Domingo de Ramos

Transcripción

Domingo de Ramos
Arquidiócesis de Bogotá
Hosanna
Comisión Arquidiocesana de Música Sagrada y Liturgia
Domingo de Ramos
¡Hosanna al hijo de David!
E
l Domingo de Ramos marca el comienzo de la Semana
Santa, la “semana mayor” del Año Litúrgico, en la que
hacemos “memoria” del acontecimiento central de nuestra
fe: el Misterio Pascual de Cristo. La liturgia invita a recordar a Jesús
entrando a Jerusalén, en medio de la multitud que lo aclama con
gritos de júbilo como al hijo de David, el mesías que viene en nombre
del Señor. La Iglesia proclama ya desde este Domingo la victoria del
Resucitado. Durante la celebración, meditamos las dos vertientes
del misterio pascual: la condenación a muerte del Siervo, entregado
por nosotros y la entrada de Cristo en su gloria.
El Domingo de Ramos merece una atención pastoral mayor que la
que normalmente consigue. Este día no se reduce a hacer una
procesión en donde se da la bendición de las palmas. El Domingo de
Ramos fundamentalmente es un domingo. En particular la
procesión es como una aclamación ante la victoria del Señor, cosa
que celebramos también cada domingo. La narración de la Pasión
subraya el aspecto de que la victoria de Cristo se obtiene a través del sufrimiento y la muerte. Las palmas y
los ramos, signos populares de victoria, manifiestan que la muerte en la cruz es camino de victoria, y victoria
ella misma, por cuanto esta muerte destruyó la muerte.
Cristo y su entrada
Jesús, llegado el momento, decide ir a Jerusalén. Y su entrada es a la vez entrada del Siervo, que camina a
la muerte, y del Señor, que va a ser glorificado. Es necesario insistir en el sentido fundamental de la
procesión. No se trata sólo de hacer una procesión que recuerda un hecho histórico pasado, sino de hacer
una solemne profesión de fe en que la cruz y la muerte de Cristo son una victoria.
Apasionado por Dios, su Padre, y por los hombres, sus
hermanos, Jesús llegó hasta el extremo de esta doble pasión,
es decir, hasta la muerte. Decidámonos a seguirlo, no importa
lo que cueste, sin olvidar que el camino que Él emprendió lo
condujo a la Resurrección.
Hosanna al hijo de David
La bendición de las palmas
Es mucho menos importante de lo que se hace. Es algo secundario
con relación a la procesión. La finalidad de este día es aclamar a
Cristo, en su camino pascua!. Cuando se bendicen los ramos no es
para que los fieles tengan un «objeto bendecido» para guardar, sino
aclamar con ellos a Cristo en la procesión. Por eso es ilógico hacer
una bendición de ramos sin procesión.
Sugerencias pastorales
Una procesión de entrada digna y expresiva, donde se bendicen los
ramos. Una liturgia de la Palabra con un relieve especial por la
proclamación de la Pasión. Una homilía breve, pero que comunique
a la Iglesia todo el sentido de este día. Unos cantos adecuados que
sintonicen con el misterio que se celebra.
Breve historia de la celebración del Domingo de Ramos
H
ay dos tradiciones para celebrar este Domingo, fundamentadas en los Evangelios, la de
Jerusalén y la de Roma. El Concilio de Trento juntó yuxtapuestas las dos tradiciones. Después
del Vaticano II se hizo la reforma de la celebración de la Semana Santa, donde se procuró
integrar las dos tradiciones en la unidad del Misterio de Cristo.
En Jerusalén, la celebración se llamó Domingo de Ramos, porque el obispo de la ciudad, en los
primeros siglos del cristianismo, encabezaba una procesión desde el Monte de los Olivos a los lugares
santos.
En Roma, la celebración se llamó Domingo de la Pasión. En la Eucaristía se leía el relato de toda la
pasión en el evangelio de Mateo y se recalcaba que la Cruz es el camino para la Resurrección.
Siglos después, en otros lugares, se hacía la procesión de Ramos junto con la procesión de la Cruz.
