Equinoccio de Primavera

Transcripción

Equinoccio de Primavera
EQUINOCCIO
DE PRIMAVERA
El día del flash
ISMAEL CARLOS MICÓN
EQUINOCCIO
DE PRIMAVERA
El día del flash
ISMAEL CARLOS MICÓN
Título . Equinoccio de Primavera - El día del Flash
Autor . Ismael Carlos Micón
Editorial . Aurora
Año de edición . 2012
Impreso en Casciani Producciones, Uruguay
Depósito legal Nº 360.849 - 11/2012
ISBN 978-9974-8372-0-1
Ilustraciones . Adrian Sosa - Federico Gilardi
AGRADECIMIENTOS:
Gracias a Carla e Ivan, que insistieron en que podría escribir “algo
más”; espero satisfacerlos en el futuro.
Gracias a Nicole que acompaño cada línea en aquella semana de
escrituras nocturnas y fue - como siempre – fiel compañera en mi viaje a
los Pirineos para confirmar lo acertado del paisaje elegido.
Gracias Andrea, por volar hasta Paris para ser la primera en leer mi
manuscrito.
Gracias a los pocos elegidos que lo leyeron inicialmente y me ayudaron
a darle un rato de cajón y reflexión.
CAPÍTULO 1
D
e pequeño, me encantaba ir a su casa.
A todas las escalas que suponía el largo viaje, se sumaban ingredientes
que lo hacían prácticamente, una peregrinación. Alguna vez, escuchando
los antiguos cuentos de las mil y una noches, empecé a suponer que alguno
de los tramos hasta allí, los haríamos justamente en una alfombra mágica.
Para mi alma de niño era una aventura desbordante, inusitada, llena de
sorpresas, ¡pero también de certezas!, que no hacían otra cosa que darle un
marco irreal.
Para Papá era diferente.
Yo sabía que amaba ir, sentía que ansiaba aquellos viajes durante las eternas
esperas, a veces de más de un año; pero su espíritu nervioso se revolvía
efervescente e inquieto cuanto más se acercaba a la casa.
¡Se sentía vigilado!, le decía a mi Mamá; y a pesar de ser tan chiquito,
yo entendí de inmediato lo que Papá experimentaba, la primera vez que
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llegue allí.
Nos observaba desde la terraza y para cuando yo lograba verlo, sus
ojos me daban escalofrío.
Mi cabeza se extendía hacia atrás arrugando mi nuca y sentía un extraño
vacio en la panza.
La primera vez, quedé embrujado con sus ojos y las sensaciones
nuevas con las que terminaba el viaje.
Con los años, bromeaba a todos en el Jeep cuando al unísono hacían
el mismo movimiento de cabeza, como si algo corriera a lo largo de sus
espaldas. Después, aprendí a callar y respetar la forma en que nuestros
cuerpos respondían a sus ojos de bienvenida.
Era raro, pero era rico, porque después, toda la tensión pasaba y
venía lo mejor.
Dejábamos el auto, para encontrarlo abriendo la puerta, justo un
momento antes de que comenzáramos a trepar la escalera.
Su mirada parecía tener manos, yo escuchaba una voz en mi cabecita
que decía: “cuidado con los escalones”, pero nadie me hablaba.
Les confieso que alguna vez, tropecé a propósito, solo para sentir como
las manos de sus ojos, acomodaban con seguridad mi cuerpo.
Dentro de las certezas estaba su saludo.
Un protocolo que nadie obligaba pero todos seguíamos al dedillo, donde
las pocas palabras dichas, acentuaban el significado de los actos.
Primero saludaba a Mamá.
Me costó algunos años entender porque sus abrazos eran más largos.
Cuando por fin la separaba de si, tomaba su rostro, la miraba con ojos
raros y besaba su frente.
Ella siempre quedaba inmóvil y muda.
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Luego abrazaba a Papá.
Largo también, acompañado por tres palmadas de su mano derecha en la
espalda.
Lo tomaba por los hombros y le daba un beso en la mejilla.
Era la única persona que Papá saludaba con un solo beso, y se sonreían al
tiempo que evitaban el segundo.
Papá tenía su altura, pero él, parecía enorme durante aquella ceremonia.
Entonces hacía una especie de reverencia, giraba su cuerpo hacia el
interior de la cabaña y abría sus brazos, “como los tienen esas pinturas
de gente en las iglesias”.
Así lo vivía yo, lleno de preguntas y de asombro, esperando mi turno.
El ponía una rodilla en el piso y yo me dejaba caer en su hombro.
Su olor era raro, diferente, era su olor.
Su brazo izquierdo que era el que apretaba, me mantenía suavemente
cerca y su mano derecha acariciaba mi cabeza.
En esos momentos el abrazo nunca me parecía suficientemente largo.
El decía que los abrazos acercan los corazones y que había que
dejar que ambos, el de él y el mío, latieran al mismo ritmo antes
de separarse.
Yo venía mas agitado por la ansiedad que por las escaleras y él era un
hombre siempre tan tranquilo, que supongo por eso, nuestro abrazo
debía durar fuera de lo normal.
Desde ese momento, yo sabía que mi Abuelo era para mí y que
tendríamos mucho, mucho, mucho de qué hablar; así que solo comía
cuando él lo proponía y no sé cómo, me dormía en algún momento
después del atardecer.
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“El decía que los abrazos acercan los corazones y que había que
dejar que ambos, el de él y el mío, latieran al mismo ritmo antes de
separarse”
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Todo cuanto él hacía, significaba mucho y años después, entendí
porque mis Padres parecían desaparecer el resto del día, al solo influjo
de aquella reverencia al saludar.
Sentía algo raro, pero casi no note sus ausencias hasta que fui adolescente
y logré ver la puerta que abrían esos brazos después del abrazo de bienvenida.
Cruzábamos el living-comedor-cocina; aquella habitación donde
todos parecían ser felices siempre - esa era mi definición de entonces y salíamos a la búsqueda de su sillón en la terraza.
Yo esperaba como un perrito faldero que cruzara sus piernas y desesperadamente me sentaba sobre su pie, abrazando su pantorrilla.
El tomaba instintivamente mis manos y comenzaba a mover la pierna
arriba y abajo, como un péndulo colgando de su rodilla.
¡Parecía tan grande y poderoso!
Así comenzaba todo, compartiendo a coro un:
“Mambrú se fue a París.
montado en un burro gris.
Fue al trote, al galope,
al galope, galope, galope...”
...y mi risa explotaba libre después de tanto viaje, y su sonrisa
acompañaba mi carcajada.
Cuando el sonreía, parecía salir el sol; pero siempre estaba serio.
Lo único que no cambiaba, era su mirada. Sin importar la mueca de su
boca, sus ojos tenían una mezcla de alegría y tristeza, cada cual más intensa.
Luego lograría definir que simplemente estaban llenos de vida.
Cuando me miraba, yo sentía que podía ver mis nanas de la rodilla;
saber que en algún rincón de mi panza estaba un trozo de chocolate que
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había tomado de su despensa, o adivinar que hacía un rato, me había tirado
de pasada en su cama sin quitarme los zapatos, solo para oler las almohadas
en un abrazo furtivo.
A veces lo vigilaba en la cabaña, encerrado por las paredes de madera,
o afuera, rodeado de las montañas sin límite.
Siempre sus ojos iban más allá. Mi Abuelo miraba lejos. Miraba del otro
lado de la pared, mucho más allá de la punta del pino, más, más allá de la
nieve que yo no conocía y él me mostraba entre las nubes.
Que lindos tiempos aquellos.
Antes del flash, antes de los perros y las noches de vigilia, mucho antes de
la reconciliación.
Que lejos estabas entonces Abuelo Carlos y que cerca ahora, a pesar
de seguir allí.
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Capítulo 2
L
os últimos meses habían cambiado el semblante de mi Padre y eran
muchas las veces que sorprendía a Mamá mirándome más tiempo
del habitual luego del beso de buenas noches.
En realidad la sorpresa era toda mía, porque no entendía lo que
pasaba y aún con once años, sentía que la avergonzaría si abría los ojos.
Su respiración cambiaba al ritmo de sus caricias, que creyéndome dormido
abandonaban mi cabeza y se perdían bajando desde el hombro al bulto que
mis manos dejaba notar bajo la colcha.
A veces estaba tentado de apretar sus dedos, de abrir los ojos cuando
me parecía oírla sollozar, pero me daba vergüenza, tal vez pensaría que
la estaba engañando, fingiendo el sueño que ella velaba desde siempre. Y
después de ello, ¿todavía preguntar? ¡imposible!; así que miraba lo más
profundo que podía en el fondo de mis ojos y me perdía en mis sueños
buscando las respuestas.
Una mañana comencé a conocerlas, en gotas, insuficientes, porque
cuanto más respondía mis dudas nocturnas, mas dudas diurnas tenía; y
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de día no hay sueños donde buscar, o al menos no los había por aquellos
tiempos.
Las semanas anteriores mi Papá, “el Uru” como le decían sus amigos
españoles, había abandonado su trabajo y repartía el día entre la casa y la
ciudad.
Más de una vez volvió con los ojos hinchados y abrazándome fuerte
y nervioso, me dejaba saber saludos, besos o buenos deseos de Raúl,
Ramón, Peke o Liberto, sus amigos de la juventud.
Una juventud tan cercana en años y que se veía tan lejana desde la perspectiva de “toda mi vida”.
Las tardes y las noches eran para la casa.
Para las charlas en voz baja con Mamá, la selección misteriosa de cosas,
unas aquí y otras allá. Herramientas, libros y bolsas blancas de lona plástica
que llegaban diariamente, iban al garaje ; las cosas de valor se quedaban en
la casa.
Las charlas comenzaban cuando juntos lavaban los trastes después
del almuerzo, mientras yo me retiraba a mi cuarto a estudiar.
Las clases estaban suspendidas hacía mucho tiempo, con eso de mover
gente continuamente desde la costa por el ascenso de la marea del
Mediterráneo y remendar lo irremediable en los salones del instituto
donde solía estudiar.
Después continuaban hablando en la noche, al ritmo enloquecedor de
las teclas del computador de Papá.
El Abuelo Carlos había sido un haz de internet, o al menos eso decía
mi Tía Nicole, y ahora, ocupaba a Papá todos los días con el chat y las
conversaciones en voz baja.
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El Abuelo tenía tantas historias que contar, que a mí no me sorprendía
que muchas noches, Mamá terminara llorando cuando el gobierno bajaba
la llave general y toda la ciudad quedaba a oscuras.
Circular por Barcelona se hacía difícil, las inútiles obras de reconstrucción
eran constantes y aún más, los pequeños terremotos, que rompían con su
picotear continuo la cabeza y la paz de la gente.
Un día Papá llegó con una rara camioneta, combinación de ambulancia
y casa rodante, larga como un ómnibus y tan deforme como poco lujosa.
Esa mañana fue la última vez que vi su preciado BMW Y1, que con tanto
esfuerzo había comprado y que yo reclamaba como herencia.
La mitad delantera del tracabato, unía la cabina de manejo con una
especie de camillas que se podían descolgar de los lados. Las dos de abajo
estaban desplegadas y oficiaban de incomodo banco para una mesa muy
fina, de no más de treinta centímetros, atornillada al piso en el medio
del vehículo. Las dos de arriba recogidas contra la pared.
La mitad de atrás estaba desoladamente vacía.
El lado izquierdo, tenía unas estanterías de metal con tres estantes bien
separados, soldados al piso, la pared y el techo del vehículo con sendos
hierros; y el derecho, nada más que muchos fierros formando una
“V” con la chapa gris, como rústicos percheros diseminados desordenadamente.
No había ventanas, la puerta tenía tantas trancas internas como una
caja fuerte de banco y solo el parabrisas de adelante dejaba entrar luz
entre un alambrado externo que yo solo había visto en las revueltas
callejeras, que aunque numerosas, para mí solo eran parte del noticiario
de la televisión.
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Al ver aquel adefesio estacionado frente a la casa, pensé que tal vez
finalmente íbamos a participar como familia, en alguna ‘’remake” de unas
películas antiquísimas, que con mucho trabajo Papá había conseguido los
últimos tiempos y que contra todo lo acostumbrado en casa, se encargaba
de que viéramos: Mad Max, El libro de Eli y muchas más.
Otra de las nuevas costumbres era la de hacer germinadores.
En casa, no había muchas plantas, para ver plantas estaba el Jardín Botánico
aunque nunca íbamos y los viajes a la casa del Abuelo Carlos en los Andes.
Pero últimamente, durante sus tardes en casa, Papá se reservaba una
hora especialmente para mí y unos pequeños maceteros rectangulares
que había comprado.
- Ven, aprenderemos a plantar, me dijo una tarde.
La actividad no era solo rara en él, sino tediosa para mis dinámicas
diarias.
Si bien los videojuegos y el televisor estaban dosificados hacía mucho
tiempo, jugar a la pelota era religioso en nuestro pequeño patio y las
plantas, eran una mala combinación con los jueguitos, dominadas y
pelotazos.
- Ven, debo enseñarte algo que me enseño el Abuelo.
Esas palabras eran mágicas.
Si el Abuelo, ese que solo podía ver con suerte una vez al año, se lo había
enseñado, ¡yo no podía perdérmelo!
En cada pequeño surco trazado en los maceteros, yo confundía los
dedos fuertes del Abuelo dibujándome sobre la tierra del Sur, al protagonista de alguna de sus historias.
Sembrar - palabra nueva que desconocía hasta entonces - sembrar las
semillas con cuidado a una distancia prudencial, aparentemente calculada;
se me hacía un plan tramado con la pericia de sus cuentos.
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Ya había pasado los diez años, mi cuerpo cambiaba cada noche y
me sorprendía cada mañana, pero todo lo que el Abuelo tocaba directa
o indirectamente, me arrastraba a mi niñez más inocente y yo gozaba de
ello.
Una mañana desperté con bochinche de metales.
Las puertas de atrás de aquel contenedor con ruedas todo terreno estaban
abiertas de par en par y Papá cargaba todas las viejas herramientas pocas
veces usadas en los canteros del Jardín y muchas otras nuevas.
Parecía apurado, pero Papá siempre se movía así.
Del otro lado de la puerta de mi dormitorio, algo con ruedas circulaba
por los pasillos y me sorprendió ver a Mamá bajando con maletas por las
escaleras hasta la calle.
Ella estaba apurada y nerviosa, y ella nunca se movía así.
Crucé al dormitorio de mis Padres, y entre placares abiertos y mesitas
de noche desbordándose de joyas, relojes y maquillaje, encontré el teléfono
de Papá con la pantalla aún encendida.
Un chat estaba abierto, yo lo hacía constantemente con mis amigos hasta
hacía poco, cuando la conexión a internet se volvió más intermitente.
Anthy: ¿Cuánto tiempo tenemos?
ICM: LLévatelos a los Pirineos, YA.
Eran las iniciales de mi Abuelo. Algo de un asqueroso sabor acido me
subió hasta la garganta dándome ganas de vomitar. Comencé a toser
con aquel sabor en la boca y a retorcerme, cuando Mamá entro en la
habitación.
Levanté la cabeza para verla y trate de enderezarme para abrazarla. Sus
ojos estaban en el teléfono tirado en el piso que mis manos no lograron
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sostener y me apretó fuerte contra su vientre.
- Mi amor, ve y vístete cómodo, como para hacer deporte, y baja a
desayunar.
Era preferible no hablar, mientras yo trataba de elegir ropa adecuada
para “¿Los Pirineos?”, las ruedas de las maletas seguían cruzando el pasillo
y bajando las escaleras.
Como si de un día normal se tratara, mi leche achocolatada y mis
tostadas me esperaban en la mesa del comedor diario.
Quise salir, quise ver y preguntar, pero Papá entraba, pasaba y salía como
el viento y Mamá trataba de no quedarse atrás.
El mate estaba listo del otro lado de la mesa, con varios termos alrededor
y una antigüedad que el Abuelo Chicho le había regalado a Papá: un SUN
para auto, así lo llamaban. Era un espiral de alambre rodeando un cilindro
de cerámica y cubierto de plástico, que según contaban - yo jamás lo había
visto funcionar - se enchufaba al toma del auto - ese donde siempre
estaban conectados el celular o la PSP Extreme - y se encendía al rojo
vivo para calentar el agua.
Por un momento la casa quedó inmóvil y silenciosa, entonces me
aventure a la vereda y me acerque al contenedor con ruedas.
Frazadas, sacos de dormir, carpas y algunas almohadas estaban mal
acomodadas sobre los camastros, cuatro camastros ahora desplegados
y sostenidos por cadenas desde el gris fuselaje. Debajo de las camas,
se amontonaban las maletas.
En todos los fierros de la pared derecha colgaba alguna herramienta,
muchas que jamás había visto en mi vida; y al medio, entre las herramientas
y las estanterías, apiladas en tres hileras del piso hasta el techo y rodeadas
por ambos lados de una especie de red muy fuerte, estaban las bolsas blancas
rellenas de quien sabe qué, que habían llegado las últimas semanas a casa.
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Al ver aquel muro blanco y pesado de bolsas, entendí porque aquel
carricoche tenía dos ejes traseros con cuatro neumáticos muy gruesos
cada uno.
Sentí que alguien me miraba y al levantar la vista hacia la casa, note
que mi mami se tapaba su cara al alejarse de la ventana de mi cuarto.
Mi Padre llegó con unas cajas que empezó a acomodar en las estanterías y
parándose frente a mí, sudoroso y temblando, puso sus manos en mis
hombros y me dijo:
- Hijo, debemos marchar ahora.
Yo lo mire, tal vez mis ojos lograron preguntar ¿por qué ahora?, ¿por
qué YA?, ¿por qué a los Pirineos?, pero yo no pude hacerlo.
- Como viste no hay mucho lugar aquí - señalando el interior oscuro
del trasto reforzado. Ve a tu cuarto y trae algo, una cosa, solo una cosa
que no quieras dejar.
Adivinó mi ¿...pero? dudoso, levantó suavemente con sus manos
flacas mi mentón que había caído, me miro con ojos de ternura muy raros
para la situación y repitió: - Solo una cosa hijo mío.
