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Los bordados eróticos de Pedro Morales; por Cristina
Raffalli
Cristina Raffalli · Monday, July 7th, 2014
Hace poco más de un año que Pedro Morales vive en Versalles, a menos de una hora
de París. De su nuevo taller ya ha salido Bordados eróticos, una exposición individual
que hasta finales de julio permanecerá en la Galería Mezcla de la ciudad de Rouen.
Además de esta muestra, en los últimos meses ha preparado obras que se han
exhibido en la Exposición de Arte Latinoamericano del Museo Imperial de Beijing, así
como en ferias internacionales en Seúl, Nueva York y Lima.
Un retrato hablado de Pedro Morales, nacido en Maracaibo, en 1958, podría hacerse
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con tres o cuatro trazos. Pocos pero tan inesperados que bastarían para describir las
particularidades de este artista que, cuando empezó a producir obra, se negó a
exponer en todas las galerías que se lo proponían porque no quería mostrar nada que
pudiese, de entrada y sin ninguna perspectiva que le diera fondo, encontrar un destino
comercial. Para 1988, cientos de sus trabajos se habían acumulado sin que
prácticamente nadie los viera, hasta que María Elena Ramos propuso exhibirlos en el
Museo Alejandro Otero y se encargó de la curaduría de aquella primera muestra que
se llamó En la calle 93, antes Padilla. En esa ocasión, Sofía Ímber conoció la obra y le
propuso una individual en el MACSI en 1991. Así se inicia la carrera expositiva de
Morales.
Desde 1989 no separa el lenguaje digital de su discurso pictórico. Oteando los años
por venir, supo que en las relaciones humanas se iban a producir nuevas dinámicas a
partir de las nuevas tecnologías. Así que decidió comenzar a indagar en ello y produjo
la reflexión estética de lo que aún no empezaba a sucedernos. Mucho antes de que la
informática se metiera de lleno en nuestra vida diaria, ya el arte de Pedro Morales nos
hablaba desde esa orilla del tiempo. La exposición del MACSI, que se llamó La Mirada,
tomó su nombre de uno de los trabajos que la integraron. Esa obra es hoy en día
reconocida como la primera creación de arte enteramente digital en América Latina.
Otro trazo fuerte lo dibuja como artista censurado. En 2003, durante la Bienal de
Venecia, su obra CityRooms fue señalada como “Ofensiva hacia la revolución”.
Es también el artista que en 2011, con De redes y Cadenas, atrapó en códigos binarios
los versos de Rafael Cadenas para enviarlos a un mundo invisible y devolverlos al
quicio de la línea con un súbito gesto del dedo pulgar.
Ese ánimo lúdico lo sigue acompañando y en su producción más reciente. Explora la
imaginería del amor. Se trata de pequeños y medianos formatos que ofrecen dos
lecturas. En la primera, el espectador observa una obra de gran sentido rítmico,
carente de anécdota, que apuesta todo a la organización de la forma y al color.
Seguidamente el espectador debe colocar delante de sus ojos unos lentes anaglíficos
(los utilizados para ver películas en 3D) y ahí comienza la segunda lectura de la obra,
donde descubre las figuras del Kama Sutra que surgen de la visión estereográfica y se
nos hacen visibles en un plano ulterior en el cual, de modo muy inesperado y en
sentido virtual, adquieren volumen.
Las obras fueron elaboradas siguiendo un mecanismo similar al del bordado, sólo que
los “hilos” que atraviesan el soporte son de plástico ABS. El patrón al que obedece su
recorrido está orientado por la posibilidad de hacer converger, en la visión, la imagen
deseada (la estampa del Kama Sutra) con las pautas dictadas por la estereografía, que
deben cumplirse para que se despliegue la segunda lectura de la obra. Y lo ha logrado.
Desde que inauguró la exposición de la Galería Mezcla, decenas de visitantes son
atraídos por el hallazgo que los sorprende desde la fachada, donde cualquier curioso
puede tomar unos lentes anaglíficos y observar la reproducción que se exhibe al
exterior.
¿Qué es la estereografía? ¿Qué son los estereogramas?
Técnicamente, la estereografía es una ilusión óptica que se fundamenta en la manera
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en la que los ojos captan la imagen desde dos puntos de vista distintos. Esas
perspectivas ligeramente diferentes son interpretadas por el cerebro como una
imagen en tres dimensiones. El estereograma es una imagen bidimensional que, al ser
observada adecuadamente, puede dar lugar a una contemplación en esa otra
dimensión: la tercera dimensión en el plano. Al principio elaboré estereogramas de
una sola imagen, que pueden ser vistos sin ayuda de lentes, pero requieren cierto
entrenamiento de parte del observador. Los hice con objetos del cotidiano como ligas,
botones, ojos de muñeca, flores de tela o cuero, canutillo y cuentas de vidrio. Se me
generó un conflicto cuando encontré que había gente que no llegaba a ellos por su
propia cuenta y eso los frustraba. Incluso, parejas discutían entre ellos: uno de los dos
caía maravillado por el misterio de la estereografía y el otro no. Decidí entonces
experimentar con el estereograma anáglifo. La técnica del teñido rojo y azul permite
que cualquiera pueda descubrir el estereograma. Esta técnica recurre a lentes
bicolores para facilitar, acelerar, la llegada del espectador a la imagen en tercera
dimensión que se esconde en la trama bidimensional. Los lentes, que existen desde
finales del siglo XIX, son un artilugio ya antiguo, conocido y de fácil acceso. La imagen
del ojo izquierdo está impregnada de rojo. La del derecho, de azul. Cuando el cerebro
une ambas imágenes, un ojo bloquea el color del otro y crea la ilusión óptica. Cada ojo
observa una imagen ligeramente diferente. Aquél cubierto por el filtro rojo ve las
partes rojas de la imagen como si fuesen blancas y las partes azules como oscuras. El
ojo cubierto por el filtro azul percibe el efecto opuesto. El cerebro fusiona las
imágenes recibidas y las interpreta como una imagen con profundidad. Es la
intersección de estas dos percepciones la que crea la ilusión tridimensional. Fue ese
deseo de que todos pudieran conocer la maravillosa sencillez de saltar del plano a la
tercera dimensión: experimentar ese instante de asombro fue lo que me hizo buscar el
camino de los anáglifos. Era importante para mí resolver el asunto del acceso.