En el Concilio de Trento se procuró unificar la liturgia: Procesión de Ramos y luego la lectura de la
Pasión en la celebración de la Eucaristía, pero había ornamentos de distintos colores como si fueran
dos celebraciones yuxtapuestas, separadas.
Pablo VI después del Vaticano II unificó las oraciones y los ornamentos para integrar la bendición y
procesión de los ramos con la lectura de la Pasión y la Eucaristía y así recalcar la unidad del misterio
pascual, el paso de la muerte a la vida.
El Domingo de Ramos cae siempre en la semana donde llena la primera luna de la primavera, el
domingo anterior al Domingo de Resurrección, fiesta pivote del ciclo lunar y de todo el tiempo litúrgico.
Procesión de Ramos permanente
Procesión de Ramos permanente
La liturgia nos invita a actualizar la entrada del Señor en Jerusalén.
Imitando a los discípulos y al pueblo hebreo, las comunidades cristianas
celebran procesión con ramos y palmas. Después la Palabra nos hace
profundizar en el misterio mesiánico. Y en la Fracción del pan actualizamos
la entrega del Señor hasta el fin.
Fijándonos en la primera parte, podemos no sólo recordar lo que pasó,
sino actualizado y hacerla vida. Cristo permanece, sus palabras no pasan,
sus acciones y sus signos son eternos.
Cristo sigue entrando en Jerusalén hasta el fin de los tiempos
Nos fijamos en Jesús. Es su día, el de la entronización mesiánica. Hoy
«si éstos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40). Gritarán: Bendito.
Gritarán: Paz. Gritarán: Gloria. Gritarán: Viva. Gritarán: Hosanna. Gritarán:
Hijo de David. Gritarán: Enviado y Ungido de Dios, Mesías. Gritarán: Hijo
de Dios. Palabras todas que son un eco de aquella palabra eterna: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado
hoy» (Sal 2, 7).
Entronización mesiánica. Es lo que anunciaba el salmo: «Abridme las puertas del triunfo y entraré
para dar gracias al Señor (...) Éste es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo (...)
Bendito el que viene en el nombre del Señor (...) Ordenad una procesión con ramos hasta los ángulos del
altar» (Sal 117, 19. 24. 26-27).
Sólo que ésta procesión no fue ordenada, fue espontánea, alentada por el Espíritu de Dios. Y el
triunfo profetizado fue en realidad humilde y pacífico, pero contagioso. Y las puertas que habían de
abrirse no eran las del Templo, sino la de los corazones.
Jesús fue aclamado y reconocido como Mesías de Dios, pero sólo por los discípulos, por los sencillos
y por los niños. Eso no haría cambiar mucho la situación político-religiosa de aquel pueblo. Ponía en
cambio el fundamento de una realidad nueva, semilla del Reino de Dios.
Esta pequeña y humilde glorificación de Jesús apuntaba y anunciaba otra glorificación plena y
definitiva, la del Espíritu, la que había de consumarse en la cruz y en la Resurrección y que respondía a la
súplica de Jesús: «Padre, glorifica a tu Hijo. Glorifica tu Nombre» (Jn 17, 1; 12, 28). Aprenderemos que la
verdadera gloria de Dios brota del amor ofrecido y se alimenta de amor entregado.
Nos fijamos en Jesús. Camina sobre un burrito, manso y humilde. El ambiente es festivo. Acepta las
alabanzas, porque sabe que están inspiradas por Dios, agradece la acogida calurosa del pueblo
sencillo, pero no se queda ahí, mira hacia delante, y descubre feos nubarrones. Por eso se alegra y se
entristece. Jesús está verdaderamente emocionado.
Procesión de Ramos permanente
Nos fijamos en Jesús. Transmite la paz. A cada paso del pollino florece la paz. Hay «un clamor de
olivos» que anuncia la paz. Jesús camina desarmado. Es el verdadero Salomón de Dios. «El
suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén, será suprimido el arco de combate y el
proclamará la paz a las naciones» (Za 9,10). Quiere decir que donde hay armamentismo y
belicosidad no está Dios ni su Mesías.
