VIVIR DE LA BASURA
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VIVIR DE LA BASURA
http://www.nacion.com/proa/2009/junio/28/proa2004656.html Costa Rica, Domingo 28 de junio de 2009. Suplemento PROA, p. 8-13. /PROA Sociedad Vivir de la basura El oficio de recolector de plástico, vidrio, lata y papel, aunque agotador y peligroso, da un importante servicio ambiental a la comunidad. En carro, bicicleta o a pie, decenas de personas se encargan de recoger lo que otros consideran basura. ¡Y viven de ello! Ángela Ávalos R.. | [email protected] Mientras las familias se acostumbran a clasificar los desechos y las 81 municipalidades del país se deciden a instalar centros de reciclaje, Carlos Espinoza seguirá recorriendo Barva de Heredia en bicicleta, tanteando las bolsas de basura para sacar las botellas de plástico y las latas que le darán de comer. Recolectar desechos útiles es uno de sus tres trabajos diarios. Su labor es, incluso, reconocida por varios vecinos como un servicio ambiental a la comunidad. Carlos madruga, de lunes a viernes, para poder dar abasto con un trabajo que va más allá de la recolección de material reciclable. Hasta tiene calculado cuándo y por dónde pasa el camión de la basura pues el itinerario de su recorrido diario depende de la programación municipal. Con su bicicleta de marca irreconocible, se le adelanta al camión para revisar las bolsas que la gente deja frente a sus casas y sacar sus preciados tesoros antes de que los recolectores municipales los entierren en un relleno sanitario para siempre. ¡Vaya que tiene que madrugar para ganar esta carrera a los de la basura! A las 6 a. m., ya está sobre su bicicleta recorriendo las calles de urbanizaciones barveñas, con su infaltable cigarro en la boca. El recorrido a veces lo hace a pie, con la bicicleta al lado, porque debe meterse hasta en los lotes baldíos para revisar si allí hay latas, plásticos o vidrios con un potencial de venta en los centros de acopio. Su figura no se pierde: alto, con una gorra de fatiga gastada por el sudor, la camisa desabotonada casi hasta el ombligo, unas bermudas y zapatos negros. Y, por supuesto, las infaltables bolsas cargadas de material reciclable: de potencial poliéster, fibra y láminas de aluminio. Podría pasar por un indigente. Bueno, ya le ha sucedido que lo confunden y hasta le hacen mala cara. Pero quienes lo conocen saben que su tarea es otra. Por ejemplo, don Óscar Ugalde, el vecino de la esquina. Este funcionario judicial le deja colgadas las bolsas con los desechos clasificados. “Carlos le da un gran servicio al ambiente. Su trabajo tiene un valor incalculable”, afirmó don Óscar, quien ha acostumbrado a su familia a separar el plástico, el vidrio, la lata y el papel de los otros desechos orgánicos. De 6 a. m. a 8 a. m., las calles de Barva lo ven caminar, de arriba hacia abajo. Los perros ni le ladran. Lo conocen. Es un trabajo que ha hecho –con sol o lluvia–, desde hace diez años, cuando un accidente de tránsito lo obligó a dejar su tramo de plátanos guapileños en el Mercado Borbón – San José–, para seguir otros rumbos laborales. Esto de partir botellas con un machete, en medio patio de la casa, es una estrategia para aprovechar el espacio en el saco que debe llenar con 130 kilos de plástico. En cada mitad de botella, mete hasta dos o tres mitades más, lo que aumenta el peso, le da un mejor uso al espacio en el enorme saco y, en consecuencia, eleva la ganancia total por su trabajo. ¿Qué si esto es cansado? ¡Por supuesto! El patio es pequeño y húmedo. Aunque llueva, debe cumplir con el resto del proceso porque si envía las botellas y latas tal y cual las encuentra en la calle, pierde clientes y plata. ¿Qué si es peligroso lo que hace Carlos? ¡También! Sus manos deben tantear bolsas de basura, tarea en la cual se ha llevado más de una sorpresa desagradable. Él asegura que tantos años en esto lo han hecho inmune “a los bichos” desconocidos y microscópicos que se puedan esconder en su tesoro de latón y plástico. Igual de inmune se ha vuelto a las cortaduras, pues se ha llevado más de una mientras corta botellas. ¡Ni qué decir del cansancio! Agotador Decíamos que el trabajo de Carlos va más allá de la recolección de desechos útiles. Los domingos –único día libre en su apretada agenda de tres trabajos–, este hombre de 55 años se dedica a lavar lo que recoge y a partir las botellas para meterlas en los enormes sacos que luego le venderá a los centros de acopio. Porque también decíamos que este es uno de los tres trabajos de Carlos. Apenas llega de su recorrido callejero, sale a trabajar cargando cosas en un supermercado de Heredia. Cuando termina ahí su jornada – alrededor de las 2 p.m.