Tópicos - CEES - Centro de Estudios Económico

Transcripción

Tópicos - CEES - Centro de Estudios Económico
Año: 10, Noviembre 1968 No. 138
EL CAPITALISMO: MANERA
CREATIVA DE VIVIR
Rev. EDWARD W. GREENFIELD
Conferencia pronunciada ante la asamblea anual de Associated
Oregon Industries, en Portland, Oregon.
Me agrada empezar casi todos mis discursos,
recordando a mi auditorio que no siempre me
he sentido como hoy, favorablemente
dispuesto hacia el capitalismo, el comercio y
los comerciantes. Durante un considerable
periodo de mi vida, como estudiante de
colegio y seminario, y más tarde también
como predicador y profesor de colegio, he
estado infestado por lo que el profesor Von
Mises llama la «mentalidad anticapitalista».
Durante la depresión de los años 1930, dos
veces voté por Norman Thomas, 1 y en los
primeros años siguientes a 1940 hasta lo hice
hablar en mi Iglesia. No hace tanto tiempo, en
1948, aún pensaba que el «New Deal» y el
«Fair
Deal»,
como
igualmente
los
conservadores que eran llamados «me too»,
eran demasiado «conservadores» y, por tal
motivo, voté por Henry Wallace. Me
complace citar un artículo de Norvin R.
Greene, que sirve para identificar la actitud
que yo compartía:
«Como
estudiante
secundario...
me
impresionaban los sermones pronunciados
desde la tribuna del colegio por los sacerdotes
que nos visitaban. Domingo tras domingo,
contenían la condenación del hombre de
negocios, del afán por el dólar, y de nuestra
civilización materialista. Obvio era que los
1
1 Candidato a presidente de EE.UU. del Partido
Socialista.
sacer
dotes de Park y Fifth Avenue obtenían sus
medios de vida y construían sus grandes
edificios de piedra con las contribuciones de
los desollados hombres de negocios. Y
recuerdo haberme preguntado si el hombre de
negocios era un masoquista, o si aguantaba las
zurras semanales a fin de asegurarme la
entrada al Reino de los Cielos.
«Esa condenación sin reservas de todo lo
relativo al mundo de los negocios, se
encontraba también en las aulas universitarias,
tanto como en las novelas y la literatura de la
época. Se pintaba al hombre de negocios
como un vasto proveedor de mercaderías, a
cambio de la ganancia; como no intelectual, y,
en verdad, como un animal inferior que
merecía desprecio».
Mr. Greene hablaba de la época de 1920. La
actitud que describe era la mía en los tiempos
de 1930 y 1940. Aun cuando la imagen del
mundo de los negocios mejoró algo hacia
1950, pienso que el curso de los
acontecimientos, en la capital de la Nación y
en todas partes, indica claramente la
persistente hostilidad hacia el comercio y los
comerciantes en 1960. En verdad creo que el
mundo de los negocios jamás ha estado en
peligro como hoy. Se ha desarrollado tanto el
socialismo disfrazado y diluido lo que
generalmente se llama socialismo fabiano, que
no obstante oírse a mucha gente hablar bien
de la empresa libre, vemos minados sus
cimientos con mayor rapidez que en cualquier
otro momento, en los últimos treinta años.
En realidad, ya no nos queda mucho del
capitalismo de libre empresa; tenemos, sí, un
capitalismo controlado y altamente regulado,
lo que significa la desaparición absoluta del
capitalismo en el verdadero sentido. Puede ser
conveniente recordar, a esta altura, que en
tanto el comunismo y el socialismo apuntan a
la propiedad estatal de los medios de
producción, la otra especie de socialismo,
llamado fascismo, se encamina en dirección al
control por el Estado. El grado en que se sigue
aceptando hoy la empresa privada no parece
obedecer a la estima que merezca, sino a que
produce réditos que pueden gravarse. Cada
vez con mayor certidumbre nos vemos frente
al hecho de que los hombres de negocios no
trabajan por su cuenta, sino por la del Estado.
En lo que respecta a los impuestos pagados
por vosotros, de cada doce meses, ya estáis
trabajando entre cuatro y seis para el Estado.
Como hombres de negocios, lo sabéis mejor
que yo.
¿QUIÉN TIENE LA CULPA?
Ahora bien, es fácil culpar, por esta peligrosa
situación, totalmente a los comunistas,
socialistas, newdealers, fabianos, keynesianos
y todo el resto de los que ocupan posiciones
de influencia en nuestras mundos económico,
político, educacional, editorial y religioso. Y
no hay duda de que esa gente ha tenido un
éxito deslumbrante en la difusión de tonterías
anticapitalistas. Pero una cosa es difundirlas;
otra muy diferente es adoptar esas ideas.
Puede comprenderse, sin dificultad, la razón
por la cual algunas personas se han dejado
seducir tan fácilmente, si se tiene en cuenta
que el prestigio de Robin Hood, por su
legendaria lucha en favor de los pobres, los
débiles y los improductivos, contra los ricos,
los fuertes y los que tienen éxito, es antiguo
como la humana codicia.
