Lo invariable y variable en el poema “Rito” de Marco Martos / jaime
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Lo invariable y variable en el poema “Rito” de Marco Martos / jaime
Lo invariable y variable en el poema “Rito” de Marco Martos / jaime urco Los poetas, si no todos, una buena cantidad de ellos, han indagado sobre el significado de la poesía. Han buscado saber qué es, para qué sirve, cómo se produce, y si existe un determinado elemento que haga poético un texto (la literariedad de los formalistas rusos). En el poema “Rito”, Marco Martos hace una propuesta sobre la naturaleza de la palabra poética: su afán purificador del dialecto de la tribu y la palabra en relación al tiempo. I Poesía purificadora del lenguaje Es más o menos verosímil pensar que la poesía es el discurso en el que se explotan mejor los recursos del idioma. Ejemplo de esto son los poetas que trabajan sobre el estrato sonoro. Mediante rimas, versos medidos, acentos aguzan el oído para escuchar la música de la palabra. Es muy difícil imaginar a un hablante cotidiano que repare en los sonidos de su conversación y pretenda administrarlos con un interés que sobrepase lo evidente o inmediato de la comunicación. Es inverosímil que este hablante esté atento a evitar cacofonías, buscar aliteraciones. En una palabra: que le preste más atención al cómo de su discurso que a lo que está diciendo. No es por incompetencia del sujeto sino por la naturaleza del habla: instantánea, sin conciencia de la pertinencia gramatical, redundante, repetitiva, con frases breves y léxico reducido. El habla es instrumental. Sirve para la comunicación. Sabe que no quedará perennizada y que el ocasional interlocutor sólo retendrá la mera data, no la forma cómo se manifestó esa data. Es por esto que en los casos de la comunicación habitual, las palabras se comportan como algo transparente: se les usa como si no existiesen. Caso contrario sucede con la poesía (los lenguajes artísticos/secundarios para decirlo con Iuri Lotman) que tiene una lengua que no se contenta con ser mero instrumento sino que reclama atención para sí. Tanto el emisor como el receptor de un texto poético disfrutan de la elección de los vocablos, su mezcla con otros significantes, la cadencia, el ritmo, la sonoridad, etc. Claro que el signo tiene doble referencia: al mundo y a sí mismo, pero la literatura -para decirlo con Vallejo- se hace con palabras no con ideas. El emisor lo sabe y construye objetos sabiendo que su receptor no anda únicamente tras la significación sino que presta mucha atención al lenguaje mismo; de ahí que hacer leer un resumen/adaptación del Quijote, por ejemplo, no es leer a Cervantes ni el Quijote (como se estila en algunos colegios). El lector busca los sonidos, las combinaciones, las repeticiones intencionales de letras (aliteraciones), sílabas (versos medidos), palabras (estrofas). Por contraposición al habla cotidiana que es invisible (transparente) para los usuarios, la palabra poética es opaca: se deja ver, se hace ver: impone su presencia. Esta opacidad que le da conciencia de las potencialidades de la lengua hace de la poesía un usuario privilegiado. Conoce los diversos estratos de la palabra. Se podría pensar que la poesía, entonces, debe preservar la lengua de transformaciones degradantes que ciertas sintaxis, léxicos, cacofonías, elipsis de fonemas establecen. Para decirlo con versos del poema “Rito” de Marco Martos: “Para purificar el dialecto de la tribu … habla la poesía” El Diccionario de la Real Academia de la Lengua da algunas acepciones a la palabra purificación que son pertinentes para este caso: 1. Quitar de algo lo que le es extraño, dejándolo en el ser y perfección que debe tener según su calidad. 2. Limpiar de toda imperfección algo no material. Esto aplicado al verso diría que la labor de la poesía es “limpiar de toda imperfección algo no material”, “quitar de algo lo que le es extraño, dejándolo en el ser y perfección que debe tener según su calidad”; es decir que la palabra para que mantenga su condición de poética debe ser/permanecer inmaculada, perfecta. En este orden de cosas las alteraciones del lenguaje poético no tendrían cabida. La poesía tendría que tener como cualidad esencial la inmovilidad. Nada debe cambiar para mantener el ser. Lo “extraño” es el elemento perturbador. Para que algo se mantenga puro es a costa de rigidez: no se podría aceptar modificaciones al modelo original. Las alteraciones son la destrucción de la palabra poética. Sin la purificación sobrevendría la anulación de la poesía. Un discurso ininteligible. Se perdería el orden simbólico: “el sujeto no se constituye en su singularidad sino a través de su inserción en el orden simbólico que gobierna el mundo de los hombres, ya se trate del lenguaje o del simbolismo socio-cultural”. Rifflet-Lemaire: Lacan, p. 116. Por eso es que el sujeto del enunciado de “Rito” propone que el hacedor de poemas deba