C. S. Lewis - Cronicas de Narnia 3 - La Travesia del Explorador del
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Visualização do documento C. S. Lewis - Cronicas de Narnia 3 - La Travesia del Explorador del Amanecer.doc (494 KB) Baixar C. S. LEWIS  LAS CRONICAS DE NARNIA   LIBRO III  “LA TRAVESIA DEL “EXPLORADOR DEL AMANECER†            ILUSTRACIONES DE ALICIA SILVA ENCINA   COMENTARIO DE ANA MARIA LARRAIN                EDITORIAL ANDRES BELLO  Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, quÃmico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.         Primera edición, 1988 Segunda edición, 1990 Tercera edición, 1992           © Originalmente publicado en inglés por William Collins Sons & Co. Ltd. bajo el tÃtulo: The voyage of the “Dawn Treader†  Traducción de MARIA ELENA PEREZ DE ARCE ARAYA MARÃA ROSA DUHART SILVA   Distribución sólo para Chile  © C.S. LEWIS   © EDITORIAL ANDRES BELLO Av. Ricardo Lyon 946, Santiago de Chile  Inscripción Nª 68.843  Se terminó de imprimir esta cuarta edición de 5.000 ejemplares en el mes de octubre de 1993  IMPRESORES: Alfabeta   IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE  ISBN 956-13-0728-5    INDICE I                EL CUADRO DE LA HABITACION             5 II                A BORDO DEL EXPLORADOR DEL AMANECER             11 III             LAS ISLAS DESIERTAS             18 IV             LO QUE CASPIAN HIZO EN ESE LUGAR             25 V             LO QUE LA TORMENTA TRAJO CONSIGO             31 VI             LAS AVENTURAS DE EUSTAQUIO             36 VII             COMO FINALIZO LA AVENTURA             44 VIII    DOS ESCAPADAS MILAGROSAS             50 IX             LA ISLA DE LAS VOCES             58 X             EL LIBRO DEL MAGO             64 XI             LOS ZONZOPODOS FUERON FELICES             70 XII             LA ISLA OSCURA             77 XIII   LOS TRES DURMIENTES             83 XIV   EL PRINCIPIO DEL FIN DEL MUNDO             89 XV             LAS MARAVILLAS DEL ULTIMO MAR             96 XVI    EL VERDADERO FIN DEL MUNDO             102 COMENTARIO DE ANA MARÃA LARRAÃN             111 I             EL CUADRO DE LA HABITACION   ABIA un niño llamado Eustaquio Clarence Scrubb y casi merecÃa ese nombre. Sus padres lo llamaban Eustaquio Clarence y sus profesores, Scrubb. No puedo decirles qué nombre le daban sus amigos, porque no tenÃa ninguno. El no trataba a sus padres de “papá†y de “mamáâ€, sino de Haroldo y Alberta. Estos eran muy modernos y de ideas avanzadas. Eran vegetarianos, no fumaban, jamás tomaban bebidas alcohólicas y usaban un tipo especial de ropa interior. En su casa habÃa pocos muebles; en las camas, muy poca ropa, y las ventanas estaban siempre abiertas. A Eustaquio Clarence le gustaban los animales, espeÂcialmente los escarabajos, pero siempre que estuvieran muertos y clavados con un alfiler en una cartulina. Le gustaban los libros si eran informativos y con ilustraciones de elevadores de granos o de niños gordos de otros paÃses haciendo ejercicios en escuelas modelos. A Eustaquio Clarence no le gustaban sus primos, los cuatro Pevensie —Pedro, Susana, Edmundo y LucÃa—. Sin embargo, se alegró mucho cuando supo que Edmundo y LucÃa se iban a quedar durante un tiempo en su casa. En el fondo le gustaba mandar y abusar de los más débiles; y aunque era un tipo insignificante, ni siquiera capaz de enfrentar en una pelea a LucÃa, ni mucho menos a Edmundo, conocÃa muchas maneras de hacer pasar un mal rato a cualquiera, especialmente si estás en tu propia casa y ellos son sólo visitas. Edmundo y LucÃa no querÃan por ningún motivo quedarse con sus tÃos Haroldo y Alberta. Pero realmente no lo pudieron evitar. Ese verano su padre fue contratado para dictar conferencias en Norteamérica durante dieciséis semaÂnas y su madre lo acompañó, pues desde hacÃa diez años no habÃa tenido verdaderas vacaciones. Pedro estudiaba sin descanso para un examen y aprovecharÃa sus vacaciones para prepararse con clases particulares del anciano profesor Kirke, en cuya casa los cuatro niños tuvieron fantásticas aventuras mucho tiempo atrás, en los años de la guerra. Si el profesor hubiera vivido aún en aquella casa, los habrÃa recibido a todos. Pero, por diversas razones, se habÃa empobrecido desde aquellos lejanos dÃas y ahora habitaba una casita de campo con un solo dormitorio para alojados. Llevar a los otros tres niños a Norteamérica