Introducción - Facultad de Ciencias Sociales - UBA
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Introducción - Facultad de Ciencias Sociales - UBA
Jornadas Nacionales de Debate Interdisciplinario en Salud y Población Área de Salud y Población del Instituto de Investigaciones Gino Germani Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires Sede: Facultad de Ciencias Económicas 29, 30 y 31 de Julio de 2009 Área: Sexualidad, género y salud reproductiva Parirás sin dolor: discursos y experiencias de la psicoprofilaxis obstétrica en la Argentina de los años ‘60 y ‘70 Karina Felitti (IIEGE-CONICET) [email protected] Introducción A partir de la década de 1950 y con mayor intensidad en la siguiente, en el contexto de profundos cambios sociales y culturales que implicaron a las relaciones entre varones y mujeres, los roles de género y las convenciones sobre la moral sexual, las consideraciones acerca de la maternidad, la paternidad y el modelo de familia se modificaron sustancialmente (Nari y Feijoo, 1996; Felitti, 2000; Cosse, 2006). Esto obedeció a diferentes factores. Por un lado, la posibilidad de controlar la fecundidad de manera eficiente mediante la difusión de los métodos anticonceptivos modernos permitía decidir con mayores posibilidades de éxito el número de hijos (Felitti, 2009). Muchos niños nacidos en estos años, especialmente entre los sectores medios quienes por su situación social, económica y educativa tuvieron más oportunidades de apropiarse de las novedades que ofrecía la industria farmacéutica, fueron hijos “buscados”, es decir, formaban parte de un plan. Aunque no pueda establecerse una relación causal entre un hijo planificado y un hijo querido, que los niños formaran parte de un proyecto de pareja y de familia auspiciaba una dedicación especial. Esto no implicó que las mujeres dejaran sus ocupaciones laborales, educativas, sociales, la industria del baby sitting creció de manera exponencial a medida que las madres regresaban a sus tareas y las abuelas se mostraban más reticentes a renunciar a su ya ganada libertad para cuidar de sus nietos (Primera Plana, 1963a). El incremento del número de mujeres en el mercado de trabajo fue un dato muy visible que respondió a los mayores niveles educativos y apuestas personales, así como a las exigencias de una crítica realidad económica. Las familias con dos ingresos se 1 volvieron no sólo un símbolo de los cambios ideacionales sino también una respuesta necesaria para mantener un estándar de vida y, en otros casos, arañar la supervivencia (Wainerman y Geldstein, 1994). Además de los datos censales existentes, otros signos retrataban las transformaciones en las familias de clase media: el mayor consumo de alimentos preparados y de artefactos domésticos que buscaban aliviar las tareas del hogar, el aumento de la matrícula en las guarderías y jardines infantiles, así como los cambios en las pautas de crianza (Waimerman, 2005: 80).1 Otro signo de cambio fue el protagonismo que ganaban los padres; su presencia en el hogar comenzó a ser valorada positivamente, lo mismo que su participación en las tareas de cuidado y de crianza (Cosse, 2008). Este nuevo escenario fue un tema recurrente en varios productos de la industria cultural de la época - libros, revistas, programas televisivos y actividades - que procuraron satisfacer una nueva necesidad: cómo educar a las flamantes generaciones y educarse a ellos mismos para vivir en un tiempo de cambios tan rápidos y radicales (Felitti, 2009; Cosse, 2008). En este contexto no solo la crianza comenzó a pensarse en términos distintos al pasado, también el embarazo y el parto se transformaron en temas de discusión social, dando lugar a un nuevo mercado de consumo y auspiciando nuevas actitudes y prácticas. Esto se relacionaban con el cambio socio cultural que acabamos de describir - la mujer reclamaba un lugar con mayor protagonismo, el feminismo reivindicaba la autonomía del cuerpo femenino, la masculinidad mostraba nuevas facetas – y también, con los avances que se daban en el campo de la Obstetricia. En esta ponencia propongo analizar los debates que se produjeron en el campo médico a partir de la introducción de las nuevas técnicas del parto sin dolor o parto psicoprofiláctico y sus correlatos sociales y culturales. Uno de mis principales objetivos es valorar el impacto que tuvieron estas nuevas formas de entender y vivenciar el parto y comprenderlas en su contexto. Para ello tomaré como fuentes de análisis publicaciones del ámbito médico así como revistas de femeninas, de interés general y de crianza para ofrecer una primera aproximación a un tema complejo, en el que se combinan representaciones y mandatos acerca del cuerpo, la sexualidad, el orden de género y sus entramados sociales, culturales y políticos. 