La autoría enmascarada y la lectura cómplice en el Prólogo y la

Transcripción

La autoría enmascarada y la lectura cómplice en el Prólogo y la
La autoría enmascarada y la lectura cómplice en el Prólogo y la Dedicatoria
del Quijote de 16151
MARÍA STOOPEN
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
El Prólogo y la Dedicatoria que Cervantes escribe para la Segunda parte del
Quijote (1615)
-y el libro mismo-, son los últimos eslabones de la cadena de
recepción productiva2 iniciada por el Prólogo a la Primera parte (1605) que, como
sabemos, es en un sentido, respuesta al de El peregrino en su patria (1604) de
Lope de Vega. El Prólogo de Alonso F. de Avellaneda a El segundo libro del
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1614) continúa la serie, ya que es
escrito como réplica principalmente al del Quijote I y a la Primera parte de la
historia, puesto que presenta la suya como su continuación, y en menor grado,
como respuesta también al Prólogo a las Novelas ejemplares. Poco antes de que
apareciera El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, en la Dedicatoria de
las Comedias y entremeses al conde de Lemos (1615), Cervantes adelanta que va
a desenmascarar en su continuación de la historia de don Quijote la ilegitimidad
del apócrifo, recién publicado. (Cfr. supra, p. 80)
Todas estas piezas que forman parte de los paratextos de las obras
mencionadas componen, pues, un tejido de referencias textuales que cobran un
significado más cabal cuando el lector las tiene todas presentes. Aquí me ocuparé
1
Este fragmento fue presentado, con modificaciones, como ponencia en el Tercer Congreso
Internacional de la Asociación de Cervantistas, Cala Galdana, Menorca, 20-25 de octubre de 1997
y publicado en Antonio Bernat Vastarini (ed.), Actas del Tercer Congreso Internacional de la
Asociación de Cervantistas, Palma: Universitat de les Isles Baleares, 1998, pp. 305-312.
2 “[...] las 'influencias', dice María Moog-Grünewald, cualquiera que sea su tipo y su volumen, ya no
se explican causal-genéticamente de obra a obra, de autor a autor, de nación a nación; más bien
han de insertarse como 'recepción productiva' en un proceso muy complejo de recepción, en el que
participan tres 'instancias': autor, obra, público.” “Investigación de las influencias y de la recepción”,
en Dietrich Rall (comp.). En busca del texto. Teoría de la recepción literaria, p. 250.
1
de las relaciones entre el Prólogo y la Dedicatoria que Cervantes redacta para el
Quijote de 1615 y el Prólogo al apócrifo del seudo-Avellaneda. Haré referencia,
asimismo, a la pieza introductoria al Quijote de 1605, la cual, además de ser el
punto de inicio de la cadena, es antecedente del Prólogo a la Segunda parte en
varios sentidos.
Jean Canavaggio opina que “los prólogos cervantinos revelan cómo el
código del exordio ha sido poco a poco penetrado por un 'decir' cuyo polifacetismo
renueva por completo el sentido del discurso prologal.”3 Así el Prólogo al segundo
Quijote como texto introductorio, cumple apenas y sólo al final, con la función de
ser una advertencia explícita al lector sobre la obra que va a leer, puesto que, en
principio, está escrito no como su presentación, sino como reacción al falso
Quijote, y su referente textual básico es el Prólogo que preside al apócrifo, el cual
tampoco llena aquel cometido, ya que, como adelantamos, habla más del primer
Quijote y de su autor que del libro que acompaña.
Sin embargo, el Prólogo cervantino de 1615 junto con la Dedicatoria al
conde de Lemos constituyen una unidad con la obra literaria a que anteceden en
el sentido de que adelantan al lector el impacto que tiene en ella la publicación del
intruso rival, al tiempo que son piezas que participan ya de la naturaleza narrativa
y ficticia de la obra. La discusión estará centrada en las relaciones que establecen
con esos otros textos, así como en la ficcionalidad de dichas piezas introductorias,
la cual depende en gran medida de las figuras y los papeles que juegan en este
aspecto el autor y el lector.
3
Jean Canavaggio. “Cervantes en primera persona”, p. 42.
2
En principio, hay que subrayar que el autor manifiesto de este Prólogo, al
igual que el del Quijote I, participa de ciertos datos biográficos del autor empírico,
por lo que la presencia del real se acentúa en el texto. Además, el autor del
Prólogo ahora es más fácilmente identificable con Miguel de Cervantes que en el
de 1605, puesto que, entre otras cosas, se multiplica en menor número de
funciones que las que adopta en el primero.