Crucé a Mamá en las escaleras con mis valijas cerradas, trate de
ignorar el tiradero de mi cuarto, gire sobre mí para llevarme grabadas
las fotos de mi muro, mis escudos del Barça y de Nacional, mi camiseta
Roja de “la Furia” y mi otra camiseta Celeste de “la garra charrúa”; tomé
mi bien más preciado y baje directo al asiento de acompañante.
Papá y mama cerraron ventanas y celosías y se aprestaron a trancar
la puerta principal.
Mamá tastabillo sobre sus rodillas tapándose la cara, Papá la sostuvo en
sus brazos y apretó su cabeza contra su pecho.
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Mi Padre llegó con unas cajas que empezó a acomodar en las estanterías y parándose
frente a mí, sudoroso y temblando, puso sus manos en mis hombros y me dijo:
“Hijo, debemos marchar ahora.”
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Yo no quería ver aquello, así que mientras subieron, el rugir del motor
lleno todo el aire y partimos, me deje llevar por mis pensamientos.
No habíamos traído ni un solo LedTV3D, ningún home teather, ni el
kinetic 3+. No microondas, no procesadoras, ni siquiera los cepillos
dentales eléctricos o la afeitadora. Las joyas de Mamá habían quedado
sobre la mesa de luz, los DVD, mi PSP Extreme, la cafetera, el lavaseca y
hasta el refrigerador; todo había quedado en casa.
Solo nos llevábamos cosas inútiles que jamás habíamos usado.
Tal vez solo se trataba de una excusión de supervivencia, una aventura
lejos de los computadores y el tráfico cada vez mas caótico de la ciudad;
tal vez de verdad la filmación de una película antigua, ¿por qué no?
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Capítulo 3
C
uando yo era muy pequeño, el Abuelo Carlos tenia la única biblioteca
en kilómetros a la redonda.
En realidad no era algo tan difícil, había realmente muy pocas familias
viviendo a su alrededor.
Su cabaña estaba enclavada en la cima de un cerro, que se recostaba
contra la pared de una montaña aún mas grande.
Un día, me llevo lejos por los serpenteantes caminos que seguían la
otra rivera del rio que pasaba allá abajo y me sorprendió ver, como su
morada, tan enorme para mi, era solo un punto inusitadamente arbolado,
sobre aquel promontorio, que solo empezaba una larga hilera de cerros y
luego montañas, cada vez más grandes, llegando hasta el mismísimo cielo.
Lo fantástico de su biblioteca no era el tamaño, sino la forma en que
él conocía cada libro.
Al ritmo de galope sobre su pie, me llevaba de paseo por las historias
más entretenidas.
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Sus cuentos carecían de la magia de los clásicos cuentos de hadas, carecían
de las fantasías o la ensoñación de príncipes, magos o animales parlantes;
sus cuentos, sonaban muy reales.
Era eso, justamente eso lo que los hacía maravillosos.
Yo no podía despegarme de sus historias, él me llevaba a mil países y
los describía tan bien, que yo veía cada detalle, sentía cada emoción y
era incapaz de cerrar mi boca y mis ojos que amenazaban con salirse
de sus órbitas en cualquier instante.
La verdad no lo recuerdo, pero si alguna vez dudé de algo que el
Abuelo me dijera, la duda duró pocos instantes.
¡Él tenía muchos amigos!
Amigos que quería entrañablemente y que vivían en todas aquellas
partes del mundo de donde me traía sus historias.
Algunos conocí, hombres y mujeres que se sentaban a su lado y que sin
embargo eran tan diferentes.
Compartían una complicidad que yo nunca vi. Muchas de las cosas las
hacían en silencio, dirigiéndose con los ojos; y nunca faltaba una muestra
de cariño, constante, a veces casi imperceptible, que aseguraba una
cercanía física tan intensa como la espiritual.
Yo pensaba que eso solo se lograba con los años y con la distancia.
Que era una forma de “ponerse al día” en los cortos tiempos que
cruzaban juntos.
En mucho, ellos se parecían a mí.
Demostraban adorar al Abuelo como yo, él les dedicaba su tiempo, como
a mí; y si bien no cabalgaban en su pie, sus manos se buscaban en todo
instante. Solo me faltaban algunos años para lograr ser como ellos.
Cuando él estaba en la mitad de alguna de sus historias, ellos se
miraban y sonreían o interrumpían y se iniciaban largas discusiones
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que no hacían más que confirmar y desarrollar aun más la andanza.
Era imposible no creerle al Abuelo Carlos.
Yo nunca supe como optaba qué historia me contaría en cada momento, pero algunos días, sentía que tomaba mis primeras palabras al
desayuno, para decidirla.
Si yo pedía “dulce de leche” él tenía su historia de dulce de leche, si yo me
refregaba mi ojo lagañoso haciendo fuerza por despertar, él comenzaba
un cuento sobre sus ojos.
Algunas veces, hasta jugábamos con eso.
El me decía:
- ¡Di una palabra y yo te hare una historia!
Era un reto fantástico, reto que nunca pude ganar.
Subía sus ojos al cielo por un instante y sonreía como masticando algo
muy dulce en su boca, entonces, yo dejaba de cabalgar para centrar todos
mis sentidos en él.
Otras veces, solo me cargaba de un brinco y me llevaba frente a
sus libros. De entre todos, él tomaba uno, quien sabe como sabía siquiera
cual era cual, lo abría como si la página estuviese marcada y comenzaba a
leer.
Antes de que pudiera reponerme de mi sorpresa, él ya había mencionado la
“palabra clave” y ya me tenia envuelto en otra historia, tan mágica como
llena de enseñanzas nuevas.
El decía que la gente aprendía haciendo, entonces sus historias se
llenaban de ejemplos.
Sin perder la trama y el suspenso, el explicaba todo de muchas formas y a
veces, me hacía mover como él personaje, hablar como el personaje y las
que más me gustaban: abrazar, mirar y acariciar como el protagonista de
su historia.
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Él me decía: “Di una palabra y yo te hare una historia!”
Era un reto fantástico, reto que nunca pude ganar.
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Uno de los libros que más me intrigaba en su biblioteca era tal vez el
más pequeño de todos. Aprisionado entre otros, con grandes letras en el
lomo se distinguía como “El Diccionario del Diablo”.
Mi Padre no era muy apasionadamente religioso, pero Mamá era cuidadosa de las cosas de Dios y con ello alcanzaba para que aquel libro me
sobrecogiera especialmente.
Igual le pasaba a Mamá, cada vez que veía al Abuelo tomarlo para
enseñarme algo o rimar su cuento de turno con alguna de mis más
estrafalarias ocurrencias.
- ¡Rezar, Abuelo...un cuento con Rezar!
- Rezar pequeño, es “pedir que las leyes del universo sean anuladas en
beneficio de un solo peticionante, confesadamente indigno”.
La cara de Mamá se fruncía en una mueca de mal gusto apretando
sus labios y arrugando su nariz, mientras sus ojos sonrientes miraban
fijamente al Abuelo.
De todas formas era solo el empezar de una historia más, que al final,
siempre gustaba a todos.
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Capítulo 4
U
na vez en el tracabato, el mate iba y venía entre ellos.
Habían respirado hondo y suspirado exageradamente por un rato,
y ahora parecían más tranquilos, listos para el viaje ya iniciado.
Se sentía casi como todos los viajes, sólo que esta vez el entusiasmo
inicial y las corridas de aprontes entre gritos y risas, habían cambiado.
Mientras yo me perdía en mis pensamientos del arranque, Papá
desplegó de una especie de cajón grande al medio de sus asientos, una
butaca especialmente diseñada para mí.
El carcacho no era bonito, pero había sido diseñado para este viaje, un
viaje que se sentía largo y que a mí me parecía, era un misterio para
todos.
La primera escala fue la casa de la Tía Nicole.
Ella era una mezcla indivisible de la Abuela Marcia y el Abuelo.
Yo la había alcanzado en altura ya a los diez, pero nada evitaba que me
volviera un bebé en sus brazos.
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Era psicóloga en varios hospitales de la ciudad y la única persona que yo
he conocido, que contaba mas amigos en la vida real, que en las diferentes
redes sociales de Internet.
Todo el mundo la quería y a pesar de su tamaño y armoniosa presencia,
era portadora de una personalidad fuerte y dulcemente dominante.
Esa mañana solo portaba la misma cara que todos en el tracabato.
De la bodega de su departamento pequeño y ordenadito, comenzaron
a sacar unos grandes bidones, unos blancos y otros negros.
El espacio entre las bolsas de platillera blanca y las camas, que yo había
mirado con planes de “sala de juego”, se llenó con ellos y múltiples cajas
con cruces rojas.
- ¿Seria tiempo de una misión humanitaria? me preguntaba.
Las sirenas se habían convertido en las protagonistas de la ciudad,
al igual que las cruces de todos los formatos y colores. Nuestra familia
estaba sana y éramos “buena gente”; salir al rescate de los tantos que
habían perdido su casa en los últimos terremotos e inundaciones, era
digno de un Carlos.
El plan comenzó a cerrarme. Por eso dejábamos nuestras cosas más
preciadas en casa y solo marchábamos con lo que sobraba y herramientas
de trabajo.
En cierta forma, el resto del día pude esquivar las miradas tristes y
preocupadas de los mayores y sentirme orgulloso de ayudar en una
empresa tan honorable.
El silencio del carromato solo se rompía con el ruido del mate cuando
ya se ha acabado el agua y algún que otro comentario general.
- ¡Parece que nuestra familia va contra la corriente! ...atiné a mencionar,
cuando en una de las veces que levante la cabeza de mi libro de historia,
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pude ver entre el cuadriculado del alambrado parabrisas, como el tráfico
se atiborraba en dirección a la ciudad.
Así era, marchábamos solos hacia el Norte, con el sol del mediodía
sobre nosotros y todos los libros que había en la casa, mas algunos
del nuevo hobbie agricultor de Papá, habían encontrado su lugar en la
misión emprendida.
A pesar de mi insistencia por parar a comer en algún restaurante, vi
pasar uno tras otro los carteles de los diferentes accesos a Lleida.
No excedíamos la velocidad, pero tampoco parábamos un momento.
Nunca una bocina, nada que hiciera notar el tremendo tracabato, que de
todas formas no pasaba inadvertido.
- Debemos evitar las ciudades, escuche que entre dientes Papá le decía
a Nicole.
Ella solo asintió con la cabeza y por un momento, sus ojos me recordaron a los del Abuelo, perdidos o tal vez demasiado concentrados,
mirando mas allá.
Al tomar la N-240, no pude obviar mencionarle a papi que la A-22 era
mucho más rápida.
Lleida había quedado atrás a la izquierda y él no necesito responderme.
- Buenos Aires, ahí es; dijo la Tía.
- Recuérdame la dirección por favor.
- Déjame ver.
La Tía Nicole era muy ordenada y tenía pocos papeles entre manos,
pero algo la tenía sumamente nerviosa y no lograba encontrar lo que
buscaba.
- Carrer de Sant Francesc 63 bis, parece que es paralela a la calle
principal, hacia la izquierda.
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Entrábamos en un pequeño pueblo, que mas bien parecía condominio
privado, con calles bien cuidadas y casas bonitas con jardines alrededor;
cada muro idéntico al de al lado.
Rehuyendo al Catalán, se llamaba Buenos Aires y me volvió a recordar al
Abuelo y el Sur del Mundo.
Ese al que pertenecíamos; ése de donde yo había heredado mi
camiseta celeste.
El Sur que Papá llevaba grabado en el alma. El que abrigaba al Abuelo, su
cabaña y sus árboles, su río de montaña y su montaña de nieve, su nieve de
nubes y su cielo, su cielo buscado lleno de sol durante el día y encontrado
lleno de estrellas cada noche.
Estacionamos en la dirección correcta y como pasaba allá en la
montaña, un hombre mayor, de ojos profundos y gesto toscamente
dulce, abrió el portón justo cuando ya todos enfilábamos hacia él.
Papá se adelantó, el hombre se quedo ensimismado en su rostro,
estrecho su mano derecha y apretó con la izquierda su antebrazo.
- Soy Anthony - Dijo Papá
- Matías - contestó, al tiempo que en gestos leves, inclinaba su
cabeza hacia las damas y se detenía en mí, esbozando una muy tímida
y pequeñísima sonrisa.
Yo pensé que almorzaríamos, ya daban más de las cuatro de la tarde y
yo estaba famélico, pero no llegamos a entrar a la casa.
El hombre señalo detrás de un cerco de plantas y extendió su mano con
un sobre hacia Nicole.
Papá se interno en el jardín y volvió con una ruidosa jaula de madera y
chapa agujereada.
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Todos permanecíamos parados, casi inmóviles en el portón entreabierto,
como visita incómoda que espera ser invitada a pasar o ser expulsada.
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Todos permanecíamos parados, casi inmóviles en el portón entreabierto,
como visita incómoda que espera ser invitada a pasar o ser expulsada.
El hombre nos miraba como sacándonos foto.
Parecía querer guardar nuestros rostros y semblantes para siempre.
- Cuídalos hijo, mantente lejos de las ciudades, cerca de los árboles y a distancia prudencial del agua. Caminen con los ojos cerrados.
El aire se había vuelto muy pesado en aquella vereda, no hubo más
palabras, ni saludo, ni despedida.
Aquel extraño que nos esperaba, echó una mirada al tracabato y se fue detrás
de su portón blanco lentamente.
Para cuando volvimos a arrancar y tomar la ruta, la Tía Nicole trataba
de contener las lágrimas que habían humedecido sus pupilas en aquel portal.
Algo subía y bajaba en el cuello de Papá y mi Madre buscaba disimular el
olor nauseabundo que salía de aquel ruidoso cajón.
- ¿Que hay allí Papá? ¿Qué vinimos a buscar? ¿Quién era ese hombre?
- es un gallo y dos gallinas mi amor, ya tendrás oportunidad de jugar con
ellos.
¿Un gallo y dos gallinas? me preguntaba yo, ¿para qué queremos esos
animales salvajes? ¿es que nadie me contará que tiene ese sobre que la
Tía aprieta contra su pecho?
Pero yo había sido enseñado en la escuela de la discreción, con dos
ojos, dos oídos y una sola boca, asociada a un cerebro ávido por investigar y
según decían, la sensibilidad exacta de mi Tío Michel.
¿Dónde estaría él ahora? ¡Qué buen compañero sería para este viaje!
Sin prisa y sin pausa seguimos la Nacional 240 hacia el Noroeste.
Hubo tiempo para comer unas hamburguesas caseras y un pastel de
naranja que la Tía había preparado. Papá solo continuó con el mate, mientras
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las luces del atardecer comenzaban a dibujarse sobre los campos de cultivo a
nuestra derecha.
Bilbao cuatrocientos kilómetros anunciaba un cartel, ¡ Qué lejos sonaba
Bilbao!
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Capítulo 5
L
os espejos retrovisores se llenaban de los tonos rojos y naranjas,
propios del ocaso.
Habíamos aprendido del Abuelo a disfrutar aquellos momentos, a valorar
el espectáculo que cada tarde nos regalaba el horizonte, aún cuando tuviéramos que recortarlo con feas antenas y los esqueletos de los edificios
en la ciudad.
La ruta se hacía sinuosa y por momentos en repecho, mientras los
nombres anunciados por los carteles entraban en un anonimato desconcertante.
El paisaje alpino ya era protagonista y la belleza de los muchos tonos
verdes enjoyados con los Álamos y sus amarillos dorados misturados
con el azul verdoso del Rio Circa, nos hacían olvidar por momentos, la
correría de aquel misterioso día.
Pequeños pueblos con misterio medieval aparecían cada veinte minutos,
muchos de ellos se perdían en el pestañar de los ojos, ya cansados de la
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travesía que aunque aún no completaba un día, se había tornado eterna.
Un nuevo cartel apareció al frente, Papá miró a Mamá y girando
bruscamente a la izquierda, nos internamos en el bosque.
La luz del crepúsculo iluminaba un paisaje bucólico: la pre cordillera
Pirenaica con sus verdes, dorados y amarillos del Otoño al frente, los
lejanos picos nevados detrás y el brillo inquieto del agua que acompañaba
el camino, jaspeado de pequeñas construcciones de roca y madera tan parte
del todo, que parecían haber crecido de una semilla allí mismo.
“Bar Restaurante Morillo de Tou”, anunciaba el cartel arrancado de un
cuento de hadas y por fin presentía que la cena y la noche, devolverían la
armonía habitual, a un día manchado en tintes de pesadilla.
Mis Padres bajaron primero y se metieron a una gran casa de piedra de
tres niveles, paredes pesadas y pocas ventanas, todas ellas muy pequeñas,
siguiendo un sendero perfecto y carteles oníricos que guiaban al Hostal
Cambra.
Nicole aprovechaba y me inducía a estirar piernas, brazos y abdomen
sobre el colchón de hojas doradas, llenándonos de aire fresco repleto
de aromas florales, para desintoxicarnos del hedor a pollos que rondaba
lo insoportable después de casi tres horas encerrados en el tracabato.
Jugando como chicos que éramos, yo de edad y ella de tamaño
y alma, seguimos los pasos andados por los adultos entre saltos y
giros, llegando a una habitación abovedada, arrancada de la edad
media, que hacía de recepción.
Hasta allí llegaron nuestros juegos y volvió a imponerse la energía de aquel
día.
Mamá lloraba desconsoladamente sobre el pecho de Papá al tiempo
que una señora muy mayor, con aire de bisabuela y pelo gris, tapaba con
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las dos manos su rostro, ahogando quejidos.
Otra vez quedamos petrificados.
Los tres miraban un televisor que colgaba de la pared.
Papá reaccionó al momento que la dama comenzó a decir
- ¡los niños! ¡los niños!
Arrastró a Mamá hasta nosotros, nos abrazaron y nos empujaron
afuera, hasta llegar una vez más, a las corridas, llantos y desconcierto, a
la vera de tracabato.
- ¡Dame el sobre por favor! - le dijo Papá a la Tía.
Se hizo de una linterna, tomo el sobre y todos nos sentamos en el piso,
lo suficientemente cerca para ver, escuchar y abrazar si era necesario.
