Las formas del vértigo
Transcripción
Las formas del vértigo
Martínez-Márquez, Alberto. Las formas del vértigo. San Juan / Santo Domingo: Isla Negra, 2001. 118 págs. La palabra poetizada Mario R. Cancel Las formas del vértigo de Alberto Martínez- Márquez, volumen de poesía publicado por Isla Negra editores el año 2001, constituye un interesante experimento con la palabra poética. Desde El límite volcado, antología hecha pública por la misma editorial en el año 2000, los lectores aguardaban una obra de conjunto de este escritor puertorriqueño de la generación de 1980. El premio que la antología El límite volcado recibió del Pen Club de Puerto Rico en el certamen correspondiente a los libros publicados aquel año, consagró como poeta a un creador que venía dejando su huella desde 1985. El libro además dejó demostrado que la voluntad creativa de lo ochentistas debía ser tomada en cuenta por la crítica. En Las formas del vértigo, obra enteramente suya, Martínez Márquez puede manifestarse con más propiedad y transparencia. El texto recoge una muestra significativa de la obra formativa del poeta redactada entre los años 1986 y 1990. Los títulos de las colecciones son toda una aventura por las sugerencias que contienen y la complicidad que las mismas requieren del lector. En “Las formas del vértigo” (selección del 1986-1988), “Aluvión” (correspondiente al 1989) y “A contraluz” (muestrario del 1989-1990), el autor crea la sensación de lo inestable y la perplejidad de una realidad dominada por la incertidumbre. La incertidumbre del aturdimiento y el caos, del torrente y la riada y del enfrentamiento, se configuran con la palabra que juega por todas partes. La pregunta es ¿por qué el poeta asume el lenguaje de la vacilación para enfrentarse a las cosas? Detrás de ese lenguaje aparencialmente incierto se encuentra la noción de la fluidez de las cosas que ha invadido el discurso contemporáneo en momentos de ruptura con la seguridad que ofrecía la modernidad. En la primera sección “Las formas del vértigo,” la cuál da título al libro, Martínez-Márquez se posiciona ante el dilema de la creación. Por eso comienza con la “Poética {1988}” (17) y la descripción del abismo que se abre en el espejo, signo de exactitud y falsedad. La plasticidad del lenguaje poético es evasiva y apabullante. Al lector no le queda más remedio que imaginar lo que parece inimaginable como quien mira una escena surrealista en la tela o en la pantalla de cine. Esta poesía es una búsqueda “del paisaje perdido” (19) y de un yo deformado, tal y como se asegura en la imagen de la figura adusta “como la boca de un borracho,” en “Autorretrato.” (21) Los elementos de un feísmo decadente pero salvador aparecen ya en ese texto breve y conciso. Los logros literarios de ese proceso de infiltración de lo antiestético son incuestionables. El reconocimiento de la contingencia de las formas le lleva a afirmar y negar alternativamente los elementos de la presunta realidad con una naturalidad atropellante: “qué es el vértigo? / una piedra c / a / e al río / y forma un torbellino / NO!” (18) Desde esa percepción cargada de fugacidad se expresa con una certidumbre meridiana. Los poemas de Martínez-Márquez son de una estructura en la que predomina la antítesis y la oposición. Una extraña dialéctica del absurdo aparece por todas partes en este conjunto todo lleno de vacíos y ausencias. Por eso afirma que “los ojos han dejado de mirar a lo lejos / porque miran dentro y escupen.” (21) La razón y la lógica han dejado de ser una alternativa. La poesía es la renuncia de esas argucias. La alteridad del absurdo se impone en este discurso enriqueciendo unas imágenes que no dejan de dar la impresión de que son, efectivamente, pensadas. Por eso es creíble que exista “un cielo que llueve minotauros” (27) o que “los caracoles / se apagan / encima / del reloj.” (42) La palabra sola crea la figura y la constituye y la llena. En todo aquel tránsito perplejo, el icono del espejo se dibuja con atrocidad insolente como explicación de todas las dudas del escritor. En general, el espejo le devuelve una imagen tan seductora y engañosa como un espejismo. El poeta reconoce que no tiene otra opción y simplemente la hace suya con desconfianza. En “Aluvión,” la colección de poemas de 1989, esa tendencia a la fluidez y la transparencia se afirma de la mano del poema breve. Como simple frase al vuelo, a veces haikú sereno, las gráficas frases y sus trazos estructuran una forma del anti-pensamiento más atrevido. No hay descripciones en esta poesía dominada por la metáfora pura. Los poemas recuerdan cierta prédica creacionista y algunas de las saetas de Nicanor Parra o los breves interludios de Giusseppe Ungaretti. En ocasiones las palabras juntas son un intento de axioma impreciso: “Dialéctica / hebra / de la memoria / naufragando / en la ceniza / de la razón oscura.” (77) En este texto el pensamiento (la dialéctica), el mar (el sitio del naufragio), la muerte (la ceniza) y la negación de la luz (esa razón oscura que niega a Lucifer), ofrecen un discurso coherente que representa una actitud de este tiempo histórico. La impresión de desasosiego se afirma mientras progresa el poemario: “Ausencia / monólogo / de / una silla / en / el desierto.” (85) Todo el relato detrás de los poemas denuncia que el autor no mira hacia el mundo exterior cuando escribe: simplemente lo evade. La poética de Martínez-Márquez no es un proyecto público. Este es un discurso interiorista y evanescente en el cual el poeta se mira con insistencia a sí mismo. La ruptura con el lenguaje de la generación de poetas del 1960 es evidente. El cuadro se completa con las palabras de “A contraluz.” Aquí el poeta ha definido su noción de lo que significa estar a la vanguardia, caminar de frente a las cosas. Está en el “laberinto” y no ha salido del “vértigo” como asegura en el poema “Puesta del laberinto.” (103) Técnicamente no ha habido un cambio en cuanto a la situación inicial. La única salida es la confusión: “voy y vengo / a empellones por el tiempo / sin parar mientes en nada / y a cada cosa pregunto / qué nombre de ellas tengo.” (105) El camino conduce a la irresolución. El poemario culmina con la irradiación del no pensar: “El mal día / hoy tengo calvo el pensamiento.” (118) La confesa desnudez de ideas no niega la validez de los poemas. ¿Hay pesimismo en esta poesía? Si negar la razón y el orden es una afirmación de pesimismo, no estoy en condición de negarlo. Pero si ese culto al caos se elabora como pre-condición para la liberación de un gravamen, entonces me veo en el deber de aplaudirlo. Yo también he querido salir de la cárcel de la razón. Todo esquema, todo cosmos, es una trampa y una prisión. El creador, el demiurgo, produce su cosmos y dentro del mismo se regodea hasta donde los espacios que inventó se lo permiten. Pero siempre los espacios se hacen chicos y debe demoler lo creado. Ese es el placer de escribir. Cuando termino la última página de Las formas del vértigo de Martínez-Márquez, me encuentro ante tres libros y tres posicionamientos respecto al problema de la escritura. La voz poética del autor se manifiesta con exactitud en este libro. Al cabo uno sabe cómo piensa la poesía Alberto Martínez-Márquez. El problema es que el volumen no deja ver cómo ha crecido esa textualidad en el momento de mayor creatividad del autor: la década de 1990. A pesar del carácter múltiple de este volumen, algunos elementos en común recorren los espacios del mismo. La preocupación con la idea y la coherencia del tiempo y esa extraña mitología del espejo que cuestiona la realidad real, aparecen intermitentemente a lo largo de las tres partes. Una sensación de asco con reminiscencias sartrianas es fundamental en la construcción de multiplicidad de figuras. Es como si el autor hubiese perdido la tolerancia a un orbe manifiestamente insoportable. Esta repulsión puede tener orígenes diversos: una presunción filosófica de que en realidad todo decae y perece, la filmofagia que sé caracteriza al poeta y que marca la construcción de su literatura de una manera notable, o un deseo sin precedente de inventar fantasmagorías con la palabra. Una “mano ensangrentada” contrasta con una “rosa (que) profiere moscas” (17) en “Poética {1988}” Las moscas no son nuevas en la poesía: Charles Baudelaire y Antonio Machado las cantaron desde perspectivas distintas y sugerentes, bailoteando en una carroña o circundando las caras de los muertos. En MartínezMárquez pierden algo de esa autonomía terrenal para transformarse en pulido motivo poético que solo a distancia anuncia suciedades. La sensación de lo repugnante pesa tanto en este libro como la de lo bello porque no hay frontera entre un mundo y otro. La idea del “veneno” se reitera (22, 25), igual que las alusiones a la “orina” (25, 51) y al prosaico hecho de escupir (55). En “Argénida siempre supo de la herida,” poema dedicado a Manuel Ramos Otero, “(la casa vomitaba cuartos ciegos...)” (34) Estos espacios, la casa o el campo abierto, parecen vacíos de sus significados tradicionales y ocupados por otros. ¿Por qué esta escatofilia por la obscenidad de lo sucio en la poesía de Martínez-Márquez? ¿Por qué esa pasión por lo grotesco? Algo de “maldito” a la manera saturniana se oculta detrás de la palabra poética pulcra de Martínez-Márquez. Influencia de la lectura o náusea existencial, aquí nadie encontrará la esperanza de una solución fácil al problema vital del ser. Al final de la colección el poema “Travesía por el tiempo suicida” (117) es un loor a esa causa. Al extremo del camino sólo queda la inmolación, la aproximación al cero y la auto-negación. No creo que deba recalcar que la generación de 1980 de poetas sólo ha producido una obra madura y visible entrados los noventa. Los espacios editoriales tardaron en abrirse para estos poetas por lo que la valoración de su producción colectiva está todavía por hacerse. Las formas del vértigo es una demostración de que la poesía ochentista se ha ganado un espacio en las letras puertorriqueñas que nadie le puede discutir. La pregunta obvia es cuándo tendrá el lector acceso a la obra de Martínez-Márquez de los años 1990 a 2000. Espero encontrarme pronto con un muestrario de la palabra poética de Martínez-Márquez de cara al siglo XXI. Como poeta, como crítico, y como activista literario, Martínez-Márquez tiene mucho que decirle a la república de las letras. Las formas del vértigo es una promesa de que así será.