CAPíTULO VI
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CAPíTULO VI
CAPÍTULO VI EL HUMANISMO Y LA REFORMA1 § l. SAVONAROLA Cuando el humanismo italiano amenazaba convertirse meramente en un avivamiento del antiguo paganismo, con su acompañamiento de sensualismo cínico por una parte, y de la confianza más ciega en las ciencias ocultas, por la otra, surgió en Florencia un gran predicador que atrajo a los hombres al cristianismo y a la virtud cristiana. Girolamo Savonarola era italiano, paisano de Giaocchino di Fiore, de Arnaldo de Brescia, de Francisco de Asís, de Juan de Parma y, como ellos, se creía favorecido con visiones apocalípticas y de otra especie. Pertenecía a un país que a través de toda la Edad Media había sido barrido por avivamientos religiosos populares, repentinos, consumidores y pasajeros como los incendios de las praderas. Cuando muchacho solía estremecerse al presenciar el dolor del mundo que lo rodeaba; había temblado cuando pasaba los enormes y tétricos palacios de los déspotas italianos, donde el salón de banquetes estaba separado del calabozo por un piso tan delgado que los gemidos de los prisioneros se mezclaban con el retintín de las fuentes de plata y la conversación libertina de los comensales. Su familia lo había destinado a la profesión médica, y el muchacho estaba resuelto a dominar los escritos de Tomás de Aquino y los comentarios árabes sobre Aristóteles, que en esos días era la puerta por donde se entraba al conocimiento del arte de curar. La Summa del gran escolástico lo 1 Fuentes: CASANOVA y CUASTI, Poesie de S. G. Savonarola (Florencia, 1862); Sella di Prediehe e Scritti di Frà G. Savonarola, con nuovi Documenti intorno alla sua Vita, por VILLARI y CASANOVA (Florencia. 1898); BAYONNE, CEuvres Spirituelles choisies de Jerome Savonarola (París, 1879); The Works of Sir Thomas More... written by him in the Englyshe Tonge (Londres, 1557); Erasmus, Opera Omnia, ed. Le Clerc (Leyden, 1703-1706); NICHOLS, The Epistles of Erasmus from his earliest letters to his fifty-first year, arranged in order of time (Londres, 1901); Enehiridion Militis Christiani (Cambridge, 1685); The whole familiar Colloquies of Erasmus (Londres, 1877); SIR THOMAS MORE, Utopia (Serie clásica Temple). Obras posteriores: VILLARI, Giralamo Savonarola, 2 vols. (Florencia, 1887-1888); trad. Inglesa, Londres, 1890); SEEBOHM, The Oxford Reformers: John Colet, Erasmus and Thomas More, etc. (Londres, 1887); DRUMMOND, Erasmus, his Life and Character (Londres, 1873); WALTMAN, Holbein and his Time (Londres, 1872); FROUDE, Life and letters of Erasmus (Londres, 1894); AMIEL, Un libre penseur du 16 siècle: Erasme (París, 1889); EMERTON, Desiderius Erasmus of Rotterdam (Nueva York, 1899). 119 deleitaba, e insensiblemente lo atrajo hacia la teología; pero superficialmente no se rebelaba en contra de la suerte que la vida le había marcado. La vislumbre de un tranquilo lugar de descanso en este mundo de dolores y pecado había pasado por su imaginación, pero se desvaneció absorbida por la lobreguez universal, cuando Roberto Strozzi se negó a permitirle que se casara con su hija Laodamia, lo único que le quedaba era descansar en Dios, estudiar su Palabra y el poco solaz que la música y el escribir sonetos podían proporcionarle. Su devoción a Tomás de Aquino lo arrastró a buscar dentro de un convento dominicano ese refugio por el que su alma clamaba con pasión, para apartarse de un mundo corrompido y de una iglesia corrompida. Se enterró allí durante largos años leyendo y releyendo las Escrituras, escudriñando la Summa, bebiendo la nueva literatura y creándose casi inconscientemente una filosofía que mezclaba las enseñanzas de Aquino con el neoplatonismo de Marsiglio Ficino y de la Academia y planeando la forma como mejor podría representar las doctrinas de la religión cristiana armonizándolas con la razón natural del hombre. Cuando por fin llegó a ser un gran predicador, capaz de arrastrar corazones y conciencias, no debe olvidarse que era un tipo medieval hasta la médula. Su enseñanza doctrinaria estaba firmemente basada en la teología de Tomás de Aquino. Su concepto intelectual acerca de la fe, su firme creencia en la predestinación divina y su modo de expresarla, su noción de que la Escritura poseía múltiples significados, todo se lo había definido el gran escolástico dominicano. Sustentaba firmemente la idea medieval de que la Iglesia era una unidad externa política, gobernada por el Obispo de Roma, al que debía sujetarse toda alma humana, y a quien todos debían obedecer salvo cuando sus mandatos fueran contrarios a la declaración precisa de la ley evangélica. Exactamente como lo habían hecho Tomás y los grandes escolásticos del siglo XIII. Savonarola expuso la totalidad de la autoridad del papa, y sus leves limitaciones, aunque en términos muy diferentes de los canonistas de la curia romana del final de la Edad Media. Hasta su apreciación del aspecto neoplatonista del humanismo podría ser rastreada hasta las autoridades medievales; porque en todos los tiempos los escritos del pseudo Dionisio habían sido fuente de inspiración para los grandes escolásticos. Su erudición lo puso en contacto con los dirigentes humanistas de Florencia, quienes se sintieron atraídos hacia él por el tono de sinceridad de sus enseñanzas; la santidad de su carácter los atrajo y su profunda piedad personal les hizo sentir que él poseía algo que a 120 ellos les faltaba, mientras que ningún neoplatónico podía sentirse ofendido por el hecho de que Savonarola pretendiera recibir visiones. Los humanistas famosos de Florencia llegaron a ser discípulos del gran predicador. El mismo Marsiglio Ficino, que estaba a la cabeza de la Academia Florentina, y quien continuamente mantenía una lámpara encendida ante el busto de Platón y otra ante la imagen de la Virgen, estuvo durante un tiempo bajo su influencia. Toda la vida interior del joven Juan Pico de la Mirándola fue transformada como resultado de sus conversaciones con el Prior de San Marcos. Reformó sus primitivos hábitos descuidados; quemó cinco libros de cantos de amor libertino que había escrito antes de su conversión 2 ; oraba diariamente en ciertas horas determinadas y a su sobrino le escribió encarecidamente sobre la importancia de la oración para la vida piadosa: No te insto a esa oración que se apoya en muchas palabras, sino a la oración que, en la cámara secreta de la mente, en el lugar privado del alma, con cada uno de sus afectos habla a Dios; que en la oscuridad más luminosa de la contemplación no solo presenta la mente al Padre sino que la une con la suya por caminos indefinibles que únicamente conocen los que lo han ensayado. Tampoco me importa cuán larga o corta sea tu oración sino lo efectiva, lo ardiente y cuánto más interrumpida y quebrada con suspiros, que continuada toda ella con numerosas palabras… No dejes pasar ni un solo día que por lo menos una vez te presentes ante Dios en oración… Lo que hayas de pedir a Dios en oración tanto el Espíritu Santo, que intercede por nosotros, como tu propia necesidad lo pondrán en tu mente a cada hora 3. Estudió los escritos de Tomás de Aquino que contenían la teología favorita de Savonarola, y habló del gran escolástico como de una “columna de la verdad”.4 Entregó la tercera parte de sus tierras a su sobrino y vivió sencillamente con lo que quedaba a fin de que sus dádivas caritativas pudieran ser generosas.5 Constituyó a Savonarola en su limosnero, quien por él daba limosnas a los desamparados y dotes matrimoniales a las jovencitas pobres.6 Con frecuencia pensó ingresar a la orden dominicana y 2 The Works of Sir Thomas More, Knight, sometyme Lorde Chancellour of England, Wrytten by him in the Englysh tonge (Londres, 1557), p. 6 C. 3 Ibid, p. 13 C. Ibid, p. 5 A. 5 Ibid, p. 6 B. 6 Ibid, p. 6 C. 4 121 Una vez caminaba con su sobrino Juan Francisco, en un jardín de Ferrara, hablando del amor de Cristo, de pronto se expresó de esta manera: “Sobrino, esto te revelaré: te amonesto que guardes el secreto; me propongo dar a los pobres lo que queda de mi sustancia después de que termine ciertos libros que estoy escribiendo y, esgrimiendo mi crucifijo y caminando descalzo por el mundo, tengo el propósito de predicar a Cristo en toda ciudad y castillo"7. También sabemos que él acostumbraba flagelarse; especialmente "durante esos días que representan para nosotros la pasión y muerte que Cristo sufrió en nuestro lugar; azotaba y flagelaba su propia carne en recuerdo de aquel gran beneficio y para limpiar sus antiguas ofensas"8. Pero, sobre todas las cosas, se dedicaba a un estudio diligente de las Sagradas Escrituras, y recomendó esta práctica a su sobrino: No podrías hacer nada más agradable a