De su interior saco otros dos sobres blancos, uno decía “para ti”, el
otro “para todos”.
No reconocíamos la letra, seguramente era del propio Matías.
Dobló y se metió en el bolsillo de su campera uno de ellos y abrió el
otro.
Sus manos temblaban como siempre, más que siempre y sus dientes
apretados estaban a punto de estallar.
Respiró, sacudió la cabeza y comenzó a leer:
“ Amados Hijos, amado Gabriel
Entiendo que estos últimos tiempos ha sido casi un castigo tenerme como Padre
y como guía. Mi ser respira por vosotros y no tengo más certezas que las que trato
de enseñarles.
Si me equivoco, vuestra vida seguirá como hasta ahora y esto habrá sido solo un
mal día; si estoy en lo cierto, al menos tendrán una opción de sobrevivir, para luego,
tener y entregar una mejor forma de vivir.
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“- ¡Dame el sobre por favor! - le dijo Papá a la Tía.
Se hizo de una linterna, tomo el sobre y todos
nos sentamos en el piso, lo suficientemente
cerca para ver, escuchar y abrazar
si era necesario.”
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No paren, no se detengan hasta llegar al lugar marcado...
- ¡ya hemos parado! ¡ya hemos parado! grito la Tía sobresaltada.
Mi Madre seguía llorando, Papá estiro su mano abierta como diciendo
“¡¡calla!!”
No paren, no se detengan hasta llegar al lugar marcado, eviten las ciudades, ojalá
nadie los vea pasar, el ser humano es su peor enemigo a partir de ahora.
Es tiempo de caminar con los ojos cerrados, para ver.
Cuando pasen San Juan de Plan y antes de Gistain donde no deben llegar, la
ruta, ya un sendero de montaña, subirá una colina empinada. En la cima, en medio
de una curva de ciento ochenta grados, otro sendero saldrá a vuestra derecha, toda su
atención será necesaria, ése el único camino será.
Poco más adelante el rastro se volverá más agreste y deberán avanzar por el medio
de un valle estrecho, bordeando el Rio Cinqueta, todo lo que les sea posible.
Confío en que el Fénix, que hemos construido tan trabajosamente, los lleve hasta allá.
- ¿Fénix? ¿El tracabato se llama Fénix? ¿Plan? ¿Gistain? yo conozco...
- shhhhhh silencio - me dijo Papá
Deben llegar antes del amanecer y permanecer en el Fénix hasta el
próximo atardecer.
Anthy, ya hemos hablado de esto, todos ellos cuentan contigo, solo tu podrás decidir
lo correcto. Elijan el lugar más cercano a la pendiente Oriental de la montaña
y dediquen el día a recordar todo aquello que ha construido vuestro amor.
No es el mejor lugar del mundo al que los he llevado, es el único al que podían
llegar.
En este momento seguramente vuestra casa no existe...
La garganta de mi Padre se abarroto y Mamá volvió a explotar en
llanto ahora junto a Nicole. Yo no lograba entender que estaba pasando.
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¿Acaso era la parte de la película donde yo perdía mi PSP Extreme, mi
bandera del Barça y también me tocaba llorar?
Una sensación desconocida molestaba mi garganta y ver llorar a los míos,
destilaba lagrimas de mis ojos sin cesar.
...vuestra casa no existe, muchas de las personas que quisieron ya no están
y mañana, solo será peor. Confío en los tres mil metros de los Pirineos que ya
soportaron la ebullición del planeta y el peso de las glaciaciones, para que los
mantenga con vida.
Sé que suena imposible, pero lo primero, es tratar de olvidar.
Olviden lo que saben, olviden lo que hacían, olviden lo que pensaban, olviden lo que
amaban o creían amar y empiecen de nuevo, empiecen de cero. Si no logran olvidar,
háganlo a un lado cuanto sea posible, con los años será historia y no una forma de
vida real.
Manténganse lejos de las ciudades, muy cerca del bosque y a una distancia prudencial del agua. Escuchen a los animales y déjense guiar, abracen a los árboles y
déjense invadir, ensayen la ruta que el vientre les imponga y luchen contra su cabeza
hasta que sea tan solo una herramienta más; una mano que en vez de arar crea
arados y un hombro que en lugar de cargar, ensambla.
Anthony, tu sabes un poco más, lo demás, lo aprenderemos juntos. Buscare la
manera de estar...os amo.
- Gabriel, ve por agua para tu Mamá.
- Ahora que Gabriel no está, ¿porqué Papá dice que vuestra casa no
existe? pregunto Nicole.
- El mar ha subido más de 15 kilómetros durante el atardecer, todo es
un caos, la costa ha quedado cubierta en el Mediterráneo, Portugal...
Portugal ya no está y el Cantábrico está a solo 300 kilómetros de aquí.
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Lo vimos en la televisión recién, no saben cuánto más subirá la marea
durante la noche ni que quedara si se retira mañana.
No sé el resto del mundo Nicole, no se Papá ahora, no quiero ni pensar en Mamá. ¡ No quería creerle a Papá, no quería!.
- ¡Aquí tienes Mamá!.... ¿Tía? ¡¡Tía!!
- Déjala, solo se ha desmayado, ha sido un día muy largo, suban al
Fénix por favor yo la llevaré, debemos continuar.
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Capítulo 6
L
as vueltas a la salida de Salinas para tomar la A-2609 terminaron
por enervar los ánimos que revueltos en cansancio, dolor, miedo y
ansiedad, se desahogaron en medio de la oscuridad.
- ¡esto es una locura, no puede ser real!
- no lo sé Nicole, no lo sé, debemos mantener la calma.
- lo que vimos en aquel televisor era real, tu Padre siempre fue un
“poco loco”, pero lo de la TV era real - se le escapó a Mamá.
Nicole y Papá giraron su rostro hacia ella, ya nadie podía cuidar formas
porque yo estuviese allí, pero cuando la discusión parecía explotar ante la
crítica al Abuelo, una música comenzó a sonar desde algún lugar apretado
del tracabato.
- ¿qué es eso? ¿lo escuchan?
- es mi celular Niki, está en mi campera, por allá abajo, en el piso. ¡Es
increíble, ha vuelto a funcionar!
- ¡Hola! hola!! ...¿Papá? ¡Papá!
- Pon el manos libres por favor ¡YA!
- Hola hijos, como me alegro de escucharlos.
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- Papá, Papá, estamos en camino, muy cerca de llegar.
- Que buena noticia, aquí todo está por comenzar; el lado oscuro los protegerá unas horas más.
- ¿Que es ese escándalo? ¿Son perros? ¿Tienes perros ahora?
- Si hijo, estoy aquí en las bodegas de piedra bajo la cabaña encerrado con ellos,
y otros más están en el lavadero.
¡Tengo muchos perros ahora! Es como todo en los humanos, nos permitimos
cumplir nuestros sueños, cuando ya no queda más remedio. Busca los tuyos, acepta
y bendice la compañía de cualquier animal, ellos sienten antes que nosotros y te
guiarán.
- Papá, Papá, te escucho muy mal...no te vayas por favor.
- Aquí estoy hijo, aquí estoy, soy muy afortunado de escucharlos una vez
más, pasará mucho para que volvamos a hablar.
- Prométeme que me llamarás si nada pasa.
- Hijo, olvídalo, lo que empezó hace mucho y hoy cumplirá una etapa más, ya
ha comenzado a pasar.
El sonido de un silencio imposible de no escuchar sustituyó los
aullidos de los perros y la voz calmada de mi Abuelo, casi proveniente
del más allá.
Todos mirábamos fijamente el celular esperando cualquier señal.
El Fénix estaba atravesado a la mitad de la ruta con sus luces prendidas
iluminando la inmensidad; pero ahora, iluminaba de más.
Todo el estrecho valle que conducía el camino se había inundado de luz.
Una luna creciente casi imperceptible minutos atrás, brillaba exuberante
sobre las montañas orientales y todo el horizonte a nuestro redor se
llenaba de luminosidad.
Era como estar rodeados de grandes ciudades lejanas proyectando su
luz artificial. Como la aparición de auroras boreales, poniéndole una
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Era como estar rodeados de grandes ciudades lejanas proyectando
su luz artificial. Como la aparición de auroras boreales,
poniéndole una cabellera de luz a la inmensidad.
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cabellera de luz a la inmensidad.
El espectáculo era fascinante y no pudimos evitar bajar.
Hasta para lo más terrible, la naturaleza nos regala una puesta en escena
monumental.
- Vamos, rápido - dijo Papá.
Apagamos los focos para tratar de cruzar sin ser vistos San Juan de
Plan y nada nos pudo distraer de encontrar el sendero en el cual debíamos
desviarnos.
Como el Abuelo había dicho, la ruta que ya era mala desapareció
poco después y con una calma arrancada de la desesperación, Papá
logro penetrar en el valle profundamente.
- ¿nos quedaremos aquí dentro? preguntó Mamá.
- Esperen aquí, saldré a explorar, respondió Papá
Gistain, Gistain, ¿Por qué me sonaba tanto Gistain?
Me apuré a buscar entre mis cosas mi bien más preciado para averiguar.
El bien único, aquel que Papá me había exhortado a tomar de mi cuarto
antes de partir.
El Abuelo había escrito para mí un pequeño libro artesanal, que llego
a mis manos dos meses atrás. Solo había podido ojearlo, pero estaba
seguro que de allí conocía Gistain.
- Preparen lo necesario para un día: sobres de dormir, agua y comida,
debemos marchar.
La voz de Papá nos sorprendió a todos y debí dejar la búsqueda
para más tarde.
Preparamos las mochilas y bajamos.
El cañón que conducía el rio cuyo murmullo nos rodeaba al bajar, no
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tenía más de cien metros de amplitud y con la luz reinante se perdía de vista
muy lejos.
A la derecha, hacia el Este, la pared de piedra se alzaba vertical mas allá
de los árboles.
A la izquierda, la ladera era más continua y el brillo del agua entre las
piedras delante y los distintos tonos de verde detrás, resaltan al influjo del
claro lunar.
- Pasaremos la noche allá - definió Papá, señalando una zona oscura
entre los árboles, unos cuarenta metros arriba por la pared oriental.
- ¿y porque allá y no en el Fénix? preguntó mi Mamá.
- No lo sé, “ensayen la ruta que el vientre les imponga” - dijo Papá citando
la carta del Abuelo - y mi vientre me indica que debemos ir allá.
La subida fue sencilla, todos necesitábamos caminar y en pocos
minutos estábamos a la puerta de una cueva de unos tres metros de
diámetro.
- Debemos entrar, todo lo que sea posible, debemos entrar.
Papá encendió su linterna y el haz de luz se perdió en la más negra
oscuridad.
- Atémonos todos a esta cuerda, si alguien cae, los demás lo sostendrán.
- ¡Todos podríamos caer Anthy!
- Nadie caerá, Mamá, atiné atrevidamente a contestar, sin saber de
dónde salía mi seguridad.
A medida que nos adentrábamos en la cueva, un olor pestilente
comenzaba a adueñarse del espacio, pero después de tantas horas con las
gallinas, todo nos daba igual.
Papá iluminaba el piso y la pared izquierda para guiarse, tratar de detectar
el final de aquella caverna, era imposible. Pareció que giramos a la derecha
y luego a la izquierda una vez más y cuando estábamos unos veinte
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metros adentro, Papá decidió que hasta allí llegaríamos.
Depositó la linterna en el piso iluminando hacia el techo y todos en
círculo pudimos volver a ver nuestros rostros.
Allí estábamos, sin saber exactamente dónde y allí deberíamos permanecer
las próximas veinte horas y esperar.
Pero al menos, estábamos juntos.
Yo me apure a sacar mi libro y tomé la linterna para buscar los
rastros de Gistain.
Papá se enojo conmigo, me hizo ver lo necesaria que era la luz para todos
los demás y me incito a colaborar.
Armamos los sobres de dormir con las cabezas hacia la pared lo más
cerca posible uno del otro, y nos aprestamos a descansar.
En medio de la oscuridad, inicie un diálogo que no imaginaba que tan
lejos nos podía empujar:
- Papá, sé que tengo solo once años y que debo colaborar, pero necesito
saber.
- Gabriel, ahora necesitamos descansar.
- Anoche, todos dormimos en nuestra cama, ahora, estamos metidos
en una cueva oscura en medio de la nada, sin más certeza que podernos
rozar. - Agrego mi Tía Nicole - ¿Alguna vez habían visto una oscuridad
tan oscura? no puedo ver mi mano frente a mis ojos aunque sienta mi
aliento al respirar. No sé que hay arriba, ni enfrente, no sé que hay en ningún
lugar. A mí no me será fácil descansar y creo que todos debemos saber lo
mismo, para poder ayudar. Papá dijo que tú sabías más, ¿qué más hay que
saber Anthy? ¿Qué más?
El silencio hizo más oscura la oscuridad.
- El Abuelo cree que estamos en un proceso de cambio cósmico,
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inmersos en el inicio de la Primavera Solar.
- ¿El Abuelo cree? ¿Tú no crees Papá?
- Gabriel, tu sabes que es muy difícil no creerle al Abuelo, aunque
siempre diga cosas que no queremos escuchar.
- Hace más de catorce años atrás, antes de tu nacer, el mundo
se debatía entre mil predicciones religiosas, científicas o paganas, que
anunciaban el fin del mundo. Como ha pasado tantas veces en la historia
de la humanidad.
La sociedad como tal, empezaba a exagerar demostraciones materialistas, los gobiernos eran reflejo de la avaricia; y la especulación financiera
profundizaba la desigualdad, en un mundo en que la gente, siete billones de
personas, ya no encontraba lugar.
Nadie tenía claro si los cataclismos: sismos, tsunamis, tempestades,
inundaciones, ciclones, huracanes o las pestes, cada vez azotaban más, o
solo era que la comunicación nos permitía saber más y en ese saber, sufrir
más.
La gente en todo el mundo manejó varias fechas y varias formas de
destrucción global, donde nadie sobreviviría o que solo algunos elegidos
lograrían traspasar.
La del 21 de Diciembre del 2012, impulsada por predicciones Mayas,
fue la que tomo más popularidad.
Pero finalmente como en todas, cuando el día llegó y ninguna catástrofe
específica desató la destrucción total, cuando aquel apocalipsis anunciado
no sucedió; la gente la dejo pasar, la enterró en la historia y se dedico a
seguir en su propio sentido de destrucción.
- Hoy, 31 de Octubre de 2026, estamos en pleno Otoño Europeo, ¿lo
sabes verdad?
- Si Papá
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- ¿y qué estaciones seguirán?
- Eso lo he aprendido hace poco, ¡me lo sé! el 22 de Diciembre, en
tu cumpleaños, tendremos el Solsticio de Invierno, el 21 de Marzo tres
días antes de mi cumpleaños y el del Abuelo, el Equinoccio de Primavera
y el 21 de Junio, tres días antes del cumpleaños de la Tía Nicole, el Solsticio
de Verano.
- ¡Exacto! y como sabes, con cada nueva estación, muchos cambios
se suceden. Ahora con las hojas doradas cayendo de los árboles y el
comienzo de los vientos fríos, en el Invierno con la nieve por doquier,
que después mudará en flores de Primavera y el calor de los días de
playa en las vacaciones de Verano.
- ¡Si! todas me gustan, aunque más el Verano y el Invierno.
- ¿y sabes porque existen las estaciones?
- Si Papá, te dije que lo aprendí hace poco. Es por la traslación de la
tierra alrededor del sol. Pero que tiene que ver todo esto con lo que nos
contabas de la antigüedad, cuando yo no había nacido.
- Eres un chico muy listo. Así como la Tierra gira alrededor del Sol y
tiene sus propias estaciones, el Sol y todo el Sistema Solar, también gira
en torno a un astro más grande y tiene también, sus propias estaciones.
Como la órbita del Sol es mucho más grande que la de la tierra, mientras
las estaciones aquí duran tres o cuatro meses, en el Sol duran más de seis
mil años.
- ¿seis mil años?
- Sí, bastante más, para ser exactos 6480 años.
Aquel 21 de Diciembre de 2012, fue el Equinoccio de Primavera para
el Sol y coincidió con un típico Solsticio de Invierno en esta parte Norte
de la Tierra.
Desde mucho antes, como pasa con nuestra propia Primavera, el Sol
fue experimentando cambios fuertes que afectaron al planeta Tierra y
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que el hombre cegado por su egocentrismo y sumergido en cambios
tecnológicos sin parangón histórico, quiso hacer suyos, ¿no es increíble?
En ese afán materialista de tener y tener, quisimos hacernos dueños incluso
de las más variadas catástrofes y en esa carrera, que el planeta tenía
naturalmente planeada, el hombre se esmeró en ofrecer competencia
real, a través de guerras, pestes provocadas, hambrunas generalizadas y la
destrucción sistemática del SER, del ser humano real.
¡Hasta pensamos que podríamos destruir el mundo! Pobres ilusos,
¡como nos cuesta aceptar la realidad!. Aceptar que la naturaleza en cualquier
pestañar puede acabar con nosotros y el planeta aplastarnos en un instante
si como el hombre, dejara de lado su alma y tuviera la desventaja de pensar
y odiar.
Así se inició el proceso, que el Abuelo nos ha enseñado los últimos
años, invitándonos sutilmente a aceptar. Nunca quisimos creerlo realmente,
es muy difícil vivir con esa visión del futuro, aunque parece pasarle algo
exactamente contrario a él.
Con esa idea adquirió aquella cabaña que algunas veces visitaste
cuando pequeño, rodeada de árboles magníficos en medio de cerros
pelados, muy cerca del agua del deshielo, lejos de la gente, conectado
con la tierra que hace tantos años ya le da de comer o beber y conectado
sobre todo con el sol que le provee la energía a su hogar, a él y a su
búsqueda de protegernos.
Los años han pasado, las catástrofes ya no son noticia, el desorden y
el caos en muchos lugares es ley de convivencia. La avaricia y la búsqueda
del poder, han dejado a la cultura, a la ciencia y a la vida en armonía con
el planeta, en los sueños de los más viejos. Viejos como yo que solo tengo
treinta y seis años y si no fuera por vosotros, no tendría porque vivir.