–, pasa a su otro trabajo: como recepcionista en una empresa de turismo, donde pasa de cinco de la tarde hasta las cinco de la madrugada. Solo “pega el ojo” dos horas diarias y alguno que otro ratillo, en su trabajo nocturno. Una entrada Si solo fuera por el negocio del reciclaje, Carlos y su familia no vivirían. Es un ingreso con el que ya cuenta, pero no le da todavía lo suficiente para dedicarse solo a recoger latas y botellas plásticas. “Yo recomiendo este trabajo a quien quiera empezar. Solo que de esto no se vive así no más, menos con la crisis mundial, que bajó los precios a los que nos compraban el kilo de producto”, dijo, al tiempo que intentaba cortar a la mitad una botella de gaseosa. Total, no hay que arrugarle la cara a los cincos que le saca a la basura y, de paso, ayudar al ambiente. Para los huevos La basura le ha pagado a Ileana Alfaro la graduación escolar de su hijo mayor, y hasta los huevos que su familia se come a la hora del desayuno. Desde hace un año, su casa – prestada por unos familiares– sirve de centro de acopio de desechos con potencial de ser reciclados. Está ubicada en San Juan de Santa Bárbara, en Heredia. Además de la graduación y los huevos, la casa de Ileana está llena de objetos que ella misma ha sacado mientras selecciona y limpia lo que la gente le deja. Hoy, contó, el kilo de lata se lo pagan a ¢240. El año pasado, le daban ¢850. El plástico de color se lo pagan a ¢40 el kilo, y el plástico blanco a ¢30. En el 2008, el kilo rondaba los ¢150. Su primera olla arrocera, varias lámparas, personajes de las ‘cajitas felices’, y hasta un espejo que ahora cuelga en una de las paredes de su humilde residencia, son producto del reciclaje. “Como que hacerse millonario con esto, ¡nada qué ver!”, dijo, esforzándose por enfocar el objetivo del machete para no fallar en el intento de partir otra botella. También, la libreta que hace de agenda telefónica, una muñeca para regalar a su sobrina, y ropa en buen estado. Carlos ni siquiera sueña con pensionarse porque no tiene las cuotas requeridas. A diferencia de Carlos Espinoza, Ileana –de 38 años de edad–, recién acaba de incorporarse a este negocio y lo considera una parte importante de la economía familiar. Se atreve a pronosticar que su jornada de tres trabajos –uno como recolector de desechos útiles–, continuará hasta que el cuerpo aguante. “Está recién nacido (el centro de acopio). Empecé con el mayor (Jarreth, de 13 años) juntando latas porque solo con el sueldo de mi esposo no alcanza”, contó. Antes de dedicarse a esto, Ileana trabajó como empleada doméstica y operaria de fábrica. De chiquilla, cogió café y trabajó en almácigos de fincas cercanas. Pero este nuevo negocio lo prefiere sobre todas las cosas porque le permite estar junto a sus hijos, Jarreth y Jeremy (de tres años). “A mí, esto del reciclaje me ha sacado de apuros. Me ayudó a pagar la graduación de Jarreth y a comprar todo lo que él necesitaba para entrar al cole . Aunque sea una libra de arroz y un kilo de huevos le saco a esto cada semana”, contó. De acuerdo con sus cálculos, desde febrero anterior ha logrado recaudar ¢500.000 generados por el reciclaje. “De cinco en cinco, lleno el tarrito. A veces, estamos sin un solo colón y llamo arriba (donde le compran el material limpio y seleccionado), me pagan hasta ¢15.000, y me dan una gran salvada para llenar la refri y tener algo para cocinar”. El trabajo es agotador. “Hay días que no siento ni la almohada. Me levanto a las 5:30 de la mañana, y arranco con la familia –porque