Dios; nada más provechoso para ti mismo, que si tu mano no cesara de día ni de noche de dar vuelta las páginas y leer los volúmenes de las Sagradas Escrituras. En ellas yace, secretamente, una cierta fortaleza celestial, penetrante y efectiva, que, con un poder maravilloso transforma y cambia la mente del lector en el amor de Dios, si se lo suplica con pureza y humildad.9 El gran platonista sustituyó a Platón por San Pablo a quien llamaba "glorioso apóstol"9. Al morir, dejó sus tierras a uno de los hospitales de Florencia y expresó el deseo de que se lo sepultara vestido con la capucha de los monjes dominicos y dentro del Convento de San Marcos. Otro miembro distinguido de la Academia Florentina, Angelo Poliziano, era también uno de los convertidos de Savonarola. Lo descubrimos en un intercambio de confidencias con Pico de la Mirándola en que ambos declaraban que el amor y no el conocimiento, es la facultad por la cual aprendemos a conocer a Dios. Pero fíjate bien, mi bien Amado Angelo, escribe Pico, qué locura nos tiene atados. Más podemos amar a Dios (mientras peregrinamos en este cuerpo), que conocerlo o expresarlo de palabra. También amándolo es como más nos favorecemos a 7 Ibid., p. 8 D. Ibid., p. 6 D. 9 Ibid., p. 12 D. 8 122 nosotros mismos; trabajamos menos y le servimos más. Y sin embargo mejor sería que por el conocimiento no encontráramos nunca aquello que buscamos, que no que por medio del amor poseamos aquello que también sin amor sería en vano encontrar10. Poliziano, como Pico de la Mirándola, también pensó, en cierto momento, ingresar a la orden de los dominicos. También fue enterrado según su pedido con la capucha de los monjes dominicos en el Convento de San Marcos. Lorenzo de Médicis, que durante su vida trató muchas veces de conquistar el apoyo de Savonarola y siempre fue repudiado, no pudo morir sin suplicar al gran predicador que lo visitara en su lecho de muerte y le impartiera la absolución. El humanismo italiano había sido conquistado, momentáneamente, para el cristianismo por el Prior de San Marcos. Si los poetas y los eruditos, los políticos y los eclesiásticos, el estado y la iglesia, no hubieran estado tan desesperadamente corrompidos, podría haber habido una gran renovación de la humanidad bajo la dirección de hombres que no tenían ningún deseo de quebrar la unidad política de la iglesia medieval. Porque no es necesario insistir demasiado en que Savonarola no fue ningún reformista en el sentido limitado de la palabra. El movimiento que él encabezó tiene mucha más afinidad con el crudo avivamiento religioso de Alemania a fines del siglo XV que con la Reforma misma; y el propósito de la reorganización de la congregación toscana de los dominicos dirigida por Savonarola tiene un paralelo casi exacto en la creación de la congregación de los eremitas agustinos dirigida por Andreas Proles y Juan Staupitz. Todo el movimiento italiano, como era de esperarse, fue dirigido por hombres de mayor inteligencia y refinamiento. Por lo tanto, tuvo menos simpatía que el alemán, por las peregrinaciones, las reliquias, la exactitud del culto ceremonial y el culto hacia lo vulgarmente milagroso; pero no por eso dejó de ser menos medieval. Fue más bien la muerte y no la obra y la vida de Savonarola la que estaba destinada a influir directamente sobre la reforma que muy pronto se presentaría más allá de los Alpes; porque su martirio fue la evidencia corolaria de la imposibilidad de reformar la Iglesia de la Edad Media sin una gran convulsión. "El mismo Lutero", dice el profesor Villari, casi no hubiera podido tener éxito al inaugurar su reforma, si el sacrificio de 10 Ibid, p. 7 D. 123 Savonarola no hubiera proporcionado una prueba final de que era inútil esperar la purificación de Roma" 11. § 2. JUAN COLET Cuando Savonarola estaba en el pináculo de su apogeo en Florencia, estuvo por casualidad en Italia un joven inglés, Juan Colet, hijo de un mercader rico de Londres que había sido varias veces intendente. Presumimos que haya ido, como sus paisanos Grocin y Linacre, para estudiar la nueva ilustración en su fuente de origen. No existe ninguna prueba de que haya ido a Florencia ni de que jamás haya visto al gran predicador italiano; pero ningún extranjero pudo haber visitado la parte norte de Italia en el año 1495 sin oír mucho acerca de él y de su obra. Toda la vida futura de Colet en Inglaterra da testimonio de que recibió un nuevo impulso mientras estuvo en Italia y eso, de tal especie como sólo pudo haberlo recibido de Savonarola. Lo que nos dice Erasmo de su estada allí, lo confirma ampliamente. Colet se entregó al estudio de las Sagradas Escrituras; leyó cuidadosamente a los teólogos de la antigua iglesia, especialmente los que eran aceptables a los humanistas cristianos del neoplatonismo; estudió al pseudo Dionisio, a Orígenes y a Jerónimo. Lo que es más notable, todavía en un humanista extranjero que va a estudiar a Italia, es que leyó diligentemente los clásicos ingleses que pudo encontrar, a fin de prepararse para la obra de la predicación a su regreso a Inglaterra. Las palabras de Erasmo implican que el impulso para realizar todo esto le vino cuando estuvo en Italia, y nadie pudo impartírselo a menos que haya sido el gran florentino. Cuando Colet regresó a Inglaterra en 1496, empezó a dar conferencias en Oxford sobre las epístolas de San Pablo. Su método de exposición, que llegó a ser bastante familiar después que Calvino lo hubo introducido en la Iglesia Reformada, era entonces absolutamente nuevo, lo que demuestra que él era un pensador independiente y original. Su propósito era descubrir cuál era el mensaje personal que el escritor San Pablo había enviado a los cristianos que estaban en Roma; y esto lo indujo a buscar todas las huellas que pudieran revelarles la personalidad del apóstol a los gentiles. Era igualmente imperativo saber cuál era el medio ambiente de los hombres a quienes la epístola estaba dirigida, y Colet estudió a Suetonio para descubrir alguna indicación acerca del medio ambiente de los cristianos romanos. De esa manera se había libertado por completo del hábito escolástico de usar las Escrituras meramente como una colección de textos aislados que se empleaban para comprobar las doctrinas o las reglas morales 11 Life and Times of Girolamo Savonarola, p. 771 (trad. Inglesa, Londres, 1897) 124 estructuradas o impuestas por la Iglesia, y por lo tanto no es sorprendente que sus exposiciones no estén salpicadas de citas de los Padres de la Iglesia. Y todavía es una prueba más grande de su osadía el hecho de que dejó a un lado los métodos alegóricos de los escolásticos -métodos que Savonarola empleó con mucha abundancia, y que lo hizo a pesar de su devoción por los escritos del seudo Dionisio. Fue el primero en aplicar los métodos críticos de la nueva ilustración para descubrir el significado exacto de los libros de las Sagradas Escrituras. Su modo de tratarlas demuestra que, por mucho que haya sido influido por Savonarola y por los humanistas cristianos de Italia, los dejó muy atrás y llegó a comprender lo que ningún teólogo medieval pudo llevar a percibir, que la Biblia es una revelación personal y no dogmática. Ellos eran medievales: él pertenece al círculo de los pensadores de la Reforma. Lutero, Calvino y Colet, a pesar de todo lo que los separa, tienen en común este pensamiento profundamente importante. Además, Colet descartó el concepto medieval de la inspiración mecánica del texto de las Escrituras, cosa en que también estuvo de acuerdo con Lutero y Calvino. Para él la inspiración de las Sagradas Escrituras era algo misterioso. A él le parecía que el espíritu por razón de su majestad, poseía un método peculiar propio, singular y absolutamente independiente, que sopla donde quiere, que hace profetas de quienes quiere, aunque de tal manera que el espíritu de los profetas está sujeto a los profetas12. Colet vio claramente y denunció los muchos males que estaban arruinando a la iglesia de sus días. La Convocación de la Iglesia Inglesa nunca escuchó un sermón más valiente que el que les predicó el Dean de San Pablo en 1512, el mismo año en que Lutero habló de la asamblea de clérigos de Leitzkau. Deberían compararse los dos discursos. En ambos está contenido el mismo pensamiento fundamental, que toda verdadera reforma debe empezar en el hombre individualmente. Colet declaró que la reforma debería empezar por los obispos, y que una vez que hubiera empezado se difundiría al clero y de allí a los laicos; “porque el cuerpo sigue al alma; y tal como son los gobernantes de un estado, así será el pueblo”. El alegaba que lo que se necesitaba era aplicar las leyes eclesiásticas que ya existían y procedió a enumerar los otros abusos flagrantes: se admitía en las órdenes 12 SEEBOHM, The Oxford Reformers: Jhon Colet, Erasmus, and Thomas More, being a History of their fellow-work, 2a. ed., p. 125 (Londres, 1869). Seebohm parece creer que los reformadores se aferraron al concepto medieval de la inspiración de las Escrituras. Calvino sostuvo las mismas ideas que Colet y las expresó en la misma forma. Ver sus comentarios sobre Mateo 27:9: “Quomodo Hieremiæ nomen obrepserit, me nescire fateor, nec anxie laboro; certe Hieremiæ nomen errore positum ese pro Zacharia, res ipsa estendit”.y su Comentario sobre Hechos 7:16: “Quare his locus corrigendus est”. 