Pero lo asombroso ¡es la apetencia por las
ideas socialistas que muestran los mismos
hombres de negocios! Durante años, los
socialistas y comunistas han venido
imputándoles «imperialismo», «monopolio»,
«explotación» y la «voracidad del hombre de
negocios». Han hecho de «capitalismo» una
expresión tan vil, como la peor del idioma. Y,
¿cuál ha sido la respuesta de los hombres de
negocios? El profesor Herrell de Graff lo
expresa de la siguiente manera:
«Lo habitual es contestar que el capitalismo
explotador del siglo XIX ya no existe, que el
imperialismo ha sido liquidado, que los
monopolios ahora son de propiedad del
pueblo, y que, en cuanto a las ganancias, hoy
todo el mundo participa en ellas. En esta
respuesta, hay algo de un patético tono de
disculpa, una enfermiza nota de timidez, y los
que la formulan están aquejados de una
conciencia culpable. Al aceptar ser llevados
así a discutir con los comunistas, en sus
propios términos, los confirmamos en su
creencia de que tienen razón. Es como si les
dijéramos: «tienen razón en sus ataques;
lamentamos nuestro anterior comportamiento;
pero, tengan presente, ahora nos hemos
corregido. ¡Hoy ya somos por lo menos,
medio socialistas!».
Asimismo, los hombres de negocios se han
hecho culpables de otra agresión, que debe
señalarse, contra el mundo de la industria y el
comercio. El doctor Ernst Wilkinson,
presidente de la Brigham Young University,
pudo decir hace poco lo siguiente:
«Manifiesto, además, que los hombres de
negocios mismos tienen mucha culpa respecto
a la carencia de conocimientos económicos
que aqueja al país. Los «boards of trustees»
(una especie de Consejos de Administración)
de la mayoría de las instituciones de altos
estudios, y los consejeros de la mayor parte de
los colegios secundarios y elementales, se
encuentran integrados (en amplia medida) por
hombres de negocios. ¿Qué han hecho para
estar al corriente de los programas de estudios
de sus diversas instituciones? ¿Qué han hecho
para asegurar que los profesores designados
tengan fundamentales conocimientos acerca
de la corrección y validez del sistema
estadounidense de empresa libre? Temo que,
en muchos casos, no sólo no han hecho nada,
sino que han recomendado a sus diversas
compañías contribuir al sostenimiento de
instituciones
educacionales
superiores,
responsables de haber envenenado y de seguir
envenenando las mentes de nuestros hijos e
hijas contra la empresa libre. En esta época,
en que se pide al comercio hacer importantes
aportes para las instituciones de altos estudios,
sostengo que es deber de los donantes vigilar
para que los donatarios no traicionen la mano
que los nutre».
NUEVA VALORACIÓN DEL
CAPITALISMO
Lo dicho resume antecedentes cuya
importancia reclama la atención de los
hombres de negocios en reuniones de esta
naturaleza. A primera vista pudiera aparecer
que, hablar a hombres de negocios de libre
empresa capitalista, es como «llevar naranjas
al Paraguay». Lo manifestado anteriormente
debiera indicar que no es así. He descubierto,
además, que ningún examen del capitalismo
puede tener mayor interés que el realizado por
un sacerdote, siempre que conozca el tema,
por supuesto La autoridad moral de la religión
organizada ha sido opuesta, con tanta
frecuencia, a los negocios y a los hombres de
negocios, que muchos integrantes del mundo
comercial casi se avergüenzan en admitir que
se afanan por obtener lucro. Será un cambio
reconfortante oír decir a un sacerdote que,
lejos de sentirse avergonzados, debieran estar
orgullosos por dedicarse a los negocios.
Supongo que ésa es la razón por la que
ninguno de mis discursos ha tenido más
amplia difusión, que el que motivó esta
invitación, titulado: «Un sacerdote hace un
nuevo examen de la empresa libre».
En esa conferencia, cité un párrafo de un
excolega de la Universidad de Syracuse,
también censor del capitalismo anteriormente,
el profesor T. V. Smith. En las aludidas
palabras, expresa la convicción, que es
materia de nuestro actual estudio:
«La verdad habrá de surgir muy lentamente,
pero al final quedará de manifiesto. Se verá
entonces que el capitalismo no pone el acento
en el hecho de obtener dinero, sino por
encima de cualquier cosa y subordinándolo
todo, en que el dinero sea ganado. Es el
aspecto creativo lo que transforma el proceso.
El capitalismo es la invención más creativa de
la especie humana; crea excedentes de bienes;
crea y distribuye poder adquisitivo para
absorber los bienes que con tanta profusión se
producen; crea una atmósfera en la cual los
hombres no sólo pueden disfrutar de sus
productos, sino que pueden gozar de su mejor
situación, sin desmedro de las inferiores. El
capitalismo, es la manera creativa de vivir».
Por supuesto, ésta es una idea que los
anticapitalistas y colectivistas quisieran
destruir y han avanzado por ese camino de
una manera consumadamente hábil. Por
ejemplo, antes de que la palabra
«capitalismo» se hiciera de uso ampliamente
difundido, gracias a los malos oficios de Karl
Marx, la empresa privada libre, dentro de un
mercado libre, se denominaba «liberalismo».
Siendo así, ¿qué hicieron los colectivistas?
