LA GUERRA ENTRE COLOMBIA Y EL PERÚ (1932

Transcripción

LA GUERRA ENTRE COLOMBIA Y EL PERÚ (1932
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LA GUERRA ENTRE COLOMBIA Y
EL PERÚ (1932-1933): EL PAPEL
DESEMPEÑADO POR EL GENERAL
AMADEO RODRÍGUEZ
Ricardo Vélez Rodríguez
Coordinador del Centro de Pesquisas Estratégicas “Paulino Soares de Sousa” de la
Universidad Federal de Juiz de Fora. Miembro del Instituto Histórico y Geográfico
Brasileño. Profesor Emérito de la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército
brasileño, Rio de Janeiro.
[email protected]
Se completaron ochenta años de la guerra que trabaron, en 1932 y 1933,
Colombia y el Perú en la región amazónica. Mucho se ha escrito sobre los aspectos
económicos, políticos, estratégicos y diplomáticos del conflicto. Con todo, poco se ha
analizado el papel desempeñado por figuras importantes, tanto de Colombia como del
Perú. Pretendo recordar algunos aspectos acerca de la participación del general
Amadeo Rodríguez (1881-1959), mi abuelo, como Jefe Civil y Militar del Amazonas en
ese conflicto.
Cuando comienzo a redactar este trabajo, vienen a mi memoria innumerables
recuerdos de la infancia pasada en la hacienda El Carmen de propiedad del general
Amadeo Rodríguez en la Calera, pequeña población situada al oriente de Bogotá. En
esa bella región mis padres y mis hermanos pasamos años inolvidables. La estadía en El
Carmen comenzó poco después del “Bogotazo”, ocurrido el 9 de abril de 1948 y se
prolongó hasta comienzos de 1951, cuando regresamos a nuestra casa en Bogotá,
2
situada en las inmediaciones de la Quinta Mutis, en el barrio Muequetá. Allí estaba
situado el Colegio Mayor de nuestra Señora del Rosario, incendiado por los revoltosos
el 9 de abril de 1948 y cuyos jardines hacían frente a nuestra casa, en la calle 63B.
Fueron muchas las tardes que pasamos, mis hermanos Alberto, María Victoria y yo,
jugando con nuestros amiguitos, en los bellos jardines del Colegio. Alfonso, otro
hermano, era todavía muy niño y los menores, María Isabel y Gabriel, aún no habían
nacido.
Todavía están presentes en mi memoria las horrorosas escenas de los incendios
que, por las ventanas de la casa paterna, veíamos esa noche trágica del 9 de abril.
Como mi abuelo tenía su casa cerca a la nuestra, separada apenas por un lote, los
revolucionarios trataron de incendiarla. Avisados de que ya no pertenecía a mi abuelo
y de que la casa de su hija Aura Victoria1 quedaba al lado, los incendiarios comenzaron,
después de la medianoche, a rociar las ventanas del frente con querosene, para
incendiarla. Mi padre,2 con la carabina wínchester, pasó toda la noche disparando
contra los que pretendían cometer ese hecho. El “viejo” se ganó una ciática que lo
atormentó por el resto de la vida. Yo, niño de cinco años, me refugié con mamá y mis
hermanos debajo de una de las camas de nuestro cuarto, que tuvo la ventana
protegida por el armario, pues las balas disparadas desde la calle silbaban a todo
momento, haciendo impacto en las paredes. Por una rendija del armario que protegía
la ventana, vimos el incendio del Colegio Mayor y a los alumnos del internado saltando
horrorizados por las ventanas en llamas. Desde la parte trasera de mi casa, que daba
para el jardín, se veían también las llamaradas que se desprendían de los incendios que
destruyeron el centro de la ciudad. Recuerdo que mi madre pasó la noche con
nosotros rezando una tradicional oración muy en boga en esa dura época. 3
1
Aura Victoria Rodríguez de Vélez (1912-2007), nacida en Popayán, fue secretaria de su padre el general
Amadeo Rodríguez, habiendo colaborado, junto con el historiador conservador Joaquín Piñeros Corpas
(1915-1982), en la redacción de la obra con que el general Rodríguez sintetizó sus ideas y su
participación en la política colombiana entre 1932 y 1949. Esa obra, titulada: Caminos de guerra y
conspiración, se citará más adelante. Aura Victoria escribía regularmente crónicas y temas románticos
de ficción en el “Cuaderno Rosa” del matutino El Espectador de Bogotá, a lo largo de los años treinta.
2
Alfonso Vélez Martínez (1903-1977), natural de Filandia, Quindío, de tradicional familia conservadora,
se aproximó de mi abuelo Amadeo por fuerza de sus actividades políticas. Profesor primario formado en
la Escuela Normal, nunca ejerció esta profesión. Estudió ingeniería por correspondencia en las Escuelas
Internacionales de los Estados Unidos y se dedicó al comercio y a la agricultura. Se esmeró por tener una
sólida formación humanística cultivando el bel canto (fue alumno en Bogotá del maestro Matías Morro),
dejándonos como herencia la valorización del arte y una tremenda curiosidad intelectual, amén de una
biblioteca básica en la que figuraban obras clásicas de literatura y de historia del arte, y una bella
pinacoteca con cuadros de Gregorio Vásquez Arce y Ceballos y de la Escuela Quiteña. Se casó con mi
madre Aura Victoria en 1940. Colaboró estrechamente con mi abuelo Amadeo en los negocios de la
Hacienda El Carmen y en la política de la Calera, habiéndose elegido concejal.
3
Este es el texto completo de la mencionada oración: “Señor, Dios Rey Omnipotente, en vuestras manos
están puestas todas las cosas; si queréis salvar a vuestro pueblo, nadie puede resistir a vuestra voluntad.
Vos hiciste el cielo y la tierra y todo cuanto en ella se contiene; vos soy el dueño de todas las cosas;
¿quién podrá, pues resistir a vuestra majestad? por tanto, señor Dios de Abraham, tened misericordia
de vuestro pueblo, porque vuestros enemigos quieren perdernos y exterminar vuestra herencia. Así,
3
En primer plano, el Embalse San Rafael, del Acueducto de Bogotá. En segundo plano, al fondo, a la derecha, la sede
de la Hacienda El Carmen, perteneciente al general Amadeo Rodríguez. Situada a 3 mil metros de altitud y a 30
kilómetros de Bogotá, la región se convirtió en polo turístico importante (Foto: Empresa del Acueducto de Bogotá,
2004)
Hago aquí un paréntesis para reflexionar brevemente con respecto a la
situación que vivieron (en la noche del 10 de Julio de 2013) los comerciantes de
Ipanema y Leblon, en Rio de Janeiro, víctimas de las hordas de agitadores y terroristas
que destruyeron instalaciones comerciales y bancarias en esos barrios. Como
mostraban las imágenes captadas por camarógrafos particulares, los ciudadanos a
todo asistían inermes, sin poder esbozar un gesto de defensa frente a los bárbaros que
invadieron, incendiaron y destruyeron sus propiedades y negocios. La suerte de los
cariocas sería otra radicalmente diferente si los sucesivos gobiernos no los hubieran
desarmado para armar a los bandidos. La policía, como es praxis, solamente se
preocupó por defender la residencia del gobernador, en Leblon. Una vez dispersados
los agitadores, los dejaron obrar libremente en las calles de los dos barrios. Me
imagino que si en la Bogotá de 1948 el gobierno hubiera desarmado a los ciudadanos,
las víctimas civiles de la revuelta se habrían contado por millares, incluyéndome a mí y
a todos los miembros de mi familia.
Vuelvo al relato de los sucesos del Bogotazo. El gobernador de Cundinamarca
decretó la ley marcial y el toque de queda. Nadie podía salir a la calle. Pasados cinco
días, los alimentos comenzaron a escasear en casa. Me acuerdo que mi madre mandó
a la cocinera, Carmen, que matara un gallo viejo que había en el jardín. El animalito fue
cocinado por horas y horas, pero su carne quedó durísima. Una noche oímos en el
antejardín de la casa unos lamentos muy dolorosos. Un soldado había sido baleado por
el cabo, su jefe, por cuestiones de disciplina, y quedó agonizando durante horas
encima de los guijarros de vidrio que protegían el muro que separaba la casa de mis
padres del lote vecino, sin que nadie pudiera hacer nada debido al riguroso toque de
queda. Al cabo de una semana y aprovechando una tregua en los combates callejeros,
Señor, no despreciaréis esta parte que redimiste con el precio de vuestra sangre. Oye, Señor, nuestras
oraciones, sed favorable a nuestra suerte, levantad el azote de vuestro justo enojo, y haced que nuestro
llanto se convierta en alegría, para que viviendo, alabemos vuestro santo nombre y continuemos
alabándole eternamente. Amén”.
4
por sugerencia de mi abuelo nos mudamos para la Hacienda el Carmen, en donde,
como ya destaqué, pasaríamos el período que va desde Abril de 1948 hasta los
primeros meses de 1951. Nuestra casa de Muequetá fue alquilada para un amigo de la
familia, el coronel de la Fuerza Aérea colombiana Emilio Correa, casado con la bella
Matilde Henao. Los dos serían poco después padrinos de bautizo de mi hermana María
Isabel. En los aciagos momentos que se vivieron en Bogotá, con los revolucionarios
tomando posiciones importantes como el Ministerio de Comunicaciones y la Radio
Nacional, un hijo del general Rodríguez, el mayor de Infantería de Marina, Carlos
Rodríguez Téllez (1914-1993) tuvo participación importante en la defensa del orden
público; bajo su comando la tropa retomó de los insurgentes la Radio Nacional, en
sangriento episodio en el que murió, baleado por francotiradores escondidos en la
torre de la Iglesia de Las Nieves, en el centro de Bogotá, el conductor del tanque
Sherman que le hacía escolta a la patrulla militar.
El mayor Carlos Rodríguez Téllez (1914-1993), de la Infantería de Marina, quien comandó la ocupación de la Radio
Nacional que los insurgentes habían tomado durante el “Bogotazo”, el 9 de Abril de 1948 (Foto: álbum de familia)
Debido a la agresividad del movimiento revolucionario que tomó cuenta de
Bogotá y demás ciudades después del asesinato del jefe liberal Jorge Eliécer Gaitán, mi
abuelo se refugió en su hacienda El Carmen. El poder estaba fuertemente dividido en
Colombia entre los liberales y los conservadores, que habían conquistado la
presidencia de la República, ocupada en esos momentos por Mariano Ospina Pérez,
después del largo período conocido como “Hegemonía Liberal” que se extendió desde
comienzos de la década del treinta hasta mediados de los años cuarenta. El Ejército era
definidamente conservador y apoyaba al primer mandatario. No ocurría eso con la
Policía que estaba infiltrada por liberales radicales que, el 9 de abril, armaron a los
sectores populares que protestaban contra el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán (19021948). La puerta estaba abierta en Colombia, de esta forma, para el conflicto civil entre
liberales y conservadores, que pasó a ser denominado genéricamente como “La
Violencia” y que cobró la vida de muchos colombianos a lo largo y ancho del país
durante la década que va de 1948 hasta 1958.4 La contienda civil solamente
terminaría con el pacto firmado entre los jefes de los partidos beligerantes, en el
denominado “Frente Nacional”, que tuvo vigencia entre 1958 y 1974.
4
Se ha calculado el número de muertos en “La Violencia”, entre 200 mil y 300 mil.
5
El general Amadeo, frente al riesgo de que el municipio de La Calera cayera en
manos de los revolucionarios, se proclamó Jefe Civil y Militar del municipio, habiendo
organizado, entre los hacendados y los campesinos de la región, una fuerza armada
que combatió con éxito a los revoltosos que venían de Bogotá. Aún recuerdo los
implementos logísticos como morrales y cantimploras, que mi abuelo guardaba en la
hacienda, amén de algunas armas como fusiles y machetes. Eran usados antiguos
fusiles máuser, adquiridos por el Ejército de las sobras de la guerra franco-prusiana de
1870-71.