125 sagradas a hombres ignorantes y perversos, y eso que había leyes que lo prohibían. La simonía se estaba extendiendo “como un cáncer en la mente de los sacerdotes, de tal modo que muchos de ellos no tienen vergüenza en estos días de conseguirse grandes dignidades por medio de peticiones y pleitos en los tribunales, recompensas y promesas”; y sin embargo, existían leyes escritas en contra de este abuso. Procedió a enumerar los otros abusos flagrantes: el ausentismo del clero, y las ocupaciones y satisfacciones mundanas; los escándalos y vicios de los tribunales eclesiásticos; la poca frecuencia en reunir los concilios provinciales para discutir y remediar los males existentes; el despilfarro del patrimonio de la iglesia en edificios suntuosos, banquetes o para enriquecer a parientes, o para mantener perros. La Iglesia ya tenía leyes en contra de todos estos abusos; pero no se aplicaban ni podían aplicarse mientras los obispos no enmendaran sus propias costumbres. Su proyecto de reforma consistía en poner en práctica la reglamentación ya existente de la ley canónica. "Las enfermedades de que adolece actualmente la Iglesia son las mismas de épocas pasadas, y no hay ningún mal para el cual los Santos Padres no proveyeran excelentes remedios; no hay ningún crimen para cuya prohibición no exista alguna ley en el cuerpo de leyes canónicas". Tal era su idea definida de reforma en este famoso sermón de la Convocación. Pero tenía conceptos más amplios. Deseaba la difusión de una educación profundamente cristiana e hizo lo mejor que podía hacer un hombre solo para promoverla, empleando su fortuna particular para fundar la escuela de San Pablo, que característicamente dejó al cuidado de un cuerpo de laicos. Anhelaba ver la difusión amplia de la predicación en el vernáculo y creía que los obispos deberían dar el ejemplo en este deber clerical. Es probable que él haya querido que todo el servicio se realizara en el vernáculo porque una de las acusaciones que se hicieron contra él era de que enseñaba a su congregación a repetir el Padre Nuestro en inglés. Además, se había compenetrado nítidamente del pensamiento, que los teólogos de todas las escuelas olvidan con demasiada frecuencia, de que los hechos y las fuerzas espirituales que están en la raíz de la vida cristiana son una cosa, y que los conceptos intelectuales que los hombres proveen para explicar estos hechos y fuerzas son otra cosa, y mucho menos importante; que los hombres están capacitados para ser cristianos y para vivir la vida cristiana por lo primero y no a causa de lo segundo. Él comprendió que, aunque el dogma tenía su lugar, es, en el mejor de los casos, la alianza de lo inmortal con lo mortal, la unión de lo que es inmutablemente divino y de las modalidades del pensamiento humano que cambian de época en época. Por esto le preocupaba poco la 126 teología escolástica de su día, con sus cuarenta y tres proposiciones acerca de la naturaleza de Dios y las cuarenta y cinco acerca de la naturaleza del hombre antes y después de la caída a cada una de las cuales había que asentir si no se quería correr el riesgo de ser acusado de hereje. "¿Por qué me exaltáis a un hombre como Aquino? Si no hubiera sido tan arrogante, ciertamente no habría tratado de definir con tanta seguridad y orgullo por sí mismo todas las cosas, y, a menos que su espíritu hubiera sido algo mundano, seguramente no habría corrompido toda la enseñanza de Cristo mezclándola con su filosofía profana". La teología escolástica pudo haber sido científica en el siglo XIII, pero lo "científico" es el elemento humano y cambiable del dogma, y la antigua teología se había tornado claramente anticientífica en el siglo XVI. Por lo tanto se acostumbró a aconsejar a los jóvenes estudiantes de teología que se aferraran a la Biblia y al Credo de los Apóstoles, y que dejaran a los teólogos, si ellos así lo querían, disputar acerca de lo demás; y le enseñó a Erasmo a mirar con desconfianza la recomendación que hacía Lutero de la teología agustiniana. Pero ningún hombre que piense, por mucho que pueda burlarse de la filosofía y del dogma, puede pasarse sin ellos; y Colet no era ninguna excepción a la regla general. Ha dejado establecido el modo cómo detestaba a Aquino y su aversión a Agustín, y quizás podamos descubrir en esto la falta de simpatía con una característica prominente de la teología de la cristiandad latina proveniente de Tertuliano, Aquino y Occam, por no mencionar las derivaciones posteriores a la Reforma. Los grandes hombres que construyeron la iglesia occidental, fueron casi todos legistas instruidos en el foro romano. Tertuliano, Cipriano, Agustín y Gregorio el Grande (cuyos escritos forman el puente entre los Padres Latinos y los escolásticos), todos eran hombres que en su juventud habían sido instruidos como abogados romanos, enseñanza que moldeó y dio forma a todo su pensamiento, ya fuera teológico o eclesiástico. Consideraron instintivamente todos los problemas como lo haría un gran legista romano. Tenían la pasión del abogado por las definiciones exactas. Tenían el concepto legista de que su principal deber era obligar la obediencia a la autoridad, ya fuera que esa autoridad se expresara en instituciones externas o definiciones precisas acerca del modo correcto de pensar sobre las verdades espirituales. Ninguna rama de la cristiandad occidental ha podido librarse del hechizo a que la sometieron aquellos abogados romanos de los primeros siglos de la Iglesia Cristiana. 127 Si las ideas de los abogados romanos cristianos, que se infiltraron lentamente a través de los siglos, hicieron soñar a los Obispos de Roma que ellos eran los sucesores de Augusto, que fue a un mismo tiempo Emperador y Pontífice Máximo, Señor de cuerpos y almas de la humanidad, también inspiraron a los teólogos de la iglesia medieval el concepto de un imperialismo intelectual, en que un sistema de pensamiento cristiano, expresado con precisión legal podría ligar en una unidad comprensiva a la inteligencia activa de la humanidad. Los dogmas así expresados pueden llegar a ser los instrumentos de una tiranía mucho más penetrante que la de una institución; y así lo descubrió Colet. En su rebelión se volvió de los latinos a los griegos, y a aquel pensador que estaba más alejado de la precisión legal característica de las declaraciones de la teología occidental. Es probable que su trato con los humanistas cristianos de Italia y su conocimiento de los platónicos y del neoplatonismo, lo hayan hecho volverse a los escritos del seudo Dionisio; pero es seguro de que al principio él creyó que el autor de estos curiosos tratados místicos era el Dionisio que fuera uno de los convertidos de San Pablo en Atenas, y que estos escritos encerraban mucha de la enseñanza del apóstol a los gentiles, y trasladaban al lector a la primera generación de la iglesia cristiana. Después de que se enteró por Grocin de que el autor de las Jerarquías celestial y terrenal no pudo haber sido el converso de San Pablo, y de que los escritos no podían ser anteriores al siglo XVI, siguió considerándolos como evidencia de la manera como un filósofo cristiano podía expresar los pensamientos que eran corrientes en el cristianismo que existió mil años antes de Colet. Los escritos podían utilizarse como piedra de toque para probar los usos y las opiniones que prevalecían al finalizar la Edad Media, cuando los hombres estaban todavía sujetos al dominio de la teología escolástica, y como justificación para rechazarlos. Le enseñaron dos cosas que él estaba muy dispuesto a aprender: que la mente humana, por mucho que pueda tantear buscando a Dios, nunca puede comprenderlo, ni aprisionar su carácter y atributos en proposiciones, aspectos estereotipados de pensamiento, que pueden adaptarse en silogismos; y que cosas tales como la jerarquía y los sacramentos deben valorarse, no porque sean en sí mismos las fuentes y centros de poderes misteriosos, sino porque simbolizan pálidamente las fuerzas espirituales por medio de las cuales Dios obra la salvación de su pueblo. Colet aplicó al estudio de los