Carta a Cáritas Arciprestal, Marzo`16 El capital nunca será
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Carta a Cáritas Arciprestal, Marzo`16 El capital nunca será
Carta a Cáritas Arciprestal, Marzo’16 El capital nunca será evangelio, el evangelio siempre será capital “A sus ordenes mi capital”, título de un articulo de Ignacio Ellacuría. Esta expresión, “a sus ordenes mi capital”, encierra mucha verdad pues, en ocasiones, queriendo o sin querer, es el “capital” quien manda y nosotros obedecemos sin rechistar, sin considerar si es acorde o no con nuestros principios. El “capital” procura su interés, piensa en sí mismo sin mirar el daño que puede causar y el perjuicio que va a acarrear a los que no son de los suyos, especialmente si son de los que no cuentan para nada en la sociedad: los pobres y desheredados, los que para él están de sobra. Por ser cristianos debemos estar más cerca del compartir con los pobres que del “capital” y sus acólitos. Uno de nuestros principios, valor fundamental del cristianismo, es solidarizarnos y compartir con los necesitados, hacernos uno con ellos, acogerlos y correr su misma suerte dándole cuanto somos, tenemos, sabemos y sentimos. Nos sumamos a lo que Albert Camus decía: “No podemos ponernos del lado de los que hacen la historia, sino al servicio de los que la padecen”. Estamos llamados a prestar nuestra ayuda y nuestra voz a los que nos necesitan haciéndonos ver y oír; callar sería ser cómplices del mal. La verdadera misericordia lleva a la fraternidad y ésta a la denuncia, a hacer que el individuo y su causa sea visible y audible; no hay caridad al margen de la profecía, de la defensa de la justicia y de la verdad. Hasta llegar a la profecía nuestro trabajo no se dará por terminado. Nuestra meta es trabajar por cambiar esta cultura gobernada por los “intereses del capital” procurando que los pobres sean visibles, que existan y cuenten en la sociedad, que no sean personas de sobra, que no sean un estorbo para el sistema y, si llegado el momento lo son, trabajaremos por cambiar el sistema al ser antihumano y anticristiano. Los que queremos caminar tras los pasos de Jesús de Nazaret no somos gente antisistema, simplemente queremos ser humanos recordando a los que mandan, a los que dicen que se preocupan por el bien común, que los últimos han de ser los primeros a cuidar. Nos guste o no, estamos llamados a ser agentes de cambio; el creyente, con el evangelio en la mano y queriéndolo cumplir está llamado a ser un re-evolucionario social de todo aquello que se contrapone a la bienaventuranza, ha de denunciar el mal, la injusticia, la desigualdad y cuanto no respete la dignidad de las personas. Tenemos a Jesús por Maestro y queremos cumplir sus mandatos, en Mc 6,37 hay uno: “Dadles vosotros de comer”. Mandato claro y diáfano, ante él no caben interpretaciones, escusas ni componendas. Partir y compartir, dar y darnos es el talante de vida a la que estamos llamados. San Basilio, con la fuerza de los SSPP, afirmaba: “Del hambriento es el pan que tú retienes; del que va desnudo es el manto que tú guardas en tu arca; del descalzo, el calzado que en tu casa se pudre. En definitiva, agravias a cuantos pudiendo socorrer no lo haces”. También es cierto que todo cambio social comienza por uno mismo; si no cambiamos nosotros no podremos exigir que cambie nada; el reevolucionario antes tiene que convertirse él y en profundidad. Para comenzar el cambio, la conversión, lo primero que hay que hacer es pasar por un autoexamen de consciencia y vida, una revisión de actos y actitudes, por un ejercicio de autoconocimiento para liberarnos del “ego” que distorsiona la imagen de lo que queremos ser: semejanza de Dios, seguidores de Jesús. No lo olvidemos, en nosotros se da una guerra sin cuartel entre el “ego” y el “yo”. Entre la generosidad y el egoísmo; lo que ganamos en egoísmo lo perdemos en generosidad; lo que gana el “ego” lo pierde el “yo”. Y el “yo” es el que nos lleva a vivir a semejanza de Dios. Vivamos desde lo profundo, desde lo auténtico; olvidemos las apariencias, lo superficial y epidérmico, el qué dirán, el qué pensarán y lo que piensan y dicen, seamos coherentes con la fe, servidores del Dios encarnado en la persona del que sufre. Amigos, entre nosotros, menos capital y más evangelio. Que el “yo” que somos no tenga que saludar tristemente al “yo” que hubiéramos podido ser. Ni tengamos que pasar de la aspiración de ser a la triste decepción de no haber sido o no haber llegado. Trabajemos el “yo”, nos llevará a vivir en la semejanza de Dios.