La postura de la crítica sobre la índole ficticia del Prólogo de 1615, con
referencia a la indiscutible del de 1605, linda en los extremos. Recordemos que en
el de la Primera parte, Cervantes crea una situación imaginaria a partir de la
introducción de un personaje ficticio, el amigo gracioso y bien entendido con quien
dialoga el autor manifiesto. Por dicha razón éste se transforma también en
personaje ficticio y, además, porque al tiempo que se identifica con Miguel de
Cervantes, se hace pasar por un supuesto historiador que investiga en archivos
con el fin de narrar la historia de don Quijote. En el Prólogo a la Segunda parte, en
apariencia, Cervantes habla por sí mismo, ya que se presenta como autor de los
dos Quijotes: El ingenioso hidalgo y El ingenioso caballero. Por ello, Charles
Presberg, al contrario de lo que sostiene sobre la naturaleza ficticia del autor del
Prólogo de 1605, asegura que el de 1615 es equivalente a Miguel de Cervantes. 4
Por su parte, Giovanna Calabrò coincide con la opinión de que Cervantes
Saavedra en las dedicatorias y en los prólogos “habla en primera persona con el
“[...] in the Prologue to Part II, Cervantes inveighs against Avellaneda in his own authorial voice,
and refers to both parts of the 'true' Quixote as his own artistic creations. [...] Hence, both, the title
page and the Prologue of 1615, unlike those of 1605, are extrafictional utterances written in the
voice of the actual author [...]”. Charles Presberg. "'This is not a prologue': paradoxes of historical
and poetic discourse in the prologue of Don Quixote, Part I", p. 221. Para una discusión sobre la
página que contiene el título del Quijote de 1605, ver John Weiger. ln the Margins of Cervantes,
Hanover: University Press of New England, 1988, pp. 37-39.
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3
peso de su palabra y su testimonio de autor histórico.”5 Sin embargo, en otro
sentido, considera que el cuento imaginario narrado en la Dedicatoria sobre la
carta que el emperador de la China envía al autor del Quijote, así como el hecho
de que en el Prólogo no se menciona abiertamente ni el título ni al autor del
apócrifo -los que sólo al final de El ingenioso caballero recobran su completa
identidad, aunque en labios de los personajes ficticios-; ambos hechos -dice
Calabró- insertan al Prólogo y al episodio de Avellaneda en el universo imaginario
de la novela, y señalan “la dependencia absoluta que Cervantes quiere imponer a
su rival, reduciéndole [sic] a ser una emanación de su propia escritura novelesca.”6
A partir de estas opiniones extremas queda, pues, abierta la discusión sobre la
naturaleza ficticia del Prólogo al último Quijote, así como la del autor y el lector.
Habiendo leído la imitación del seudo-Avellaneda y consciente de su
calidad de creador frente a la falsificación, en el Prólogo al Quijote de 1615 se
trasluce que Cervantes el escritor confía en que la verosimilitud de los personajes
y la verdad poética alcanzadas en la Primera parte han sido capaces de originar
en su lector un pacto de lealtad y, por ello, una legítima expectativa de recepción:
la apetencia de proseguir con la lectura no sólo de la historia, sino del Prólogo
mismo:7 “¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector
Giovanna Calabrò. “Cervantes, Avellaneda y don Quijote”, Anales Cervantinos, XXV- XXVI, 198788, p. 94.
6 Giovanna Calabrò observa que: “No deja de ser curioso que Cervantes no haga mención explícita
del nombre de Avellaneda, ni del título exacto de su libro, aun cuando cita el nombre del lugar de
impresión -Tarragona- y de la patria del rival -Tordesillas- lo hace insinuando la duda, a través de
ese sintagma introductivo 'dicen'.” Op. cit., p. 94.
7 Es importante tomar en cuenta los datos de las ediciones de las dos partes del Quijote en el
momento de la aparición de la Segunda. En 1615 circulan impresas al menos diez ediciones
distintas de la Primera parte. Todavía en 1617 ésta aparece sola en una edición de Bruselas. La
Segunda tiene cuatro ediciones separadas antes de la primera aparición de las dos partes juntas
en Barcelona, en 1617. Estos datos llevan a Isaías Lerner a la consideración de que “Ios lectores (y
Cervantes) le[s] otorgaron [a las dos partes del Quijote] cierto grado de independencia necesaria”.