Vuelvo al relato de la participación de mi abuelo en la Guerra contra el Perú.
Decidí, en este artículo, centrar mi exposición en documentos de prensa. Realicé la
investigación en 1993, cuando aprovechando un viaje a Bogotá para dar algunas
conferencias en una universidad local, dediqué las tardes libres a consultar la
hemeroteca de la Biblioteca Nacional. Dejaré para otra oportunidad los comentarios
acerca de la obra que sobre la contienda escribió el general Amadeo y que publicó en
primera edición, en 1939, con el título: Caminos de Guerra y Conspiración 5. La
segunda edición fue corregida y ampliada con el siguiente título: Caminos de Guerra y
Conspiración y su epílogo 6. El “Epílogo” se refería a las actividades políticas de mi
abuelo, como representante a la Cámara por el Partido Conservador a fines de la
década del 40, y a su actividad como cónsul general de Colombia en Barcelona, entre
1954 y 1957. En otro artículo me referiré a la participación del general Amadeo en
estos episodios de la vida política colombiana.
Tres escenas del “Bogotazo”: Incendios y destrucción en la Plaza de Bolívar; cadáveres apiñados en terreno baldío
del centro de Bogotá; ruinas del edificio del diario El Espectador (Fotos: Wikipedia)
Cuatro puntos desarrollaré en mi trabajo: 1 – Marco histórico de la América
Latina en los años 30: el ascenso de los modelos autoritarios y las propuestas de
5
RODRÍGUEZ, Vergara, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración: páginas sobre dos episodios de
historia patria contemporánea, escritos por un general de Colombia para los hombres de buena
voluntad. 1ª edición, Bogotá: Editorial Centro, 1937. Como se ha dicho anteriormente, colaboraron en la
redacción de la obra la hija del general Amadeo, Aura Victoria, y el historiador Joaquín Piñeros Corpas.
6
RODRÍGUEZ Vergara, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración y su epílogo. 2ª edición corregida y
aumentada. Barcelona: Gráficas Claret, 1955.
6
modernización. 2 – El conflicto colombo-peruano: principales hechos y sus causas. 3 –
La participación del general Amadeo Rodríguez en el conflicto como Jefe Civil y Militar
del Amazonas. 4 – Conclusiones.
1 – Marco histórico de la América Latina en los años 30: el ascenso de los
modelos autoritarios y las propuestas de modernización.
La década del 30 fue rica en movimientos que buscaban la modernización de
los varios países latinoamericanos, frente al fracaso de las tradicionales oligarquías. He
estudiado con detalle lo que pasó en Brasil en ese lapso de tiempo, alrededor de las
investigaciones que realicé sobre el Castillismo y más concretamente el papel de
Getulio Vargas (1883-1954) dentro de esta tendencia 7. Vargas, oriundo del Estado de
Rio Grande do Sul, se afirmó como el jefe del movimiento revolucionario que, apoyado
en el Ejército, apeó a los paulistas del poder en 1930, habiendo dado lugar a una
dictadura que se prolongó hasta 1945, largo período durante el cual se hicieron las
principales reformas sociopolíticas que sedimentaron la industrialización del Brasil en
los años 50 y 60.
Como caracterización del clima autoritario que se respiraba en Brasil en 1930,
el diario colombiano El Espectador registraba la censura a la prensa practicada por el
régimen de Vargas. Cito, a seguir, parte del artículo que escribió el corresponsal del
New York Times, George H. Corey en Diciembre de 1931: “(…) Durante la primera y
única audiencia que se me concedió, las autoridades intentaron con poco empeño y
con menos éxito probar el cargo. De la cárcel se me llevó en seguida ante el jefe de la
policía del distrito federal, encargado de la censura. En presencia suya se pusieron en
evidencia varios legajos con copias de despachos enviados por distintos corresponsales
de periódicos. Escogiendo un documento de uno de esos legajos, el jefe de la policía,
después de leerlo cuidadosamente, mirándome en seguida, con atención me dijo:
Vergüenza debiera darle a Usted, señor Corey, de enviar a su periódico noticias como
ésta. Recorrí entonces con la vista el despacho que tenía él en su mano. Era un corto
mensaje, en el que se daba cuenta de que el presidente provisional, Getulio Vargas,
había decretado severos castigos bajo el imperio de la ley marcial contra cualesquiera
personas responsables de actos de rebeldía contra el gobierno. Pero no pudo
reconocer tal despacho como mío. Examinándolo más cuidadosamente, vi que estaba
dirigido a The Times, London, England y que al pie aparecía la firma del corresponsal
autorizado del diario londinense. Rápidamente y con la fundada esperanza de que una
aclaración del error me proporcionaría incontinenti la libertad, traté de hacerle
7
Cf. la obra de mi autoría: Castilhismo, uma filosofía da República. 1ª edición, Porto Alegre: Editora
EST; Caxias do Sul: Universidad de Caxias do Sul, 1980. 2ª edición corregida y aumentada, Brasília:
Senado Federal, 1999.
7
comprender al funcionario que el despacho que tenía en la mano y aducía como
prueba contra mí, había sido escrito por otra persona enteramente distinta y enviado a
su periódico de Inglaterra, no de los Estados Unidos. Todo da lo mismo. Todo da lo
mismo – repitió el jefe. Pero… - traté de interrumpir. Inútil empeño. Señalándome con
gesto acusador, continuó así: Todo es una misma cosa. Ustedes tienen la compañía de
Ford en los Estados Unidos; tienen la compañía de Ford en la Argentina y la compañía
de Ford del Brasil; pues bien, asimismo, el Times de Londres y el Times de Nueva York
tienen que ser una misma cosa. Comprendí entonces la inutilidad de continuar
defendiéndome ante un juez que revelaba semejante grado de inteligencia y
dirigiéndome al embajador de los Estados Unidos, que me había obtenido aquella
audiencia, le pedí que la diera por terminada. Por de contado tuve que volver a la
cárcel (…). Tanto la prensa como el público brasileño son tremendamente quisquillosos
con cuanto aparece publicado en los periódicos del exterior relativo a su país (…)”. 8
La situación internacional en los años 30 del siglo pasado era, desde el punto de
vista económico, de gran inestabilidad y de recesión marcada. Algo semejante a lo que
el mundo pasó a vivir a partir de 2008. He aquí el relato que un periodista del área
económica hacía en 1932, acerca de la situación latinoamericana considerada como la
más aguda por la falta de tino económico de los gobiernos locales, no apenas por la
negra coyuntura internacional: “Los países que quizás han sido más duramente
castigados por la conflagración del crédito que actualmente abruma el universo
económico, son éstos del continente iberoamericano, y son sus gobiernos y sus
gerentes bancarios quienes más han llevado y traído el famoso argumento de la
depresión universal, desde Ibáñez del Campo hasta Abadía Méndez y Olaya Herrera.
Sin embargo, estos países no debieran lógicamente cargar la totalidad de los actuales
rigores, ni estaban fatalmente sometidos a sufrir como están sufriendo las
persecuciones del crédito europeo y norteamericano, al haber llevado las cosas con
alguna mayor pericia y con sinceridad económica”.9
Los movimientos reformistas que tuvieron lugar a lo largo y ancho de la
América Latina, trataron de dar respuestas a la problemática económica señalada. Ya
me he referido al proceso desarrollado en Brasil por Getulio Vargas. En Colombia el
reformismo modernizador se dio en el contexto de la “Revolución en Marcha” de
Alfonso López Pumarejo (que gobernó entre 1934 y 1938). Las propuestas reformistas
de este mandatario, inspiradas en el New Deal del presidente Franklin Delano
Roosevelt (1882-1945), que consagraban el intervencionismo del Estado en materia
económica dentro de los dictámenes de lord Keynes (1883-1946), fueron mitigadas
por la oposición de los liberales moderados y de los conservadores. Particularmente
8
COREY, George H. “Experiencias de un corresponsal extranjero en tierras del Brasil”. El Espectador,
Bogotá, Enero 5 de 1932, pg. 5.
9
ARAGÓN, Víctor. “La tragedia de la economía nacional: los responsables”. El Espectador, Febrero 23 de
1932, pg. 3.
8
sensibles fueron las medidas en el terreno político, aunadas alrededor de la reforma
constitucional propuesta en 1936 por López y por su ministro de gobierno Darío
Echandía (1897-1984). Mi abuelo, como muchos conservadores, interpretaría estas
medidas reformistas como una propuesta de los liberales para eternizarse en el poder.
Lo que por debajo de estas críticas había era una tremenda crisis de confianza entre
liberales y conservadores. Cada uno veía al otro lado como enemigo irreconciliable que
buscaba la destrucción del adversario.
A propósito de esta radicalización de espíritus y de facciones, que anunciaba
con dieciséis años de antecedencia el sangriento ciclo denominado “La Violencia”, el
diario El Espectador traía, en su edición de 7 de Marzo de 1932, una curiosa materia
titulada: “Las milicias cívicas son una amenaza, dice el general Berrío”. Este es el tenor
completo de la noticia: “El general Pedro Justo Berrío, presidente del Directorio
Nacional Conservador, llegó en la tarde de ayer a esta ciudad (Medellín), procedente
de su finca de Santa Rosa de Osos (…). Las milicias cívicas – declaró - son una amenaza
para el orden establecido y un peligro de choques continuos, cuyas consecuencias para
la Nación pueden ser fatales. Los partidos políticos se ponen al límine de una contienda
armada organizando militarmente sus hombres. Considera el general Berrío que si el
gobierno nacional no termina con las milicias liberales, el conservatismo debe
organizarlas también con un criterio de legítima defensa. Si la violencia se ejercita
contra nosotros – dice – debemos estar preparados para contrarrestarla con la
violencia”. Dicho en otras palabras, tanto liberales como conservadores se armaban
para hacer valer por la fuerza sus propuestas de gobierno. Claro que en un momento
en que el poder era ejercido por los liberales, cabía a éstos mayor responsabilidad por
la radicalización en marcha.
En el Perú las cosas no dejaban de estar menos radicalizadas. A fines de
Diciembre de 1931 había subido al poder el coronel Luis Miguel Sánchez Cerro (18891933), que inmediatamente puso en el destierro a los líderes apristas, entre los cuales
se encontraba el fundador del movimiento, Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979).
He aquí el relato que hizo la prensa acerca de las convicciones políticas de uno de esos
líderes, Manuel Seoane, que había recibido asilo en Colombia: “Ante un auditorio
heterogéneo y desconcertado hizo ayer tarde don Manuel Seoane una disertación
magnífica acerca de la revolución ideológica del Perú, que es en concepto suyo, y en
nuestro propio concepto también, el complemento histórico de la guerra de
Independencia. El aprismo no es un partido político ni una montonera revolucionaria.
Es un movimiento esencialmente racial, genuinamente indígena, que actúa en un
medio social mediatizado, con una orientación ideológica profundamente realista, y
dentro de una perfecta organización de combate. Es difícil predecir cuántos meses o
cuántos años necesitará el aprismo para imponerse en el Perú y en los demás países de
la América Latina, pero se puede afirmar absolutamente que ese áspero grito de
9
juventud va a producir una transformación radical y definitiva en la estructura
económica, en la organización política y en la constitución social de estos pueblos
rebeldes contra la dominación financiera extraña. Es una fácil predicción, porque el
movimiento aprista no persigue la exclusión del capital, del esfuerzo y de la
inteligencia extraños, sino su adaptación al medio económico americano, en
condiciones que le aseguren una remuneración suficiente, que le den plenas garantías
de estabilidad y que no impliquen una explotación inmoderada del trabajador
autóctono. Es la conquista sistemática, racional e inteligente del capitalismo por la
tierra y por la raza, dentro de un concepto puramente americano de la llamada
cooperación triangular (…)”. 10
El dictador peruano Luis Miguel Sánchez Cerro (1889-1933). (Foto: Wikipedia)
No es difícil observar en las palabras de Seoane la inspiración revolucionaria del
aprismo. A pesar de presentarse como un movimiento apolítico, toda la estructura del
mismo era la de un cuerpo armado en marcha de combate. Asimismo, se puede
observar la pretensión de tratarse de un movimiento que se impone, no que negocia
sus propuestas. Algo semejante a lo que los Castillistas pretendían en Brasil o a lo que
los líderes liberales y conservadores realizaban en Colombia, con la generación de un
clima de enfrentamiento armado entre los partidos políticos.
