El atentado terrorista múltiple que destruyó cuatro trenes de
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El atentado terrorista múltiple que destruyó cuatro trenes de
El atentado terrorista múltiple que destruyó cuatro trenes de cercanías atestados de viajeros, el 11 de marzo de 2004 en Madrid, causó la muerte de 192 personas y dejó heridas a unas 1.600. Fue la agresión más grave e indiscriminada contra la población civil que se haya producido en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en mayo de 1945. Se trató asimismo de la brutal carta de presentación, en el viejo continente, de un terrorismo islamista que ya había manifestado lo que era capaz de hacer en lugares como Nairobi (1998), Nueva York y Washington (2001) o la isla de Bali (2002), aunque sus mayores y más prolongados actos de violencia se hayan producido en países musulmanes, sobre todo en Argelia (19911996),Afganistán (1996-2001) e Irak (2003-2005). El '11-M', como empezó a ser denominado casi desde el principio, fue un atentado con estrategia y dimensión de alcance mundial -o 'global', como se dice ahora por influencia del idioma inglés-, pero con repercusiones directas en la política y la sociedad españolas. Determinó el resultado de las elecciones generales que se celebraron tres días más tarde, y las decisiones del nuevo Gobierno socialista modificaron luego, a partir del mes de abril, tanto la posición de España en el mundo como numerosas cuestiones de política interior, cuya dinámica es ahora considerablemente más incierta -ominosa, si se prefiere emplear el vocablo que hizo fortuna en el tercer decenio del XIX- que hace doce meses. Last but not least, aquellas jornadas destinadas a pasar a la historia fueron un reflejo preciso de las características de la sociedad española en los comienzos del siglo XXI, y en particular de su capital, Madrid. Si las capacidades de las personas, o de las organizaciones, se ponen a prueba en los momentos críticos, entonces resulta evidente que cada cual quedó retratado en aquellas horas inolvidables. Este libro ha sido escrito no sólo para relatar unos hechos, sino también para intentar explicar los comportamientos de los principales actores que protagonizaron aquellos cuatro días del mes de marzo de 2004.Para ello resulta capital situar los sucesivos acontecimientos en lo que fue una dinámica extraordinariamente cambiante y en muchos aspectos sorprendente. La información ha procurado ser depurada al máximo, aunque determinadas contradicciones no han podido superarse y aparecen expuestas como tales en las páginas de este libro. Lo que carece del menor sentido, en todo caso, es buscar explicaciones a las conductas de aquellos días basadas en la información que se conoció con posterioridad. El 11 de marzo de 2004 el autor cumplía exactamente siete años como director de Información de la agencia EFE, la cuarta organización periodística del mundo y uno de los principales activos con que cuentan no sólo los españoles, sino también cuatrocientos millones de hispanoparlantes, en la moderna sociedad de la información.Tuve conocimiento puntual de cuanto iba sucediendo y era de conocimiento público, así como de otras informaciones menos conocidas y de las complejidades de la gestión informativa, sobre la cual ofrezco mi testimonio. En los meses posteriores al atentado, numerosos cargos públicos, policiales y expertos muy diversos tuvieron la amabilidad de atender mis peticiones de información sobre su actuación durante esos días. Quisiera agradecer especialmente su aportación a quien era entonces presidente del Gobierno, José María Aznar, así como a Mariano Rajoy (candidato del Partido Popular a la Presidencia), Esperanza Aguirre (presidenta de la Comunidad de Madrid), José María Michavila (ministro de Justicia), Federico Trillo (ministro de Defensa) Ángel Acebes (ministro del Interior), Jaime Mayor Oreja (diputado del Parlamento europeo), Ignacio Astarloa (secretario de Estado de Seguridad), Alfredo Timermans (secretario de Estado de Comunicación), Javier Zarzalejos (secretario general de la Presidencia del Gobierno), María Dolores de Cospedal (subsecretaria de Interior),Agustín Díaz de Mera (director general de la Policía), Javier Fernández-Lasquetty (subdirector del gabinete del presidente del Gobierno), Alfonso Nasarre (director de información nacional de la Secretaría de Estado de Comunicación), Eugenio Damboriena (presidente de FEVE), Regino García Badell (jefe del gabinete de la presidenta de la Comunidad de Madrid), Pedro Díaz-Pintado (subdirector general operativo de la Policía Nacional), Pedro Calvo (concejal de Seguridad del Ayuntamiento de Madrid), José María Álvarez del Manzano (presidente de la Institución Ferial de Madrid, Ifema), Carmen Baladía (directora del Instituto Anatómico Forense), Gabriel Elorriaga (jefe de campaña del Partido Popular), el doctor Simón Viñals (fundador del Servicio Municipal de Urgencias de Madrid, SAMUR) y Miguel Ángel Rodríguez (presidente de CARAT). Compañeros de la agencia y de la profesión me ofrecieron asimismo su colaboración y su testimonio. A riesgo de no ser exhaustivo, deseo manifestar que tengo una deuda impagable con quien era entonces presidente de la agencia EFE, Miguel Ángel Gozalo; con Enrique Gutiérrez Bueno (director gerente), José Ángel Castro (director de Nacional), Emilio Crespo (director de la Unidad de Coordinación Multimedia), Rosario Pons (directora de Gráfica), Juan María Calvo (director de Internacional), Concha Tejedor (directora de Documentación), Lola Cintado (subdirectora de Televisión), Gloria Valenzuela (subdirectora de la UCM), Carmen Planelles (subdirectora de Nacional); Marcos García Rey, jefe de sección de la UCM; con redactores como José Huesca, Estefanía Díaz y Manuel Domínguez Única, y en realidad con los centenares de buenos profesionales que en aquellos días dieron lo mejor de sí mismos. Fue un honor para mí ocupar, en ése y en otros muchos momentos, la dirección informativa de EFE. Javier Galán tuvo la serenidad de relatarnos a sus compañeros la experiencia que había sufrido en la estación de El Pozo, cuando aún le dolían las heridas.Manuel Soriano, director general de Radiotelevisión Madrid, me contó de primera mano el papel de Telemadrid, y el testimonio de Matilde Landete fue básico para reconstruir la tragedia ocurrida frente a su domicilio de la calle Téllez. Encarnación Herrera y María Jesús Nistal me ayudaron con generosidad y eficacia a la hora de organizar y obtener gran parte de la documentación necesaria. Otros muchos solicitaron de manera expresa que su nombre no fuese publicado y su aportación resultase anónima. Cada uno de ellos sabe de mi sincero agradecimiento. Se han tenido en cuenta, asimismo, todos los testimonios efectuados ante la Comisión de Investigación del Congreso de los Diputados que se celebró entre los meses de junio y diciembre de 2004. Resulta de una justicia elemental dedicar cualquier mención de aquellas jornadas a las víctimas, y en particular a quienes perdieron la vida y a sus familias. Me gustaría sin embargo extender la memoria al millar largo de víctimas que ha causado el terrorismo en España durante los últimos treinta y cinco años. Sin el sufrimiento tantas veces anónimo y poco reconocido de miles de ciudadanos de toda edad y condición, en los difíciles años setenta y ochenta, la sociedad no habría tomado conciencia de la importancia de la solidaridad con quienes padecieron unos ataques dirigidos en realidad a todos los españoles. Fue esa conciencia la que impulsó, el 11 de marzo, el apoyo y el afecto generalizados hacia quienes sufrieron los atentados, así como la eficacia de una asistencia sanitaria que, por desgracia, había sido ya puesta a prueba muchas veces. Este libro, en consecuencia, ha sido escrito pensando en las víctimas. En todas ellas.