5
4
ilustre o quier plebeyo, este prólogo [...]!”8 Si bien se adivina que Miguel de
Cervantes está agraviado por la impostura del seudo-Avellaneda, el autor del
Prólogo contiene la explosión de su cólera y crea una máscara tras la cual la
atempera, pues no es su intención perder los estribos ante los lectores; antes bien,
desea aparecer como un hombre virtuoso: ”puesto que los agravios despiertan la
cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esa regla.”
La particularidad de que la enunciación prologal sea hecha por un sujeto en
primera persona que se dirige al lector y de que ese sujeto se asuma como el viejo
soldado de Lepanto, provoca la inevitable asociación de que el autor del Prólogo
es el propio Miguel de Cervantes. Por ello y a partir de que las intenciones
autoriales de dicho texto pueden ser atribuidas a Cervantes mismo, se puede
hablar, al igual que en el Prólogo de 1605, de la presencia de un autor liminal.
Por otro lado, la máscara de contención de las emociones del escritor será
identificada aquí como una de las intenciones del autor modelo o autor implícito, o
sea, aquella instancia autorial en la cual el autor empírico deposita las intenciones
de su escritura. Dicho autor implícito, discernible en el texto, construye un lector
imaginario, al cual el autor manifiesto -sujeto de la enunciación prologal y
fácilmente identificable con Cervantes- le propone que asuma el papel de cómplice
frente al advenedizo autor del segundo Quijote, quien resulta enemigo común
porque se aprovecha ilícitamente de la invención cervantina, al tiempo que engaña
al lector al falsear la historia, sobre todo, desde el punto de vista artístico. De allí
Asimismo –añado yo-, a la suposición de dos tipos de lectores en los que Cervantes tuvo que
haber pensado: los que conocían y los que no conocían la Primera parte. “Quijote, segunda parte:
parodia e invención”, NRFH, XXXVIII (1990), núm. 2, p. 817 y p. 819.
8 Ésta y las subsecuentes citas textuales usadas en el presente inciso provienen todas del Prólogo
al Quijote de 1615. En la edición de Luis Andrés Murillo, de donde las tomo, el prefacio ocupa las
pp. 33-37 y la Dedicatoria, las pp. 38-39. Procederé de la manera arriba indicada.
5
que esté en juego un problema de auctoritas de la escritura, la cual, según
Calabrò, “puede ser autorizada sólo si es también fiel a la verdad íntima de la
invención narrativa.”9
Usando un recurso similar al del Prólogo de 1605, en donde el autor
implícito se vale de un amigo, interlocutor del autor manifiesto, con el fin de que
pronuncie lo que no conviene sea atribuido a ninguna figura autorial, el autor
implícito del Prólogo de 1615 concibe ahora a un lector narratario, de quien el
manifiesto supone que está esperando con ansias leer el Prólogo a la Segunda y
legítima parte, ya que -imagina el autor- este lector querría ver convertido el texto
introductorio en arena de un combate verbal y oír a aquél pronunciar una serie de
epítetos en contra de su enemigo para cobrarse el agravio del falso Quijote, lo que
-le advierte al lector- no sucederá. Por ello, este Prólogo se construye en su parte
inicial, al igual que el anterior, como una negación.10
Así, este autor manifiesto y liminal proyecta en el lector sus propios deseos
y emociones belicosos, al tiempo que frustra las supuestas expectativas que le
atribuye a aquél. De esta manera, se desembaraza de la responsabilidad de los
insultos escritos en el texto y dirigidos al autor del apócrifo y puede, entonces,
escudarse en una imagen virtuosa de sí mismo. Esta maniobra podría ser
resumida en la siguiente fórmula: “los escribo yo, autor legítimo de El ingenioso
hidalgo y El ingenioso caballero: asno, mentecato y atrevido, pero responsabilizo a
9
Giovanna Calabrò. Op. cit., p. 96.
10 Elias L. Rivers hace un análisis de este recurso cervantino: “He begins his prologue by teasing the reader with a typically Cervantine paraleipsis [...],
but he does reply to some of the personal insults of Avellaneda's prologue, at first in a tone of conscious moderation and restraint; then, with a disarming
remark to
the reader [...], he reveals more of the violence of his feelings in the two rather repellent anecdotes about madmen and dogs.” “On !he
Prefatory Pages of Don Quixote, Part II”, MLN, vol. LXXV, March 1960, p. 218.