resultaba demasiado caro, asà es que sólo fue Susana. Los adultos la consideraban la belleza de la familia, aunque no una buena estudiante (a pesar de que en otros aspectos era bastante madura para su edad). Por eso, mamá dijo que “ella iba a aprovechar mucho más un viaje a Norteamérica que sus hermanos menoresâ€. Edmundo y LucÃa trataron de no envidiar la suerte de Susana, pero era demasiado espantoso tener que pasar las vacaciones en casa de sus tÃos. —Y para mà es muchÃsimo peor —alegaba Edmundo—, porque tú, al menos, tendrás una habitación para ti sola; en cambio yo tengo que compartirla con ese requete apestoso de Eustaquio. La historia comienza una tarde en que Edmundo y LucÃa aprovechaban unos pocos minutos a solas. Por supuesto, hablaban de Narnia; ese era el nombre de su propio y secreto paÃs. Yo supongo que la mayorÃa de nosotros tiene un paÃs secreto, pero en nuestro caso es sólo un paÃs imaginario. Edmundo y LucÃa eran más afortunados que otras personas: su paÃs secreto era real. Ya lo habÃan visitado dos veces; no en un juego ni en sueños, sino en la realidad. Por supuesto habÃan llegado allà por magia, que es el único camino para ir a Narnia. Y una promesa, o casi una promesa que se les hizo en Narnia mismo, les aseguraba que algún dÃa regresarÃan. Te podrás imaginar que hablaban mucho de todo eso, cuando tenÃan la oportunidad. Estaban en la habitación de LucÃa, sentados al borde de su cama y observaban el cuadro que colgaba en la pared frente a ellos. Era el único de la casa que les gustaba. A tÃa Alberta no le gustaba nada (por eso el cuadro habÃa sido relegado a la pequeña pieza del fondo, en el segundo piso), pero no podÃa deshacerse de él porque se lo habÃa regalado para su matrimonio una persona a quien no querÃa ofender. Representaba un barco... un barco que navegaba casi en lÃnea recta hacia uno... La proa era dorada y tallada en forma de una cabeza de dragón con su gran boca abierta; tenÃa sólo un mástil y una gran vela cuadrada, de un vivÃsimo color púrpura. Los costados del barco, lo que se podÃa distinguir de ellos al final de las alas doradas del dragón, eran verdes. El barco acababa de encumbrar sobre la cresta de una imponente ola azul que, al reventar, casi se te venÃa encima, llena de brillos y burbujas. Obviamente, el barco avanzaba muy veloz impulsado por un alegre viento, inclinándose levemente a babor. (A propósito, si van a leer esta historia y si aún no lo saben, métanse bien en la cabeza que en un barco, mirando hacia adelante, el lado izquierdo es babor y el derecho, estribor.) Toda la luz del sol bañaba ese lado de la nave, y allà el agua se llenaba de verdes y morados. A estribor, el agua era de un azul más oscuro debido a la sombra del barco. —Me pregunto —comentó Edmundo— si no será peor mirar un barco de Narnia cuando uno no puede ir allÃ. —Incluso mirar es mejor que nada —señaló LucÃa—, y la verdad es que ese es un barco tÃpico de Narnia. —¿Siguen con su viejo jueguito? —preguntó Eustaquio Clarence, que habÃa estado escuchando tras la puerta, y entraba ahora en la habitación con una sonrisa burlona. Durante su estada con los Pevensie el año anterior, se las arregló para escuchar cuando hablaban de Narnia y le encantaba tomarles el pelo. Por supuesto que pensaba que todo esto era una mera invención de sus primos, y como él era incapaz de inventar algo por sà mismo, no lo aprobaba. —Nadie te necesita aquà —le dijo frÃamente Edmundo. —Estoy tratando de hacer un verso —dijo Eustaquio—, algo más o menos asÃ: “Por inventar juegos sobre Narnia, algunos niños están cada vez más chifladosâ€. —Bueno, para comenzar, Narnia y chiflado no riman en lo más mÃnimo —dijo LucÃa. —Es una asonancia —contestó Eustaquio. —No le preguntes lo que es una aso-cómo-se-llama —pidió Edmundo—. Lo único que quiere es que se le pregunten cosas. No le digas nada y a lo mejor se va. Frente a tal acogida, la mayorÃa de los niños se habrÃa mandado cambiar o, por lo menos, se habrÃa enojado; pero Eustaquio no hizo ni lo uno ni lo otro, sino que se quedó allà dando vueltas, con una mueca burlesca, y en seguida comenzó nuevamente a hablar. —¿Les gusta ese cuadro? —preguntó. —¡Por el amor de Dios! No lo dejes que se ponga a hablar de arte y todas esas cosas —se apresuró a decir Edmundo. Pero LucÃa, que era muy sincera, ya habÃa dicho que a ella sà le gustaba y mucho. —Es un cuadro pésimo —opinó