Tomaron esta magnífica palabra, que significa
libertad, y la distorsionaron para convertirla
en signo de esclavitud. En adelante,
liberalismo no habría de querer decir libre
empresa, sino empresa colectivista. Lo mismo
sucede con el vocablo «progresista». Al
observar el inmenso progreso que estaba
haciéndose con el capitalismo en realidad el
único progreso material verdadero que en más
de 2,000 años se hiciera también tomaron para
sí los colectivistas la idea de progreso. En
adelante, «progresista» debía referirse, no al
capitalista, sino al socialista. De igual manera,
han procedido con nuestras otras excelsas
expresiones, tales como «justicia», «moral»,
«humanitarismo»,
«fraternidad»,
«democracia» y «libertad».
Pero aún no han conseguido por completo
apoderarse de la palabra «creativo». Esto tal
vez se debe a que los mismos capitalistas han
sido lentos en el reconocimiento exacto de
cuán creativo es su sistema económico. De
algún modo se nos ocurre la idea de que pintar
un cuadro, escribir un libro, componer una
sinfonía o hacer los planos de un rascacielos,
es algo creativo; pero no el desarrollo de un
establecimiento industrial o comercial, ni el
logro de una fortuna. Quien puede actuar en
un escenario, y hacer reír o llorar a millares de
personas, es un artista; pero el creador de una
industria, que proporciona ocupaciones a
millares de personas, es «un explotador que
arrebata dinero». La distorsionada manera de
ver que tiene en tan poca estima a la libre
empresa capitalista y a quienes la practican, es
resultado de mitos y falsedades que han sido
deliberadamente cultivados y repetidos
inocentemente durante más de un siglo. No
todos los mitos comenzaron con Karl Marx,
pero no es una completa coincidencia que
Marx y la mitología anticapitalista tengan
mucho en común. Y a menos que aprendamos
a separar el mito de la realidad lo que, en mi
opinión como sacerdote, a este respecto,
equivale a separar lo moralmente malo, de lo
moralmente bueno-, vamos a continuar viendo
a nuestra sociedad libre, con su libre
economía, descender hasta alguna forma de
tiranía colectivista.
Es por eso por lo que quiero afirmar la virtud
creativa de la libre empresa capitalista, frente
a por lo menos tres de las más groseras
falacias que con respecto a ella se han
formulado:
1. El mito de que el capitalismo crea pobreza
e injusticia.
2. El mito de que las ganancias y el motivo de
lucro son inmorales.
3. El mito de que la completa libertad de
empresa es algo peligroso.
Ésta no es de ningún modo una enumeración
exhaustiva, ya que los mitos forman legión,
pero pudiendo desvirtuar estos tres, el resto
habrá perdido su principal apoyo.
CURA DE LA POBREZA
El primero de los mitos la creencia de que el
capitalismo crea pobreza e injusticia tiene un
claro origen marxista. Arranca de la
equivocada opinión de que, en una economía
capitalista, los acaudalados adquieren su
riqueza desposeyendo a los pobres. De
acuerdo con eso, como lo veía Marx, los ricos
se enriquecen cada vez más, y los pobres se
hacen cada vez más pobre y, eventualmente, a
los pobres no les queda otro recurso que
rebelarse, destruyendo a los ricos explotadores
o, como les agrada decir a los comunistas,
«expropiando a los expropiadores».
Si fuera Marx el único que hubiera dicho esas
cosas, podríamos estar en condiciones de
solucionar el punto sin mayores dificultades.
Desgraciadamente, sin embargo. se ha hecho
eco de aquellas ideas buena cantidad de gente,
de mucho mejor reputación. Uno de los
principales teólogos norteamericanos, por
ejemplo, criticó en cierta oportunidad a las
Iglesias, por haber permanecido «durante
tanto tiempo despreocupadas por las víctimas
de la Revolución Industrial y del capitalismo
primitivo». Que tal supuesta negligencia haya
quedado «corregida», parecía demostrado
hasta la evidencia por un manual destinado a
usarse en las escuelas dominicales del mismo
grupo cristiano a que pertenezco. No hace
mucho, el invierno pasado, ese manual
hablaba de Amós, el profeta del Antiguo
Testamento, que vivió y predicó en el siglo
VIII a.C. «Y en aquellos días, dice el manual
había en Israel escasa justicia económica. Era
un mundo de ricos y pobres, los que llevaban
una vida cómoda (con casas para verano e
invierno) y los que calan en esclavitud para
pagar sus deudas. Era un mundo desprovisto
de conciencia, la especie de mundo que
existía en Norteamérica, antes de la
legislación social de los años 1930» (Sin
bastardilla no la contiene el original).
Me atrevo a decir que hasta un buen número
de hombres de negocios creen que eso es
verdad. Que hayan existido injusticias con
anterioridad a 1930 no se habrá de negar aun
cuando sostengo que esas primitivas
injusticias, poco son comparadas con las que
se han cometido después, ¡y no por los
hombres de negocios!. Lo que generalmente
se omite preguntar, es si las injusticias de la
primera época, en los países capitalistas,
fueron resultado del capitalismo como tal, o
simplemente iniquidades cometidas por
hombres que serían igualmente corrompidos,
bajo cualquier sistema. Digámoslo sin rodeos,
aquí y en este momento: los titulados
«pecados del capitalismo» no han sido
cometidos por el sistema, sino por individuos
que actuaban dentro de él. ¡Y tales pecados no
habrán de ser eliminados llevando a los
sitiales del poder gubernamental! En realidad,
la verdadera corrupción consiste en que tales
hombres,
políticamente
privilegiados,
intervengan en contra del capitalismo.