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Mañana para nosotros, ahora mismo para el planeta, otra etapa en la
vida del Universo se cumplirá, según el Abuelo y seguramente muchos más:
aquel Matías que nos regaló las gallinas, los hombres que construyeron
el Fénix y tantos más.
Hoy debo aceptar que no lo puedo negar.
Papá lo llama el Día del Flash.
Dentro de los cambios que la Primavera le trae al Sol y que afectan
a todos los planetas, ésta nueva estación ha traído explosiones solares,
erupciones electromagnéticas como jamás se han registrado.
- es que hace seis mil años que estamos en Invierno Papá y otros seis
mil de Otoño antes, ¡como lo iban a registrar!
- Tu Abuelo tenía mucha razón, como siempre. Veo que estas atendiendo y entendiendo mis palabras.
- Ya han habido muchas erupciones imponentes desde la corteza solar,
pero solo han afectado por algunas horas, algunas áreas de nuestro planeta.
Seguramente la gente del poder está buscando una solución para las
consecuencias, ojalá, no la tengan aún.
La de mañana, según el Abuelo, será mucho más fuerte.
Durará todo un día y sus estelas sobrepasaran Mercurio, con lo cual
afectará a toda la Tierra.
- ¿Por eso estamos en esta cueva Papá? ¿Para no freírnos al sol?
- Son erupciones electromagnéticas hijo, seguro la temperatura subirá
también, pero la principal afectación será la ruptura de la atmósfera
electromagnética de nuestro planeta, que jamás volverá a ser el mismo.
Nuestro cuerpo, su funcionamiento, al igual que el de los animales y las
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plantas, se rige por reacciones químicas y balances energéticos soportados
por la realidad electromagnética de nuestra tierra. ¡Sobre esa realidad en
la que hemos nacido y vivido, se ha basado además toda la tecnología! La
forma en que una lamparita de cualquier tipo emite luz, el milagro que
nos provee comunicación, internet, televisión, casi todos los formatos
de radio; todas las máquinas modernas que imagines. Y lo peor hijo o
lo mejor, es que sobre esa tecnología, se ha montado el poder que ha
manejado la humanidad toda esta última era. ¡Todas las transacciones
financieras, toda la información del mundo!
- Entonces ¿la gente no tendrá luz, ni wii, ni televisión, ni celular, ni
internet mañana?
Es mucho más grave que eso hijo.
Todo lo que consumimos es finito, desde una caja de chocolates que se
termina rápido, hasta el agua del planeta; y por todo lo que consumimos,
pagamos.
Mañana, la mayoría del mundo tendrá para comer y beber, solo lo que
esté en sus despensas o refrigeradores y no tendrá ni dinero, ni tarjetas de
crédito para salir a comprar más.
Nada podrá abrir sus puertas porque nada tendrá sistemas; ni bancos,
ni supermercados, ni hospitales.
Habrá una etapa intermedia en que todos los bienes de primera necesidad:
comida, bebida y energía empaquetada, se venderán a precios inusitados,
pero llegará el momento en que esos aprovechadores, se darán cuenta de
que no habrá nada que comprar con el dinero saqueado.
Sin tecnología, sin dinero, sin medios de transporte porque muchos
motores no andarán y el acceso al combustible será cada vez más
complejo; y sin nada que comer o beber, el caos social será un monstruo
que crecerá segundo a segundo. Empezará por saqueos, pero pronto,
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será una guerra todos contra todos.
Sin pan ni circo, dijera el Cesar, será imposible gobernar.
Los gobiernos no podrán ni querrán intervenir, los policías, los
soldados y los propios presidentes estarán viviendo, tal vez con un
poco más de tiempo, la misma realidad.
La anarquía seguramente reinará, todo lo que ayer tuvo valor será basura,
mientras el sol del mediodía, cada día se encargara de menguar a los seres
vivos y el planeta vivirá la efervescencia de la Primavera Solar con nuevas
y más recurrentes catástrofes.
Los hielos y la nieve se derretirán, ¡es muy fácil de entender!
Los ríos crecerán por un tiempo y luego desaparecerán hasta que la
condensación excesiva traiga nuevamente el agua a la tierra en forma de
lluvias torrenciales.
Toda esta agua se acumulará en los mares y los océanos salados.
Muchos lugares desaparecerán tras las crecientes inundaciones, países
enteros, continentes enteros quizás.
Todo esto es solo parte de un cambio que de no haber escuchado
ciento de veces de boca de tu Abuelo, jamás hubiera podido imaginar.
Ese es el mundo en el que tendremos que empezar a vivir mañana al
despertar, o uno mucho peor.
Según tu Abuelo, valdrá la pena.
El siempre ha sido más altruista que yo, él cree que hay una nueva
consciencia humana que generar, él recibe con dicha la limpieza que
solo el planeta podía hacer sobre nosotros.
Yo, yo solo lucho cada instante para no flaquear.
56
Capítulo 7
C
amina a su lado, mantente en contacto con su pelaje para recordar su fragilidad.
Cuélgate de su cuello siempre que puedas y demuéstrale todo lo que lo necesita.
Permítete sentir que él te necesita igual. Un día te llevará hasta el Ibón muy cerca de
Sin y Gistain y al encuentro de las hadas te abandonará para que vivas la reconciliación; allí me encontrarás...
Desperté sobresaltado por las palabras que retumbaban en mi
mente.
Su sentido se esfumaba como cualquier sueño matinal a medida que
mis ojos se activaban y mi mente comenzaba como siempre, a tratar de
explicar.
Quería quedarme en aquel estado y no despertar, entender el mensaje que
con la voz del Abuelo, me llegaba del más allá.
Pero nunca lo aprendí a controlar.
Una luz muy tenue quebraba a mi derecha la intensa oscuridad.
Alcanzaba para ver la silueta de Papá, recostado a mi lado con los ojos
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buscando esa misma luz.
- Ojalá este sea un buen día para nosotros hijo. ¿Soñabas con el Abuelo?
- No lo sé Papá, soñaba con Gistain.
- ¿Que sucederá allá afuera? No llego a ver a Mamá, está a tu lado,
fíjate si despertó.
- En este silencio, tu voz me acaba de despertar - contestó Mamá.
- y a mí - anotó Nicole - ¿qué hora será ya?
- mmmm, ¡de día! mi reloj dejo de funcionar y también la linterna replicó Papá. ¿Por qué no salimos a echar un vistazo? ¡tal vez es solo un
día más!.
- ¡Como me gustaría que así fuera! - dijo Mamá
- El Abuelo dijo hasta el atardecer Papá.
- Lo sé hijo, pero podría al menos investigar - dijo mi Padre levantándose
a curiosear.
- ¡Aún no, por favor! - resonó una voz desde la oscuridad.
-¿¡Quien dijo eso!? ¿Quién anda ahí? Mi Padre tastabilló al tiempo
de gritar, todos nos recostamos a la pared y en un movimiento torpe en
su mano algo pareció brillar.
- ¿qué haces Papá, que es eso?
- Tengo un arma y voy a disparar, ¿quien anda ahí?
- Por favor, no salga de la cueva, debe tranquilizarse.
La voz era suave, pero rodeada del eco de la caverna y el misterio de
la oscuridad, se volvía espectral.
- Me voy a acercar, por favor, no dispare
Mi Padre tembloroso magullaba palabras: “a mi familia no la van
a lastimar”, “te juro que te voy a matar”, “el ser humano es mi peor
enemigo”...
- Por favor, no los podría dañar, no dispare, me voy a acercar.
De lo profundo de la cueva, una mancha se movía en la oscuridad.
Era más ancha que alta, pero lentamente se fue definiendo más.
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- Un Oso - gritó Mamá y un disparo ensordecedor nos encegueció
a todos en un instante.
El sonido sordo y pesado de algo que se acercaba confirmó su llegada
con un grito de Papá.
La explosión del disparo era lo único que lograba ver por todas partes y
los gritos de Nicole y Mamá me prohibían pensar.
- ¡Por favor, no los queremos dañar! - resonó la voz una vez más.
Cuando pude fijar la vista en la penumbra, efectivamente un Oso
reposaba su garra sobre el brazo armado de Papá, que inmóvil por el
susto no lograba ni balbucear.
- Mi nombre es Juan
La voz provenía de una figura no muy alta que aunque estaba a dos
o tres metros de mí, no lograba distinguir con claridad.
El Oso dio media vuelta y se retiró a la oscuridad, detrás de Juan.
- Soy Gabriel, Juan, y esta es mi familia.
Papá se levanto tastabillando nuevamente y mi madre corrió a abrazar
su figura en la penumbra.
- No confíes en él Gabriel, no le hables.
- Papá, han pasado la noche con nosotros en esta caverna, podrían habernos atacado en cualquier momento, no nos van a dañar.
- Es verdad - dijo Nicole
- Tu Abuelo era un hombre sabio Gabriel.
- Es un hombre sabio Juan, ¿qué haces acá?
La pequeña figura se acerco lo suficiente para que lo pudiéramos
identificar. Era poco más alto que yo, tenía la semblanza de un hombre
al que no se le podía temer y la misma cara de bueno que mi Tío Michel.
Papá y Mamá se acercaron aun envueltos en temblor y armamos un
pequeño círculo en la oscuridad.
- Hola, soy Juan. No sabía cómo hacer que supieran que estaba
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aquí. Desde que llegaron anoche esperaba la luz que nos develara, luz
que por suerte no llego hasta acá. Agradezco que no sea un buen tirador,
dijo mirando a Papá y por primera vez en muchas horas, distinguí una
sonrisa.
¡Es increíble lo que extrañamos una sonrisa! Cuanto se nota al
recibirla y cuanto tiempo somos tristemente capaces de soportar,
sin entregarla.
- ¿y porque estás aquí? - preguntó Nicole.
- Pues, hasta anoche no lo sabía. Después de escuchar a tu hermano
y los sueños de Gabriel, recién logré entenderlo. Supongo que debía estar
aquí y por eso he merecido el milagro de estar.
- ¿Tu también sabes lo que sabe el Abuelo?
- No, yo nada sé. Hace una semana atrás, una voz interior me dijo
que debía caminar y partí de mi Bilbao natal hacia la montaña. A pesar
de estar tan cerca de aquí, nunca había pisado los Pirineos y sin saber
cómo, llegue hasta Plan.
- ¿y de casualidad elegiste esta cueva para pasar la noche?
- No creo que sea casualidad, él me trajo aquí - dijo Juan - señalando
hacia la oscuridad.
- ¿El Oso te trajo aquí? preguntó Papá.
- “Escucha a los animales y déjate guiar” dijo el Abuelo, recordé.
- Al atardecer estaba perdido y se me cruzó. ¡Viven no más de treinta
Osos Pardos en todos los Pirineos, tal vez en toda Europa! y él se me
cruzó. Pensé como usted que mi vida acabaría allí mismo, pero mirando
en sus ojos el miedo se esfumó, él giro y comenzó a caminar. Algo me
dijo que lo siguiera y después de más de un kilometro tras él, nada me
costó seguirlo en esta oscuridad. ¡En mi vida habría imaginado dormir
con un oso a mi lado!
Poco más tarde llegaron ustedes. Por suerte pude reflexionar y callar,
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¿imaginan que anoche tratara de explicar esto?
Pero hoy cuando decidieron salir, no lo pude evitar.
Lo mismo que me trajo aquí me dice que debemos esperar y después de
compartir su conocimiento y la noche con ustedes, no podría permitir
que se hicieran daño.
Supongo que por todo esto llegué hasta aquí, mi sorpresa es brutal, todo
lo que ha pasado es para mí, un simple ingeniero vasco, muy difícil de
imaginar.
Los ojos de Nicole brillaban en la oscuridad, mi Tía siempre fue
muy sensible y en silencio, no paraba de llorar.
Un resoplo calmado nos obligo a mirar al Oso, que a las espaldas de
Juan descansaba.
Su cabeza yacía hacia mi lado y me estire para acariciarlo.
Por un instante, volví a soñar:“mantente en contacto con su pelaje para recordar
su fragilidad” y todo aquello irracional, cobraba una naturalidad increíble
e inusual.
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“...camina a su lado, mantente en contacto con su pelaje para recordar su fragilidad.
Cuélgate de su cuello siempre que puedas y demuéstrale todo lo que lo necesitas.
Permítete sentir que él te necesita igual...”
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Capítulo 8
L
a sombra de los cerros occidentales, ocultaban el sol en su última
hora.
El cielo carecía del azul habitual, los tonos rojos y naranjas eran mucho
más fuertes y degradaban en un blanco fantasmal.
La ladera de nuestro lado era difícil de ver, pero enfrente, un artista
colosal, había abusado de sus brochas sobre el bosque nativo.
Mirando todo el cañón hasta donde la pared me permitía observar,
aquello parecía un dibujo a escala sobrehumana, una pintura solapada
sobre la imagen del paisaje original.
Todas las cosas permanecían en su lugar, pero el verde multitono
habitual, se manchaba caprichosamente de franjas amarillas con bordes
negros.
Sólo algunos árboles, misteriosamente, habían resistido con su color
esperanza el pasaje de las lenguas caprichosas de calor.
Era tan difícil de explicar.
Como si ráfagas de viento, antojadizas y desordenadas, hubieran volcado lluvia de ácidos, tarros de pintura o esparcido llamas, dejando su marca infernal.
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Éramos cinco estatuas boquiabiertas y un Oso, en la entrada de una
caverna milenaria.
Éramos seis seres vivos, siendo testigos de cómo otros impedidos de
ocultarse en la oscuridad, habían soportado y se reponían ojalá, al Día
del Flash.
Para nosotros, un día de penumbra solo interrumpido por vibraciones
esporádicas.
Un día de espera nerviosa, de sonidos desconocidos que nos empeñábamos
primero y luego jugábamos a adivinar.
Tal cual el Abuelo lo había pedido: “dediquen el día a recordar todo
aquello que ha construido vuestro amor”, habíamos volcado en aquel círculo
de oscuridad, cada buen momento guardado, cada enseñanza aprendida,
cada abrazo compartido.
Juan no escatimó en su apertura y para cuando agarrados de las manos,
decidimos salir a desentrañar lo que el día había dejado atrás, todos
éramos parte de una unidad.
- ¡El Río! exclamó Papá - esperen acá.
El caudal vibrante entre rocas, que la noche anterior viboreaba brillante
por el estrecho cañón, hoy tenía cuerpo de Río, y todos adivinamos la
preocupación de Papá.
El Fénix había quedado abajo, todo lo que teníamos estaba allí y había
que bajar a chequear.
Nicole se agacho sobre la roca y Juan se acerco por detrás.
- Es un cardo azul, soy muy comunes en la montaña.
- Lo sé, los recuerdo de mi niñez en Uruguay, por suerte a sobrevivido. Parece tan tosco su tallo lleno de espinas y a la vez tan delicada
su flor. Distinta suerte corrió esta.
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- No te preocupes, esa no murió hoy.
- ¿No?
- No, es una Altamira. ¿Ves este ramillete de flores secas en forma de
paraguas? Cada una de ellas es blanca y tienen un centro muy rojo, que a
veces, parece gotear tinta sobre los pétalos.
Ha florecido durante el verano y ha muerto. La Altamira florece una sola
vez en su vida, por tanto, ¡esta ha sido muy afortunada de llegar en esta
forma al día de hoy!.
- ¿Una sola vez y muere?
- Si, pero vive muchos años esperando ese momento supremo de
la floración. Esa es otra lección a aprender, vale la pena esperar por las
bendiciones especiales.
Los ojos de Juan y Nicole se cruzaron de una forma que yo desconocía
y sentí algo de vergüenza de estar allí cerca.
- Pero tú Nicole, nunca te acerques demasiado a una Altamira, porque
como muchas de las plantas del Pirineo, guardan en su hermosura, mucho
daño para nosotros.
- ¿Qué cosa?
- ¿Confías en mi? - la cabeza de Nicole asintió tímidamente - solo
disfrútala de lejos.
La llegada de Papá de entre los árboles tomó nuestra atención.
- El Fénix no arranca y los pollos casi mueren cocinados, pero todo
está en orden.
Festejamos la noticia como si de un gran premio se tratara, volvíamos
a sonreír como familia, dábamos por un momento la espalda al cañón
pintado en franjas y a nadie se le ocurría la pregunta obvia: ¿qué vamos a
hacer ahora?
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Ha florecido durante el verano y ha muerto. La Altamira
florece una sola vez en su vida, por tanto, ¡esta ha sido muy
afortunada de llegar en esta forma al día de hoy!.
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El hombre de todas las respuestas estaba a miles de kilómetros al Sur,
y casi al unísono, todos miramos a Papá.
Respondió a nuestros ojos inquisidores con un gesto de ¡Yo no sé!
sin que ni una pregunta se hubiera pronunciado.
- La carta, tú tienes la carta Papá.
Juan no entendía nada, el Oso parecía adivinar.
La vorágine del día anterior, la noche y aquel despertar, nos había
hecho olvidar de la carta que el Abuelo había encargado especialmente.
- Pero el sobre dice “Para Ti”, no la puedo compartir sin más.
- Amor, todos estamos aquí en la misma situación, ya anoche
acordamos que debemos saber todos igual.
- ¿Que te hace pensar que Papá no sabría eso? y aún así, puso “Para
Ti” en este sobre. Bajen por algo de comida al Fénix y déjenme solo,
para cuando vuelvan, sabré que hacer. Traedme algo para merendar por
favor y preparen un mate.
Juan tenía gran curiosidad por el Fénix y todo plan compartido con
Nicole parecía hacerle mucha gracia. Bajamos los cuatro por el sendero
entre los árboles hasta el Río y Papá se recostó en las rocas, de cara a
un nuevo atardecer, junto a la silueta inusitada de un Oso atravesando
la entrada.
Este mensaje, es especial para ti.
Para ti que deberás guiar a mi clan, más allá de tus limitaciones, hacia el
camino de una nueva vida y según creo, a buena parte de la humanidad, hacia un
nuevo nivel de consciencia.
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La responsabilidad sonaba pesada, inadecuada, inmerecida y jamás
solicitada.
Anthony miró al cielo que de a poco iba tomando sus tonos azules muy
claros desde el Este, suspiró fuerte, inspiró profundo y volvió a la lectura.