1 La Ley nº 20.582 (1973), que creó el Instituto Nacional de Jardines Maternales Zonales, y la nueva Ley de Contrato de Trabajo nº 20.744 (1974), que establecía mejoras a la condición de las mujeres en el mercado laboral y, en especial, la de las madres, confirmaba el interés estatal en apoyar las condiciones de las madres trabajadoras, aunque el discurso pronatalista que lo guiaba no fue capaz de hacer que los proyectos llegaran a reglamentarse. 2 Aprender a parir Desde mediados del siglo XIX el poder médico avanzó sobre la sociedad argentina y consolidó un lugar de indiscutible poder al establecer vínculos de trascendencia con los agentes estatales, deseosos de conformar una nación vital y sana (González Leandri, 1999). Una de las características de este proceso fue la construcción de un discurso que llamaba a controlar los cuerpos, su apariencia, circulación y puesta en uso, por parte de un saber científico que encontraba en las corrientes higienistas y en la cuestión social sus principales justificativos. Un ejemplo de ello fue la rápida extensión de los partos hospitalizados, una práctica que había estado tradicionalmente en manos de parteras y vinculada al mundo de relaciones femeninas y que pasó a ser objeto de intervención médica, enfrentando el saber popular con el floreciente poder de la Medicina, manejada casi exclusivamente por varones (Correa, 2000; Zárate C. 2007). Aunque en sus orígenes esta decisión no había llevado a una mejora en la salud de las mujeres sino lo contrario,2 la institucionalización se justificó en nombre de la salud pública. A partir de los años treinta las formas de atención de la embarazada y del parto comenzaron a revisarse y posibilitaron la emergencia de nuevos modelos que, al tiempo que procuraban solucionar eliminar algunos peligros obstétricos, facilitaban herramientas para que las mujeres vivieran la experiencia de parir con menos dolor y desempeñando un rol más activo. Uno de los renovadores fue el obstetra inglés Grantley Dick Read quien consideraba que la aprensión y el temor al parto eran resultado de la desinformación y de los mitos construidos sobre él. Según este médico para lograr el “parto sin temor” y “sin dolor” resultaba imprescindible instruir a las mujeres sobre las características del proceso y de ese modo, superar el síndrome temor - tensión – dolor (Read, 1959). Su método desarrollaba cuatro puntos básicos de instrucción: educación, respiración correcta, relajamiento y ejercicios concurrentes con la respiración para llegar a un “parto natural”. Las clases no debían ser más de 10 y en ellas se debían contestar todas las preguntas relacionadas con el parto pero también con la concepción, aunque lo imprescindible era escuchar a las mujeres y responder sus inquietudes en un lenguaje sencillo. Las mujeres que asistían a su programa debían 2 Ignaz Phillip Semmelweis (1818-1865), un médico húngaro preocupado por las muertes causadas por fiebre puerperal en el hospital de Viena, notó que la muerte de parturientas era más alta entre aquellas atendidas por médicos y estudiantes que en los casos en que hubiera intervenido una partera. El descubrió que los médicos y estudiantes realizaban necropsias y les hacían tactos a las mujeres sin lavarse las manos. Las parteras solo se dedicaban a la atención de las mujeres y estaban en una sala determinada del hospital. Para la misma época Pasteur daba a conocer estudios con premisas similares acerca de la importancia de la asepsia. 3 aprender cómo respirar, qué comer, cuáles eran las posturas correctas y para después del parto, diferentes modos para recuperar la figura y nociones de crianza. Los “maridos” ocupaban un lugar importante en sus propuestas: recomendaba su presencia en el parto, si tenían una instrucción previa y si su esposa lo deseaba. Como parte de la nueva industria del parto, Read había lanzado también una línea de productos compuesta por un cinturón de maternidad y un corpiño para el embarazo y la lactancia. Read reconocía que su aprendizaje sobre el parto se lo debía a los grupos de mujeres con los que trabajaba su esposa, quien, sin ser profesional, ofrecía cursos de capacitación mientras vivían en Sudáfrica. Esas mujeres le habían dado la oportunidad de entender algo