entre la anarquía y el despotismo
Transcripción
entre la anarquía y el despotismo
ENTRE LA ANARQUÍA Y EL DESPOTISMO La anarquía se entiende como desorden o confusión en relación con la vida social y se presenta cuando hay ausencia o relajación de la autoridad; es decir, cuando un pueblo carece de Dios y ley, como se decía antiguamente. El despotismo, a su vez, corresponde a la autoridad absoluta, no limitada por las leyes. La palabra déspota se deriva de una voz griega que significa precisamente señor o amo. Edgar Boden Heimer explicó el derecho como el punto medio entre la anarquía y el despotismo. Para empezar, consideramos necesario aclarar que entre los juristas, al igual que en otras disciplinas sociales, hay dos tendencias principales: los que justifican la voluntad y los que se apoyan en la razón; es decir, los que creen en el uso de la fuerza como su principal “argumento” y los que creen en la persuasión mediante argumentos que lleguen a un consenso mínimo. Luego de este breve prefacio, veamos el significado del famoso “punto medio”; pero antes, examinemos los conceptos de anarquía y despotismo, aparentemente ubicados en extremos opuestos, pero que en la práctica son similares, porque ambos están alejados del concepto fundamental de ley. En un Estado anárquico hay carencia de leyes, mientras que en un Estado despótico tampoco funcionan las leyes, en razón de que el déspota siempre hará lo que le dé la gana, aun cuando utilice un marco jurídico que en la práctica solo servirá para aparentar que no es un dictador; empero, todos sabemos que si una ley le estorba, no dudará en quebrantarla. En consecuencia, ambos sistemas se basan en la carencia de leyes. Recordemos que Popper criticó con vehemencia el “punto medio” de Aristóteles, porque puede llevar al engaño. Este jurista, si en verdad quiso decir lo que entendemos, cometió un craso error de concepto, pues ambos sistemas producen lo que conocemos hoy en día como inseguridad jurídica o falta de confianza en las instituciones. Un segundo aspecto que es muy importante se refiere al principio universal de no contradicción que nosotros hemos tratado en diversas ocasiones y que permite la identidad y permanencia del sujeto. El Estado de derecho tampoco puede excluirse de este principio, porque la institución y la ley para poder “ser” deben basarse en la permanencia; y esta es su condición sine qua non. Definir el Estado de derecho como un punto medio entre dos carencias es lo mismo que decir nada. Sin embargo, para orientarnos sobre su ideología, veamos un pensamiento de T. Hobbes: “No es la rectitud (rightness) sino la autoridad la que crea el derecho”. Este autor, es claro, entendió el derecho como un acto de voluntad del soberano, a la par de H. Kelsen que lo concibió como: “un orden coactivo mantenido por la fuerza pública”. Estos autores, al igual que el vizconde de Bonald, Maistre, Donoso Cortés y Pareto creen - digámoslo así – en que “la letra con sangre entra”. Todos ellos atacaron la declaración de los derechos del hombre, porque en el fondo ellos odiaron a la humanidad (tal vez podríamos ablandar estos términos en relación con Pareto). Veamos algo de los Pensamientos de Pascal e imaginemos a dos personas que caminan por una acera en dirección opuesta. “¡Qué bien se ha hecho en distinguir a los hombres por el exterior más bien que por las cualidades interiores! ¿Qué pasará entre nosotros dos? ¿Quién cederá el sitio al otro? Él tiene cuatro lacayos, y yo no tengo más que uno: esto es visible; no hay que contar; yo tengo que ceder, y soy un necio si le contesto”. Se infiere que este autor otorga a la fuerza de su rival y por extensión a cualquier fuerza (representada por el número de lacayos) un poder natural de sometimiento y obediencia. Su punto de vista es que debemos reconocer la fuerza (del déspota) sin chistar. Con estos antecedentes teóricos, veamos la declaración paladina de un miembro de la novísima Corte Constitucional del Ecuador: “El interés colectivo está por