escritos del seudo Dionisio, una mente saturada de la sencilla verdad cristiana que había conseguido estudiando las Sagradas Escrituras, y especial mente las epístolas de San Pablo; y la misma riqueza de imaginación, y la 128 desconcertante confusión del simbolismo de estos escritos, su vaguedad en oposición a la precisión de Tomás de Aquino o de Juan Duns (Duns Escoto), le permitió con tanta más facilidad, descubrir en ellos los gérmenes de sus propias opiniones más definidas. Cuando uno estudia los extractos de las Jerarquías13, que Colet escribió de memoria, con el texto mismo de los libros, casi no nos sorprende lo mucho que hay en ellos de Colet y lo poco que hay de Dionisio14. Aunque es imposible decir hasta donde Colet y los humanistas que estaban de acuerdo con él hubieran acogido los principios de la Reforma que habría de venir, puede afirmarse que él mantenía los mismos conceptos sobre dos puntos muy importantes. El no creía en un sacerdocio en el sentido medieval o romano moderno de la palabra, y su teoría acerca del significado y la eficacia de los sacramentos de la iglesia cristiana era esencialmente protestante. Según Colet, no había tal cosa como un sacerdocio mediatorio cuya función esencial era acercarse a Dios en beneficio de los hombres y presentarle sus ofrendas. El deber del sacerdocio cristiano era ministerial; era declarar el amor y la misericordia de Dios a sus semejantes y esforzarse por la purificación, iluminación y salvación de la humanidad por medio de la predicación constante de la verdad y la difusión de la luz del Evangelio, así como Cristo se esforzó. El no creía que los sacerdotes hubieran recibido de Dios el poder para absolver pecados. "Debe observarse con mucha precaución", dice, "no sea que los obispos se vuelvan presuntuosos, que no corresponde al hombre el desatar las ligaduras del pecado; ni tampoco les pertenece el poder de desligar o ligar ninguna cosa", la verdad que Lutero estableció en su tesis en contra de las indulgencias. Colet se muestra todavía más decidido en su repudio de las teorías sacramenta1es de la iglesia medieval. La Eucaristía no es un sacrificio, 13 Los extractos de las Jerarquías celestial y terrenal de COLET, han sido publicados por el Rev. J. H. Lupton (Londres, 1869), de los manuscritos del Colegio de San Pablo. Lupton también publicó el tratado On the Sacraments of (he Church de COLET (Londres, 1867). La mejor edición de las obras del seudo Dionisio es la de Baltasar Corderius, S. J., publicada en Venecia en el año 1755. Los escritos mismos del seudo Dionisio no están muy difundidos; el editor les ha añadido traducciones, notas, acotaciones, comentarios. etc., y su edición en folio contiene más de mil páginas. 14 "El concepto radical se debe con más frecuencia a Dionisio; los pasajes representan la efervescencia producida por los conceptos dionisíacos en la mente de Colet... El fuego, en realidad, pertenecía más a Colet. Encuentro pasajes quemantes en el extracto de Colet, que en su original congelan". SEEBOHM, The Oxford Reformers, p. 76 (2ª. Ed., Londres, 1869). Mi conocimiento de los sermones de Colet lo debo a los extractos de la obra de Seebohm. 129 sino una conmemoración de la muerte de nuestro Señor y un símbolo de la unión y comunión que los creyentes tienen con él y con sus semejantes por su intermedio. El bautismo es una ceremonia que simboliza el cambio de corazón del creyente y su promesa de servir a su Maestro, y significa "el bautismo más excelente del hombre interior"; y el deber de los padrinos es instruir a los niños en el conocimiento y en el temor de Dios 15 Se nos dice que los lolardos se deleitaban en la predicación de Colet; que se recomendaban unos a otros que fueran a escucharle; y que su asistencia a los sermones del Deán fue otra de las acusaciones que se levantaron contra ellos. Colet mismo no era lolardo; más bien parece que se hubiera sentado entre los jueces eclesiásticos que condenaron a muerte a los lolardos;16 pero el predicador que enseñó que los diezmos eran ofrendas voluntarias; que denunció la vida pervertida de los monjes y del clero secular; que odiaba la guerra, y que no tenía escrúpulos en decirlo; cuyos sermones estaban llenos de instrucción bíblica sencilla, debe haber traído a la memoria muchas de las antiguas doctrinas lolardas. Porque e1 lolardismo nunca murió por completo en Inglaterra: estaba activo en los días de Colet, leudando al país para la reforma que se aproximaba. Tampoco debe olvidarse, al medir la influencia de Colet sobre la futura reforma, que William Tyndale fue uno de sus discípulos favoritos, y que él fue quien persuadió a Erasmo para que dejara los estudios puramente clásicos para editar el Nuevo Testamento y los escritos de los primeros Padres cristianos. § 3. E R A S M O Como se ha dicho con frecuencia, Erasmo fue un “hombre aparte”; sin embargo, puede considerársele como representante de un tipo, quizás el más frecuente, de humanista cristiano. Su carácter siempre continuará siendo motivo de controversia; y sus móviles pueden representarse, sin ser injustos, en una luz poco favorable, un "gran erudito pero una persona de mentalidad pequeña", es un veredicto 15 Ver la traducción de Lupton de Ecclesíastical Hierarchies, c. II. Si es permisible aducir evidencias de la Utopía de SIR THOMAS MORE, los conceptos antisacerdotales de los reformadores de Oxford fueron mucho más lejos. En Utopia se confesaban al jefe de la familia y no a los sacerdotes; las mujeres podían ser sacerdotes; se permitía el divorcio de lecho y mesa. Ver la edición de los clásicos Temple. p. 116 (Divorcio), p. 148 (Mujeres sacerdotes), p. 152 (Confesión). 16 SEEBOHM, The Oxford Reformers, p. 221 (2a. ed., 1869). 130 para el que existe evidencia abundante. Tal fue el juicio final de sus contemporáneos, principalmente porque se negó a ponerse definitivamente de un lado en la época cuando la más grande controversia que ha convulsionado a la Europa occidental desde la caída del antiguo imperio parecía apelar a cada hombre para que se alistara de uno u otro lado. Nuestro juicio moderno debe descansar sobre una base diferente. En días de más calma, cuando el fragor de la batalla casi se ha apagado, es imposible dejar de reconocer que, el hecho de negarse a ser partidario pueda indicar grandeza en vez de pequeñez de alma, una visión más aguda, y un coraje más reposado. Nosotros no podemos juzgar al hombre con tanta ligereza como lo hicieron sus contemporáneos. No obstante, existe bastante evidencia y de sobra para apoyar su veredicto. Todos sus biógrafos han admitido que es inútil buscar la verdad en su voluminosa correspondencia. Sus sentimientos, esperanzas, intenciones y circunstancias están descritos a distintos corresponsales al mismo tiempo en formas enteramente diferentes. Siempre escribió de un modo efectista y con frecuencia buscando un efecto más bien sórdido. Muy rara vez dio una opinión definida sobre una cuestión importante sin tratar de calificarla en tal forma como para poder, si la necesidad surgía, negar que él la hubiera dado. Ningún hombre fue más ducho para usar las palabras "si" y "pero" para resguardarse de toda responsabilidad. Tenía el ingenio del calamar para esconderse y esconder sus verdaderas opiniones, y lo usaba comúnmente para proteger su propio pellejo. Todo esto puede admitirse sin mucha oposición. Sin embargo, desde su primera visita a Inglaterra en el año 1498 hasta que prácticamente rechazó el capelo cardenalicio que le ofreció el Papa Adrián VI, a condición de que residiera en Roma y ayudara a luchar contra la Reforma, Erasmo tenía su propio concepto de lo que una reforma cristiana realmente significaba, y cuál era la parte que a él le sería posible tomar en ella. Debe admitirse que mantuvo esta idea y continuó en la senda que él mismo se había trazado con una tenacidad de propósito que lo honra; senda que no fue siempre la de la seguridad personal y mucho menos la del engrandecimiento personal y que finalmente lo condujo a donde nunca pensó llegar. Lo convirtió en un hombre despreciado por ambos lados de la gran controversia; quedó en la más completa soledad, sin amigos y sin influencia. Con frecuencia utilizó medios despreciables para defenderse contra las tentativas para hacerlo desviar hacia la izquierda o la derecha; abandonó muchos de sus primeros principios, o los modificó en tal forma que era imposible reconocerlos. Pero siempre fue leal a su propia idea de reforma y a su obra de reformador. 