que él no podría jamás vivir en carne propia. De todos modos esto no significaba que les reconociera a las mujeres una sabiduría innata, sino que observándolas, escuchándolas, podía saber cuáles eran los mitos, dudas y temores más frecuentes. Aunque quienes sucedieron a Read criticaron el tecnicismo prescriptivo de su método – instrucciones para respirar, pujar – él mismo reconocía que no se trataba de prepararse para una prueba atlética y también respondía a quienes se preguntaban para qué aprender sobre algo que era tan natural. Para Read había sido la cultura la que le había quitado naturalidad al proceso dotándolo de sentidos negativos y sufrientes; por eso había que instruirse, para desaprender las falsas creencias y proyectar una imagen feliz del acontecimiento. En ese sentido llamaba a considerar al parto como un acontecimiento normal y no como una enfermedad, un acto que producía bienestar y felicidad. Las ideas de la otra escuela en boga en estos años, que en Francia popularizó Fernand Lamaze, se basaba en la teoría de los reflejos condicionados del fisiólogo ruso Ivan Pavlov. Los obstetras que siguieron esta corriente sostuvieron que, desde pequeñas, las mujeres recibían mensajes que aseguraban que el parto era un procedimiento doloroso. Estas advertencias creaban una disposición mental que una vez desencadenado el parto, se ponía en acción y asimilaba todas las sensaciones con el dolor. Este modelo buscaba crear una idea positiva sobre este acontecimiento y proporcionar a las mujeres un entrenamiento que les permitiera una participación activa, por medio de técnicas de relajación, respiración y pujo. En tiempos de Guerra Fría, este método conocido como el de la Escuela Rusa, fue señalado como “un modo soviético de parir” y fue interpretado en clave política. Su introducción en Francia contó con el apoyo del Frente Popular y generó resistencias entre los más aguerridos opositores a la experiencia comunista (Tornquist, 2006). Estas ideas llegaron a la Argentina a principios de los años cincuenta. Uno de sus principales promotores fue Ricardo Gavensky, quien se había formando en los 4 Estados Unidos junto a Read y aplicaba estos conocimientos, desde 1951, en la Maternidad “Instituto Samuel Gache” del Policlínico de Rawson en Buenos Aires (Gavensky 1955).3 Los cursos que se preconizaban duraban alrededor de dos meses y además de incluir técnicas y ejercicios de relajación y respiración, con clases de gimnasia incluidas, también preparaban psicológica para el parto y el postparto, e impartían conocimientos básicos de puericultura (Padres, 1973). En varias reuniones científicas de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de Buenos Aires (SOGIBA), se discutieron trabajos que abordaban las ventajas y obstáculos del método psicoprofiláctico. El propio Gavensky sugirió mejorar la organización y la capacitación del personal involucrado y por otro lado, reforzar la pedagogía que se empleaba con las asistentes a los cursos, recomendando, por ejemplo, la utilización de láminas y de una pizarra para explicar “didácticamente” el origen del dolor de parto y su relación con el temor, junto a la influencia de los relatos distorsionados, las leyendas y la tradición (Gavensky, 1964). Otra presentación también consideraba beneficioso notificar a las mujeres cómo se desarrollaría el parto y todo lo que involucraba a la preparación anterior: tactos diagnósticos, enemas evacuantes, goteos para regularizar el ritmo contractual y la posibilidad de una episiotomía con anestesia (Rivio Martín, 1961). Lejos de cuestionar la validez de estas prácticas lo que se planteaba era la necesidad de avisarles a las mujeres lo que estaba por sucederles. Para algunos médicos, una ventaja importante de este método era que permitía reducir las anestesias, un recurso al que consideraban riesgoso ya que podía obstruir el trabajo natural en el parto y provocar la necesidad de fórceps (Winogrand et al, 1969). No todos los médicos opinaban favorablemente, varios se preguntaron por las ventajas de estos procedimientos, es decir, si se aplicaban con el solo objeto de aliviar el dolor de la mujer o si había otra razón de mayor peso para hacerlo (Cornelli et al 1965; Gómez et al 1965). Les resultaba “muy simpática ver la inquietud de los obstetras por encontrar nuevos caminos, nuevos métodos, nuevos recursos para aliviar a la mujer y facilitarles el parto” (De la Colina, 1965). Para muchos el dolor era un componente más del parto, que las mujeres debían aceptar. Por otro