Mas la acusación de injusticia radica
principalmente en el aspecto de la pobreza. En
los
primeros
años
del
capitalismo,
especialmente en nuestra propia república,
había tanta opresión y pobreza, que no
podemos dejar de preguntarnos por qué
Estados Unidos llegó a conocerse como «la
tierra de las oportunidades» y «la última
esperanza de la Tierra». Les llamo la atención
sobre el hecho de que el mayor de los males
aislados registrado por nuestra historia, la
esclavitud, quedó abolido, no ante el impacto
obtenido por la acción de los reformadores
socialistas de nuestros días, sino cediendo a la
marea del creciente capitalismo de hace un
siglo. Aun cuando no trato aquí de explicarlo,
sostengo que la esclavitud se extinguió, en
buena medida, a causa del capitalismo. No
hay economía que pueda subsistir medio
esclava y medio libre.
Ahora bien, no puede negarse que la
Revolución Industrial, cuyo impulso cubrió de
fábricas en poco tiempo a Inglaterra entera y
al aún joven Estados Unidos hace menos de
200 años, no produjo riqueza inmediata para
todos. Algunos individuos emprendedores se
hicieron ricos, en tanto que la mayoría
continuaba siendo relativamente pobre.
Pero quien crea que el capitalismo causó la
pobreza, debe examinar con mayor atención
tanto la historia como la ciencia económica.
La verdad es que el capitalismo fue la primera
y única cura verdadera para la pobreza. La
raza humana había estado luchando por
desprenderse de las cadenas del yugo y de la
explotación, desde el comienzo de la historia.
La pobreza, la escasez y el hambre aquejaron
a los hombres desde los principios de la
historia. El capitalismo de empresa libre no
creó la pobreza; ¡la heredó! El llamado
«propetariat», cuya existencia comenzó, no
fue una clase producida por el capitalismo al
empobrecer y mantener en la pobreza a la
gente. El proletariado fue una clase surgida
gracias a que, por primera vez, con la
aparición del capitalismo, ¡esa gente estuvo en
condiciones de mantenerse en vida!
El profesor Von Mises, de la Universidad de
Nueva York, ha dado una explicación
diferente, arrojando nueva luz sobre lo que
durante tanto tiempo se deploró como mal,
traducido en que mujeres y niños se vieran
«forzados» a trabajar en las fábricas:
Constituye una distorsión de los hechos decir
que las fábricas sacaron a las amas de casa del
cuidado de los niños y de la cocina, y a los
niños de sus juegos. Esas mujeres carecían de
lo necesario para preparar alimentos y nutrir a
los niños que se encontraban desamparados y
muertos de hambre. Su único refugio fue la
fábrica. Esta los salvó, en el sentido más
estricto de la frase, de la muerte por
inanición».
Escuchemos también al profesor Hayek, de la
Universidad de Chicago, en el libro de que es
igualmente editor, «El Capitalismo y los
Historiadores».
Mucho después del acontecimiento, no
debemos permitir que la distorsión de los
hechos, ni aun si ello obedeciera a celo
humanitario, venga a influir sobre nuestra
manera de ver respecto a lo que debemos a un
sistema que, por la primera vez en la historia,
hizo entrever a la gente la posibilidad de su
aflicción (la pobreza) pudiera ser evitada. Los
mismos reclamos y ambiciones de las clases
trabajadoras, fueron y son resultado de la
inmensa mejora determinada por el
capitalismo en su situación».
Ya es tiempo de que rectifiquemos el punto de
vista histórico. Los pobres tuvieron, con la
liberación de su propia energía para dedicarse
a la empresa privada, para poseer bienes
privados y para perseguir ganancias, su
primera y real oportunidad para sobrevivir y
medrar. Sólo dentro del capitalismo hubo
siquiera la posibilidad de llevar a cabo
mejoras en todo el bienestar general. Así es
que lejos de crear pobreza, el capitalismo es el
único sistema económico conocido jamás por
el mundo, que produzca y al mismo tiempo
distribuya la riqueza. De formularse el cargo
de que en ello hay materialismo, podemos
preguntar a los críticos socialistas de qué
manera la creación de riqueza puede ser algo
más materialista ¡que la creación de pobreza
efectuada por ellos!
MORALIDAD DEL LUCRO
Pero tenemos el segundo mito: la idea de que
las ganancias y el motivo de lucro son algo
contrario a la moral Algunos podrán decir,
socarronamente, que si la ganancia es algo
contrario a la moral ellos se han hecho
sumamente virtuosos. En cualquier caso, no
habrá ni uno de vosotros, supongo, que no se
haya sentido blanco del sentimiento
anticapitalista, cada vez que obtiene una
ganancia sentirá esos ataques, los domingos
en la iglesia, en los días de semana, por parte
de
los
empleados;
en
la
época
correspondiente, a través de los recaudadores
de impuestos: más o menos año por medio,
mediante los reclamos del agente que
representa al sindicato, y en muy diversas
oportunidades, provenientes de variadas
instituciones de caridad. Alguien habrá de
caer sobre vuestra ganancia en cualquier
momento, de seguro, con alborozo, envidia,
enojo, codicia, indignación moralizadora o
con la demanda de recibir una parte de aquella
ganancia. La actitud que en esta época habréis
de encontrar se encuentra aproximadamente
reflejada en uno caricatura reciente. Muestra
al Presidente mientras lee algo expresado en
un discurso presidencial de hace poco tiempo,
y se dirige a un hombre que representa al
ambiente de los negocios: «Nosotros, los del
gobierno, tenemos gran interés en vuestras
ganancias...». Y, metiendo la mano, desde
atrás, en el bolsillo del hombre de negocios, se
ve a otra persona identificada como el
Departamento del Tesoro de Estados Unidos.