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otro -al lector imaginario que he concebido- del deseo de escucharlos.”11 En este
sentido, el lector virtual ideado por el autor, a la vez que su doble especular es
también otra de sus máscaras.
Resulta entonces que la cólera de Miguel de Cervantes en contra de su
imitador es disimulada por el autor manifiesto -la primera de sus máscaras-, el
cual, por medio de su contención, quiere dejar en claro que, por su parte, no
convertirá el prologo en campo de exhibición de insultos y, a la vez, insinuar que el
Quijote apócrifo y su autor le tienen sin cuidado. Del mismo modo como sucedió
diez años atrás con los prólogos antagónicos de Lope a El peregrino y de
Cervantes al Quijote I, si el de Avellaneda resulta al igual que el del Fénix un texto
cargado de maledicencia, éste de Cervantes, por contraste, es un texto no
maledicente, sino malicioso, igual que lo es el primero, sobre todo, gracias a su
astucia y a su capacidad de dotarse de múltiples disfraces.
Si en el dominio literario el autor consigue manejarse con distancia, en el
biográfico parece perderla y, así, ahora, en este otro terreno transforma al lector
en el confidente de los sentimientos que le provocan las injurias que Avellaneda
hace de su persona (“soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más
lengua que manos”, para citar la de factura más afortunada).12 A dichos insultos el
autor manifiesto y liminal contesta no con armas similares, sino con el orgullo del
héroe, la sabiduría de la edad, la admiración y el respeto del hombre de letras por
el trabajo de un colega dedicado y talentoso, cuyo nombre calla
-Lope, al igual
Giovanna Calabrò supone que el objetivo de Cervantes en su Prólogo, “parece ser el de recorrer
hasta las últimas consecuencias el camino emprendido por su mismo adversario y llevar a
consecuencias extremas el juego de las máscaras, de los espejos, de las copias paródicas.” Op.
cit., pp. 87-88.
12 Alonso Fernández de Avellaneda. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 3 vols., ed.
Martín de Riquer, Madrid:Espasa Calpe, 1972.
11
7
que en el Prólogo de 1605, otra vez como fantasma- y finalmente, con la honra de
un oficio honesto que le ha permitido vivir con decencia, aunque con estrecheces.
Ahora la máscara cubre también a otro sujeto, ya que la estrategia de aludir
las características que transparentan la figura de Lope de Vega, al tiempo de callar
su nombre
-cándidamente explícito en el Prólogo del seudo-Avellaneda-, es
empleada por el autor del Prólogo al Quijote II con el propósito de dejar en el reino
de las conjeturas una serie de claves para que el lector las resuelva: la identidad
del personaje aludido, los nexos del autor con el objeto de su alabanza, los lazos
de complicidad entre el seudo- Avellaneda y el Fénix -elogiado por aquél en su
Prólogo como personalidad en la que se apoya y a la que desea desagraviar- y,
finalmente, la supuesta enemistad de Cervantes con el célebre dramaturgo. El
autor aventura un elogio, pero al dejar velada la identidad del destinatario, el
encomio se diluye, pues no alcanza con claridad al personaje al que va dirigido.
La construcción del lector-interlocutor y a la vez narratario de los relatos que
contiene el Prólogo, le permite al autor triangular su discurso y evitar responderle
directamente a Avellaneda, así como crear una atmósfera íntima de confidencia y
un tono de complicidad amistosa con aquél, con el fin de darle la vuelta a la injuria.
Por su parte, Avellaneda, en el suyo, sin intermediación alguna y, por lo mismo,
sin distancia ni literaria ni emocional, convierte a Miguel de Cervantes y su obra en
los objetos de su discurso, el cual emite en voz alta y a los cuatro vientos -a todos
y a nadie- para proclamar en primer lugar y de manera airada, su antipatía por el
autor del Quijote y evidenciar su deseo de venganza por las supuestas injurias que
éste le dedicó a Lope en el Prólogo a la Primera parte.