Nos acercamos a Jesús. Llevamos en la mano ramos de olivo. Nos unimos a los niños y a los
discípulos y aclamamos al Señor. Bendito tú, que nos miras con tanto cariño y no dejas de
bendecimos.
Puedes acercarte más a Jesús, no lleva escolta ni guardaespaldas. Puedes tocar su vestido y
besar sus pies. Pero hazlo con el amor más grande y agradecido, siempre con respeto y con el
perfume de la humildad.
Puedes decide:
- Gracias, Jesús, porque, dejando tu gloria, has venido hasta nosotros. Te has hecho pequeño, como
nosotros. Has querido vestirte con ropajes carnales, como
nosotros. Has experimentado, como nosotros, la alegría y la
tristeza, las esperanzas y los miedos. Eres un diluvio de
amor.
Permítenos acompañarte. Y, en el camino, enséñanos
ese misterio de amor y de cruz. Que aprendamos a ser como
tú, mansos y humildes. Que seamos instrumentos de paz en
tus manos. Que combatamos el poder de las tinieblas.
Ayúdanos y bendícenos.
- Jesús, gozoso en el Espíritu, daba gracias al Padre porque
había enseñado estas cosas a los pequeños y sencillos.
Entonces, cuanto más sencillo te hagas, más entenderás el
misterio de Jesús, más se te revelarán los misterios de Dios.
Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de
júbilo, porque el Señor es
sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
Para colorear
Bendito el que viene en nombre del Señor
Cristo sigue caminando
para hacer su entrada en las ciudades de nuestro mundo
S
u peregrinación no termina. Cristo sigue caminando hacia nosotros de generación en
generación. Viene, no importa cómo, no importan los medios utilizados, pero viene
siempre pacífico y humilde. Puede venir en burrito o en camello, tal vez en automóvil o
avión, pero viene siempre manso y paciente. Puede venir andando, fatigado, como hacía por las
tierras palestinas, pero viene siempre pobre y mendigo. Puede venir como en espíritu, una
presencia inesperada, pero viene siempre llamando a la puerta, interpelando.
Viene a nuestras casas y ciudades. No aparecerá en los medios de comunicación. No vendrá
escoltado. No hará gestos espectaculares. Quizá no entre en los grandes templos, pero su voz
se dejará sentir.
No nos resulta fácil apreciar su presencia. Hay muchas ocupaciones, muchas diversiones y
mucho ruido en nuestras ciudades. Pero también hay búsquedas y hambres y silencios. Sigue
habiendo samaritanas que van a por agua, samaritanos que se compadecen de los caídos, jóvenes
insatisfechos que buscan otros ideales, Nicodemos que buscan en la noche la verdad.
Jesús encuentra muchas formas de presencia, más institucionalizadas, como la oración y los
sacramentos; otras sorprendentes, como los niños, los pobres y los enfermos; otras providenciales
e inesperadas, como tal encuentro, tal acontecimiento; sea a nivel individual o familiar y
comunitario, o a escala social, más o menos globalizada.
No faltarán pastores y profetas que hagan oír su voz. No
faltarán discípulos que escuchen la palabra y se esfuercen
por encarnada y vivida. No faltarán testigos y mártires de su
amor.
Tampoco faltarán fariseos que se escandalicen y
poderosos que persigan. Serán muchos los pueblos y
ciudades que cierren sus puertas a Cristo. Por eso Jesús
seguirá caminando y llorando entre nosotros.
¿Gritarán las piedras? Sí, «la creación sometida (...), la
creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de
parto (...) en la esperanza de ser liberada» (Rom 8, 20-22).
Hay un clamor globalizado en contra de la situación injusta
y cruel de nuestro mundo, y gritan en espera de otra
realidad. Incluso ciertos fenómenos naturales, como es el
calentamiento global, la desertización creciente y la
contaminación asfixiante, son gritos angustiosos y
agónicos de la naturaleza inhumanamente sometida. La
tierra entera grita en espera de su liberación.
Cristo, por nosotros, se sometió
JESÚS CALLABA
Hemos escuchado la pasión de Jesús según Mateo. No hace falta la música de Bach, pero sí llega
hasta nosotros la palabra. Y escuchamos también su silencio.
