En el original no se acentuaron aquellas palabras que comienzan

Transcripción

En el original no se acentuaron aquellas palabras que comienzan
LA GRANJITA SIBONEY
El cuartel general de los asaltantes
(fragmento)
Texto de MARIO G. DEL CUETO
No era precisamente un viaje de placer el que realizaban en auto
aquellos jóvenes, Fidel Castro y Ernesto Tizol, que tras abandonar la urbe santiaguera seguían por la carretera de Siboney, rumbo a
la playa, en una calurosa mañana —la fecha no se ha podido
determinar con exactitud— de los primeros días de mayo de
1953. La finalidad del "paseo” era otra. Andaban buscando una pequeña finca con casa de vivienda, no lejos de la ciudad, que sirviera a sus objetivos revolucionarios, pero encubriendo el verdadero
propósito con el proyecto de establecer en ella una granja avícola.
Tizol, que conocía el negocio, porque entre otras actvidades se dedicaba en La Habana a la crianza y venta de pollos, era el hombre
indicado para sugerir el mejor lugar.
A poco de salir de Santiago comenzaron a explorar con detenimiento el paisaje. La zona estaba bastante despoblada. Ya habían
pasado por el puente de hierro sobre el río San Juan. A la d e r e c h a o b s e r v a b a n l o s p o z o s a r t e s i a n o s del v i e j o acueducto que aún seguía abasteciendo de agua a la capital
oriental. La Sierra Maestra, tal vez objeto de algún comentario
entre ellos ante la perspectiva de tener que alcanzar las montañas
para proseguir la lucha armada si fracasaban los planes iniciales, se
erguía majestuosa a la izquierda del camino. Poco interés ofrecía,
entonces, la mayor parte de las tierras, plagadas de aromales y marabú, salvo el hermoso panorama de la cordillera, envueltos
sus picachos en cendales de nubes. Si acaso, alguna que otra
finca de enorme extensión, feudos de voraces latifundistas,
nacionales y extranjeros, daba pie al diálogo político, empeñados como estaban los jóvenes revolucionarios en la lucha por
erradicar del país las injusticias sociales.
No es improbable que la conversación se extendiera, incluso, a temas históricos vinculados al origen de los males patrios. Sabían ellos que transitaban por un territorio que había
sido hollado por las tropas norteamericanas, cuyo desembarco, precisamente por la playa Siboney, en junio de 1898, vino
a arrebatarles a los cubanos el triunfo que ya tenían prácticamente asegurado frente al ejército español. No desconocían
que al general Calixto García, cuyas fuerzas contribuyeron
conjuntamente a derrotar al enemigo, se le había negado no
sólo su presencia en la capitulación, sino hasta la entrada victoriosa en Santiago de Cuba con los “rough riders” del coronel
Leonard Word. La república surgía mediatizada. El naciente
imperialismo yanqui se apoderaba del país.
Luego de ascender por el alto de Sevilla —único poblado de la zona— y de pasar por el entronque de la Gran Piedra, el auto aminoró la marcha al bajar la loma de Las Guásimas.
Era que, por entre unos cocales Tizol había divisado, a la
derecha, una casa de mampostería pintada de blanco.
Acercándose a ella pudieron ver un cercado de madera,
también pintado de blanco con las puntas de las estacas
rojas, y a partir de la verja de entrada, hasta el portal de la
casa, un corredor flanqueado de arecas
—Qué, ¿te parece buena? —exclamó Fidel.
—Creo que sí, a primera vista vista... —respondió Tizol.
—Bueno, vamos a la playa para refrescar, y a la vuelta la vemos con más calma...
En ese instante comenzaba la historia política de
la casa de Siboney: cuartel general de los combatientes para el asalto al Moncada.
****
De regreso de la playa, los jóvenes se detuvieron
nuevamente frente a la casa. Muchos años después
Tizol contaría, en testimonio a BOHEMIA, los pasos
que se dieron hasta culminar en el alquiler de la “granjita”:
—Recuerdo —expresó— que estuvimos caminando
por los alrededores examinando el terreno. En la casa no parecía haber nadie. Estaba cerrada. Le comuniqué a Fidel mi impresión: el sitio era un buen lugar
para montar el supuesto negocio de pollos. Había que