Eustaquio. —No lo verÃas si te vas para afuera —dijo Edmundo. —¿Por qué te gusta? —preguntó Eustaquio a LucÃa. —Bueno, por una razón muy simple —respondió LucÃa—: realmente el barco parece moverse. Y el agua se ve como si estuviera en verdad mojada. Y las olas se ven como si en verdad subieran y bajaran con la marea. Es evidente que Eustaquio podrÃa haber respondido de mil maneras a este comentario, pero no dijo nada, porque en ese mismo momento miró las olas del cuadro y vio que efectivamente parecÃan subir y bajar. Sólo una vez habÃa estado en un barco (y aquella vez únicamente hasta la cercana isla de Wight) y se mareó en una forma horrible. El ver las olas en el cuadro lo hizo volver a experimentar esa desagradable sensación; se puso verde y trató de mirar otra vez, pero en ese momento ocurrió algo que hizo que los tres niños quedaran con la boca abierta, mirando con ojos fijos. Seguramente lo que ellos vieron es difÃcil de creer cuando se lee en un libro, pero el presenciarlo fue igualmente increÃble. Todos los elementos del cuadro comenzaron a moverse, pero no como ocurre en el cine, ya que los colores eran demasiado claros, limpios y reales como para una pelÃcula. Se sumergió la proa de la nave en la ola, haciendo explotar una masa de espuma; luego la ola se alzó tras el barco y por primera vez se pudieron ver su popa y cubierta, pero pronto volvieron a desaparecer con el impacto de la siguiente ola que lo azotó, levantando nuevamente su proa. En ese mismo momento, un cuaderno que estaba tirado en la cama al lado de Edmundo comenzó a agitarse, luego se elevó y, por último, cruzó suavemente los aires hacia la muralla que estaba tras él. LucÃa sintió que su peló le azotaba la cara como en los dÃas de viento; y ese era un dÃa ventoso, pero el viento soplaba desde el cuadro hacia ellos. Y de pronto, junto al viento vinieron los ruidos: el murmullo de las olas, el golpe del agua contra los costados del barco, los crujidos y el fuerte rugido constante que el agua y el aire producÃan de proa a popa. Pero fue el olor, ese olor violento y salado, lo que finalmente convenció a LucÃa de que no estaba soñando. —¡Basta! —se oyó la voz chillona de Eustaquio, rechinando de miedo y rabia—. Esto debe ser un truco estúpido inventado por ustedes. ¡Basta! Se lo diré a Alberta... ¡Ay! Los otros dos niños estaban más acostumbrados a las aventuras, pero asà y todo cuando Eustaquio dijo “Ayâ€, ambos dijeron “Ay†al mismo tiempo. La causa fue una gran ola salada y frÃa que reventó justo fuera del cuadro, dejando a los niños sin respiración por su chasquido, además de completamente empapados. —¡Voy a hacer añicos esa porquerÃa! —gritó EustaÂquio. Y a continuación sucedieron muchas cosas al mismo tiempo. Eustaquio se precipitó hacia el cuadro. Edmundo, que sabÃa algo de magia, dio un salto y corrió tras él advirtiéndole que tuviese cuidado y no fuera tonto. LucÃa trató de cogerlo por el otro lado, pero fue arrastrada hacia adelante. Y ahora sucedÃa que o bien ellos se achicaron, o el cuadro se hizo más grande. Eustaquio saltó para tratar de descolgarlo de la pared y de pronto se encontró parado en el marco; lo que vio frente a sà no era un vidrio, sino que el mar de verdad, y viento y olas que se precipitaban contra el marco, como contra una roca. Se desequilibró y trató de agarrarse a los otros dos, que habÃan saltado a su lado. Hubo un segundo de lucha y griterÃos, y cuando creyeron haber recuperado el equilibrio, se levantó a su alrededor una gran ola azul que los arrastró y los precipitó al mar. El grito desesperado de Eustaquio se acalló repentinamente cuando se le llenó la boca de agua. LucÃa dio gracias a Dios por haber practicado mucho su natación durante el verano anterior; pero no se puede negar que le habrÃa ido mejor con brazadas más lentas y si el agua no estuviera mucho más frÃa de lo que parecÃa cuando era sólo un cuadro. Aun asÃ, mantuvo la calma y se sacó los zapatos con los pies, como debe hacerlo cualquier persona que cae al agua vestida. También man... Arquivo da conta: WelsonSantos Outros arquivos desta pasta: C S Lewis - Os Quatro Amores.pdf (573 KB) C S Lewis -- Cristianismo puro e simples.doc (189 KB) C. S. Lewis - Teologia Moderna e a CrÃtica da Biblia(ensaio).pdf (72 KB) C S Lewis - Trilogia Cosmica 1 - Alem do Planeta Silencioso.doc (521 KB) C.S. 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