La tercera etapa de la gran crisis: Grecia está en todas partes

Transcripción

La tercera etapa de la gran crisis: Grecia está en todas partes
Este artículo es una publicación de la Corporación Viva la Ciudadanía
Opiniones sobre este artículo escribanos a:
[email protected]
www.viva.org.co
HU
UH
H
U
La tercera etapa de la gran crisis: Grecia está
en todas partes
Michael R. Krätke
Profesor de política económica y derecho fiscal en
Universidad de Ámsterdam – Tomado de sinpermiso.com
la
A la sombra de la crisis financiera, florece sobre todo en Europa el negocio con
la deuda pública. Pues los Estados son los mejores deudores que le quepa
desear a un acreedor.
A la crisis bancaria y financiera no tardó en seguir, como era previsible, la crisis
económica mundial. Y a ambas viene a sumarse ahora la crisis de las finanzas
públicas, tercera etapa de la Gran Crisis. Deuda, culpa y expiación, una lucha
pugnaz: los ciudadanos de a pie deben subvenir al generoso rescate de los
bancos. Las deudas públicas aceleradamente acrecidas se usan a modo de
varapalo para inculcar esta lógica. Algunos pequeños pueblos –los islandeses
en el Norte, los griegos en el Sur— se avilantan a resistir el absurdo dominante
y se niegan a pagar por la crisis. De la noche a la mañana, las deudas de
terceros se han convertido en problema de todos.
De acuerdo con las últimas cifras del FMI, cinco de los Estados del G-8 tienen
un déficit público superior al 100% del PIB, con Japón (200%) a la cabeza.
Alemania y Canadá se hallan hasta ahora por debajo del umbral del 100%; los
miembros de la EU España, Portugal, Italia y Grecia, rayanos en, o aun por
encima de, ese límite. Nunca antes en tiempos de paz había subido de manera
tan extrema el déficit público en los países capitalistas desarrollados como ha
ocurrido desde el comienzo de la crisis financiera mundial a finales de 2007.
Sólo en 2009, los títulos de obligaciones emitidos por la República Federal
Alemana crecieron hasta alcanzar la cifra de 1 billón 692 mil millones de euros.
Sólo en 1995 –cuando de verdad se hicieron sentir por primera vez los costes
de la reunificación— había sido mayor el salto de la deuda pública alemana. En
los países de la OCDE, el nivel promedio de los déficits públicos ha llegado a
alcanzar entretanto un 80% del PIB, y en pocos años podría llegar a rebasar de
manera generalizada la marca del 100%. Grecia está en todas partes.
Más de 8 billones de euros
Los economistas se hallan inveteradamente divididos en materia de deuda
pública. Un Estado que contrae demasiado poca deuda pública, malbarata el
futuro; un Estado con demasiados acreedores, arruina la economía nacional.
En Alemania, como en todos los países gobernados por neoliberales, impera
de concierto el dogma, según el cual las deudas públicas son un mal en y por
sí mismas, llevan a la inflación, a una fiscalidad exorbitante y a la bancarrota
del Estado. Se intenta hacer olvidar, contando para ello con todo el poder de
los medios de comunicación, la conexión entre crisis financiera, rescate
bancario y explosión de la deuda pública. En cambio, se entona la cantilena del
ahorro y los recortes con el estribillo del “Estado social incosteable”.
No hay razón para el pánico. Ningún Estado europeo tiene que ir a la quiebra.
Tampoco los griegos deben devolver esos casi 300 mil millones de euros
(cerca de un 130% de su PIB), sino que deben limitarse a la refinanciación
regular, esto es: a ir substituyendo regularmente las viejas deudas por deuda
nueva. Propiamente, eso no debería representar el menor problema. El Estado,
dotado de monopolio fiscal y monetario, es con diferencia el mejor deudor. A
diferencia de los grandes bancos, sólo puede quebrar cuando toda la economía
nacional está arruinada. Pero, a pesar de la crisis, eso no puede ocurrir en
ningún lugar de la Unión Europea.
Por doquiera crecen las deudas de los Estados, cada vez se coloca más deuda
pública en unos mercados financieros, por lo general, ávidos de comprarla,
incluso con ganancias de cotización, porque los empréstitos ofrecidos están, y
por mucho, sobre suscritos. Ni siquiera Grecia tuvo problemas a comienzos de
año para colocar en los mercados financieros el triple de deuda. En el conjunto
de la UE, se emitieron en 2008 más de 650 mil millones de euros de deuda
pública; en 2009 fueron ya más de 900 mil millones, y en 2010, según las
estimaciones más prudentes, se rebasará el 1,1 billón de euros. El conjunto de
los Estados de la UE tienen ya más de 8 billones de euros inscritos el Debe.
Los EEUU vienen a acompañarnos con más de 2,3 billones de dólares de
deuda pública fresca. El negocio con los títulos de deuda pública florece como
nunca. ¿Por qué, pues, la inquietud en los mercados financieros? ¿A qué la
repentina preocupación por las deudas de Grecia, Italia, España, Portugal o
Irlanda? ¿De qué el miedo a una bancarrota pública en la que,
manifiestamente, los mercados financieros creen menos que nadie? Ahora
como antes, los paquetes de deuda pública griega, española y portuguesa se
compran como panecillos recién salidos del horno, son tan deseados como los
títulos públicos alemanes. Naturalmente, con jugosos cargos por riesgo, lo que
hace harto más rentable el negocio con esos paquetes.
La deuda pública es más vieja que el capitalismo moderno. La bancarrota del
Estado fue otrora –antes del descubrimiento del déficit público permanente—
un medio bien probado del que se servían los gobernantes para someter a sus
