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Mercedes Sedano y el amor por la lengua española
Prodavinci · Monday, August 3rd, 2009
Por Rafael Arráiz Lucca
No imaginó Mercedes Sedano en su infancia y juventud española que más de la mitad
de su vida tendría lugar en un lejano país suramericano, pero la vida es así, se sabe
dónde comienza pero no dónde se desarrolla, y mucho menos dónde termina. En el
trazado oculto de sus días el azar amoroso jugó un papel preponderante, pero lo que
Sedano ha construido después es fruto de otro amor: el de las palabras, el de la lengua
española, ámbito en el que es una autoridad que trasciende las fronteras. Veamos por
qué.
Nació en Burgos y estudió Letras en Venezuela, ¿a qué edad llegó?
Mi mamá murió cuando yo tenía nueve meses y entonces me fui a vivir a un pueblo de
Burgos, con una tía soltera que era maestra. Luego fui a estudiar el bachillerato
interna, porque mi tía tenía que seguir trabajando, y después ella murió. Cuando
terminé el bachillerato estudié asistencia social, y al finalizar me iban a contratar para
unos centros de orientación profesional que no acababan de abrirse. Entonces mi papá
dijo, ¿por qué no te vas a Francia y aprendes francés?, y me inscribí en los cursos de
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La Sorbona, en París.
¿De qué edad estamos hablando?
Ya tenía veintidós años y era trabajadora social.
¿En qué año se va a París?
En el año 62. Yo había estudiado en Madrid y tenía cierto conocimiento del mundo,
pero, tan poquito, que cuando llegué a París vi unos carteles grandísimos que ponían
«Yo soy comunista», yo decía ¡ay! ¿y eso aparece en carteles? Cuando llegué a París y
me inscribí en La Sorbona, me cambió la vida porque me abrí al mundo.
¿Pero no sabía francés todavía?
Sólo el que había aprendido en bachillerato. Pero enseguida aprendí, entonces
empecé a apreciar la literatura, el arte, iba a los museos, estaba feliz. Luego, a mitad
del curso, llamó mi papá y me dijo: «Ya abrieron los centros de orientación profesional
en los que vas a trabajar», y le dije: «Pues ya no quiero trabajar en España, quiero
hacer periodismo en Francia. Estoy muy bien aquí y no quiero volver». Y en eso
conocí, por casualidad, al que luego sería mi marido. Un venezolano que trabajaba con
una compañía francesa.
¿Dedicada a qué ramo?
Trabajaba con tuberías de plástico. Él empezó a trabajar y lo mandaron tres días a
París e iba a ver a unas amigas suyas venezolanas, pero ellas se iban de viaje y me
dijeron: «Cuando llegue Luis Alberto, ayúdalo, porque casi no habla francés».
Entonces salí con él un día para ayudarlo y nos enamoramos perdidamente. Luego no
nos vimos muchas veces más porque él se tuvo que regresar a Venezuela. Pero el
hecho es que nos casamos y yo me vine a Venezuela. Tenía 23 años.
¿Se casó allá o aquí?
Allá. Éramos los dos muy jóvenes. Él estaba haciendo una pasantía, regresó y me dijo:
«Yo me quiero casar contigo antes de irme a Venezuela» y le dije, yo también quiero
casarme contigo. Entonces nos casamos y nos vinimos. Vivíamos con sus padres.
¿Aquí en Caracas?
Y luego nos fuimos a Cúa y después a Charallave, o sea, de París a Cúa. Veníamos
mucho a Caracas, a la Cinemateca, y me acuerdo que, por meses, pasaban la misma
película.
¿Cómo se llama su marido?
Jesús Alberto Páez Pedroza. Él era ingeniero y era pianista. Estudió piano por muchos
años y cuando tenía que tomar una decisión vital prefirió ser un ingeniero mediano
que un músico malo.
Entonces llegó a Cúa, qué cambio, pero estaba enamorada…
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Estaba enamorada y además salí en estado el día que me casé, o sea, que cuando
llegué a Cúa lo único que podía hacer era ocuparme de mi casa y de mi hijo recién
nacido. Viví unos cuantos años allí, pintaba, escribí una obra de teatro malísima y
después, cuando ya iba a nacer mi tercera hija, me vine a Caracas a estudiar letras.
Tenía treinta años.