Sin embargo, totalmente aparte de dicha
consideración, las ganancias y el motivo de
lucro requieren ser examinados y apreciados
nuevamente Es así como lejos de imponer una
condena moral al sistema de «ganancias y
pérdidas», me complace manifestar que, en el
ambiente de los negocios, todos tienen, no
sólo el derecho moral, sino, en realidad, el
deber moral, de lucrar. Allá, en los días
antiguos de la ética protestante no
corrompida, los cristianos, en especial los de
denominación calvinista, acostumbraban
hablar de «enriquecerse para la gloria de
Dios». Cuando se lucraba, de una manera
legitima, todos entendían por ello que Dios
nos veía con buenos ojos. No obtener
ganancias era para ellos una desgracia, lo
mismo que no encontrarse en el favor de Dios.
Un hombre de negocios con éxito feliz, tenía
la consideración y el respeto de la gente, no a
causa de su dinero, sino debido a que su
fortuna constituía la prueba visible de que era
buen cristiano: ¡uno de los elegidos de Dios!
Bueno, eso era ir un poco más lejos de lo que
hasta un calvinista estricto pudiera estar
dispuesto a conceder hoy, pero es importante,
con todo, desembarazarnos de la atosigante
idea de que en la ganancia y en el motivo de
lucro haya algo de malvado. Existen las
«ganancias mal habidas», por supuesto, pero
no es eso lo que entendemos por ganancia.
Ganancia es lo que se obtiene, por encima y
en exceso del costo, en cualquier especie de
intercambio libre y voluntario. Todos
buscamos siempre alguna especie de
satisfacción, y aquello que nos la
proporciona satisfaciendo, a la vez, a las
demás partes que intervienen, es un lucro
legítimo. Esto es verdad, tanto si la
satisfacción consiste en la salvación de almas,
perseguida por el misionero, como en
disfrutar de una nueva casa, o en el aplauso
tributado al actor o en el dinero que gana el
comerciante.
En lo relativo al lucro, las dos cosas que
deben recordarse son: primero, el motivo de
lucro es algo tan acorde con la naturaleza y la
normalidad como respirar, de modo que su
supresión importaría destruir la fuente
principal de la acción humana constructiva. Es
el impulso interno hacia la superioridad y
excelencia. Quítese el motivo de lucro el
impulso hacia la excelencia y se reduce al
hombre a los límites de un vegetal. Segundo,
lucro no es la misma cosa que rapiña. Jamás
debe incurrirse en el error de confundir a un
hombre como Billie Estes Sol 2 , con un
legítimo comerciante que trabaja para lucrar.
No hay manera de que un comerciante pueda
conseguir alguna ganancia sin dar algo en
cambio. Por eso puedo decir que es obligación
vuestra obtener ganancias. Si no obtenéis
lucro alguno, el hecho significa que no
ofrecéis la calidad y cantidad de bienes y
servicios que la gente se encuentra en
condiciones y en disposición de comprar en el
mercado libre.
Puesto que obtener ganancias es tanto un
derecho como un deber moral, no será
necesario recordaros que es también una
necesidad y un gran bien. De nuevo citaré al
profesor De Graff:
«La ganancia es la sangre vital de una
economía libre... Al guiar la economía para
satisfacer las exigencias de la sociedad, el
sistema de la ganancia hace lo que ninguna
autoridad central es capaz de hacer... Toda
2
2 Protagonista de escandalosas estafas, que no hace
mucho alcanzó triste celebridad en Estados Unidos. N.
del T.
ocupación y todo hogar, en la extensión entera
de la nación, se mantiene y sustenta gracias a
que el proceso de los negocios cumple su
ciclo obteniendo algún lucro, ya sea en
ganancias anteriores, en las actuales o en las
razonablemente esperadas para el futuro...
Nuestro bienestar personal. El bienestar
público, y el futuro bienestar, todo descansa
sobre un solo apoyo: ¡la ganancia
empresarial!».
De una opinión tan favorable debiera seguirse
que los negocios y la industria no sólo fueran
permitidos, sino fomentados a fin de que
obtuvieran ganancias. Lo único malo, en
cuanto a las ganancias, es que no las haya
bastantes y, por supuesto, allí está la
dificultad. Entre las presiones de los
sindicatos obreros, los impuestos, la inflación
y las reglamentaciones gubernamentales,
conseguir alguna ganancia, en nuestros días,
es algo así como un pequeño milagro.
Pero lo más sorprendente del ataque a los
negocios y a las ganancias, ¡es que los
hombres de negocios hayan hecho tan poco
para resistirlo! A menudo me he preguntado
por qué. Se me ocurre que una de las razones
pudiera estar en que se los ha hecho sentirse
culpables respecto a la persecución de la
ganancia. La culpabilidad es una de las
calamidades más paralizantes que pueden
afligirnos. Las personas aquejadas de
sentimiento de culpabilidad es improbable que
se muestren dispuestas a luchar en favor de lo
que fueron inducidos a considerar como malo.