La prensa destacaba, en Mayo de 1932, que el país vivía una radicalización
creciente entre liberales y conservadores, especialmente en el Departamento de
Santander del Norte. He aquí el tenor de un editorial de El Espectador: “No es sólo
probable sino absolutamente seguro que en las reyertas fratricidas a que están
entregadas varias poblaciones de Santander del Norte, y que le cuestan ya a esa
sección del país docenas de vidas inocentes, tengan igual o parecida responsabilidad
los caudillos conservadores y liberales que las estimulan o las toleran con una torpe
incomprensión de su deber social y de sus obligaciones políticas. (…) El gobierno no ha
dispuesto allí de elementos militares y de policía en cantidad suficiente para contener
el desarrollo de sucesos que le habían sido anunciados con anterioridad. Desde hace
poco más de un año es evidente para todos los colombianos que la policía de
Santander del Norte fue reducida por la asamblea de esa sección a proporciones
insignificantes”. 11
10
11
PULGAR, S. “La revolución aprista”, El Espectador, Marzo 15 de 1932, pg. 3.
“Un frente único de responsabilidad” (Editorial). El Espectador, Mayo 18 de 1932, pg. 3.
10
2 – El conflicto colombo-peruano: principales hechos y sus causas.
El asalto a Leticia estuvo precedido por más de un siglo de conflictos y
negociaciones diplomáticas con el Perú. El más importante enfrentamiento, anterior a
la toma de Leticia, fue la guerra de 1829, desatada por el mariscal José de la Mar
(1778-1830) con el propósito de anexar al Perú las provincias colombianas de Cuenca,
Loja y Guayaquil. Otro conflicto armado ocurrió en 1911, cuando fue invadida
militarmente por tropas peruanas la localidad de La Pedrera, estratégica posición
vigilada por el Ejército colombiano y que estaba situada en la margen sur del Rio
Caquetá. Este incidente fue practicado bajo el comando del teniente coronel Oscar
Benavides.
El Tratado Lozano-Salomón, ratificado por los gobiernos de Colombia y Perú en
1928, no dejó satisfechas las aspiraciones contrapuestas de colombianos y peruanos.
Ambos países pretendían tener derechos sobre extensiones geográficas que el
mencionado instrumento de Derecho Internacional Público dejó por fuera de las
negociaciones.
Para el Perú, la soberanía nacional se extendía hasta el río Caquetá por el
norte, en virtud del hecho de que hasta allí llegaba la jurisdicción religiosa del obispado
de Lima, al cual la corona española había asignado el territorio amazónico, con
finalidad misionera. Para Colombia, esos territorios, extendidos por el Sur hasta el río
Napo y por el Oriente hasta la desembocadura del Caquetá en el rio Amazonas,
constituían una herencia histórica del Virreinato de la Nueva Granada, por fuerza de la
doctrina del Uti Possidetis, de 1810, que tenía vigencia en el mundo hispanoamericano
como base para la delimitación territorial de las naciones emergentes de los conflictos
que se siguieron al ciclo colonial ibérico.
La razón económica que más pesó para que el Perú iniciara las hostilidades
contra Colombia invadiendo Leticia, debe situarse en el contexto del Patrimonialismo
representado por los negocios de la Casa Arana y de los Hermanos Vigil. Ambos
emprendimientos constituían una privatización del poder del Estado en manos de
particulares. La Casa Arana, tristemente célebre desde las épocas de las caucheras,
tenía bajo su poder una inmensa concesión en territorio colombiano, otorgado por el
gobierno del Perú desde antes de la firma del Tratado Lozano-Salomón. Los Hermanos
Vigil, por su parte, eran propietarios de la Granja La Victoria, situada al oeste de
Leticia. Con base en esa propiedad desarrollaban lucrativos negocios madereros y
agrícolas, sin prestarle cuentas a nadie.
11
Con fuertes influencias en los altos círculos políticos de Lima, tanto la Casa
Arana cuanto los Hermanos Vigil hacían presión sobre el gobierno peruano, a fin de
que las tierras en donde se situaban sus negocios dejaran de hacer parte del territorio
colombiano y se reintegraran al Perú. El momento cierto para hacer más fuertes sus
presiones fue dado cuando el coronel Luis María Sánchez Cerro llegó al poder por la
fuerza en 1930, al derrocar al presidente constitucional Augusto B. Leguía (1863-1932).
Para Sánchez Cerro, por otra parte, corresponder a las presiones de la Casa Arana y de
los Hermanos Vigil pasó a ser un negocio interesante, a fin de consolidar su poder
mediante el incremento del espíritu nacionalista. La invasión de la población de Leticia
pasó a ser, para el dictador, fruto de “las incontenibles aspiraciones del pueblo
peruano”. Dos países amigos que habían solucionado sus problemas de frontera de
manera pacífica en las primeras décadas del Siglo XX, se veían, así, conducidos a la
agresión de uno de ellos, el Perú, contra el territorio colombiano.
Según el líder aprista de Loreto, Héctor A. Morey, diputado a la Asamblea
Constituyente del Perú por el Departamento de Loreto y que había sido desterrado por
Sánchez Cerro, explicitó las razones del conflicto en entrevista que tuvo lugar en Nueva
York el 24 de Septiembre de 1932. El periodista colombiano Jorge Cárdenas Nanneti,
que realizó la entrevista, sintetizó los puntos principales de la misma en los siguientes
términos: “1 - (…) El conflicto suscitado en Leticia es el resultado de un movimiento
popular y patriótico de los peruanos, y no como se creyó en un principio (…) un golpe
estratégico del gobierno para ganarse la voluntad de los loretanos desafectos. Otra
cosa será que el coronel Sánchez Cerro aproveche las circunstancias para su beneficio
particular. (…) 2 - La situación verdadera de nuestra región amazónica es bastante
desconocida para los colombianos que estamos tan lejos de aquellos parajes. (…). 3 La cesión de Leticia a Colombia contrarió profundos intereses de los loretanos.
Después que el territorio pasó a jurisdicción colombiana, muchos de los habitantes
peruanos se han visto hostilizados por los colombianos. 4 – Los peruanos, inclusive los
apristas, de la oposición, consideraban el Tratado Salomón-Lozano desventajoso para
el Perú y querían una revisión del mismo. 5 – Los peruanos no ven por qué Colombia
tenga necesidad de un puerto sobre el Amazonas, si ya posee costas sobre dos
océanos y salidas por el Orinoco y por el Putumayo que conducen al Amazonas. 6 –
Leticia (…) [según los peruanos] es la puerta de nuestro comercio con aquella región y
la posición estratégica más importante de toda la comarca. Leticia, población de unas
500 almas nada más, es una especie de Gibraltar del Amazonas, pues está edificada
sobre un peñón casi inexpugnable; domina por completo el río y puede cerrar
fácilmente el comercio del Amazonas o impedir los movimientos navales de las fuerzas
peruanas en esas aguas. Leticia colombiana es un peligro para el Perú, pues si el actual
gobierno colombiano es pacífico y respetuoso de los tratados, los peruanos
desconfían, sin embargo, del porvenir, y no quieren ver la puerta de su comercio
amazónico guardada por un baluarte extranjero (…). 7 - (…) El señor Villamil Fajardo
12
[la máxima autoridad civil en Leticia] y algunos otros ciudadanos colombianos
cometieron un error al decir, antes de firmarse el tratado, que Leticia iba a ser
declarada puerto libre. Esto causó gran desasosiego entre los peruanos, pues
significaría la ruina de Iquitos: todo el comercio, que es en su mayoría extranjero, se
desviaría por Leticia y esa llegaría a ser la ciudad de importancia, mientras que Iquitos
moriría poco a poco”. 12
Sánchez Cerro, el dictador peruano, trataría de hacer que el conflicto colomboperuano lo beneficiara personalmente a él. Al respecto Héctor A. Morey dijo lo
siguiente, en la entrevista hecha por Jorge Cárdenas Nanneti: “Aunque Sánchez Cerro
no haya sido el instigador del conflicto, sí será su indiscutible beneficiario. El no
trabajará más que por su conveniencia personal y tratará de sacar el mejor partido
posible de la situación. Su proyecto principal es el de permanecer en el poder a todo
trance. Si a ello le ayuda la retención de Leticia, la retendrá, o tratará de retenerla por
la fuerza. Si, por el contrario, juzga que el asalto a Leticia y el apoyo del gobierno
peruano a ese ataque pueden minar las bases de su poderío, entonces no vacilará en
hacer devolver Leticia a Colombia”.13
Vale la pena aclarar, a esta altura, los términos del Tratado Salomón-Lozano,
que fue firmado en Lima el 22 de Marzo de 1922 (por Fabio Lozano T. y A. Salomón,
respectivos ministros representantes de los gobiernos de Colombia y Perú). El Tratado
fue ratificado en Bogotá, el 17 de Marzo de 1928, por el Ministro de Relaciones
Exteriores, habiendo sido promulgado el 4 de Abril de 1928.
Estos son los términos fundamentales del Tratado: “(…) Colombia declara que
pertenecen al Perú, en virtud del presente Tratado, los territorios comprendidos entre
la margen derecha del rio Putumayo, hacia el oriente de la boca del Cuhimbé, y la línea
establecida y amojonada como frontera entre Colombia y el Ecuador, en las hoyas del
Putumayo y del Napo, en virtud del Tratado de Límites celebrado entre ambas
repúblicas el 15 de Junio de 1916. Colombia declara que se reserva respecto del Brasil
sus derechos a los territorios situados al oriente de la línea Tabatinga-Apaporis,
pactada entre el Perú y el Brasil por el Tratado de 23 de Octubre de 1851. Las Altas
Partes contratantes declaran que quedan definitiva e irrevocablemente terminadas
todas y cada una de las diferencias que, por causa de los límites entre Colombia y el
Perú, habían surgido hasta ahora, sin que en adelante pueda surgir ninguna que altere
de cualquier modo la línea de frontera fijada en el presente Tratado”. 14
12
CÁRDENAS Nanneti, Jorge. “Lo que hay tras la invasión de Leticia por los peruanos”. Entrevista al líder
aprista de Loreto Héctor A. Morey hecha en Nueva York el 24 de Septiembre de 1932, in: El Espectador,
28 de Septiembre de 1932, pgs. 1-2.
13
CÁRDENAS Nanneti. “Lo que hay tras la invasión de Leticia por los peruanos”. Entrevista citada a
Héctor A. Morey, in: El Espectador.
14
“El texto del Tratado Salomón-Lozano”, in: El Espectador, Bogotá, 20 de Septiembre de 1932, pgs. 1-3.