lado, resultaba difícil calcular el éxito de estas iniciativas por la imposibilidad de medir el dolor, dado que los umbrales tienen variaciones muy personales. Además, tomar como evidencia el “comportamiento tranquilo” de las parturientas, podía ser otra forma de controlar sus cuerpos y estigmatizar como “histéricas” a quienes sí expresaban sus 3 Esta obra está escrita en un estilo claro y sencillo, con fotos y dibujos que permiten visualizar los ejercicios, sin dificultades. Esto hace que el texto pueda ser consultado por un médico o una partera y también, de manera directa, por una mujer embarazada. De hecho, el libro me llegó de una mujer que lo había comprado durante uno de sus embarazos. 5 malestares y angustias. Tampoco todas las instituciones habían introducido en sus protocolos de atención estas modalidades. Por ejemplo, en 1970, en el Policlínico Bancario, todavía no había una había Escuela de Psicoprofilaxis: las mujeres se preparaban con una partera y después la atendía otra, lo que algunos médicos consideraban “un disparate psicoprofiláctico en todo sentido” (Guglielmone, 1970). Evidentemente muchas cosas se ponían en juego. Los nuevos modelos de atención del parto se basaban “en toda una concepción distinta sobre la participación de la mujer, revalorizando sus derechos como tal y como madre”. La idea era que el niño naciera más fácilmente, sin tanto sufrimientos y que la mujer pudiera vivir plenamente su maternidad y no sólo soportarla. De este modo la mujer se transformaba en “actora de su parto”. Aunque la presencia de los padres en la sala de partos quedaba supeditada a la voluntad del médico y a las circunstancias, su asistencia a las clases del curso preparatorias – en algunas especiales y a las últimas – eran cada vez más frecuente. En sintonía con lo que se esperaba de la “nueva paternidad”, se reconocía la importancia de que el padre compartiera el proceso de embarazo y de nacimiento con su esposa, en lugar de estar fumando en los pasillos del hospital o la clínica. De todos modos la presencia de los padres en la sala de partos comenzó a verse más frecuentemente en la década del ’70, lo mismo que su asistencia a los cursos. Para ese entonces, otro adelanto de la ciencia que resultó clave para la nueva paternidad fue la utilización del monitor ultrasónico fetal. Este elemento que sería luego criticado por limitar los movimientos de las mujeres durante el trabajo de preparto y parto, fue visto en su momento cómo una forma de involucrar a los padres. Los médicos tenían otras herramientas para verificar el estado del niño y a partir del quinto o sexto mes auscultar los latidos cardíacos fetales usando el estetoscopio obstétrico. Por su parte, la madre podía comenzar a sentir los movimientos a partir del segundo trimestre pero el padre quedaba fuera de esa posibilidad salvo por la posibilidad de colocar su mano y sentir la “patadita” (Schupack y Steimberg, 1973). Este avance técnico además de habilitar una mayor cercanía de los padres con el hijo en camino servía también para ubicar la placenta, diagnosticar embarazos gemelares y despejar dudas y ansiedades si no se sentían movimientos o en el caso de pérdidas. El parto vertical y los debates médicos Inscripto en la renovación que introdujeron estos nuevos modelos de atención del parto, la posición de la mujer al parir también fue objeto de debate. Cerámicas 6 precolombinas, dibujos egipcios, relatos antiguos, pinturas medievales y renacentistas mostraban la existencia de sillas o sillones de parto a lo largo de la Historia. Por otro lado las experiencias de mujeres de distintas tribus y comunidades indígenas de todo el mundo mostraban que el parto en posición acostada era una invención de la corporación médica que sólo a sus miembros reportaba beneficios. En la Argentina fue Tucho Perrusi, médico clínico y biólogo, fue quien señaló con vehemencia las ventajas del parto vertical y quien introdujo el primer sillón de parto. En 1954 realizó una investigación sobre 123 tribus indígenas que demostraba las ventajas médicas de esta posición mientras buscaba modelos de sillas obstétricas en diferentes períodos históricos (La Razón, 1965; Mamina, 1968). Esto lo llevaba a señalar la paradoja de que fuera la mujer moderna quien terminara usando un método tan antiguo de parir. Por eso Perrusi no se presentaba como el creador del sillón sino como su revitalizador. En 1962 su modelo fue llevado a la maternidad Pedro A. Pardo. Su descripción era la siguiente: cómodo respaldo que da punto de