EL SUICIDIO Y EL DOLOR DE EXISTIR Cristina López Camelo
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EL SUICIDIO Y EL DOLOR DE EXISTIR Cristina López Camelo
www.familiardesuicida.com.ar EL SUICIDIO Y EL DOLOR DE EXISTIR Cristina López Camelo Intentar pensar la cuestión del suicidio y sus consecuencias en la trama social donde estaban insertos, los familiares, instituciones, comunidades, nos enfrenta a la encrucijada de la muerte y el destino. Los suicidios nunca están bien inscriptos en los social, quizás porque cuestionan imperativos de sobrevivensia, adaptación, resistencia al malestar de las personas, en cualquier cultura, justamente porque el suicida es el que “desiste” del dolor de existir, tornado insoportable para este. Antiguamente los que se daban muerte por propia mano, eran enterrados en las encrucijadas o cruces de los caminos con una piedra sobre el rostro, para que esas almas extravíen la senda de regreso hacia los suyos. Respondiendo así a la encrucijada subjetiva de alguien que extravía el camino de la vida. La propia muerte es inimaginable para el ser humano. Cuando intentamos acercarnos a ella lo hacemos solo como espectadores, aprendemos a través de los otros la experiencia de la muerte, ella es un interrogante que las culturas, las religiones, la filosofía trata de responder. Si la muerte se nos presenta como un interrogante sin fin, en el caso particular de “darse muerte”, deja abierto en los que quedan la pregunta del “porqué”. Ella opera como “herencia” que golpea y se extiende sobre los otros en la trama social, que se ven compelidos a dar testimonios por esa muerte, el suicidio es un acto definitivo que ensombrece al conjunto en lo social. “No puedo dejar de estar porque temo que pase algo” repetía la preceptora de una escuela de la Prov. de Bs.As., después del suicidio de uno de sus alumnos. Suponía que su presencia en la escuela era imprescindible para prevenir otras situaciones similares. La violencia extrema es inimaginable para el conjunto de la sociedad, irrumpe como un hecho terrorífico, nos convoca a conductas como la paralización, la negación o la compulsión a actuar. En todo suicidio hay una decisión. Una parte del Yo optó por ejecutar-se, erradicando su imagen insoportable, agresividad hecha violencia aniquilante, pretende poner fin a una existencia. Algo del sujeto desaparece para siempre, para transformarse en permanencia como habitante de los recuerdos de los otros, quienes recorren el dolor, la incomprensión, la indignación, en definitiva “la boca abierta” sin palabras, ante el enigma del acontecimiento. Nada puede ser pensado desde el sentido común, que da valor a la vida a pesar del dolor de existir. En la comunidad el suicidio “toma valor de crimen”, en la medida que algo se mata y algo trasciende al muerto y se sostiene latiendo en cada ¡¿ por qué?!. La respuesta será un secreto que guardará por siempre el suicida, pero el interrogante queda abierto en la comunidad, allí donde vive en cada uno de nosotros esa parte del Yo que se va con el que muere o se suicida, ya que las identificaciones puestas en juego en todo lazo amoroso con los otros, forman parte del Yo. Se trata entonces de un pedazo del Yo, en definitiva de lo que hay que desprenderse frente a la muerte de un ser querido, en “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte” Freud nos explicará: “cada uno de aquellos seres amados era, en efecto, un trozo de su propio y amado Yo”. Pérdida aún mas insoportable frente al suicidio, ya que instituye un orden diferente porque coloca a la muerte donde no se la espera, allí donde la vida parecía sostener la ilusión de ser vivida. Para la opinión pública este acto “no entra en caja”, pues excede la posibilidad de ser “pescado” por la red social, ya que clausura tras sí los caminos de la colectividad. Es un acto privado que compromete a lo público, suele tomar momentos cruciales de la vida en la que se halla en juego “la inscripción social” (Piera Aulanier “La violencia de la interpretación”), allí donde se pone a prueba el valor de si mismo para el otro, donde se deciden situaciones límites que afectan a la persona y su valor para los semejantes. Momentos como la adolescencia, finales de la madurez, la vejez, momentos de renuncia al viaje compartido con otros. El acto suicida, expresa la ausencia de reconocimiento de la demanda a los otros, un sentimiento de vacío de sentido y la imposibilidad de ensayar cualquier otra estrategia para la vida, una medida extrema que fuerza a los otros a anoticiarse de un auxilio fallido y un modo de auto perpetuación en la memoria colectiva. Una adolescente cuya madre se suicidó cuando ella tenia tres años, en situaciones cotidianas donde por distintas razones se distancia o se pelea con sus amigos, piensa en su madre y el motivo que la llevó a dejarla, se repetía esta pregunta ¿por qué una madre puede matarse dejando a su hija siempre sola?. Podemos diferenciar