13
Al respecto del significado del Tratado Salomón Lozano en el contexto de la
política internacional, escribía Alfredo Michelsen en editorial del diario El Espectador:
“(…) Todos sabemos que (los territorios peruanos) fueron cedidos a cambio de
porciones mayores de territorio colombiano, en un Tratado libremente consentido por
ambas partes, ratificado por los dos parlamentos, registrado por uno y otro país en la
Sociedad de las Naciones, y que ya surtió sus efectos en la demarcación de la frontera
común, y la entrega mutua de territorios por las comisiones mixtas (…)”. 15
En cuanto a los principales hechos que se sitúan en los orígenes del conflicto,
he aquí el resumen realizado por el líder aprista, el peruano Héctor A. Morey, en la
entrevista concedida en Nueva York al periodista colombiano Jorge Cárdenas Nanneti:
“(…) En cuanto a la naturaleza del conflicto, recuerde Usted cómo se han desarrollado
los acontecimientos: Primero, el asalto inesperado al puerto colombiano de Leticia por
un grupo de peruanos residentes, según se dice, en Caballo Cocha, en la hacienda
Victoria y en el mismo Leticia; inmediatamente, manifestaciones de alegría en Iquitos,
donde se obligó a renunciar el cargo de prefecto (gobernador) y comandante de armas
al comandante Ugarte, por haber sido quien en tiempos de Leguía hizo entrega de los
territorios cedidos, según el tratado Lozano-Salomón. Al retirarse Ugarte se encarga
provisionalmente de la prefectura de Loreto el comandante Isauro Calderón,
sanchezcerrista, y se constituye en aquella ciudad una junta patriótica integrada por
peruanos pertenecientes a todos los partidos, entre los cuales se destacan el ingeniero
Oscar Ordóñez (uno de los que dirigieron el asalto a Leticia), hijo de un antiguo
comandante de armas de la región; Marcial Saavedra, aprista, cuyo hermano está
desterrado por el gobierno; Ignacio Morey Peña, aprista (hermano del entrevistado);
Pedro del Aguila Hidalgo, sanchezcerrista, primo del diputado civilista por Loreto;
Manuel Morey, independiente (primo del entrevistado); Guillermo Ponce de León y el
ingeniero Aranda. Luego, el nuevo prefecto enviado de Lima, señor Oswaldo Hoyos
Osores, es recibido con entusiasmo por todo el pueblo de Iquitos sin distinción de
partidos (….)”.
“(…) En un principio, – continúa Héctor A. Morey – y al tener conocimiento de
que varios apristas se hallaban comprometidos en el movimiento, el gobierno temió
que se tratara de una conspiración revolucionaria, y por eso no dio cuenta de los
sucesos hasta asegurarse de que el movimiento tenía carácter popular y nacionalista, y
no iba contra el régimen de Sánchez Cerro. Así explica también por qué el gobierno
peruano dijo primero que eran comunistas los asaltantes de Leticia (…). Se dice que de
Lima salieron dos regimientos, uno por la vía del a Oroya y el río Ucayali, y otro por el
norte, o sea por Cajamarca, hacia Iquitos. El gobierno dijo que iban a debelar la
15
MICHELSEN, Alfredo. “La posición colombiana” (editorial). In: El Espectador, Bogotá,, 28 de
Septiembre de 1932 pg. 3.
14
insurrección, pues se creía en un principio que de rebelión contra Sánchez Cerro se
trataba (…). La noticia tenía un doble efecto: primero, ganarse el favor de los
loretanos, que pidieron desde Iquitos el apoyo de las fuerzas armadas; segundo, hacer
creer en el exterior que el gobierno no tenía nada que ver con el asalto a Leticia, sino
que, por el contrario, enviaba tropas a debelar la insurrección”. 16
A su vez, el diario colombiano El Espectador hacía el siguiente recuento de los
hechos de la toma de Leticia: “Trecientos peruanos armados de ametralladoras y rifles
asaltaron la población indefensa, apresaron las autoridades y se robaron los fondos.
Las familias se refugian en las poblaciones brasileñas vecinas. Nuestros distinguidos
compatriotas general Max Carriazo y doctor José María Pantoja, nos dirigen desde
Manaus, Brasil, el siguiente interesantísimo despacho telegráfico, sobre los sucesos
ocurridos el primero de Septiembre pasado en Leticia: Manaos, Septiembre 2. Vía
Barbados. (Demorado por un error en el servicio). Espectador – Bogotá. En la
madrugada de ayer, 1º de Septiembre, según informaciones fidedignas que han
llegado aquí, trescientos civiles peruanos, comandados por el coronel Oscar Ordóñez,
armados con ametralladoras y rifles, asaltaron e invadieron la población colombiana
de Leticia, que se hallaba indefensa, apoderándose de ella. Apresaron al intendente,
señor Villamil Fajardo, y todas las autoridades de la administración pública, y se
robaron los fondos de la Intendencia, que estaban guardados en las cajas de la
administración de hacienda. Otros mensajes, también recibidos hoy en esta ciudad,
dan cuenta de que las autoridades colombianas fueron expulsadas del puerto de
Leticia, quedando así los peruanos como dueños absolutos de esa indefensa parte del
territorio nacional, violado infamemente. Las familias de los colombianos que residían
en el puerto amazónico de Leticia, se vieron obligadas a huir en presencia de los
invasores, para buscar refugio en las poblaciones vecinas de nacionalidad brasileña.
Consideramos urgentísimo que el gobierno de Colombia tome inmediatas y enérgicas
medidas, para expulsar a los invasores peruanos y evitar la humillación nacional. Max
Carriazo, José María Pantoja”. 17
Con motivo de las primeras reacciones del gobierno colombiano, que envió a
Leticia dos navíos cañoneros con tropas para retomar el puerto fluvial, el diario
bogotano El Tiempo publicaba el siguiente titular: “El Perú prepara un golpe de mano
sobre los cañoneros y las tropas colombianas”. 18
16
CÁRDENAS Nanneti, Jorge. “Lo que hay tras la invasión de Leticia por los peruanos”. Entrevista a
Héctor A. Morey realizada en Nueva York el 24 de Septiembre de 1932, in: El Espectador, Bogotá, 28 de
Septiembre de 1932, pgs. 1-2.
17
“Cómo se hizo la toma de Leticia”, El Espectador, Bogotá, 8 de Septiembre de 1932, pg. 1.
18
“El Perú prepara un golpe de mano sobre los cañoneros y las tropas colombianas”, in: El Tiempo,
Bogotá, 1º de Octubre de 1932, pg. 1.
15
Acerca del papel que, según el presidente peruano Sánchez Cerro, le
correspondía al Perú en el concierto internacional, el periodista Paco Lince, de El
Tiempo, citaba las palabras del mandatario: “Más de treinta años de vida pública me
han hecho comprender que en América no deben existir sino tres países, tres grandes
países: Colombia, Perú y Argentina. Colombia tiene ya con lo que tiene, que es mucho;
Argentina, aunque allí los argentinos se pueden contar con los dedos, pues es una
nación sin fisionomía propia, también tiene bastante; pero el Perú sí no puede tolerar
una fajita modesta de Chile, ni eso del Ecuador, que son los portugueses americanos.
Allí no hay sino mujeres bonitas y poetas malos; los hombres no aparecen por ninguna
parte. Ah! Se me olvidaba el Brasil… Pero eso lo hablaremos después. Ustedes son muy
amigos del Brasil, no?... Sí, Ustedes son muy amigos…”. El periodista Paco Lince
escribía a continuación: “Los ojos del coronel peruano, hundidos en dos bolsas
obscuras, tenían un opaco fulgor de tragedia. No miraban rectamente, de frente, sino
de modo oblicuo. La astucia del indio ancestral tenía en ellos su natural escondite
(…)”. 19 Haciendo referencia a lo que su nombre significaba, decía el presidente
peruano: “(…) Eso lo tengo por experiencia. Mi nombre debe estar siempre por encima
de todo. El cerro es la cumbre y encima de la cumbre está mi nombre. Por eso escribo
siempre CERRO”. 20
La personalidad de Sánchez Cerro se caracterizaba porque estaba tallada para
el ejercicio autoritario del poder, aunado a las escasas luces. Da testimonio de esto la
materia de prensa sobre la conferencia pronunciada en Panamá por Sánchez Cerro,
cuando era aspirante a la presidencia del Perú, a comienzos de 1932. Este es el tenor
de la citada nota: “Las ideas del Presidente del Perú. Sus conceptos geográficos y su
cultura, según la conferencia que dictó en el Club Unión de Church, Balboa – Panamá
(1932). La conferencia de anoche dictada por el aspirante a la Presidencia del Perú,
comandante Sánchez Cerro, culminó en su estruendoso fracaso. El selecto público que
acudió a escuchar al conferencista fue defraudado por la ignorancia y la poca
preparación de éste. Los peruanos residentes en Panamá protestan por la forma tan
triste en que Sánchez Cerro exhibió al Perú”.21
La prensa de los Estados Unidos consideraba que el ataque a Leticia no había
tenido motivos nacionalistas de peruanos de la región de Loreto descontentos con los
límites fijados por el Tratado Salomón-Lozano (como otros informes de prensa habían
destacado, en Perú y en Colombia). La causa más importante era de índole militar y
política. Al respecto, es muy significativa la materia vehiculada por El Tiempo en los
19
LINCE, Paco. “Sánchez Cerro no quiere sino tres grandes países en América”, in: El Tiempo, Bogotá, 3
de Octubre de 1932, pg. 1.
20
LINCE, Paco. “Sánchez Cerro no quiere sino tres grandes países en América”, in: El Tiempo, Bogotá, 3
de Octubre de 1932, ibid.
21
“La personalidad de Luis Sánchez Cerro”. El Tiempo, 15 de Enero de 1933, p. 4. La nota hace
referencia a la obra del escritor ecuatoriano AGUILERA Malta, que llevaba el mismo título.
16
siguientes términos: “The New York Times publica hoy [19 de Noviembre de 1932] un
despacho procedente de Rio de Janeiro [en el cual se informa que] el ataque de los
peruanos a la población colombiana de Leticia fue premeditado cautelosamente y
preparado anticipadamente con precisión militar (…). Agrega la información que aun
cuando es cierto que el pueblo de Iquitos apoyó después el asalto de Leticia, la
iniciativa de ese atentado no tuvo origen popular, sino que se fraguó en los círculos
militares (…)”. 22
El periódico El Tiempo destacaba, además, el carácter ambiguo de la política
peruana que, por una parte, hacía creer que la ocupación armada de Leticia era obra
de civiles descontentos con el Tratado Salomón-Lozano, cuando, por otra, se trataba
de una acción militar. A propósito, el citado matutino comentaba: “(…) La ocupación
militar del puerto de Leticia quedó ya confirmada: en esta forma se define claramente
la política ambigua que ha venido sosteniendo el Perú (…)”. 23
Los principales hechos que tuvieron lugar durante la guerra se pueden resumir
de la siguiente forma: después de la llamada “Hegemonía Conservadora” con el
Partido Conservador en el poder durante 45 años, las elecciones de 1930 dieron el
poder a los liberales, quienes gobernaron hasta 1946. El gobierno de Enrique Olaya
Herrera (1880-1937), elegido en 1930, se denominó “Concentración Nacional” y
reconoció a los sindicatos con la finalidad de controlar el descontento social y ganarse
el apoyo de los sectores obreros. El conflicto con el Perú se dio en este contexto. Era la
primera vez, en el siglo XX, que Colombia medía armas, en una guerra formal, con un
enemigo situado en el exterior. En 1911 las tropas colombianas habían sido derrotadas
por los peruanos en la localidad de La Pedrera, como recordamos anteriormente. Pero
este episodio no llegó a convertirse en un conflicto generalizado.
La guerra con el Perú representó, así, una nueva situación para la sociedad
colombiana, que se vio abocada a enfrentar combates terrestres, fluviales y aéreos, sin
tener experiencia próxima en éstos. El esfuerzo para maximizar resultados fue grande
y la sociedad tuvo que darle un decidido apoyo al gobierno en estas nuevas
circunstancias. Fueron muy significativas las escenas patrióticas de familias entregando
sus joyas para recaudar fondos de guerra o de civiles ofreciéndose en las unidades
militares de todo el país para luchar en el frente. Hubo manifestaciones de apoyo a las
Fuerzas Militares colombianas en varias ciudades. Los partidos políticos, con excepción
del comunista (seguidor, como es de praxis, de la absurda tesis de la “revolución
proletaria” a nivel mundial) manifestaron pleno apoyo al gobierno. Los liberales, con
todo, le daban énfasis también a las negociaciones diplomáticas. Los conservadores,
por la boca de su líder Laureano Gómez (1889-1965), pregonaban la “paz en el interior
22
“Cuidadoso estudio militar tuvo el asalto a Leticia”, in: El Tiempo, Bogotá, 19 de Noviembre de 1932,
pg. 1.