apoyo a las piernas, dos agarraderas dispuestas al extremo de cada brazo, dos pieceras que sirven de punto de apoyo a la semiflexión de las piernas. De este modo, “sentada en el sillón, en el momento de expulsar, la mujer apoya firmemente sus pies en las pieceras, puja con fuerza hacia abajo, centrando su energía sobre el periné. Mientras los músculos, exigidos por el hecho de estar apoyada sobre los pies, estiran naturalmente la articulación que se abre para dar paso al feto” (Capsiski, 1976). Otro médico que apoyó la innovación de Perrusi, también comprometido con los temas de planificación familiar, fue Eliseo Rossenvaser. Este profesional se desempeñaba como catedrático de la Universidad de Buenos Aires, trabajaba en el Hospital Israelita y también en la clínica privada que su padre Jacobo Rossenvaser había fundado en 1934. En 1965 este centro se convirtió en una clínica de parto vertical hasta su cierre en 1974. Rosenvasser, quien para 1976 registraba unos 7000 partos atendidos de este modo, encontraba varias ventajas a la posición vertical: mayor comodidad, tranquilidad y adaptabilidad para la mujer que podía sentarse “como en su casa”, más fuerza para pujar, dilatación rápida, brevedad del período expulsivo, disminución del número de complicaciones y del uso de sus derivados fórceps o cesáreas-, menor cantidad de desgarros al proteger el perineo, rápida y sencilla salida de la placenta, menor esfuerzo fetal y por consiguiente una madre y un niño más sanos y felices (Capsiski, 1976). Roberto Caldeyro Barcia, Director del Centro de Latinoamericano de Perinatología y Desarrollo Humano (C.L.A.P, Montevideo, Uruguay) y Presidente de la Federación Internacional de Sociedades de Ginecología y Obstetricia también 7 apoyaba este método. Eduardo Wagner quien atendía los partos del Hospital Regional Abra Pampa de Jujuy, daba su testimonio a la revista Vivir. El había vivenciado que las mujeres de las comunidades indígenas no iban a parir al hospital porque no querían ser acostadas, solo concurrían a la guardia aquellas que tenían alguna complicación, por eso todos los casos que atendía terminaban siendo graves (Capsiski, 1976). A pesar de las anunciadas ventajas y del interés que había cobrado el tema en las revistas de salud y crianza, para mediados de los años ’80 el sillón de partos sólo estaba disponible en unos pocos centros de la capital: la Clínica del Sol, el Mater Dei, el Sanatorio Quintana, el Finochietto, la Clínica Colegiales, la del Buen Samaritano y el Hospital Isralelita, el Santoianni y el Posadas (Ditone, 1985). La falta de información y el peso que tenían los argumentos en su contra habían restringido su circulación. Para algunos detractores del método, que esta fuera la forma de parir de las mujeres indígenas confirmaba que se trataba de una opción “primitiva” contrapuesta a los ideales de modernización y progreso que debía revestir la ciencia. Otros argumentaban que el sillón de partos ocupaba mucho lugar y que restringía la movilidad en la sala. La más seria era la que veía en esta postura un problema a la hora de atender una complicación. En un informe periodístico de 1968, en el que procuraban presentarse las ventajes y desventajas de esta modalidad, Gastón Gibelli, Jefe de la Maternidad del Hospital Tornú, consideraba que su única ventaja era que facilitaba el período expulsivo mientras que las del parto horizontal eran más significativas. En la posición acostada se podían controlar mejor los latidos fetales, era más fácil colocar las anestesias locales o paracervicales, practicar una episiotomía, realizar tactos, utilizar fórceps o realizar una intervención cesárea sin perder tiempo, posibilitar la extracción de la placenta de forma manual y revisar la cavidad uterina después. Ante el peligro de sufrimiento fetal y la falta de tiempo para evitar un desenlace dramático, Gibelli veía en el parto vertical sólo un obstáculo. La variación de posiciones que se confirmaban durante la Historia servía para argumentar de manera opuesta a la de Perrusi, al destacar que todas habían sido posteriormente descartadas (Mamina, 1968). Rosenvasser había estudiado una respuesta a esta cuestión y probado que el sillón que el utilizaba en 18 segundos se transformaba en una camilla que permitía una intervención cesárea (Capsiski, 1976). De todos modos él y quienes apoyaban este método sabían que los rechazos eran ideológicos. Lo que se ponía en discusión era la disputa de poder entre lo masculino y lo femenino, entendiendo a la ciencia médica como