¿Por qué bordar? ¿Hay alguna búsqueda relacionada con la acción de hilar,
ese oficio ancestral de elaborar a partir de un hilo?
Yo asocio el hecho de bordar con el acto de meditar a través de la oración repetitiva,
recitar sistemáticamente, de manera casi idéntica, hasta lograr, armado de paciencia,
sin pausa, una elevación que uno espera ha de rendir un fruto. Bordar es orar con un
hilo en la mano. Mucha gente ha asociado mis códigos con los Soles de Maracaibo, ese
bordado ancestral con el que crecí en el barrio de El Saladillo, pegado a los faldones
de Mamá Carmen, mi abuela paterna, con quien me crié. También el hecho de bordar
ha sido, como muchas cosas en mi obra, fortuito. Yo estaba convencido de que podría
encontrar profesionales del bordado artesanal para comisionarles un estereograma y
así sucedió. Un extraordinario bordado en punto de cruz que tomó meses en
completarse me abrió las compuertas de esta técnica que es arte y paciencia. Luego
concebí mis estereogramas bordados con hilos de plástico liquido en impresoras 3D.
Ese finísimo hilo sin fin me permite tratar los estereogramas como un bordado. El hilo
relata historias, una aparente y otra escondida, ambas muy reales. Eso no ha sido
intencional, ha sido producto del momento, de las herramientas que he tenido a mano,
de las oportunidades que se me presentaron. El hilo conductor es la casa, el espacio
que nos habita, y la tecnología de la que me valgo para relatar mis historias.
Bordar, tejer, construir a partir de hilos implica una locomoción, una danza
particular de las manos. ¿Podrías hablarme del sentido rítmico de tus obra?
Hay una secuencia de eventos en el hecho creador que dan cierta cadencia a mi obra,
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una vibración visual inherente a ella. Hay también un ritmo en la técnica empleada
para crear estereogramas, un ir y venir, pasos que se repiten como en una danza
cuando estoy dedicado a ellos. Es una repetición de imágenes que van y vienen, que
me hacen alejarme y acercarme a la obra siendo creada. Hay un gesto, si se quiere,
musical en el hecho de volver periódicamente al mismo fragmento de la imagen hasta
conseguir lo que quiero. Por sobre todo trabajo el ritmo interno del espectador. Es él
quien pone el tempo para la contemplación de la obra. Mientras busca la convergencia
espacial, el espectador crea un ritmo que es incluso corporal, que lo hace balancearse
de un lado a otro mientras espera a que sus ojos se abran a la magia de la
estereografía. Pasar de una realidad a otra trae consigo un ritmo íntimo, tan personal,
que comienza lento y luego es desenfrenado. Ahí, ese ritmo se vuelve palabra y
suspiro, camino y llegada. El estereograma es una tonada interior indescifrable para
cualquier otro. Es el ritmo de la percepción. Que es privado: sólo tú lo puedes hacer
sonar.
Al diseñar un doble plano de percepción, creando un espacio ulterior, se está
proponiendo, entre muchas otras cosas, soslayar lo aparente. En este sentido,
¿hay alguna relación entre lo que Venezuela vive y tu obra de este momento?
Es evidente que mi obra no podría jamás escapar al efecto Venezuela. Allí todo el
mundo se autocensura… en todo momento. Es una respuesta condicionada a las
sanciones directas o indirectas que puedan venir del poderoso aparato estatal que
exageradamente controla desde empleos y contratos hasta becas y participaciones
artísticas. Mi primer código QR, hecho en 2008 con cuentas de ábaco, se llama ¿Por
qué no te callas?, una frase célebre del rey de España que sólo podía leerse si
apuntabas a ella con tu teléfono. La obra Puras flores es un manifiesto que, tal como
sucedió con nosotros antes de las revueltas estudiantiles de 2014, tenía que mostrar
una cara aparente y solo destaparse con fruición en la intimidad, en un entorno
seguro. Sí, la situación de Venezuela por supuesto que me afecta muchísimo. Mi obra,
exhibida en la 50ma. Bienal de Venecia fue censurada en 2003 por el gobierno. Y los
ataques que recibí en esa oportunidad fueron despiadados. Sin embargo, llegó un
momento de tanto tormento que decidí cambiar el tono político por el sexo para seguir
tratando el tema de la realidad más allá de lo aparente, pero sin vivir lleno de tristeza
y frustración. Un bello estereograma de 2007, Rojo, rojito, elaborado con rosas rojas
de satén, oculta una mujer llamada Venezuela siendo violada por dos hombres de
botas y boina. Más recientemente, con Misericordia, nos están matando, trato el tema
de la violencia oficial. Así fue el tránsito hacia el erotismo, un tema que también
requiere de la intimidad para ser tratado, que refleja nuestras desnudeces, que
despierta otros miedos y descubre un umbral que sólo quien nosotros queramos puede
mirar de cerca. Al igual que mis obras, Venezuela también necesita dos lecturas: una
aparente, que a primera vista cuenta una historia y pudiera quedar hasta ahí, y otra
más profunda, que descubre otra esencia más íntima: lo que se vive bajo las cobijas de
nuestra realidad.
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