sobre la ley”. Y ¿cuál es el interés colectivo según este “personaje”? Pues sin lugar a dudas el suyo propio o, cuando más, el suyo junto al de sus colegas arribistas que, se entiende, estarían velando por sus sueldos y otras prebendas, estas sí de su pequeña colectividad. Hasta aquí hemos tratado puntos de vista teóricos y una declaración sui géneris; sin embargo, para claridad de nuestro amable lector es necesario un breve recuento de los hechos acaecidos que dieron origen a la Corte Constitucional de marras. En el Ecuador, en los próximos días se cumplirán dos años de Gobierno socialista. ¿Cuáles han sido los hechos más notables? En cuanto a la forma, podríamos mencionar una serie concatenada de muy costosas elecciones y un inmenso gasto público que no tiene parangón en nuestra historia y que ha esquilmado los ahorros, incluso de los fondos de pensiones; en cuanto al fondo, lo único “digno” de mencionar es la aprobación, vía referéndum, de la nueva Constitución. Se podría decir que todo este proceso ha sido democrático y que fue la voluntad del pueblo, y tal vez sea verdad, salvo el uso abusivo de la propaganda oficial y un ataque virulento a la libertad de expresión, basado en amenazas y descalificación de los medios; sin embargo, el problema radica en que la recién estrenada nueva Constitución, tal y cual nosotros lo habíamos previsto, no es respetada ni por las mismas autoridades que la patrocinaron, y conste que no nos referimos a los muchos casos de ambigüedad de interpretación en donde el Ejecutivo puede hacer lo uno o lo otro según su conveniencia; sino a los casos en que quizás por descuido la redacción resultó clara; pues bien, utilizando un “régimen de transición” que apareció después de clausurada la Asamblea Constituyente, el Tribunal Constitucional, en forma espuria y por obra y gracia de los hechos consumados, se transformó en Corte Constitucional. Por supuesto que el culmen de este estado ilegal e ilegítimo corresponde a la declaración mencionada con anterioridad y que sintetiza la visión totalitaria de este Gobierno socialista: “El interés colectivo está por sobre la ley”. El Estado de derecho definido como un “punto medio” nos lleva al absurdo. El Derecho es una realidad concreta fundamentada en el consenso; es el conjunto de normas que regulan la convivencia de los hombres dentro de una sociedad organizada, establecida según los principios de la justicia; el Derecho idealmente considerado abarca un sector de la Ética. Las normas del derecho positivo serán tanto más justas cuanto más se acomoden a las del derecho natural, eslabón de enlace con la ética. La norma del derecho positivo se distingue por su generalidad, por su ser imperativo y por su ser coercitivo. Lo imperativo lo distingue de lo puramente ético y lo último por que es soberano. A propósito, ¿qué es el razonamiento jurídico? Señores, la seguridad, es decir, la permanencia de la ley, e incluso de su interpretación, a lo que se refiere la “generalidad”, constituye la esencia del Derecho. ¿En qué queda la protección de los derechos humanos? Todos sabemos que las inmunidades requieren ser establecidas constitucionalmente y que además es fundamental un sistema de control judicial de la constitucionalidad de las leyes realizado por un poder independiente. Como complemento de la seguridad jurídica vale referirnos a la obra de Shakespeare: El mercader de Venecia, acto cuarto (diálogo entre Shylock, el judío rico y el dux de Venecia): “Si me lo negáis, que el daño que resulte de ello recaiga sobre la constitución y las libertades de vuestra ciudad (…) Esta libra de carne que la reclamo la he comprado cara, es mía, y la tendré. Si me la negáis, anatema contra vuestra ley. Los decretos de Venecia, desde ahora no tienen fuerza. Espero de vos justicia”… La ambigüedad y sobre extensión de la redacción constitucional; así como la discrecionalidad en su aplicación, sin lugar a dudas que constituyen un obstáculo para el respeto de los derechos humanos, y entre estos, como