manifestación del poder masculino. El parto horizontal al acostar a la mujer la asimilaba a una enferma y la dejaba en un lugar pasivo. Esto también marcaba una diferencia. Mientras Rosenvasser y otro médico partidario del parto vertical, Bruno 8 Elías Famá, del Departamento de Ginecología y Obstetricia de la Maternidad Italiana, hacían que sus pacientes entraran caminando a la sala de partos y salieran del mismo modo, cargando ellas mismas a sus recién nacidos, el doctor Carlos Pericás recomendaba un reposo de al menos diez horas. Este profesional tampoco veía posible el parto vertical por falta de espacio y además, le parecía que la mujer siempre se terminaba incorporando para pujar (Tonus, 1974). Un testimonio de otro médico entrevistado para dar su opinión sobre el tema introduce otro elemento al debate. Juan León, ex jefe de las maternidades del Hospital Cosme Argerich y Bartolomé Churruca, relataba que en la Maternidad del Hospital Argerich habían propuesto a las parturientas colocarse en “cuatro patas” y no pudieron proseguir “porque las madres se resisten a adoptar una postura que les parece poco elegante”. En su experiencia era la experiencia semi sentada y con movilidad previa de la parturienta la que daba mejores resultados (Tonus, 1974). Este relato nos lleva a preguntarnos por las opiniones de las propias mujeres sobre estos métodos y las consecuencias sociales y culturales de esta “nueva” forma de parir. Experiencias en primera persona En los años sesenta y setenta las revistas femeninas, de interés general y de crianza se ocuparon de presentar los debates que suscitaban las nuevas formas de parir, dentro de una agenda que ponía a los temas de sexualidad y de crianza en primer plano. Bajo la necesidad y la excusa de educar a los niños, estas publicaciones ofrecían elementos de entendimiento a una generación de adultos formada sobre la base de otras pautas y que ya no encontraba todas las respuestas en los lugares tradicionales.4 La “revolución de los niños” era un signo de los nuevos tiempos que sostenían los descubrimientos de la Psicología sobre la importancia de los primeros años de vida y un mercado que había encontrado en esa franja de consumidores una fiel clientela, ofreciendo nuevos modelos de coches, pañaleras que hacían la tarea de lavado y esterilizado de pañales, remedios que sabían a golosinas; una oferta de golosinas, espectáculos y programas de televisión (Zimmerman, 1966). Al mismo tiempo, el ambiente psi habilitaba miradas menos edulcoradas en relación al nacimiento y la crianza de un bebé, y la crisis que la llegada de un hijo necesariamente 4 Este proyecto comprendió una tarea coordinada de publicación en distintos medios de prensa –que comenzó en el diario La Razón en 1956–, presentaciones televisivas y radiales, dictado de cursos y conferencias, atención en sus consultorios privados, en el marco del Hospital de Niños y, desde 1966, en la Segunda Cátedra de Pediatría que Escardó dirigía en la Facultad de Medicina de la UBA. 9 implicaba (Nourissier, 1966). Ante esto la preparación aparecía ya no como recomendable sino como imprescindible. Las revistas femeninas daban cuenta del renovado interés que tomaba el parto no sólo como tema médico sino social. Karina, por ejemplo, señalaba los esfuerzos que estaba haciendo la medicina para que la mujer pudiera participar “más plenamente en este acontecimiento bendito”, aunque las imágenes que acompañaban a este pequeño comentario mostraran el rostro de una mujer acostada, inmovilizada, que sólo podían hacer algo con sus gestos (Karina, 1966: 59). Otra premisa era que los recién nacidos tenían que estar con la mamá y no en la “vidriera” de una nursery. Las madres debían reclamar a su hijo consigno y romper los códigos comerciales. A esto se sumaban las voces a favor de la lactancia materna, ya que no sólo se trataba de nutrientes sino del cariño que así transmitían (Mendoza, 1973). En su columna de la revista Claudia, la periodista Adriana Civita comentaba las ventajas del método psicoprofiláctico en primera persona. Ella era ya madre de dos niños pero nunca había sido instruida sobre el parto, hasta que asistió al curso preparatorio para tener a su tercer hijo. Allí advirtió “lo injusto que había sido todo: llevarme a dar luz indefensa, asustada e ignorante como un animal al matadero” (Civita, 1960: 11). No solo las revistas femeninas se ocupaban de esta “novedad”, también Primera Plana, dentro de sus secciones dedicadas a la “Vida moderna” se explaya sobre las ventajas