131 Erasmo estaba firmemente convencido de que el cristianismo era, sobre todas las cosas, algo práctico. Tenía que ver con la vida diaria de la humanidad. Significaba amor, humildad, pureza, reverencia -todas las virtudes que el Salvador había manifestado durante su vida sobre la tierra. Esta "filosofía cristiana" primitiva, había quedado enterrada, oculta a la vista, bajo una teología escolástica llena de sutilezas sofisticadas, y se había perdido en la mezcla de judaísmo y paganismo de la vida popular religiosa con sus ceremonias pesadas y prácticas bárbaras. Creía que la verdadera reforma era la renovación moral de la humanidad y que la única necesidad de la época era retornar a esa primitiva pureza de la religión basada en una genuina reverencia interior a Cristo e imitación de él. Concebía dos maneras en que un hombre de letras como él podía desempeñar el papel de reformador, con toda hombría. Podría valerse del ingenio y la sátira para ridiculizar las locuras de los escolásticos y la parodia vulgar de la religión que estaba en boga entre el pueblo. También podría colocar ante los ojos de todos los hombres aquella religión más primitiva y pura que era el verdadero cristianismo. Podría editar el Nuevo Testamento y proporcionar a los hombres la oportunidad de leer las mismas palabras que Jesús había hablado y que Pablo predicó; hacerles ver los hechos de Jesús y oír las explicaciones apostólicas de su significado. Podría decir: Estad solamente dispuestos a aprender, y ya habréis adelantado mucho en esta filosofía (la cristiana). Proporciona al maestro un espíritu que no imparte a nadie con más prontitud que al de mente sencilla. Las otras filosofías, por la misma dificultad de sus preceptos, están fuera del alcance de la mayor parte de las mentes. No hay ninguna edad, ningún sexo, ninguna condición de vida a quien se excluya. El mismo sol no es más común y accesible a todos que la enseñanza de Cristo. Porque estoy en completo desacuerdo con aquellos que no quieren que las Sagradas Escrituras sean leídas por los ignorantes y traducidas a su propio idioma vulgar, como si Cristo hubiera enseñado tales sutilezas que no pudieran ser entendidas sino por unos pocos teólogos, o como si la fortaleza de la religión cristiana consistiera en que los hombres la ignoraran. Quizás sea más seguro esconder los misterios de los reyes; pero Cristo quiso que sus misterios fueran publicados tan abiertamente como fuera posible. Deseo que hasta la mujer más débil pueda leer el Evangelio, pueda leer las epístolas de Pablo. Y me agradaría que estas pudieran traducirse a todos los idiomas para que pudieran ser leídas y comprendidas, no sólo por los escoceses y los irlandeses, sino también por los turcos y sarracenos. Hacer que ellos lo entiendan es, seguramente, el primer paso. Podrá ser que algunos de ellos 132 los ridiculicen, pero algunos los aceptarán. Anhelo que el labrador pueda cantar porciones de ellos mientras va siguiendo el arado; que el tejedor las tararee al compás de su lanzadera; que el viajero seduzca con sus historias el tedio de la jornada17. El escolástico que llegara a ser un reformador podría además aclarar, editando y publicando los escritos de los primeros Padres cristianos, lo que la teología cristiana más antigua había sido antes de que los escolásticos la echaran a perder. El concepto de que una reforma cristiana era meramente una renovación de la moral, contribuyó a que el humanista cristiano se mantuviera leal a la idea del Renacimiento, de que los escritores de la antigüedad clásica debían ser utilizados para ayudar a la obra de mejorar la suerte de la humanidad. El círculo florentino habló acerca de la inspiración de Homero, Platón y de Cicerón y los pintó luchando, como lo había hecho nuestro Señor, para enseñar a los hombres a vivir una vida mejor. Pico de la Mirándola y Reuchlin habían avanzado aún más, y descubrieron luminosas anticipaciones del cristianismo, en este sentido y en otros, entre los hebreos, los egipcios y aún entre los brahmanes. Erasmo tenía una visión demasiado clara para dejarse enredar en ninguna alianza con el misticismo oriental o las especulaciones cabalísticas; pero insistió en la ayuda que recibirían los reformadores cristianos si usaran la enseñanza ética de los hombres sabios de Grecia y de Roma al intentar producir una renovación moral en la vida de sus semejantes. Sócrates y Cicerón, cada uno en su día y dentro de su propia esfera, habían luchado por la misma renovación moral que el cristianismo prometía y, por lo menos en este sentido, podría llamárseles cristianos anteriores a Cristo. Tan persuadido estaba Erasmo de su afinidad con el verdadero espíritu del cristianismo, que declaró que Cicerón tenía tanto derecho a un lugar elevado en el cielo como muchos de los santos cristianos, y que cuando él pensaba en el mártir ateniense casi no podía refrenarse de decir, Sancte Socrates, Ora pro nobis. Debe recordarse también que Erasmo tenía un noble y genuino horror a la guerra, que no era de ninguna manera la contracción de un hombre cuyos nervios siempre estaban estremeciéndose. Predicó la paz con tanta osadía y en una forma tan desinteresada como su amigo Juan Colet. El no podía soportar el pensamiento de una guerra religiosa. Esto no ha de olvidarse cuando se hace un juicio acerca de su conducta y de su relación con la Reforma. 17 ERASMO. Opera Omnia (Leyden. 1703-1706, v. 140 133 Ningún hombre, ni siquiera Lutero, desparramó la semilla de la revolución con mano más indiferente, y a pesar de ello uno de los elementos más perdurables de su carácter era la aversión constante a cualquier movimiento que pudiera llamarse revolucionario. El detestaba lo que llamaba el "tumulto". Creía honradamente que todos los males públicos, tanto del estado como de la iglesia, debían soportarse hasta que se disolvieran serenamente por la influencia del sarcasmo y del sentido común o hasta que la acción de las autoridades responsables los hiciera desaparecer. Tenía la visión lo suficientemente clara como para ver que un ataque abierto y franco a la supremacía papal o a cualquiera de las doctrinas más apreciadas o costumbres de la iglesia medieval, habría de terminar en conflicto y derramamiento de sangre y por lo tanto creía sinceramente que no debía verificarse un ataque de esa naturaleza. Cuando se consideran todas estas cosas es posible entrever el concepto que Erasmo tenía acerca de su obra como reformador, con sus posibilidades y limitaciones. Se aferró a ella tenazmente durante toda su vida. La mantuvo durante los días primitivos en que era comparativamente desconocido. La mantuvo mientras estuvo entronizado como un príncipe en el reino de la erudición. Se aferró a ella cuando llegó desacreditado a la ancianidad. Nadie puede justificar los medios, que algunas veces empleó, para evitar el ser arrastrado de la senda que él mismo se había marcado; pero hay algo que puede decirse en defensa del hombre que, en las buenas o en las malas, se aferró resueltamente a su concepto de lo que debería ser una reforma y de cuáles eran las funciones de un hombre de letras que se sentía llamado a ser un reformador. Si Lutero hubiera estado favorecido con el agudo sentido de previsión con que Erasmo estaba tan fatalmente dotado, ¿se hubiera atrevido a atacar las indulgencias en la forma que lo hizo? Es probable que no le hubiera hecho obrar de otro modo; pero él mismo no lo pensaba así. En una ocasión dijo: “Ninguna obra buena se realiza por nuestra propia sabiduría; tiene su origen en una cruel necesidad. Me vi forzado a emprender la mía; pero si yo entonces hubiera sabido lo que sé ahora, ni diez caballos salvajes me hubieran arrastrado a realizarla”. El hombre que dirige un gran movimiento reformador podrá ver lo distante, pero muy rara vez tiene una visión clara del futuro cercano. Es una persona que siente la presión lenta de un poder espiritual imperioso, que se contenta con un paso por vez, y que no intenta ver todo el camino que se extiende ante él. Erasmo perdió a su padre y a su madre cuando era niño y nunca gozó de las ventajas de la instrucción hogareña. Fue arrastrado por engaño o por propia decepción a un monasterio cuando era muchacho. Escapó 134 de las garras de la vida monástica a los veinte años de edad, con la salud quebrantada y habiendo aprendido a conocer el lado malo de la naturaleza humana y a explotar ese conocimiento. Era uno de los mortales más solitarios y no tenía confianza en nadie más que en sí mismo. Con una sola gran excepción, no tuvo ni una amistad que produjera influencia perdurable en su carácter. Desde niño fue un autodidacta, a su manera; cuando llegó a la edad viril hizo planes y proyectos para sí mismo; con toda resolución rehusó dejarse arrastrar a ninguna especie de trabajo que no le agradara en sí mismo; esquivaba insistentemente todo compromiso que pudiera impedirle obrar a su gusto o que le impusiera alguna responsabilidad. En