Carlos Todd señala que «los comunistas son
excelentes psicólogos... han tomado buena
nota de esta característica peculiarmente
norteamericana; y su Instituto Pavlov de
Moscú, manda detalladas instrucciones acerca
de (cómo) acrecentar su influencia y dominio,
por medio del «espíritu de culpabilidad».
Hace quince años, Arthur Schlesinger Jr.,
observó con maligna satisfacción la facilidad
con que podía triunfar en Norteamérica el
socialismo fabiano, principalmente debido a
lo que él llamaba la «cobardía» de los
hombres de negocios. Y bien, la idea de tener
culpa, nos convierte a todos nosotros en
cobardes.
En consecuencia, no vacilo en decirles que se
desembaracen de ese enervante complejo de
culpabilidad. No sólo tienen el derecho y la
obligación moral de lucrar; la sociedad carece,
por su parte, de derecho para obstaculizar el
cumplimiento de tal deber. Es derecho vuestro
obtener ganancias, de igual manera que
comerciar honestamente, en la medida que lo
permita un mercado libre y competitivo. Ahí,
la ley de la oferta y la demanda y el continuo
voto de la clientela habrán de decidir qué
cantidad de beneficios corresponde a cada
quien El gusto y la preferencia del público
pueden ser volubles, pero si el significado de
la democracia ha de prestar servicio al pueblo,
el mercado libre, en el que es rey el
consumidor, es el orden más democrático
realizable en sociedad. La lucha por la
ganancia ¡la única verdadera democracia
económica que hay!. El día en que la ganancia
y el motivo de lucro terminen, será el día en
que comiencen los mandones.
BENEFICIOS DE LA LIBERTAD
La última de las falacias a que quiero
referirme, es la creencia de que la completa
libertad de empresa es peligrosa; y aquí nos
encontramos con un acontecimiento extraño.
Los peores enemigos de la libertad en Estados
Unidos no son los comunistas y los
socialistas, pues los podemos reconocer como
enemigos, y sabemos cómo habérnoslas con
ellos. Lo que no reconocemos con tanta
facilidad son aquellos a quienes Suzanne
Galambos llama «capibuts» (capitalistas,
pero...). Son gente incluyendo en ella a
muchos hombres de negocios que dicen: «Sí,
creo en el capitalismo, pero...» Creen en el
capitalismo pero también creen en la
conveniencia de imitar la competencia por
intermedio de leyes así llamadas de «comercio
leal»; creen también en la legislación
encaminada a beneficiar sus intereses
particulares; quieren protección y licencias
exclusivas en favor de su negocio en especial;
reclaman subsidios del gobierno como ayuda
de sus necesidades particulares; piden energía
pública, rutas federales, que el gobierno actúe
como benefactor, y ayuda exterior en forma
de donativos. La lista podría continuar
interminablemente.
Cuando la historia se haya escrito por fin,
temo hallarlos, en caso de que muera el
capitalismo, frente a sus enemigos,
envolviéndolo sonrientes en el sudario, pero
sólo una vez que sus amigos declarados hayan
sido sus desapercibidos victimarios. En mis
contactos con hombres de negocios a través
de todo el país, no hay nada más
desconcertante para mí que la falta de fe de
los mismos capitalistas en la verdadera
libertad de empresa. Dicen: «capitalismo, sí,
pero no podemos hacer andar para atrás el
reloj, hasta la época de McKinley... Sí, el
capitalismo, pero, después de todo, si no fuera
por los sindicatos obreros, todavía tendríamos
los talleres en que el trabajador era sacrificado
y los salarios ínfimos... Capitalismo, sí, pero
si no fuera por el gobierno, seguiríamos
teniendo
depresiones
e
inestabilidad
económica. . Capitalismo, sí, pero si no
tenemos cuidado, los grandes monopolios
habrán de tragarse a las pequeñas empresas...
Capitalismo, sí. pero no debemos permitir que
el temor de la deuda pública y de la inflación
obstaculicen el bien público... Capitalismo, sí,
pero seguimos necesitando que el gobierno
estimule el crecimiento de la economía».
«Capitalismo. sí, pero...», ¿acaso hay aquí
alguien que no haya escuchado expresiones
semejantes a éstas, no en boca de los
enemigos del mundo de los negocios, sino en
la de sus descontados favorecedores?
Ahora bien, resulta extraño mi temor a
encontrar alguna resistencia hasta en personas
como vosotros, en el intento de apoyar la
verdadera libertad de empresa. En verdad, me
atrevo a decir que os habéis acostumbrado
tanto a las reglamentaciones. intervenciones,
presiones, subsidios y confiscaciones, que, por
lo menos, algunos se sentirán descontentos si
todo eso les faltara. Saben que son cosas
perjudiciales, pero no pueden deshacerse del
hábito, como ocurre con las drogas. Me
parece una particular ironía, encontrarme,
siendo sacerdote, en actitud de urgir a los
capitalistas a empezar el ejercicio de un
capitalismo honesto ante Dios, absteniéndose
de absorber ese engañoso socialismo, que los
está matando como un lento veneno.
REALIZACIONES DEL
CAPITALISMO
Permítaseme abordar el punto de dos maneras.
En primer lugar, todos estamos obligados a
reconocer que EE.UU. de América se ha
convertido en la nación más grande, más rica
y más fuerte del mundo debido a su libertad.