de las nuevas maneras de parir, situación que confirmaba la importancia de los medios de comunicación en la difusión de la novedades que acontecían en el campo médico (Primera Plana, 1967: 47; Primera Plana, 1963b; Escardó, 1963: p.28). Eva Giberti, impulsora de la Escuela para Padres se ocupó especialmente del parto vertical. Por su experiencia personal – había parido en la clínica de Rosenvasser- y por sus estudios, se hizo una férrea defensora de este método. En Adolescencia y educación sexual celebró ir dejando atrás viejas escenas de sumisión, como era parir acostada, con las piernas en alto, atadas a las perneras, sin nada para tomarse y hacer fuerza con los glúteos expuestos y desnudos, con la sensación de estar “entregada pasivamente a la actuación de médicos y parteras”. Para Giberti, además de la información y de los ejercicios de relajación y respiración, resultaba crucial estar en un lugar de mayor igualdad respecto al médico y la posición sentada lo hacía posible (Giberti, 1973). Por eso Giberti comprendía las objeciones al parto vertical como una cuestión ideológica que sometía a debate la relación médico paciente (Giberti, 1983). Esta interpretación de Giberti se refrendaban en los testimonios de muchas mujeres atendidas de este modo. En 1965, una madre contaba al diario La Razón: 10 “Comprobé que todos me trataron con más respeto... con más gentileza. Recuerdo ... que durante mis dos partos anteriores las enfermeras me impartían órdenes, me gritaban, asustaban e inhibían. Yo no podía defenderme, estaba en inferioridad de condiciones. Pero esta vez, levantaron el sillón y yo me encontraba arriba, más alta que ellos.. Creo que una mujer sentada (y elevada...) inspira más respeto que una mujer acostada” Lo mismo opinaban otras mujeres también entrevistadas en el hospital Israelita por el mismo diario (La Razón, 1965). Maria del Carmen Brion, una feminista que en los años ’80 protagonizó una importante batalla judicial contra la práctica indiscriminada de cesáreas y oxitocina, Crónica, 1990) recuerda el nacimiento de su segunda hija de este modo: “Las mujeres que parimos en lo de Rosenvasser no decíamos, como hoy suele escucharse “lo voy a tener con Rosenvarsser”. Teníamos bien claro que éramos nosotras las que lo íbamos a tener `en lo de Rosenvasser`” (Brion, 1995: 37). Además, acceder a esta experiencia no era una cuestión de status, ya que la clínica trabajaba con obras sociales. Ella recuerda que en la clínica no había neonatólogo, había pediatra porque se creía que si un bebé nacía respetado, nacía sano. El curso era diferente al que se implementaba usualmente: se daban 8 clases que consistían en las preguntas de las mujeres y las respuestas del médico; no se enseñaba gimnasia ni técnicas de respiración. Como recuerda Briones: “Nos habíamos preparado todas para ser maratonistas o bailarinas y terminamos – todas, sin excepción- pariendo colgadas como vacas listas para el sacrificio” (Brion, 1995: 39). Haydee Barilari trabajaba como partera junto a Rosenvasser, quien era también su marido. Ella recuerda la gratitud de muchos matrimonios y las ventajas que ellos encontraban desde el punto de vista médico. Ella guarda una emotiva carta que una mujer le escribió en reconocimiento a su trabajo, en la que afirmaba: “a pesar de haber sido madre de una niña hace cuatro años en un parto normal puedo asegurar que recién ahora puedo decir que hice nacer a mi hijo”. Sin embargo, esa frase que revelaba un nuevo protagonismo no desdeñaba del poder médico; según dice la misma carta la presencia de Rosenvasser era clave “porque el médico es la imagen de la seguridad, a el confié mi vida y la de mi hijo” (AA, 1971). Algunos años más tarde, en 1974, una joven psicóloga publicó un libro muy provocador en el que denunciaba el tecnicismo médico, la exaltación de la maternidad como mito y la falta de políticas de protección y promoción en el plano material (Videla, 1974). Con el aval de Florencio Escardó y Marie Langer como prologuistas de la obra, citas de autoridad que daban un marco de respetabilidad a un libro por demás polémico, Mirta Videla, a tono con la alta politización de la época y el impacto del feminismo, resaltaba la opresión del hombre hacia la mujer y confiaba en los cambios 11 que podría traer una revolución social; describía los métodos anticonceptivos, considerando que esta información estaba ausente en los espacios públicos, y se refería a las políticas mundiales en planificación familiar y control de la natalidad. Tanto en el