esto se diferencia de casi todos los humanistas. Todos los otros eran funcionarios, o profesores o maestros particulares o juristas o eclesiásticos. Erasmo no era nada; no quería ser nada, sino un simple hombre de letras. Holbein lo ha pintado con tanta frecuencia que sus rasgos nos son familiares. Cada una de las líneas de su rostro claramente perfilado sugiere un sarcasmo recatado; los labios finos, fuertemente apretados; los párpados medios cerrados y la mirada penetrante de los ojos azules que apenas se ven. La cabeza es intelectual, pero no hay nada masculino en el retrato, nada que se parezca al macizo burgués erudito Pirkheimer; o a la fortaleza jovial del landsknecht humanista Eobanus Hessus; o a la mezquina tenacidad de lobo de Hutten, el descendiente de los caballeros ladrones; o al coraje firme y rústico de Martín Lutero. Las manos delicadas, que Holbein pintó con tanta frecuencia y la pulcritud general de su apariencia, sugieren la descendencia de una larga línea de tías solteronas. La inteligencia vivaz estaba encerrada en un cuerpo endeble, cuya fragilidad fue una continua demanda para el alma que lo tenía aprisionada. Necesitaba habitaciones templadas con estufas que no produjeran olor, los mejores vinos, un caballo de buen andar, y un sirviente diestro; y para procurarse todas estas comodidades Erasmo escribía cartas en las que mendigaba con toda insolencia y se rebajaba a toda clase de adulaciones. La visita que Erasmo hizo a Inglaterra en 1498 constituyó el gran vuelco en su forma de vivir. Por primera vez se encontró entre hombres que eran sus iguales en saber y sus superiores en muchos otros aspectos. “Cuando escucho a mi amigo Colet”, dice, me parece que estoy escuchando al mismo Platón. ¿Quién no se maravilla ante el completo dominio de las ciencias de Grocin? ¿Qué podrí ser más perspicaz, más profundo y más escudriñador que el juicio de Linacre? ¿Ha creado la naturaleza alguna vez una disposición más suave, más dulce o más feliz que la de Tomás Moro?”. Llegó a conocer a hombres 135 tan impregnados de la nueva ilustración como lo estaba él mismo; que odiaban la teología escotista aun más de lo que él la odiaba, y que sin embargo creían en una filosofía cristiana simple y pura y eran sinceros cristianos. Le urgían para que se uniera a ellos en la obra; y en la correspondencia de Erasmo es posible rastrear la creciente influencia de Colet. El Deán de San Pablo convirtió a Erasmo en el decidido humanista cristiano que llegó a ser, e inculcó en él ese concepto de la reforma que, dejando las cosas externas casi como estaban, emprendió una renovación de la moralidad. Nunca perdió la impresión que Colet estampó en él. Parecería, por una de las cartas de Erasmo, que Colet le hubiera instado a escribir comentarios acerca de algunas porciones del Nuevo Testamento; pero Erasmo solo estaba dispuesto a trabajar a su manera; y sus pensamientos muy pronto lo guiaron a preparar una edición del Nuevo Testamento en griego. Caviló mucho sobre esta empresa y tuvo que perfeccionarse en el conocimiento de ese idioma. Esta determinación de no emprender ninguna obra para la que no estuviera capacitado cabalmente junto con su facultad de aplicación y de adquisición, le proporcionaron a Erasmo la reputación de hombre enérgico. Se lo encontró diferente a cualquier otro humanista, ya fuera italiano o alemán. Su anhelo no era reproducir meramente lo antiguo, ni confinarse dentro del círculo estrecho en que trabajaron los "poetas" del Renacimiento. Aplicó de un modo moderno la cultura antigua. No fue un tipo de estudiante apoltronado. Fue uno de los observadores más agudos de todo lo humano, el Luciano o el Voltaire del siglo XVI. Debajo de sus párpados entreabiertos, su mirada perspicaz captaba y retenía las características sobresalientes de toda suerte y condición de hombres y mujeres. Pudo describir a teólogos, juristas y filósofos, monjes y curas de parroquia, mercaderes y soldados, esposos y esposas, a mujeres buenas y malas, danzarines y comensales, peregrinos, vendedores de perdón y coleccionistas de reliquias; a los aldeanos en el campo; a los artesanos en el taller y a los vagabundos en los caminos reales. Los estudió a todos; y podía describirlos en pocas frases apropiadas, tan incisivas como las pinceladas de Durero, en un estilo casi perfecto y de fácil fluidez sarcástica. Este modo de aplicar la nueva ilustración para retratar la vida común, combinada con su profundo conocimiento, convirtió a Erasmo en el ídolo de los jóvenes humanistas alemanes. Decían que él era más que un mortal; que su juicio era infalible; y que su obra era perfecta. Hacían peregrinaciones para visitarlo. Cuando les concedía una entrevista, era para ellos un acontecimiento del cual hablaban durante 136 años; una carta, era un tesoro precioso que se legaba como una herencia. Algunos hombres se negaron a rendir el homenaje universal que le tributaban los escolásticos y los estadistas, los príncipes laicos y clericales. Lutero rastreó la teología pelagiana en sus anotaciones; sentía desdén por el modo caprichoso como Erasmo jugaba con la verdad; dijo que el gran humanista era un burlador, que arrojaba el ridículo sobre todas las cosas; hasta sobre Cristo y la religión. Algo de base tenía para formular esta acusación. Su sarcasmo no estuvo confinado a su Elogio de la locura o a sus Coloquios, pues aparece en casi cada obra que' escribió, hasta en sus paráfrasis del Nuevo Testamento. Que un hombre así se haya sentido llamado a ser un reformador; que este Saulo haya aparecido entre los profetas es, en sí, un testimonio de que vivió en una época de gran crisis religiosa, cuando el problema religioso era el tema más importante de aquellos días. Las obras literarias principales de Erasmo con las cuales quería que se produjera la reforma son: dos pequeños libros titulados Enchiridion militis christiani (Manual del soldado cristiano o Daga de bolsillo para el soldado cristiano, porque puede traducirse de los dos modos), que apareció en 1503, e Institutio Principis Christiani (1518); su Encomium Moriae (Elogio de la locura, 1511); su edición del Nuevo Testamento, o Novum Instrumentum (1516), con prefacios y paráfrasis; y quizás muchos de los diálogos de sus Coloquios (1519). El mismo Erasmo explica que en el Enchiridion escribió para contrarrestar el error vulgar de los que piensan que la religión consiste en ceremonias y en prácticas más que judías, mientras que abandonan lo que verdaderamente pertenece a la piedad. Todo el propósito de la obra es establecer la responsabilidad individual del hombre ante Dios sin la intervención de ningún agente humano. Erasmo hace caso omiso, tan completamente como Lutero lo hubiera hecho, de todo el pensamiento medieval de la función mediadora de la Iglesia y su orden sacerdotal. En este respecto la obra es esencialmente protestante y completamente revolucionaria. Establece en pocas palabras que mucho de la religión popular es puramente paganismo: Uno adora a un cierto Roque. ¿Por qué? Porque se imagina que él podrá librado de la plaga que azota a su cuerpo. Otro musita oraciones a Bárbara o Jorge, por temor de caer en manos de su enemigo. Este ayuna en honor de Apolonia, para evitar el dolor de muelas. Este otro contempla la divina imagen de Job, para poder librarse de la sarna… En una palabra: cualesquiera sean nuestros temores o deseos, nos establecemos 137 un dios para cada uno de ellos y éstos son diferentes en distintas naciones… Esto no difiere mucho de la superstición de quienes le juraban diezmos a Hércules para poder enriquecerse, o un gallo a Esculapio para sanarse de una enfermedad, o que sacrificaban un toro a Neptuno para que su viaje fuera propicio. Los nombres han cambiado; pero el objeto es ese mismo18. Al hablar de la vida monástica, dice: Amor, dice Pablo, significa edificar al prójimo... y si sólo se hiciera esto no habría nada que fuera más gozoso y fácil que la vida de los "religiosos"; pero actualmente esta vida parece tétrica, repleta de supersticiones judías, sin verse libre en ninguna manera de los vicios de los laicos y, en algunas cosas, hasta más corrompida. Si Agustín, de quien se jactan que fue el fundador de su orden, volviera a vivir, él no los reconocería; exclamaría que él nunca había aprobado esta clase de vida, sino que había organizado un modo de vida que estaba de acuerdo con lo especificado por los apóstoles y no de acuerdo a la 19 superstición de los judíos . Cuanto uno más estudia el Elogio de la locura tanto más se convence de que Erasmo no tuvo intenciones de escribir una sátira sobre la debilidad humana en general; la obra es el ataque más mordaz hacia la iglesia medieval que se haya llevado a cabo hasta esa época: y tuvo toda la intención de que fuera así. El autor se desvía de su tema principal ocasionalmente, pero siempre para retornar a las locuras insensatas de la vida religiosa sancionada por las más altas autoridades de la iglesia medieval. Los papas, los obispos, los teólogos, los monjes y los laicos cristianos comunes, todos son unos insensatos sin descarte en su vida religiosa ordinaria. El estilo es vívido; el autor ha visto lo que describe y hace que sus lectores también lo vean. Expone las cuestiones insensatas de los teólogos, los vicios y ambiciones temporales de los papas, obispos y monjes; la creencia estúpida en los festivales, peregrinaciones, indulgencias y reliquias. 