Todo lo que sigue está atado únicamente a lo que creo y siento. No tengo ninguna
certeza cognitiva, ni la necesito. No tengo pruebas porque no hay antecedentes y no
tengo promesas, porque el trabajo que viene es de aprender a desprenderse y abrirse,
para superar los peligros, paso a paso, sin un plan por ahora, más que el supremo y
desconocido, el del universo, al cual todos estamos innegablemente sometidos e irremediablemente comprometidos.
Los días que vendrán, serán días de elección, como siempre, más que siempre.
No habrá espacio para flotar en la indecisión, no habrá tiempo de pereza, ni de
gula, será un caminar diario y constante de desafíos y retorno a lo esencial.
Algunos, los afortunados, elegirán vivirlo con alegría y disfrutarán cada
momento más allá de las adversidades. Otros, lo vivirán con pesar y sus mentes
se adueñaran del ser, llenando sus acciones de decisiones equivocadas y su vida
de amarguras.
De ambos habrá en tu grupo, como en todos.
Sé sabio y deja que cada uno en libertad, tome sus opciones y sea responsable
de sus consecuencias.
Se fiel a lo que te dicte tu entraña con grandeza, en pos del bien de la vida que te
rodea.
Lo mejor de esta nueva era que se inicia, es que nada pasará sin afectar un
nuevo equilibrio, nada será gratis y todo, cobrará su precio en forma inmediata.
Sin dinero con que pagar, la humanidad, todos nosotros, cada uno de nosotros, será
responsable inmediato de sus actos, en una dimensión que hasta ahora no habíamos
vivido.
Allí está el premio y allí el castigo, del orden que vendrá.
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Hemos previsto lo previsible, lo demás, se aprenderá y se construirá.
Tendrán las herramientas imprescindibles, las semillas que cuidaran porque son
la esencia del pan que a su mesa llevaran y el casal nauseabundo de aves que
han soportado este corto camino, complementaran la proteína que al menos ustedes,
no tendrán otra forma de conseguir.
Busca un bosque de Hayas cercano, los hay muchos y serán tu bendición.
Elige un lugar donde la Montaña te cubra del Oriente y el Sur y no pueda caer sobre ti.
Busca agua entre tú y las rocas y mantente a distancia prudencial de la rivera.
Hay cientos de Ibones que quedaron como rastro de la era glaciar, todos ellos
son rico depósito de agua dulce y fauna, todos abrigados por algún pico monumental
y rodeados del Haya del Pirineo. Cuando estés frente a tu nuevo hogar, lo sentirás.
No te quedes en las orillas, ni de los lagos ni de los montes, entra hasta el
corazón y elije entre los troncos largos y grises, donde tus paredes construirás, tus
semillas plantarás y tus huevos recogerás. Corta solo aquellos árboles que sean
imprescindibles, ni uno más.
Úsalos como vigas vivas de tu hogar, deja que tu casa con los años se alce del
suelo al ritmo que el bosque le pueda dar.
No temas la sombra, ni la humedad, la agradecerás.
Tus días afuera habrán de cambiar.
Los amaneceres y atardeceres disfrutarás y trabajarás, los mediodías descansarás y
las noches, las noches te protegerás. El sol no perdonará excepciones durante su cenit
y las noches no darán tregua.
Hay reglas sencillas que no debes quebrantar.
Debes suprimir el fuego, porque humo no querrás.
Debes respetar los árboles, porque tu protección serán.
Debes honrar los animales, porque serán los únicos en los que encuentres lealtad.
Primero vivirás tiempos de reto personal, desde cero todo deberás construir y
mil limitaciones superar.
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Después vivirás tiempos de reto grupal, quienes elijan sufrir, sufrirán y flaquearan.
En ese momento, ojalá no, pero los problemas externos podrían llegar y solo
espero que los Pirineos los puedan salvaguardar.
Ahora tendrás agua, luego nada y después demasiada, para sobrellevar eso, tu
cabeza debes usar.
Sentirás fuertemente la soledad. El peso que han dejado en vosotros las
ciudades y la vida social, aunque estén todos juntos, se sentirá.
Invita a otros seres a tu hogar, comparte tu vida con lo que te rodea, en algún
momento, invitados no esperados podrían llegar.
Allá abajo, los que sobrevivan a las inundaciones y los terremotos, lo que
sobrevivan a la sociedad, los saqueos y los asesinatos, serán posiblemente, los
peores.
Yo creo, que todos los que hemos elegido cambiar o hemos aceptado la posibilidad, estamos igual. Como tú, como yo, como todos a tu alrededor, empezando de
cero.
Los que están luchando otra guerra allá, no tendrán opciones que tomar, solo
sobrevivir y eso, cualquier calamidad podrá arrastrar.
No temas a los animales, tú no eres parte de su alimentación natural. Ellos
dentro de su cadena alimenticia mutaran, si deben mutar.
Teme a los humanos hambrientos y exentos de toda moral.
¡Hace unos años pensaba que no llegaría a los sesenta!
Hoy con cincuenta y cinco, el desafío me llena de vida, la promesa refuerza mi
espíritu y el saber que del otro lado del mundo, estás tú, me da la paz de que
algún día nos volveremos a encontrar.
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Capítulo 9
D
espués de las burlas de Juan sobre la “tecnología aplicada” al “Sun
para baterías” inventado en Uruguay, y con el mate listo, volvimos
a la cueva.
Papá tenía su vista perdida en la penumbra, aunque no sabíamos si miraba
hacia afuera, o hacia dentro de sí mismo.
Estiro la mano hacia Nicole y le pidió:
- Leedla a los demás.
- ¡Esta rota!
- Si, el último párrafo era personal.
Todos escuchamos las palabras del Abuelo con atención, la tarde se
llenó de planes que nos dejaran olvidar las advertencias sobre la noche,
los visitantes no deseados y la soledad.
- Hora de dormir - dijo Papá - mañana debemos empezar temprano
nuestro camino.
Todos lo sabíamos, había que aprontar las mochilas, esquivar el
mediodía protegidos en algún lugar y marchar hasta encontrar “él lugar”.
Todos lo sabíamos, el Abuelo lo puso en su carta, había que seguir a Papá.
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Fue sencillo seguir las instrucciones del Abuelo.
Más allá del día infernal, el paisaje era maravilloso.
Elegir un lugar era una misión increíblemente difícil ante tanta belleza y
exuberancia.
Seguimos la voz de nuestro vientre y detrás de una pequeña colina
intermedia, el mío dijo “Acá”.
Todos se miraron y asintieron y en ese momento, el Oso que nos había
acompañado todo el día, se dejó perder en la inmensidad.
Un bosque de Hayas similar nos había abrigado durante las horas
más peligrosas.
Ahora solo había que encontrar el corazón y allí, comenzar a soñar
nuestro hogar.
Todos teníamos un entusiasmo fraternal, lo que hacía solo dos días se
vivía con la ansiedad del fin del mundo, hoy era un proyecto de felicidad.
Todos, menos Papá.
Desde el día anterior, su cara develaba pesar.
- Lograremos hacerlo todos juntos - escuche que le dijo Mamá
Sus ojos se enterraban entre sus piernas, sentado sobre uno de los
troncos que acababa de derribar.
Mamá acarició su cabeza y lo tomo por las mejillas con una ternura que al
cual yo no estaba acostumbrado.
- Todo estará bien, ¡todos te vamos a ayudar!
El sacudió la cabeza, tomo la sierra y fue por el siguiente árbol.
Siempre fue un hombre un poco osco, pero nadie amaba a su familia
como él.
Todos sabíamos que su cuerpo flaco nos podía cuidar, como lo estaba
haciendo su propio Padre y como su Abuelo Cesáreo lo había hecho
mucho tiempo atrás.
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Aprendimos construyendo el gallinero.
El primer proyecto de casa, debía ser pequeño, para ensayar.
Elegimos hacerlo a un metro del suelo, entre cuatro árboles que servían
perfectamente de pilares. Las herramientas adquiridas fueron esenciales y
entre cinco arquitectos aficionados, el gallo y sus dos gallinas, pudieron
abandonar la estrecha caja en la que estuvieron a punto de hornearse
días atrás.
Altura exacta para poder sacar los huevos sin hincarse.
Altura exacta para evitar cualquier predador rastrero que pudiéramos
imaginar.
Altura exacta para que el aire por todos sus costados mantuviera atenuado
su hediondo y ruidoso hogar.
Comenzar nuestra casa, fue un reto monumental.
El gallinero había agregado experiencia, pero con los primeros planos
ya notamos que no era suficiente para hacer fácil aquella empresa.
El arquitecto de la familia era el Abuelo, ¡cuando no!, y no había forma
de consultarlo.
Con fortuna, la carpintería fluía en la sangre de los Rivas, por tanto
Papá y hasta la Tía Nicole, nietos y bisnietos de carpinteros experientes,
supieron cómo usar las herramientas.
A unos sesenta centímetros del piso, cerramos con troncos el perímetro
de dieciséis árboles para empezar.
Todos los árboles del centro, habían sido cortados a la misma altura, para
servir de pilotes.
Sobre los troncos horizontales y apoyados en los recién cortados, comenzamos a amar un piso en forma de balsa.
Solo el piso nos llevo tres días, pero la euforia era total al momento de
terminar.
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Dábamos vuelta alrededor para observarlo a la distancia, era totalmente
sub real.
En medio de un bosque, una plataforma de troncos de no más de cuarenta
metros cuadrados, cortaba la vista regular de las hayas erguidas en vertical
y un gallinero flotaba más atrás, entre un par de carpas y un montón de
herramientas apiladas al azar.
Estábamos felices, Nicole lloraba, Juan la abrazaba. Lo mismo hacia
Mamá con Papá.
Yo corría sin cesar por encima de nuestra balsa hogar.
No teníamos nada, estábamos felices igual.
Las noches habían sido frías, pero tranquilas.
Las palabras del Abuelo se iban diluyendo con los días y cada vez más,
lográbamos descansar.
Juan y Papá viajaban cada mañana hasta el Fénix a buscar algo más de
nuestro equipaje.
Habíamos improvisado unas camillas al estilo “cowboy” que facilitaban el
transporte de las bolsas de semillas, las maletas y otros bultos.
Pasado el mediodía, las paredes de la casa crecían un poco más.
No cuidábamos estilo ni buen gusto, solo queríamos un hogar.
Que rápido habíamos aprendido algunas lecciones, otras, nos costaban
más.
Si bien no dejaba de trabajar un segundo, el ánimo de Papá iba
menguando. Su mente estaba fuera de allí y se le podía notar.
Pensamos que estaba agobiado por el peso de guiarnos y le trasmitíamos
todo el tiempo nuestra confianza y nuestra voluntad de ayudar.
Pero nada lograba hacer que disfrutara con nosotros cada nuevo tronco
colocado, cada nuevo metro agregado a nuestro hogar.
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“...una plataforma de troncos de no más de cuarenta metros cuadrados,
cortaba la vista regular de las hayas erguidas en vertical y un gallinero
flotaba más atrás (...) No teníamos nada, estábamos felices igual.”
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La segunda pared fue más fácil que la anterior, la experiencia sumaba
pericia y restaba errores.
Todo nuevo tronco era un empuje más, formábamos un equipo fenomenal.
La Tía, Juan y yo, colocábamos sin descanso; Papá y Mamá cortaban y
controlaban.
Cuando Mamá se aislaba para preparar la comida, yo ayudaba a Papá,
quien cuidaba sin tregua mi integridad.
- ¡Quita ese dedo de allí!, ¡cuidado la mano!, ¡hazme lugar!
A pesar de sus constantes llamadas de atención, yo disfrutaba trabajar
con Papá; me dejaba sentirlo cerca y a veces, hasta me daba una palmada al
pasar.
Las cerchas del techo fueron un reto de armar, pero subirlas y
colocarlas, fue una empresa magistral.
Yo nunca había escuchado sobre la palanca o las rondanas, pero los
árboles y la inventiva de Papá y de Juan, nos permitieron improvisar.
No fue fácil la decisión de techar.
Nos encantaba nuestro hogar con vista al cielo entre las hojas del Hayal.
La oscuridad de la noche era suficiente, no la queríamos de día, pero antes
del invierno había que protegerse con un techo y pensar como iluminar el
interior.
El hayal era seguro, fresco durante las horas ardientes y resguardaba
la humedad ideal para sembrar, pero también evitaba que las aberturas
fueran conductoras de luz hacia el interior y por ende solo nos podía
llegar desde arriba.
Una mañana, acompañe a Papá y a Juan hasta el Fénix.
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El trabajo en la casa se había resumido a buscar planchas de roca en la
ribera del lago, para usar como tejas y la ruta diaria era segura hasta el Rio
Cinqueta.
Ya que daban pocas cosas en el tracabato y eran las menos imprescindibles.
Juan, en su vocación de Ingeniero, le había empezado a
echar manos al motor para tratar de hacerlo encender.
- no es un tema mecánico - se empeñaba en asegurar - es un tema
eléctrico, ¡lo tengo que encontrar!
Con Papá no sabíamos nada de mecánica, pero sí sabíamos que el
Fénix era nuevo, aunque no lo pareciera, y había llegado sin ningún
problema hasta aquel lugar. Su muerte había acontecido en el Día de
Flash, dos meses atrás, y al igual que con los teléfonos, relojes, radios y
demás, seguro había sido un tema electromagnético como decía el Abuelo.
¿Qué sería del Abuelo en los Andres?
No había día que no lo recordara, en especial aquellos en que el Oso
aparecía por nuestro hogar.
Solía encontrármelo a la mañana durmiendo frente a nuestra carpa, donde
dormía con Mamá y Papá.
Cada vez que lo acariciaba o en las tardes ardientes en que nos tirábamos
bajo el piso de nuestro hogar, se reiteraba mi sueño de aquella noche:
“...camina a su lado, mantente en contacto con su pelaje para recordar su fragilidad.
Cuélgate de su cuello siempre que puedas y demuéstrale todo lo que lo necesitas.
Permítete sentir que él te necesita igual. Un día te llevará hasta el Ibón de Plan
muy cerca de Sin y Gistain y al encuentro de las hadas te abandonará para que
vivas la reconciliación; allí me encontrarás...”
Ya todos habíamos descubierto Gistain, por los planos y las historias de
Juan.
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Yo tal vez sabía un poco más, porque estaba en todos los cuentos que el
Abuelo había escrito en su libro artesanal.
- ¡Llevemos los parabrisas del Fénix para hacer dos ventanas en nuestro
tejado! Estoy seguro que el gustoso nos las prestará - Grité con entusiasmo.
Juan levanto la cabeza desde el motor solo para ver como se sacudía
la de Papá.
- Tiene esa malla alambrada en frente, ¡nadie podrá entrar igual! traté de explicar.
- Lo sé hijo, los llevaremos, no es necesario que expliques más.
No entendí en aquel momento la rápida comprensión de Papá.
La mayoría de las cosas necesitaban mucha argumentación con él, pero
últimamente, aceptaba mis ideas sin más.
Tal vez cansancio, tal vez resignación.
Las damas del hogar nos dieron una bienvenida doblemente pomposa
a nuestro regreso.
Como adivinando la feliz idea que nos llenaría de luz el hogar, habían
pescado esa mañana un par de peces de excelente tamaño y comeríamos
algo de carne, para variar.
El sol ardiente del mediodía, que ya habíamos aprendido a utilizar
para calentar el agua con la que bañarnos, sirvió de horno para medio
cocer la carne dentro de unas chapas de metal.
El banquete estuvo fabuloso, ni un solo trozo sobró, sobretodo
porque tuvimos un nuevo comensal.
Mi Oso se sumó ese día en el viaje de retorno y desde entonces, nunca
se volvería a marchar.
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Capítulo 10
D
ebo marchar, ahora que Nicole ya está bien, debo marchar.
Todos lo mirábamos atónitos, nadie podía entender lo que acabábamos de escuchar.
La casa había soportado heroicamente el invierno al abrigo del Hayal.
El gallinero había crecido cuatro árboles más, a pesar de que los pollos
pasaban buen tiempo dentro de la casa para no morir congelados.
Jack, mi Oso Jack, se había convertido en nuestro mejor guardián,
encontrando hogar y calor debajo de la casa.
Aprendimos a destilar el agua de lluvia y la nieve para ahorrar los
bidones de agua que traíamos del viaje y prácticamente ya no los utilizábamos, obedeciendo las advertencias del Abuelo y reservándolos para los
peores momentos, que él advirtió vendrían.
La comida había escaseado, las reservas se esfumaron antes de fin de
año y debimos aprender a recolectar, pescar y a veces, hasta cazar,
aunque lo evitábamos al límite.
Logramos una convivencia natural con el entorno.
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Siguiendo las palabras del Abuelo habíamos entablado una relación casi
humana, o más bien, una relación esencialmente animal con todo ser
vivo que nos rodeaba, y comer algo de ese entorno, nos envenenaba el
alma.
Esto se agravaba por la ausencia de fuego para cocinar.
Cualquier indicio de humo podía denunciar nuestra presencia a extraños
por lejos que estuvieran.
Pero la búsqueda de comida nos jugó una mala pasada y Nicole cayó
muy enferma antes de comenzar la primavera.
Su fiebre era constante y blasfemaba.
Juan no se retiraba un minuto de su lado y la casa, que carecía de muros
o separadores, hacía que las noches fuesen de insomnio para todos.
- ¡No quiero que busques frutos sola jamás! ¿Me entiendes amor?
Juan sabía que unas vulvas de Acónito, que había retirado tarde de
su boca, le habían provocado el envenenamiento.
- Te pedí que no te acercaras a las plantas, ellas guardan en su hermosura
muchos peligros para ti.
- Pero no era una Altamira - contestaba la Tía siempre obediente con el aliento que le quedaba.
- Lo sé, lo sé mi vida, no quiero que lo hagas más, no quiero perderte.
Esa fue la primera vez que escuché llorar a Juan.
Era un chico, había cumplido sus veintiocho años en Enero y aunque
me doblaba la edad, tenía un alma tan infantil como la de Nicole.
Alma que lo llenaba de una frescura especial y que nos permitía compartir
muchos tiempo a los cuatro, junto a Jack.