ellos son lo primero para mí–. Hago el oficio de la casa, alisto el almuerzo y después me dedico a limpiar y seleccionar lo que me traen”, contó. Su rutina no tiene feriados ni días libres y se extiende de 9 de la mañana a 10 de la noche. “Me gusta, aunque es cansado, pero hay que dejar la pereza a un lado. Yo quiero hacer algo, y ganar algo también”. “Esto ha sido para nosotros una luz en el hueco en el que estábamos”, dijo. A pura basura La basura también es sinónimo de progreso para Clementina Mesén Campos, de 83 años, quien ha dedicado los últimos nueve a clasificar desechos plásticos que le envía un centro de acopio. Ella vive en la urbanización Lindora, en Santa Ana. En su casa –la 204 de uno de los pocos residenciales de clase media en esa la zona–, tiene una gruta con un Divino Niño y una imagen de la Virgen María Auxiliadora. La gruta está forrada de piedras, y fue construida con los ahorros que doña Clementina acumuló con su trabajo de cada día. El techo que cubre su jardín fue puesto con dinero ahorrado con basura, lo mismo que el arreglo de las paredes y algunas ampliaciones y mejoras hechas a la casa que comparte con una nieta y un bisnieto. “A mí, por los años, nadie me va a dar trabajo. Esto es una oportunidad que me salió, y la estoy aprovechando. Me ha llenado de vida porque uno, a esta edad, se debe vacunar contra el ocio, que deprime”, dijo, mostrando el oro que rodea varios de sus dientes. Sus dedos son ágiles quitando tapas y pequeñas piezas de plástico, que clasifica en diferentes bolsas, según su forma y color. El pequeño taller de clasificación lo tiene en el corredor de su casa, para aprovechar la frescura que le dan las matas sembradas en el jardín. Un jardín que le recuerda la zona desde donde fue trasplantada hace muchos años ya: Palmares de Pérez Zeledón. Ahí, la acompañan dos periquitos de amor, un gallo y un canario, que le canta de vez en cuando; sobre todo cuando llueve y las montañas de Salitral de Aserrí espantan las nubes hacia el valle de Lindora. Clementina pasa ahí sentada, apenas toma café; es decir, pasadas las seis de la mañana. Y luego se detiene solo para comer un pedazo de pan y para almorzar, cerca del mediodía. El trabajo la entretiene y le ayuda. Tiene un plan secreto escondido por ahí para su casa. No lo quiso compartir, pero sí admitió que trabaja clasificando desechos para cumplir ese nuevo sueño. Escoge las piezas como si estuviera escogiendo frijoles. Y las ordena con gran parsimonia, como si aquellos objetos –unos más pequeños que otros–, fueran verdaderas piezas de oro. En ese trajín, se logra ganar entre ¢12.000 y ¢15.000 a la semana. Y, como Ileana, junta “de cinco en cinco, haciendo frente hasta que Dios me diga”. En familia Mario Barquero Brenes fue recolector, como Carlos Espinoza, y tuvo menos suerte que Ileana Alfaro para encontrar un lugar dónde montar su primer centro de acopio de desechos. Sin embargo, su visión lo llevó, hace 25 años, a descubrir que en la basura estaba el negocio de su vida. Persistió y hoy es propietario de la empresa Servicios Ecológicos M.B.B. S.A., ubicada en Brasil de Mora. En pocos años, Mario pasó de ser un técnico en telefonía del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), a recorrer las calles de San José buscando basura disfrazado de “buzo”, para que ningún conocido diera con él. Cuando se acogió a la movilidad laboral, lo hizo con una idea en mente: dar vida a aquel negocio en ciernes, un buen proyecto que vio en barrio México, mientras hacía sus recorridos para la colocación de teléfonos. Según contó, un señor de ese barrio josefino recogía cartón y papel con muy buenos resultados monetarios, en una época en que todo – prácticamente, todo– iba a parar al relleno sanitario de Río Azul o a la calle. La imagen le quedó dando vueltas en la cabeza y, apenas tuvo la primera oportunidad, la echó andar por su propia cuenta. Pero no fue fácil. Empezó con un camión de un cuñado –quien, en un inicio, se alió en sociedad con él, en el nuevo negocio–, y hasta con carretones de madera, con los que recorría San José y Moravia en busca de papel