18 ERASMO, Opera Omnia (Leyden. 1703-1706), v. 26. El sarcasmo de Erasmo está ampliamente confirmado por KERLER en su obra Die Patronate der Heiligen (Ulm, 1905). en que aparece San Roque, con otros cincuenta y nueve compañeros santos, ofreciendo escuchar las oraciones de quienes temen la plaga; Santa Apolonia, con dieciocho más, se interesa por todos los que sufren de dolor de muelas; el santo Job, con trece compañeros, es quien cura la sarna; y Santa Bárbara con San Jorge figuran corno protectores contra una muerte violenta; ver pp. 266 -273, 419, 422, 218-219, 358-359. Las traducciones han sido tomadas del Erasmo de EMERSON. 19 ERASMUS, Opera Omnia, v. 35·36. 138 Los teólogos, dice Erasmo, son gente peligrosa para atacar porque se vienen encima con sus seiscientas conclusiones y ordenan la retractación y si uno se rehúsa a hacerlo, inmediatamente lo declaran hereje. Los problemas que les interesan son: ¿Hubo algún instante de tiempo en la generación divina?... ¿Podría Dios haber tomado forma de mujer, de diablo, de asno, de calabaza o de piedra? ¿Cómo pudo haber predicado, hecho milagros o pendido de la cruz una calabaza? 20 Se mofa de los papas y los altos prelados: Esos sumos pontífices que ocupan el lugar de Cristo, si ellos trataran de imitar su vida, es decir; su pobreza, sus faenas, su enseñanza, su cruz y su menosprecio por este mundo… ¡qué otra cosa podría ser más terrible!... No debiéramos olvidar que toda esa masa de escribas, copistas, notarios, abogados, secretarios, mozos de mulas, lacayos, prestamistas, procuradores y otras personas de vida alegre que podría mencionar, si no tuviera respeto por vuestros oídos -- que todo este hormiguero que ahora agobia -- disculpad, honra -- la Sede romana, fuera impelido a la inanición21. En cuanto a los monjes: La mayor parte de ellos tiene tanta fe en sus ceremonias y tradiciones humanas, que se figuran que un cielo solo no es suficiente recompensa para tan grandes proezas. "Uno mostrará su vientre relleno de toda suerte de pescados; otro derramará cien fanegas de salmos; otro contará miríadas de ayunos y se resarcirá luego hasta casi reventar en una sola comida. Otro presentará tal cúmulo de ceremonias que siete barcos apenas podrían contenerlas; otro se jactará de que durante sesenta años nunca tocó un penique a no ser con la mano doblemente enguantada… Pero Cristo va a interrumpir su fanfarronada interminable y demandará -"¿de dónde viene esta nueva especie de judaísmo?" Todo lo hacen según reglamento; por medio de una especie de matemática sagrada; como por ejemplo: con cuántos nudos deberán atarse los zapatos; de qué color deberá ser cada cosa; qué variarán de su vestimenta; de qué material será; del ancho de cuantas pajas deberá ser su cinto; de qué forma y qué 20 Ibid., IV, 465. 21 Ibid., IV, 481-484. 139 capacidad deberán tener su capucho; de cuantos dedos de ancho deberán cortarse el cabello y cuántas horas deberán dormir....22 Ridiculiza a los hombres que viven rodando de Roma a Compostela o a Jerusalén, gastando en viajes largos y peligrosos el dinero que sería mejor utilizar en dar de comer a los hambrientos y vestir a los desnudos. Se mofa de aquellos que compran indulgencias, que se arrullan dulcemente con perdones falsificados y que han medido la duración del purgatorio sin errar, como con un reloj de agua, en épocas, años, meses y días; como la tabla de multiplicar. 23 ¿Es religión, el creer que si uno paga un penique de los que ha robado, puede borrar de golpe todo el lodazal de su vida, y todos sus perjurios, lujurias, borracheras; todas sus pendencias, asesinatos, trampas, traiciones, falsedades, pagadas en tal forma que pueda comenzar otra vez un nuevo círculo de crímenes? Quizás la reverencia por las reliquias nunca fue tan cruelmente satirizada como en el Coloquio, Peregrinario Religioso ergo. Debe recordarse que esta sátira amarga fue escrita algunos años antes de que Lutero empezara la reforma atacando las indulgencias. Puede parecer sorprendente la libertad que el escritor satírico se permitió y cuánto se le permitió. Pero Erasmo sabía muy bien cómo protegerse. Se cuidaba mucho para no presentar ataques definidos y para no mencionar nombres. Siempre se mostró pronto a explicar que su objeto no era atacar al papado sino únicamente a los malos papas; que tenía el más alto respeto por la vida monástica y que sólo satirizaba a los monjes de mentalidad perversa; o que él reverenciaba a los santos pero que creía que la reverencia debería demostrarse imitándolos en su vida de piedad. Todo esto lo podía decir sin alterar la verdad. En realidad, es muy probable que Erasmo con todo su escarnio en contra de los monjes, creyera en su corazón que un monje capuchino o franciscano vivía la vida cristiana ideal. Parece decirlo así en su Coloquio, Militis et carthusiani. Además, él escribió antes que los dignatarios de la iglesia medieval empezaran a alarmarse. Los eclesiásticos liberales que eran los patronos de la nueva ilustración no tenían ninguna objeción en ver los vicios de la época y de la Iglesia del día satirizados por uno que escribía un latín tan exquisito. En todas sus obras más serias Erasmo puso mucho cuidado para ampararse bajo la protección de los grandes eclesiásticos. Erasmo no fue el único erudito que se propuso publicar una edición correcta de las Sagradas Escrituras. El gran Cardenal español, Jiménez, anunció que tenía la 22 23 Ibid., IV, 471-474. Ibid., IV, 445. 140 intención de dar a luz una edición de las Sagradas Escrituras en la que el texto de la Vulgata aparecería en columnas paralelas con el hebreo y el griego. El prospecto de esta Poliglota Complutense fue publicado ya en el año 1502; la obra fue terminada en 1517, y se publicó en España en 1520 y en otros países en 1552. Erasmo tuvo mucho cuidado de dedicar la primera edición de su Novum Instrumentum (1516) al Papa León X, que benignamente lo aceptó. Envió la segunda edición al mismo Papa en el año 1519, acompañado de una carta en que dice: He luchado con todas mis fuerzas para inflamar a los hombres que habían estado congelados durante tanto tiempo en esos argumentos tan glaciales, para que tengan celo por la teología que debe ser a un mismo tiempo más pura y más sería. Y de que esta labor, hasta ahora no ha sido vana, puedo percibido por lo siguiente: que ciertas personas están furiosas contra mí porque no pueden valorizar nada de lo que ellos no son capaces de enseñar y que tienen vergüenza de aprender. Pero, confiando en Cristo como mi testigo, a quien sobre todo, mis escritos tratan de proteger, en el criterio de vuestra Santidad, en mi propio sentido de lo que es el bien y en la aprobación de tantos hombres distinguidos, siempre he hecho caso omiso del gruñido de esta gente. El poco talento que tengo lo he dedicado de una vez para siempre a Cristo; será únicamente para servir su gloria; servirá a la Iglesia Romana, al príncipe de esa Iglesia, pero especialmente a vuestra Santidad, a quien soy deudor de mucho más que todo mi deber. Dedicó las varias partes de las Paráfrasis del Nuevo Testamento al Cardenal Campeggio, al Cardenal Wolsey, a Enrique VIII, a Carlos V y a Francisco I de Francia. Deliberadamente se colocó bajo la protección de estos príncipes, eclesiásticos y seculares, de quienes no se podía sospechar que tuvieran designios revolucionarios en contra del estado de cosas existente tanto en la iglesia como en el estado. LOS HUMANISTAS CRISTIANOS En todo esto, fueron sus seguidores, temporalmente, los humanistas cristianos más distinguidos de Inglaterra, Francia y Alemania, quienes abrigaban las más halagüeñas esperanzas. Un papa humanista se sentaba en el trono de San Pedro; gobernaban a Francia e Inglaterra jóvenes reyes humanistas; el Emperador Maximiliano había sido durante mucho tiempo el patrono de los humanistas alemanes, y se esperaba mucho de su nieto Carlos, el joven rey de España. Erasmo, el príncipe reconocido de la erudición cristiana, estaba apoyado entusiastamente por Colet y Moro en