Defensa: otra política para el subcontinente

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Defensa: otra política para el subcontinente
Por Juan Gabriel Tokatlian
Para LA NACION
Lunes 28 de julio de 2008 | Publicado en diario de hoy
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Hace unas semanas, Brasil lanzó una iniciativa audaz: crear un
Consejo Sudamericano de Defensa (CSAD) en el marco de la
aún etérea Unión de Naciones Sudamericana. A pesar de ser
todavía imprecisa, la propuesta es coherente con la tradición
de los poderes emergentes en la política mundial, con la visión
estratégica de Brasil, con su estilo diplomático y con las
características particulares de América del Sur.
Todo poder ascendente en la política internacional ha seguido
y sigue una política mixta frente a la principal potencia
existente. Usualmente, combina desacuerdo y acuerdo,
aproximación y distanciamiento, reconocimiento y resistencia.
En esencia, percibe a dicha potencia como un poder dual, esto
es: como una oportunidad para incrementar su propio poderío
relativo y como una amenaza para la realización del objetivo
de mayor influencia.
Foto: Huadi
Brasil no está innovando; está siguiendo el sendero que han
transitado Estados Unidos respecto de Gran Bretaña hace un siglo, o la India u otros poderes regionales que ambicionan un
despliegue mundial en la actualidad. La idea del CSAD es consecuente con la autopercepción de Brasil como un país
atravesado por múltiples formas de vulnerabilidad y variadas necesidades de largo plazo. En ese sentido, su clave de
aproximación tiene que ver con lo que aspira a ser (en el área y allende), con la forma en que concibe la región (como ámbito
de incidencia y legitimación y/o como plataforma de proyección extrarregional) y con su aspiración mundial (ser reconocido
como una nueva potencia con prestigio y/o reformar prudentemente las reglas de juego global).
A su vez, confirmando un modo de aproximación diplomático, Brasilia introduce una idea con escasos visos de
institucionalidad para mostrar visibilidad, exponer capacidad y no restringirse con esquemas muy reglados y regulados. Lo
anterior se produce en un momento complejo para la región en el que se combinan fuerzas endógenas que son fuente de más
fragmentación y fenómenos exógenos que son generadores de mayor incertidumbre.
Para un país como la Argentina, la iniciativa brasileña es de enorme trascendencia. Nuestra claridad estratégica al respecto es
fundamental. La particularidad argentina es que somos un país que ha venido declinando y que procura recuperar y reconstruir
eventualmente poder. En ese sentido, y como enseña la historia de la política internacional, resulta imperativo buscar amigos y
socios; profundizar el multilateralismo simultáneamente como medio y como fin; y ser muy competente y flexible. En síntesis,
la Argentina no es Brasil, es casi su opuesto; lo cual no implica ser oponente, pues lo que más necesitamos son aliados y
mercados.
En estas circunstancias ni nos sirve ser antialgo (por ejemplo, la globalización) o antialguien (por ejemplo, algún país
determinado); es importante ser propositivo, activo y diligente. Y en ese contexto, Brasil es nuestro mejor socio estratégico:
seremos relevantes e influyentes con Brasil y no por operar contra Brasil. Eso no quiere decir que dependemos de Brasil, sino
que actuando en conjunción podremos aportar a un liderazgo múltiple en el área y contener una eventual tentación indebida de
hegemonía nociva por parte de Brasilia. El mayor error estratégico que podríamos cometer en esta hora es soñar con un
retorno a una quimérica, costosa e irreal "relación especial" con Estados Unidos. Este camino nos llevaría, más temprano que
tarde, a la irrelevancia en la política hemisférica.
A su vez, hay muchos elementos de interés nacional en juego para Buenos Aires en América del Sur; única área natural de
cierta influencia en la que nos desplegamos y en la que confluyen asuntos vitales para nuestra seguridad y bienestar. El
núcleo subregional desde y hacia el cual podremos proyectar directamente poder e incidencia es el Cono Sur; si en esta zona
no aportamos a la estabilidad, la autonomía y la prosperidad, difícilmente lo podremos hacer en otros lugares más lejanos de
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Por otro lado, no necesitamos más una política exterior heroica; es el momento de una diplomacia sensata. Y en cuanto a lo
que propone Brasil, es nuestra responsabilidad asegurarnos una buena institucionalización de sus propuestas y una
permanente disposición a ofrecer opciones innovadoras y alternativas superadoras.