23
“El viaje de la Estefia”, in: El Tiempo, Bogotá, 28 de Noviembre de 1932, pg. 1.
17
y la guerra en la frontera”. El conflicto colombo-peruano le permitió al país reorganizar
el Ejército, así como darle el puntapié inicial al surgimiento de la Fuerza Aérea, además
de avanzar en la organización de una Marina de Guerra moderna.
El “florero de Llorente” del conflicto consistió en la toma de Leticia 24 por los
peruanos. Esto ocurrió el 1 de septiembre de 1932, cuando un grupo de 48 ciudadanos
(de Iquitos y Pucallpa), al mando del Ingeniero Oscar Ordóñez y del Alférez retirado del
Ejército Juan Francisco de La Rosa Guevara, junto con aproximadamente 200 soldados
de la guarnición de Chimbote, invadieron la población colombiana de Leticia para
reclamarla como peruana, capturando a las Autoridades y a la Guarnición allí
destacada y que estaba integrada por 18 policías comandados por el Coronel Luís
Acevedo. Entre los prisioneros civiles se encontraba el intendente del Amazonas,
Alfredo Villamil Fajardo. El contingente de la policía y las autoridades fueron obligados
a abandonar Leticia, habiéndose refugiado todos ellos en poblaciones limítrofes del
Brasil.
Colombia, a la sazón, no estaba preparada para hacerle frente a un conflicto
internacional. Los peruanos ya habían derrotado las tropas colombianas en el episodio
de La Pedrera, en 1911. La situación del Ejército colombiano era precaria al comienzo
de la década del 30. Contaba apenas con 6.200 hombres, en una época en que la
población del país llegaba a 9 millones de habitantes. Contrastaba con esta situación la
superioridad de las Fuerzas Armadas peruanas que estaban integradas por 17.027
efectivos, distribuidos así: 8.955 hombres del ejército, 1.755 de la marina, 280 de la
aviación y 6.037 policías; los peruanos contaban, además, con submarinos, cañoneros
y lanchas; su aviación estaba conformada por cuatro aviones y seis hidroaviones. Con
el comienzo de las hostilidades, los peruanos adquirieron materiales de guerra del
Japón, lo que les permitió tener un poderío aéreo superior al colombiano.
24
Leticia, como Troya, dio origen a uma guerra. En el caso colombiano, el mito gira en torno a uma bella
mujer que le dio nombre a la localidad eje del conflicto. Efectivamente, la ciudad de Leticia debe su
nombre a Manuel Charón, un ingeniero de la Comisión Hidrográfica del Amazonas (que era una entidad
peruana, fundada en 1867, con el fin de levantar modernas cartas de navegación de los ríos de la región
oriental. Tal comisión estaba al mando del comodoro estadounidense John Randolph Tucker, veterano
de la Guerra de Secesión). Charón estaba enamorado de una joven anglo-peruana llamada Leticia Smith
Buitrón, hermana del secretario de la Comisión Hidrográfica. Leticia era la mujer más bella de Iquitos y
Charón le hacía la corte con sus permanentes galanteos. Para los colegas norteamericanos de la
Comisión, el nombre Leticia tenía un doble significado, pues además de ser la causa la pasión del
ingeniero peruano, era también el nombre de la sobrina de uno de los oficiales. Esta otra, nieta de John
Tyler, ex presidente de los Estados Unidos, se llamaba Leticia Tyler Shands y era tan bella que, en 1861,
fue quien izó la bandera de la Confederación de Estados Americanos en Alabama, durante la Guerra
Civil. A pesar de que la localidad en cuestión recibió, por decreto, el nombre de Ramón Castilla, terminó
imponiéndose el de Leticia por la insistencia de los comisionados, ya que ellos la ayudaron a fundar con
el propósito de demarcar claramente al Brasil en la frontera peruana. Triste suerte la de Charón, quien
perdió para un comerciante británico de Iquitos la bella Leticia Smith Buitrón.
18
En 1930, la Quinta Región de Montaña, era una unidad militar que tenía
jurisdicción sobre el Loreto peruano. Estaba integrada por una división al mando del
Coronel Oscar Ordóñez en el puerto Amazónico de Iquitos. Esta guarnición, en Iquitos,
tenía un batallón mixto, un grupo de artillería, un batallón de ingenieros, un cuerpo de
guardia civil compuesto por 400 hombres, una flotilla de guerra con base en Itaya,
compuesta por un comando y los cañoneros “América”, “Napo”, “Cahuapana”,
“Iquitos” y “General Portillo”. Había, además, una flota aérea compuesta de comando,
seis hidroaviones y cuatro aviones. Entre Iquitos y Leticia existía el puerto de Chimbote
con una guarnición de cuarenta hombres. Además estaban activas otras guarniciones
sobre el río Putumayo, que definía el límite entre ambas naciones.
El Ejército colombiano trasladó al área del conflicto un contingente de 3.700
hombres, 700 de los cuales en el navío “Boyacá”, que se desplazó desde Barranquilla
hasta Belem do Pará al mando del general Efraím Rojas. Los restantes combatientes
siguieron por tierra desde Bogotá, en varios contingentes que se desplazaron entre
1932 y 1933 hacia el Caquetá y el Putumayo, quedando al mando del general Amadeo
Rodríguez.
Es importante destacar que los gobiernos liberales de Colombia miraban las
Fuerzas Armadas con desconfianza, en virtud principalmente de las simpatías
conservadoras de los oficiales del Ejército. El estudioso Adolfo León Atehortúa Cruz
informa que esa situación se reflejó en la disminución del presupuesto para el
Ministerio de Guerra al comienzo de los años 30.25 El gobierno de Olaya Herrera no
quería la guerra con el Perú, acordándose de la derrota sufrida por las tropas
colombianas en el episodio de La Pedrera.26 Los políticos liberales llegaron hasta el
extremo de pensar en negociar la validez del Tratado Salomón-Lozano, siguiendo en
esto las sugerencias hechas por el gobierno brasileño. Sin embargo, el Ministro
Plenipotenciario de Colombia en Francia, general Alfredo Vásquez Cobo (1869-1941),
respetado líder conservador, logró convencer a Olaya Herrera de que era necesario
luchar por la defensa de la frontera y presentó un plan que consistía en llegar con una
flota naval de guerra por el Rio Amazonas a la zona del conflicto, mientras que las
25
ATEHORTÚA Cruz, Adolfo León. “El conflicto colombo-peruano: apuntes acerca de su desarrollo e
importancia histórica”, in: Militares y civiles: modernización y profesionalización del Ejército en
Colombia 1907-1958 (Tesis de doctorado). Paris: École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2007. A
propósito de la disminución del presupuesto llevada a cabo por los liberales en el poder, este autor
escribe: “Mientras en 1929 la distribución porcentual de los gastos públicos nacionales favoreció al
Ministerio de Guerra con un 8,8% (cifra superior a la alcanzada por las carteras de Industria y Trabajo,
Relaciones Exteriores, Educación, Correos y Telégrafos), en 1930 bajó al 6,8% colocándose por debajo de
Comunicaciones y Educación. El porcentaje de 1929 no fue igualado tampoco en 1931 (7,6%) ni en 1932
(8,1%)”.
26
Alfonso López Pumarejo había manifestado, de manera confidencial, al Departamento de Estado de
los Estados Unidos, que el gobierno colombiano no quería la guerra porque su partido “había luchado
contra la camarilla militar y había quebrado la casta uniformada”. Apud ATEHORTÚA Cruz, ob. cit. Ibid.
19
tropas colombianas avanzaban por tierra, desde las guarniciones instaladas en el Alto
Putumayo y en la región amazónica por el general Amadeo Rodríguez, Jefe Civil y
Militar de la frontera.27 Vásquez Cobo fue encargado por el gobierno de la adquisición
de los navíos en Europa y de organizar y dirigir su traslado hasta el Amazonas. Para
esta decisión fue fundamental la mediación de Eduardo Santos (1888-1974), residente
a la sazón en Paris.
Con miras a permitirle al Ejército realizar sus acciones de logística y de vigilancia
en la frontera amazónica, fue concluida la vía Neiva-Garzón-Florencia y se completó la
carretera que unía a Popayán y a Pasto con el tramo que iba hasta Puerto Asís en el
Putumayo. Estas labores fueron adelantadas bajo la dirección del general Amadeo
Rodríguez, Jefe Civil y Militar del Amazonas. El armamento con que se contaba eran
fusiles Mauser, algunos cañones y pocas ametralladoras. Para elaborar la estrategia de
combate el Ejército colombiano contaba con la asesoría del general chileno Francisco
Javier Díaz (que fue director de la Segunda Misión Chilena ante el Ejército de Colombia
en 1909). Paul Gautier (antiguo miembro de la Misión Suiza de 1926) se desempeñaba
como instructor. Fue renovado el contrato con dos instructores alemanes que servían
en la Escuela Militar de cadetes, los oficiales Hans Schueler y Hans Berwig. La dirección
general de las operaciones, como se informó, estuvo a cargo del general (retirado)
Alfredo Vásquez Cobo. Al entregarle el mando, el gobierno liberal tuvo dificultades
para convencer a los oficiales de la activa y a las tropas. Pero prevaleció esta decisión
que buscaba no darle mucha visibilidad a un general de la activa (como era el caso de
Amadeo Rodríguez, Jefe Civil y Militar del Amazonas, o de Efraím Rojas, Comandante
del Destacamento Amazonas).
A fines de 1931 el General Amadeo Rodríguez había sido nombrado Jefe de
Fronteras, cargo que asumió en Florencia, Caquetá. Investido de amplias facultades y
más importante, recursos suficientes, llegó para impulsar el desarrollo de la
colonización, fomentar la navegación en los ríos Caquetá, Putumayo y Amazonas para
enlazar las diferentes guarniciones y colonias agrícolas, establecer comercio entre ellas
y abastecer las tropas que guarnecían las fronteras.
En lo que se refiere a la Marina de Guerra (que era prácticamente inexistente
antes del conflicto colombo-peruano) fueron adquiridos en Francia (con la
intermediación del general Vásquez Cobo, como ya se destacó), el crucero de combate
“Mosquera” y el minador “Córdova”; en Portugal fue contratada con firmas inglesas la
construcción de los destructores “Caldas” y “Antioquia”; en el Amazonas se compró,
en Belem do Pará, el buque inglés “Bogotá”, con la finalidad de remolcar el navío27
Este plan fue la base de la estrategia colombiana para la retomada de Leticia. El plan original fue
completado ulteriormente por el Estado Mayor del Ejército, con la asesoría del general chileno Francisco
Javier Díaz.
20
hospital “Yamary” (comprado a los brasileños); por último, el gobierno compró en
Estados Unidos el buque “Boyacá”. La flota fluvial adquirida en el Amazonas se juntó a
los cañoneros “Cartagena” y “Santa Marta”, que operaban en el Alto Putumayo. La
Marina de Guerra consolidó su capacidad de operación con la construcción de la Base
Naval de Cartagena, amén de las bases fluviales del Magdalena y del Putumayo. Por
otra parte, las cañoneras de mar “Pichincha”, “Carabobo” y “Junín” fueron adscritas al
Ministerio de Defensa, pues anteriormente eran administradas por la Pasta de
Hacienda.