A lo largo de esta Semana Santa contemplaremos a Jesús sumergido en toda clase de rechazos,
angustias y sufrimientos, pero Jesús pondrá en todos ellos semillas de esperanza.
Tiempo para meditar, sean las grandes coordenadas de su entrega, sean los pequeños detalles
de esta dramática historia y de sus personajes. Podemos medir hasta dónde llega su dolor y su amor,
su paciencia y su confianza, su angustia y su esperanza, sus despojos y sus dones, su humillación y
su exaltación, su vacío y su plenitud. Y podemos fijamos en los personajes tenebrosos y los
personajes luminosos de la Pasión. Y fijar, sobre todo, los ojos en Jesús, en sus actitudes y
comportamientos, en sus miradas y sus lágrimas, en sus palabras o gritos y en sus silencios.
¡Cómo nos impresionan las monedas y el beso de Judas, las reacciones y negaciones de Pedro,
la bofetada del siervo y las burlas y juegos de los soldados, la comedia de Herodes, los intentos y
cobardías de Pilatos, la venalidad del pueblo, el consuelo de los ángeles, el llanto de las mujeres, la
ayuda del Cireneo, el sueño y la desbandada de los apóstoles...! ¡Y la presencia de María en
comunión de pasión! ¡Y la filiación de Juan! ¡Y la solicitud de las mujeres!¡Y después la confesión del
centurión y la lanzada que abrió las fuentes del costado! Tantos detalles y signos. Pero el
protagonista siempre es Jesús, desde la Cena hasta la cruz. Nos podríamos fijar en sus gestos, en
sus palabras, en sus miradas... Hoy nos vamos a fijar en su silencio... Y Jesús callaba (Mt 26,63;
27,14). Es un gran contraste, el que es la Palabra, calla (Lc 23,9). Seguro que este silencio es más
elocuente que muchos discursos.
- No calla por ignorancia, miedo o vergüenza. - No
calla por orgullo, desprecio o menosprecio.
- No calla por masoquismo, desesperanza o
fatalismo.
Su silencio es misterio, como lo fue Nazaret. Jesús
podía haber dado respuestas elocuentes y
convincentes, podía haber pronunciado discursos
arrebatadores, podía haber puesto en ridículo a sus
acusadores. Pero esto hubiera supuesto aceptar la
opción triunfalista ya rechazada en el desierto y en
Getsemaní. «¿O piensas que no puedo yo rogar a mi
Padre, que pondría enseguida a mi disposición más de
doce legiones de ángeles?» (Mt 26,53). El mesianismo
de Jesús es humilde, como el de un hombre cualquiera.
Por otra parte, una vez que intentó defenderse, le
cerraron la boca con una bofetada (cf. Jn 18,22). No
merecía la pena hablar, pues su condena estaba ya
decidida. A más razones, más bofetones. «Donde no
vayas a ser escuchado no prolongues el discurso». ¡Un
poco de dignidad!
Aprended de mí
Algo parecido es el caso de Herodes, movido por la curiosidad, que pretendía hacer del caso de
Jesús un entretenimiento morboso. «No echéis vuestras perlas a los puercos» (Mt 7,6). Un poco de
respeto a la palabra. Jesús no se deja utilizar, ni siquiera para librarse de la muerte.
Pero hay otras razones de su silencio, que es misterio:
! La mansedumbre: «Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como un
cordero llevado al matadero (...) enmudecía y no abría la boca» (Is 53,7).
! La paciencia: «No pronunció palabra contra nadie (cf. 1P 2,22-23), sino que a todos les venció
con el silencio, con lo que prácticamente enseñaba que cuanto con mayor paciencia sufras, tanto
mejor vencerás a quienes te hacen mal» (S. Juan Crisóstomo).
! Confianza: Jesús pone su defensa en manos de su Padre. Tú, Señor, eres mi escudo y mi
defensa (cf Sal 17, 3). Es la idea fuerte del salmo que rezó en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado? (...) Desde el seno pasé a tus manos» (Sal 21,2-11).