y cartones. Pero muy en el fondo suyo, sabía que el negocio podía dar para más pues explorando la basura –porque, sí, Mario rebuscaba en los basureros–, encontró que había objetos a los que se les podría sacar dinero. Este hijo de albañil y costurera, que llegó hasta quinto año de colegio para convertirse luego, en un operario estatal, visualizó un gran negocio que hoy lo ha convertido en empresario y proveedor de materia prima para grandes empresas, dentro y fuera del país. materiales de desecho de construcción que tendrían un futuro. El inicio fue muy duro. Solo un camión, él y su cuñado como únicos “empleados”. Hoy, 15 años después, posee 15 camiones recolectores, tres contenedores, cien empleados y dos centros de acopio (uno en Brasil de Mora y otro en Río Oro, en Santa Ana). “Empecé casi como uno de esos ‘buzos’ que usted veía en Río Azul, adelantándome a los camiones de la basura para que no me quitaran lo que luego nos iba a dar de comer. “Aprovechaba cada lote vacío, en condiciones muy difíciles, para hacer una primera selección de la basura. ¡Hasta en un potrero revisaba qué me iba a servir!”, recordó el empresario. Herencia Dos de sus cuatro hijos son los que se han metido de lleno en el negocio, garantizando la continuidad de la presencia familiar. Ileana, de 26 años, y Mario, de 25, ambos estudiantes de Administración de Negocios. Ellos estaban pequeños cuando Mario tomó la decisión de dejar la seguridad de un salario fijo, para aventurarse en un proyecto por el cual lo llamaron loco y desquiciado. “Para nosotros, al principio esto era como un juego. Recuerdo que nuestro paseo del domingo, en la noche, era ir a tirarnos a “la piscina de sobres”, que se formaba en el gimnasio de Liceo de Costa Rica cuando se jugaba la lotería fiscal”, recordó Ileana. Se empezó con papel y cartón, pero las “consumidas” de Mario entre los basureros le dieron otras ideas: de que había componentes electrónicos, vidrio, latas, plástico y hasta “Yo presentía, hace 25 años, que esta situación se iba a hacer cada vez más importante. Entonces, no se hablaba de reciclaje y nadie se preocupaba. Según Mario, él le ponía atención a cada basurero que veía. “Pensaba que aquí había futuro, y no me equivoqué”. Se empezaron a abrir nichos para este negocio, Mario comenzó a comprar camiones, buscó bodegas y contrató personal. Su empresa es de las pocas que recogen de todo. En Río Oro de Santa Ana, tienen una bodega para el cemento, la varilla o la madera desechada. Originario de La Trinidad de Moravia, con antepasados que laboraron en agricultura y ganadería, Mario Barquero sabe que su negocio traspasará las fronteras. De hecho, en pocas semanas irá a Estados Unidos para aprender a manipular desechos electrónicos, el nuevo reto ambiental de nuestros días. FOTOS Adriana Ovarespara Adriana Ovarespara La jornada de Carlos Espinoza comienza a las 6 a. m., cuando toma su bicicleta y recorre varios barrios de Barva. Adriana Ovarespara 800 000 toneladas de botellas plásticas en América, al año. Jorge Castillo A finales del 2008, Mario Barquero incursionó en la recolección de desechos electrónicos, como las computadoras. Jorge Castillo Claribel Mena trabaja en Servicios Ecológicos M.B.B. S.A. Jorge Castillo Como escogiendo frijoles, Clementina Mesén Campos, de 83 años, pasa más de ocho horas diarias clasificando plásticos. A la semana, se gana hasta ¢15.000, dinero que ahorra para arreglar su casa. ¡NO... NO LO BOTE! Una ley en ciernes impulsa reciclaje El proyecto de Ley para la Gestión Integral de los Residuos, impulsado por el Ministerio de Salud y varias organizaciones defensoras del ambiente, impondrá penas que van de los 2 a los 15 años de cárcel a quien contamine el ambiente. El plan –que aún se discute en la Asamblea Legislativa–, propone mandar a la cárcel a quien bote basura peligrosa. También obligará a los 81 municipios de todo el país a elaborar planes de manejo de la basura local, que incluyen la instalación de centros de acopio y políticas para estimular el reciclaje. El proyecto entró a la corriente legislativa en abril anterior. Hay más: el