La Fuerza Aérea colombiana era pequeña, pues contaba apenas con 16 aviones:
tres Fledgling J-2 de entrenamiento, ocho Wild X de observación y ataque, cuatro
Osprey C-14 de entrenamiento y un Falcon 0-1 de combate que volaban desde la única
Base Aérea con que se contaba, la de Madrid, en las inmediaciones de la capital de la
República. Allí estaba ubicada la Escuela Militar de Aviación. Por el contrario, la
aviación peruana estaba mejor dotada y disponía de muchos más pilotos y aviones que
la colombiana. Había Bases Aéreas organizadas en el nororiente del país, situadas en
Puca, Barranca y Pantoja, sobre el río Napo, en Itaya, cerca de Iquitos y en la misma
Leticia poco después de la ocupación. Los peruanos disponían, además, de dos
escuadrones de entrenamiento, uno de reconocimiento, uno de enlace, uno de
transporte, uno aeronaval y seis de combate; todas estas aeronaves integraban la
aviación militar enemiga con más de dieciocho tipos de aeronaves diferentes.
Mientras las Fuerzas Armadas colombianas esperaban la llegada de los aviones
que habían sido comprados en Estados Unidos y Alemania, viajaron para la zona del
conflicto dos Junkers F-13, dos W-34, dos Ju-52, dos Dornier Wal Do-J y un Merkur DoK, que fueron provistos por SCADTA con sus respectivas tripulaciones de pilotos y
mecánicos, en su mayoría de origen alemán. Poco después llegaron otros Junkers
incluyendo tres K-43, dos Dornier de Alemania, 30 Hawk II F-11, dos Commodore P2Y-1
y 22 Falcon F-8 de Estados Unidos.
Por otra parte, el gobierno nacional tuvo que resolver el problema de la falta
de personal y de Bases Estratégicas. Fueron creadas Bases Auxiliares, la primera de
ellas la de Flandes, seguida por la de Caucayá sobre el río Putumayo, donde estaba
concentrado el grueso de las tropas colombianas; fue creada otra base a orillas del río
Igaraparaná, cerca del actual Puerto Arica; otra en el río Caquetá, en las inmediaciones
del puesto militar de la Tagua y una en las cercanías de Curiplaya, que recibió el
nombre de Puerto Boy, en homenaje al Coronel alemán Herbert Boy, que se destacó
por los relevantes servicios prestados a Colombia durante el conflicto.
Fueron creadas también otras bases de menor importancia estratégica en
Potosí, a orillas del río Orteguaza, así como las Bases Anfibias del Atlántico en
21
Cartagena, y del Pacífico cerca de Buenaventura. Esas fueron desactivadas en 1936 y
1949, respectivamente.
Teatro de las operaciones de la Guerra entre Colombia y el Perú, 1932-1933 (Imagen: Wikipedia)
Las principales acciones tuvieron lugar entre enero y mayo de 1933 en Puerto
Arturo, Tarapacá, Buenos Aires, Güepí, Puerto Calderón y el río Algodón. El 29 de
enero de 1933, en Puerto Arturo, las fuerzas colombianas conquistaron territorios en
la margen derecha del río Putumayo, en territorio peruano. El 14 de febrero la aviación
militar recuperó Tarapacá, situada en la frontera con el Brasil, que poco antes había
caído bajo dominio peruano. También fue recuperado el puerto fluvial de Buenos
Aires, situado en la margen derecha del río Cotuhé, en operaciones ocurridas el 18 de
marzo.
La acción más importante, ocurrida el 26 de marzo de 1933, tuvo como palco la
población de Güepí, que abrigaba una guarnición peruana sobre la orilla derecha del
río Putumayo. La Fuerza Aérea colombiana entró en combate con 11 aviones de
ataque, seis Hawk II F-11, tres Wild X y dos Osprey C-14 de caza y bombardeo. El
enfrentamiento se extendió por ocho horas. La Fuerza Aérea bombardeó pesadamente
las posiciones peruanas, a fin de que las tropas colombianas, por tierra y por río, las
ocuparan definitivamente. Al final de la tarde, el Ejército peruano tuvo que retirarse
dejando abandonados prisioneros, heridos, muertos, armas y municiones, material de
guerra y varios aviones militares. En Puerto Calderón, sobre la margen izquierda del río
Putumayo, tuvo lugar otro combate. La última refriega ocurrió en el río Algodón, en
donde fue derribado un Douglas 0-38 peruano. El avión fue llevado a Puerto Boy en
enero de 1934, habiendo sido devuelto poco después al gobierno peruano.
Después de terminado el conflicto el 25 de mayo de 1933, la Fuerza Aérea
colombiana poseía 42 pilotos, 35 mecánicos, 60 modernos aviones, además de la Base
Aérea de Palanquero en Puerto Salgar, Cundinamarca; las Bases Auxiliares de Tres
Esquinas, Puerto Boy, Caucayá, Flandes, Puerto Arica y Potosí y, en proceso de
organización, la Base Aérea de “El Guabito” en Cali, Valle del Cauca, a donde en
septiembre de ese año fue trasladada la Escuela Militar de Aviación, desde Madrid,
22
Cundinamarca. Las Bases Auxiliares, que se habían creado durante el conflicto fueron
desactivadas y substituidas por la nueva Base Aérea de Tres Esquinas, Caquetá,
actualmente Base Aérea “Ernesto Esguerra Cubides”, sede del Comando Aéreo de
Combate
No.
6.
Durante los nueve meses del enfrentamiento armado, la aviación militar
colombiana perdió cuatro pilotos y cuatro mecánicos, tres colombianos y un alemán
en cada caso, en accidentes aéreos pero ninguno en combate. Fueron derribados por
los peruanos cuatro aviones: un Falcon O-1, un Osprey C-14, un Junkers F-13 y un
Hawk II F-11. La Guerra con el Perú fue un conflicto con pocas bajas. Los muertos no
llegaron a 50, entre peruanos y colombianos.
Los acontecimientos sucedidos en Lima a fines de Abril de 1933
precipitaron el término del conflicto. El día 30 de ese mes fue asesinado Sánchez Cerro
en el Hipódromo Santa Beatriz, por un militante del partido aprista. El primer
mandatario peruano había comparecido a una solemnidad con el fin de pasar en
revista a los 25.000 soldados que partirían para el frente amazónico. Su sucesor, el
general Oscar Benavides (1876-1945), quien había comandado la derrota que los
colombianos sufrieron en La Pedrera en 1911, había sido desterrado por Sánchez Cerro
a Londres, en donde se tornó amigo del embajador colombiano Alfonso López
Pumarejo (1886-1959), Jefe del Partido Liberal. Benavides se reunió con él 15 días
después en Lima y acertó los términos que marcaron el fin de las hostilidades, dando
lugar a la negociación diplomática que culminó con la firma del Tratado de Rio de
Janeiro el 19 de Junio de 1934. La legación colombiana estuvo integrada por el
diplomático Roberto Urdaneta Arbeláez (1890-1972), el poeta Guillermo Valencia
(1873-1943) y el periodista Luis Cano Villegas (1885-1950).
Perú aceptó entregar Leticia a una comisión de la Sociedad de Naciones, que
permaneció un año estudiando posibles alternativas para una solución definitiva al
conflicto. Trece días después de terminadas las hostilidades, Colombia entregó al Perú,
por su parte, la guarnición de Güepí, además de la entrega de todos los prisioneros de
guerra y del material bélico incautado durante el conflicto.
3 – La participación del general Amadeo Rodríguez en el conflicto como Jefe
Civil y Militar del Amazonas.
El general Amadeo Rodríguez fue nombrado Jefe de la Frontera y Comandante
de las Guarniciones en el Amazonas, el 15 de Diciembre de 1931. El texto del decreto
de Ministro de Guerra Carlos Arango Vélez (1897-1974) rezaba así: “El objeto
fundamental de sus actividades ha de ser la tutela de los derechos de Colombia en las
fronteras con las repúblicas del Sur, de conformidad con los tratados públicos y
23
teniendo en cuenta, en cada ocasión, las exigencias del honor del país, del Ejército y
del Poder Ejecutivo”.28 Amadeo Rodríguez, a la sazón coronel, colaboró estrechamente
con el Ministro de Guerra en el diseño y realización de la política de colonización y
seguridad del sur del país, con miras a impedir cualquier tentativa peruana de ocupar
nuevamente los espacios territoriales que pasaron a formar parte del territorio
nacional colombiano después de la firma del Tratado Salomón-Lozano. Punto central
de las preocupaciones del coronel Amadeo era la rápida ocupación de las dos
propiedades que pertenecían aún a ciudadanos peruanos en la región fronteriza: la
Casa Arana, en el Putumayo, y la hacienda La Victoria, cerca de Leticia. Cuando estalló
la guerra, en Septiembre de 1932, el coronel Amadeo era, en el Ejército, la persona
que más conocía acerca de la problemática de la frontera con el Perú. 29 A pesar de
esto, la recomendación hecha al gobierno central por el nuevo Jefe Civil y Militar de la
frontera, para que fuesen adquiridas por la Nación las propiedades antes
mencionadas, fue interpretada por el Ministro de Relaciones Exteriores, Roberto
Urdaneta Arbeláez, como fruto de la búsqueda de ventajas personales por parte del
coronel Rodríguez, quien a fines de ese año fue ascendido al grado de general, antes
de su viaje a Bogotá. La falsa denuncia del canciller causó malestar en el Ejército. Con
el ascenso, las autoridades le quitaban credibilidad a Urdaneta Arbeláez.
28
“Instrucciones reservadas entregadas por el ministro Arango Vélez al Jefe de la Frontera y
Comandante de las Guarniciones en el Amazonas”, in: RODRÍGUEZ, Amadeo. Caminos de guerra y
conspiración. 1ª edición, ob. cit., p. 12
29
Amadeo Rodríguez cita, al respecto, las palavras del entonces ministro de guerra Carlos Arango Vélez,
tomadas del libro de memorias de éste y titulado: Lo que yo sé de la guerra: “De manera que el 20 de
Enero de 1932 ya teníamos nosotros organizada, o más bien creada la Jefatura de la frontera en el
Amazonas, y todo su personal, militar y civil, destinado. Desde el mes de Diciembre de 1931 venía yo
estudiando en el mapa algunos documentos, en el Ministerio y en mi casa, y en discreta colaboración
con los señores general Aníbal Angel B., general Manuel T. Quiñones y coronel Amadeo Rodríguez,
nuevo Jefe de la frontera, [acerca del] problema amazónico. Desde el 20 de Enero de 1932, fecha del
Decreto número 87, que acabo de transcribir y que, motu proprio había mantenido yo en reserva, en
adelante aquel estudio se hizo más intenso, y mis ideas sobre el particular fueron traduciéndose en
realidades, con la mayor premura y sin interrupción de ninguna especie. De mi labor fueron enterados,
como era natural, el Excelentísimo señor Presidente de la República y el señor Ministro de Relaciones
Exteriores. Pero, también como era natural – estábamos en paz – los detalles de mi programa y de mi
acción fueron conocidos apenas, en parte, por el señor general Aníbal Angel B., secretario del
Ministerio, y, en su totalidad, por el coronel Amadeo Rodríguez, Jefe Militar de la Frontera Sur.
Diariamente conferenciábamos el coronel (hoy general) Rodríguez y yo, sobre nuestra materia. Puede él
decir, como puede decirlo el general Angel y como pueden también decirlo los distinguidos caballeros
Rafael Reyes Angulo y Jorge Montoya Largacha, Jefe del Gabinete Civil y Secretario privado míos, si algo
había entre las innumerables ocupaciones ministeriales que mereciese mi atención, contase con mi
cuidado y tuviese mi tiempo, igual a este grave asunto, que sin embargo, a nadie parecía grave por ese
entonces. En las antesalas de mi oficina esperaban todos; el Inspector general del Ejército, el Jefe del
Estado Mayor General, el Jefe del Departamento de Personal. Todos, menos el coronel Rodríguez. Y con
el coronel Rodríguez el trabajo en torno al Amazonas era sin reposo, y traduciendo siempre el
pensamiento en inmediatas actuaciones. Aparte de su nombramiento, la organización de la Jefatura de
la frontera había sido acordada con el coronel Rodríguez. Antes del 20 de Enero de 1932 el coronel
Rodríguez había conocido mi plan de defensa en el Sur y lo había encontrado acertado”. Citado por:
RODRÍGUEZ, Amadeo, Caminos de guerra y conspiración, 1ª edición, ob. cit., p. 14-15.