Hemos empezado por tener un gobierno
constitucional limitado, cuya consigna fue
abstenerse de intervenir en los asuntos de la
gente, salvo en los casos en que fuese
necesario proteger sus derechos, sus libertades
y sus bienes. La empresa privada, dentro de
tal arreglo, recibió un estímulo, como jamás
se había conocido antes en la historia de la
raza humana. ¡Hablamos acerca del
capitalismo creativo! ¡Las energías liberadas
de hombres libres, dentro de una libre
economía capitalista, en seis generaciones,
sobrepasaron las creaciones y producciones
resultantes del esfuerzo realizado en los 6,000
años precedentes. La empresa privada libre ha
hecho más para la creación de mayor riqueza,
para más gente, con mayor rapidez, que
cualquier otra especie de economía conocida
por el hombre. ¡Aquellos que nos dicen que
EE.UU. de América tiene obligación de
compartir su riqueza, simplemente por ser
rica, y hasta la culpan porque el resto del
mundo sigue siendo pobre, que empiecen, en
primer lugar, por examinar la manera cómo
EE.UU. de América se hizo rica!
Sostengo que la razón de nuestra prosperidad
está en que aquí en EE.UU. de América, con
nuestro gobierno limitado, nuestra economía
capitalista,
y
nuestra
responsabilidad
individual, hemos tenido el primer ejemplo
verdadero de una sociedad moral, visto por el
mundo. No ha sido perfecta, porque somos
todos hombres imperfectos; pero dada la
naturaleza humana, y el mundo real, tuvimos
la estructura que más se acercó a las leyes
morales de Dios a lo que los Padres
Fundadores llamaron «ley natural»-. La
antigua institución bíblica ha sido mal
comprendida, traicionada y escarnecida, pero
la antiquísima creencia de que Dios favorece a
quienes viven dentro de su Ley, y de que
quienes la menosprecian habrán de perecer, es
una de las más profundas verdades que jamás
hayan sido reveladas al hombre.
Y bien, Estados Unidos ha demostrado la
antigua verdad, probando que la empresa libre
ha tenido feliz éxito. ¡Pero, una vez probado
esto, parecemos inclinados a encaminarnos a
la apostasía bíblica, dejando que la prueba sea
destruida! Sólo en la medida en que
guardamos aún algunas briznas de empresa
libre, se nos puede observar relativamente
fuertes y prósperos, pero tendremos que
recuperar y aumentar la libertad creativa de la
época anterior, para poder mantener
prosperidad durante algún tiempo. No es
cuestión de retroceder, en materia de técnicas,
hasta las anteriores de hacer las cosas; lo
importante es retomar a los principios
iniciales, los que han sido en buena medida
abandonados en temerario coqueteo con el
estatismo colectivo del socialismo.
PRIMACÍA DE LA PROPIEDAD
¿Acaso abogo por un retorno al laissez faire?
No, abogo en favor de avanzar hacia el laissez
faire. A través de los primeros años de
nuestra historia, se había llegado a una
desmañada aproximación de tal sistema, pero
aún no hemos tenido un laissez faire
claramente
comprendido,
maduro
y
completo. Bien sé que la reacción que nos ha
sido impuesta ante la expresión misma es de
protesta, pero aquí viene el segundo punto
sobre el que deseaba hablar, referente a
convertirnos en capitalistas honrados ante
Dios. El capitalismo no es nada más y nada
menos que un sistema de bienestar
económico y social, basado en el respeto a
la propiedad privada. El que no cree en la
propiedad privada, no puede ser capitalista. La
primera meta del Manifiesto Comunista,
recordaréis, es la destrucción de la propiedad
privada. La prueba fundamental de si una
civilización se encuentra en el camino de la
libertad, o en el de la servidumbre, es su
actitud hacia la propiedad privada.
¿Qué significado damos a la propiedad
privada? No se trata sólo de una parcela de
tierra. Es todo lo que somos y poseemos:
vuestra persona, vuestras creencias, vuestros
valores, vuestros bienes materiales, lo que
hagáis con vuestras manos y con vuestra
mente, y aquello que la naturaleza produzca u
otorgue mediante vuestro esfuerzo. La vida es
de vuestra propiedad; el alma es propiedad
vuestra. Lo es la religión que profesáis.
Igualmente, vuestra libertad, vuestra felicidad,
los medios para alcanzarla y todo lo adquirido
a cambio del propio trabajo, es de vuestra
propiedad. De querer adoptarse un punto de
vista teológico al respecto, estoy dispuesto a
admitir que todas aquellas cosas, en realidad,
pertenecen a Dios, y sólo sois el administrador
en cuyas manos fueron depositadas. Ya sea
que uno se considere propietario, o sólo
administrador, el distingo que, tan a menudo,
se hace entre «derechos humanos» y
«derechos de propiedad» es una construcción
artificial a que han recurrido los demagogos.
Los derechos humanos son derechos de
propiedad; los derechos de propiedad son
derechos humanos; y lo que debe preguntarse
es: ¿a quién corresponde el derecho y la
obligación de controlar esta propiedad, que
está a vuestro cuidado?