suele ocurrir con regímenes totalitarios, ha sido precisamente la libertad de expresión la más cuestionada y zarandeada; lo más grave es que parece que esta situación ha sido planificada, al menos en lo principal, pues el resto corresponde a un temperamento soberbio y quisquilloso. En cualquier caso, la experiencia histórica nos demuestra que cuando hay autoritarismo e imposición se torna necesario silenciar a la oposición. Los recursos para dicho objeto son múltiples; la apropiación de un diario y de dos canales de televisión, más el control estatal de las frecuencias radiales son una pequeña muestra; empero, las actitudes dicen más que las palabras: algunas personas han sido apresadas por haber presuntamente ofendido a la majestad del Presidente. Esto nos trae a la memoria un episodio de la época colonial citado por Mijares en su biografía de Bolívar: “Por tales méritos Monteverde le nombró el año 12 gobernador de Caracas (…) Él hizo exponer a la vergüenza pública, en la plaza de Capuchinos, pendientes ambos pies de innoble cepo, al pundonoroso Luzón, oficial de pardos, por atribuírsele no sé qué gesto, al pasar por la casa de Monteverde”… Todos sabemos que los gestos son una de las formas más espontáneas de expresión del pueblo. En relación con la libertad de expresión, que por definición no puede tener cortapisas o censuras, hemos sido testigos de hechos verdaderamente grotescos y bochornosos como las interrupciones a un periodista en un programa matinal de noticias por televisión. Comportamientos de esta índole por parte del Gobierno no son precisamente ejemplos de madurez; el pueblo, la audiencia, merece respeto. Aclaramos que nosotros no hemos estado de acuerdo con dicho periodista en muchas cosas, tanto de forma como de fondo, especialmente con aquello que denominamos “periodismo militante” (ver artículo con este título). El periodismo – partamos de un hecho – es crítico y necesita serlo por su propia naturaleza; así cuando un político accede al poder – en algunos casos como el presente gracias al firme apoyo del periodismo militante – y después recibe críticas que no estaba acostumbrado, suele reaccionar como si fuera tratado injustamente, sobre todo si es novato en la política, porque quien se haya desempeñado en otros cargos de representación popular, se entiende que ha probado el agridulce de aparecer en los medios a la luz de diferentes ángulos; ahora bien, el ataque sistemático a los medios independientes y la falta de voluntad para cumplir con las leyes – incluso las patrocinadas por ellos mismos -, obedecen, entre varias causas, a una fundamental: el afán de perennizarse en el poder; veamos: en Argentina hay una carrera de postas, no disimulada, entre los esposos Kichner; en Venezuela no es un secreto que Chávez busca con tozudez la reelección indefinida; mientras que en Cuba – paradigma del socialismo populista – Castro acaba de celebrar medio siglo de gobierno unipersonal. En este contexto, lo de Ecuador no es precisamente una excepción. Es un hecho conocido que en Ecuador la estabilidad es una virtud difícil de alcanzar y que un Gobierno democrático debe trabajar, en primer lugar, con el objetivo básico de completar el período para el que fue elegido; entendiéndose que esto, por sí solo, constituye una hazaña; sin embargo, el comportamiento irresponsable para poder triunfar en sucesivas elecciones es peligroso e incluso explosivo; porque, al final de cuentas, está condenado al fracaso; al igual que el negocio de pirámides financieras, muy conocido en este país, pero ahora, lastimosamente, extendido a los Estados Unidos, algo que no pudimos imaginar. Nelson Mandela declaró que “la libertad no se comercia, solo los hombres libres pueden negociar”. Es claro que la libertad, al derivarse de la ley natural, no puede tener puntos medios. Señores, no estamos de acuerdo con Pascal, si ellos hacen eso con un periodista de apreciable audiencia nacional, qué podrían hacer con esta Página. CARLOS DONOSO G. Enero de 2009