24
La prensa de Bogotá destacaba el alto espíritu que animaba tanto al Jefe Civil y
Militar como a las tropas que comenzaban a ocupar la región amazónica. En extensa
materia sobre el particular, el corresponsal del diario El Tiempo, Roberto García Peña
30
(que sería, años después, director de este matutino), se refirió desde Cali, a
comienzos de Diciembre de 1932, a los meses de labores en la región amazónica del
recientemente ascendido a general, Amadeo Rodríguez, informando que éste había
sido convocado para participar en el curso de información del Estado Mayor General,
que sería dictado por el general chileno Francisco J. Díaz, asesor del Ejército. Se
llamaba la atención, en la citada materia, para la reserva impuesta por las autoridades
con motivo de la llegada del Jefe Civil y Militar del Amazonas, con el fin de evitar
manifestaciones populares:
“En el tren de las cinco y media de la tarde llegaron a la ciudad el general
Amadeo Rodríguez, Jefe Civil y Militar de la Frontera Sur, Carlos Largacha Manrique,
asesor jurídico de la Jefatura; el teniente Miceno Martínez, ayudante don José Anaya,
ingeniero, don Pedro Julio Añez secretario y don Gustavo Piqueros, técnico de
telégrafos. Hasta la estación salieron a encontrar a los distinguidos viajeros el
Gobernador doctor Ossa, el Secretario de Hacienda doctor Adán Uribe, el Alcalde de la
ciudad don Mario Zamorano, el suscrito corresponsal y los oficiales del comando de la
brigada (…). Dice el general Rodríguez que el estado de las tropas en la frontera es
admirable y que en todas las guarniciones reina fervoroso entusiasmo; que gracias a la
disciplina irrestricta y al cariño que los soldados tienen al general, se han podido
controlar, evitando así prematuras actuaciones, pues su mayor deseo es el de actuar
cuanto antes sea posible (…). Exalta también la cooperación valiosísima de los
aviadores alemanes, especialmente el mayor Boy, elogiando igualmente a los pilotos
colombianos. El general me manifiesta que hasta ahora ha habido solamente dos
muertos, por accidentes de natación. Uno de ellos fue un indio coreguaje,
perteneciente a la compañía del subteniente César Abadía que se ahogó en el Caquetá.
Abadía al tener conocimiento del suceso, se entregó toda la noche a la búsqueda del
cadáver, el cual halló largo rato después. Entonces el subteniente, impresionadísimo,
abrazó el cuerpo del soldado muerto. En este instante, el padre del indio que se
hallaba cerca, se le acercó y le dijo: No se preocupe, subteniente. Yo tengo siete hijos
más que están a sus órdenes. Yo mismo me ofrezco para entrar en reemplazo de mi
hijo muerto. El general Rodríguez ordenó insertar este bellísimo gesto en el orden del
día, exaltando la nobilísima actitud de Abadía y el ofrecimiento del indio”.
Continuaba así su materia el periodista García Peña: “Agrega el general que los
indios prestan valiosísimos servicios, especialmente en los transportes y en las trochas,
siendo amigos abnegados de los oficiales de todas las guarniciones, y siendo también
30
GARCÍA Peña, Roberto. “Habla el general Amadeo Rodríguez: rasgos de abnegación y de heroísmo
entre las tropas”. El Tiempo, Bogotá, 7 de Diciembre de 1932, pgs. 1 y 13.
25
especialmente útiles en la guarnición que está a cargo del teniente Ayerbe. Cuenta
también el general la estupenda camaradería que reina entre las tropas. Los bogotanos
han constituido la alegría de las guarniciones, formando murgas y haciendo gracejos
en las noches de descanso, con lo cual todos los soldados se divierten enormemente
(…). Hablando con el general sobre el embrujo de la selva, me dice que el
encantamiento de que habla Rivera en La Vorágine consiste en el anhelo de no salir
nunca de ella por la atracción extraordinaria que ejerce sobre el individuo, lo cual
demuestra la amabilidad de la vida en esas regiones. El general me manifiesta su
Artillería colombiana bombardea posiciones peruanas en la batalla de Güepí, 26 de Marzo de1933 (Foto:
El Tiempo)
absoluta confianza en él y en sus tropas que sabrán corresponder al fervoroso anhelo
nacional de la defensa del honor de la Patria. Así mismo pondera el magnífico estado
de los cuatro cañoneros y las insuperables condiciones del vapor Nariño (…). El general
Rodríguez seguirá mañana en unión de sus compañeros rumbo a Bogotá, pues se
propone asistir al curso de información del Estado Mayor General, que dictará el
general Díaz. Su llegada estuvo rodeada de gran reserva, para evitar las
manifestaciones públicas que el pueblo hubiera hecho al Jefe Civil y Militar de la
frontera amenazada".
El general Amadeo Rodríguez destacaba la unidad que reinaba en las tropas
colombianas acantonadas en el sur. Al respecto, declaraba al diario El Tiempo el 10 de
Diciembre de 1932: “(…) En todas partes hay fe absoluta en la acción militar del
gobierno nacional, y debo también decirlo, tienen fe en el que les habla, porque así me
lo han manifestado no sólo los soldados sino también los trabajadores, los ingenieros y
los médicos de las comisiones sanitarias. Todos ellos han visto en mí no a un superior
sino al compañero que les sirve de estímulo en los trabajos y en la lucha y que parte
con ellos el pan y la labor diaria”. 31 Contrastan estas declaraciones acerca de la
situación positiva de las tropas colombianas y del personal civil de apoyo, con lo que el
general Amadeo escribía, años después, en su libro Caminos de guerra y conspiración,
31
“Cuál es la posición de las tropas peruanas en el sur”. In: El Tiempo, Bogotá, 10 de Diciembre de 1932,
pg. 13.
26
acerca de la precaria situación en que fueron encontradas las tropas peruanas: “La
situación de las guarniciones peruanas, su número, condiciones de alojamiento, salud y
materiales bélicos (…) eran asilos de miseria, sobre todo las de Güepí”.32
Las tropas acantonadas en la región amazónica bajo las órdenes del general
Rodríguez sólo esperaban la orden de atacar y estaban en excelentes condiciones de
preparación física y moral, lo que revela la gran capacidad de organización y de
liderazgo del Jefe Civil y Militar del Amazonas. He aquí un testimonio periodístico de
gran valor, por cuanto su autor tomó parte en las actividades militares de la frontera;
se trataba de un joven radiotelegrafista, natural de Ocaña, que estuvo en el sur desde
1931: “(…) El día 6 de Septiembre (de 1932), al llegar a Puerto Umbría, recibimos orden
del jefe de la frontera, general Amadeo Rodríguez, para que regresáramos
inmediatamente a Puerto Asís, en donde trabajé hasta el 27 de Septiembre a órdenes
de la Jefatura de Fronteras. Después fui nombrado por el ministerio, jefe de la oficina
de Caucayá, en donde trabajé hasta el primero de este mes. Nuestras tropas se
mantienen en una situación admirable, física y moralmente. La única preocupación de
nuestros soldados es el pensamiento de que el día del combate no está próximo. El
coronel Rico, jefe del destacamento, se preocupa más por sus soldados que por él
mismo (…)”.33
En el centro, al fondo, el general Rodríguez, Jefe Militar de la Frontera, sus oficiales y colaboradores
civiles en Puerto Asís, Diciembre de 1932 (Foto: álbum de familia)
El general Rodríguez permaneció en Bogotá durante los meses de Diciembre de
1932 y Enero de 1933. El 30 de Diciembre, el periódico El Tiempo daba la siguiente
noticia: “Un diario de la tarde informó ayer que el general Amadeo Rodríguez partiría
en breve para la frontera sur a encargarse de nuevo del comando de las tropas
acantonadas en el Caquetá y en el Putumayo. Uno de nuestros redactores habló
anoche muy brevemente con el general Rodríguez, quien, con su acostumbrada
gentileza, nos manifestó que él había sido el primero en sorprenderse al leer la noticia
de su próximo viaje para la frontera. Agregó el general Rodríguez que hasta el
32
RODRÍGUEZ Vergara, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración, 1ª edición, ob. cit., p. 36.
“Los que regresan del frente: las tropas de Puerto Arturo son indígenas y muy rebeldes”. El Tiempo,
17 de Febrero de 1933, pg. 4.
33
27
momento el gobierno no le había comunicado nada en relación con su regreso al sur
del país”.34 Noticia semejante acerca de la indefinición oficial frente a la partida del
general Rodríguez era transmitida por el mismo diario al comienzo de Enero de 1932.
La nota decía: “El general Rodríguez, quien regresará al sur, no sabe todavía la fecha en
que deba partir, pues hasta el momento no ha recibido órdenes del gobierno (…)”.35
Por otra parte, era noticiado el 6 de Enero que la tropa colombiana que integraba las
fuerzas de tierra ascendía a tres mil hombres. 36
Aún en relación con la partida del general Rodríguez a la frontera sur, El Tiempo
informaba lo siguiente el 12 de Enero de 1933: “(…) Igualmente se nos informa que
han sido llamados al servicio para destinarlos al sur, varios de los agentes de policía
que pertenecían a las reservas del Ejército y que habían ingresado a ese cuerpo desde
años anteriores. Los oficiales del Ejército han recibido órdenes de mantenerse listos
para marchar al lugar a que los destine el gobierno. Entre ellos está el general Amadeo
Rodríguez y su ayudante el teniente Martínez”.37 Se informaba también que Eduardo
Santos había publicado en París recientemente una obra sobre los sucesos que
condujeron al conflicto colombo-peruano.38 Algunos días después la prensa destacaba
el lanzamiento de otra obra sobre el mismo tema, de autoría de Luis Arana Murcia.39
El 17 de Febrero de 1932 el diario El Tiempo daba la noticia del retiro del
general Rodríguez en los siguientes términos: “El retiro del general Rodríguez. Se nos
informa que entre los oficiales que iban a ser destinados al sur estaba el general
Amadeo Rodríguez, uno de los altos oficiales del Ejército que conoce más
minuciosamente toda la región amazónica, pero que a última hora el general
Rodríguez pidió su retiro del Ejército por causas que desconocemos. Ignoramos
también si el ministro de Guerra ha considerado la nota del general Rodríguez, quien
estuvo durante algún tiempo listo a recibir órdenes del gobierno para marcharse al
sitio que se le destinara”.40
34
“Los oficiales del curso de información partirán al Sur”. El Tiempo, 30 de Diciembre de 1932, p. 1.
“El gobierno está empezando a concentrar tropa en Caucayá”. El Tiempo, 4 de Enero de 1933, p. 14.
36
“Tres mil hombres componen las fuerzas de tierra de la expedición colombiana”, El Tiempo, 6 de
Enero de 1933, p. 1.
37
“Varios oficiales ha destinado el gobierno al sur”. El Tiempo, 12 de Enero de 1933.
38
La nota de prensa rezaba así: “El doctor Eduardo Santos publicó en Paris un libro sobre el conflicto
entre Colombia y el Perú. El libro lleva como título: Una nueva sombra sobre América y está escrito en
francés”. La nota decía más adelante: “(…) En la obra del periodista colombiano se publican los
conceptos de Raymond Poincaré, Francisco de La Barra, Alejandro Alvarez, y la declaración del
Presidente de Colombia, doctor Enrique Olaya Herrera, según la cual el pueblo colombiano respetará los
tratados y hará defender sus derechos cueste lo que costare (…)”. El Tiempo, 6 de Enero de 1933, p. 1.