Conocéis perfectamente bien la respuesta. Si
alguien se presentara diciendo: «vuestra vida
no os pertenece, en realidad es mía» y os quita
la vida, tal hecho se juzga como asesinato. Si
dice: «la felicidad que tenéis no es vuestra, es
mía», y os priva de vuestra felicidad, eso es
llamado crueldad. Si dice: «no es vuestro el
dinero que tenéis: es mío», os desposee de él,
comete un robo. Si dice: «vuestra libertad no
os pertenece; es mía», y os arrebata la
libertad, incurre en tiranía.
¿Qué es, pues, el laissez faire? No es ni más
ni menos que el hecho de tener completo
dominio
sobre
nuestra
propiedad,
respetando el derecho de los demás para
ejercitar igual dominio sobre lo que les
pertenece. Este principio fundamental se
viola cada vez que el gobierno, o el sindicato
obrero, os impide controlar vuestros propios
negocios, y por medio de gravámenes o de
exigencias de salarios antieconómicos,
confisca los beneficios obtenidos a costa de
vuestras inversiones y de vuestro trabajo. Si
un delincuente nos privara en igual forma de
lo que nos pertenece, no vacilaríamos ni un
momento en llamar a eso delito. ¿ Cómo
puede ser que ignoremos la naturaleza
delictiva del mismo acto, y lo encontremos
hasta benevolente, o por lo menos legítimo,
cuando es realizado con el auspicio del
Estado, o de una turba organizada?
En último análisis, sólo puede elegirse entre
dos cosas: o uno mismo es quien debe decidir
qué hacer con lo propio, o debe decidir algún
otro al respecto. Si abrigáis la creencia de que
el gobierno, o el sindicato obrero, conoce
mejor que vosotros lo que conviene a lo
vuestro y, por consiguiente, se encuentra
facultado para dictaminar qué hacer con lo
que os pertenece o con las propiedades de los
demás, sois esencialmente socialistas. Por otro
lado, si creéis que ninguno tiene derecho a
manejar coercitivamente la vida de otro, sois
capitalistas del laissez faire.
Y no tratéis de engañaros con la quimera de
que sólo un tercio o la mitad de lo vuestro
puede quedar bajo control y confiscación
ajena. En Estados Unidos estamos tratando de
aferrarnos a esa creencia reaccionaria, que
Lincoln repudió hace un siglo, que, de alguna
manera, podemos existir mitad libres y mitad
esclavos o, dicho con mucha elegancia por
algún chistoso: ¡que podamos evitar las
consecuencias de una preñez a medias
LO ÚNICO CON QUE PUEDE
SOÑARSE
De todo lo expuesto se desprende que el
futuro soñado no puede revestir la forma
socialista. Los cristianos, a menudo, se han
visto seducidos por lo que se denomina
«socialismo cristiano», partiendo de la idea
fundamental de considerar idénticos el
socialismo y el reinado de Dios. Debiera ser
ya evidente a los ojos de todos, excepto para
quienes se niegan a ver que el socialismo no
puede constituir sino una pesadilla, semejante
como ninguna al reino infernal.
Sólo el capitalismo de laissez faire puede ser
un sueño para el futuro, apareado, como
necesariamente tiene que estar, con el
gobierno limitado y la responsabilidad
individual. Por ese motivo hablo, no de un
retorno, sino de un avance hacia al Iaissez
faire. Que nos sea dado tener tan sólo una
generación de verdaderos laissez faire,
basado en el sentido de la responsabilidad
individual, fundamento de nuestra herencia
judeocristiana; que ese orden impere no sólo
en Estados Unidos, sino en el mundo entero, y
podremos esperar el advenimiento de un
milenio de tal prosperidad, paz y moralidad,
como el mundo jamás ha conocido.
Pienso que ya es tiempo de adoptar una
decisión cobre cuál es nuestra creencia, y
dónde nos encontramos. La esperanza del
mundo estriba en la empresa capitalista libre,
con su trama moral y espiritual. En vez de
excusarnos y disculparla, comencemos a
luchar por ella. En lugar de humillarnos como
culpables ante la acusación de que el
capitalismo es contrario a la moral y
anticristiano, declaremos con orgullo que el
capitalismo es la verdadera cristiandad y
moralidad puesta en obra en el mundo de los
asuntos económicos. Lejos de aceptar
humildemente
las
restricciones
y
confiscaciones que están matando nuestra
gallina de los huevos de oro, exijamos que
sean suspendidas. Y en vez de «seguir
tirando», simplemente, con lo que nos queda
de libertad de empresa, mientras acariciamos
la esperanza de que dure por lo menos hasta el
fin de nuestra vida, comencemos a
comprender el sistema que ha hecho posible
todo lo bueno que tenemos, a valorarlo, y a
proclamar su virtud por encima de los tejados.
Queremos entregar a nuestros hijos algo mejor
que nuestras deudas y que las promesas de
Khruschev de que nuestros descendientes
habrán de vivir bajo el socialismo.
El capitalismo es, en verdad, la manera
creativa de vivir, pero no ha de seguir así, a
menos que todos nosotros decidamos
conservarlo. Si se me permite parafrasear un
conocido eslogan sobre el tráfico, diré: «la
manera de vivir que salvemos quizás sea la
propia» Personalmente, deseo conservarla, ¿y
vosotros?
Tomado de «Ideas sobre la libertad», Buenos
Aires, Argentina.
El Centro de Estudios Económico-Sociales,
CEES, fue fundado en 1959. Es una entidad
privada, cultural y académica , cuyos fines
son sin afan de lucro, apoliticos y no
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