Y ya había tenido tres hijos, empecé tarde a estudiar, a los treinta o treinta y un años,
y fíjate todo lo que me ha dado la vida, la licenciatura, la maestría, el doctorado…
¿Todos sus estudios los hizo en Venezuela?
No, el doctorado lo hice en España.
Una vez que se instala en Caracas se inscribe en Letras en la Central ¿y cómo
descubre su vocación de filóloga, y por qué escoge Letras?
A mí me gustaba todo, me encantaba la literatura y me gustaba muchísimo la
lingüística, es decir, todo lo que tuviera que ver con la palabra. No había terminado
todavía la licenciatura cuando me dieron trabajo y cada día me fue gustando más, y
hasta el día de hoy. He estado ya veinticinco años en el Instituto de Filología. Empecé
con el trabajo de léxico del habla y luego ya me fui por la sintaxis. Fundamentalmente,
me dediqué a estudiar la sintaxis del español en Venezuela.
¿Y el español de Venezuela tiene unas particularidades que lo distinguen
enfáticamente de otro?
Hay un español general que es enorme, gracias a eso nos podemos comunicar. Cuanto
más culta es la persona, mejor puede manejar el español general. A medida que se
baja en los niveles socioculturales es más difícil, la diferenciación es mayor. Todavía
me sucede, cuando me monto en el ascensor del trabajo y están dos empleados
hablando, a veces no entiendo nada, y tengo mil años en este país…
¿Y de las hablas cultas españolas, propiamente, hay alguna identificable como la más
elaborada, la que se ha complejizado más?
No, porque en España se tiende a la unidad, en la medida de lo posible. Están las
hablas del sur, las andaluzas que aspiran la s, los hablantes cultos se entienden mejor,
pero si un andaluz llega a la capital y tiene un cargo político de importancia suaviza
muchísimo su manera de hablar. De hecho, Felipe González es sevillano, pero si tú
comparas cómo habla un sevillano y cómo habla Felipe González te das cuenta que
está suavizado de alguna manera, y seguro que cuando va a Sevilla habla como los
sevillanos.
En ese sentido Madrid es como el catalizador.
Porque tiene el prestigio de la capital. Parecería que Madrid ofrece el ideal de lengua
y entonces la gente trata de imitarlos. También los medios de comunicación favorecen
eso porque hay mucha información con modelos capitalinos, aunque también ponen a
veces entrevistadores andaluces o de otras partes, pero no es tan frecuente.
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Y en estos cuarenta años que tiene en Venezuela ha estado yendo a España con
frecuencia, de modo que ha visto lo que ha pasado allá, de lo que era la España del
año 70 a lo que es hoy en día hay un abismo ¿no?
Sí, sí.
¿En dónde nota los mayores cambios, aparte de la prosperidad económica y la
democracia?
En mayor apertura hacia el mundo. Ahora se viaja mucho, ya empiezan las familias a
separarse generacionalmente. Todos mis hermanos viven en Burgos, pero ya sus hijos
después que terminan la carrera están empezando a irse. Los jóvenes van mucho al
exterior.
Son más cosmopolitas los españoles de hoy, más europeos.
Porque España está más abierta al mundo y, al mismo tiempo, es más racista,
desgraciadamente. La gente que viaja por espíritu aventurero, por negocios, ve los
valores positivos de afuera, los que no viajan y se quedan en España y ven esa
afluencia enorme de inmigrantes, entonces sienten que les están quitando su país y
entonces hay una reacción. Ahí se ve mucho que hay dos Españas, la que acepta y
recuerda que España era un país muy pobre, y que muchos españoles tuvieron que
emigrar a países europeos y a países americanos, y la de memoria corta que cree que
España siempre ha sido como es ahora. Los jóvenes, sobre todo, no tienen memoria,
entonces no saben cuánto trabajo pasaron sus padres, por eso pueden llegar a ser una
sociedad consumista.
Usted sabe que los venezolanos a partir de los años 70 tomamos mucha fama de
vanidosos y frívolos, y he oído lo mismo de los españoles de hoy, sobre todo de los
jóvenes.
Pero, claro, al lado de esa sociedad de consumo hay otra de muchachos estudiosos,
que quieren ir a Europa y viajar e ir a la India y les interesa todo y no les importa
tanto el dinero como la experiencia de aprender.