cribar (purificar) lo insano de lo benéfico, lo imperfecto de lo perfecto, lo extraño de lo propio. El dialecto del que se habla en el poema no es otro que el dialecto del lenguaje poético. No está al cuidado de gazapos, dislates, barbarismo de la lengua natural (léase los idiomas), sino vigilante de que en la lengua artística/segunda (dialecto poesía) no se filtren elementos subvertidores que produzcan la destrucción del orden para la implantación del caos. La purificación permitiría mantener un statu quo que garantice el vocablo poético. El ser de esta manera se definiría por la permanencia, por la constancia. Lotman tiene una explicación que me gustaría usar. Pensemos que la literatura es una semiósfera1 que está constituida por núcleos (lo propio) y periferias (fronteras entre diversos núcleos). Digo que dentro de la semiósfera literatura coexisten varias formas (núcleos) de concebir lo literario. Una de ellas puede privilegiar y proponer como requisito de lo poético el desborde verbal mientras que otro núcleo diga que los textos se construyan desde la contención verbal. Lo que fácilmente nos hace pensar que no existe una forma de concebir la literatura sino varias. Dicho de otro modo: no existe la literatura, existen las iteraturas. Sin embargo, una de estas formas por razones extraliterarias se constituye como núcleo dominante y nos hace creer que ella es la literatura y que no pueden existir formas diferente a ella. Con este convencimiento se convierte en modelo. El lenguaje que inicialmente sirviera para describir cómo son los textos literarios de un determinado núcleo se transforma en norma de producción para otros núcleos. Por ejemplo, un núcleo dominante puede precisar que todo texto de la semiósfera literatura para tener el derecho a ser considerado miembro deba ser escrito, lo que ocasiona que los productos orales no tengan cabida. Cosa que sucedía hasta hace una pocas décadas atrás en nuestra literatura. Como todo núcleo dominante tiene el deseo de permanencia. Para ello se vale de la rigidez que se traduce en una ausencia de modificaciones. Las periferias, las fronteras, por el contrario, son dinámicas, comercian entre una lengua y otras. En este intercambio van produciéndose modificaciones que luego de diversas dinámicas se convertirán en el núcleo central de algún futuro: las fronteras son el lugar de la renovación, del oxigenamiento, del cambio. La tribu a la que refiere el poema no es la colectividad toda. Más bien se trata del grupo reducido de productores y consumidores del género poesía. No creo que haya que tomar tribu como sinónimo de sociedad. Ambos términos: dialecto, tribu remiten exclusivamente a la lengua segunda de la que habla Lotman. La lengua primera (idiomas) de comercio social y sus usuarios nada tiene que ver en este nivel. 1 La semiósfera es el espacio semiótico fuera del cual es imposible la existencia misma de la semiosis… sólo dentro de tal espacio [semiósfera] resultan posibles la realización de los procesos comunicativos y la producción de nueva información “Acerca de la semiósfera”, en Criterios, La Habana, julio de 1991, No 30, pp. 24-25. II La palabra y la noción tiempo Y para que la tribu quede contenta usa palabras del lenguaje de hoy pues las palabras del año pasado pertenecen al lenguaje del año pasado y las palabras del próximo año esperan otra voz. En este nivel del discurso la noción de tiempo es la que determina quién existe y quién deja de existir. La vigencia y lo pasajero están en estos versos. Pareciera que la poética no es ya estática, inmóvil ni que las leyes que la producen son invariables. Entonces, cada enunciador estaría sometido a la acción de lo establecido por la época. Cada voz usaría un lenguaje que sabe de frágil existencia. Cronos todopoderoso con su presencia ordenaría las formas de producir poesía que deberían quedar sepultadas para dar paso a otras nuevas ¿Quién establece la vigencia?, ¿quién gobierna el tiempo? En los versos de “Rito” no se dice, pero se puede afirmar que se trata de algo extraliterario: lo que pertenece a las estructuras cuturales. Es decir, el sujeto de la enunciación no sería el demiurgo todopoderoso. Su acción aparecería regulada tanto por las normas propias del discurso poético como por las normas sociales. La contradicción entre lo que digo ahora y lo dicho líneas arriba se explica por la oposición ser/parecer. El tiempo es un elemento extrapoético que actúa sobre la apariencia de la poesía y no sobre su propio ser. La esencia de la poesía es inalterable, ajena a cambios temporales o espaciales. Su ser, invisible, no es modificable. Sólo fenoménicamente puede presentarse distinta. Cambia solo de ropaje, jamás transfigura su ser. Para retomar las categorías de Kant: el noúmeno es único, imposible de variar. Sus apariciones fenoménicas, sus actualizaciones son variables de ese invariante que cubren: ser invarible no visible parecer variable/mudable visible