TRIBUNA: JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA

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TRIBUNA: JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA
TRIBUNA: JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA
¿Sublime portazo?
JOSÉ IGNACIO TORREBLANCA
EL PAÍS - Opinión - 09-10-2005
Existen muchas y buenas razones para abrir negociaciones de adhesión con Turquía y
muy pocas para no hacerlo. Pero como ocurre tantas veces a la hora de debatir acerca
de algo, si queremos asegurarnos de que el intercambio de argumentos va a ser útil, lo
primero que deberemos verificar es que unos y otros estemos hablando de la misma
cosa. En el caso de Turquía, los que rechazan la adhesión suelen preguntarse por el
impacto de su adhesión sobre la Unión Europea. Mientras que los partidarios de la
adhesión suelen adoptar una perspectiva consistente en examinar el impacto de la
adhesión sobre Turquía. Ambas son cuestiones abiertas, por lo que nadie puede
pretender estar en posesión de toda la verdad, sino sólo de algunos fragmentos de ella.
Sin embargo, parece evidente que el reto intelectual, moral y, también, político, está más
en la segunda cuestión que en la primera.
Desde esta perspectiva, la pregunta fundamental que deberíamos plantearnos sería:
¿puede la perspectiva de la adhesión a la Unión ayudar decisivamente a Turquía a
completar su larga trayectoria de modernización, democratización y secularización
convirtiéndola así en ejemplo y, a la vez, elemento de paz y estabilidad en una región del
mundo extremadamente convulsa? La respuesta a esta pregunta sólo puede ser
pragmática: si existe una posibilidad, debe intentarse. En consecuencia, si aceptamos la
pregunta como válida y oportuna, el debate debería entonces trasladarse hacia el
examen de la evidencia sobre la que se sostiene la idea de que Turquía está avanzando
en dicha ruta de modernización, pero también hacia la validez de los razonamientos en
los que se sustenta la idea de que lo que le ocurra a Turquía nos concierne de alguna
manera.
Desde este punto de vista, el "sí" al inicio de las negociaciones de adhesión estaría doble
y plenamente justificado. Por un lado, los progresos en la situación política, económica y
social en Turquía son públicos y notorios y han sido detalladamente constatados por la
Comisión Europea. Gracias a las presiones de la Unión Europea (sólo efectivas en tanto
en cuanto la UE dispone de un incentivo tan importante como la adhesión), ha sido
posible un contexto en el que los islamistas, una vez en el poder, se hayan planteado un
camino de reformas inverso al esperado por todos. Es cierto que los progresos distan de
ser completos o de estar asegurados. Sin embargo, si hasta la fecha la mera perspectiva
de abrir negociaciones ha tenido tan buen resultado, ¿no resulta lógico estar convencido
de que la apertura de negociaciones tendrá un impacto aún más sustancial?
Todo ello refuerza la razón más profunda que hay detrás del apoyo a la adhesión: la de
Turquía demuestra el éxito y el acierto de conceder al proyecto de integración una
orientación fundamentalmente cosmopolita, asentada en la fuerza universal de los
principios y valores en los que se basan hoy las democracias europeas, más allá de las
identidades religiosas. Desde este punto de vista, una vez superada la división y la
guerra dentro de Europa, la Unión Europea se jugaría en la adhesión turca convertirse en
un factor de paz y progreso global inédito en la historia y, por ello, revolucionario en las
relaciones internacionales. Contra los que sostienen que la finalité politique de la
construcción europea debe consistir en una Europa federal asentada en un amplio demos
y una fuerte identidad colectiva (en definitiva: un super-Estado-nación como los Estados
Unidos), el proyecto inherente a este otro modelo de construcción europea consiste en
plantear la Unión Europea como una (nueva) forma de dominación, consensual y
pacífica, posestatal y a la vez posnacional, sustentada en el atractivo y la legitimidad
global que le otorgaría el basarse en el derecho, la democracia y los valores universales.
Muchos argumentan que todo esto es una mera quimera, que el Islam y la democracia
son esencialmente incompatibles, que los islamistas turcos no son sinceros en la
aceptación de nuestras normas y reglas y que Turquía es, en definitiva, imposible de
modernizar. Europa no sólo fracasará en su causa kantiana, advierten, sino que se
destruirá a sí misma en el proceso, ya que ni económica, ni política, ni cultural, ni
demográficamente puede absorber a Turquía. Estas advertencias merecen ser tomadas
en serio porque, al igual que ocurre con las razones que esgrimen los partidarios del "sí",
son verosímiles. El atraso económico de Turquía, su horizonte demográfico, los
problemas de modernización del Islam, la cuestión kurda, el conflicto en torno a Chipre,
las fronteras de Turquía con vecinos tan difíciles como Irán, Irak y Siria, etcétera, todos
ellos son problemas reales que plantean un desafío enorme a la Unión Europea y que,
lejos de ser ignorados por los Estados miembros y tratados de espaldas a la opinión
pública, como se viene haciendo hasta la fecha, deben ser expuestos y debatidos con la
mayor profundidad posible. Con ello se podría lograr un diagnóstico razonable, que los
propios turcos pudieran compartir, respecto a qué puede hacer la Unión por Turquía, pero
también acerca de lo que Turquía no debería esperar de la UE.
Por tanto, la apertura de negociaciones servirá para que todos podamos exponer
nuestras razones y prepararnos para el futuro. Es posible que al final del proceso, que en
cualquier caso será enormemente largo y exigente, sean los propios turcos los que opten
por una asociación privilegiada. También es posible que sea la propia perspectiva de la
adhesión de Turquía la que invite a algunos Estados de la UE a formar un núcleo más
estrecho o más elevado en sus ambiciones (al fin y al cabo, la adhesión de Turquía no
hará nada a la Unión que no le esté haciendo ya la ampliación a 27). En definitiva, tan
posible es que todo salga bien como que todo salga mal. Pero lo que es evidente es que
el desafío está mucho más en el "sí" que en el "no" y que, en cualquier caso, merece la
pena intentarlo.
José Ignacio Torreblanca es profesor de Ciencia Política en la UNED.

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