Si la Argentina asume que es conveniente a sus intereses la participación y profundización en el CSAD, es crucial hacer una
serie de precisiones básicas. Primero, afirmar un conjunto de principios elementales. Recientemente, Colombia, que al
comienzo había rehusado sumarse al Consejo, ha explicitado que el mecanismo a establecer no puede ni debe servir para
legitimar grupos armados irregulares. Buenos Aires podría apuntar a que estuviera claro que la defensa en el área se podrá
garantizar en el marco de los estados existentes: la partición o la secesión no deben ser avaladas.
Segundo, es clave que el CSAD se conciba bajo los supuestos de gradualidad, operatividad y credibilidad. Esto implica que se
debería avanzar paso a paso en la configuración del Consejo; que cada paso sea concreto y efectivo; y que cada avance
resulte creíble para los estados así como para las sociedades.
Tercero, parece aconsejable que Buenos Aires promueva que la estructura del CSAD contemple tres miembros por cada país:
un representante de la presidencia, otro de la Cancillería y uno del ministerio de Defensa. Es esencial que el Consejo tenga
una orientación política manifiesta, que se entienda que hoy es inconcebible segmentar la política exterior y la política de
defensa y que todo ello está directamente ligado al quehacer interno en el que el control civil del ámbito militar continúa siendo
prioritario.
Cuarto, la Argentina puede hacer uso de su soft power en materia de defensa; es decir, proponer al Consejo en ciernes todo
aquello que ha experimentado y ha contribuido a la democracia interna y la paz externa. Por ejemplo, hay una magnífica
experiencia en la confección del llamado Libro Blanco que explicita, ante propios y ajenos, los principios, objetivos y medios de
la defensa nacional.
Con Chile y gracias al aporte hecho por la Cepal, se ha logrado un esquema de reconocimiento, medición y transparencia de
los gastos de defensa entre Santiago y Buenos Aires. El CSAD podría ser un ámbito adecuado para que todos los países
presenten y debatan sus respectivos libros blancos de la defensa y para que, de modo bilateral o multilateral, se conozcan en
detalle y claridad los presupuestos militares de los países del área. Ambas iniciativas podrían contribuir a evitar potenciales
carreras armamentistas.
Quinto, si una de las metas principales del CSAD es mejorar el diagnóstico sobre las amenazas en América del Sur,
anticiparse ante eventuales fricciones en la zona y contribuir, en parte, a un desarrollo más sustentable, entonces se pueden
concebir tres mecanismos específicos adscritos al Consejo. Por un lado, la creación de un Centro de Prevención y Resolución
de Conflictos que podría establecerse en un país andino, de un Observatorio Geopolítico Global que podría localizarse en un
país del Cono Sur y de un Instituto de Altos Estudios Ambientales que podría ubicarse en Brasil.
Sexto, todo proyecto de defensa necesita de un emblema y un desafío. Por ejemplo, la construcción de un satélite o un reactor
nuclear sudamericano en el que concurran las industrias civiles y militares del área. Ese emblema y ese desafío podrían
generar una iniciativa práctica realizable.
Séptimo, si se trata de incrementar la confianza intrasudamericana y de colocar a Estados Unidos a suficiente distancia (y de
eludir su oferta de ayuda por vía de la recientemente redesplegada IV Flota) entonces resulta clave que el CSAD estimule
ejercicios militares conjuntos subzonales y regionales. Hay muchas áreas y tareas que podrían aprenderse de las experiencias
concretas de los países vecinos. Ello, a su vez, podría conducir a la configuración de una Escuela de Entrenamiento
Sudamericana, en la que los uniformados del área reciban formación complementaria a la que obtienen en cada nación.
Por último, en un plano más formal y sustantivo, el CSAD podría crear un Comité Especial, encargado de redactar un tratado
sudamericano de defensa. Mientras sobrevive el obsoleto Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, firmado el 2 de
septiembre de 1947 en Río de Janeiro, América del Sur bien haría en discutir y consensuar un acuerdo regional específico que
fuera acorde a los tiempos y a los problemas del área.
En breve, la Argentina tiene una magnífica oportunidad de aportar a la concreción del Consejo Sudamericano de Defensa. Si
la Presidenta quiere relanzar su gestión, el tema del CSAD es uno de gran trascendencia estratégica para el país y uno en los
que una diplomacia competente y lúcida podría fortalecer los intereses nacionales.
El autor es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.
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