! Amor: Todos los misterios de Jesús tienen el sello del amor. Si habla es por amor y si calla es por
amor. Amaba al hombre, amaba a sus jueces, amaba a sus verdugos. No quería vencemos, sino
redimimos. ¡Cuánto amor
puede haber en una
palabra y cuánto amor en
un silencio! El silencio de
Jesús era paciente,
obediente, misericordioso.
Señor Jesús, ayúdanos a
comprender el misterio de
tu amor silencioso.
“Se hizo
obediente
hasta la
muerte y
una muerte
de cruz...”
Mi Reino no es de este mundo...
ENTRADA ANTITRIUNFAL DEL MESÍAS EN JERUSALÉN
S
e acercan ya a las puertas de la ciudad. Es el último tramo, y Jesús lo ha querido recorrer
montado sobre un asno, como humilde peregrino que entra en Jerusalén deseando a todos
la paz. En ese momento, contagiados por el clima festivo de la Pascua y enardecidos por la
expectación de la pronta llegada del reino de Dios, en la que tanto insistía Jesús, comienzan a
aclamarlo. Algunos cortan cualquier rama o follaje verde que crece junto al camino, otros extienden
sus túnicas a su paso. Expresan su fe en el reino de Dios y su agradecimiento a Jesús. No es una
recepción solemne organizada para recibir a un personaje ilustre y poderoso. Es el homenaje
espontáneo de los discípulos y seguidores que vienen con él. Según se nos dice, los que le aclaman
son peregrinos que «iban delante de él» o que «le seguían». Probablemente su grito debió de ser
este: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».
El gesto de Jesús era seguramente intencionado. Su entrada en Jerusalén montado en un asno
decía más que muchas palabras. Jesús busca un reino de paz y justicia para todos, no un imperio
construido con violencia y opresión. Montado
en su pequeño asno aparece ante aquellos
peregrinos como profeta, portador de un orden
nuevo y diferente, opuesto al que imponían los
generales romanos, montados sobre sus
caballos de guerra. Su humilde entrada en
Jerusalén se convierte en sátira y burla de las
entradas triunfales que organizaban los
romanos para tomar posesión de las ciudades
conquistadas. Más de uno vería el gesto de
Jesús una graciosa crítica al prefecto romano,
que, por esos mismos días, ha entrado en
Jerusalén montado en un poderoso caballo,
adornado con todos los símbolos de su poder
imperial. A los romanos no les podía hacer
ninguna gracia. Ignoramos el alcance que
pude tener el gesto simbólico de Jesús en
medio de aquel gentío multitudinario. En
cualquier caso, aquella entrada «antitriunfal»,
jaleada por sus seguidores y seguidoras, es
una burla que puede encender los ánimos de la
gente. Este acto público de Jesús anunciando
un antirreino no violento habría bastado para
decretar su ejecución.
(José Antonio Pagola, Jesús,
aproximación histórica, PPC, 2007)
Servir es reinar
! El reino de Jesús se encuadra en una nueva concepción
del poder. del servicio y del honor...
! El reino de Jesús está basado no en el poder
como dominio, sino como amor y respeto...
! El reino de Jesús no consiste en ser servido
sino en servir por amor...
! No en el honor y prestigio, sino en la humildad
y en preferir el último lugar.
! No el llamar la atención y ocupar el centro de todo,
sino en pasar desapercibido y ocupar el lugar
que todos dejan...
! No consiste en dominar en razón de mi cargo
y de la autoridad que me confiere mi cargo,
sino en seducir el corazón de los otros a fuerza de amar...
! No consiste en imponer mis criterios por el tono
de mis palabras.
sino en respetar el criterio y la opinión de los demás.
! No consiste en aplastar a otros con cargas insoportables,
sino en aligerar el peso y ayudar a llevar las cargas
de los otros.
! No consiste en anular la personalidad
y la iniciativa de los otros.
Sino en respetar a cada uno
según su propia individualidad
integrándola en el conjunto del bien común.
! No consiste en hacer, en aparentar, en tener...,
sino en ser...
En ser, hasta las últimas consecuencias,
esa imagen de Dios que soñó al crearnos
Y que llevó a su plenitud
al hacernos hijos en el Hijo.

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