8
Conseguidas por medio del tuteo la cercanía, y por medio de la confidencia,
la complicidad del lector, el autor, en un nuevo ejercicio imaginativo, crea una
realidad virtual que depende de la posibilidad de que el lector imaginario llegase a
conocer al impostor no identificado -del que tampoco menciona el (seudo) nombre
con que firma su obra-. Ello con el fin de que aquél sea su vocero ante éste -una
función más solicitada a este lector- y le transmita un mensaje, cifrado en los
cuentos de locos y de perros que le relata. Narrados en la intimidad del Prólogo al
lector ficticio, es claro que por este medio no llegarán a su destinatario, a quien,
escondido en el anonimato, ni ese lector ni ningún otro podrá identificar.
De este modo, los lectores imaginarios del Prólogo resultan ser instancias
que translucen a un destinatario privilegiado -que no es otro que el autor del
apócrifo-, quien tendrá que leer el Prólogo a la Segunda parte del Quijote para
recibir directamente los mensajes que allí le destina su autor. De esta manera, si
es verdad que Cervantes conocía la identidad del embaucador y prefirió callarla,
actuó de una forma magistral, ya que a la máscara del seudónimo bajo la cual se
escondió el escritor del falso Quijote, el del legítimo, lejos de arrebatársela, le
superpone otras con el fin de dejarlo soterrado bajo ellas: artificio que resultó
mucho más astuto que la alternativa de haberlo desenmascarado.
Hasta aquí podría resumirse la fórmula del Prólogo al Quijote de 1615,
estrategia imputable al autor modelo, de la siguiente manera: presenta en el texto
introductorio la imagen de un autor atemperado -el autor manifiesto y a la vez
liminal, el cual se mueve entre los límites de las iniciativas textuales de dicho autor
modelo o implícito y las intenciones del ser humano llamado Miguel de Cervantes-,
y que funge como su intermediario ante el lector real. El lector al que se invoca en
9
el Prólogo es un lector imaginario, asimismo creación del autor implícito, quien le
atribuye a aquél los verdaderos deseos del escritor real. El autor manifiesto
plantea una situación virtual en la que el lector imaginario será portador de su
mensaje, cifrado en dos cuentos, a un autor apócrifo al que aquél no conoce ni
conocerá, entre otras razones, porque éste mantiene oculta su identidad,
“encubriendo su nombre” y “fingiendo su patria”. Lo que significa que, por este
medio, el recado del autor no podrá llegar a su destinatario, quien quedará
obligado a leer el Prólogo para enterarse de lo que en él se opina de su obra y de
su persona. De este modo, el Prólogo al Quijote de 1615 resulta un soberbio
ejercicio de ninguneo y descalificación del enemigo, en el cual al lector se le
conmina a que forme parte de él.
Por otro lado, el hecho de que en la Dedicatoria del libro al conde de Lemos
se plantee otra situación imaginaria en la que participa el escritor junto con otros
personajes ficticios, transforma una vez más al autor en personaje de ficción. (Cfr.
supra, pp. 81-82) De esta manera, la Dedicatoria del libro al conde de Lemos es
una continuación del Prólogo. Como adelantamos, igual que en éste y en la obra
misma, surge el apócrifo como un elemento estructural. En este sentido, llama la
atención que, al revés que la Dedicatoria de 1605 al duque de Béjar -la cual
precede al Prólogo y queda por ello fuera del alcance de la ficción literaria que
inicia con él-, ésta de 1615 se incluya entre el Prólogo y el relato. ¿Con ello se
habrá querido destacar que la Dedicatoria es ya parte de la ficción? Parece que su
índole narrativa y ficticia, misma de la de Prólogo y relato, apunta en este sentido.
Sin embargo, no hay que olvidar -para ello nos lo señala Paul Duchet- que:
10
En tomo al texto existe [...] una zona indecisa en donde se juega su suerte,
en donde se definen las condiciones de la comunicación, en donde se
mezclan dos series de códigos: el código social, en su aspecto publicitario y
los códigos productores y reguladores del texto.13
Códigos -añadimos nosotros- que fatalmente involucran a autor y lectores.
De allí que el autor de los paratextos en cuestión quiera disimular ante el público
los aspectos menos aceptables de su propio rostro y los oculte tras la máscara de
un lector supuestamente airado, ya que no es su deseo poner en evidencia ante
sus lectores la rudeza de sus propias pasiones. Por ello, los umbrales, además de
ser esa zona indecisa en donde el texto se juega su suerte, pueden también
convertirse en los territorios privilegiados de la escritura en donde se arriesga la
frágil humanidad del escritor.
13
Cfr. Supra cap. II, n. 4, p. 87.
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