proyecto, establece acciones para fomentar un cambio en las prácticas de producción, y dar mayor responsabilidad al productor en la disposición final de los residuos que genere su empresa o negocio. Un tema medular es el reciclaje y la reutilización de los residuos que produce el país, calculados en unas 4.500 toneladas diarias (en promedio, cada tico produce un kilogramo al día de desechos). De prosperar la nueva ley en la Asamblea, el residuo tendrá un valor como parte de la cadena de producción nacional. Entre las metas está crear oportunidades de empleo y microempresas que ayuden en la gestión de residuos, dijo la ministra de Salud, María Luisa Ávila, al presentar el proyecto, en abril anterior. ALQUIMIA DE DESECHOS Latas, botellas o cartón dan forma a nuevos productos Cada mes, el Centro de reciclaje de Florida Bebidas, en Llorente de Flores, Heredia, recibe 60 toneladas de aluminio y unas 100 toneladas de plástico que la gente pensó que no serviría para nada y por eso botó. En esa planta, el material se procesa y convierte en materia prima de lo que será el poliéster de un traje, madera plástica para construir una casa, o combustible para fábricas de cemento (en el caso de las bolsas plásticas). El gerente ambiental de Florida Bebidas, Gerardo Miranda Fernández, cuenta con más de 350 proveedores de estos materiales en todo el país, y el número va en crecimiento. En esta empresa, el programa de reciclaje funciona desde 1995, cuando salió el primer empaque de cerveza en lata. Florida Bebidas es una de las compañías de más larga data en el acopio de estos materiales. Es increíble en lo que se transforma el material que alguna vez fue considerado basura y quedó a un lado de la calle, taqueando alcantarillas, ensuciando lotes baldíos o creando presas en las quebradas de la capital. El plástico puede resucitar y convertirse y reconvertirse en objetos como cajitas para empacar frutas, mangueras, materia prima para cerámica, ganchos de ropa y hasta vestidos. En China, el plástico triturado es muy apetecido como materia prima para el poliéster que luego se utilizará en la fabricación de prendas textiles. En el caso del aluminio, este producto encuentra un gran mercado en países como México, Brasil y Estados Unidos, donde las “pacas” de hasta 400 kilos o más son fundidas para volver a dar forma a láminas de este material, tubos y otros materiales de construcción o para la fabricación de componentes electrónicos. Las mismas computadoras desechadas de los hogares y las oficinas, pueden ser desarmadas y sus componentes enviados a países donde darán origen a nuevas máquinas. Lo mismo sucede con objetos como los tubos fluorescentes. Un componente de estos tubos es el mercurio, que es tratado y recuperado en otras naciones para diferentes usos. La situación ideal para el reciclaje de estos productos, es separarlos del resto de desechos no reciclables desde el origen. Pero, como bien dice Gerardo Miranda, en el país esta tarea la realizan, por ahora, los recolectores de lata, vidrio, papel y plástico que circulan por las calles. “Lo que mueve el tema del reciclaje es un factor económico, no es que la gente sea muy consciente ambientalmente. En nuestro caso, hay una política ambiental que nos obliga a incluir en el programa de reciclaje cualquier producto que se vaya a comercializar en un empaque no retornable. También hay una política de responsabilidad social empresarial”, dijo Miranda. Hoy, un grupo de industrias trabaja con el Ministerio de Salud y otros entes para que el reciclaje tenga mayor fortaleza. Se busca motivar a la gente –empezando por las municipalidades– a hacer una recolección selectiva de desechos domiciliares y comerciales, pues en el país solo se recupera el 10% de todos los que produce la población. CIFRAS 1 kg al día de desechos produce, en promedio, cada persona 4500 toneladas diarias de residuos sólidos se producen en el país 9000 empleos se podrían crear con ayuda de programas de reciclaje 96% de la basura que producen los ticos va a algún relleno sanitario 4% de los residuos del país termina en un vertedero a cielo abierto