acreedores, quienes se desquitaban con intereses exorbitantes. En nuestros
días, la falsaria demagogia sobre peligros de bancarrota pública es un medio
sumamente efectivo de someter a gobiernos, y a pueblos y naciones
pretendidamente soberanos, a los intereses de los mercados financieros. Si el
crédito de un Estado llega a ponerse efectivamente en duda, eso sirve sobre
todo a los acreedores; y hoy en día, y por regla general, los acreedores no son
otros Estados, sino inversores privados, bancos, compañías aseguradoras y
fondos. Una parte considerable de la riqueza de una nación va a parar a sus
bolsillos.
Las meras tasas de déficit y deuda pública dicen poco sobre el riesgo deudor
efectivo. Obviamente, los legos en economía que forman la clase política
adoran esas tasas, porque desvían la atención respecto de las verdaderas
debilidades de la economía nacional (por ejemplo, la extrema dependencia en
que se halla Alemania de sus exportaciones). También se simplifican de muy
buen grado los tipos de interés, la relación entre los ingresos fiscales anuales y
los intereses pagaderos anualmente de la deuda pública. Cuando, como en
Grecia, los ingresos fiscales dan poco de sí (porque las elites apenas pagan
impuestos, la crisis económica reduce la recaudación fiscal y las cargas de los
intereses son disparadas al alza por especuladores y agencias de calificación
del riego), entonces los tipos de interés suben rápidamente hasta el 30 ó el 40
por ciento. Cuando eso ocurre, es decir, cuando el servicio de la deuda genera
un desgarrón en el presupuesto público, el país afectado cae, efectivamente,
en la trampa deudora. Para evitarlo, hay que reducir la carga de los intereses.
Una comunidad como la formada por los euro-países podría lograr eso de la
manera más sencilla, robusteciendo la credibilidad de un miembro como Grecia
sin necesidad de cargar con un solo céntimo de su deuda pública. Con eso se
desharían todas las necedades populistas de Merkel y compañía.
Fueron y siguen siendo los bancos –por lo pronto, los europeos— los
compradores de deuda pública griega, los tenedores de la misma y los
principales responsables de su crisis financiera: aseguradoras e institutos
bancarios franceses, suizos y alemanes son los principales acreedores; les
siguen a mucha distancia bancos británicos y estadounidenses. Los bancos
portugueses poseen casi tanta deuda pública griega como los
norteamericanos.
¿Despejar con inflación?
No ofrece duda: los déficits públicos pueden enjugarse con una vigorosa
inflación que desvalorice los títulos de deuda y reduzca los intereses nominales
que el Estado tiene que pagar por esos títulos. Pero para ser de ayuda a corto
plazo, la inflación tendría que correr al galope. A pesar de una deuda pública
creciente a escala planetaria, eso es ahora prácticamente imposible, pues,
dado que existen sobrecapacidades estructurales en prácticamente todas las
ramas de la economía, los precios apenas pueden levantar cabeza. Por ahora,
el impulsor de los precios es el Estado, e impulsoras de precios son también
algunas grandes corporaciones empresariales capaces de controlar la energía
y los recursos: eso no basta para una hiperinflación.
¿Qué salida queda? Pues, por una vez y para variar, ¿por qué no proceder con
buen juicio, en vez de con celo dogmático y querencias populistas? Sin
necesidad de hacerse con un solo céntimo de deuda pública griega, se podría
ayudar a los griegos de manera sencilla y efectiva. Por ejemplo, con eurobonos
o créditos del Banco Central Europeo (BCE). Ahora mismo, bastaría con
agarrarse a la regla extraordinaria que permite a los bancos centrales de la
eurozona aceptar deuda pública y obligaciones de Grecia y de otros países.
Para hacer evitables en el futuro las crisis de este tipo, tendría más sentido
cambiar las reglas. No tiene ninguna lógica económica que los estatutos del
BCE le prohíban comprar y tener deuda pública de los países miembros de la
eurozona. Conforme a esta regla absurda, el BCE ha inundado en los pasados
meses a los bancos europeos con créditos baratos, negándose, al propio
tiempo, a sostener con créditos a los Estados miembros. Lo que ha ocurrido, en
cambio, es que los bancos europeos –y para empezar, los alemanes— han
tomado préstamos a intereses ínfimos del BCE para, a su vez, ofrecerlos como
préstamos al Estado griego a tipos de interés elevadísimos. Bonito negocio.
Ackerman [1] y compañía están fascinados.
No se trata sólo de necedad; la cosa tiene método. Con el miedo a la
bancarrota pública y a la amenaza de un caos monetario en caso de caída del
euro, se promueven ulteriores “reformas” neoliberales. En España, Italia,
Portugal, en Gran Bretaña; por doquiera está a la orden del día la jubilación a
los 67 años. Por doquiera tienen que vérselas los ciudadanos de a pié –no los
propietarios de capital y de patrimonio— con drásticas subidas de impuestos.
Por doquiera se recortan los servicios públicos, por doquiera se reduce el
sector público. Impulsada ahora por la situación de pretendida emergencia
financiera del Estado, se avanza irresponsablemente en la privatización de la
propiedad pública. Los griegos son masacrados, los portugueses,
achicharrados; se afilan con celo digno de mejor causa los cuchillos contra
España. De te fabula narratur.
NOTA T: [1] Josef Ackermann es el presidente ejecutivo de la Deutsche Bank,
el principal banco privado alemán.
Traducción para www.sinpermiso.info: Amaranta Süss

Documentos relacionados