medir la distancia a Santiago, cosa que hicimos después al entrar en la ciudad… Mientras Fidel permanecía en la máquina, averigüé con un vecino de enfrente, el campesino Angel Núñez, los detalles que nos
interesaban: si la casa estaba vacía, quién era su
dueño, si la alquilaba… Núñez me informó que el
propietario, José Vázquez Rojas, vivía en Santiago y
que esa casa la quería para disfrutarla con su familia
o para prestársela a sus amigos en las temporadas
de playa.
“Pepe” tenía un garaje en la avenida Garzón 357.
Era un próspero negocio. Vendía gasolina, piezas de
automóviles y gomas marca Goodrich. Además, contaba con una ruta de guaguas que cubría el itinerario
Santiago-Siboney-Santiago. Cuando Tizol lo visitó allí
por primera vez y le dio a conocer sus propósitos,
Vázquez se negó rotundamente a ceder la casa. Alegaba que jamás la había alquilado, y si alguna vez lo
hizo, los arrendatarios se la devolvieron en muy malas
condiciones. Desde entonces la tenía para uso exclusivo
de sus familiares —o de amigos—, con los cuales solía
pasar en ella los fines de semana.
Tizol arguyó que él la necesitaba para fomentar una cría de
pollos, negocio que lo administraría un amigo suyo que vendría de La Habana, subrayando que estaba dispuesto a hacerle una buena oferta. En el curso de la conversación, Vázquez habló de que tenía en la capital un íntimo amigo que
también se dedicaba al mismo giro avícola, llamado Inocencio
del Real. Por ahí vio Tizol, pese a las reiteradas negativas de
"Pepe", una brecha para Insistir en el alquiler de la casa. Se
lo comunicó a Fidel:
—Ese Inocencio del Real es muy amigo de mi padre -le dijo-; pudiéramos utilizarlo para que me recomiende ante Vázquez; pero para eso tendría que emplear mi verdadero nombre.
—¿Y qué tú crees?
—No sé. Estamos usando pseudónimos; pero en este caso
estaría dispuesto a dar mi verdadero nombre...
—Bueno, ¿te arriesgarías?
—Asumo el riesgo. Lo haré —expresó decidido Tizol.
Cuando Tizol -que hacía frecuentes viajes en avión de La
Habana a Santiago- vio a Vázquez por segunda vez, tuvo el
vago presentimiento de que la gestión culminaría en un éxito.
Sin embargo, Vázquez seguía empecinado
—¡No, no voy a alquilarla! ¡Me van a acabar con esas matas que tanto trabajo me han dado!
—Si es por eso, despreocúpese. Se las cuidaremos mucho.
Además, construiremos las naves para los pollos donde no
las afecten. ¿Quiere usted referencias mías de Del Real? Es
muy amigo de mi padre, que también tenía un garaje en Holguín…
Vázquez lo observó, confiado. Tizol, con sus palabras reposadas y con el ademán propio de un hombre de negocios, había dejado en él la más grata impresión. Le preguntó:
—¿Cómo se llama usted?
—Yo me llamo Ernesto Tizol, hijo de Rafael Tizol; pero,
mire, yo tengo un socio, como le dije, que es el que maneja la plata para el negocio y se hará cargo de esto; es como si fuera de la familia...
—Está bien -concluyó diciendo Vázquez-, venga mañana.
Tizol, profundizando en sus recuerdos, a 2O años de aquel
diálogo, cuenta al reportero de BOHEMIA, cómo se llevó a
cabo la operación:
—Vi a Vázquez al día siguiente. A poco de saludarme me
dijo que estaba en disposición de alquilarme la casa. Entonces me di cuenta que el hombre se había puesto en contacto
con Del Real, a quien a lo mejor llamó por teléfono a La Habana, y que había obtenido buenas referencias de mí como
para formalizar la operación... Vázquez me pidió 600 pesos
anuales. Creo que estuvimos regateando el precio. Simulé
que no estaba de acuerdo con él. "En menos de eso yo no la
alquilo", me dijo. Al fin, acepté. Me parece que en ese momento no tenía el dinero. Fui a La Habana y volví a Santiago
a los pocos días. Le entregué un anticipo de 100 pesos, una
especie de opción de arrendamiento (...)
No había dudas, sin embargo, que la granja no empezó a
ocuparse por los primeros combatientes —Abel Santamaría y
Elpidio Sosa, y Renato Guitart, que la visitaba de vez en
cuando— hasta después del 31 de mayo. El testimonio es del
propio Vázquez, que no la alquiló o la entregó antes, porque
en esa fecha se le casaba su hija Viora, con Luis Méndez
López, y la fiesta se daría en la casa de Siboney.
(…)

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