Inglaterra, por Budeus y Lefevre en Francia, por Juan Staupitz, Cochlaeus, Tomás Murner, Jerónimo 141 Emser, Conrado Mutianus y Jorge Spalatino, en Alemania. Todos creían que estaba por llegar la edad de oro en que los príncipes seculares prohibirían las guerras, los laicos eclesiásticos abandonarían su rapacidad y entrambos guiarían a los pueblos de Europa a una reforma moral y al restablecimiento de la religión pura. Esperaban que todo este cambio se efectuara sin el "tumulto" que todos temían y, cuando estalló la tormenta, muchos de ellos se convirtieron en opositores amargados de Lutero y de su acción. Lutero no tuvo enemigos más encarnizados que Tomás Murnes y Jerónimo Emser. Otros, como Jorge Spalatino, llegaron a ser sus más fervorosos seguidores. Hasta el fin, Erasmo mantuvo su posición de cautelosa neutralidad. En una larga carta que dirigió a Marliano, obispo de Tuy, en España, le dice que a él no le agradan los escritos de Lutero; que desde el principio ha temido que crearan un "tumulto", pero que no deseaba oponerse enteramente al reformador, "por temor de estar luchando contra Dios". Después de grandes persuasiones todo lo que se consiguió de él fue que en su obra De Liberio Arbitrio atacara la teología agustiniana de Lutero e insinuara una defensa del principio de la autoridad eclesiástica en la interpretación de las Escrituras, y una prueba de que Lutero había dado demasiado énfasis al elemento "gracia" en las acciones humanas. Hasta donde pudo le dio las espaldas a todo el movimiento, protestando que, en cuanto a él, siempre permanecería adicto a la Sede Romana. Los últimos años de su vida se consumieron preparando una extensa obra literaria: la edición de los primitivos Padres Cristianos. En 1536, el año de su muerte, completó la edición de Orígenes. Se estableció en Lovaina, pero descubrió que el ambiente teológico era demasiado vigoroso para su temperamento; se trasladó a Basilea; después se fue a Friburgo; luego regresó a Basilea para morir. Después de su muerte se le colocó del lado que por tanto tiempo había esquivado. El Papa Paulo IV lo clasificó como un hereje notorio y en el primer "Index" papal colocó "todos sus comentarios, notas, acotaciones, diálogos, cartas, traducciones, libros y escritos, aun cuando ellos no contuvieran nada en contra de la religión o acerca de la religión". En vano buscamos indicaciones que nos muestren que aquellos humanistas cristianos se dieron cuenta de que estaban viviendo realmente en tiempos revolucionarios; que verdaderamente estaban colocados al borde de un cráter que estaba a punto de hacer erupción para cambiar la historia de Europa. Los instintos de la vida religiosa de Sir Tomás Moro eran todos medievales. Colet le había persuadido a abandonar sus impulsos primitivos de ingresar a una orden monástica; pero hasta el día de su muerte Moro usó un cilicio de crin aplicado sobre su piel. A pesar de ello en el bosquejo de una comunidad ideal 142 que él trazó, amplió el pensamiento paulino referente a la igualdad de todos los hombres delante de Cristo, declarando que a nadie se le debía exigir que trabajara más de seis horas diarias, y demostró que solamente donde no existiera forma alguna de la iglesia medieval podría florecer la libertad religiosa. El amable y piadoso joven inglés nunca se imaginó que su sueño académico sería traducido a pensamientos rudos y prácticos y acciones más rudas todavía por los dirigentes de los aldeanos y artesanos insurgentes, y que su Utopía (1515), diez años después de publicada, y diez años antes de su muerte (1535), proveería de textos para sermones comunistas predicados en oscuros mesones o a campo raso a excitados auditorios. Las críticas sarcásticas a la jerarquía, a las órdenes monásticas y a la vida religiosa popular que Erasmo había desparramado a los cuatro vientos sin tasa ni medida en sus escritos fáciles como en los de mayor envergadura, suministraron las armas a los dirigentes de ese "tumulto" que había temido durante todos los días de su vida; y cuando se quejó porque a muy pocas personas parecía importárseles el cuadro de la verdadera vida religiosa que él había descrito en su Enchiridion, no alcanzó a comprender que tal obra llegaría a ser eminentemente popular entre quienes renunciarían toda conexión con la Sede Romana a la cual el autor había prometido obediencia durante toda su vida. De un modo extraño todos los humanistas cristianos se mostraron ciegos ante las señales de los tiempos en que vivieron. Nadie puede dejar de apreciar la nobleza del propósito de trabajar en pro de una gran renovación moral de la humanidad; esta fue la norma que los humanistas cristianos mantuvieron siempre delante de ellos; ni nadie puede negarse a ver que siempre, y en todas partes, fueron predicadores de rectitud y de justicia. Cuando recordamos el siglo y medio de guerras, provocadas en gran parte por motivos eclesiásticos, que desolaron la Europa de los siglos XVI y XVII, pocos serán los que no simpaticen con la idea de los humanistas cristianos que propugnaban un gran reajuste de las condiciones religiosas existentes, más bien que una revolución eclesiástica que llevara a una reconstrucción completa; aunque con pesar debemos reconocer que las luchas dinásticas de los príncipes seculares; la rapacidad y la impotencia religiosa de los papas y de las autoridades eclesiásticas y la presión imperiosa del descontento social e industrial, hicieron imposible el camino pacífico. Pero lo que nos llena de sorpresa es que los humanistas cristianos parecían creer con ingenuidad infantil que las autoridades constituidas, tanto seculares como eclesiásticas, serían las que guiarían el camino hacia esta reforma pacífica, principalmente porque tenían un tinte de cultura humanista y eran los patronos de los artistas y los hombres de letras. Para el Papa León X y el joven 143 Arzobispo de Maguncia el humanismo significaba una fuente adicional de entretenimientos, representados por cuadros costosos, colecciones de manuscritos y libros raros, la gratificación de sus gustos por las joyas y camafeos, por no decir nada de otros pasatiempos más peligrosos y la adulonería del círculo de escolásticos que ellos habían atraído hacia sus cortes; y para los príncipes seculares más jóvenes no significaba mucho más. También es de temer que los humanistas cristianos no tuvieran un verdadero sentido de lo que se necesitaba para esa renovación de la moral pública y privada que tanto anhelaban ver. Las descripciones de una vida cristiana vivida de acuerdo con los principios de la razón; las tajantes polémicas contra la jerarquía y la burla mordaz de la insensatez de la religión popular, no ayudaron a la masa del pueblo. Las multitudes que vivieron en las primeras décadas del siglo XVI se vieron azotadas continuamente por plagas y enfermedades nuevas y extrañas y estaban atemorizadas ante una posible invasión de los turcos. Siempre tenían ante sus ojos el temor a la muerte y el juicio del más allá. Lo que deseaban era sentir el perdón de Dios por sus pecados; por eso se asían ansiosamente de las indulgencias y caminaban en largas peregrinaciones a los lugares santos y adoraban reliquias; todo por alcanzar el perdón que tanto anhelaban. La reforma aristocrática e intelectual, contemplada por los humanistas cristianos, muy poco les interesaba. Su anhelo de seguridad de salvación no podía ser satisfecho con recomendaciones de que vivieran virtuosamente de acuerdo a la ética neoplatónica. Es patético escuchar a Erasmo apelar a algo más de lo que él mismo podía dar: “¡Oh Erasmo de Rotterdam! ¿Dónde estás tú?" preguntó Alberto Durero. ¡Contempla lo que puede hacer la tiranía injusta del poder terrenal, del poder de las tinieblas! ¡Escucha, tú, caballero de Cristo! ¡Cabalga al lado del Señor Jesucristo; defiende la cruz y gana la corona del martirio! Tal como están las cosas, eres un hombre de edad. He oído decir que te has dado un par de años más de servicio activo; empléalos, te lo ruego, para beneficio del evangelio y de la verdadera fe cristiana, y créeme que las puertas del infierno, la sede de Roma, tal como Cristo lo ha dicho, no podrán prevalecer contra ti."24 La Reforma necesitaba un hombre que hubiera experimentado esa imperiosa necesidad del perdón que entonces enviaba a sus semejantes a visitar santuario tras santuario; que pudiera decirles en 24 LEITSCHUH, Albrecht Dürer's Tagebuch der Reiss In die Nicderlands (Leipzig, 1884), p. 84. 144 palabras sencillas que el hombre y la mujer comunes pudieran comprender, cómo cada uno de ellos podría alcanzar ese perdón, y quién podía librados del temor al sacerdote y mostrarles el camino que conduce a la paz de Dios. La Reforma necesitaba a Lutero. 145