Por fortuna las muchas medicinas de las cajas de cruces rojas cargadas
en su casa, mejoraron a Nicole, con los cuidados de mi madre y la energía
de Juan a su alrededor.
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La armonía entre ellos se pudo notar desde aquel primer momento en
la puerta de la caverna y si algo faltaba para que su amor se confirmara, la
dolencia de Nicole lo completó.
Aprovechando las lluvias del invierno, terminamos de desplantar
las raíces de las Hayas que ordenadamente cortamos a unos metros de
la casa para su construcción.
Las tierras de cultivo quedaron entonces listas, protegidas por las copas
del bosque alrededor.
Con los primeros indicios de primavera, pusimos en práctica lo aprendido en los germinadores que habían pasado a hacer las veces de adornos
dentro de la casa, y las primeras ramitas empezaban a aflorar.
En el sorteo inicial, perdí mi cama, ya que las primeras bolsas de
semillas - que hacían de colchón para todos - en ser sembradas, fueron
las mías.
¡Era una buena pérdida!.
En un par de meses, nuevos ingredientes mejorarían nuestra dieta y
podríamos anular definitivamente la caza.
El cumpleaños de Papá, la Navidad y el Año Nuevo, los celebramos
con toda alegría.
Teníamos pocos víveres, prácticamente ningún dulce o bebida espirituosa,
pero estábamos vivos, juntos, compartiendo un hogar y ganando la batalla
de cada día: contra nosotros mismos, contra las costumbres de tantos
años, contra la soledad y la incomunicación extrema, contra el sol ardiente
y el frío del invierno, contra el miedo de una funesta visita inesperada, que
sin querer, siempre esperábamos.
Pero a pesar de todo, a pesar del calor y los aromas que ya se podían
respirar en el aire, a pesar de que más especies se acercaban día a día
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para sumarse a Jack en nuestra vida familiar; a pesar que pronto tendríamos
nuestra primera cosecha, Mamá había estado triste y especialmente
callada la última semana.
Los vimos buscar tiempos solos.
Yo creí ser cómplice muchas veces de un romanticismo renaciente entre
ellos, cuando los dejaba pasear juntos por la orilla del lago que se
empeñaba en crecer cada día.
Pero estaba equivocado.
- Debo marchar, ahora que Nicole ya está bien, debo marchar.
- ¿Marchar? ¿A dónde Papá? ¿A qué? todos estamos aquí, tú has leído
al Abuelo, incluso has visto la televisión aquella tarde el año pasado.
- Anthy, te necesitamos aquí. Yo estoy mejor, pero tu mujer te
necesita, tu hijo te necesita, somos una familia, ahora más que nunca,
somos tu familia.
- Falta Mamá
Un silencio que pareció durar días se hizo de repente y muchas
lágrimas empezaron a llenar pupilas y rodar por las mejillas, especialmente
las de mi Papá.
- Falta Mamá Nicole. No dejo de pensar un solo minuto en ella desde
que salimos de casa aquel mediodía de Octubre.
Yo debí buscarla, debí salvarla, debí insistirle en que nos acompañara y no
lo hice.
- Pero hablamos con ella Anthy, muchas veces. Fue su elección.
- No debí dejarla, estaba tan cerca del mar allá en Elche. ¡No quiero ni
pensar! Aquella noche en aquel hotel, cuando vi la televisión, un pedazo
de mi corazón murió y se está comiendo al resto, día tras día.
Mi madre que todo lo sabía, sollozaba muda en un costado de la casa,
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ya sin energías para buscar razones o protestar. Sabía que Papá se iría,
sabía también que no dejaría que lo acompañara.
Habían sido suficientes paseos por el lago.
El no la arriesgaría y no me dejaría a mi solo en el medio de la nada,
donde nuestro hogar exitosamente, se ocultaba.
Había que aceptar que se ocultaba.
Juan apeló a la cordura, a la incertidumbre de que podría encontrar allá afuera.
Recordamos las palabras del Abuelo sobre el ser humano, pero la decisión
estaba tomada.
El Fénix había sido reparado por la dedicación de Juan y los víveres
necesarios, con toda la reserva de combustible que nunca se había descargado, estaban listos para partir.
Esa fue la mañana más triste de mi vida.
No habría tiempo para más nada.
El solo nos lo comunicó, cuando ya todo estaba listo para la partida.
No había un mate más para compartir, ni una comida para tratar de
impedirlo, nada más que un abrazo y muchas lágrimas por otra despedida.
Otra tan incierta como la que se nos había robado aquel celular la noche
anterior al Día del Flash.
Yo fui el último, cuando Nicole y Juan se empeñaban en tratar de
consolar a mi madre que no encontraba aire que respirar.
Puso su rodilla en el suelo, me deje caer en sus brazos como un chico
y nuestros corazones se acompasaron a un ritmo enloquecedor.
- ¿Sabes que te amo verdad?
Conteste con un subir y bajar de mi rostro enjuagado en lágrimas.
- Volveré con la abuela o sin ella.
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Para ti, mi amado Gabriel, mi nieto primogénito, mi ángel guardián.
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- Pero, pero nosotros te necesitamos aquí Papá, ¿qué haremos sin ti?
¿Sin tu guía? el Abuelo dijo...
El tapó mis labios con su dedo y saco de su bolsillo un trozo de papel.
Lo puso en mi mano, besó mi frente, secó mis lágrimas más recientes,
sonrió un poco, solo un poco y me dijo:
- Otros me necesitan más, yo se que aquí estarán bien, contigo.
Jack llego a mi lado para rozarme con su pelaje justo al momento en
que Papá se levantó y partió.
Lo vi alejarse sin voltear con su cuerpo flaco y espigado entre las hayas
que lo habían visto construir nuestro hogar, en dirección Norte, la misma
que tantas mañanas había tomado.
Pero ya no regresaría al mediodía.
Al escurrir mis lágrimas recordé el trozo de papel en mi mano.
Era un trozo de hoja pequeño, arrancado descuidadamente y solo decía.
Para ti, mi amado Gabriel, mi nieto primogénito, mi ángel guardián.
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Capítulo 11
¿
Qué es eso que traen? ¿Más semillas? Nos preguntó Juan, al acercarnos
con las camillas cowboy repletas de bolsas de nylon blancas.
Su cabeza se torcía raramente hacia un lado y otro, buscando un mejor
ángulo para mirar, como preguntándose ¿cómo hacen estos dos, para
cargar tanta bolsa?
- ¡Se viene la siembra de otoño! - expreso la Tía con toda su euforia.
- ¡Si, se viene la siembra de la huerta y el cereal! - Anotó Mamá con
una sapiencia que yo ignoraba.
- Y... ¿qué es eso qué traes ahí Gabriel? ¿Semillas de trigo y cebada?
- No mi amor, las semillas de esta siembra, han estado todo un año
siendo nuestra cama.
Por un momento con su natural timidez, Nicole escuchó sus
propias palabras y no pudo evitar sonrojarse.
- Así es estimado Juan, les toca quedarse sin cama - anoté - pero
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como yo soy más considerado que ustedes al momento de despojarme
de la mía, he encontrado una solución definitiva.
- ¡Si! ¡Ahora dormiremos sobre flores! Exclamó Nicole.
Setiembre había llegado.
Casi sin notarlo, llevábamos un año viviendo otra vida, tan diferente, en
medio de aquella montaña.
La primavera se había llevado a Papá, era imposible no buscarlo a cada
rato con sus vueltas nerviosas por el lugar. Pero muy a pesar del dolor
de todos y la lenta evolución de la tristeza en Mamá, una armonía especial
se vivía, cada vez más, en el Bosque de Hayas.
Cuando tenía alguna duda, recurría a las cartas del Abuelo, la completa, y la dividida por Papá.
Al principio me costó aceptar el lugar en que me puso al final de la segunda
carta.
Me culpé por ocupar para el Abuelo, un lugar en el que todos veíamos
naturalmente a Papá. Sentí que tal vez el marchó lejos de nosotros por
ello y lloré muchas noches buscando las respuestas.
Un día, poco después, simplemente vi.
Sin abrir un ojo diferente y sin reflexionar un solo segundo, deje que todo
entrara en mí y solo acepté que la elección del Abuelo, era en cierta forma
la misma que había tomado Jack, la misma que impregno al Bosque de
Hayas como nuestro hogar, la misma que se repetía en las cosas más
sencillas y las más complejas de esta nueva vida, de este nuevo orden.
De los once a los doce años, creo haber crecido una eternidad.
El Gabriel del PSP y la banalidad, se había convertido en un ser diferente,
que me encantaba sentir natural.
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“- ¡Si! ¡Ahora dormiremos sobre flores! Exclamó Nicole.
Debíamos zurcir bolsas de hilo plásticas con el amor suficiente,
para que al recibir las flores, nos arrullaran con su suavidad.”
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El mejor resumen tal vez de ese cambio, era la presencia y la guía de Jack;
la fluidez de voces en nuestra intuición y en nuestro andar.
“Sé sabio y deja que cada uno en libertad, tome sus opciones y sea responsable
de sus consecuencias. Se fiel a lo que te dicte tu entraña con grandeza, en pos del
bien de la vida que te rodea”
¡Cómo me ayudaron estas palabras a entender tantas cosas!, incluso la
marcha de Papá.
Parecía que todas las respuestas estaban escritas en alguna carta, en
mi preciado libro artesanal, o mi memoria de las historias del Abuelo
Carlos.
A la mitad del verano pasado, en mis paseos con Jack, descubrí el
florecer efervescente de las “Flores de la Nieve”.
De un momento a otro la primavera las había regado por todo rincón
y pedregal.
Solíamos quitarnos la camisa, o al menos yo imaginaba que eso también
hacia Jack y tirarnos a la sombra fresca de algún risco a dormir sobre
ellas.
Tan blancas, con sus pétalos y sus brácteas pulposas y aterciopeladas.
¡Estaba seguro que no las podíamos dañar!
Hoy sigo creyendo lo mismo.
Que la montaña las ponía allí para masajearnos al descansar.
Y entre sueños, él Abuelo llegaba siempre para contarme una historia
más, como la de los nativos centroamericanos, que mullían sus almohadas
con la hoja de la Ceiba.
- ¡Un árbol enorme!! - decía el Abuelo - ¡elegido como árbol divino
porque su altura exuberante y sus ramas siempre apuntando al cielo,
representaban las manos del hombre tratando de tocar a Dios!
Un árbol enorme que entre sus mil usos y bondades, era capaz de anidar
los sueños de aquellos que lo sabían respetar.
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Aquellos que sabían que en la Ceiba, estaba la extensión de su propio
ser hacia el universo.
Así fue que volví con la Tía aquella mañana como muchas antes, a
buscar los restos mustios de la flor de la nieve que el Invierno sepultaría
sino, y llevarlas para arrumar nuestras camas.
- Así es Juan, ¡comenzaremos por cambiar la cama de Mamá!
Me encantó verla sonreír por la ventana mientras sus manos como
siempre preparaban nuestro pan, ese que el maíz de la primera cosecha
nos regalaba amasado en su bondad.
La tarea comenzó de inmediato, aun no habíamos aprendido esa
especie de magia y no había tiempo para perder.
Debíamos zurcir bolsas de hilo plásticas con el amor suficiente, para que
al recibir las flores, nos arrullaran con su suavidad.
No sé si era el contenido de placer inmerso en el descanso que
vendría. No sé si fue el ingrediente de sueños prometidos o tal vez,
quizás, alguna invitación al sexo que por aquellos días desconocía.
Pero el hacer aquellos colchones realidad, fue una de las empresas más
emocionantes que emprendimos.
Y nos quedamos con las semillas de trigo que rápidamente encontraron
su lugar en la tierra.
Y nos hicimos de bolsitas pequeñas, que perfectamente guardadas dentro
de los sacos , en cebolla, puerro, perejil, orégano y tomate se convertirían
en pocos meses más.
Y construimos una pared de bolsas con los ex colchones extra que
quedaron, regalando privacidad a Nicole y Juan.
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Capítulo 12
U
n sonido de pisadas desordenadas nos despertó aquella mañana.
Solíamos dormir tranquilos confiando en Jack.
Él no me había avisado nada en mis sueños, ni emitido ruido alguno
al despertar.
El sonido giraba alrededor de la casa, nervioso, irracional.
Era imposible que usara tacos, pero solo pude pensar en Papá.
Logré sentir la calma de Jack y salí seguro, pero curioso, a buscar.
Nadie delante.
Preste más atención y escuche las pisadas detrás.
Corrí el tablado que habíamos construido alrededor de la casa meses
atrás, pero se me volvió a escapar.
Hasta que lo vi, al mismo tiempo que Nicole me indicaba - ¡allá!
Un grito agudo de Kano el Quebrantahuesos, hizo que se volteara
en toda su majestuosidad.
- Es un Bucardo - dijo Juan - una especie de Cabra Montesa que se
extinguió hace treinta años atrás.
99
En la escuela la estudiamos como uno de los peores ensañamientos de
caza por parte de la humanidad.
El Quebranta huesos volvió a graznar y el Bucardo se levantó sobre
sus dos poderosas patas traseras, enseñándonos su gruesa cornamenta
excepcional.
Hizo sonar sus pesuñas sobre una roca y echó a correr entre los árboles a
toda velocidad.
Yo no sabía nada de cabras, pero sentía que aquel no era su entorno
natural.
¿Que venía a buscar en el corazón del Hayal?
Nuestra familia había crecido de forma espontánea en los dos años
que llevábamos allí.
Durante la construcción de la casa, Nicole había conocido a Aqua
y desde entonces, permaneció a su lado en carácter de “hija adoptiva y
peluche oficial”.
Entre el sonido de sierras y nuestro andar apurado de la obra, Nicole
se distraía continuamente prestando atención a sonidos extraños, que
parecían alertar al bosque sobre la presencia de los recién llegados,
nosotros.
Durante un par de días jugó a las escondidas con ella, sin llegar a entender
de qué animal se trataba, hasta que finalmente, invernó también dentro
de nuestra casa.
Aqua es una Marmota muy sociable, que ha acompañado los tiempos
de desconsuelo y las largas charlas y tentaciones de risa que mi Tía,
siempre ha necesitado.
100
Con la partida de Papá, otro nuevo integrante se sumo al Clan.
También como el Bucardo, apareció captando toda nuestra atención,
pero al mediodía, hace un tiempo atrás.
Era muy raro verlo internar su vuelo en el bosque y desde el primer
momento asumimos que había llegado para cuidar a Mamá.
A nadie, en especial a Nicole y Aqua, les hacía gracia en primer
momento tener una especie plumífera de Buitre en la casa, pero Kano
- así lo llamó Mamá - se lució mostrándonos su arte al alzar en vuelo
caparazones y huesos que luego dejaría caer vertiginosamente sobre
las rocas, sin más motivo que lograr romperlos en trozos accesibles de
cumplir su increíble dieta.
El arte con la cual se alimenta el Quebrantahuesos de los Pirineos, una
rara especie de Ave Rapaz.
Kano para nosotros desde aquel día.
Él nos daba la ventaja del control periférico.
Nunca sabíamos dónde estaba, solo Mamá parecía controlar de alguna
forma su rutina, pero siempre llegaba en el momento exacto, a la casa o
adonde alguno de nosotros lo pudiera necesitar.
Admito que lo aceptamos pensando que de alguna forma, el alma de
Papá desde su búsqueda, lo había enviado a nuestro auxilio. Pero desde
hace mucho y especialmente hoy, estoy convencido de que Kano y Mamá,
son una pareja mas allá de las convenciones humanas.
Especialmente hoy que volví a ver a Papá entre nosotros.
Al principio pensé que la pareja de Juan finalmente había llegado, era
el único que faltaba.
Pero el Bucardo buscaba a Papá, Jack me lo confirmó esa tarde en uno de
nuestros paseos para medir la evolución del agua.
101
El Bucardo sigue buscándolo entre nosotros, tal
vez porque sabe que vive en nuestros corazones,
tal vez porque siente que pronto volverá.
102
Fue una aparición feliz que se repitió esporádicamente, sin previo aviso y
fugazmente desde entonces.
El Bucardo sigue buscándolo entre nosotros, tal vez porque sabe que vive
en nuestros corazones, tal vez porque siente que pronto volverá.
103
Capítulo 13
J
ack resultó un excelente peón de obra.
Yo estaba orgulloso de él.
Respetaba, adoraba y valoraba a Aqua y Kano, pero no hay nada como
tener un Oso en casa.
Una mañana, la mañana de la semana que nos tocaba tomar mate,
Juan se me acercó a hablar.
- Quiero volver a construir Gabriel, pero no puedo hacerlo sin ustedes.
Sus palabras sonaron dulces como siempre, pero extremadamente raras.
Era hermoso que quisiera construir su propia casa, el hogar de mi Tía,
aunque solo se tratara de una habitación de tres árboles por tres esquinada
con la nuestra.
Lo extraño, era escucharlo pedir nuestra ayuda y mucho mas decir “...no
puedo hacerlo sin ustedes”.
¡Nadie podía hacer nada sin los otros desde hacia tanto tiempo ya!
En nuestra vida no existían individualidades. Aún las cosas más privadas
105
eran en cierta forma comunes. Nadie pedía ayuda, nadie necesitaba que se
le pidiera.
Hasta el descanso en el momento del día que fuera, era una conspiración
silenciosa y natural.
Desde que nosotros lo habíamos entendido, lo comenzamos a notar.
Todo a nuestro alrededor conspiraba, ayudaba, se sintonizaba en el
mismo sentido, sin búsqueda, sin petición, de una forma natural.
Nada, ni nadie, más bien nadie porque “las cosas” para nosotros ya no
existían, quebraba la armonía del lugar.
Ante la sorpresa de su exhorto, y entendiendo porque aún su pareja,
su guía animal no había llegado, solo atiné a abrazarlo.
- ¡Gran idea! por supuesto que te ayudaremos, empecemos ya.
Nuestra vida carecía de plan.
Si bien repetíamos vivencias tan disimiles como revisar la huerta o abrazarnos, nada tenía un momento predefinido, todo se hacía “a la orden del
vientre”
Y ese día, el vientre de Juan, pidió a algunos árboles, que optaran por
cuidarnos aún más de cerca...y comenzamos a cortar.
