centenaria de árboles
y piedras. Una vieja historia cuenta que
fue descubierto por un naturalista francés
mientras cazaba mariposas. No obstante,
esto no es más que un mito, dado que
Angkor Wat permaneció habitado por
monjes budistas hasta la llegada de los
franceses. En la actualidad es uno de los
tesoros arqueológicos más importantes
del mundo y no ha sido explorado en toda
su extensión, por lo que previsiblemente
la impenetrable maleza que lo rodea
todavía esconde importantes tesoros en su
efervescente fortaleza verde.
La mejor manera de visitar el impresionante
complejo es alquilando un tuktuk y dejando
que el conductor nos vaya depositando
en los distintos templos. Aunque no te
entusiasmen demasiado las ruinas, Angkor
Wat transmite una sensación especial de
calma, euforia y recogimiento muy difícil de
explicar. Es uno de esos lugares en el mundo
que deben ser vividos.
EL RETORNO A LA TIERRA
DE LAS SONRISAS
Tan solo 150 kilómetros de insulsa carretera
separan Angkor Wat de la frontera con
Tailandia. A pesar de que la zona este del
país no es la más próspera, la diferencia con
Laos y Camboya es más que evidente: los
pueblos aquí están abastecidos, rebosan
actividad, están iluminados con neones y el
tráfico es más persistente. Los más canallas
pueden ir a Pattaya desde aquí, y quien no
esté buscando problemas, deberá tomar
Catarata en la exuberante
meseta de Bolaven, en el sur de Laos.
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// EL CÍRCULO DE INDOCHINA
RUTAS CON HISTORIA Y CULTURA
la carretera 33, una de las principales vías
de comunicación del país, para bordear la
gran metrópoli de Bangkok por el norte. El
comienzo de la gran península de Malaca
está a solo 300 kilómetros de aquí, y si
hemos tomado las carreteras principales,
sólo cuando nos encontremos en el
itsmo de Kra veremos al fin el golfo de
Tailandia en todo su esplendor. A un lado,
unas enormes montañas calizas marcan
la frontera con Myanmar y a otro, una
llanura ubérrima, ocupada por inmensas
plantaciones de piñas y árboles de caucho,
va a morir en unas deliciosas playas de
arena blanca como la sal. Durante un
brevísimo lapso de carretera, el Reino de
Tailandia solo disfrutará de una lengua
de 12 kilómetros de ancho. La carretera 4
bordea primero el lado este del itsmo, para
a continuación cabecear perezosamente
hacia el oeste, al encuentro con el Mar de
Islas del Mar de Andaman, inmediaciones de Phuket.
Andaman. Desde Bangkok hasta Phuket
distan 850 kilómetros de un esplendoroso
paisaje tropical: palmerales aristocráticos,
manglares confusos, cascadas, lagos y ríos,
plantaciones rutilantes, montañas cubiertas
de un verde rabioso, ampulosas curvas, una
llanura mansa, delicada y deliciosa.
vienen a Tailandia planean una escala
en Phuket, porque el rosario de islas y
atolones que chisporrotean a su alrededor
responden a la imagen que tenemos
en mente de un paraíso: arena blanca,
cocoteros, aguas de color azul turquesa,
vegetación exuberante, cielos azules, mar
cálido en perpetua calma.
ISLAS PARADISÍACAS
Chalong Bay es el puerto principal desde el
que parten infinidad de cruceros de un día al
rosario de islas del Mar de Andaman. Sugiero
dejarse llevar por la oferta turística y dedicar
unos días a navegar y a ser sorprendido
por los paisajes celestiales que albergan
estas remotas islas. Como todo gran destino
turístico, no faltan pequeñas actividades
para mantenerse entretenido aquí, desde
safaris de cocodrilos a acuarios, desde visitas
a plantaciones a paseos por la selva. Tiempo
y dinero ponen los límites.
Phuket, la provincia más rica de
Tailandia, fue en su origen un crisol
en el que convivían indígenas, chinos,
malayos e incluso gitanos del mar.
Sorprendentemente, la mayoría de la
población es musulmana, sobre todo en el
interior, una zona montañosa y fértil, poco
transitada, en la que los lugareños subsisten
plantando piñas, recolectando caucho y
pescando gambas, y en la que se habla
un dialecto pastoso que el resto de los
tailandeses son incapaces de comprender.