39
Luis Arana MURCIA. La guerra con el Perú. Bogotá: Librería Nueva, 1933, in: El Tiempo, 12 de Enero
de 1933.
40
“Las tropas del Alto Putumayo listas para la movilización”. El Tiempo, 17 de Febrero de 1932, pg. 2.
35
28
Conferencia de La Capilla - Cundinamarca, celebrada en 4 de Marzo de 1933. En la primera fila, (de izq. a der.): el
general chileno Francisco J. Díaz (Asesor del Ejército); el general Alfredo Vásquez Cobo, comandante en jefe de las
Fuerzas Armadas colombianas durante el conflicto colombo-peruano; Enrique Olaya Herrera, presidente de la
República y Carlos Uribe Gaviria, ministro de Guerra. En la segunda fila, en el segundo lugar a la izquierda, aparece
el general Amadeo Rodríguez, antiguo Jefe Civil y Militar del Amazonas (Foto: El Tiempo).
El general Rodríguez renunció a su cargo en virtud de la dilación intencional del
gobierno central para enviarlo a la zona del conflicto. No se resignaba el Jefe Militar de
la Frontera a ser retirado de su cargo, justamente cuando el conflicto llegaba a su
auge. Todo su trabajo en la frontera sur iría por agua abajo por una decisión tacaña de
burócratas y de políticos de partido, sin que mediase ninguna consideración de
patriotismo. Eran evidentes las intenciones de los liberales en el poder para impedir
que el general se luciese en el campo de batalla. Pensaban únicamente en las
elecciones del año siguiente. Un general conservador laureado en combate, fuera él
Vásquez Cobo o Amadeo Rodríguez, constituiría un peligro para el éxito electoral del
candidato liberal (que sería el embajador de Colombia en Londres, Alfonso López
Pumarejo).
La decisión para la extinción de la Jefatura de la Frontera Sur fue tomada el 4 de
Marzo de 1933, poco después de la renuncia del general Rodríguez, en reunión del
Alto Comando realizada con el presidente de la República y con el general Vásquez
Cobo en la localidad de La Capilla (Cundinamarca). Al respecto, esta era la noticia dada
por El Tiempo: “(…) También han conferenciado con el general Vásquez Cobo los
ministros de Gobierno y Guerra y el Estado Mayor. El general se niega a hacer
declaraciones. (…) A las dos y media de la tarde de ayer (4 de Marzo) el general
Vásquez Cobo celebró una conferencia con el Presidente de la República, y a la cual
asistieron el ministro de Guerra, el general Francisco de J. Díaz, asesor técnico militar,
el general Uribe, jefe del Estado Mayor, el general Aníbal Angel, secretario del
ministerio de Guerra y los generales Dousdebés, Balcázar y Rodríguez. Parece que en
esta conferencia el general Vásquez Cobo informó sobre el estado actual de las tropas
en el sur, sobre sus actuales necesidades y formuló observaciones sobre varios
29
aspectos del asunto (…)”.41 Algunos días más tarde, el periódico El Tiempo completaba
la noticia acerca de las decisiones tomadas en La Capilla: “(…) Las fuerzas del Alto
Putumayo están bajo la jefatura de cada uno de los comandantes de las respectivas
guarniciones y obran de acuerdo con instrucciones enviadas por el alto comando de
Bogotá, ya que de acuerdo con decreto expedido hace días se suprimió la jefatura civil
y militar que antes había en aquella región (…)”.42
El 15 de Diciembre de 1933, el general Amadeo Rodríguez fue retirado del
Ejército por haberle ofrecido sus servicios militares al Paraguay, entonces en guerra
contra Bolivia por la región del Chaco. Qué llevó al general a esta actitud radical? Sin
duda alguna que la razón residió, además de la dilación de su envío al Sur para tomar
parte en los combates, en el hecho de que el gobierno extinguió la Jefatura Civil y
Militar del Amazonas, en un momento en que todo estaba preparado para iniciar las
operaciones militares por tierra, con la perspectiva de un apabullante triunfo de las
tropas colombianas. Se trató, ciertamente, de una injusta medida para con el general
Rodríguez, que había dado pruebas de gran capacidad de organización y de liderazgo
entre sus comandados. Lo cierto es que a los políticos liberales no les interesaba que
un general de tendencia conservadora se destacara en la línea de batalla. Ya era
suficiente la jefatura de las fuerzas colombianas en manos de otro conservador, el
general Vásquez Cobo, antiguo jefe militar que se destacó por su triunfo en la Guerra
de los Mil días (que terminó en 1903) y por haber sido, además de canciller, ministro
de guerra. El propio Vásquez Cobo, poco tiempo después, sería substituido en el cargo
de jefe de las tropas colombianas en el conflicto amazónico por el Ministro de Guerra,
Carlos Uribe Gaviria (1892-1982) un burócrata liberal y ex militar de baja patente, para
regresar a sus antiguas funciones de Ministro Plenipotenciario de Colombia en París.
El general Amadeo Rodríguez en 1957 (Foto:
álbum de familia)
Conclusión.
Hubo, en el conflicto colombo-peruano, un manejo político-partidista de la
estrategia. Los generales conservadores, al mando de Vásquez Cobo, querían definir
por las armas el atentado contra la soberanía nacional perpetrado por los peruanos. Ya
41
42
“Largamente conferencian el presidente y Vásquez Cobo”. El Tiempo, 5 de Marzo de 1933, pg. 1.
“Importante sesión celebró el Estado Mayor del Ejército”. El Tiempo, 9 de Marzo de 1933, pg. 4.
30
vimos cómo fue de Vásquez Cobo la definición de las líneas maestras de la estrategia
militar colombiana. Los liberales en el poder y ante la perspectiva de nuevas elecciones
presidenciales en 1934, no querían correr el riesgo de ver ascender la figura de un líder
de la oposición; ese líder seria, sin duda alguna, el general Vásquez Cobo, quien
consiguió aunar las mentes y las voluntades del país en torno a la misión de defender
los intereses colombianos en el campo de batalla. No solamente eso: los generales
conservadores aprovecharon la inminencia del conflicto para darle estructura al
Ejército y a las Fuerzas Armadas, como se ha visto en las páginas anteriores. A esa
estrategia se sumó, ciertamente, la labor desempeñada por el general Amadeo
Rodríguez, Jefe Civil y Militar del Amazonas, con la ocupación de la frontera, lo que les
permitió a las tropas el apoyo logístico necesario para los combates que se libraron a
partir de Septiembre de 1932. Pero los liberales, comandados desde Londres por
Alfonso López Pumarejo, prefirieron la estrategia diplomática.
Vale aquí la apreciación del estudioso Atehortúa Cruz: “La historia de un
Ejército sin experiencia concreta en la defensa de la soberanía nacional, era parte de la
historia de un Estado que a través del tiempo no había tenido nunca una política
orgánica de fronteras. Por esa razón fue tan importante, tanto para el gobierno como
para las Fuerzas Armadas, esta experiencia internacional del conflicto colomboperuano. Sólo que, en las decisiones concretas, las aspiraciones políticas de los civiles y
de los partidos no supieron ni pudieron ocultarse. En Colombia, pudo demostrarse,
todo pasaba por la política partidista”.43
Capa de la segunda edición de la obra del general Amadeo Rodríguez, Caminos de Guerra y conspiración y su
epílogo, publicada en Barcelona en 1955 (Foto: álbum de familia)
43
ATEHORTÚA Cruz, Adolfo León. “El conflicto colombo-peruano: apuntes acerca de su desarrollo e
importancia histórica”, in: Militares y civiles: modernización y profesionalización del Ejército en
Colombia 1907-1958 (Tesis de doctorado). Ob. Cit. Ibid.
31
Referencias Bibliográficas
Libros
ARANA Murcia, Luis. La guerra con el Perú. Bogotá: Librería Nueva, 1933.
ATEHORTÚA Cruz, Adolfo León. Militares y civiles: modernización y profesionalización del Ejército en
Colombia 1907-1958 (Tesis de doctorado). Paris: École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2007.
RODRÍGUEZ, Vergara, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración: páginas sobre dos episodios de
historia patria contemporánea, escritos por un general de Colombia para los hombres de buena
voluntad. 1ª edición, Bogotá: Editorial Centro, 1937.
RODRÍGUEZ Vergara, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración y su epílogo. 2ª edición corregida y
aumentada. Barcelona: Gráficas Claret, 1955.
VÉLEZ Rodríguez, Ricardo. Castilhismo, uma filosofia da República. 1ª edición, Porto Alegre: Editora
EST; Caxias do Sul: Universidad de Caxias do Sul, 1980. 2ª edición corregida y aumentada, Brasília:
Senado Federal, 1999.
VÉLEZ Rodríguez, Ricardo. Liberalismo y conservatismo en América Latina. Bogotá: Tercer Mundo /
Ediciones Libertad y Pueblo, 1978.
Documentos oficiales
“Instrucciones reservadas entregadas por el ministro Arango Vélez al Jefe de la Frontera y Comandante
de las Guarniciones en el Amazonas”, in: RODRÍGUEZ, Amadeo. Caminos de guerra y conspiración. 1ª
edición, Bogotá: Editorial Centro, 1937, p. 12.
Artículos de prensa y capítulos de libros
ARAGÓN, Víctor. “La tragedia de la economía nacional: los responsables”. El Espectador, Febrero 23 de
1932, pg. 3.
ATEHORTÚA Cruz, Adolfo León. “El conflicto colombo-peruano: apuntes acerca de su desarrollo e
importancia histórica”, in: Militares y civiles: modernización y profesionalización del Ejército en
Colombia 1907-1958 (Tesis de doctorado). Paris: École des Hautes Études en Sciences Sociales, 2007.
CÁRDENAS Nanneti, Jorge. “Lo que hay tras la invasión de Leticia por los peruanos”. Entrevista al líder
aprista de Loreto Héctor A. Morey hecha en Nueva York el 24 de Septiembre de 1932, in: El Espectador,
28 de Septiembre de 1932, pgs. 1-2.
COREY, George H. “Experiencias de un corresponsal extranjero en tierras del Brasil”. El Espectador,
Bogotá, Enero 5 de 1932, pg. 5.
GARCÍA Peña, Roberto. “Habla el general Amadeo Rodríguez: rasgos de abnegación y de heroísmo entre
las tropas”. El Tiempo, Bogotá, 7 de Diciembre de 1932, pgs. 1 y 13.
LINCE, Paco. “Sánchez Cerro no quiere sino tres grandes países en América”, in: El Tiempo, Bogotá, 3 de
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MICHELSEN, Alfredo. “La posición colombiana” (editorial). In: El Espectador, Bogotá,, 28 de Septiembre
de 1932 pg. 3.
32
PULGAR, S. “La revolución aprista”, El Espectador, Marzo 15 de 1932, pg. 3.
Informes de prensa
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“Cuidadoso estudio militar tuvo el asalto a Leticia”, in: El Tiempo, Bogotá, 19 de Noviembre de 1932, pg.
1.
“El doctor Eduardo Santos publicó en Paris un libro sobre el conflicto entre Colombia y el Perú. El libro
lleva como título: Una nueva sombra sobre América y está escrito en francés”. El Tiempo, 6 de Enero de
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“El Perú prepara un golpe de mano sobre los cañoneros y las tropas colombianas”, in: El Tiempo,
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“El texto del Tratado Salomón-Lozano”, in: El Espectador, Bogotá, 20 de Septiembre de 1932, pgs. 1-3.
“El viaje de la Estefia”, in: El Tiempo, Bogotá, 28 de Noviembre de 1932, pg. 1.
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“Las tropas del Alto Putumayo listas para la movilización”. El Tiempo, 17 de Febrero de 1932, pg. 2.
“Los oficiales del curso de información partirán al Sur”. El Tiempo, 30 de Diciembre de 1932, p. 1.
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“Un frente único de responsabilidad” (Editorial). El Espectador, Mayo 18 de 1932, pg. 3.
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