Una nueva huerta era necesaria, para recuperar la pequeña inicial, que
ya nos había alimentado con seis cosechas.
Una nueva balsa nació, expedita ahora, en medio del bosque, formando
un ángulo recto con la anterior, aprovechando el sol de la tarde.
Cuando la tercera pared estuvo parada, un tremendo susto casi nos
hace abandonar.
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Nicole volvió a sus retorcijones de estómago y todos volvimos a
revisar en qué momento y de qué manera, las especies prohibidas del
Acónito o las Semillas del Tejo habían llegado a sus manos.
Los medicamentos de la antigüedad, estaban intactos desde aquel susto
tres años atrás, compartiendo lugar debajo de la casa con Jack.
No los necesitábamos, habíamos aprendido a vivir una vida sin enfermedad.
Pero con el tiempo, acabábamos de comprobar, que desaprendimos
también, nuestra capacidad de aceptarla.
Esa noche, los seis de la casa velábamos su mal estar, cuando de pronto,
Nicole sonrió e inmediatamente se puso a llorar.
Desde la mañana siguiente, las nauseas se festejaban como el sol
al despertar y aunque teníamos ocho meses más, la construcción de la
nueva casa ya no podía esperar.
Nuevamente, sin saberlo, instintivamente natural, estábamos construyendo
un hogar.
Los días se llenaban de sonrisas.
¡Era gracioso verla pasar!
Una niña con panza, acompañada por un Marmota, siempre en charlas y
risas sin final.
El cuarto verano se aprestaba a terminar.
Toda la nieve se había esfumado, y el lago, nuestro lago de siempre,
arriesgaba su existencia por mucho mas.
“ Ahora tendrás agua, luego nada y después demasiada, para sobrellevar eso, tu
cabeza debes usar”
Teníamos toda el agua que podíamos almacenar, pero era poca si el
lago desaparecía en un año más.
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“Los días se llenaban de sonrisas. ¡Era gracioso verla pasar!
Una niña con panza, acompañada por un Marmota,
siempre en charlas y risas sin final.”
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Una noche de Noviembre, durante las dos semanas típicas que nos
habíamos acostumbrado a recordar todo lo pasado desde aquella luna
creciente al llegar al Hayal, Nicole toco su panza erguida, casi por reventar
y tomó la palabra.
- La mayoría de mi niñez la viví frente a la playa, en mi Uruguay natal.
Luego nos vinimos a esta tierra, a esta España de la esperanza, de los
antepasados, y recurrentemente buscaba acercarme al mar.
Barcelona fue un cambio en ese sentido, pero al no ser niña ya, la vorágine
del trabajo, la locura del tráfico y los deberes que no se podían disculpar;
me mantenían alejada del agua, a pesar de vivir tan cerca, tan cerca del
Mediterráneo.
Cuando llegamos a la montaña, sentí un desgarro especial, pero fueron
tantos y han sido tantos desprendimientos en estos cuatro años, que nunca
encontré la oportunidad ni la forma de expresarlos.
Siento con certeza, que una niña vive en mi vientre y que pronto llegará.
Quiero en honor a esa playa que tanto echo de menos; a aquellos días
que jugábamos en la arena con Mamá o nos descuidábamos en el agua
bajo la mirada atenta de Papá, que ella, lleve por nombre Marina.
- Marina será - aseguró Juan.
Todos teníamos la más tierna sonrisa dibujada en nuestra cara y con
lo que hubo en nuestras manos en ese momento, atinamos a brindar.
- ¡Marina, Marina será!.
109
Capítulo 14
U
n día, no muy lejano, el alma del primer humano limpio, perforará las
primeras nieves para resucitar. Y no digo nacer, sino resucitar, porque
estoy convencido de que ya tuvimos la oportunidad de la forma más fácil e ideal, y
simplemente, no la supimos aprovechar.
Desde la nieve remontará, con alas blancas como la inmensidad invernal y
cual paloma de paz, llegará silenciosamente a aquietar los gemidos del hogar.
Tornará la queja en llanto y el llanto en felicidad.
Desde entonces, el mundo será habitado por un ser inquieto que siempre
buscando estará, el sendero del sol , del equilibrio y de la bondad.
Pocos o ningún enemigo tendrá, caminando y volando conquistará la dicha de su
grupo y en el futuro extenderá, su capacidad de sumarse al entorno natural.
No quería imaginarme el momento en que los escritos del Abuelo,
se hubieran aplicado en su totalidad.
Encontrar las respuestas y las confirmaciones en sus letras, me hacía
fuerte y me permitía soñar, incluso antes que a los demás.
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Un día, no muy lejano, el alma del primer humano limpio, perforará las primeras nieves
para resucitar. Y no digo nacer, sino resucitar, porque estoy convencido de que ya tuvimos
la oportunidad de la forma más fácil e ideal, y simplemente, no la supimos aprovechar.
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Cuando “Clara” llegó a casa aquella mañana de Noviembre, del mismo
día en que todos habíamos nacido, un 24; del mismo día en que mi Tío
Michel cumpliría sus treinta y un años en quien sabe qué lugar; yo supe
que Marina, estaba por llegar.
- Calienta agua Mamá, en un rato la vamos a necesitar.
La puerta se abrió de un golpe, la brisa fría del naciente invierno
recorrió el hogar, removiendo las plumas blancas que nos vigilaban
desde la cima de la despensa.
Juan entro cargando a Nicole, lista para dar a luz, la primera niña limpia,
en esta nueva historia de la humanidad.
Nadie noto su presencia, pero el llanto se volvió felicidad y atento,
casi pude ver aquella alma pura, cruzar la habitación rumbo a Marina.
Si algo le podía faltar a nuestra armonía para consagrarse, la llegada
de Marina, lo hizo realidad. La bebe era un sol que nos abrigaba y nos
aunaba como no podíamos llegar a imaginar.
Inquieta, resplandeciente en sonrisas, llena de vitalidad, era motivo y
consecuencia de la atención de todos a su respirar.
Paso un tiempo hasta que pude presentarles a Clara.
Siempre estaba allí, pero la propia existencia de Marina la eclipsaba
con increíble facilidad.
Una tarde cuando la bebé dormía, volví a tomar mi libro de cuentos
artesanal y leí los párrafos que anunciaban su llegada al lugar.
Nicole y Juan estaban orgullosos de su hija, pero no querían esa
responsabilidad.
113
Entonces, señale a Clara que desde siempre nos cuidaba desde la oscuridad
y ella, como si entendiera, se deslizo en el aire hasta el borde de la cuna de
Marina.
- No es una paloma, el Abuelo erro allí, ¿pero era fácil errar verdad?
Es una Perdiz Nival. Me llevó un tiempo notarlo e investigar.
No hay palomas por aquí, pero esta curiosa ave que habita el lugar,
fue la portadora del alma de vuestra hija. Atrevidamente la llame Clara,
Clara del Mar, mensajera de lo más puro hasta este hogar.
- Cada vez hablas más parecido a Papá - dijo Nicole con una sonrisa.
Marina parecía sonreír al identificar a su compañera de viaje,
equilibrada en dos patas sobre su cuna.
Yo había vivido once años para tener a Jack, ella había recibido la
bendición de su guía fiel, antes de nacer a esta realidad.
Fueron muchas las cosas de esos párrafos que no pude entender al
principio. Pero el tiempo, los hechos y el reconocimiento de la realidad,
pusieron un significado exacto a la premonición del Abuelo, que dentro
de mis cuentos, logré encontrar.
Mi conexión con Marina fue inmediata, en realidad anterior incluso a
aquel día.
El ser Tío, le daba a mi vejez prematura lograda en la montaña, un cierto
tinte de veracidad.
Solo contaba quince años, aquel 24 de Noviembre de 2030, cuando
nuestro hogar, y comprobaría luego el planeta, recibía la bendición de
la llegada de Marina.
114
Capítulo 15
M
is días se escurrían entre las charlas con Jack, los juegos compartidos con Marina y la atención del hogar.
El agua empezaba a escasear y la tierra dentro del bosque a agotar su
buena voluntad de entregarnos cosechas.
Habíamos vivido el proceso de desaparición del lago y hoy, recién terminado
el invierno del séptimo año, la certeza de que no llegaríamos al próximo
hidratados nos acorralaba.
Era tiempo de salir a explorar.
El sendero del Norte era el más conocido.
De allí habíamos llegado, allí volvimos cada día a rescatar del Fénix, su
cargamento y su andar. Allí había vuelto innumerables veces a esperar
por largos ratos a Papá.
Debíamos marchar hacia el Sur.
En dirección al Abuelo, que ya era un recuerdo tan lejano para todos
nosotros.
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Empezar de nuevo, volver a empezar.
Parecía un desafío excesivo, pero ya no podíamos esperar.
Los días eran sofocantes, las nieves casi no habían existido este invierno
y el río, carecía de caudal.
Lo más difícil de partir, era dejar de compartir mis ratos con Marina,
pero finalmente, un día resolvimos que habría que marchar.
Mamá preparó mi mochila, Nicole y Juan se hacían responsables de hogar
y con mis 18 años, alenté a Jack y partimos hacia el camino luminoso del
Sur.
La pared de montañas más altas se levantaba hacia ese lugar.
La pared que cubría el bosque del cenit mortal.
Demoramos dos días en cruzarla y llegar a ver que nos esperaba detrás.
Un valle se extendía seco, mustio, muerto, tras haber soportado todos
estos años de calor infernal.
Calculé unos veinte kilómetros, tal vez más, para llegar a un nuevo pico
que explorar.
Hacia el Este, la ladera indefensa había perdido la vida mucho tiempo atrás.
Hacia el Oeste, a lo lejos, se podía divisar la presencia que el Hombre
había dejado en el lugar.
Hacía muchos años que no veía una casa, un poblado, una ruta o un
corral.
La tentación era fuerte, ¡tal vez habría comida enlatada, tal vez agua
incluso! tal vez el desafío de enfrentarse a la humanidad.
Las palabras del Abuelo resonaron en mi interior una vez más, y me
escondí instintivamente, a pesar que nadie podía verme a tanta distancia.
Decidimos seguir al Sur, hasta el próximo monte y mantenernos
118
más atentos de lo habitual.
La vieja realidad se había hecho presente, como un espejismo revolviendo
una zona de memoria que había sido fácil olvidar.
Los temores superados volvieron a aflorar, pero yo estaba con Jack y de
ratos, Kano nos vigilaba desde las alturas.
Para el quinto día, ni el cansancio ni las raciones que se comenzaban a
achicar, eran un problema. ¡El problema era extrañar!
¡Como echaba de menos los ojos vigilantes de Mamá, la esponja absorbente
de vida de Marina y la armonía de Nicole y Juan!.
Pero al comenzar a bajar la ladera, por un buen rato, los pude olvidar.
La montaña se continuaba en cuatro montes que deban la espalda al Sur
infernal.
Un murmullo de agua corriendo se mezclaba con el aroma verde de
pinos, y la promesa de un nuevo lugar, comenzaba a latir fuerte dentro
de mí.
Jack pensaba lo mismo, tal vez lo sabía, pero no podía decírmelo
explícitamente, yo debía descubrirlo, una vez más.
Bajamos la ladera desde las nieves firmes del lado norte y nos dejamos
guiar.
Antes de comenzar la pradera, nos sorprendimos al verlas volar.
Eran Perdices Nivales, como Clara, que desde sus huecos en la nieve,
partían en pareja a explorar en vuelos cortos, los límites del bosque.
Las palabras del Abuelo volvían a tener sentido una vez más:
“ Desde la nieve remontará, con alas blancas como la inmensidad invernal...” y
como si de fuésemos sobrevivientes, me tire a su cuello y abrace a Jack.
“...camina a su lado, mantente en contacto con su pelaje para recordar su fragilidad.
Cuélgate de su cuello siempre que puedas y demuéstrale todo lo que lo necesitas.
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Permítete sentir que él te necesita igual. Un día te llevará hasta el Ibón de
Plan muy cerca de Sin y Gistain y al encuentro de las hadas te abandonará
para que vivas la reconciliación; allí me encontrarás...”
Al instante de cerrar los ojos para vivir el momento con mayor intensidad,
el viejo sueño de la caverna hacia siete años atrás, volvió a mi mente con
toda vitalidad.
- ¡Vamos Jack, llévame allá!
Bajamos la ladera hasta la quebrada que guiaba un pequeño rio entre
piedras y a su lado, comenzamos a remontar la montaña, una vez más.
Un bosque de pinos fue una bendición de frescura, llenando de verde
vida el lugar.
La subida era empinada, pero el agua prometía el mejor destino al llegar,
y la euforia que hervía en nosotros, cambiaba cansancio por ansiedad.
La tarde ya se escapaba de nuestras manos cuando logramos llegar.
Un herrumbrado cartel de chapa, señalaba un viejo sendero al Ibón de
Plan.
Delante de nosotros un prado extenso, rojizo y mustio, solo vivía a los bordes
del zigzagueante y caprichoso circuito de agua que buscaba bajar.
Al principio, esa decepción humana tan típica, envolvió mi alma y amargó
mi corazón. Como tanto andar, tantos días de esfuerzo, tanta ilusión
depositada en un aroma de vida y un color de esperanza, para llegar a
aquel valle muerto.
Pero un segundo después, un largo segundo después, vi que el agua
no manaba de allí, sino que atravesaba los esqueletos de un pequeño
bosque desprotegido en medio del valle.
- Vamos Jack, el lago debe estar allá atrás
120
Los troncos oscuros nos vieron pasar, guiados por la magia propia
del lugar, que si bien nos había propinado una ducha de funesta realidad,
seguía prometiéndonos en las laderas protegidas, un feliz desenlace.
Y allí estaba, el Ibón de Plan.
El lugar descripto en los cuentos de mi libro artesanal.
Dos picos altos, aun con nieve coronaban las montañas rojas, salpicadas
de pinos desordenados, casi milagrosos, sobrevivientes del lugar.
Un agua tan verde como calma, reflejaba a la derecha un pequeño
bosque de hayas y a la izquierda una línea continua de pinos sonrientes
que bordeaban el lago y continuaban varios kilómetros a nuestras espaldas,
hacia el camino andado ya.
Saboreé el agua sin cuidado, tiré mi ropa y me zambullí al tiempo que
Jack chapoteaba peces, que parecían esperarlo para saciar su apetito.
¡Por qué había demorado tanto en llegar allí!
¡Por qué me había quedado siete años construyendo agradecido en el
lugar que no era el indicado!
Porque debía seguir esa evolución lenta y dolorosa del ser humano,
que debe vivir cada etapa para aprender y estar listo, paso a paso,
para la libertad.
El silencio solo se rompía con nuestros gritos que se adueñaban del
lugar.
Estábamos exhaustos, la noche seguro sería fría, aún más en aquel lugar,
así que nos adentramos en el bosque para juntos, secarnos, compartir
nuestro calor y descansar.
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Tire mi mochila al piso contra el pino mas frondoso que encontré y
el tiempo me dio apenas para cubrirme con la frazada, antes de comenzar
a soñar.
El fondo de mi sueño se volvió azul.
Un azul profundo, donde mis ojos intentaban mirar.
Sentí que mi cabeza se sacudió y algo debajo de mi comenzó a aflorar.
Penetraba mi espina por el coxis, doblaba mi vientre hacia delante y
evitaba escapar por mi boca que se abría sin remedio, despidiéndose
por el centro de mi cráneo.
No podía verlo con los ojos, así que me escape de mí y trate de llevarme
todo el sentir que mi ser podía experimentar.
Pequeños flashes azules comenzaron a dibujar figuras frente a mí. Luces
que llegaban desde la profunda inmensidad y se juntaban con otras, que
comenzaban a iluminarse en diferentes ángulos hasta la horizontal.
Todas llegaban a un punto, a un lugar, donde la silueta de un hombre
y un oso, reposaba contra un haz de luces vertical. Desde mi mirada
externa abrí los ojos enormes para ver como el cuadro se comenzaba a
pintar.
Las líneas verticales se comenzaron a abrir y entreverar y mi mirada
atónita no lograba aceptar que éramos yo y Jack, yo, Jack y aquel Pino, con
todas sus raíces hundiéndose en la profundidad. Conectaban la tierra y el
cielo en un haz intermitente de luces, como neones defectuosos en una
vieja ciudad, que no terminan de definir una señal en particular.
Me acerque y lo pude notar, mi rostro se dibujaba por las mismas
luces, un poco más oscuras en realidad, que las que claramente dibujaban
a Jack y el árbol en el profundo azul de aquel sueño tan real.
Entonces volví a mi, no lo planee ni lo pude evitar; y sentí como
que los haces de luz me atravesaban desde los pies hasta el paladar.
122
Ya no lo veía de fuera, movía mis manos y eran luz, azul, que se mostraba
en la oscuridad.
Jack dormía inmóvil a mi lado y podía notar las fluctuaciones de su respirar.
Una sensación extraña desparramo la luz de ese eje que sentía me
atravesaba y al mismo tiempo note que algo se proyectaba desde mis
manos.
Entonces recién mire al costado.
Todo el bosque se había dibujado en neones intermitentes, que luchaban
por ser firmes a mis ojos inexpertos para mirar.
“Es tiempo de caminar con los ojos cerrados, para ver” me llegaron
las palabras del Abuelo, escritas y dichas hace ya tantos años atrás.
Procuré relajarme, como aquella noche en la caverna desconocida y
penetrar lleno de certeza la oscuridad.
Entonces los neones se hicieron más continuos y parecían la sabia
luminiscente de la vida que me rodeaba.
Uno con otro, cada árbol se vinculaba en sus raíces y sus ramas y se incrustaba en nosotros, llenándonos de luz, haciéndonos parte.
El espectáculo era fabuloso, un sueño del que no quería despertar.
De pronto algo se movió y no era Jack.
Pocos metros a la derecha, kilómetros quizás pues imposible era adivinar
distancias, un pequeño conejo saltaba brillante en la oscuridad.
Otro movimiento y otra luz blanca captaron mi atención.