La inmensa mayoría de los turistas que
Desde Phuket a la frontera con Malasia
distan tan solo 500 kilómetros. La carretera
está algo alejada del mar, aunque se siente
claramente su influencia y siempre que se
eche de menos una playa, estará a un tiro de
piedra. El aire es húmedo, el calor asfixiante.
Nos acercamos al Ecuador, y la vegetación se
hace si cabe más esplendorosa y las lluvias
más copiosas y traicioneras.
Ya en Malasia, encontraremos un carril solo
para las motos y, cada pocos kilómetros, un
tejadillo de chapa para refugiarse cuando el
monzón se recrudece. La carretera se puebla
de diminutas motitos chinas que apenas
hacen ruido. El terreno ahora será una mansa
llanura que progresivamente crece hacia
el interior de la península. En el centro se
levanta majestuoso el Barisan Titiwangsa,
una cordillera que discurre de norte a sur,
ocupando buena parte del territorio.
Hasta Malasia han ido a parar gentes de
todo pelaje a lo largo de la historia. A pesar
de que la mitad de los pobladores del país
son malayos puros, hay también un nada
desdeñable grupo de chinos e indios,
descendientes de portugueses –en la
zona de Melaka, al sur de Kuala Lumpur– e
indígenas. A resultas de esta mezcolanza,
en el país conviven casi todas las religiones
posibles: el Islam es mayoritario, pero
también podemos encontrar cristianos,
budistas, taoístas, hindúes, sikhs e incluso
animistas y chamanistas.
HACIA KUALA LUMPUR
En el norte del país, en pleno estrecho de
Malaca, se ubica una inofensiva isla, Penang,
mucho menos escénica que sus hermanas
del norte pero que alberga una ciudad muy
bella. Georgetown, conocida por su centro
histórico de hermosas casitas coloniales,
es un fiel reflejo de lo que fue Singapur allá
por los felices años sesenta, antes de que el
acero y el hormigón cambiaran la faz del país
para siempre. Durante muchos siglos fue un
importante puerto de mercancías en manos
de los ingleses, que dejaron aquí su huella
de un modo indiscutible. Hay un pequeño
fuerte, un barrio armenio, otro indio,
un bonito reloj victoriano y una nutrida
colección de templos budistas, iglesias
cristianas y mezquitas de delicada factura.
Es, además, la capital gastronómica del país.
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No hay excusas para no detenerse en esta
relajada ciudad costera a pasar un día o dos
disfrutando de los sentidos.
Una autopista impecable –la North-South
Expressway– nos dejará al fin en Kuala
Lumpur (en malayo, “barrizal donde
confluyen ríos”, un nombre más bien poco
apropiado). Con un ambiente mucho más
relajado que Bangkok, pero con la misma
mezcla de tradición y modernidad, Kuala
Lumpur es verdaderamente un regalo de
sensaciones.
El mejor lugar para establecer el
campamento base es Chinatown. Petaling
Street y sus alrededores están atiborrados
de hoteles baratos y restaurantes que
ofrecen todas las comidas imaginables,
desde una modesta pizza a un jugoso sapo
pelado y descuartizado delante de nuestras
narices. Desde Chinatown es posible visitar
la mayor parte del Kuala Lumpur escénico
y turístico. Muy cerca se sitúa el conocido
Maybank Building. Caminando hasta él nos
toparemos con Jalan Bukit Bintang, la calle
más comercial de la ciudad. Los amantes
de la electrónica salivarán de inmediato al
toparse con el Plaza Low Yat, un descomunal
centro comercial dedicado a la tecnología.
El ambiente de Jalan Bukit Bintang es muy
semejante al que se puede respirar en
el barrio de Ginza en Tokio, en la Quinta
Avenida de Nueva York o en Orchard Road en
Singapur: pulcritud, orden, acero, cemento,
edificios ostentosos y tiendas caras.
A un kilómetro de ahí están las famosas
Petronas, delante de las cuales hay una
pequeña isleta muy conveniente para dejar
la moto y hacerle una foto triunfal. También
cerca de Chinatown se localiza el centro
histórico, al oeste de la confluencia de los
ríos Klang y Gombak. En su corazón se sitúa
la Plaza de la Independencia, rodeada de
edificios coloniales. Si tenemos la suerte de
pasar aquí un fin de semana, descubriremos
una deliciosa ciudad tranquila, de olores
irresistibles, de sorprendentes edificios y
rincones llenos de encanto. Comer sapo es
opcional, por supuesto.
Un rincón de Georgetown, la bella ciudad de
Penang. Abajo, entrada a Malasia desde Tailandia.
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