prólogo de Langer como en el libro, las presiones natalistas del gobierno peronista eran cuestionadas; Videla señalaba que las medidas sobre la planificación familiar no iban acompañadas de otras que protegieran la salud de la madre y el niño, ni con la creación de guarderías y jardines de infantes como sostén fundamental de la madre que trabaja. Maternidad. Mito y realidad no solo criticaba los maltratos hospitalarios que padecían las mujeres, sino el sistema social y de género que los avalaba. Este tipo de denuncias no cayeron bien a los sectores más reaccionarios. Después del golpe militar de 1976, el libro fue retirado del mercado y sólo unos pocos ejemplares se guardaron en el sótano del editor. Un grupo interdisciplinario que trabajaba con estas ideas en la Asociación Argentina de Psicoprofilaxis Obstétrica también fue desarticulado por las fuerzas militares bajo distintas amenazas (Videla, 2007; Videla, 1997).5 La filiación de estas ideas con el comunismo y las simpatías que generaba en la nueva izquierda y en los movimientos feministas de distintos países, fortalecían los prejuicios y las objeciones, que durante el Proceso de Reorganización Nacional se transformaron en medidas de persecución concretas. Para sus detractores no sólo se trataba de un modo “soviético” de parir, era una concepción distinta del cuidado de la salud, de la maternidad y de las mujeres, que solía traslucir un compromiso social y político que no estaban dispuestos a tolerar. Estas reacciones ponían en evidencia que lo que estaba en juego era algo más profundo que la aceptación o no del dolor de parto. Conclusiones Los cambios que se dieron a partir de los años cincuenta en la atención del parto se inscribieron en un contexto de transformaciones sociales y culturales amplias que afectaron de manera evidente las relaciones de género y las pautas de sexualidad. Es decir, los nuevos modos de parir remitían a un interés médico por mejorar la atención del parto y minimizar sus complicaciones y también a un nuevo 5 Las ediciones posteriores de esta obra dan cuenta de la persecución de la que fue objeto durante la dictadura militar y continúan con el tono político y polémico de la primera versión. Por ejemplo, la edición de 1997, está dedicada a las madres que parieron a sus hijos en los centros clandestinos de detención de la dictadura militar y en sus contenidos, se incluyen debates sobre la maternidad tecnológica. 12 protagonismo femenino que reclamaba un rol activo también en este tema. Parto sin dolor, parto psicoprfiláctico y parto vertical sintetizaron diferentes modelos de atención del embarazo y del parto que finalmente confluían en una consideración activa y positiva de las mujeres, pensadas ya no como “enfermas” sino como protagonistas del proceso de nacimiento de sus hijos. Estas transformaciones generaron apoyos y también resistencias. En el campo médico hubo quienes no vieron las ventajas sino las desventajas de dejar de lado el modelo tradicional y cargaron muy especialmente contra el parto vertical. El parto sin dolor también fue objeto de debate, menos por sus características concretas que por las reminiscencias soviéticas que traía en sus orígenes y que encarnaban las nuevas generaciones de médicos, parteras y psicólogas que lo preconizaban en un contexto de lucha política como fue la primera mitad de la década de 1970. En este sentido, los nuevos modos de atender el parto un tema médico y científico, que se combinaba con intereses políticos y económicos, en un contexto de importantes transformaciones sociales y culturales. El cuerpo femenino se erigía como campo de lucha y, en esta batalla las mujeres obtenían algunos beneficios respecto a su bienestar y autonomía, y seguían resignando otros, como lo muestran algunos testimonios. Aunque el parto humanizado que se preconiza actualmente tenga un buen número de objeciones para con estas formas de parir, focalizando en el carácter fuertemente prescriptivo de estos modelos, el modo de pensar a las mujeres y las posibilidades de sus cuerpos significó una revolución en el campo de la atención obstétrica. Por eso resulta necesario proseguir con esta línea de investigación que lleve a considerar estas modalidades de atención del parto en sus contextos específicos. Bibliografía y fuentes documentales consultadas - AA (1971), Carta a Hayde Barilari, 13 de diciembre de 1971 en Archivo personal H. Barilari. - Badinter, Elizabeth (1981), ¿Existe el amor maternal? 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