Ahora bajaba desde un árbol y en un segundo, unía sus luces al conejo
provocando un tímido resplandor estallar.
Parecía un búho, o algún ave rapaz, un búho o una lechuza o un mochuelo
boreal en aquella oscuridad. Todos resplandecían en líneas blancas.
Estaba siendo testigo de la vida del bosque habitual, a través de flujos
de energía que se entrelazaban con total armonía.
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“Es tiempo de caminar con los ojos cerrados, para ver”
me llegaron las palabras del Abuelo, escritas
y dichas hace ya tantos años atrás.
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Era un sueño maravilloso y cada vez, mi vista se extendía más.
Una luz muy blanca llamo mi atención a lo lejos, una luz muy blanca
rodeada por otras azules
Entonces sin moverme me trasladé hacia allá.
Era como que mis ojos y mis sentidos se podían extender a través de las
raíces de los árboles y en un viaje fugaz e incontrolable llegar a cualquier
lugar.
Y me encontré parado frente a dos casas, frente a dos balsas a noventa
grados y un gallinero flotando en un Hayal.
Sentí que algunas lágrimas corrían por mi mejilla.
Una luz muy blanca llamada Marina reposaba en su lugar, con su paz de
siempre y el vigilar de Clara, rodeada por Juan y Nicole, que resplandecían
a un tono un poco más oscuro que mis manos que los querían tocar.
Aqua presintió mi llegada y sentada sobre sus patas traseras, hizo su
gracia habitual.
Dos alas grandes se abrieron sobre el tejado vecino y abrazada a sí misma,
vi dormir a Mamá.
De alguna forma el sueño me había transportado a casa, en ese
mismo instante, pero por más que hablaba, sólo los animales parecían
notar mi presencia en el lugar.
Me sentí chupado por el bosque y en un instante, la visión se alejo
y desapareció. Volví a mi cuerpo en aquel árbol, a aquel árbol en el Ibón
de Plan, reposando a la vera de Jack.
Aun cuando fuera un sueño, me había devuelto la tranquilidad.
Mi clan dormía en paz, yo podía descansar.
125
Capítulo 16
- ¡Busquemos las Hadas Jack!
El Abuelo en sus palabras desde mis sueños años atrás, me había
mencionado las hadas del Ibón de Plan y yo estaba decidido a encontrarlas
aquel día, antes de regresar.
Recorrimos las orillas del lago y la sorpresa no tenía final.
La herencia de la era glaciar era rica en el lugar.
Un hermoso y profundo lago, tres enormes montañas cuidando de las
nieves del lugar, frondosos bosques de Pinos y Hayas y una explosión de
vida animal.
Nada se espantaba a nuestro paso, parecían sentir claramente que jamás
los podríamos dañar.
Una parvada de Urogallos se robó nuestra atención.
Era como ver nuestras gallinas una vez más, pero más bonitas, más exóticas,
exuberantes aves que la historia tenía extintas para aquel lugar.
Pero ni un hada se nos apareció mágicamente en nuestro andar.
127
- Descansemos un rato antes de emprender la vuelta.
Para eso, también era bueno Jack y para recordar viejos tiempos,
nos quitamos la camisa y nos tiramos sobre el suave colchón de Edelweiss
a dormitar.
Entonces el sueño volvió y yo supe inmediatamente que era real.
El azul profundo pinto su escenario y ahora eran las raíces de las
flores de la nieve las que me conectaban con el resto del lugar.
Los neones eran aún más claros que en la noche previa y mi capacidad de
vista, había aumentado tras reconocer el lugar.
Afuera, fuera del sueño aún era de día, pero yo veía todo en negativo,
testigo atento de otra realidad.
Los urogallos brillaban en absorto picotear, algunas perdices remontaban
su vuelo, el río corría entre las piedras que brillaban con igual intensidad
y el bosque se anunciaba resplandeciente y nervado sobre el universo de
oscuridad.
Jack me miraba y su rostro de luz parecía sonreír, lo que me impulso
a explorar aun más.
Un instante más tarde ya estaba en el Hayal, observando la vida
corriente de nuestro Clan. Entonces sentí un golpe en mis rodillas y
cuando mire abajo, me deje caer con ganas de llorar.
Marina me estiraba sus brazos y me contaba que Clara y Aqua, le habían
mostrado un nuevo lugar.
La tome de sus manos pequeñas, blancas y luminosas y me deje arrastrar.
Nicole nos miraba pero no podía verme, tal vez pensaba que Marina
estaba en una de sus aventuras solitarias, con los amigos imaginarios que
de chicos nos permitían encontrar.
128
Marina me dirigió hasta una de las hayas del lado de atrás de la casa y
me invito a sentarme a su lado.
Como una bocanada de aire, el bosque se metió en mí y mi vista se
extendió aun más. “Abracen a los árboles y déjense invadir”, ¡como demore
tanto tiempo en recordar!
Las líneas blancas se alejaban y definían onduladamente diferentes escenarios sobre una tela oscura sin final.
Comenzaron a aparecer más luces moviéndose, la mayoría azules
como la mía.
Era como ver ejércitos aproximándose desde una colina y otra y otra
más allá, acudiendo a una batalla en la que ningún arma se habría de
usar.
A veces, como si de estrellas fugases se tratara, algunas luces rojas
rompían la formación.
Como la piedra que en la superficie del río marca su pasaje en ondas
concéntricas al picar.
Pero rápidamente, las ondas de luces azules se cerraban sobre la roja,
apagando su fulgor y devolviendo la armonía al lugar.
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, mi cabeza se extendió hacia
atrás arrugando mi nuca y sentí un extraño vacío en la panza.
Era incómodo, ¡pero yo conocía aquella sensación!
Entonces una voz muy leve comenzó a llegar:
“No temas a los animales, tú no eres parte de su alimentación natural. Ellos
dentro de su cadena alimenticia mutaran, si deben mutar.
Teme a los humanos hambrientos y exentos de toda moral.
Yo ya había escuchado aquello, pero aunque miraba a un lado y otro,
no podía localizar desde donde llegaba ese murmullo familiar.
129
Como una bocanada de aire, el bosque se metió en mí y
mi vista se extendió aun más. “Abracen a los árboles y
déjense invadir”, ¡cómo demoré tanto tiempo en recordar!
130
Mi cabaña está lamentablemente cerca de la ciudad, por lo cual, debí resguardar
el lugar.
Dos cercas perimetrales de cuatro y tres metros tuve que alzar, a una distancia
prudencial.
Arriba, cuidaban los caprichos de la montaña y sostendrían las rocas que
me quisiera enviar, pero abajo, abajo cumplirían su misión primordial.
Catorce perros he tenido la fortuna de acompañar, y agradecer que en ese túnel
perimetral, quisieran vigilar.
Seis de ellos, no pude salvar.
Algunas veces, eran intrusos solitarios, fáciles de espantar.
Otras, verdaderas hordas caníbales sin principios, ni límites por respetar.
Pero ellos, mis fieles perros, siempre sabían con que intenciones se acercaban a
nuestro hogar.
Era el Abuelo, estaba seguro, pero solo quería acallar mis pensamientos,
para atender más claramente la voz, que de a poco, tomaba volumen y
consistencia.
Una tarde Duke, mi compañero más leal, me adelanto la llegada de alguien
especial.
Prepare la mesa, descorche una botella de vino y espere a que los siete perros
restantes que rondaban los límites de nuestra tierra, me confirmaran su llegada.
No hubo escándalos ni rabias, no hubo luchas, no hubo perdidas, no hubo
rival.
Al abrir la puerta, dos años después del Flash, mi hijo Michel, llegaba a su hogar.
- ¡Mi Tío! Se me escapó y una vibración repentina borroneo la
imagen de mi sueño realidad.
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Cuando todo volvió a su lugar, un conjunto de árboles luminosos
rodeaban una cabaña y sobre la terraza se dibujaban las siluetas, una azul y
otra blanca, de dos hombres que me miraban.
- ¿Gabriel? ¿Eres tú?
Sin remedio me eche a llorar y al instante los tuve ante mis rodillas,
que contra mi vientre me empeñaba en apretar.
Cuando su mano toco la mía, sentí que hasta ese momento estaba vacío.
Algo inmenso inundo mi ser y al tiempo que crecía mi cuerpo parecía
flotar.
- ¡Gabriel, sabía que llegarías a la reconciliación! Hoy es un día muy
especial.
Mis ojos se abrieron de un golpe, las montañas del Ibón me miraban
atónitas, como Jack, que sentado sobre sus patas traseras, parecía ser
testigo de todo cuanto yo experimentaba.
Sentía que iba a explotar, mi pecho no tenía lugar para respirar y mis
manos inquietas no paraban de buscar.
Lloré, supongo por horas, lloré de felicidad.
132
Capítulo 17
L
a imagen era entre hermosa y escalofriante: Kano, Marina con
Clara en su cabeza y Aqua parada en sus dos patas traseras, nos
esperaban a la entrada del Hayal.
Aceleramos nuestra corrida cuando los vimos y comenzamos a
escuchar los gritos desesperados de Nicole, Juan y Mamá, que habían
notado la ausencia de la pequeña de tres años ya.
Todos llegamos juntos al mismo lugar.
El abrazo fue enorme, un abrazo de siete que se amaban y que se habían
extrañado como nunca antes, por diez días.
Un abrazo que descargaba la desesperación de los tres que buscaban a
Marina y toda la ansiedad por llegar mía y de Jack.
No veía la hora de traducir mi luz, la luz de Marina, a todo el Clan.
Marina me entretuvo como buscando dilatar el momento, ella sabía
que debía ganar calma para poder trasmitir lo que había vivido a los
demás.
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La imagen era entre hermosa y escalofriante: Kano, Marina con Clara en su cabeza
y Aqua parada en sus dos patas traseras, nos esperaban a la entrada del Hayal.
Entendí su mensaje y comencé por las andanzas y el detalle del lugar, de
nuestro próximo lugar.
Mamá y Nicole como siempre lloraban, de la más pura alegría.
Juan no dejaba de preguntar.
Nos alimentaron, nos mimaron, nos hidrataron y nos devolvieron el
calor de hogar, que tanto echamos de menos en nuestro andar.
Cuando casi todo estaba dicho, los animales de la familia se retiraron
del hogar y Marina partió tras de ellos, al encuentro del crepúsculo en el
Hayal.
Era el momento y como el Abuelo, yo sabía que todo se aprendía haciendo,
así que no había mejor forma de explicarles, que invitarlos a vivirlo en
libertad.
- Por más que he vivido leyendo al Abuelo durante estos siete años,
confirmando sus mensajes y siguiendo sus enseñanzas, debo aceptar que
no he sido el mejor y que en muchas, me he demorado en acertar. Muchas
veces sus palabras “Es tiempo de caminar con los ojos cerrados, para ver”, que
también repitiera Matías al pasar, tuvieron significado para mí, pero nunca
las entendí tanto como estos últimos días al recostarme y al vivir las otras “
abracen a los árboles y déjense invadir”.
Entonces salí de la casa y les pedí que me acompañaran.
Mamá, Nicole y Juan, me seguían atentamente hacia el bosque, como
cuando alguien tiene un regalo muy grande por enseñar.
No les sorprendió en exceso cuando al llegar al árbol elegido del Hayal,
Marina y los otros tres ya rondaran el lugar.
- No hay un lugar indicado, cualquiera puede ser, pero hoy, lo viviremos
acá, el lugar elegido por Marina.
137
- ¿Por Marina? - preguntó Juan
- Si Tío Juan, recuerda que Marina es la primer alma limpia, ella nos
lleva una enorme ventaja.
Como si de una sesión de hipnosis se tratara, nos recostamos alrededor
del árbol, uno hacia cada punto cardinal y trate de llevarlos con mi voz, a
vivir un sueño que en realidad, era realidad, otra realidad, pero realidad
al fin.
- primero se perderán en una azul y oscura inmensidad; eso puede
provocar temor, pero déjense llevar.
Yo que viví la experiencia cada noche y cada rato que la ansiedad
del regreso desde el Ibón me permitía reposar, ya navegaba con increíble
visión y ritmo esa dimensión excepcional. Trate de frenar, de recordar la
inexperiencia de aquella primera noche en el Ibón de Plan.
Si a mí me había llevado tantos años, no necesariamente ellos la podrían
vivir hoy, bajo mi ansiosa guía.
La reiteración también me había regalado la capacidad de controlar
ambas dimensiones al mismo tiempo. Era consciente de lo que pasaba en
luces y lo que pasaba en la vieja realidad. En realidad todo era lo mismo,
solo que la una, la vieja, acontecía solo acá, en el limitado lugar donde mis
pies se paraban, y la otra, la nueva realidad, me transportaba a cualquier
lugar del más allá.
- Si en algún momento no ven lo que les digo, déjenme saber, de lo
contrario, sigan adelante en su propio ritmo, tal vez después, ya no me
puedan escuchar.
El azul enorme empezara a mancharse con luces blancas y azules, que de
a poco irán tomando forma y se develaran a sus ojos cerrados, como el
lugar en el que están.
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Al principio será difícil que logren distinguir que las luces son el propio
árbol en el que están recostados y el resto del bosque, la casa y el resto de
los que estamos acá.
El silencio prometía un nuevo viaje, ahora grupal.
- Dejen que las luces los guíen, abran muy bien los ojos en la oscuridad,
manteniéndolos cerrados a esta realidad. Yo estoy aquí, esperándolos,
viendo cada movimiento que hacen.
Las luces azules de los tres se definían lentamente a mi costado
y Mamá fue la primera en vibrar. Le tome de las manos para que me
reconociera y me sintiera, sabía del vértigo que se sentía al despertar a
aquella nueva realidad y ella, seguramente esperaba en su llegada encontrarme cerca.
Nicole fue la segunda, tuve que contenerla para que no se perdiera entre
las raíces del Hayal.
Entonces Marina, que brillaba en su fulgurante blanco, como testigo
sapiente del cruce dimensional, se acerco a Juan y se acomodo en su
falda, recostando su cabeza al pecho de su Padre.
Inmediatamente Juan reaccionó, su cuerpo vibró en el bosque y su luz
azul se avivó en la oscuridad.
- Mírenme ahora, reconózcanme, reconózcanse ustedes, y a Marina, a
Aqua, Clara, Kano o Jack. Cuan más profunda sea su calma, más perfecta
será su visión; menos esos neones chispeantes que ven se moverán, y más
claro podrán definir cada cosa en su vibrar.
Tomen mi mano y lentamente, busquen reconocer el lugar.
Cada árbol, vuestra propia casa, sus cosas, transparentes y luminosas, es
simplemente otra visión, una nueva visión de la realidad.
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- Pero veo algunas cosas muy lejos que no reconozco - ¡y ahora se
acercan! - Dijo Nicole
- No temas, en esta dimensión no hay distancias ni tiempo, no hay
límites, veras cuanto quieras ver y exista reconciliado en la vida natural.
- ¿Reconciliado? que quiere decir reconciliado Gabriel
- Así como yo puedo vivir esto desde hace 5 días y ustedes lo viven
por primera vez, el resto de los humanos se va sumando, de a poco, a
esta maraña de luces que ven ahora y que en unos días, será tan, tan fácil
de navegar.
- ¿Eso que vemos allí es gente?
- Tal vez veas unas colinas de luces y algunos contornos de luz circular. Si, es gente como nosotros, que seguramente no conocemos, pero
que algún día conoceremos ya que son nuestra nueva sociedad.
- ¿y te has encontrado con conocidos? - pregunto con miedo Mamá.
- No con Papá, aún no encuentro a Papá.
En ese momento todos experimentaron un temblor.
Yo me permití sonreír y me aparte para disfrutar aquel ritual involuntario
de escalofríos ascendentes hasta nucas quebradas. El mismo que de niño
experimentábamos en el Jeep al llegar.
Primero saludó a Mamá.
Tras un abrazo más largo que el de costumbre, él tomo su rostro iluminado
por lágrimas de felicidad y beso su frente. Ella permaneció inmóvil y muda
en la oscuridad.
Luego sentó a Nicole en su pierna y a abrazo a Marina con su brazo
Izquierdo, el de abrazar.
- ¡Mi niña, mi niña, cuanto te he extrañado! ¿¡por qué abandonaste
tanto tiempo a tu Papá!?
140
Nicole sólo reía y lloraba, imposibilitada de hablar.
- Tenía que ser parte tuya, la primer alma limpia de esta humanidad.
Hola preciosa, nos volvemos a encontrar - Dijo el Abuelo saludando a
Marina con total naturalidad.
- Juan, te presento al Abuelo Carlos, Abuelo, este buen hombre es Juan.
Como el chico que era, aquel hombre Juan, se dejo rodear por los
brazos de quien lo había guiado hasta esa vida.
Entonces hizo una especie de reverencia, giró su cuerpo hacia la
cabaña que ya todos podíamos ver y casi tocar, abrió sus brazos, “como
los tienen esas pinturas de gente en las iglesias” y dijo:
- Me encantaría que se quedaran, pero ya es suficiente por hoy y
deben regresar. Caminemos juntos ahora, sin apuros, en paz. Construyamos esta nueva vida sin distancias, pero no nos perdamos de la belleza
que nos brinda aquella vieja realidad.
Los árboles, los animales, las flores y el mar, siempre estuvieron aquí y
allá, nosotros somos bebés aprendiendo a vivir una parte más de las que
podremos explorar.
Vuelvan mañana, yo tengo mate, ¡con Michel que está loco por veros,
los invitamos a desayunar!
Gracias Gabriel, gracias a ti, mi amado Gabriel, mi nieto primogénito, mi
ángel guardián.
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Registro de Derechos de Autor – Ley 9.739 – L32 R2285
16/12/2011 – Montevideo – Uruguay.
EQUINOCCIO
DE PRIMAVERA
El día del flash
Inmersa en un Universo que sigue su plan original, una familia como tantas,
busca incrédula en las certezas de su Patriarca, un camino de supervivencia que
los llevará hacia un nivel de consciencia diferente; hacia una nueva realidad.
Una lucha simple y pacífica, que tras reconocer los senderos de la humanidad,
se abre al camino de la selección natural y la sincronía innata del ser con todo
lo que lo rodea.
ISMAEL CARLOS MICÓN

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