el suicidio consumado del intento de suicido, este último se instala en los otros en 1 forma de “preocupación constante” para evitar la repetición y un “estar atentos”. El intento fallido parece poner en la escena el carácter de “llamado”, una señal de alarma y pedido de ayuda a la que hay que acudir. Ante el intento y el suicidio, el sentimiento común es de hallarse en falta, no haber hecho lo suficiente o no haber prestado la atención necesaria, funcionando esto como auto reproche, la pregunta que se despliega reiteradamente es: ¿por qué esa función de llamado no tomó la forma de un pedido concreto o aún de un socorro?. Frente al suicidio, para los que quedan aparece la desesperanza con respecto a la eficacia de todo llamado. El apelado o conjunto de apelados (familiares, amigos, compañeros), sentirán el impacto en su propia autoestima, cargando con la vivencia de impotencia y desesperanza con respecto a la eficacia del llamado y de la respuesta esperada. Habrá un repliegue sobre si mismo, una paralización, en ocasiones, de la demanda, desprecio al valor del auxilio y eludir el acto de pedir por no mostrar una carencia, aleja la posibilidad de convocar a los otros al dolor por el suicidio, y así comenzar el trabajo de duelo. Puede que en el grupo, se produzca una identificación al semejante, un cierto efecto de “contagio”, por razones subjetivas que operan en algunos casos allí donde la demanda hacia los otros no obtiene respuesta. En cada suicida, las múltiples y singulares determinaciones del sujeto son imposibles de inventariar, en tanto que “se llevan su secreto” y no habrá interlocutor a posteriori, es un acto mudo; deja a los otros, semejantes, afectados en una situación de extremo desvalimiento y dolor, en la medida que son convocados de modo imperativo a ese lugar de auxiliar asistente cuando “ya no hay nada que hacer”. “Ya lo enterraron no hay más nada que hacer”, decía una directora después del suicidio de un alumno, respuesta que reiteraba a aquellos docentes que creían que algo faltaba para instalar en la comunidad el duelo, y sentían que en realidad se estaba ocultando, escondiendo lo sucedido La mudez del suicidio, demuestra lo imposible de esa demanda, se convierte en la trama social en silencio, no se hable de X que se suicidó, todo debe ser rápido y resolverse en corto tiempo. Aunque “de eso no se hable”, todos saben que la negativa no es condición de inexistencia, al contrario es tan fuerte su presencia y el terror que a ella se asocia que los individuos, grupos humanos, familias y a veces sociedades, prefieren la prohibición la escisión o la negación de algunos acontecimientos. En una escuela del interior del país, se suicida una adolescente durante las vacaciones de verano, en marzo comienza el año lectivo sin ninguna referencia al adolescente que ya no estaba, todo comenzó como si nada hubiera pasado. El silencio obstruye la posibilidad de poner palabras al dolor, la bronca, la indignación, el sufrimiento, dejando inconclusa la posibilidad de transitar un duelo por la persona que se suicidó. Hacer un lugar a la palabra para que se construya una trama, para que el rito se instale junto a los otros, recorriendo los recuerdos, los porqué, permitirá escribir la tragedia del suicidio y así transitar el trabajo de duelo. Todo suicidio convoca a una revisión del sentido de la vida y el acto de morir. Sentido de la vida que está fuertemente determinado por el ligámen amoroso y social de cada persona, en la medida que pueda encontrar representación en el medio sociocultural, y el mismo pueda sentirse parte de ese medio. En esto participan identificaciones, lazos amorosos, que se tejen en una familia, una comunidad, una sociedad. Los valores de la vida y la muerte surgen del medio social donde se entrelazan las múltiples constelaciones subjetivas y sus modos únicos de transitar la vida. Cada suicida construye una deuda para los que viven y han vivido junto a él. Interpela con violencia a su medio, en la medida que denuncia la incapacidad de este de sostener un ideal en el transito de la vida. Revela que el mantenimiento y producción de ideales colectivos que sostengan las tramas del lazo social, sus encuentros, desencuentros, amores, odios opera como un posible modo de preservar el dolor de existir junto a otros. Lic. M.C.Lopez Camelo, Miembro del Centro de Atención al Familiar del Suicida” Bibliografía: S.Freud “Consideraciones de actualidad sobre la vida y la muerte” S.Freud: “Duelo y Melancolía” S.Freud “Lo perecedero” Jean Allouch “Erótica del Duelo en el Tiempo de la Muerte Seca” Roberto Urdinola “Más Allá de Suicidio Los Afectados.” Presidente del Centro de Atención al Familiar del Suicida Lic. Diana Altavilla “Los afectados partes de una tragedia” Miembro del Centro de Atención del Suicida Pura Cansina “El dolor de existir y la Melancolía” Diana Ravinovich “Una clínica de la pulsion: Las impulsiones” J.Lacan “Hamlet: un caso clínico” 2