¿Y en estos años no ha tenido la idea de regresar allá a pasar temporadas o incluso
definitivamente?
Estoy muy feliz aquí, le debo mucho de lo que soy a Venezuela. He aprendido
muchísimo aquí y me parece que soy más tolerante, menos consumista y me gustan
muchas cosas de Venezuela, aunque no me gusta la situación que estamos viviendo.
Me gustan muchas facetas del venezolano de las que los mismos venezolanos no se
dan cuenta.
¿Cuáles señalaría?
Son tan poco formales, aceptan tanto a los otros como son, son mucho menos rígidos
que en otros países, son alegres, son generosos… A mí me gusta mucho este país, no
me he ido porque me siento bien aquí, porque me gusta, porque lo amo…
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Porque hizo su vida aquí y aquí nacieron sus hijos…
Aunque dos de mis hijos se fueron.
¿Dónde viven?
Uno vive en Andalucía y la otra en Barcelona. Tengo cuatro, dos están aquí y dos allá.
Es decir, que tengo el «corazón partío», pero siempre viajo, ellos vienen, yo voy y
todavía tengo muchos proyectos de trabajo aquí. Claro, pasa que también tengo
proyectos de trabajo en España, porque tengo invitaciones. Ahora, finalmente, se está
haciendo una nueva Gramática de la Real Academia, porque no hay ninguna desde el
año 30 y tantos y yo colaboro como consultora externa, eso me da trabajo, me vincula
a España. Hace meses estuve en una reunión que hubo en Asturias, estaba el director
de la Academia y había representantes de Academias Hispanoamericanas y luego los
tres consultores de Hispanoamérica.
Uno de esos tres es usted ¿y los otros dos?
Son de Argentina y Uruguay, pero luego están representadas las distintas Academias.
Fueron sesiones de trabajo manejadas con mucha inteligencia, se avanzó bastante,
muy bonita experiencia. Y claro, hay reuniones programadas por un tiempo más.
Entonces voy a viajar, porque también tengo cosas en España.
Entiendo que la tradición venezolana de lo que usted trabaja: filología, gramática,
sintaxis, comienza con Andrés Bello.
Sí.
Después tenemos a Baralt y a Lisandro Alvarado.
Lisandro Alvarado hizo muchísimo, claro, pero la gran figura es Bello, que no hay
lingüista del español que no lo maneje bien y, hoy en día, en la nueva Gramática de la
Real Academia que se está haciendo, se le da un peso importante a Bello. Bello es
importantísimo. Además, tenía unas intuiciones lingüísticas que no han sido superadas
en muchos casos.
¿A Baralt lo pasaría por alto?
No sé mucho de Baralt. A lo mejor si yo hubiera nacido en Venezuela sabría más de él.
Lo que yo conozco del pasado venezolano es por supuesto Bello y después Lisandro
Alvarado.
¿Y después, Rosenblat?
Y Julio Calcaño. Hay figuras preocupadas por la unidad y la pureza del idioma y
Rosenblat ya era otra cosa, era muy abierto.
La figura de Rosenblat tiene, digamos, magnitudes continentales en la lengua…
Y en España también se sigue citando a Rosenblat. Pero claro, Bello fue uno de los
grandes pilares del estudio del español en el contexto histórico mundial.
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Aquí se han hecho aportes en los últimos treinta años que juzgo valiosos, yo consulto
mucho el Diccionario de venezolanismos de tres tomos…
Ése es el de María Josefina Tejera que se hizo en el Instituto y está el de Rocío Núñez
y Francisco Javier Pérez, que es más breve, en un tomo, porque no está documentado
como el de María Josefina Tejera. Eso ha sido un gran aporte. Sí se han hecho cosas,
lo que pasa es que cada vez somos menos. Cuando yo me jubile mi puesto muere y
sólo quedamos dos titulares en el escalafón, cuando nos jubilemos las dos mi instituto
muere. Es una cosa que parte el alma.
Pero eso tendrá que cambiar, algo se hará.
Realmente se han reducido las posibilidades y abrimos concursos a veces, y la gente
no gana porque no está bien preparada. Cómo es posible que en Venezuela no haya
trabajo y se hagan concursos y queden vacíos.
Así es.
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on Monday, August 3rd, 2009 at 2:20 pm and is filed under Artes, Testimonios
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